Mi cuerpo se
entumece por el frío a pesar de mis técnicas para mantenerlo caliente durante
una larga noche de guardia, formo un pequeño cuenco uniendo mis manos y exhalo
dentro de ellas en un intento por entibiarlas pero sólo veo volutas que se
difuminan en el aire helado. Dejando el mal clima de lado es una noche muy
tranquila, sin nada que reportar y mi turno ya está por finalizar. Podré regresar
a mi hogar a refugiarme entre los cálidos brazos de mi esposa. Ya puedo
imaginar su amplia sonrisa al verme llegar y el olor de un buen plato de comida
que inunda el ambiente.
El largo
viaje de retorno ya no me afecta como en mis primeros años a cargo de la
guardia penitenciaria, es cierto que las personas se pueden acostumbrar a todo.
Al entrar en mi casa me sorprendió no hallar la comida servida ni a mi mujer
esperándome como de costumbre. Entré sin hacer ruido y me di cuenta que ya
había pasado la media noche, al parecer el viaje fue más largo de lo que yo
imaginé. Como ella debía trabajar al día siguiente tal vez decidió irse a
dormir. Yo le sugerí una y mil veces que no me esperara hasta tan tarde y me
alegraba con por una vez me haya hecho caso. La encontré durmiendo plácidamente
en nuestro dormitorio. Sentía mi cuerpo cansado y pesado, no tenía fuerzas para
nada, me acosté a su lado y sólo recuerdo el haberme despertado al día
siguiente. Este trabajo era tan agotador que ni siquiera me permitía disfrutar
de mis escasas horas de sueño. Por suerte mi turno consistía en trabajar
veinticuatro horas de corrido y luego descansar cuarenta y ocho, lo malo es que
esos dos días de descanso se pasaban volando.
A mi esposa
se le ocurrió invitar algunos amigos a cenar justo la noche en que yo debía
iniciar mi nuevo turno. Allí estaba su viejo amigo Cristian, el cual nunca
llegó a caerme del todo bien, en mi opinión era un tipo bastante soberbio, pero
Julia no parecía notarlo. Como si no bastara con este tipo también estaba
presente otro dos de sus amigos, Rogelio, quien vino acompañado por su esposa y
Hernán, este último me agradaba un poco más, era simpático y no miraba a mi
esposa como si fuera un objeto sexual, acción que los otros hombres presentes
solían practicar con más frecuencia de la que yo podía tolerar. La noche no
terminó en buenos términos, la cena se demoró más de lo acordado y tuve que
salir con el estómago prácticamente vacío.
-Espero que
sobre algo de comida para cuando vuelva y q esté todo en orden –le dije a mi
esposa con el ceño fruncido mientras me iba.
A veces mi
esposa me dice que a pesar de tener tan sólo 34 años a veces me comporto como
un viejo malhumorado. No me considero un ogro, pero el servicio en la
penitenciaría forjó en mí un carácter más autoritario. Además intenté emplear
el tono de voz y el volumen justo como para que todos supieran de mi
disconformidad. Lo que más me molestaba era tener que marcharme y saber que
todos se quedarían allí, comiendo mi comida, tomando mi cerveza y mirando a mi
esposa.
Uno de los
mayores problemas de hacer largas guardias sin tener casi contacto con nadie es
que uno comienza a divagar tanto que termina enemistándose con sus propios
pensamientos. Esta noche era una de esas en las que mi mente forma dos bandos
opuestos, uno que me llena de miedos e incertidumbres y el otro que intenta
contradecirlos con argumentos lógicos. Me invadían imágenes de mi esposa
sonriendo y hablando alegremente con sus amigos y de pronto veía un par de
manos masculinas que se ceñían a sus pechos por encima de la ropa. Estas
anónimas garras lograban contener por completo esos delicados senos, pero la
cordura venía al rescate y me decía que eso no podía pasar, aunque la defensa
duraba poco, nuevamente podía ver a mi querida esposa de rodillas, con un pene
en su boca, un pene que no era el mío. La imaginaba lamiéndolo a gusto en mi
ausencia, pero eso no pasaría, ella estaría tomando café con sus amigos antes
de que éstos se marcharan y luego se iría a la cama. En la cama podía verla con
las piernas abiertas y su lampiño sexo estaba siendo invadido por su amigo de
tantos años. Me imaginaba a Cristian penetrándola con descaro y de forma vulgar
y a Julia disfrutándolo. Apreté mis ojos hasta que el cuadro cambió y pude
observarla durmiendo tranquilamente, sola y abrazando mi almohada como hacía
esas noches en las que tanto me extrañaba. Pero allí estaban otra vez esas imágenes
que me carcomían y se rehusaban a dejarme en paz. Veía a mi bella Julia montada
sobre su amigo Hernán, dándole todo ese placer que tan bien sabía darme a mí y
luego aparecía una vez más Cristian, uniéndose a esta pareja de amantes para
llevar a mi esposa a gozar plenamente. Una tibieza extraña recorrió mi cuerpo
pero yo quería rechazar esa excitación sexual, este bombardeo de malos
pensamientos era mucho más intenso que otras veces, no podía quitármelo de
cabeza, necesitaba saber qué estaba haciendo ella en este momento, un enorme
vacío se apoderó de mi pecho, la pena y la angustia me parecían irracionales,
pero allí estaban, sofocándome, quitándome el aliento, presionando mi pecho. No
podía tolerarlo más.
En ese
momento vi que alguien se acercaba. Manuel Álvarez caminaba hacia mi posición,
ésta no era la zona que le tocaba cubrir a pero seguramente estaba muerto de aburrimiento
y tenía ganas de conversar con alguien al menos unos minutos, esta vez no podía
darle el gusto, ya no me importaba cumplir con mi deber, debía regresar a mi
casa cuanto antes y poner fin a este tormento que sabía que yo mismo había
provocado.
-Álvarez,
cubrime por esta noche, me siento mal –miró hacia mí extrañado- te prometo que
después te cubro en dos turnos, pero por favor Haceme el aguante en este.
Enfilé hacia
los vestuarios a quitarme el uniforme y dejar el arma en su sitio, miré hacia
atrás y vi a Manuel tomando mi posición, agradecí su gesto de buena fe y me
prometí a mí mismo que luego se lo pagaría como era debido. La ruta estaba
desierta mientras yo aguardaba por el colectivo, agradecí que éste respetara un
horario, aún durante la noche. Estaba masticando bronca cuando un vehículo
dobló la curva a gran velocidad y sus faros me encandilaron por un segundo,
desde la garita lo insulté cuando pasó frente a mí, estos hijos de puta no
entendían lo peligroso que podía ser doblar a esa velocidad, por más que no
hubiera nadie cerca, podrían matarse solos. Estaba enfadado ¿con quién? Conmigo
mismo, tal vez. Pero eso no me impedía desquitármela con el primer imbécil que
se me cruzara.
