El Fruto del Incesto (Malditas Uvas) [06].

Modelo de la Foto: Stacy Ray 

Capítulo 06.

Confesión.



La reacción de Fabián me puso triste, obviamente estaba celoso de su hermana... y del “novio” de ésta.


Me había propasado, no debió ser nada agradable para mi hijo ver como se la chupaba a un chico de su edad… y luego ver como su propia hermana me comía la concha. Fue una completa locura. Fue muy irresponsable de mi parte comportarme de esa manera, pero algo extraño me ocurrió cuando admiraba la erección que tenía Pablo. Me sobrepasó la increíble necesidad de sentir una verga dura dentro de la boca, poder saborearla y envolverla con mi lengua, degustar el amargo sabor de los jugos preseminales... y de que me la metiera toda por la concha.


Volví a mi dormitorio, cerré la puerta y me recosté en la cama. Sin darme cuenta mis dedos comenzaron a acariciarme el clítoris, la humedad de mi sexo aún era abundante. En mi mente todavía estaba muy viva la gratificante sensación que me produjo de ese suculento pene. Recordé que, tal vez, con un poco de suerte, las malditas uvas saldrían; si es que podía alcanzar el orgasmo... otra vez. Porque en el preciso momento en que llegué al clímax, luego de que mi hija me chupara el culo, sentí algo bajando en mi interior; pero en lugar de pujar, provoqué que el objeto volviera a entrar. Ahora sabía que, de ser realmente una uva, debería pujar en ese momento, y posiblemente también necesitaría introducir mis dedos para sacarla. Al menos tenía esperanzas.


A esta altura de la noche lo más sensato era ir al ginecólogo, pero como aún era de madrugada y prefería agotar todas las posibilidades. Tal vez ocurriera un milagro y me ahorraría la vergüenza de ir… ¿a quién quería engañar? Sabía que no me quedaría tranquila aunque viera salir diez uvas más; siempre me quedaría la sensación de que alguna pudo quedar dentro. De todas formas estaba muy excitada y quería llegar al orgasmo.


Comencé a masturbarme a conciencia, cerrando los ojos para poder imaginar mejor que se la estaba chupando otra vez a ese chico.


Mi imaginación comenzó a traicionarme, de a ratos me veía comiendo esa misma verga que minutos antes había estado dentro de mi boca, y en ocasiones veía aparecer el imponente miembro viril de mi hijo, con la venas bien marcadas y el glande suave y brilloso. También se cruzaban por mi mente imágenes de mi hija comiéndome el clítoris.


Escuché un ruido proveniente de la puerta de mi dormitorio y regresé a la realidad. Al abrir los ojos vi a Fabián, completamente desnudo, ingresando. No dejé de masturbarme, eso me produjo una sensación extrañamente placentera; había llegado al punto en el que podía hacerme una paja frente a mi hijo como si eso fuera lo más normal del mundo… o tal vez era porque me calentaba hacerlo. No quería saberlo, cualquier posible respuesta me resultaba aterradora. Él se acercó y se quedó de pie junto a mí, me fijé que su grueso miembro se tambaleaba entre sus piernas, flácido pero aún con un tamaño envidiable.


Miré a Fabián a los ojos mientras mis dedos seguían moviéndose entre mis labios vaginales, sin perder el ritmo. Mis piernas estaban algo separadas y él podía ver claramente cómo me masturbaba. Tomar conciencia de esto hizo que algo en el interior de mi pecho se revolviera vertiginosamente. Instintivamente separe un poco más las piernas e introduje dos dedos en mi concha, iniciando así el mecánico movimiento de meterlos y sacarlos.


—¿Pasa algo? —Le pregunté con gran naturalidad, sin dejar de tocarme. Había un leve tono de “madre enfadada” en mi voz.


—Em... quería pedirte disculpas, creo que te traté un poco mal.


—Sí, así fue —el húmedo chasquido de mis dedos invadiendo mi sexo cubría los pequeños silencios entre las palabras.


—Me pone mal saber que te maltraté, injustamente.


Algo que caracterizaba a Fabián era que rara vez se mantenía enojado por mucho tiempo. Por lo general solía ser el primero en pedir perdón, algo de lo que su hermana y yo nos aprovechábamos un poquito.


