Me niego a ser Lesbiana (1)

Capítulo 1



Algunos afirman que las personas nunca cambian, que siempre mantienen la misma esencia interior desde el día que nacen, o desde el día en que forjan su personalidad. No digo que yo me niegue a pensar de esa forma, pero sinceramente tengo mis dudas al respecto.


Me crie en el seno de una familia religiosa conformada por mis ortodoxos padres, Adela y Josué, mi hermana pequeña, Abigail y yo, con el tedioso nombre de Lucrecia. Todos nuestros nombres parecían extraídos de alguna parte de las sagradas escrituras y eso me molestaba, sentía que carecíamos de independencia. No tengo problemas en admitir que siempre fui la menos apegada a la religión. Conservo mis creencias y mi fe intactas, pero no me paso las veinticuatro horas del día pendiente de eso. Esta actitud me generó más de un encontronazo con mis progenitores que se reúsan a pensar por sí mismos. Hay gente que se toma la religión con calma y disfrutan de la iluminación espiritual, pero opino que ellos ya están llegando al punto de perder su libre albedrío.


Los reproches de mis padres hacia mi conducta solían menguar cuando yo los ponía en evidencia haciendo notar que ninguno de los dos era perfecto y que yo también tenía derecho a equivocarme de vez en cuando, además no podían enojarse mucho conmigo ya que yo iba por el camino recto a convertirme en el orgullo de la familia. A mis 21 años me encontraba cursando la carrera de Administración de Empresas y mis calificaciones eran excelentes, tal como lo habían sido durante toda mi etapa escolar. Era aplicada y estudiosa, pero tengo que agradecer que mi capacidad de comprensión facilitara mucho las cosas.


Concurría a una Universidad Católica que estaba pegada a un colegio de la misma índole y ambos compartían una espaciosa capilla. Era común ver monjas y curas concurriendo el lugar, yo solía evitar entablar conversaciones con ellos ya que siempre terminaba discrepando con sus opiniones, prefería juntarme con algunas de mis compañeras de estudio a charlar de temas típicos de nuestra edad. Con ellas sentía un contacto con el mundo real que en mi hogar, donde las limitaciones religiosas eran evidentes, me era negado. Obviamente la universidad era mixta y hasta permitían cursar a gente de diferentes religiones, siempre y cuando cursaran la materia Teología y la aprobaran, como todos los demás alumnos. Esto me permitió hacerme amiga de una chica llamada Lara, de familia judía. Aunque como yo ella era poco apegada a los rituales religiosos. Cuando Lara me visitó en mi casa por primera vez tuve que mentir a mis padres diciéndole que era tan católica como nosotros, no es que mis padres fueran antisemitas, sólo que de saber que ella pensaba diferente, la hubieran bombardeado con preguntas y referencias del Nuevo Testamento hasta que la chica admitiera a Jesús como su salvador. A Lara le importó poco esa mentira piadosa, si fuera por ella podría decir que era agnóstica, que le daba lo mismo.


La mayoría de mis amistades estaba compuesta por mujeres, los hombres me caían súper bien y me agradaba mucho estar con ellos, pero no podía tenerlos como amigo por mucho tiempo ya que mis padres comenzaban a invadir mi privacidad y a hacer demasiado hincapié en las supuestas intenciones de estos muchachos, así que prefería no causarme demasiados dolores de cabeza y me limitaba a conversar con ellos un rato mis tiempos libres en la universidad o en alguna de mis escasas salidas nocturnas, de las cuales tenía que volver absurdamente temprano.


Mi madre sabía muy bien que yo no era virgen. Era el tema tabú en la familia, siquiera mencionarlo bastaba para amargarles el día a todos en mi casa, especialmente a mí. Me desvirgó (y lo digo de esta forma porque yo no hice más que mirar cómo lo hacía) un chico que salía conmigo cuando yo tenía tan sólo 19 años. No quiero dar muchos detalles sobre este asunto ya que fue bastante traumático para mí. No es que el chico me haya violado ni nada, pero se aprovechó de mi tremenda ingenuidad para lograr colocarse entre mis piernas. Le conté a mi madre lo sucedido entre llantos y espasmos nerviosos. Al pobre chico casi lo crucifican como al mismo Cristo. Mi padre armó la de Dios en la casa del muchacho y éste degenerado en potencia se ganó una buena golpiza por parte de su propio padre por haber “abusado” de una dulce e inocente criaturita. Por un milagro no quedé embarazada, ya que él ni siquiera se dignó a usar protección. Desde esa vez nunca volví a acostarme con un hombre… ni con nadie.