Una vez que
llegué a mi domicilio decidí entrar de forma furtiva, mi señora esposa no me
esperaba esa noche y quería saber qué hacía en mi ausencia, por más que la
conociera desde hace 15 años y supiera que ella era incapaz de hacerme una cosa
similar a las que yo imaginaba. Trepé por el tapial que daba a mi patio, mi
perra Beretta se sobresaltó al verme pero con un rápido gesto de la mano logré
que al menos no ladrara, aunque me miró de forma extraña. Pude comprobar que
era buena guardiana, si el intruso no hubiera sido yo, ella hubiera saltado
sobre él. Adoraba a esta ovejera alemana, la bauticé de esa forma en honor a la
pistola Beretta 92. Ella le hacía honor al nombre, sus potentes ladridos podían
sonar como disparos.
Caminé a
gachas intentando hacer el menor ruido posible, llegué hasta la ventana que
daba a mi cuarto, la persiana se encontraba semi levantada pero con los vidrios
cerrados. Una tenue luz salía de ella, como si se tratada de una lámpara
encendida. Seguramente la encontraría leyendo un libro o mirando televisión y
me odiaría a mí mismo por arriesgar de esa forma mi empleo por un simple
trastorno mental cargado de paranoia. Tuve que permanecer agachado entre las
plantas para poder mirar a través de la ventana sin ser detectado. Tal vez mi
instinto desarrolló una especie de clarividencia que me puso en alerta y me
obligó a venir para ver esto. Allí estaba Julia, acostada boca abajo mirando en
dirección opuesta a mí, su desnudez era total y tras ella se encontraba
Cristian dándole fuertes embestidas entre las piernas mientras le sobaba los
pechos.
Me paralicé,
mi cuerpo dejó de responderme y mi mente sólo registró lo que ocurría sin poder
actuar de ninguna forma. Ella parecía estar disfrutando mucho las atenciones de
su amante y éste empleaba fuerza excesiva en cada embestida. La pálida espalda
de mi esposa brillaba por las finas gotas de sudor que la cubrían. Cuando
Cristian soltó los pechos y se irguió un poco pude ver su grueso pene
clavándose en mi amada. Un nuevo sobresalto llegó a mí cuando supe que la
estaba penetrando analmente. Como un baldazo de agua fría llegaron a mí todas
las conversaciones que tuve con Julia con respecto a esa práctica sexual,
siempre le pedí que me permitiera hacerlo pero ella encontraba excusas o
simplemente se negaba y allí estaba, permitiendo que un hombre que no era su
marido se la clavara por ese agujerito que yo tenía prohibido. Su ano estaba
notablemente dilatado y el pene entraba y salía con enorme facilidad. Quería
gritar, quería tomar un arma y matarlos a los dos, pero mi cuerpo permanecía
estático, rígido, como si fuera una prisión que me obligaba a presenciar los
salvajes actos de mi amada esposa.
Como castigo
divino se hizo realidad otra de mis pesadillas. Esto era demasiado, no podía
concebir que todo estuviera ocurriendo realmente. Hernán entró por la puerta
del cuarto, estaba completamente desnudo y con una erección de película porno.
Su pene era bastante más grande que el mío y lo llevaba completamente afeitado.
Se sentó en el borde de la cama y Julia se lanzó de boca sobre ese miembro
viril. Mi alma se partió en un millón de pedazos.
Su corto
cabello cobrizo se sacudía a la altura de los hombros cada vez que ella
avanzaba o retrocedía para engullir ese gran pene que debía llegar hasta lo más
profundo de su garganta. Noté que Cristian se movía de forma extraña
aferrándose a las nalgas de mi esposa con fuerza, clavando sus dedos en ellas.
Supe que estaba dejando salir todo su semen dentro de ese culito que yo creía
virgen. Apenas se apartó pude ver un líquido blancuzco saliendo del dilatado
agujerito. El morbo chocó de frente contra mi furia y la hizo trastabillar. No
supe cómo asimilar esa extraña y repentina sensación. Por un lado quería
llorar, maldecir, insultar, golpear y hasta matar; por otro lado quería seguir
observando a mi esposa disfrutando de las más prohibidos y lujuriosos actos.
Aunque en este momento mi instinto asesino era más fuerte, a pesar de no ser
capaz de mover ni un músculo.
Hernán se
sentó en el centro de la cama y Julia se montó sobre él, tal y como yo había
imaginado durante mi guardia nocturna. ¿Por qué mis paranoicos pensamientos
debían ser ciertos? No quería. Quería que todo volviera a la normalidad, que mi
esposa pasara las noches sola, extrañándome para hacerme el amor
apasionadamente en cuanto llegara, pero allí estaba, brindándoles toda esa
pasión a sus amigos y amantes. Saltaba con agilidad mientras ese gran miembro
se enterraba en su vagina. Él separó las nalgas de mi mujer sólo para que yo
pudiera ver una vez más su orificio trasero dejando salir abundante y blanco
semen. Cristian se había perdido de mi vista pero sabía que seguía dentro de la
habitación, mirando tan atentamente como yo lo hacía refugiado en el frío y la
oscuridad de la noche. Los enérgicos gemidos de Julia llegaron a mis oídos, la
estaba pasando realmente bien y su vagina se veía más abierta que nunca para
recibir todo ese pedazo de carne.
No soporté
más. No quería ver más. Con un enorme esfuerzo logré levantarme. No sentía mi
cuerpo. Caminé por inercia, ni siquiera me acerqué a acariciar a mi amada
perra. Me costó horrores atravesar ese tapial sin fuerzas para trepar por él.
Deambulé por
la calle con el frío colándose por todas las rendijas de mi abrigo. Estaba
abatido, como si me hubieran arrancado una parte de mi vida, no podía creer que
mi dulce y gentil Julia se sometiera a actos tan obscenos, ella que siempre fue
tan reservada con el tema sexual. Muchas veces le propuse la idea de realizar
un trío pero ella se negaba, a pesar de que en ocasiones admitía que la
fantasía le parecía interesante, no se animaba a llevarla a cabo. Conmigo no,
pero con sus amigos sí. No le importaba que se la cogieran entre dos siempre y
cuando yo no estuviera allí. El odio se apoderó de mí, golpeé con furia el
tronco de un árbol, mis manos estaban tan frías y adormecidas que apenas lo
sentí, pero seguramente me dolería mucho al día siguiente, hasta tenía la
sensación de haberme fracturado algún hueso o tal vez sólo eran los fragmentos
de mi corazón esparciéndose por mi cuerpo.
El irme fue
una idea acertada sino quien sabe qué locura pude haber cometido. No quería
lastimar a Julia, por más que estuviera engañándome, yo la amaba. La odiaba
pero la amaba. Tenía muchas horas por delante hasta que ella comenzara a
preguntarse dónde estaba. No volví a mi casa hasta el día siguiente, cuando
ella ya estaba durmiendo. Entré sin hacer ruido y me senté a su lado en la
cama, estaba completamente desnuda, su fragancia era agradable, seguramente se
había duchado poco antes de acostarse. Acaricié su pelo meditando si debía
contarle o no sobre lo que vi. Aún tenía grabadas en mi mente las impactantes
imágenes del acto sexual, de ella mamándosela a Hernán y el semen de Cristian
escapando de su traserito. Apreté su cabello sin medir mis actos. Se despertó
sobresaltada pero se tranquilizó al verme, se revolvió en la cama durante unos
segundos y de a poco volvió a su plácido sueño. Me quedé llorando a su lado
admirando su bella desnudez. No podía perderla, la amaba demasiado.