—Así es —le dije, manteniendo un tono ligeramente severo—. Sé que no actué de la forma más coherente del mundo, pero me sorprende que me hayas tratado de esa forma, después de todo lo que hablamos.


Sabía que él me estaba mirando, abrí los labios de mi concha tanto como pude y luego froté mi clítoris formando círculos.


—Lo que pasó es que...


No dijo más nada, se quedó hipnotizado mirando cómo mis dedos recorrían ávidamente mi sexo. No sabía exactamente por qué me estaba comportando de esa manera, pero un placentero impulso me obligó a seguir adelante, y a ser más osada. Es curioso, porque la osadía nunca fue una de mis principales características; sin embargo toda esta situación, tan surrealista, me invitaba a comportarme como jamás antes lo había hecho. Llevé los dedos cubiertos de flujos vaginales hasta mi boca, cuando rozaron mis labios, los separé, un delgado hilo de jugos quedó colgando entre ellos, lo junté con mi lengua y luego chupé los dedos lentamente. Una vez terminada mi clara manifestación de calentura, continúe pajeándome frente a mi hijo, abriendo mi concha, casi como si quisiera decirle: «Mirá lo mojada que estoy».


—¿Qué es lo que pasa? —Le pregunté.


—No importa, no lo entenderías.


—Podrías intentar explicarme al menos.


Se quedó dubitativo durante unos segundos, mirando como yo me tocaba.


—Tiene que ver con lo que hiciste con ese pibe... y con Luisa.


—Me lo imaginé.


—Pero no es lo que vos pensás. No me pareció mal que lo hayas hecho; pero sí me puso un poco celoso.


—Creo que es entendible, al fin y al cabo soy tu mamá.


—Tampoco va por ese lado la cosa. Los celos eran con todos, con vos, con Luisa, con el chico ese...


—Vas a tener que explicarte mejor, Fabián ―me sorprendía que le costara tanto expresarse, él solía ser exageradamente práctico para explicar algo.


—Lo que pasa es que... ese pibe ahora debe estar con Luisa, cogiendo, y vos se la chupaste... y también te cogió… y pasó todo eso. Luisa también se la chupó. Es decir, todos pueden disfrutar de un momento de sexo, menos yo. Yo no tengo a nadie.


Me detuve al instante, las palabras de mi hijo me tomaron por sorpresa y me conmovieron. No tenía idea de que su bronca estuviera relacionada con la falta de sexo. Me sentí una mala madre, yo debí notar las señales. Fabián pasaba solo muchas horas al día, y nunca me presentó a una pareja. Ni siquiera me comentó que estuviera interesado en alguna chica en particular. Pero ahora, después de su confesión, ya me quedaba perfectamente claro que él no había tenido la posibilidad de disfrutar del sexo con nadie.


—¿De verdad te sentís así?


—Sí. Yo sabía que Luisa no era virgen, pero me jodió un poquito saber con certeza que esta misma noche iba a tener con quién acostarse, y yo no... como siempre. Y si a eso le sumo el momento en que se la chupabas al pibe, me pongo peor.


―¿Estás seguro de que eso fue lo peor? ―La pregunta iba por lo que ocurrió con Luisa.


―Sí, eso fue lo que más me molestó. Porque él ya tenía a Luisa y después a vos también. Se la terminaron chupando entre las dos. Yo nunca pude sentir… bueno, es decir, a mí nunca nadie me la chupó. Perdoname si me la agarré con vos, sé que no es justo; pero ese fue el motivo por el cual me enojé. Sé que puede parecer una boludez…


—No hace falta que me pidas disculpas, mi amor ―lo interrumpí. Me sorprendió que no le molestara lo que había hecho con su hermana y se centrara más en lo que pasó con el pibe―. Entiendo perfectamente cómo te sentís. Si bien yo no soy virgen, y vos sos la prueba irrefutable de eso, me sentí igual que vos en muchas ocasiones, especialmente cuando salía con mis amigas. Ellas siempre tenían alguna anécdota sexual nueva, o un nuevo admirador que les andaba atrás; y yo, desde que me separé de tu padre, tuve muy pocas cosas nuevas que compartir con ellas. Aunque la verdad es que antes tampoco tenía... en fin, el punto es que muchas veces tuve que volverme sola y triste a mitad de la noche porque ellas salían con sus parejas. Lo peor de todo era tener que aparentar que estaba todo bien que era muy feliz estando sola, sin un hombre que me complicara la vida; pero después terminaba llorando en la cama, sola.


