La MILF más Deseada [13].


Modelo de la Foto: Cherie DeVille.


Capítulo 13.



—1—



Apenas llegaron a la playa, Diana se quitó la holgada camiseta que llevaba puesta, y se despojó de su corto short de jean. La rubia quedó luciendo un pequeño bikini amarillo, que a duras penas le cubría las grandes tetas y el pubis. Julián estaba seguro de que si su madre no se depilara la entrepierna, ahora mismo estaría mostrando buena parte de su vello púbico.

El clima acompañaba a la perfección, no había ni una sola nube manchando el cielo y el sol brillaba con la intensidad justa, sin llegar a tornarse insoportable.

La playa no estaba muy poblada, pero los pocas personas que había no podían evitar fijarse en esa radiante mujer de prominentes curvas. Esto empezó a incomodar a Julián, especialmente porque la mayoría de los que la miraban eran tipos de cuerpos trabajados y musculosos, como Lautaro, el modelo. Sabía que no pasaría mucho tiempo hasta que su madre empezara a devolverles las miradas. Meses atrás no hubiera creído posible que su madre fuera a la playa a seducir hombres; pero ahora temía que esa fuera la verdadera intención detrás de este paseo improvisado.

Julián se esforzó por buscar un sitio un tanto apartado de los ojos curiosos. Allí extendieron sus toallones y se sentaron a tomar unas gaseosas frescas que habían comprado por el camino, y comieron unos sandwiches de miga que Diana había preparado justo antes de salir. Estaban tranquilos, disfrutando de la vista y del agradable viento. Julián se relajó ya que, por el momento, todo parecía un bonito picnic de madre e hijo, y los sándwiches estaban muy buenos. Pero, para su lamento, esa calma no les duraría demasiado.

Como era de suponer, uno de esos tipos de físico trabajado se acercó, sin que nadie lo invitara.

—Buenas tardes —saludó, mostrando su blanca sonrisa, que contrastaba con el bronceado de su cuerpo escultural—. Nunca los había visto por acá. Y eso es muy raro, porque vengo casi todos los días, al menos un rato.

—Hola —saludó Diana. Tuvo que ponerse sus anteojos negros, porque el recién llegado se había parado con el sol a su espalda—. Hace tiempo que no vengo a esta playa, pero hubo una época en la que venía seguido.

—¿Sí? Eso no me lo puedo creer, yo me acordaría de vos. Estoy seguro.

—Es que fue hace muchos años… seguramente vos en esa época todavía estabas en el colegio.

Julián se llevó otro sándwich a la boca y empezó a masticarlo con bronca. Ese tipo estaba ahí, coqueteando con su madre, haciendo de cuenta que él ni siquiera existía.

—¡Ja! Lo decís como si tuvieras un montón de años…

—Los tengo —aseguró Diana—. Debo tener el doble de años que vos.

—No te creo. No parecés de más de treinta. Yo tengo veinticuatro.

—Bueno, no llego a tener el doble que vos, pero casi… tengo más de cuarenta.

—¡Wow! ¿De verdad? Eso me cuesta creerlo. Pero por experiencia sé que una mujer nunca se sumaría años… siempre se los restan.

—Yo no necesito restarme ninguno, estoy muy orgullosa de la edad que tengo.

—Y… estando tan bien conservada, deberías estarlo. Es impresionante, tenés mejor cuerpo que muchas chicas de veinte.

—Ay, gracias. Eso me halaga mucho. —Julián empezó a intercambiar miradas de desaprobación con su madre. Ella comprendió la indirecta y, a pesar de que la vista le agradaba, prefería mantener la paz con su hijo—. Bueno, me alegra mucho que hayas pasado a saludarnos…

—Daniel.

—Un gusto, Daniel. Mi nombre es Diana. Vine a la playa con mi hijo, Julián, y queremos pasar una tarde tranquila. Tal vez podamos charlar en otro momento.

—Claro que sí, Diana —volvió a mostrar su brillante sonrisa—. No pretendo molestarlos. Que pasen un buen día. Cualquier cosa que necesiten, yo suelo estar cerca del quincho…

—¿Qué es lo que hay en ese quincho? —Quiso saber Diana.

—Es una especie de bar playero. Sirven bebidas y alguna que otra cosa para comer.

—Ah, bien. Es bueno tenerlo en cuenta. Gracias, Daniel.

El tipo fisicudo se despidió y cuando estuvo lo suficientemente lejos Julián dijo:

—¿Por qué tenías que ponerte a charlar con él? Ni lo conocés.

—Me pareció un tipo amable. Además, ¿viste el físico que tiene?

—¿Ya te gustó?