Una tarde me encontraba leyendo una novela en mi cuarto cuando mi madre me avisó que tenía visita. El ver a Lara me sorprendió, no la esperaba ni habíamos acordado vernos, pero me alegró mucho que estuviera ahí, así podría salir de mi monótona rutina diaria por un rato. Se podía decir que ella era mi mejor amiga, aunque la había conocido hacía menos de un año. Tengo que admitir que el que ella fuera judía me llevó a acercarme más, era como un pequeño acto de rebeldía contra mis padres, si iba a tener una “mejor amiga” no sería católica, aunque debía admitir que si tenía buenas amigas de la misma religión que yo.


En general sabía poco de la vida de Lara. Ella vivía con sus padres y era hija única, yo la visité solamente una vez en su casa y sus progenitores parecían ser gente muy agradable. Estudiábamos la misma carrera y su nivel era muy similar al mío, se notaba que era una chica inteligente, pero algo retraída. Casi siempre hablaba en voz baja, muy al contrario de mí, que era más extrovertida y segura para hablar con la gente, siempre y cuando les tuviera un mínimo de confianza.


Por lo general nos veíamos en la universidad o en mi casa. Ella estaba asombrada con nuestra residencia, la suya no era una casa fea, en absoluto, pero si era mucho más pequeña que ésta. Nosotros teníamos la suerte de estar muy bien económicamente y mi madre se encargaba que eso se notara en nuestro hogar, donde todo relucía de limpio gracias a un pequeño personal de limpieza. Las habitaciones eran amplias y modernas, el blanco reinaba por doquier, paredes, techos, pisos, hasta en algunos muebles. Su obsesión con el blanco era enfermiza, pero como este color era símbolo de luz y pureza, debíamos tenerlo siempre presente, incluso en nuestra vestimenta.


Fuimos juntas hasta mi cuarto, para estar más cómodas. Yo poseía una cama individual contra un rincón, algunas repisas donde exhibir chucherías sin valor alguno o viejos juguetes de la infancia, un ropero con un amplio espejo en la puerta del centro y una mesita blanca con tres sillas del mismo color. Por lo general dos de esas tres sillas estaban desocupadas. En una época hubo una cuarta silla, pero me molestaba tener tantas así que la saqué. Por lo general usaba esa mesa sólo para estudiar, pero era perfecta cuando recibía visitas en mi cuarto.


- Mauricio sigue invitándome a salir – me contaba Lara. Llevábamos unos minutos conversando.
- ¿Y vos seguís diciéndole que no?
- Así es. Es que él no me gusta, me pone un poquito incómoda tenerlo cerca.


Mauricio era uno de los chicos más lindos de nuestro curso, la mayoría de las chicas se emboban con él y se perdían en sus expresivos ojitos pardos, pero Lara parecía inmune a esos encantos.


- Me molesta un poco que sea tan mujeriego – continuó diciendo – y también me jode que todas estén atrás de él como si fuera el único tipo lindo del mundo, la verdad es que podrá ser muy lindo, pero es bastante estúpido y agrandado.
- En eso tenés razón. Creo que va a la facultad sólo para hacer sociales, porque en el estudio no se destaca para nada.
- Reprobó tres exámenes seguidos – para nosotras eso era un horror, el sólo pensarlo nos ponía la piel de gallina – además a mí me gusta Ariel Martínez.
- ¿Ese de antojitos y pelo rubio? – no veía atractivo alguno en ese chico y tampoco era un gran estudiante, de hecho a veces me olvidaba que existía.
- Si, es muy educado y buenito, siempre me sonríe cuando me ve.
- ¿Y vos por qué no le decís algo? – conocía esa respuesta, pero me vi obligada a preguntar de todas formas.
- Porque me muero de la vergüenza – nos quedamos unos segundos en silencio - ¿che, puedo pasar al baño?