Me había sincerado con mi hijo como nunca lo había hecho con nadie en toda mi vida. Los sucesos ocurridos durante las últimas horas habían quebrado una gran barrera entre mis hijos y yo. Sentía que podía confiar totalmente en Fabián y hablar de cualquier cosa, y ya no me inhibía estar exponiendo mi desnudez ante él.


Fabián me quedó mirando en silencio, tal vez lo había puesto incómodo con mi confesión sentimental. Pensé rápido en algo que decir, algo para romper el frío silencio que se había formado entre los dos; pero él se me anticipó diciendo:


—Siempre creí que había muchos hombres interesados en vos.


—¿Qué? ¿Quién? ¿Yo? —Comencé a preguntar con incredulidad— ¿Por qué creíste eso?


—No sé… supongo que porque sos una mujer muy linda.


Lo dijo con tanta naturalidad que casi me lo creí, pero luego comencé a reírme.


—Ay, Fabián, vos decís eso porque soy tu mamá. Es como si yo te dijera a vos que sos lindo, por más que seas el hombre más hermoso del mundo, no lo creerías viniendo de mí.


—Tenés razón, no te lo creería.


—Sin embargo tenés algo muy a tu favor, y eso no lo podés discutir.


—¿Qué cosa? —preguntó arqueando las cejas.


—Bueno —mi mirada se posó en esa especie de trompa de elefante que le colgaba entre las piernas—, me da un poco de vergüenza; pero te lo digo como mujer, olvidate por un segundo de que soy tu mamá. —Me miró como si me estuviera apurando para que le respondiera—. Es que… tenés una verga bien grande… y muy linda.


¿Linda? ¿Por qué carajo le dije linda?


—Es decir… —continué—, es de buen tamaño, y eso le va a gustar a muchas mujeres. Te lo aseguro.


Estaba completamente segura de que me había puesto roja como un tomate, casi tanto como cuando le pedí que me ayudara con el problema de las uvas.


—Qué se yo... soy muy tímido con las mujeres. Me cuesta mucho hablarles.


—Lo sé. Pero seamos sinceros, si le mostraras eso —señalé su pene flácido, pero imponente— a la chica indicada, la tenés rendida a tus pies… o al menos le vas a despertar curiosidad; la va a querer probar.


—Las mujeres son complicadas, siempre se muestran distantes cuando se les hace una referencia al sexo.


—No sé en qué chica estarás pensando, pero no todas son así. Es cierto que hay muchas que son bastante cerradas en cuanto al sexo, pero otras son mucho más liberales, o simplemente se lo toman con más naturalidad. Como te dije, es cuestión de que encuentres la chica indicada para que te la… bueno, para que puedas saber cómo se siente una mamada.


—¡Uf! Hasta que pase eso, me muero virgen.


Me dio mucha pena la forma en la que lo dijo, en su voz había un genuino tono de resignación. Una vez más, me sentí una mala madre. Volvió a mí el recuerdo de las noches solitarias de mi hijo y el hecho de que nunca me había presentado una novia; yo decidí ignorar esos factores y pensar que él era feliz. Estaba tan centrada en mi propia depresión que me olvidé por completo de los sentimientos y los problemas de mi propio hijo. Él estaba atravesando un duro momento en su vida, se suponía que a su edad ya debería estar disfrutando del sexo. Especialmente estando tan bien dotado. Era una verdadera pena que su timidez le impidiera socializar con chicas. Estaba convencida de que más de una se interesaría en él, si viera lo que cargaba entre las piernas. Tal vez la culpa era mía. A él también le exigí compañía, como lo hice con Luisa. Puede que yo sea la causa de que él no se animara a salir por las noches, a conocer gente.


Empecé a tomar consciencia de todo el daño que había hecho a mis hijos con mi maldita depresión y me sentí horrible, no sólo como madre, sino como persona. En ese preciso instante me prometí a mí misma que ya no les complicaría la vida con mis problemas; debía hacer lo posible para que ellos sean felices. Sabía que el primer paso era ser feliz yo misma, demostrarles que estaba bien y que no necesitaba que se quedaran un fin de semana encerrados en la casa, solo porque yo andaba triste, deambulando por los rincones. Mi hijo tenía un serio problema de autoestima, y yo quería hacer todo lo que estuviera a mi alcance para solucionarlo.


