-1-
Mi vida había llegado a su fin.
Lara se había despertado mientras yo le
chupaba la vagina.
Fue el peor susto que recibí en mi
mojigata existencia.
La expresión en los ojos de Lara me
aterraba, denotaba asombro y furia al mismo tiempo; para colmo yo aún seguía
aferrada como sanguijuela a su sexo, mientras la saliva se acumulaba en mi
boca. Ni siquiera podía recurrir a la típica frase: «No es lo que parece». De
hecho, era justamente lo que parecía.
―¿Lucre? ¿Qué haces? ―Su voz era calma y
somnolienta ―¡Lucrecia! ¿¡Qué estás haciendo!? ―El grito de Lara resonó en mis
oídos― ¿¡Qué hacés!?
Se alejó de mí pataleando hasta quedar
apoyada contra el respaldo de la cama, respiraba agitadamente y el terror de su
expresión fue contagioso. Entré en pánico.
―Lara, ¡Perdón! ¡Perdón! ―le dije con
los ojos vidriosos por las primeras lágrimas― ¡No quería, te juro que no
quería!
―¿¡Estás loca!? ―en su voz noté odio,
desprecio, repugnancia.
―¡No! Es que últimamente… las mujeres… y
Tati me dijo… todo eso del experimento… el beso… los videos… y estuve mirando
porno… las lesbianas… el verte desnuda… dormís como morsa… yo no pensé que… la
puta madre… ―hablaba entre llanto, ni siquiera yo comprendía lo que decía, los
espasmos me impedían hablar con claridad― ¡Perdoname!
―Esperá Lucrecia, calmate un poquito.
Tranquilizate. Te va a dar un ataque ―lucía igual de espantada que antes pero
al menos no me estaba gritando.
―¡Soy una estúpida! ¡Una loca de mierda!
―Tenía ganas de salir corriendo desnuda a la calle y tirarme del puente más
cercano― ¡No merezco perdón de Dios!
―No metas a Dios en esto. En serio, calmate.
Te estás hiperventilando ―abrió a tientas el cajoncito de la mesita de luz y
extrajo una bolsita de nylon
transparente―. Tomá, respirá ahí dentro.
Tomé la bolsa pensando que Lara quería
asfixiarme con ella, no entendía que era eso de hiperventilarse; sólo quería llorar.
Estaba abatida y herida como a un ave a la que le disparan en pleno vuelo, no
sabía cómo hacer para serenarme. Seguí sus indicaciones y coloqué la bolsa
alrededor de mi boca, como hacen en las películas y continué respirando
agitadamente. Había dos opciones, o me calmaba o me moría; no sabía cuál de las
dos prefería más.
Me sentía una estúpida por haberme
arriesgado tanto. Toda persona que toma un gran riesgo lo hace pensando en que
las cosas saldrán bien; absurdamente yo creía que nada de esto ocurriría. Pero
ocurrió, y no tenía ni la más pálida idea de cómo enfrentar la situación.
Si por un segundo pensé en las
consecuencias de mis actos, sabía que, en el peor de los casos, Lara se
despertaría… bueno, éste era el peor de los casos.
―Ya pasó, ya pasó ―me decía Lara―. No
quise gritarte, pero me asustaste mucho, no me esperaba eso ―la miré sin dejar
exhalar e inhalar. Ella también estaba llorando, pero ya no parecía tan
enojada, lucía más bien desorientada― ¿Cómo se te ocurre hacer algo así? ―No me
estaba juzgando, estaba haciendo una pregunta lógica. De verdad quería saber
cómo fue que llegué a actuar de esa manera.
―Es que me estoy volviendo loca ―mi voz
sonó robótica dentro de la bolsa; en otro contexto hubiera sido gracioso.
El método para calmarme superó mis
expectativas, mi respiración estaba regresando a la normalidad lentamente.
―No digas eso, vos no sos una loca.