Me mantuve a
la expectativa durante los días siguientes, no hablé sobre el tema, de hecho casi
no le dirigí la palabra, pero intenté mostrarme tan animado y cordial como me
fue posible, no quería que sospechara que yo sabía lo que ocurría. Cientos de
ideas daban vueltas en mi cabeza. No sabía cómo actuar. Me enteré que el sábado
por la noche la visitaría una pareja amiga, supuse que serían Rogelio y su
esposa, no debía preocuparme por él, era un viejo decrépito que a duras penas
podría satisfacer a su propia mujer, pero aun así intercambié turnos con un
compañero, sin decírselo a Julia. Necesitaba saber si lo ocurrido era una
práctica habitual o había sido producto del tropiezo y calentura de una noche.
¿Eso cambiaría algo? No lo sé. Pero no se me ocurría nada más en este momento.
La idea que repiqueteaba en mi cerebro era que luego de la visita de esta
pareja amiga entraría en escena uno de sus amantes.
Esta vez me
quedé en el patio, agazapado en un rincón oscuro con Beretta sentada fielmente
a mi lado. Aguardé hasta que la pareja se fuera o que alguien llegara, pasaron
los minutos y no podía ver ni oír nada fuera de lo normal. Antes de irme
corroboré que la ventana del cuarto quedaba abierta, era muy raro que ella la
bajara si yo la dejaba así, también comprobé que las cortinas no obstruyeran mi
visión, por eso fue muy evidente que algo estaba pasando cuando la luz del
cuarto se encendió. Me moví con la cautela de un soldado intentando que mi
silueta se confundiera con el entorno. Miré hacia adentro desde una distancia
prudencial. Julia se estaba quitando la blusa mostrando un bonito corpiño que nunca
le vi usar. Para mi sorpresa un hombre se acercó por detrás y le desprendió el
sostén. Me llevó un rato reconocerlo, conocía muy bien ese rostro solo que no
lograba asociarlo con la situación. Era mi compañero de guardia, Manuel
Álvarez. ¿Qué mierda hacía en mi casa, desnudando a mi mujer? Esto ya era el
colmo, él era casado, ¿Qué pensaría su mujer si…? Su mujer. ¡Allí estaba! Con
su rubia melena y sus caderas regordetas floreándose ante mi esposa.
Varias veces
hablé con Julia con respecto al tema de incluir mujeres en mis vanos esfuerzos
por lograr un trío. Como me casé a temprana edad y no me acosté con otra mujer
que no sea mi esposa, deseaba probar otra carne, pero jamás le sería infiel.
Ella se mostraba abierta a los temas sexuales en las conversaciones, más de una
vez me afirmó que le intrigaba el sexo lésbico y hasta nos permitimos fantasear
con algunas mujeres, puntualizando qué haríamos con ellas si tuviéramos la
posibilidad, pero cada vez que sugerí concretar la idea, ella se acobardaba.
Por más que yo insistiera que se le pasaba la vida sin probar experiencias
nuevas. Le hice entender que mi intención era que ella también probara cosas
nuevas, con otro hombre o mujer, estando yo presente, claro está.
Al parecer
este último punto no le quedó tan claro como suponía, porque allí estaba,
acariciando los ya desnudos pechos de Celeste, la esposa de Manuel, como si fuera
lo más natural del mundo mientras mi compañero de trabajo sobaba los suyos
desde atrás y le daba besos en el cuello. La rubia se encargó de quitarle el
pantalón y la tanga a Julia quien mostró su suave pubis exento de pelitos.
Durante mi larga espera había tomado una decisión. Si veía una vez más a mi
mujer con alguno de sus amigos, intervendría y armaría la batalla campal que ameritaba
la situación, pero esto era diferente, totalmente inesperado. Yo solo podría
fácilmente con Cristian y Hernán, pero Mauro era un igual, recibió el mismo
entrenamiento que yo y no me sería tan fácil dejarlo fuera de combate ¿Pero qué
digo? Si ni siquiera deseaba de golpearlo, ni a él, ni a su mujer ni a la mía.
Simplemente estaba paralizado atento a cada movimiento que hicieran.
Ambas mujeres
se arrodillaron al unísono y Álvarez dejó su pene ya erecto fuera del pantalón,
apreté mis puños en el mismo momento en que Julia se lo tragó. Eso me llenó de
odio pero el ver que Celeste la acompañaba, lamiendo los testículos de su
marido, la envidia se apoderó de mí. Debía ser yo quien estuviera allí y
debería ser mi pene el que chupaban. Quería ser yo quien sintiera por dentro
esas preciosas boquitas. Quería esos labios apretándose en la punta de mi
glande, las lenguas de las mujeres se entrelazaban y se turnaban para comerla.
Lo hacían con gusto, incluso pude ver a Julia sonriendo antes de volver a
engullirla. Esa mamada debía ser para mí, incluso quería metérsela hasta la
garganta a las dos y que me dijeran lo rica que estaba tal como lo hacían con
Manuel.
Mi esposa se
puso de pie ¿Qué haría después? La morbosa intriga estaba menguando mi rabia.
Nuevamente mi mente se debatía entre el sí y el no. El blanco y el negro. El
entrar a matar o el quedarme mirando. Cuando Julia se acostó bocarriba en la
cama dejando sus piernas colgando por el borde supe que estaba por ver algo
trascendental. Mauro se arrodilló en el colchón y le ofreció nuevamente su
verga, la cual ella tragó sin miramientos. Celeste por su parte, se arrodilló
entre las piernas de mi mujer y comenzó a lamer suavemente sus blancos muslos
de porcelana. Me impacienté al ver eso, por unos instantes olvidé mis rencores
y llegué a desear que esa llamativa rubiecita llegara hasta el punto culminante
de una vez. Daba lamidas acercándose más y más su lengua recorría el pubis y
las piernas como si estuviera cerrando un cerco alrededor de esa suculenta
vagina, pero no la tocaba. Me preguntaba qué esperaba ¿por qué no lo hacía de
una vez? Julia parecía muy entretenida con el pene dentro de su boca,
seguramente lo vería mucho más apetecible que al mío. De pronto Celeste avanzó
y dio una firme lamida entre los labios vaginales, mi mujer ni siquiera
reaccionó, pero yo sí. Por primera vez estaba viendo esa escena con la que
tanto fantaseé, que otra mujer le comiera la conchita a mi esposa, pero yo no
estaba ahí y el saber que me estaban dejando fuera me enardecía.