—No te preocupes, Fabián. ¿Querés que sea lo más sincera que puedo ser? —él asintió rápidamente con su cabeza. Suspiré y le dije lo que tenía en mente—. Tenés que animarte más con las mujeres. Te aseguro que algún día vas a encontrar una putita que se vuelva loca al verte la pija. Tal vez te cueste creerlo, pero es la verdad. Ni siquiera vas a tener necesidad de hablarle que, cuando vea la verga que tenés, se va a arrodillar para chupártela toda. —A medida que hablaba una fuerte ola de calor subía por mi cuerpo ¿por qué me resultaba tan excitante decirle esas cosas a mi hijo? Lo mismo me había pasado al ser directa con Luisa; lo peor era que no me podía quedar callada, de mi boca seguían saliendo frases con contenido sexual explícito. Y allí estaba la clave. El cerebro me pedía a gritos que fuera lo más explícita posible—. Creeme, yo sé lo que te digo, tengo amigas que han estado hablando mal de algunos hombres, incluso los trataban de idiotas aburridos; pero cuando vieron la pija que tenían, ya estaban con la concha abierta esperando a que las claven. —Mi mano se dirigió hacia mi entrepierna por voluntad propia y comencé a acariciarme el clítoris suavemente.


—¿De verdad?


—Claro que sí Fabián. Algunas de mis amigas parecen bastante santitas; pero tendrías que ver cómo se ponen cuando conocen a un tipo con una buena pija, como la tuya. Ahí muestran que son bien putas, y que les encanta la verga. Ellas mismas me lo contaban, con lujo de detalles. A veces hasta me mostraban fotos, con las conchas chorreando de calentura, con tremendas pijas clavadas. De ser señoras casadas y respetables, pasaban a ser putas baratas, que se dejaban coger por todos lados… a veces incluso por el culo. Eso es lo que lograba en ellas conocer a un tipo que cogiera bien, y tuviera una pija de buen tamaño. Yo me quedaba tan caliente con esas anécdotas que a veces hasta me toqueteaba la concha delante ellas, abajo de la mesa. Claro que se daban cuenta, pero como ellas seguramente hacían lo mismo… no decíamos nada. Después, cuando llegaba a casa, tenía que clavarme el pepino más grueso que pudiera encontrar. ¡Lo que yo hubiera dado, en esas noches de calentura, por conocer a un tipo tan pijudo como vos! —Hice una pausa, para pajearme con más soltura. La verborragia erótica me había hecho arder por dentro, y mis gemidos se escucharon en toda la habitación—. Ya te lo dije, Fabián, hay mujeres de todo tipo, simplemente tenés que encontrar alguna que se ajuste a tus necesidades, ya sea que prefieras algo serio o sólo coger. Si sabés buscar, lo vas a encontrar ―volví a clavar la mirada en su miembro―. Lo más lindo de tu verga —mi otra mano, que también pareció moverse por voluntad propia, se dirigió directamente hacia su pene, mis dedos se cerraron alrededor de ese blando cilindro de carne—, lo más lindo es que es bien ancha —mi pecho se aceleró, al igual que la mano que acariciaba mi entrepierna—. Lo bueno de una verga grande no es que sea larga, sino ancha… es hermoso sentir cómo la concha se te va abriendo mientras te la van enterrando poco a poco —comencé a masajear el pene de mi hijo mientras miraba fijamente cómo se sacudía entre mis dedos.


―¿De verdad pensás que puede ser tan fácil?