Siempre fuiste buenita y correcta. Como una de tus monjas. Por eso me sorprende
tanto todo esto ¿No estaré soñando? ―miró para todos lados pero no logró
convencerse de que esto fuera un sueño… o una pesadilla.
―Sé que me vas a odiar durante el resto
de tu vida… o de la mía. Me mataría ahora mismo si supiera que con eso no me
vas a odiar ―mis lágrimas me estaban impidiendo ver con claridad.
―No digas estupideces, Lucrecia. Yo no
te odio. No entiendo nada; pero no te odio. No te pongas mal, ya pasó ―creo que
lo dijo más para ella misma que para mí.
Titubeó unos segundos y una forzada
sonrisa se dibujó en sus labios, de pronto hizo algo que no me esperaba. Se
acercó a darme un tierno abrazo; mi rostro quedó entre sus redondos y suaves
pechos. Aparté la bolsa y me hundí en ellos a llorar, mientras sus manos acariciaban
mi desnuda espalda.
―Lo único que te voy a pedir es que me
expliques, porque entiendo menos que durante los sermones de mi rabino; y son
en hebreo ―me dijo suavemente―. Eso sí, explicame de forma calmada; te prometo
que no me voy a enojar con vos.
Asentí con la cabeza, pero pasaron
varios minutos hasta que logré serenarme. Sabía muy bien que éste no era el
momento para pensar chanchadas lésbicas, pero no pude evitar notar que el
corpiño se le bajó un poco y liberó una de sus blancas tetas coronadas con un
bello y erecto pezón rosado. No me quería separar de ella. No sólo temía que
Lara se enfadara conmigo por lo que había hecho, sino que también se enojara
por la cantidad de tiempo que pasé abrazándola. Por fortuna ella se limitaba a
acariciarme el cabello y la espalda. Acomodé mejor mi rostro entre sus pechos,
la suavidad y calidez de su piel contra mi mejilla me adormeció como a un bebé.
Si no me quedé completamente dormida fue por culpa del corpiño, que me
molestaba bastante. Como si pudiera adivinar mis pensamientos, Lara se lo quitó
con un rápido movimiento dejando sus pequeñas tetas al desnudo.
―Para que veas que no estoy enojada con
vos ―me dijo, volviendo a abrazarme.
Ese gesto me llenó de ternura. Me demostraba
que todavía confiaba en mí. Me decía que podía estar desnuda frente a mí sin
pudor. Me pegué más a su cuerpo, debido a la diferencia de tamaño entre
nosotras me vi obligada a separar las piernas; quedé aferrada a ella como si
fuera la cría de un mono. Esa tibieza y suavidad me llenaron de paz. Me di
cuenta de lo valiosa que era Lara, ella no me había echado a patadas de su casa,
como le había ocurrido a Tatiana con Cintia. Al contrario, ella me brindaba el
más cálido de sus abrazos.
No quise abusar de su gentileza y luego
de un par de minutos me aparté para poder mirarla directamente a los ojos. Ya
no lloraba, pero tenía las mejillas empapadas de lágrimas. Su boquita entreabierta
estaba más hermosa que nunca. Tuve que luchar contra la tentación de besarla. Al
parecer el sexo femenino producía una fuerte atracción en mí.
―Prometeme que no te vas a enojar ―no
quería vivir la misma experiencia que Tatiana.
―Te lo prometo ―sus palabras sonaron
sinceras para mí.
―Me está pasando algo raro últimamente ―no
quise darle demasiadas vueltas al asunto, lo mejor era aclararlo de la forma
más sencilla posible―. Creo que me siento atraída por las mujeres ―no le
contaría cada detalle de la historia, prefería obviar el robo informático de
videos pornográficos que perpetré en contra de su smartphone―. Hace poco hablé con Tatiana sobre esto y empezamos una
serie de experimentos. Necesitaba estar segura de lo que sentía.