¿Por qué
tenían que dejarme de lado? ¿Por qué mi esposa no fue capaz siquiera de
comentarme sobre esto? De pronto lo entendí. Era un castigo, aunque a mí no me
llegara el mensaje de forma directa, ella me estaba castigando por mis
insistencias con los tríos. Recordaba que poco tiempo atrás hasta llegué a
decirle que ella no se animaría a hacer tal cosa porque era una miedosa, esa
fue una discusión bastante fea y creo que la ofendí. Allí estaba ahora,
demostrándome cómo se animaba a acostarse con dos personas a la vez. La bronca
en mi interior resurgía pero era muy inestable, el ver cómo Celeste lamía su
entrepierna de Julia tenía un efecto opuesto en mí. Permanecí en mi lugar de
guardia, estático, entumecido, expectante y excitado.
Sin dejar de
lamer, la rubia se despojó de toda su ropa. Luego las mujeres rodaron sobre la
cama y comenzaron a acariciarse suavemente, se miraban a los ojos mientras una
buscaba los puntos clave de la otra. Vi a Julia lamiendo un pezón como tantas
veces yo soñé que lo hiciera. Sus caricias eran cariñosas y parecían jugueteos
románticos de una pareja de lesbianas que se conocían desde hacía tiempo. Manuel
se unió a las chicas y separando las piernas de Claudia, la penetró. El rítmico
bombeo era hipnótico, no podía dejar de mirar cómo su verga entraba y salía de
esa hermosa vagina que yo nunca poseería. Mi mujer no se mantuvo al margen,
optó por sentarse sobre la cara de su amante lésbica y dejar que ésta le
lamiera el clítoris. Los tres parecían estar mágicamente sincronizados. Como si
cada uno supiera cuál era su rol. Me pregunté cuántas veces lo habían hecho
antes, porque era evidente que ésta no era la primera. El disgusto volvió.
¿Cuánto tiempo llevaba mi esposa engañándome? Divirtiéndose a mis espaldas mientras
yo pasaba horas parado en el medio de la nada o aguantando delincuentes
maleducados que me hacían llegar al límite de mi tolerancia, la cual era mucha
y ahora lo estaba demostrando. Si no fuera así ya hubiese irrumpido en mi
cuarto para que Julia supiera que el mensaje ya fue recibido fuerte y claro,
pero había algo más en todo esto. La extraña satisfacción que me producía verla
con su espalda arqueada, los ojos cerrados y masajeando sus pechos mientras la
rubia le comía la concha.
Pocos minutos
después Julia se tendió en la cama con las piernas abiertas, le estaba pidiendo
a Manuel que se la metiera, ella gimió y suplicó hasta que el hombre cumplió.
Se colocó frente a ella y la clavó con una sensualidad muy diferente a la que
yo solía utilizar con mi esposa. Ella pareció encantada, pidió más y él le dio
más. Si bien los movimientos eran apasionados y hasta educados, la velocidad
con la que la penetraba se incrementaba a cada segundo. Se estaba cogiendo a mi
mujer justo delante de la suya y yo tenía que ver todo desde el frío patio.
Podía escuchar los intensos gemidos, hacía mucho tiempo que no la escuchaba tan
excitada. Claudia aprovechó el éxtasis para sentarse con las piernas abiertas
sobre la boca de Julia. La rubia quedó mirando de frente a mí, dándole la
espalda a su marido. Miraba hacia el patio como si supiera que yo la observaba
y hasta me dio la impresión de que me estaba provocando, la lengua de mi mujer
jugaba con su clítoris y los ojos de Claudia se clavaban en mi dirección con
una sensualidad increíble. Apretaba sus firmes pechos y meneaba su cadera como
si me estuviera invitando, como si quisiera que yo la cogiera. Luego volví a la
realidad y supe que ella no podía verme, de lo contrario hubiese gritado por el
susto. La mujer sólo estaba disfrutando de la buena chupada que le estaban
dando, ya era un hecho, mi mujer chupaba conchas y esto parecía agradarle.
En estos
momentos no podía sentir ni frío ni calor. El viento helado ya no me afectaba
tanto ya que en mi interior crecía una inmensa calidez, si bien no podía mover
ni un músculo o me acalambraría, la excitación me hacía todo más agradable, más
placentero, más confortable. Dejé de lado el concepto de infidelidad por unos
instantes y miré hacia los tres amantes, lo que hacían era hermoso, por un
momento quise que mi esposa gozara, que la sometieran al placer, que ella
rogara porque la cogieran y que lo hicieran con fuerza. De hecho había algo de
cierto en todas mis locas ideas, Julia se puso bocabajo hundiendo la cara entre
las piernas de Claudia y Manuel comenzó a penetrarla analmente. Su culito ni
siquiera opuso resistencia, recibió todo el pene en pocos segundos. Ambas
mujeres gemían y gritaban de placer y mi cuerpo no pudo contener toda esa
calentura. Por un momento creí que mi pene rebalsaba y dejaba salir todo su
contenido sexual dentro de mis pantalones. Esto sí que era inusual, ¿acabé sin
siquiera tocarme? Lo más extraño era que no sentía humedad en mi ropa interior,
al parecer fue un estremecimiento intenso, pero el semen no llegó a salir. El
que si salió fue el del pene de Manuel, que salpicó de blanco la espalda de
Julia. Las mujeres continuaron con sus juegos sexuales, se colocaron en la
posición del 69 y se comieron las conchas mutuamente. Me fascinó ver a mi mujer
en pleno acto lésbico. Era una de mis mayores fantasías sexuales. La boca de mi
esposa se aferraba a esa vagina con pasión y la lamía por completo. En ese
momento pensé que si la perdonaba por el adulterio tal vez yo mismo podría
gozar de esa preciosa rubia junto con ella, o puede que sea con otra mujer.
Debía controlar mis pensamientos, no cometer una locura, tal vez pudiera sacar
algo de provecho de todo esto. Tal vez ella se sintiera culpable y me ofrecería
formar un trío con su amiga.
Cuando ambas
mujeres cayeron rendidas abandoné el patio cautelosamente. Sabía que debía
hacer tiempo hasta que mi turno laboral terminara, fue una tortura tener que
esperar tanto tiempo pero cuando por fin pude hacerlo, regresé a mi casa. Era
cerca de la medianoche cuando entré haciendo el menor ruido posible sin parecer
un bandido, al fin y al cabo esa era mi propia casa. Allí estaba Julia desnuda
en su cama, al parecer entre tanto sexo ya se había olvidado prepararle la cena
a su marido cuando éste llegara de trabajar, no vi más que algunas empanadas en
una bandeja y ella debía saber que yo no me saciaría con tan pocas, pero no era
alimento lo que buscaba. Me acerqué a ella y me senté a su lado. Admiré su
desnudez, estaba más hermosa que nunca bajo la luz de la luna. Recorrí sus pechos
con los dedos y bajé suavemente hasta su pubis. Luego comencé a masajearle el
clítoris, esta vez quería ser yo quien disfrutara de su cuerpo.
Se despertó
sobresaltada pero le sonreí para tranquilizarla, quería actuar de forma normal.