―Claro que sí ―una fugaz ráfaga de placer me recorrió el cuerpo cuando toqué mi clítoris de la forma apropiada; eso me dio coraje para sincerarme aún más―. Confieso que yo también caí en la tentación que provoca una verga de buen tamaño. Antes de conocer a tu papá tuve un… digamos… “noviecito”, con el que me animé a tener relaciones sexuales. Cuando le vi la verga por primera vez quedé encantada, y eso que no era tan grande como la tuya; sin embargo en aquellos tiempos yo no había visto muchas vergas y esa me pareció muy grande —lo que se estaba poniendo grande era el pene de mi hijo, que se endurecía bajo la juguetona presión de mis dedos—. La primera vez que me la metió me hizo ver las estrellas, al principio me dolió un poco, pero cuando entró toda…. ¡uf! Quería que me cogiera durante toda la noche. Con él supe lo que era recibir una BUENA cogida —mientras más hablaba más me calentaba y mis manos ganaban confianza, los dedos de mi vagina movían mis labios de forma descontrolada y mi hijo ya tenía la verga completamente dura debido a que, prácticamente, lo estaba masturbando a él también—. Él me levantaba las piernas hasta que mis rodillas quedaban a la altura de mi cabeza, me dejaba bien abierta y después me la clavaba hasta los huevos… cuando me acostumbré a su tamaño le pedía que me la metiera toda de una, porque adoraba sentir cómo se me abría la concha ante semejante pedazo. A mí me gustaba que me hiciera lo que quisiera, a veces me calentaba tanto que me daban ganas de pedirle que me pusiera en cuatro y que me diera por el culo, que me rompiera bien el orto…


Me quedé callada al instante y mis manos se detuvieron, en ese momento me di cuenta de que había hablado de más.


—¿Y qué pasó? —Preguntó mi hijo, con naturalidad.


Lo miré a los ojos y no vi ninguna señal de vergüenza en ellos. ¿Acaso no le molestaba que su madre le contara semejantes anécdotas sexuales y que además confesara que le gustaría probar el sexo anal? Pasados unos pocos segundos me vi obligada a seguir hablando, para romper el incómodo silencio.


—Eh… al final no sucedió, cortamos antes de que pudiera animarme a pedírselo. Aparentemente consiguió una mina que cogía mejor que yo. Otra pendeja de mi edad. Era un tipo maduro… le calentaban las pendejas inexpertas. Cuando yo empecé a tener más experiencia, dejé de resultarle tan interesante. Sé que me dejó por otra, aunque él haya dicho que no.


—Qué triste.


—No, eso no es lo más triste, lo peor es que poco tiempo después conocí a tu padre y mi vida sexual se fue al caño.


—¿Tan malo era el sexo con papá?


—Al principio no, tampoco era grandioso, pero estaba bien. Yo creía estar muy enamorada de él, pero después, cuando llegó la vida de casados, todo se volvió rutina, mal humor, discusiones… yo intenté muchas pero muchas veces restaurar la pasión en la cama, pero nada fue suficiente.


—¿Con él si llegaste a hacerlo por la cola? —Preguntó con la tranquilidad de un periodista haciendo una rutinaria entrevista. Me irritaba esa tranquilidad; pero estaba tan excitada que no me importó mucho.


—No, nunca llegué a pedírselo, tal vez haya sido por rencor; algo en mí me decía que él no merecía hacerme la cola. Siempre me quedé con las ganas de probarlo. —No podía creer que le estuviera contando eso a mi propio hijo. Sentía más confianza con él que con todos los hombres de mi vida.


—¿Después de papá no estuviste con nadie más?


—Hubo algunos intentos, a los que les puse muchas ganas, pero la mayoría no pasaron del sexo oral.


—Se ve que te gusta eso…


—Bueno, sí —sonreí—, nunca me negué a hacer un buen pete —de nuevo la calentura se apoderó de mí—. Sé que a muchas mujeres no les gusta, pero para mí es una de las sensaciones más lindas que hay en el sexo… tener una pija bien dura dentro de la boca, chupar unos buenos huevos… tragarse toda la leche.


—No te imaginaba haciendo eso —me sorprendía cómo su voz podía ser tan monótona.


—¿Qué? ¿Chupando vergas?


—No, tragándote la leche.