―¿Qué clase de experimentos?
―Lésbicos. La primer parte fue con ella.
Nos tocamos y nos besamos, fue lo más loco e intenso que me pasó en la vida ―si
no la mataba del asco con esto, no lo haría con nada―. Tengo que confesar que
me gustó mucho, más de lo que yo creía y más de lo que yo quería. Las pruebas
no terminaron allí, después miré pornografía… con mujeres. Empezó a costarme
cada vez más alejar la imagen femenina de mi cabeza ―me revolví en la cama.
Seguramente ella notaba que mi desnudez era total; pero no hizo comentarios al
respecto―. A pesar de todo eso, necesitaba un último test. Tenía que probar una
vagina, de verdad. No lo hice por otra cosa. Sólo quería estar segura. No pensé
que te ibas a despertar ―se quedó inmóvil mirando mi entrepierna que todavía se
mantenía lubricada― Sé que no tengo excusa y que actué muy mal. Te pido
disculpas.
―Cometiste un error. Me molesta mucho
que lo hayas hecho sin mi consentimiento ―asentí con la cabeza, estaba
totalmente avergonzada―. Pero estoy intentando ponerme en tu lugar, aunque me
sea difícil. Tatiana me contó lo que le pasó con Cintia y no quiero ser como
ella; yo no te voy a echar de mi casa ―me tranquilizó mucho oír eso―. Amiga,
tendrías que habérmelo pedido. Yo te hubiera ayudado.
―¿De verdad me hubieras ayudado?
―Claro que sí, sos mi mejor amiga. Si no
me animaba a que pruebes conmigo al menos te hubiera ayudado a que encuentres
con quien hacerlo. Tatiana era una mejor opción.
―Tuve la oportunidad de hacerlo con
ella… pero no pude. Yo quería que seas vos… ―«Malditos actos fallidos».
―¿Yo? ―De pronto una leve sonrisa
apareció en su rostro―. Bueno, eso me halaga un poco ―acomodó su tanga para evitar
que yo siguiera mirándola; no me enojé, era lo correcto―. Tal vez no elegiste
la mejor forma de hacerlo; pero ya está, ya lo hiciste. No podemos cambiar eso
―nos quedamos unos segundos en silencio― ¿Cuál es el veredicto del experimento?
―¿De verdad te interesa saberlo? Es que
te enojaste tanto conmigo que…
―Me enojé porque me pegué el susto de mi
vida. Ya te quisiera ver a vos despertándote y que alguien esté succionándote
las tripas por el agujerito de abajo ―no pude evitar reírme, ella tenía una
forma muy humorística de decir las cosas―. Y sí, me interesa saberlo; pero prometeme
que esto no se va a repetir.
―Promesa de mejor amiga ―levanté mi mano
derecha―, y te pido perdón una vez más. No sé qué decir sobre el “veredicto”,
estoy muy confundida ahora mismo. Pero no te voy a negar que antes de que te
despertaras lo estaba disfrutando mucho.
―Eso nos deja dos posibilidades: o yo
estoy muy buena o vos sos lesbiana ―lamió sus labios y frunció el ceño―. Pucha,
tengo un gusto raro en la boca.
En ese instante recordé mis frotadas vaginales
contra su dulce boquita; ahora si me mataría. ¿Dónde venderán las píldoras de
cianuro? Serían muy útiles en estos casos.
―No creo que sea lesbiana, pero tal vez
debería decir que soy bisexual. No puedo descartar a los hombres. ¿Gusto raro
como a qué? ―miré a la pared haciéndome olímpicamente la pelotuda.
Sí, de verdad podría competir
olímpicamente si hubiera una competencia de pelotudez. Pero la perdería, por
pelotuda.
―No sé… como a… ―en ese momento se fijó
en mi vagina, yo estaba de rodillas con las piernas separadas y ésta podía
verse completamente― ¡Como a eso! ―Señaló con su índice; y yo que ni siquiera
había escrito mi testamento― ¿Acaso eso también era parte del experimento?