Ni tuve que responder, simplemente señalé la puerta del baño que por suerte estaba dentro de mi habitación y no debía compartirlo con nadie. Eso me brindaba mucha intimidad. Apenas Lara se perdió de mi vista noté que había dejado su teléfono celular sobre la mesa. Lo agarré por mero aburrimiento, como cuando uno se pone a jugar con las llaves sin pensar mucho en lo que hace. Di unas rápidas vueltas por ahí descubriendo qué aplicaciones tenía instaladas, nada fuera de lo común. Llegué a la galería de imágenes. Tenía solamente tres fotos, una de ella sonriendo, que es la que usaba como foto de perfil en las redes sociales, otra de sus padres y la tercera de Puqui, su perrito pequinés, al cual yo odiaba con todo mi ser, a pesar de haberlo visto sólo una vez. “Menuda m… de perro”. Ni con el pensamiento me permitía usar lenguaje vulgar.


Mi interés en el aparato se disipaba rápidamente, pero cuando entré a la galería de videos y vi que había uno guardado, decidí reproducirlo.


Gran error. Tal vez de no haberlo visto mi vida hubiera sido muy diferente. Tal vez sería una vida normal. En un segundo eché mi vida al traste.


Al principio me costó un poco encontrarle forma a la imagen, pero un segundo después supe que se trataba del vientre de una chica y ésta tenía las piernas flexionadas y separadas, se acariciaba suavemente el estómago con una mano y debajo se podía ver una bombachita rosada. De pronto la mano se sumergió dentro de esa bombachita, no pude ver ni rastros de vello púbico, todo era blanco y suave como la porcelana. La mano comenzó a moverse con rapidez y escuché unos leves gemidos, agradecí que el volumen del celular estuviera bajo. Me estaba poniendo sumamente nerviosa, me latía el corazón a ritmo de colibrí. Por la pulsera en la muñeca derecha de la chica no cabían dudas de que se trataba de Lara. Estaba viendo un video de ella masturbándose, aunque sólo veía los movimientos de sus dedos debajo de la bombacha, éstos evidenciaban al máximo sus intenciones.


Pensé rápido y descuidadamente, ni siquiera sé por qué motivo lo hice, supongo que quería analizar ese video con detenimiento. Prendí el sistema bluetooth en mi celular e hice lo mismo con el de mi amiga, tan rápido como pude, con dedos torpes y temblorosos, manteniendo los oídos atentos al menor sonido, especialmente si provenían del cuarto de baño. Conseguí pasar ese video a mi teléfono. Borré el historial de archivos compartidos en ambos celulares, comenzando por el de ella, y aguardé inquieta en mi silla. La excitación me estaba volviendo loca. No era excitación sexual, sino que me la provocaba el hecho de haber visto algo íntimo y prohibido de mi amiga. Algo que pudiera perjudicar nuestra amistad si me descubría, para colmo hasta había robado el archivo.


Cuando Lara salió del baño la quedé mirando de forma extraña, supongo que ella lo notó pero no hizo comentario alguno, no pude evitar mirar sus blancas y delicadas manos, con dedos finos y uñas apenas largas, pero bien cuidadas. De pronto quise que se vaya de mi casa, no porque no la quisiera cerca, sino porque quería mirar ese video otra vez. La curiosidad siempre fue una de mis grandes debilidades y fue lo que me llevó a perder la virginidad. Por suerte los padres de Lara la llamaron apenas 30 minutos más tarde para avisarle que pasaban a buscarla porque debían ir a no sé dónde.


Me despedí de ella de la forma más natural y casual que pude y volví corriendo a mi cuarto. Cerré la puerta con llave, aunque mi madre odiara que lo hiciera y me tendí en la cama con el teléfono en mano. Me coloqué los auriculares para no alertar a nadie con los ruidos.