Volví a tocar su vagina y ella se retorció incómoda apartándose un poco.
-Andrés, ¿Sos
vos?
-Si Julia
¿Quién más va a ser? –le pregunté irónicamente.
Esta vez
intenté meter un dedo en su sexo pero a ella pareció molestarle mi insolencia.
-¡No, no!
¡Salí! ¡Ahhh!
-¿Pero qué te
pasa? Soy tu marido ¿acaso yo no puedo tocarte? –tenía ganas de decirle que sus
amigos podían hacer lo que quisieran con ella pero que conmigo se ponía
quisquillosa.
Bajó de la
cama aferrándose a las sábanas, tal vez la expresión de mi rostro cambió
drásticamente, tal vez ella se dio cuenta de que yo sabía sobre sus aventuras
sexuales. Se sentó en el piso con la espalda en un rincón. Me le acerqué
rodeando la cama.
-¿Acaso yo no
tengo derecho de coger un rato después de que llego muerto de cansancio del
trabajo? –me miraba aterrada.
-¡Me estás
asustando!
-Vamos Julia,
si sabés que yo sería incapaz de lastimarte –intenté aferrarla por los brazos
para que se levante.
-¡No, salí!
¡Dejame!
Eso me sacó
de quicio. No sólo me engañaba con cuatro personas, no una, cuatro, sino que
también me impedía hacerle el amor. Tenía que controlar mi furia, no debía
cometer una locura. Sabía dónde estaba el arma y sabía dónde estaban las balas,
pero no. No podía usarlas contra ella. No podía golpearla, no a Julia, por más
que sus tratos y actitudes me hicieran mierda, era incapaz de lastimarla pero
estaba tan enojado que no podía controlarme. Tomé la única decisión acertada
que se me ocurrió. Me fui del cuarto dando fuerte portazo, ella gritó una vez
más por el susto pero no me quedé ni un segundo más en la casa. Mientras
caminaba por la vereda supe que había salvado la vida de mi esposa, de haberme
quedado medio minuto más ella ahora estaría muerta y yo arrepentido de por
vida.
Nuestra
relación se deterioró completamente después de esa discusión, si antes
hablábamos poco ahora ya ni siquiera nos dirigíamos la palabra, yo intentaba
pasar el menor tiempo posible en mi casa y aproveché para devolverle a mis
compañeros todos esos turnos que les había pedido. Era muy difícil pasar tanas
horas fuera de casa sabiendo que a mi esposa se la estaría cogiendo cualquiera
de sus amigos. Que ellos sí podían probar su culito y a mí me era negado, ellos
sí tenían derecho a formar tríos incluyéndola, pero yo, que era su marido, no
podía. Uno de esos días de guardia me enfurecí tanto que casi mato a un preso
que se escondía en un rincón del patio para fumar un cigarrillo sin tener que
compartirlo. Lo agarré de las solapas y lo azoté contra una pared, sin previo
aviso, comencé a gritarle de todo mientras él luchaba por huir. Hasta le dije
que lo mataría, mi voz sonó tan convincente que el pobre idiota se orinó en los
pantalones. Lo dejé allí, tirado en su propio charco de orines y me fui con las
manos temblorosas. No hubo testigos del incidente y no dejé marcas en su
cuerpo, así que de presentar cargos, sería mi palabra contra la suya.
Un par de
noches más tarde me encontraba haciendo guardia en el exterior de los
pabellones, mientras caminaba de un lado a otro vi una figura que se acercaba
hacia mí. En pocos segundos supe que se trataba de Manuel Álvarez, no esperaba
verlo allí, no sabía cómo reaccionar, tenía ganas de golpearlo pero él siempre
fue un buen tipo conmigo, dejando de lado el hecho de que se estaba cogiendo a
mi mujer. Debía controlarme o mi ira se dispararía y tal vez mi rifle también.
No quería estar de por vida del lado opuesto del pabellón por un arrebato de
locura. Decidí ignorarlo, pasé a su lado sin dirigirle la palabra pero me
permití chocar contra él cargando el peso de mi cuerpo sobre mi hombro. Manuel
trastabilló y casi cae al piso, lo miré de reojo, él miraba hacia mí
preocupado, seguramente estaría pensando por qué motivo reaccioné así, haría
igual que con mi esposa, les daría pequeñas pistas indicándoles que yo poseía
información que ellos desconocían hasta que terminaran por confesar sus
crímenes.
No podía pasar
mucho tiempo pensando en frío, a veces mi mente divagaba y recordaba lo
ocurrido de formas diferentes, por un lado tenía excitantes imágenes de mi
esposa en pleno acto sexual, recibiendo penes en su ano o lamiendo vaginas, no
podía evitar que mi cuerpo se calentara al recordar esas escenas. Por el otro
lado estaba la pesadilla de la infidelidad, el saber que Julia me despreciaba
de esa manera y prefería acostarse con sus amigos… y no tan amigos, en lugar de
hacerlo conmigo. Ella me odiaba, tal vez las largas horas lejos de casa y mis
modales autoritarios habían hecho mella en ella. Pero no era mi culpa, yo no
escogí este trabajo, yo me partía el alma dándole todo lo necesario y ella me
pagaba de esta forma. Era una puta, no había otra explicación. Le gustaba
coger, conmigo lo admitía, lo disfrutaba, pero al parecer yo no era suficiente
para esa puta. Ella quería más, quería que le den entre dos y que su marido no
se enterara de nada. La odiaba. ¿De verdad la odiaba?
Recurrí una
vez más a mi vieja treta de no asistir al trabajo y colarme por el patio, la
ventana seguía en la misma posición en la que yo la dejé y esta vez el vidrio
estaba apenas abierto. Pude escuchar voces ni bien me acerqué.
-¿Cuándo te
vas a decidir Juli? –ese era Cristian, sin dudas.
-Ya te dije
que es muy difícil para mí –estaban en mi cama, aún llevaban la ropa puesta
pero él no dejaba de acariciar su mejilla.
-¿Es por
Andrés, cierto?
-Claro que es
por Andrés.
-Pero ya te
demostré lo mucho que te quiero y ya viste lo bien que la podemos pasar juntos.
-Sí, lo sé.
Pero eso no cambia nada Cristian. No es una decisión que pueda tomar de un día
para otro.
-Pero ya pasó
más de un día.
-No me
presiones, por favor. Te prometo que en algún momento voy a blanquear las cosas
con vos.
La muy hija
de puta tenía pensado dejarme por ese imbécil, ya no la veía como mi mujer. Era
una puta más, una puta que servía para coger y nada más. Apreté los puños y las
muelas, quería gritar pero me contuve.
-Está bien
linda, no te presionó más, con una condición.
-¿Cuál?
-Que me la
chupes.
Apenas dijo
esto sacó su flácido pene del pantalón, agarró a Julia por la nuca y
prácticamente la obligó a tragarlo. Una vez quise hacer eso con ella y tuvimos
una fuerte discusión, yo le expliqué que no era nada más que un juego, pero
ella lo vio como una falta de respeto. Estuvimos largo rato discutiendo y no
dejé de argumentar que ella debía ser menos rígida con su vida sexual y
aprender a disfrutar más, divertirse más. Tomarse las cosas con gracia. Después
decía que el viejo mañoso era yo.