—Uy sí, eso lo hice muchas veces. No sólo porque sé que a los hombres les fascina ver como una mujer se la traga toda, sino porque yo también lo disfruto, me encanta… especialmente cuando sale bien espesa y cremosa —mis manos retomaron el trabajo masturbatorio, tanto en mi concha como en la verga de mi hijo—. Poco después de haberme separado de tu papá le di una sorpresa muy grata a un tipo con el que salí a cenar. Era un hombre sumamente correcto y con muy buenos modales, de anteojos, peinado con la raya al costado; el típico Nerd de escuela secundaria. Me lo habían presentado mis amigas porque era un “buen tipo”. Como me estaba aburriendo y estaba muy caliente, lo convencí para que fuéramos al baño del restaurante y ahí nomás, sin darle tiempo a lamentarse, me arrodillé y empecé a comerle la pija. Mientras se la chupaba yo lo miraba con cara de puta viciosa; el tipo no lo podía creer —vi que mi hijo sonreía, lo cual era muy raro en él, eso me animó a seguir contándole y a ser más explícita—. Le hice de todo, me metí las bolas en la boca y al mismo tiempo lo pajeé con fuerza —al decir esto la mano que masturbaba a Fabián se aceleró durante unos instantes—, me la tragué completa… la tenía re dura, justo como a mí me gustan. Cuando le pasaba la lengua por la cabeza de la verga le empecé a decir cosas chanchas, como «Me vas a dar de tomar toda la lechita», ó «¿Vamos a un telo y me partís la concha?»; me acuerdo que también le dije: «Hoy estoy re puta, quiero que me den bomba toda la noche». Ahí fue cuando el tipo acabó y yo, como había prometido, me tomé toda la lechita; y fue bastante, se notaba que él llevaba largo tiempo sin descargarse. Tengo que admitir que la disfruté mucho, estaba muy rica. Me puse contenta porque al tipo no se le bajó, así que me paré y me saqué la bombacha, puse las manos contra la pared y le pedí que me cogiera. Él me levantó el vestido, yo estaba re mojada así que la verga entró muy fácil ―al decir eso me metí dos dedos en la concha y me alegré de que mi hijo me viera hacerlo―. Le pedí que me diera con fuerza y él obedeció. La estaba pasando muy pero muy bien cuando al muy pelotudo se le ocurre acabar otra vez. Para colmo estaba tan agitado que parecía que se iba a morir de un infarto. Me enojé y me fui del restaurante, sin bombacha, y con la concha chorreando leche. Tuve que volver a casa a hacerme una paja. La noche no terminó muy bien, después me sentí culpable por haber actuado de esa manera, pero estaba muy resentida por haber desperdiciado tanto tiempo con tu padre.


—No creo que hayas hecho mal.


—¿Te parece?


—Sí, hiciste lo que hubieras querido hacer con papá. Te liberaste…


—Sí, yo creo que sí, a pesar de que no haya salido tan bien, tengo que admitir que fue una de las noches más calientes que tuve, me gustó eso de sentirme una puta por un rato. Y a eso es a lo que me refería con lo que te dije, Fabián. Si un tipo que me cayera simpático me ofreciera una pija como ésta, no dudaría ni un segundo en comérmela toda. ¿Sabés cuantas putitas peores que yo andan dando vuelta? Si lo que vos querés es ponerla podés encontrar una mina buena con la que tener una linda relación; pero si eso tarda mucho en llegar estás en todo tu derecho de cogerte a la primera putita que se cruce en tu camino. Buscate una veterana que ande medio depresiva, como yo… y que sea bien puta… como yo. Te juro que si viene un tipo que no conozco, me dice de coger, y tiene una pija como la tuya, ni lo pienso. Me pongo en cuatro y le digo: “Taladrame bien la concha, papito… llename de leche”. Y esto te lo digo basándome en hechos reales. Después del divorcio con tu padre tuve mi tiempo de “puta liberada”. Me dejé coger por unos cuantos tipos que ni conocía. Me iba a un pub de tipos maduros, me dejaba toquetear, y terminaba yendo a un telo, a coger toda la noche… bueno, al menos esa era mi intención. Dejé de hacerlo por dos grandes motivos: el primero fue que algunos conocidos empezaron a enterarse de que yo hacía esto, y me dio mucha vergüenza. El segundo es que no siempre el tipo era rendidor en la cama. A veces acababan tan rápido que volvía a casa de mal humor. Ahí me di cuenta que lo que yo necesito es un tipo de confianza, con una buena pija, que me coja bien. Necesito tenerle la suficiente confianza como para poder decirle: “Me gusta meterme cosas por el culo”. —Nunca hubiera imaginado que podría decir esas palabras frente a mi hijo; pero tenía la certeza de que él no me juzgaría. Con él podía ser tan sincera como se me diera la gana—. Me gustaría poder contarle de todos mis experimentos… probé con muchas cosas.