El video duraba solamente tres minutos. Al comienzo el ritmo de masturbación era lento, pero de a pocos e incrementaba terminando en un acelerado movimiento que castigaba el sexo de mi amiga, el cual me quedaba en incógnita, sólo podía imaginar cómo era. Me sorprendía que tuviera la entrepierna depilada, yo la llevaba prolijamente recortada, pero aún conservaba una buena cantidad de pelitos marrón claro. Mi color natural de cabello era casi rubio y no me agradaba que fuera así, pero mi madre me tenía prohibido teñirlo.


No acostumbraba a masturbarme con frecuencia, lo veía como algo sucio y prohibido. Me quedaba una fuerte sensación de culpa cada vez que lo hacía, pero no podía evitar caer en la tentación de vez en cuando. Los intensos gemidos de mi amiga llegaban directamente hasta mis tímpanos y estaban haciendo mella en mí. Me había desprendido el pantalón y ya acariciaba mi pubis, casi por instinto. Reproduje el video una y otra vez, estaba abstraída. “Tranquilizate Lucrecia” me decía a mí misma, pero me era imposible detener mi mamo. Cuando llegué a mi desatendido clítoris una fría línea vertical de placer cruzó mi cuerpo. Por mímica comencé a tocarlo, tal y como Lara lo hacía en el video. En pocos segundos sentí la humedad de mi sexo, eso me fascinaba en secreto, pocas veces lo admitía, pero me agradaba mucho tenerla mojada y poder tocarla. Me toqué hasta igualar el ritmo de masturbación de mi amiga, era una pena que su video terminara súbitamente vaya uno a saber por qué motivo, pero ya había habilitado la opción de reproducción continua. Sin darme cuenta comencé a imitar sus gemidos, hasta intentaba hacerlos en el mismo tono de voz, suave y sensual, pero muy naturales, se notaba que le salían del alma.


Después cargaría con la culpa, pero ahora mismo sólo me preocupaba darme placer. Forcejeé con el pantalón hasta quitármelo y bajé mi bombacha blanca hasta las rodillas, aprecié mi conejito repleto de pelitos prolijamente cortados, cuando intenté abrir las piernas me di cuenta que debía quitarme la bombacha por completo. Lo hice protestando por no haberme dado cuenta antes. Al fin pude separarlas, las flexioné levantando las rodillas, mi clítoris estaba erecto y mis labios vaginales contrastaban un poco con mi blanca piel ya que éstos eran de un tono más oscuro y estaban arrugados. Los acaricié cubriéndolos con mis flujos y volví a estimular mi clítoris. Una de las reglas que me impuse, por si llegaba a masturbarme, era hacerlo externamente, tocando sólo por fuera. Violé esa regla y de qué forma. Pegué mi índice al dedo mayor, juntos como hermanos los introduje en mi orificio vaginal hasta el nudillo. Los moví un rato hasta que me decidí a meterlos completos, hacía muchísimo tiempo que no sentía algo dentro de mi vagina y el haber metido dos dedos me provocó cierto dolor, pero logré soportarlo.


Ensimismada en la exploración sexual de autosatisfacción, dejé de mirar el video, sólo me bastaba con oír esos profundos gemidos que me transportaban a un mundo de placer sin culpa. Mis pajas, aunque no las llamaba así en ese entonces, solían ser monótonas, con poco movimiento y a veces me detenía antes de alcanzar el orgasmo. Esta vez era todo lo contrario, estaba descontrolada, sacudía mi cuerpo, arqueaba mi espalda levantándola del colchón, quedando sólo apoyada con los pies y la cabeza. Mis dedos entraban y salían con la misma frecuencia con la cual Lara gemía, especialmente en esos últimos segundos frenéticos del video. Llegué al orgasmo sorprendida por la intensidad del placer que inundó todo mi ser. Nunca había sentido algo así en mi vida, pocas veces me había mojado tanto, una gran cantidad de líquido había empapado mis sábanas y me costaba respirar con normalidad.