—¡Ay, Julián! No empieces con otra de tus escenas de celo. No hice nada raro con el tipo, solo conversé con él. A mí me hace muy bien que alguien como él me halague de esa forma. Me pone feliz, me levanta la autoestima. Fue solamente una charla.

—Está bien.

Julián se sintió un poco ridículo. Su madre tenía razón, ella merecía ser feliz. Él también se hubiera alegrado mucho se una chica linda lo hubiera elogiado.

Las gaseosas que habían llevado eran pequeñas, y se terminaron en poco tiempo. Los sándwiches de miga, al ser salados, los dejaron con mucha sed. Diana se levantó y tomó su cartera.

—Ya vengo —dijo—. Voy a comprar algo para tomar. Hace mucho calor y tenemos que estar bien hidratados. Después buscamos algún lugar, sin tantos curiosos, y hacemos unas fotos ¿te parece?

—Me parece perfecto —respondió, con genuina alegría.

A Julián le agradaba mucho la idea de poder alejarse de las miradas curiosas, y también poder trabajar con las fotos. Sabía que en un lugar público no podría llegar muy lejos con su madre, pero ésta podría ser la precuela de una sesión mucho más intensa, en su casa.

Diana se alejó, tambaleando las caderas. Julián no pudo evitar mirarle el culo. Esas nalgas estaban completamente al desnudo. Apenas había un triangulito de tela en la parte baja de la espalda, el resto se perdía entre las nalgas, y volvía a aparecer más abajo, marcando esa vulva que amenazaba con quedar expuesta con cada paso. No era de extrañar que todos los tipos de la playa se quedaran atontados al verla caminar.

La rubia entró al pequeño bar playero, que no era más que un quincho con techo de paja que solo tenía dos paredes, los otros dos lados tenían una pared baja, de medio metro, y el resto estaba a la intemperie. Allí solamente había dos personas: Daniel, quien se puso de pie al verla, y un muchacho rubio que estaba parado detrás de la barra, revisando su celular. A él también se le fueron los ojos cuando esa deslumbrante fémina ingresó en el local.

—Estoy buscando algo fresco para tomar —dijo ella, ignorando a Daniel, quien se le acercó como una serpiente.

—¿Con alcohol o sin alcohol? —Preguntó el rubio, mirando descaradamente las tetas de Diana.

—Sin alcohol, me parece que es un poco temprano como para empezar a tomar.

—Bien, ¿querías algo en especial?

—Cualquier cosa que esté bien fría.

El rubio se acercó a una heladera con puerta de vidrio y sacó dos botellas de gaseosa.

—Yo también voy a necesitar algo para enfriarme, Matías —dijo Daniel, contemplando a la rubia desde muy cerca.

Ella sonrió al verlo, en otro momento hubiera retrocedido un paso, o dos. Pero gracias al Tano aprendió a comportarse frente a tipos como Daniel. Se mantuvo firme en su lugar y apoyó los codos en la barra, dejando su cola levantada.

—Uf, mamita… me estás matando —dijo Daniel, mirándole el culo descaradamente.

—Sí, tengo edad como para ser tu “mamita”.

—Me encantaría que fueras mi mamita.

Diana empezó a reírse.

—Eso no tiene mucho sentido, ¿o si?

—¿Por qué no? ¿No te va el morbo de la mami y el hijo?

Esta pregunta sí la tomó con la guardia baja. Ella había pasado cosas sumamente excitantes junto a su hijo, y no podía negar que eso, a pesar de ser su trabajo, le causaba mucho morbo. Daniel había tocado una fibra sensible que ella ni sabía que existía. Se quedó muda y el tipo se dio cuenta de que había ganado ventaja. Acarició una de las nalgas de la rubia y dijo:

—¿Y qué pensás, “mamita”? ¿No querés que te haga un masaje, o que te ponga un poco de bronceador?

Diana empezó a sentirse un poco mal consigo misma, porque evidentemente el tipo no era muy ocurrente. Sus palabras parecían salidas de una película porno barata; pero estaban causando un fuerte impacto en ella. Los impertinentes dedos de Daniel llegaron a la zona de su concha y empezaron a remarcar la línea que separaba esos turgentes gajos. Era un atrevido, de eso Diana no tenía dudas. También sabía que debería detenerlo, tal vez hasta enojarse con él, por toquetearla de esa manera; pero no pudo hacerlo, todo su cuerpo conspiró en su contra. Los pezones se le pusieron duros, la concha se le humedeció, las piernas se le aflojaron, su espalda se inclinó aún más, provocando que sus tetas quedaran apoyadas en la barra.

Matías miró la situación y como buen compinche, intentó ganar algo de tiempo para Daniel.

—Me parece que me está fallando la heladera, estas botellas no están frías —volvió a guardarlas en su lugar—. Voy a ver si en el freezer de atrás tengo algo más fresco.