―Este… bueno… eh. Sí.
―¡Te voy a matar, Lucrecia!
Se arrojó sobre mí y me hizo caer de
espalda sobre la cama. Me preparé para recibir el primer golpe, con los ojos
cerrados, como buena niña cobarde. El golpe nunca llegó. Sólo escuché su risa.
―Qué desgraciada que sos, ¿también me
querías hacer probar a mí? ―me dio golpecitos por toda la cabeza, pero eran
suaves.
Fue un alivio ver que no estaba enojada
y que se lo tomaba con gracia.
―Tenía que probar que se sentía tener
una chica ahí abajo ―dije como si fuera el razonamiento más lógico del mundo.
―Debería matarte ―dijo mordiéndose el
labio inferior y señalándome con el dedo.
―Te recuerdo que la que empezó todo
esto, fuiste vos. Vos me besaste primero.
―¡Fue por una apuesta! ―Me golpeó otra
vez―. ¿Por qué tengo que estar probando tus cochinos flujos?
―¿Cochinos? Los tuyos son muy ricos ―me
estaba divirtiendo y mis comentarios comenzaron a ser más osados―. No creo que
los míos sean tan malos.
―¿Así que te parecen ricos, eh? ―Se
llevó la mano a la vagina y luego la acercó a mi cara; tenía dos dedos
cubiertos de ese viscoso líquido que formaba un hilito entre ellos―. ¿Te gusta?
―Intentó poner su mano contra mi cara, pero me defendí sosteniéndola por la
muñeca―. ¿Ahora te hacés la delicada?
Sentí sus dedos húmedos frotándose
contra mi nariz, mi boca y mi barbilla. Mantuve los labios apretados mientras
nos reíamos. Al final decidí darle (o darme) el gusto, chupé uno de sus dedos y
luego otro hasta terminar jugando con ellos dentro de mi boca de forma sensual.
Lara se quedó mirándome, sorprendida.
―¿Te gustó? ―preguntó.
―Sí, es muy rico.
―¡Cochina degenerada! ―Su cuerpo estaba
tibio y sentirlo sobre mi desnudez me excitó mucho―. A ver qué te parece esto.
Con un rápido movimiento llevó los dedos
hasta mi vagina y los frotó de abajo hacia arriba manteniéndolos juntos. Se me
erizaron los pelos de los brazos cuando los sentí contra mi clítoris. A continuación
me ofreció sus dedos, embadurnados por mis propios jugos, y prácticamente me
obligó a lamerlos; aunque no opuse mucha resistencia. Nunca había probado mis
propios flujos sexuales, me resultó excitante y se lo hice saber.
―¡Estos son más ricos todavía!
―¿Cómo que más rico? ―Me agarró del pelo
y sacudió un poco mi cabeza― ¿Cómo que más rico? Encima de degenerada,
mentirosa ¡La mía es mejor!
―Vas a ver que no.
Metí dos dedos en mi sexo tan profundo
como pude y aproveché para estimularme un poco el clítoris, este “jueguito” era
muy excitante y no quería que terminara nunca. Luego puse la mano frente a sus
ojos mostrándole lo mojada que estaba.
―¡No, salí! ―Intentó apartarse― ¡Ay no,
qué asco! Yo no soy lesbiana, salí ―restregué mis jugos por toda su cara y
logré meter un dedo en su boca. Sin resistirse más, lo lamió. Luego hizo lo
mismo con otro dedo. Me llenó de placer verla―. ¿Ves, te gusta?― se limitó a
sonreír.
Como no dijo nada supuse que debía
seguir adelante con este excitante juego. Busqué a tientas su vagina, hice a un
lado la tanga y la toqué un ratito para mojarme bien los dedos. Me dio la
impresión de que Lara estaba disfrutando de este toqueteo. Aguardó expectante a
que los pusiera en su boca, lamió mis dedos sin dejar de mirarme fijamente.
