Venus a la Deriva [Lucrecia] - 08. El Peor de los Casos


Modelo de la Foto: Irina Buromski.

Capítulo 8.





-1-

Mi vida había llegado a su fin.
Lara se había despertado mientras yo le chupaba la vagina.
Fue el peor susto que recibí en mi mojigata existencia.
La expresión en los ojos de Lara me aterraba, denotaba asombro y furia al mismo tiempo; para colmo yo aún seguía aferrada como sanguijuela a su sexo, mientras la saliva se acumulaba en mi boca. Ni siquiera podía recurrir a la típica frase: «No es lo que parece». De hecho, era justamente lo que parecía.
―¿Lucre? ¿Qué haces? ―Su voz era calma y somnolienta ―¡Lucrecia! ¿¡Qué estás haciendo!? ―El grito de Lara resonó en mis oídos― ¿¡Qué hacés!?
Se alejó de mí pataleando hasta quedar apoyada contra el respaldo de la cama, respiraba agitadamente y el terror de su expresión fue contagioso. Entré en pánico.
―Lara, ¡Perdón! ¡Perdón! ―le dije con los ojos vidriosos por las primeras lágrimas― ¡No quería, te juro que no quería!
―¿¡Estás loca!? ―en su voz noté odio, desprecio, repugnancia.
―¡No! Es que últimamente… las mujeres… y Tati me dijo… todo eso del experimento… el beso… los videos… y estuve mirando porno… las lesbianas… el verte desnuda… dormís como morsa… yo no pensé que… la puta madre… ―hablaba entre llanto, ni siquiera yo comprendía lo que decía, los espasmos me impedían hablar con claridad― ¡Perdoname!
―Esperá Lucrecia, calmate un poquito. Tranquilizate. Te va a dar un ataque ―lucía igual de espantada que antes pero al menos no me estaba gritando.
―¡Soy una estúpida! ¡Una loca de mierda! ―Tenía ganas de salir corriendo desnuda a la calle y tirarme del puente más cercano― ¡No merezco perdón de Dios!
―No metas a Dios en esto. En serio, calmate. Te estás hiperventilando ―abrió a tientas el cajoncito de la mesita de luz y extrajo una bolsita de nylon transparente―. Tomá, respirá ahí dentro.
Tomé la bolsa pensando que Lara quería asfixiarme con ella, no entendía que era eso de hiperventilarse; sólo quería llorar. Estaba abatida y herida como a un ave a la que le disparan en pleno vuelo, no sabía cómo hacer para serenarme. Seguí sus indicaciones y coloqué la bolsa alrededor de mi boca, como hacen en las películas y continué respirando agitadamente. Había dos opciones, o me calmaba o me moría; no sabía cuál de las dos prefería más.
Me sentía una estúpida por haberme arriesgado tanto. Toda persona que toma un gran riesgo lo hace pensando en que las cosas saldrán bien; absurdamente yo creía que nada de esto ocurriría. Pero ocurrió, y no tenía ni la más pálida idea de cómo enfrentar la situación.
Si por un segundo pensé en las consecuencias de mis actos, sabía que, en el peor de los casos, Lara se despertaría… bueno, éste era el peor de los casos.
―Ya pasó, ya pasó ―me decía Lara―. No quise gritarte, pero me asustaste mucho, no me esperaba eso ―la miré sin dejar exhalar e inhalar. Ella también estaba llorando, pero ya no parecía tan enojada, lucía más bien desorientada― ¿Cómo se te ocurre hacer algo así? ―No me estaba juzgando, estaba haciendo una pregunta lógica. De verdad quería saber cómo fue que llegué a actuar de esa manera.
―Es que me estoy volviendo loca ―mi voz sonó robótica dentro de la bolsa; en otro contexto hubiera sido gracioso.
El método para calmarme superó mis expectativas, mi respiración estaba regresando a la normalidad lentamente.
―No digas eso, vos no sos una loca. Siempre fuiste buenita y correcta. Como una de tus monjas. Por eso me sorprende tanto todo esto ¿No estaré soñando? ―miró para todos lados pero no logró convencerse de que esto fuera un sueño… o una pesadilla.
―Sé que me vas a odiar durante el resto de tu vida… o de la mía. Me mataría ahora mismo si supiera que con eso no me vas a odiar ―mis lágrimas me estaban impidiendo ver con claridad.