—¿Como cuáles? —Noté un genuino interés de su parte.


—Uf… bueno, —me alegró mucho que hiciera esa pregunta, me dio pie para poder decir todas esas cosas que tenía guardadas—. Experimenté con envases de desodorantes… al principio eran chicos, porque el culo me ardía. Pero después de meter eso, empecé a buscar cosas un poco más grandes. Lo peor de todo, y esta sí que es una gran confesión, es que mi mamá sabía que yo me metía cosas por el culo. Ella tenía la certeza total y absoluta. Y yo cada vez hacía menos esfuerzo por disimularlo. Al principio me dio mucha vergüenza que ella supiera. Pero después empezamos como una especie de guerra entre madre e hija. Yo buscaba cosas para meterme por el orto, y me las ingeniaba para esconderlas en mi dormitorio. Ella, por su parte, ponía todo su esmero en encontrar esas cosas, y tirarlas a la basura. Digamos que mi vida sexual se vio truncada por mi madre. Y yo no quiero que a vos o a Luisa les pase lo mismo. No sé cómo no me di cuenta antes… supongo que la depresión me tenía cegada. Pero no quiero poner excusas. Quiero que ustedes puedan disfrutar mucho de su vida sexual, para que no lleguen a mi edad con las mismas lamentaciones que yo. Hay muchas mujeres como yo, que se perdieron de disfrutar de una vida cargada de sexo, y ahora están divorciadas… y se mueren por comerse una buena pija. Tenés que buscarte a una puta como yo, y no vas a andar con vueltas, te la vas a coger enseguida. Apenas vea el pedazo de verga que tenés, se te va a entregar, con la concha bien abierta… o el orto; porque yo, con una pija así, definitivamente entregaría el orto.


De pronto se produjo un profundo silencio. Fabián miró para todos lados, como si ahora le diera vergüenza admirar mi desnudez. Mi mirada se perdió en el punto que se dibujaba en el centro de la reluciente cabeza de la verga. De allí caía una gotita de líquido preseminal y algo en mi interior se prendía fuego de deseo, si bien hacía pocos minutos había estado disfrutando de una rica pija en mi boca, había algo me hipnotizaba y me atraía hacia esta. Un repentino cosquilleo en mi parte baja me despertó de ese trance tan obsceno, curiosamente se trataba de los dedos de Fabián, que rápidamente se estaban introduciendo por el húmedo orificio de mi vagina. Lo miré sorprendida.


Fue Fabián quien rompió el silencio, al decir:


—Todavía tenemos que sacar esas uvas —habló con esa calma tan propia de él.


—Ah, sí, sí… tenés razón. Justo te iba a pedir que me ayudaras con eso.


Para ser honesta, me había olvidado por completo de esas uvas. Ya estaba convencida de que sólo meter los dedos no ayudaría en prácticamente nada; pero la sensación que me provocó sentirlos entrando en mi cavidad fue tan hermosa que me nubló el sentido común. Lo único que hice fue abrir las piernas y recostarme sobre la cama. Fabián hincó una rodilla en el colchón y su verga quedó, aún aferrada por mí, a unos centímetros por encima de mi pecho. Sus dedos fueron aún más profundo en mi vagina y se me escapó un suspiro cargado de placer.





Estaba prácticamente delirando de calentura. La pija de mi hijo estaba peligrosamente cerca de mi cara y sus dedos me exploraban de forma magistral. Con lo desesperaba que estaba por comerme una buena verga, me daba miedo pensar adónde podría ir a parar todo este asunto de sacar las uvas de mi concha.

Comentarios

Anonimo pero muy fan. ha dicho que…
Como siempre, vale la pena esperar, no defraudas. Tomate el tiempo que necesites pero no bajes el nivel, creo que somos muchos los que te agradecemos tu esfuerzo. Gracias.
Fake Famosas ha dicho que…
Gracias Nokomi por el tiempo y dedicación para escribir estas excitantes historias.
Unknown ha dicho que…
Fascinante
Unknown ha dicho que…
Uffff fuerte exelente
vicryukiba ha dicho que…
Muy bien... Cada vez es mejor!!

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