Nunca había sentido un cuerpo tan cálido y suave sobre el mío y el que
estuviéramos divirtiéndonos de esta forma me estaba nublando el juicio; quería
hacer alguna locura. Deseaba que me besara, que metiera su cabeza entre mis
piernas, que me permitiera lamer su vagina; quería que hiciéramos el amor.
―La mía es más rica ―su voz me sacó de
mis ensoñaciones lésbicas.
Empezamos a reírnos como niñas tontas.
Se puso de rodillas otra vez, me moví junto con ella y la abracé, nuestras
piernas quedaron intercaladas. Tenía una de sus piernas entre las mías y mi
vagina desnuda se rozaba contra su muslo, a su vez pude sentir su húmedo sexo
sobre mi pierna izquierda. Creí que Lara se enfadaría conmigo por pegarme tanto
a ella pero también me enredó con sus brazos. Nuestros pechos se tocaron. Nos
quedamos mirando con una amplia sonrisa.
―Entonces, ¿me perdonás? ―le pregunté.
―Si amiga, no te preocupes. Ya pasó. No
digo que hayas actuado bien; pero no quiero pelearme con vos por eso. Digamos
que fue una locura y que si lo hacés otra vez te corto las dos tetas y se las
doy de comer a Puqui; pero no hay rencores.
La abracé más fuerte, el roce de mi
clítoris contra su piel me estaba excitando mucho. Nunca antes me había sentido
tan bien abrazando a una persona; sin embargo intentaba no moverme demasiado,
para no hacerla enojar otra vez. Era preciosa, sus expresivos ojos negros me
consumían lentamente. «¿Me estaré enamorando?», me pregunté.
Su respiración estaba tan agitada como
la mía y nuestros pechos estaban encajados perfectamente. Me di cuenta de que
estaba perdiendo mi compostura, me costaba pensar con claridad. Sus dulces
labios me atraían como el polen a una abeja. Me acerqué para besarla.
―No ―dijo ella en un susurro casi
inaudible.
Giró su cabeza suavemente, esquivándome.
Mi beso se estrelló contra su mejilla. De inmediato hundí mi cara en su hombro
izquierdo, me sentía avergonzada.
―Perdón ―intenté disculparme pero mi voz
casi no se oyó.
―Está bien Lucrecia, no te pongas mal ―me
dijo acariciándome la espalda.
Eso me reconfortó mucho. Ella era una
chica fantástica, a pesar de que yo actuaba como una loca, ella siempre me perdonaba.
Me enderecé y le sonreí para demostrarle que estaba todo bien.
―¿Qué fue lo que “experimentaste” con
Tatiana? ―me preguntó cambiando el tema; pero sin apartarse de mí.
―Me enseñó a tocar a una chica,
básicamente eso fue lo que aprendí.
―¿Ah sí? Debe ser algo muy útil, si es
que querés ser…
―¿Lesbiana? Todavía no decido esa parte;
pero supongo que sí es útil. Creo que es algo que se debe perfeccionar con la
práctica.
―¿Por qué lo decís? Vos tenés una
vagina, no debe ser muy diferente tocar otra.
―Tocarse una misma es una cosa; pero
creo que es un poco más difícil tocar a otra chica y que sea satisfactorio para
ella.
Nuestros cuerpos comenzaron a
balancearse lentamente, esto hacía que nuestros clítoris rozaran contra la
pierna de la otra. La expresión en su rostro cambió, supe que ella no era
inmune a estos estímulos; también se estaba excitando.
―A ver, mostrame ―me sorprendió
enormemente su pedido.
―¿De verdad?
―Sólo un poquito. Para saber qué se
siente. Nunca me tocó otra persona… bueno, solamente vos ―me miró por debajo de
sus largas pestañas. Tuve que luchar contra las ganas de besarla―. Esta vez
preferiría estar despierta mientras lo hacés.