Esta vez si
que se lo tomó con gracia, hasta me pareció escucharla reír mientras engullía
toda esa carne y la chupó hasta que se puso dura. ¡Puta de mierda! ¡Espero que
te cojan bien fuerte y te dejen el culo roto! La detestaba pero a su vez me
calentaba verla mamando con tantas ganas, deleitándose tanto con una verga en
su boca. Ni siquiera a mí me la chupaba con tanto entusiasmo. Cada vez que me
hacía sexo oral lo hacía con dudas y duraba poco tiempo, pero esta vez era muy
diferente. Pasó largo rato chupando sin parar mientras Cristian le pedía que le
lamiera de una forma u otra. Ella obedeció siempre sin chistar. La vi llevar
una mano a su entrepierna, la muy desgraciada empezó a masturbarse. Sólo en
raras ocasiones conseguí que se masturbara frente a mí, siempre decía que le
daba vergüenza que la vieran haciéndolo, pero allí estaba, despojándose de su pantalón y metiendo los dedos en lo profundo de su
sexo mientras su amante se humedecía los
dedos con saliva y los introducía en ese culito blanco y redondo.
El frío del
ambiente era muy intenso, tenía miedo de que mis dedos se congelaran. Mis
músculos estaban más entumecidos que nunca pero el calor que recorría por mi
interior me reconfortaba mucho. Esa calidez era producida por los gemidos de mi
esposa y por ver cómo dos dedos entraban en su ano con gran facilidad. El morbo
se apoderaba de mí, quería ver cómo le daban por atrás. Ya no me importaba lo
que sentí por ella alguna vez, esos sentimientos estaban muertos, ella misma se
encargó de matarlos. Julia se montó sobre su amante y el erecto pene se clavó
en su vagina como un cuchillo en mantequilla. Dio amplios saltos castigando su
sexo mientras se quitaba la blusa y dejaba que los pechos saltaran junto con
ella. Casi podía sentir como si yo mismo la estuviera penetrando, pero me
molestaba tener que pretenderlo, ella era mi mujer y así debería coger conmigo,
no con ese idiota.
-¡Ahhhhh!
–gritó Julia, pero fue un grito de terror.
-¿Qué pasó?
–preguntó Cristian preocupado.
-¡Afuera! –señaló
directamente hacía mí- ¡Hay alguien afuera!
Me
descubrieron, no podía ser. Yo ni siquiera me estaba moviendo y me encontraba
agazapado entre las plantas del jardín. Podía intentar correr y simular ser un
simple ladrón pero preferí permanecer estático hasta que estar totalmente
seguro. Ambos miraron a través de la ventana.
-Es la perra
Julia –de reojo pude ver a Beretta caminando cerca de mi posición.
-Me pareció
ver otra cosa…
-¿Qué otra
cosa? Te digo que es la perra. No te asustes.
-Sí… tenés
razón, tiene que haber sido la perra.
Ya recobrada
del susto reanudó sus movimientos aunque lo hizo lentamente al principio, como
si fuera un motor calentándose lentamente. Agradecí a mi querida perra por
salvarme de esta, no quería acariciarla para que no notaran mis movimientos
pero luego le compraría algún buen bocado como premio.
El acto
sexual ganó intensidad una vez más y llegó eso que yo deseaba ver, o mejor
dicho, que deseaba hacer. Julia se puso en cuatro apuntando su culito en mi
dirección. Abrió sus nalgas y aguardó a que Cristian la clavara por detrás.
Comenzó a gemir como una puta en cuanto la tuvo adentro. ¿Cómo podía ser que le
entrara con tanta facilidad? En mis intentos por penetrarla analmente nunca
conseguí meter más que el glande sin que ella se quejara por el dolor, pero ya
había pasado mucho tiempo desde la última vez que intenté hacerlo. Eso era lo
que más bronca me daba, que hacía con sus amantes todo lo que yo le pedía. Me
excluía de mis propias fantasías eróticas y me castigaba por insistirle tanto.
Ella llegó a un intenso orgasmo mientras se masturbaba, la verga en su culito
entraba y salía rápidamente mientras ella gemía y soltaba jugos por su
agujerito vaginal. Nunca en mi vida la vi tan mojada. Eso atacó directamente a
mi orgullo, ese hijo de puta no sólo tenía acceso al culo de mi mujer sino que
también se la cogía mejor que yo. Tuve que retroceder lentamente y agazaparme
detrás de un árbol. Estaba colérico. Tenía ganas de matar a ese desgraciado.
Sentía que mi pecho explotaría en cualquier momento. La angustia me dificultaba
respirar.
No sé cuánto
tiempo estuve lamentándome pero reaccioné al escuchar la puerta del frente
abriéndose. Julia se estaba despidiendo de su amante. Apenas ella regresó a la
casa salté sobre el tapial y pude ver a Cristian caminando por la vereda en mi
dirección, estaba a punto de encender un cigarrillo cuando la furia me superó.
Salté sobre él y lo empujé tan fuerte que lo hice caer de espaldas contra un
arbusto.
-¡Hijo de
puta! –No quería gritar muy fuerte para que mi mujer no pudiera oírnos- te voy
a matar, hijo de puta.
Me miró
aterrado, intentó retroceder pero la vegetación se lo impedía. Yo sabía muy
bien que no podía matarlo, no le daría el gusto, no iría a la cárcel por su
culpa.
-No te quiero
ver nunca más por acá. Si te veo otra vez la vas a pasar muy pero muy mal. ¿Te
quedó claro? –No me respondió- ¡Andate! Andate antes de que te muela la cara a
trompadas –no quería golpearlo porque sabía que luego no podría detenerme.
Se levantó
lentamente pero no se movió de su sitio, lo miré a los ojos, parecía aturdido y
confundido. Al parecer el efecto sorpresa inclinó las cosas a mi favor,
conseguí asustarlo de verdad. Pasé a su lado y entré en mi casa, no me
importaba si Julia no me esperaba, quería causar el mismo efecto en ella. La
puerta del cuarto estaba entreabierta. Ella ya estaba acostada, completamente
desnuda, al parecer la muy puta ya no usaba ropa para dormir. Di una patada a
la puerta y ésta se azotó violentamente contra la pared. Julia dio un salto e
instintivamente se cubrió con las sábanas.
-Así que esas
tenemos –le dije apuntándole con el índice.
-¿Andrés?
-Sí, Andrés.
Al menos te acordás de mi nombre, puta de mierda. ¿Con cuántos tipos te estás
acostando? –Me miró con la boca abierta- ¡Contestame puta! –Pateé la cama
haciéndola temblar, ella soltó un grito- ¿Quién más te está cogiendo?
-¡Ay no!
Calmate, por favor –hundió su cabeza en la almohada para evitar mirarme- ¡Me
estás asustando!