―No digas estupideces, Lucrecia. Yo no te odio. No entiendo nada; pero no te odio. No te pongas mal, ya pasó ―creo que lo dijo más para ella misma que para mí.
Titubeó unos segundos y una forzada sonrisa se dibujó en sus labios, de pronto hizo algo que no me esperaba. Se acercó a darme un tierno abrazo; mi rostro quedó entre sus redondos y suaves pechos. Aparté la bolsa y me hundí en ellos a llorar, mientras sus manos acariciaban mi desnuda espalda.
―Lo único que te voy a pedir es que me expliques, porque entiendo menos que durante los sermones de mi rabino; y son en hebreo ―me dijo suavemente―. Eso sí, explicame de forma calmada; te prometo que no me voy a enojar con vos.
Asentí con la cabeza, pero pasaron varios minutos hasta que logré serenarme. Sabía muy bien que éste no era el momento para pensar chanchadas lésbicas, pero no pude evitar notar que el corpiño se le bajó un poco y liberó una de sus blancas tetas coronadas con un bello y erecto pezón rosado. No me quería separar de ella. No sólo temía que Lara se enfadara conmigo por lo que había hecho, sino que también se enojara por la cantidad de tiempo que pasé abrazándola. Por fortuna ella se limitaba a acariciarme el cabello y la espalda. Acomodé mejor mi rostro entre sus pechos, la suavidad y calidez de su piel contra mi mejilla me adormeció como a un bebé. Si no me quedé completamente dormida fue por culpa del corpiño, que me molestaba bastante. Como si pudiera adivinar mis pensamientos, Lara se lo quitó con un rápido movimiento dejando sus pequeñas tetas al desnudo.
―Para que veas que no estoy enojada con vos ―me dijo, volviendo a abrazarme.
Ese gesto me llenó de ternura. Me demostraba que todavía confiaba en mí. Me decía que podía estar desnuda frente a mí sin pudor. Me pegué más a su cuerpo, debido a la diferencia de tamaño entre nosotras me vi obligada a separar las piernas; quedé aferrada a ella como si fuera la cría de un mono. Esa tibieza y suavidad me llenaron de paz. Me di cuenta de lo valiosa que era Lara, ella no me había echado a patadas de su casa, como le había ocurrido a Tatiana con Cintia. Al contrario, ella me brindaba el más cálido de sus abrazos.
No quise abusar de su gentileza y luego de un par de minutos me aparté para poder mirarla directamente a los ojos. Ya no lloraba, pero tenía las mejillas empapadas de lágrimas. Su boquita entreabierta estaba más hermosa que nunca. Tuve que luchar contra la tentación de besarla. Al parecer el sexo femenino producía una fuerte atracción en mí.
―Prometeme que no te vas a enojar ―no quería vivir la misma experiencia que Tatiana.
―Te lo prometo ―sus palabras sonaron sinceras para mí.
―Me está pasando algo raro últimamente ―no quise darle demasiadas vueltas al asunto, lo mejor era aclararlo de la forma más sencilla posible―. Creo que me siento atraída por las mujeres ―no le contaría cada detalle de la historia, prefería obviar el robo informático de videos pornográficos que perpetré en contra de su smartphone―. Hace poco hablé con Tatiana sobre esto y empezamos una serie de experimentos. Necesitaba estar segura de lo que sentía.
―¿Qué clase de experimentos?
―Lésbicos. La primer parte fue con ella. Nos tocamos y nos besamos, fue lo más loco e intenso que me pasó en la vida ―si no la mataba del asco con esto, no lo haría con nada―. Tengo que confesar que me gustó mucho, más de lo que yo creía y más de lo que yo quería. Las pruebas no terminaron allí, después miré pornografía… con mujeres. Empezó a costarme cada vez más alejar la imagen femenina de mi cabeza ―me revolví en la cama. Seguramente ella notaba que mi desnudez era total; pero no hizo comentarios al respecto―. A pesar de todo eso, necesitaba un último test. Tenía que probar una vagina, de verdad. No lo hice por otra cosa. Sólo quería estar segura. No pensé que te ibas a despertar ―se quedó inmóvil mirando mi entrepierna que todavía se mantenía lubricada― Sé que no tengo excusa y que actué muy mal. Te pido disculpas.