Por supuesto Diana sabía que no había nada de malo con la heladera, pero esa era la menor de sus preocupaciones. Apenas se quedó sola con Daniel sintió cómo sus dedos le invadían la intimidad. El muy descarado había apartado la tanga del bikini y, sin pedir permiso, ya le estaba acariciando los labios de la concha.

Diana suspiró y se aferró al mostrador con ambas manos. Sabía que no podía permitir que Daniel se tomara semejantes libertades con ella. Él no era más que un tipo tosco que buscaba llevarla a la cama sin ninguna sutileza… un tipo como el Tano. Y eso fue lo que más nubló el juicio de la rubia. Durante años había fantaseado con la idea de reencontrarse con el Tano, y aquí estaba, en una situación que le recordaba mucho al primer encuentro con su amante. Para colmo Daniel era mucho más joven que ella, y eso, por alguna razón, también hacía mella en su líbido.

—Me encantan las maduras como vos —le dijo Daniel al oído, mientras, lentamente, le iba metiendo un dedo en la concha—. Vienen a la playa con el bikini más chico que pueden comprar, y lo único que buscan es una buena pija. ¿Vos andás buscando pija? Porque tengo una muy buena…

Él agarró la mano de Diana y la dirigió hasta su bulto. La rubia pudo sentir ese gran paquete entre sus dedos. Otra similitud con el Tano, y su mano traicionera se aferró a ese paquete, por encima de la tela del short.

—Ajá… se ve que te gustó… —dijo Daniel, en tono burlón—. Sí, yo a las minas como vos las tengo bien caladas. Se te nota lo puta a la legua.

Este comentario hizo que las piernas de Diana temblaran.

—No soy puta.

—¿Ah no? ¿Y por qué estás tan quietita mientras te estoy colando los dedos? —Era cierto, ya había entrado un segundo dedo en su concha, y ella no se había movido ni un milímetro, ni había emitido una sola queja al respecto—. Además me agarraste la pija sin dudarlo. No hace falta que te hagas la puritana conmigo. Sé que sos bien puta. Se te nota en la cara… y la forma de caminar. A cada paso que das, mové el orto como si estuvieras pidiendo a gritos que cojan —Daniel liberó su enorme pene del pantalón—. Y yo te voy a coger. ¿Querés que te dé acá, o pasás al cuartito del fondo? En el fondo también está Matías… te podemos dar entre los dos… ya nos cogimos varias veteranas igual de putas que vos. ¿Qué decís?

—No… no quiero nada. Me quiero ir. —La mano de Diana seguía actuando con conciencia propia. Sus dedos se aferraron a la maciza verga y empezaron a acariciarla toda.

—¿Viste qué dura la tengo? Vos te morís de ganas de cojer, putita. Me encantan las mamis putas como vos. A la última como vos que vino por acá, le rompimos el orto, con Matías. Vos tenés un culo hermoso… ¿cuántas veces te cogieron por el culo?

—N… ninguna.

—Ja, esa no me la creo. Sos muy puta, ya te deben haber pasado muchas pijas por el orto.

—No soy tan puta como te imaginás.

—¿Tan? ¿Entonces tenés asumido que sos un poquito puta?

—Un poco… sí… me gusta la verga. No lo voy a negar. Pero mi culo es virgen.

—Es una pena que una rubia tan linda como vos no entregue el orto. Pero lo podemos solucionar… pasemos al cuartito del fondo, así te rompo el orto. ¿Querés? Mientras tanto le podés chupar la pija a Matías.

La cabeza de Diana daba vueltas sin parar. Se imaginó a ella misma en cuatro patas, en algún catre medio mugriento, recibiendo la gran pija de Daniel por el culo, mientras Matías la agarraba de la cabeza y la obligaba a chuparle la pija. La imagen era demasiado fuerte. Aún no se sentía preparada para dar semejante paso en su vida sexual. Además, sabía que si entraba a ese cuarto, no saldría durante horas. Y Julián, obviamente, se preocuparía e iría a buscarla. Si Juliánla encontraba en esa situación, armaría un escándalo. No quería que su hijo terminara peleando con esos dos tipos.

—No. ¡Basta! —Exclamó ella. Se apartó de Daniel, dándole un golpecito en la mano—. Dejá de tocarme. Dame las bebidas y me voy de acá.

—Epa, rubia… no te enojes…

—Me enojo si no me das las bebidas. Me quiero ir. Ya. Dale, o armo un escándalo de la puta madre que lo parió.

—Bueno, bueno… pará… calmate un poquito. Ya te doy las bebidas. —Daniel pasó del otro lado del mostrador, mientras Diana se acomodaba el bikini. El chico la alcanzó las dos botellas frías y dijo:— ¿Cuándo te vas a dar otra vuelta por acá, así seguimos con nuestra charla?