―Está bien, te muestro ―tragué saliva.
Bajé lentamente mi mano izquierda hasta llegar
a su tesoro virginal. Primero, con dos dedos separados, acaricié los laterales
de su vagina, siempre mirándola a los ojos, para saber cuál era su reacción.
Estaba nerviosa, no sólo por estar tocándola sino también porque quería hacer
un buen trabajo. Esta era mi oportunidad de demostrarle que conmigo la podía pasar
bien. Cuando llegó el momento de tocar su clítoris me tembló un poco la mano;
pero ella se mantuvo a la expectativa y me animé a seguir. Froté su botoncito
tiernamente. En tiempo el ritmo de su respiración fue aumentando, lo que me
incentivó a acelerar el ritmo. Estuve tocándola durante varios segundos. Sentí
un escalofrío cuando sus dedos se posaron justo sobre mi rajita. Comenzó a
imitar mis movimientos, tal y como yo lo había hecho con Tatiana. Sin embargo
Lara tenía un efecto especialmente intenso en mí.
Estábamos masturbándonos mutuamente, me
resultaba irreal; pero eso era precisamente lo que estaba ocurriendo. Los ojos
de mi amiga se entrecerraron y de su boca salieron suspiros contagiosos. Toqué
la zona de su agujerito y mis dedos se humedecieron con el lubricante natural
que salía de su interior. Procuré no ser muy invasiva, para no comprometer su
virginidad; sin embargo ella no tuvo reparo en hundir dos dedos en mi cuevita.
Suspiré y pegué mí frente a la de ella, quedamos mirándonos fijamente, muy
cerca una de la otra. Acaricié su espalda con mi mano derecha y llegué a su cola.
Apreté su nalga y ladeé la cabeza levemente, cerrando los ojos. Sentí sus
labios contra los míos casi al instante. Esta vez no desperdicié el beso,
acompañé sus movimientos y luego busqué su lengua utilizando la mía.
Unidas en un beso fuimos cayendo en el
mar de sábanas. No sabía si estaba preparada para esto; pero ya estaba
ocurriendo, ésta sería mi primera vez con una mujer. Mi primera relación sexual
verdadera y consentida. Sentí mi virginidad emocional desvaneciéndose. Lara
quedó sobre mí y no dejó de meterme los dedos, lamí su boca por dentro y por
fuera, ella me hizo lo mismo. Nos dominaba el deseo.
Separé mis piernas tanto como pude y mi
amiga se las arregló para que una quedara bajo su cuerpo, quedando nuestras
vaginas pegadas. Apartamos las manos sin dejar de comernos las bocas y comenzamos
a frotarnos una contra la otra.
Meneé mi cadera tanto como pude.
Nuestros jugos vaginales se mezclaron. Dejó de besarme sólo para gemir. Lo hizo
una y otra vez mientras nos frotábamos con fuerza, labio contra labio, clítoris
contra clítoris. Ella estaba descontrolada, se movía mucho más rápido y sus
jadeos se elevaban sobre los míos. Supe que estaba teniendo un orgasmo. Su
vagina dejó salir más líquido el cual chorreó sobre la mía. Aceleré mis
movimientos para que ella lo gozara más.
Sus labios se cerraron en torno a uno de
mis pezones. Nunca antes había sentido semejante succión en esa zona tan
sensible de mi cuerpo; era algo realmente hermoso. Comencé a gemir suavemente.
No podía creerlo, mi mejor amiga me estaba comiendo las tetas mientras nuestras
vaginas se frotaban alevosamente una contra la otra.
―Cogeme, Lara. Cogeme ―le dije sin
pensarlo.
Mis palabras parecieron incentivarla
más, comenzó a moverse con más fuerza y pasó a chupar mi otro pezón.