―Cometiste un error. Me molesta mucho que lo hayas hecho sin mi consentimiento ―asentí con la cabeza, estaba totalmente avergonzada―. Pero estoy intentando ponerme en tu lugar, aunque me sea difícil. Tatiana me contó lo que le pasó con Cintia y no quiero ser como ella; yo no te voy a echar de mi casa ―me tranquilizó mucho oír eso―. Amiga, tendrías que habérmelo pedido. Yo te hubiera ayudado.
―¿De verdad me hubieras ayudado?
―Claro que sí, sos mi mejor amiga. Si no me animaba a que pruebes conmigo al menos te hubiera ayudado a que encuentres con quien hacerlo. Tatiana era una mejor opción.
―Tuve la oportunidad de hacerlo con ella… pero no pude. Yo quería que seas vos… ―«Malditos actos fallidos».
―¿Yo? ―De pronto una leve sonrisa apareció en su rostro―. Bueno, eso me halaga un poco ―acomodó su tanga para evitar que yo siguiera mirándola; no me enojé, era lo correcto―. Tal vez no elegiste la mejor forma de hacerlo; pero ya está, ya lo hiciste. No podemos cambiar eso ―nos quedamos unos segundos en silencio― ¿Cuál es el veredicto del experimento?
―¿De verdad te interesa saberlo? Es que te enojaste tanto conmigo que…
―Me enojé porque me pegué el susto de mi vida. Ya te quisiera ver a vos despertándote y que alguien esté succionándote las tripas por el agujerito de abajo ―no pude evitar reírme, ella tenía una forma muy humorística de decir las cosas―. Y sí, me interesa saberlo; pero prometeme que esto no se va a repetir.
―Promesa de mejor amiga ―levanté mi mano derecha―, y te pido perdón una vez más. No sé qué decir sobre el “veredicto”, estoy muy confundida ahora mismo. Pero no te voy a negar que antes de que te despertaras lo estaba disfrutando mucho.
―Eso nos deja dos posibilidades: o yo estoy muy buena o vos sos lesbiana ―lamió sus labios y frunció el ceño―. Pucha, tengo un gusto raro en la boca.
En ese instante recordé mis frotadas vaginales contra su dulce boquita; ahora si me mataría. ¿Dónde venderán las píldoras de cianuro? Serían muy útiles en estos casos.
―No creo que sea lesbiana, pero tal vez debería decir que soy bisexual. No puedo descartar a los hombres. ¿Gusto raro como a qué? ―miré a la pared haciéndome olímpicamente la pelotuda.
Sí, de verdad podría competir olímpicamente si hubiera una competencia de pelotudez. Pero la perdería, por pelotuda.
―No sé… como a… ―en ese momento se fijó en mi vagina, yo estaba de rodillas con las piernas separadas y ésta podía verse completamente― ¡Como a eso! ―Señaló con su índice; y yo que ni siquiera había escrito mi testamento― ¿Acaso eso también era parte del experimento?
―Este… bueno… eh. Sí.
―¡Te voy a matar, Lucrecia!
Se arrojó sobre mí y me hizo caer de espalda sobre la cama. Me preparé para recibir el primer golpe, con los ojos cerrados, como buena niña cobarde. El golpe nunca llegó. Sólo escuché su risa.
―Qué desgraciada que sos, ¿también me querías hacer probar a mí? ―me dio golpecitos por toda la cabeza, pero eran suaves.
Fue un alivio ver que no estaba enojada y que se lo tomaba con gracia.
―Tenía que probar que se sentía tener una chica ahí abajo ―dije como si fuera el razonamiento más lógico del mundo.
―Debería matarte ―dijo mordiéndose el labio inferior y señalándome con el dedo.
―Te recuerdo que la que empezó todo esto, fuiste vos. Vos me besaste primero.
―¡Fue por una apuesta! ―Me golpeó otra vez―. ¿Por qué tengo que estar probando tus cochinos flujos?
―¿Cochinos? Los tuyos son muy ricos ―me estaba divirtiendo y mis comentarios comenzaron a ser más osados―. No creo que los míos sean tan malos.
―¿Así que te parecen ricos, eh? ―Se llevó la mano a la vagina y luego la acercó a mi cara; tenía dos dedos cubiertos de ese viscoso líquido que formaba un hilito entre ellos―. ¿Te gusta? ―Intentó poner su mano contra mi cara, pero me defendí sosteniéndola por la muñeca―. ¿Ahora te hacés la delicada?
Sentí sus dedos húmedos frotándose contra mi nariz, mi boca y mi barbilla. Mantuve los labios apretados mientras nos reíamos. Al final decidí darle (o darme) el gusto, chupé uno de sus dedos y luego otro hasta terminar jugando con ellos dentro de mi boca de forma sensual.