¿Qué había hecho? Me había masturbado pensando en mi mejor amiga. O mejor dicho, imitándola, si eso era. Una simple imitación. No tenía nada de raro, es como un niño que ve a otra persona jugando al fútbol y lo imita para poder hacerlo igual, nada más. Aprendí a masturbarme mejor, sólo eso. Estaba mal, porque sabía que no debía tocarme, pero tampoco quería decir que yo tuviera pensamientos raros hacia mi amiga.


Me levanté y corrí hasta el baño para lavarme, como si el agua se llevaría toda mi culpa. Tuve que cambiar las sábanas, por suerte siempre guardaba un juego limpio en mi cuarto. Apagué el teléfono y ya no quise tocarlo, lo metí dentro del cajón de mi mesita de luz, como si el aparato fuera la caja de Pandora. Me vestí de la forma más sobria posible y salí de mi cuarto. No quería estar allí sola, pero tampoco sabía dónde ir. La cabeza me daba vueltas, estaba angustiada y asustada a la vez. Decidí caminar a paso ligero hasta la iglesia más cercana y quedarme rezando allí, pidiendo que por favor se me aclararan las ideas. No olvidé pedir perdón por todo lo malo que había hecho, quería confesarme pero no encontré al cura por ninguna parte.


Si era buena en algo era en reprimir mis emociones. A veces me llevaba un par de días lograrlo, pero casi siempre lo conseguía. Tuve la intención de eliminar ese video de mi celular, pero ni siquiera quería ver el archivo. Mi teléfono estaba protegido por contraseña así que solamente yo tenía acceso a su contenido. Estuve evitando a Lara durante esos días pero luego me dije que ella iba a notar algo sospechoso, así que yo misma la busqué.


- Lara, ¿qué tal vas con matemáticas? – el nombre real de la materia era más largo, pero con eso ambas entendíamos de qué hablábamos – falta poco para el examen y a mí todavía me falta un montón – todo eso era cierto.
- Yo voy bastante bien, aunque algunos temas me cuestan bastante – me respondió sin la más mínima sospecha.
- ¿Querés que nos juntemos a estudiar un poco?


Accedió y acordamos reunirnos al otro día en su casa. Yo estaba un poco nerviosa pero no podía ser tan estúpida, debía actuar con toda normalidad frente a ella, después de todo había sido sólo la locura del momento y ya no había vuelto a tocar mi entrepierna, más que para lavarme. Por suerte la sesión de estudio fue ardua, no tuve siquiera tiempo de pensar en otra cosa. Además su perrito Puqui se encargaba de hacerme la vida imposible. El muy desgraciado no tenía mejor idea que morder la parte baja de mi pantalón sin previo aviso, aunque se tratara de un perrito tan pequeño, me asustaba bastante al escucharlo gruñir mientras forcejeaba con mi ropa. Lara se desternillaba de la risa cada vez que esto pasaba, yo me limitaba a darle cortos puntapiés al animalito con la esperanza de matarlo o fracturarle algunas costillas al menos. Por desgracia no ocurrió ni lo uno ni lo otro.


Avanzamos mucho en nuestros estudios, tanto que se nos hizo muy tarde, cuando nos dimos cuenta ya eran pasadas las nueve de la noche. Sus padres fueron muy amables al invitarme a cenar y me dijeron que podía dormir en su casa. Luego de la llamada a mis padres avisando que dormiría en el humilde hogar de una amable familia católica apostólica y romana, procedí a degustar los alimentos kosher. Me sorprendí mucho porque estaba todo muy sabroso, aunque no conocía los nombres de nada de lo que me caía al plato, no rechacé ni una migaja y, a diferencia de lo que mis padres hubieran hecho, los padres de Lara ni siquiera tocaron el tema de la religión. Conocían perfectamente mis creencias religiosas y las respetaron.


Mi primera inquietud llegó cuando ya todos nos disponíamos a dormir. A mí me tocaría compartir el cuarto con Lara… y no sólo su cuarto. Ella contaba con una cama de dos plazas, es decir, la vieja y conocida cama matrimonial. A mí me puso bastante incómoda esto pero era apenas el comienzo. Mientras Lara me hablaba sobre matemáticas y arreglaba su cuarto para que podamos descansar, se quitó el pantalón. Así sin más. Frente a mis propios ojitos de niña inocente. Verla semidesnuda en el video era una cosa, además ni siquiera había visto su rostro así que de a ratos olvidaba que se trataba de ella, pero ahora mismo estaba de cuerpo presente y ¡con la misma bombachita rosa! ¿Acaso no tenía otra? Podría ser pura casualidad.