Me aferré a su nalga con ambas manos y
luego introduje un dedo en su vagina, tan sólo un poco, lo justo y necesario
como para no desvirgarla y para que no interfiriera con el roce de nuestros
sexos. Con su lengua fue subiendo por mi cuello, y cuando llegó a mi boca, volvimos
a besarnos.
Luego vino lo mejor, lo que yo tanto
estaba esperando. Lara realizó el camino de regreso, cubriéndome el torso con
sus besos y lamidas. Continuó su camino hasta mi vientre. Besó mi peludo monte
de Venus y abrí las piernas para recibirla. Lara separó mis labios vaginales
usando los pulgares, abrió su boca y…
Golpearon la puerta.
―¿Lara, está todo bien? ―era la voz de
su padre.
Saltamos como un mono que se mira al
espejo por primera vez. Nos alteramos mucho, cada una voló de la cama hacia un
lado e instintivamente agarramos nuestra ropa.
―Sí, papá. Todo bien ¿por qué? ―preguntó
ella fingiendo estar somnolienta.
―Me pareció escuchar ruidos. Lucrecia
está con vos ―nos miramos aterradas.
―No papá. Se fue cuando terminamos de
mirar las películas ―mintió.
―Ah bueno, seguí durmiendo. Perdón por
despertarte.
Nos vestimos tan rápido como pudimos,
ella sólo se puso un pijama. Tuvimos que ahogar nuestra risita histérica
tapándonos la boca con las manos. Ni yo entendía cuál era la gracia, estuvimos
a punto de ser descubiertas actuando de forma inapropiada y, en lugar de asustarnos,
nos lo tomábamos como una broma infantil.
―No se va a volver a dormir ―susurró
refiriéndose a su padre.
―¿Por qué le dijiste que yo no estaba?
―Porque seguramente él no escuchó
“ruidos”, escuchó gemidos. Prefiero quedar como una pajera antes que darle la
oportunidad de asociar los gemidos con vos… se va a creer que pasó algo raro.
―Ah, tenés razón ―«Es que sí pasó algo
raro», agregué mentalmente.
― Vas a tener que irte; perdón.
―Todo bien Lara, no te preocupes; pero
¿cómo salgo?
―Por la ventana. Tengo la llave de la
puerta del patio que da a la calle. Cuando salgas tirala por arriba del tapial.
¿Tenés plata para el taxi? ―ella sí era considerada.
―Sí, tengo. Gracias.
―Perfecto, después te llamo ―prometió.
Cuando estuve lista para la huida,
abrimos la ventana y me escabullí por ella sin hacer el menor ruido. Me sentí
como un amante escapando de las garras de un marido celoso. Cuando estuve del
otro lado miré hacia adentro y tomé a Lara por la cabeza, la besé una vez más y
me sorprendió que ella aceptara de tan buena gana. Esto cambiaría para siempre
nuestra amistad.
Abrí la puerta de aluminio que daba a la
calle, procurando que las bisagras no chirriaran demasiado. Cuando conseguí
salir y volver a cerrarla, arrojé la llave tal como Lara me lo había pedido.
Pero, como pelotuda que soy, usé más fuerza de la necesaria. Las escuché caer estrepitosamente
sobre el techo. No pude evitar reírme como estúpida. Estaba feliz. Ya podía
imaginar los insultos de Lara intentando explicarle a su padre que seguramente
fue un gato lo que provocó el ruido. Un gato con un gran manojo de llaves.
Levanté los brazos, sonreí y di algunos giros en el mismo lugar. Estaba hecha
una completa idiota, más de lo normal, pero me encantaba sentirme así.
Llegué a mi casa muerta de sueño. Estaba
tan cansada que no tenía ni ganas de masturbarme. Sólo quería dormir,
despertarme y volver a estar con Lara. Dormí con una angelita… una que acababa
de tener su primera vez, con su mejor amiga.
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