Lara se quedó mirándome, sorprendida.
―¿Te gustó? ―preguntó.
―Sí, es muy rico.
―¡Cochina degenerada! ―Su cuerpo estaba tibio y sentirlo sobre mi desnudez me excitó mucho―. A ver qué te parece esto.
Con un rápido movimiento llevó los dedos hasta mi vagina y los frotó de abajo hacia arriba manteniéndolos juntos. Se me erizaron los pelos de los brazos cuando los sentí contra mi clítoris. A continuación me ofreció sus dedos, embadurnados por mis propios jugos, y prácticamente me obligó a lamerlos; aunque no opuse mucha resistencia. Nunca había probado mis propios flujos sexuales, me resultó excitante y se lo hice saber.
―¡Estos son más ricos todavía!
―¿Cómo que más rico? ―Me agarró del pelo y sacudió un poco mi cabeza― ¿Cómo que más rico? Encima de degenerada, mentirosa ¡La mía es mejor!
―Vas a ver que no.
Metí dos dedos en mi sexo tan profundo como pude y aproveché para estimularme un poco el clítoris, este “jueguito” era muy excitante y no quería que terminara nunca. Luego puse la mano frente a sus ojos mostrándole lo mojada que estaba.
―¡No, salí! ―Intentó apartarse― ¡Ay no, qué asco! Yo no soy lesbiana, salí ―restregué mis jugos por toda su cara y logré meter un dedo en su boca. Sin resistirse más, lo lamió. Luego hizo lo mismo con otro dedo. Me llenó de placer verla―. ¿Ves, te gusta?― se limitó a sonreír.
Como no dijo nada supuse que debía seguir adelante con este excitante juego. Busqué a tientas su vagina, hice a un lado la tanga y la toqué un ratito para mojarme bien los dedos. Me dio la impresión de que Lara estaba disfrutando de este toqueteo. Aguardó expectante a que los pusiera en su boca, lamió mis dedos sin dejar de mirarme fijamente. Nunca había sentido un cuerpo tan cálido y suave sobre el mío y el que estuviéramos divirtiéndonos de esta forma me estaba nublando el juicio; quería hacer alguna locura. Deseaba que me besara, que metiera su cabeza entre mis piernas, que me permitiera lamer su vagina; quería que hiciéramos el amor.
―La mía es más rica ―su voz me sacó de mis ensoñaciones lésbicas.
Empezamos a reírnos como niñas tontas. Se puso de rodillas otra vez, me moví junto con ella y la abracé, nuestras piernas quedaron intercaladas. Tenía una de sus piernas entre las mías y mi vagina desnuda se rozaba contra su muslo, a su vez pude sentir su húmedo sexo sobre mi pierna izquierda. Creí que Lara se enfadaría conmigo por pegarme tanto a ella pero también me enredó con sus brazos. Nuestros pechos se tocaron. Nos quedamos mirando con una amplia sonrisa.
―Entonces, ¿me perdonás? ―le pregunté.
―Si amiga, no te preocupes. Ya pasó. No digo que hayas actuado bien; pero no quiero pelearme con vos por eso. Digamos que fue una locura y que si lo hacés otra vez te corto las dos tetas y se las doy de comer a Puqui; pero no hay rencores.
La abracé más fuerte, el roce de mi clítoris contra su piel me estaba excitando mucho. Nunca antes me había sentido tan bien abrazando a una persona; sin embargo intentaba no moverme demasiado, para no hacerla enojar otra vez. Era preciosa, sus expresivos ojos negros me consumían lentamente. «¿Me estaré enamorando?», me pregunté.
Su respiración estaba tan agitada como la mía y nuestros pechos estaban encajados perfectamente. Me di cuenta de que estaba perdiendo mi compostura, me costaba pensar con claridad. Sus dulces labios me atraían como el polen a una abeja. Me acerqué para besarla.
―No ―dijo ella en un susurro casi inaudible.
Giró su cabeza suavemente, esquivándome. Mi beso se estrelló contra su mejilla. De inmediato hundí mi cara en su hombro izquierdo, me sentía avergonzada.
―Perdón ―intenté disculparme pero mi voz casi no se oyó.
―Está bien Lucrecia, no te pongas mal ―me dijo acariciándome la espalda.