-¡Esta es mi
casa, puta de mierda! –Caminé alrededor de la cama y abrí de un zarpazo la
puerta del ropero- ¡Y vos traes gente para que te coja en mi propia cama!
Allí estaba
la caja con la pistola, llena de polvo por la falta de uso, también vi una
pequeña caja con balas escondida en un rincón oscuro. Podía escuchar el copioso
llanto de Julia a mi espalda. Extendí mi mano hacia el ropero pero me detuve a
medio camino. Esa no era la solución, no podía hacerle eso. Por más que ella me
hubiera traicionado de esa forma, en algún momento la amé… Todavía la amaba.
-La semana
que viene te quiero afuera de mi casa, más te vale que ya no estés cuando yo
vuelva –intenté que mi voz sonara tranquila y con seguridad, quería que ella
captara el mensaje de forma directa- no te quiero ver nunca más Julia, que te
cojan todos los que quieras, pero andate de mi vida- diciendo esto me marché de
mi casa.
En un
principio pensé en hacer las cosas tal y como las dije, volver luego de unos
días y ver que Julia ya se había marchado, pero la incertidumbre me ganó.
Pasados pocos días regresé una vez más a ese amplio y tupido patio, encontré a
Beretta cavando un pozo en una esquina y decidí no molestarla. Tenía la gran
necesidad de saber si Julia seguía acostándose con sus amantes aunque yo ya
haya puesto mi ultimátum. Ya estaba cayendo la noche cuando se encendió la luz
del dormitorio. Como la ventana permanecía abierta pude escuchar claramente lo
que decían, pero no me asomé por miedo a ser descubierto.
-… ya no sé
qué hacer Felicia. Todo esto es muy traumático –al parecer mi esposa estaba
hablando con una de nuestras vecinas, una vieja de unos 60 años que tiraba las
cartas y decía leer el futuro en las manos de las personas, a mí siempre me
molestó que mi esposa fuera amiga de esa mujer. ¿Acaso se acostaba con ella
también?
-Te entiendo
querida, pero tenés que buscar una solución. No podés dejar las cosas como
están y simplemente irte a otra parte.
-Es que me da
miedo quedarme acá. Cristian también me recomendó que me vaya… después de lo
que le pasó. Eso lo asustó mucho –al parecer ni siquiera hizo falta darle una
trompada a ese miedoso, lo que me irritaba era que el muy cobarde haya ido con el
cuento a mi mujer.
-¿Y él sabe
sobre lo que pasó en tu cuarto?
-Sí, yo le
conté. Te juro que no sé cómo controlarlo. No veo más solución que irme a vivir
a otro lado.
-Él está
enojado con vos, eso es evidente –claro que estaba enojado ¿debería ponerme
contento de que todo el mundo se acostara con mi mujer- hoy estuve hablando con
tu amigo Manuel –continuó la vieja con voz rasposa- me contó sobre los
incidentes en la penitenciaría.
-Sí a mí
también me contó, yo al principio no le quise creer… - al parecer se estaban
esparciendo rumores en mi lugar de trabajo, puede que el preso al que agredí
haya ido con el cuento a otros guardiacárceles y seguramente Manuel habrá
comentado sobre mi actitud agresiva, esto no podía terminar bien.
-¿Vos
intentaste hablar con él?
-Sí… pero fue
en vano. Estaba aterrada.
-Ese es un
problema, vos no tenés por qué tenerle miedo, intentá hablarle tranquila, él
necesita una explicación sobre todo esto. Él no debe comprender por qué actuás
de esa forma.
-Ni creo que
lo comprenda –esta vez tenía que estar de acuerdo con mi mujer, no había forma
de que yo justificara sus actos.
-Prometeme
que si vuelve esta noche, o una de éstas, vas a hacer lo posible por hablar con
él. Yo creo que eso podía arreglarlo todo.
-Está bien,
te lo prometo.
-Y no tengas
miedo, él es tu marido y te ama. No te va a lastimar.
La pena me
abrumó, ¿por qué todo tenía que ser así? ¿Por qué no podíamos seguir viviendo
como una pareja normal? Ahora todo el barrio se enteraría de que ella se
encamaba con medio mundo, seguramente esa vieja le iría con el chisme a todos.
Tal vez sea lo mejor, que sepan que la hija de puta fue Julia, por haberme
engañado. Yo me veía obligado a entrar como un ladrón a mi propia casa, debía
soportar el frío y la angustia para enterarme de todo espiando a la gente
porque ella no se animaba a hablarme de frente.
Tenía que
ponerle fin a todo, debía hablar con ella. Cuando ella fue a acostarse entré a
la casa por la puerta principal. Hice un poco de ruido para no sobresaltarla,
hasta la llamé por su nombre. No sabía si esto la pondría en alerta pero al
menos sabría que no se trataba de un ladrón. Entré suavemente al cuarto, aún no
dormía pero ya estaba acostada, completamente desnuda y apenas cubierta por una
sábana. Me acerqué y me senté a en el borde de la cama, acaricié su brazo y se
sobresaltó.
-¿Andrés, sos
vos? –dijo girando rápidamente hacia mí.
-Si Julia,
soy yo. No te asustes –mi voz fue serena.
-¿Andrés?
-Vine para
que hablemos, como marido y mujer.
-¿Estás ahí
Andrés? -¿pero qué le pasaba, se quedó ciega de repente? Encendí la lámpara
para que me viera mejor- ¡Ay por Dios! –gritó y se alejó de mí.
-¿Qué te pasa
Julia? ¿Estás loca? Te estoy hablando bien.
-Andrés… si
estás ahí necesito que me escuches, no se sí vas a entender lo que te digo –su
voz temblaba y yo no entendía por qué motivo me hablaba de esa forma- desde…
desde que te fuiste mi vida cambió drásticamente. Este último año fue una
tortura para mí…
-Pero si no
me fui un año chiquita.
-… me llevó
mucho tiempo asumir la realidad. Asumir que ya no ibas a volver. No tenía más
razón para vivir.
-¿De qué
hablás Julia? –me acerqué y la tomé de la mano, se quedó muda durante un
segundo.
-Puedo… puedo
sentirte –dijo mirando sus dedos- sé que estás acá –una lágrima cayó por su mejilla-
sé que estás enojado conmigo… por las cosas que hago. Pero creeme que lo hago
siempre pensando en vos. Todo este tiempo me lamenté de no haber disfrutado
esas experiencias en tu compañía y supuse que vos querrías que las disfrutara
yo. Tal vez me equivoqué, pero si podés entenderme, creeme que pienso en vos
todo el tiempo. Siempre vas a ser el hombre de mi vida. Aunque ya no estés de…
de cuerpo presente –tragó saliva.
¿Qué era todo
esto? ¿Por qué hablaba de una forma tan críptica? ¿Por qué se refería a mí como
si yo estuviera…? No era posible. Yo me sentía bien, con un poco de frío y algo
entumecido pero…
En ese
momento miré la ventana, estaba abierta casi por completo. ¿Por qué Julia
abriría la ventana en un día de tanto frío? Además, estaba completamente
desnuda como si… como si fuera verano. ¿Acaso era yo el único que sentía frío?