Sus piernas eran delgadas pero llegando a sus muslos se ensanchaban cada vez más para terminar en una redonda y erguida colita blanca. Debía reaccionar y volver a la realidad, si ella notaba que la estaba mirando seguramente pensaría mal. No podía ser tan ingenua, éramos dos chicas, no había ningún problema. Como si fuera lo más normal del mundo, también me despojé de mi pantalón. Lo terrible era que mi bombachita blanca transparentaba mucho mi vello púbico. Con mucho me refiero a realmente mucho, la tela de era muy delgada, hasta temía que mis labios vaginales se marcaran, pero no me atrevía mirar. Tragué saliva y en cuanto Lara notó mi triangulito de pelos lo miró por un segundo sin el más mínimo interés. Eso me relajó bastante.


Al acostarnos intenté poner la máxima distancia entre ella y yo. Hablamos apenas unos minutos hasta que decidimos dormir. Cerré los ojos y miles de imágenes me sofocaron. Los minutos pasaron y yo deliraba. Me encontraba en esa etapa entre el sueño y la vigilia. Me costaba mucho concentrarme o relajarme. Me dolía la cabeza y la gran mayoría de las visiones tenían que ver con el cuerpo de Lara. No estoy segura de cuánto tiempo pasé así.


Al verla creí que se trataba de un sueño, pero era tan real como la vida misma. La vagina de Lara había quedado expuesta, podía ver el abultado capullo en el cual dormía su clítoris y la división de sus lampiños labios vaginales. La luz de la luna era suficientemente buena como para permitirme ver todo muy bien. Intentando olvidar esto, volví a mi letargo, pero ahora se sumaba un hecho concreto, con sólo mirar hacia abajo podía divisar el fruto prohibido. La manzana de la tentación.


Lara dormía profundamente, lo sabía por lo pausada que era su respiración. En ese momento me dije a mi misma “A ver Lucrecia, si tanto dudás, andá y mirá bien” esa era la única forma de saberlo. Lentamente me deslicé sobre las sábanas hasta lograr ponerme entre las separadas piernas de mi amiga y miré fijamente. Sus labios internos no eran como los míos, apenas podía verlos, eran bien delgados, pero los externos eran voluminosos y marcaban una perfecta línea divisoria. Su monte de venus estaba abultado, aunque apenas podía verlo, su contorno se dibujaba sobre la tela de la bombacha. Tragué saliva, “no es para tanto” me decía sin apartar la mirada. “Es como verme a mí misma sin ropa” pero esas palabras no conseguían tranquilizarme, los latidos del corazón aceleraban con cada segundo y mi traicionera mano derecha ya estaba colándose por mi entrepierna, bajando a hurtadillas dentro de la bombacha. Ni bien hizo contacto con mi sexo quedó en evidencia lo mojada que estaba. ¿Pero por qué?


Tal vez estaba reaccionando como un perro frente a un plato de comida. Si él recordaba haberlo visto lleno de comida, seguramente se babearía aunque estuviera vacío. A mí la vagina de Lara me recordaba mi intensa sesión de masturbación, al relacionarla con el video, que fue el causante de todo, no era porque su sexo me excitara.


Intentando hacer la menor cantidad de movimientos y ruidos posibles fui recorriendo mi vagina con el dedo mayor, me dio un escalofrío cuando lo pasé sobre el punto externo de máximo placer. Me dolía por lo duro que estaba. Con mi mano libre toqué la pierna de mi amiga dos o tres veces, ella no reaccionó para nada, su respiración siguió igual de pausada. Con la curiosidad de un gato me acerqué lentamente a esa vulva y la toqué. Era muy suave y tibia. Dejé mis dedos estáticos por unos segundos para corroborar que no la había alertado y luego comencé a separar los labios vaginales. Pude ver su oscuro agujerito y una gota de líquido resplandeció a la luz de la luna.