Eso me reconfortó mucho. Ella era una chica fantástica, a pesar de que yo actuaba como una loca, ella siempre me perdonaba. Me enderecé y le sonreí para demostrarle que estaba todo bien.
―¿Qué fue lo que “experimentaste” con Tatiana? ―me preguntó cambiando el tema; pero sin apartarse de mí.
―Me enseñó a tocar a una chica, básicamente eso fue lo que aprendí.
―¿Ah sí? Debe ser algo muy útil, si es que querés ser…
―¿Lesbiana? Todavía no decido esa parte; pero supongo que sí es útil. Creo que es algo que se debe perfeccionar con la práctica.
―¿Por qué lo decís? Vos tenés una vagina, no debe ser muy diferente tocar otra.
―Tocarse una misma es una cosa; pero creo que es un poco más difícil tocar a otra chica y que sea satisfactorio para ella.
Nuestros cuerpos comenzaron a balancearse lentamente, esto hacía que nuestros clítoris rozaran contra la pierna de la otra. La expresión en su rostro cambió, supe que ella no era inmune a estos estímulos; también se estaba excitando.
―A ver, mostrame ―me sorprendió enormemente su pedido.
―¿De verdad?
―Sólo un poquito. Para saber qué se siente. Nunca me tocó otra persona… bueno, solamente vos ―me miró por debajo de sus largas pestañas. Tuve que luchar contra las ganas de besarla―. Esta vez preferiría estar despierta mientras lo hacés.  
―Está bien, te muestro ―tragué saliva.
Bajé lentamente mi mano izquierda hasta llegar a su tesoro virginal. Primero, con dos dedos separados, acaricié los laterales de su vagina, siempre mirándola a los ojos, para saber cuál era su reacción. Estaba nerviosa, no sólo por estar tocándola sino también porque quería hacer un buen trabajo. Esta era mi oportunidad de demostrarle que conmigo la podía pasar bien. Cuando llegó el momento de tocar su clítoris me tembló un poco la mano; pero ella se mantuvo a la expectativa y me animé a seguir. Froté su botoncito tiernamente. En tiempo el ritmo de su respiración fue aumentando, lo que me incentivó a acelerar el ritmo. Estuve tocándola durante varios segundos. Sentí un escalofrío cuando sus dedos se posaron justo sobre mi rajita. Comenzó a imitar mis movimientos, tal y como yo lo había hecho con Tatiana. Sin embargo Lara tenía un efecto especialmente intenso en mí.
Estábamos masturbándonos mutuamente, me resultaba irreal; pero eso era precisamente lo que estaba ocurriendo. Los ojos de mi amiga se entrecerraron y de su boca salieron suspiros contagiosos. Toqué la zona de su agujerito y mis dedos se humedecieron con el lubricante natural que salía de su interior. Procuré no ser muy invasiva, para no comprometer su virginidad; sin embargo ella no tuvo reparo en hundir dos dedos en mi cuevita. Suspiré y pegué mí frente a la de ella, quedamos mirándonos fijamente, muy cerca una de la otra. Acaricié su espalda con mi mano derecha y llegué a su cola. Apreté su nalga y ladeé la cabeza levemente, cerrando los ojos. Sentí sus labios contra los míos casi al instante. Esta vez no desperdicié el beso, acompañé sus movimientos y luego busqué su lengua utilizando la mía.
Unidas en un beso fuimos cayendo en el mar de sábanas. No sabía si estaba preparada para esto; pero ya estaba ocurriendo, ésta sería mi primera vez con una mujer. Mi primera relación sexual verdadera y consentida. Sentí mi virginidad emocional desvaneciéndose. Lara quedó sobre mí y no dejó de meterme los dedos, lamí su boca por dentro y por fuera, ella me hizo lo mismo. Nos dominaba el deseo.
Separé mis piernas tanto como pude y mi amiga se las arregló para que una quedara bajo su cuerpo, quedando nuestras vaginas pegadas. Apartamos las manos sin dejar de comernos las bocas y comenzamos a frotarnos una contra la otra.
Meneé mi cadera tanto como pude. Nuestros jugos vaginales se mezclaron. Dejó de besarme sólo para gemir. Lo hizo una y otra vez mientras nos frotábamos con fuerza, labio contra labio, clítoris contra clítoris. Ella estaba descontrolada, se movía mucho más rápido y sus jadeos se elevaban sobre los míos. Supe que estaba teniendo un orgasmo. Su vagina dejó salir más líquido el cual chorreó sobre la mía. Aceleré mis movimientos para que ella lo gozara más.