A pesar de poder moverme sentía entumecimiento en todo mi cuerpo, como si
hubiera estado haciendo guardia durante un tiempo muy prolongado sin mover un
músculo.
-También…
también quiero que sepas que el hijo de puta q te hizo esto está preso y no va
a manejar nunca más en su vida, de eso me voy a encargar personalmente.
¿Manejar?
¿Qué hijo de puta? La ruta. La curva. Los faroles de un auto acercándose a gran
velocidad. Intenté esquivarlo pero… pero no lo hice a tiempo. Eso fue un sueño,
una pesadilla que tuve hace tiempo. No tenía nada de real. No podía ser real.
La mano de Julia se acercó a mi rostro y cuando llegó a mi mejilla pude sentir
un leve roce y luego sus dedos siguieron a través de mi cabeza.
-Quiero
pedirte que ya no asustes a Cristian. Casi lo matás de un infarto… sé que
fuiste vos. ¿Quién más sino? Él no es un mal chico, él me cuidó mucho durante
este tiempo y siempre te respetó mucho. Me siento como una tonta hablando sola,
pero si me estuvieras escuchando sería un gran alivio para mí decirte todo
esto. Me costó mucho iniciar con mis fantasías… tus fantasías sexuales. Siempre
tuve miedo de hacerlas realidad, lo posponía porque como una idiota creía que ibas
a estar siempre a mi lado –más lágrimas brotaron de sus ojos- me hubiera
encantado hacer todo eso con vos. Hoy en día el sexo es lo único que me
recuerda que estoy viva, mi vida está completamente vacía sin vos. Intento
hacer las cosas tal y como vos me las pedías, intento sacarme los miedos que
tenía en cuanto a la sexualidad, quiero disfrutar sin remordimientos y siento
que por eso te estoy lastimando. No quiero irme de acá, porque sé que de una u
otra forma siempre estás presente –se acostó boca arriba en la cama- No sabés
cuánta falta me hacen tus caricias.
Mi mente
estaba obnubilada, no podía asimilar todo lo que me dijo, instintivamente moví
la mano hacia ella y comencé a acariciar su vientre de marfil. La acaricié
durante unos segundos, ella enjugó sus lágrimas y comenzó a respirar
serenamente. Yo podía sentir su cuerpo, pero no con la intensidad que
recordaba, acaricié sus pechos y mis dedos pasaron a través de sus pezones. Eso
fue como un relámpago en mi interior. Era cierto que ya no estaba de cuerpo
presente, pero extrañamente eso no me importaba ahora mismo, sólo me interesaba
ella, su delicado cuerpo y su alma fracturada. Bajé la mano hasta su
entrepierna al mismo tiempo que ella hacía lo mismo. Acaricié sus labios
vaginales, mis dedos se amalgamaban con los suyos. Cuando llegaron al clítoris
soltó un gemido de placer que quitó parte del frío en mi interior. Pude sentir
mi virilidad, o tal vez sólo era un reflejo de ella. Puede que mi subconsciente
haya viajado conmigo y me esté recordando cómo se sentía una erección.
Julia abrió
las piernas y yo me coloqué entre ellas, si bien nunca me desvestí sabía que
estaba desnudo. Me incliné sobre su cuerpo y pude sentir la penetración, al
mismo tiempo ella metió los dedos en su vagina. ¿Podría sentirme o sólo era una
extraña coincidencia? ¿De verdad la estaba penetrando o no era más que producto
de mi imaginación? Mi esposa se masturbaba con los ojos cerrados y sus jadeos
fueron envolviendo mi alma, transmitiéndome su calor. Por primera vez en mucho tiempo
mi cuerpo sintió la confortable sensación de la calidez sexual. Nuestras almas
danzaron siguiendo el mismo compás. Besé sus pechos sin dejar de moverme. Ella
parecía disfrutar al máximo sensaciones que yo no comprendía y que ni siquiera
sabía si provenían de mí o eran producto de su propia masturbación. Julia se
giró poniéndose boca abajo y levantó su cola. ¿Me la estaba ofreciendo?
Esto era
increíble, al cerrar mis ojos tuve una clara sensación de mi pene
introduciéndose suavemente en su ano. Al abrir los ojos vi que mi esposa se
tocaba el clítoris con una mano y metía dos dedos de la otra dentro de su
colita. Sus gemidos se incrementaron, así como mi goce. Si de verdad no estaba
allí, debía admitir que la ilusión era muy creíble. Me balanceaba de adelante
hacia atrás y sintiendo la rugosa piel de su culito en toda la extensión de mi
miembro.
No era
consciente del tiempo que transcurría, ni siquiera podía completar muchos
huecos que había en mi mente. No sabía cómo había llegado a la casa y ni siquiera
recordaba los viajes hasta la penitenciaría. ¿Qué fue lo que hice durante esas
largas horas en las que vagaba luego de espiar a mi esposa? Eran más de 20
horas y no podía recordar ni siquiera una, en ninguna ocasión. Pero eso no
debería importarme ahora.
Los gemidos
de Julia me devolvieron a la realidad, o lo que yo creía como realidad.
Incrementé la velocidad de mis movimientos y ella hizo lo mismo con el de sus
dedos. Supe que estaba teniendo un intenso orgasmo, el cual me fue transmitido
a mí, tuve una conexión con su espíritu o con su libido y supe cómo se sentía
cada vez que alguien tenía sexo con ella y también tuve la certeza de que
siempre lo hacía pensando en mí, como si yo estuviera presente.
Cuando el
clímax terminó ella cayó rendida, aún respiraba agitada. Me acosté junto a ella
y la abracé con fuerza, al menos eso creía estar haciendo. Nos quedamos unos
minutos así sin decir nada. Sabía que ella no podía oírme. ¿Vería el movimiento
de mis labios o el de mis manos? Esa vez que me descubrió en el patio, de
verdad pudo verme, por eso se asustó tanto. La lámpara seguía encendida tal
como yo la dejé. Eso ocurrió realmente. Recordaba el portazo aquella vez que
abandoné mi cuarto colérico y si grito de terror. Beretta podía detectarme,
ella sabía que yo estaba allí cuando me acercaba, si ella podía hacerlo tal vez
mi mujer también. Ahora todo tenía explicación, ahora comprendía por qué casi
nunca hablábamos o por qué no me esperaba con la cena preparada. Por ese motivo
veía a Manuel en mi sector de guardia cuando no debería estar allí, él cubría
el turno que yo dejé. ¿Cuántas cosas más habían cambiado durante mi ausencia?
Un sollozo me
llenó de pena el pecho. Julia se revolvía incómoda en la cama. Clavaba sus
dedos contra mi almohada y hundía la cara en ella, estaba llorando
copiosamente.
-Te extraño
mucho Andrés –dijo con la voz entrecortada.
Fin de "Confortablemente Entumecido".
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