Me metí un dedo, no lo pude evitar, mi vagina estaba pidiendo mimos a gritos. Abrí más la intimidad de Lara y su clítoris se asomó como un gusanito acusador. Me sentí culpable, no podía hacerle eso a mi amiga. Era una completa locura y una invasión a su privacidad. Con movimientos rápidos pero cuidadosos volví a acostarme. No dejé de estimular mi zona erógena. Temía que mis gemidos la despertaran, pero extrañamente eso me producía más morbo. Realmente estaba descubriendo cosas en mí que nunca hubiera imaginado.


Por más esfuerzo que hiciese, me costaba muchísimo el apartar de mi mente la imagen de esa vagina, o conchita, como le decían algunas de mis amigas. Me mordí el labio inferior y regresé a mis andanzas. Necesitaba ver más ¿por qué? No tenía idea, pero el cuerpo me lo estaba pidiendo. Me llevó un rato poder posicionarme entre las piernas de Lara una vez más, de verdad me moría de miedo, si ella se despertaba en ese instante estaría perdida. Ni siquiera tenía una estúpida excusa preparada.


Al separar una vez más sus apretados labios, vi que por su agujerito seguía fluyendo líquido. Sin dejar de masturbarme acerqué mi cara, pero me arrepentí y retrocedí. La acerqué una vez más, pero esta vez tenía la lengua afuera. Si parecía un perro frente a un apetitoso plato de comida, pero nuevamente me invadió la culpa y me detuve. Mis dedos jugaban con cada rincón de mi sexo y me estaba empapando toda la bombacha. El olor de la rajita de mi amiga llegaba hasta mi nariz de forma provocativa. No podía quedarme con la duda, tal vez ni siquiera me agradaría, eso resolvería todo. Puse mi mano en su monte de venus y observé una vez más, “Ya fue” me dije y sin pensarlo dos veces pasé la lengua por el centro húmedo de esa vagina. Desde abajo hasta el clítoris. El intenso sabor amargo me disgustó. Eso me tranquilizó mucho, ya sabía que no me había gustado. Por la vagina chorreaban más jugos mezclados con mi saliva. Volví a dar una lamida, como si se tratara de un helado. Confirmado, no era nada sabrosa. Hasta me provocaba ciertas nauseas, a pesar de esto no dejé de mandarme dedo, al menos ahora lo hacía con la certeza de que no me gustaban las vaginas.


Una nueva lamida, mi amiga no se movió siquiera, pero su conejito ya estaba reaccionando, cada vez se mojaba más. En la siguiente vez que pasé la lengua logré recolectar gran cantidad de flujos vaginales, era asqueroso y viscoso, pero no podía dejar de preguntarme una cosa, si me desagradaba tanto ¿por qué no podía parar de chuparla?


“No te despiertes Lara, por favor” rogaba mientras daba un nuevo lengüetazo, esta vez más lento y saboreando a pleno todo lo que tocaba. La respiración de mi amiga se estaba agitando, pero aun parecía estar durmiendo. Llegué al orgasmo con dos dedos metidos bien adentro, tuve que sacarlos rápido para poder estimular mi clítoris mientras los jugos de mi vagina saltaban sobre la cama, lamí una vez más la vagina de Lara y tuve que morder las sábanas para ahogar mis gemidos.


Todo había terminado, estaba agotada y obnubilada. Fui hasta el baño, que por suerte era como el mío, en suite, unido a la misma habitación. Me lavé la entrepierna y me sequé lo mejor que pude rogando que mi bombachita estuviera seca para la mañana.


Cuando regresé a la cama volví a hundirme entre las piernas de la pálida chica, di una última lamida, acomodé su bombacha y me fui a dormir con el intenso sabor a sexo femenino en mi boca.



Al otro día me carcomería la culpa.
Fin del Capítulo 1.
Continúa en el Capítulo 2.  

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Riquiisiimo
Anónimo ha dicho que…
si yo escucho el aletear de una mosca ya me despierto ¿como lara durmio como tumba? yo me hubiera despertado para tijeretear

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