Sus labios se cerraron en torno a uno de mis pezones. Nunca antes había sentido semejante succión en esa zona tan sensible de mi cuerpo; era algo realmente hermoso. Comencé a gemir suavemente. No podía creerlo, mi mejor amiga me estaba comiendo las tetas mientras nuestras vaginas se frotaban alevosamente una contra la otra.
―Cogeme, Lara. Cogeme ―le dije sin pensarlo.
Mis palabras parecieron incentivarla más, comenzó a moverse con más fuerza y pasó a chupar mi otro pezón.
Me aferré a su nalga con ambas manos y luego introduje un dedo en su vagina, tan sólo un poco, lo justo y necesario como para no desvirgarla y para que no interfiriera con el roce de nuestros sexos. Con su lengua fue subiendo por mi cuello, y cuando llegó a mi boca, volvimos a besarnos.
Luego vino lo mejor, lo que yo tanto estaba esperando. Lara realizó el camino de regreso, cubriéndome el torso con sus besos y lamidas. Continuó su camino hasta mi vientre. Besó mi peludo monte de Venus y abrí las piernas para recibirla. Lara separó mis labios vaginales usando los pulgares, abrió su boca y…
Golpearon la puerta.
―¿Lara, está todo bien? ―era la voz de su padre.
Saltamos como un mono que se mira al espejo por primera vez. Nos alteramos mucho, cada una voló de la cama hacia un lado e instintivamente agarramos nuestra ropa.
―Sí, papá. Todo bien ¿por qué? ―preguntó ella fingiendo estar somnolienta.
―Me pareció escuchar ruidos. Lucrecia está con vos ―nos miramos aterradas.
―No papá. Se fue cuando terminamos de mirar las películas ―mintió.
―Ah bueno, seguí durmiendo. Perdón por despertarte.
Nos vestimos tan rápido como pudimos, ella sólo se puso un pijama. Tuvimos que ahogar nuestra risita histérica tapándonos la boca con las manos. Ni yo entendía cuál era la gracia, estuvimos a punto de ser descubiertas actuando de forma inapropiada y, en lugar de asustarnos, nos lo tomábamos como una broma infantil.
―No se va a volver a dormir ―susurró refiriéndose a su padre.
―¿Por qué le dijiste que yo no estaba?
―Porque seguramente él no escuchó “ruidos”, escuchó gemidos. Prefiero quedar como una pajera antes que darle la oportunidad de asociar los gemidos con vos… se va a creer que pasó algo raro.
―Ah, tenés razón ―«Es que sí pasó algo raro», agregué mentalmente.
― Vas a tener que irte; perdón.
―Todo bien Lara, no te preocupes; pero ¿cómo salgo?
―Por la ventana. Tengo la llave de la puerta del patio que da a la calle. Cuando salgas tirala por arriba del tapial. ¿Tenés plata para el taxi? ―ella sí era considerada.
―Sí, tengo. Gracias.
―Perfecto, después te llamo ―prometió.
Cuando estuve lista para la huida, abrimos la ventana y me escabullí por ella sin hacer el menor ruido. Me sentí como un amante escapando de las garras de un marido celoso. Cuando estuve del otro lado miré hacia adentro y tomé a Lara por la cabeza, la besé una vez más y me sorprendió que ella aceptara de tan buena gana. Esto cambiaría para siempre nuestra amistad.
Abrí la puerta de aluminio que daba a la calle, procurando que las bisagras no chirriaran demasiado. Cuando conseguí salir y volver a cerrarla, arrojé la llave tal como Lara me lo había pedido. Pero, como pelotuda que soy, usé más fuerza de la necesaria. Las escuché caer estrepitosamente sobre el techo. No pude evitar reírme como estúpida. Estaba feliz. Ya podía imaginar los insultos de Lara intentando explicarle a su padre que seguramente fue un gato lo que provocó el ruido. Un gato con un gran manojo de llaves. Levanté los brazos, sonreí y di algunos giros en el mismo lugar. Estaba hecha una completa idiota, más de lo normal, pero me encantaba sentirme así.
Llegué a mi casa muerta de sueño. Estaba tan cansada que no tenía ni ganas de masturbarme. Sólo quería dormir, despertarme y volver a estar con Lara. Dormí con una angelita… una que acababa de tener su primera vez, con su mejor amiga.

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