—No sé. Ahora solamente quiero irme.

—Está bien, está bien. No sé cuánto cuestan las dos botellas…

—No importa. De todas formas las vas a pagar vos. Tomalo como un pago por meterme los dedos en la concha.

Daniel sonrió, pero no se quejó. Para él el trato funcionaba.

Diana cambió levemente su gesto. Le mostró un asomo de sonrisa. Justo antes de irse, la rubia tomó una servilleta de papel y una birome. Anotó su nombre y su número de teléfono. Después salió caminando, meneando el culo, como si estuviera pidiendo a gritos que se la cojan.



—2—




Diana volvió junto a su hijo y le alcanzó la gaseosa.

—Tardaste bastante —dijo Julián—. Ya estaba por ir a buscarte, pensé que ese degenerado de Daniel te estaba haciendo algo.

—¡Ja! Bueno, agradezco la preocupación; pero no te preocupes, no pasó nada malo. Demoré porque el dueño del barcito tuvo un problema con una de las heladeras, las bebidas estaban calientes.

—Yo la noto bastante fría.

—Porque a esa la sacó de un freezer que tiene en la parte de atrás.

—¿Y tanto demoró en ir a buscar las botellas a la parte de atrás?

—Pero che, ni tu padre me interrogaba tanto. Tomá la gaseosa y dejá de joder. Podríamos ir buscando algún lugar lindo para empezar con las fotos.

—Bueno, está bien.

Diana quería irse de esa zona, no porque le tuviera miedo a Daniel, sino porque no quería caer en la tentación y volver al bar. Sabía que si entraba una segunda vez, la situación se iba a poner mucho más pornográfica; y ella ya no opondría tanta resistencia.



—3—




Julián y su madre caminaron por la playa, sin mucho apuro. Aún era temprano y quedaban varias horas de luz natural. El río era extenso y había muchas zonas que estaba totalmente desiertas, por lo que no les costaría mucho encontrar un poco de privacidad. Por eso Julián se centró más que nada en buscar un sitio que fuera agradable a la vista, que acompañaba bien a las fotos. Le daba cierto morbo saber que su madre se desnudaría a la intemperie. Tenía muchas ganas de verla recostada en la arena con la cola parada, con la concha al aire. La impaciencia comenzó a vencerlo y seleccionó un lugar que estaba bien; pero que tal vez no era el más llamativo de toda la playa.

—¿Acá está bien? —Preguntó Diana.

—Sí, sí… saquemos algunas fotos acá y si nos queda tiempo, podemos buscar algún lugar mejor.

—Bueno, está bien.

Diana se acomodó el pelo, no estaba maquillada, pero no lo necesitaba. Su belleza natural y la potente luz del sol hacían que ella brillara ante la cámara. Julián aprovechó el carisma que irradiaba su madre, y empezó a tomar fotos desde todos los ángulos. Le agradó estar con ella al aire libre, lejos de las paredes que tantas veces habían servido de fondo para las fotografías. Al menos aquí podía aprovechar la luz natural, que siempre le daba un toque especial a las imágenes.

Diana intentaba no hacer poses demasiado forzadas. Ya tenía un poco de experiencia, y no se quedaba rígida ante la cámara. Caminó por la orilla del río como si estuviera paseando, se puso sus anteojos de sol durante un rato, y luego se los sacó. Posó de frente al agua, y dándole la espalda.

—¿Se puede saber qué están haciendo?

La voz masculina tomó por sorpresa a Julián y a su madre, ambos giraron en dirección al recién llegado. Se trataba de un hombre de unos cuarenta y tantos. Miraba a la rubia con los brazos en jarra. Pretendía aparentar descontento con la situación, pero sus ojos no dejaban de recorrer la anatomía de la rubia que posaba en bikini. Un segundo hombre apareció entre los árboles, parecía ser amigo del que habló y rondaba más o menos la misma edad. Los dos aparentaban ser sujetos adinerados, porque a pesar de que iban con ropa veraniega (bermudas y camisetas ligeras), resultaba evidente que eran de buena marca. La típica vestimenta que usarían los empresarios acaudalados en sus vacaciones.

—Estamos sacando fotos —dijo Julián—. ¿Hay algún problema?

—¡Claro! —dijo, con tono autoritario—. Yo soy Miguel. Esa de ahí es mi casaquinta —señaló a la construcción apenas visible, ya que la cubría una frondosa hilera de árboles—. No quiero que estén sacando fotos en mi propiedad.

—¿Su propiedad? —Preguntó Diana, con irreverencia—. Disculpe, Miguel ¿Acaso la playa es suya? Tengo entendido que toda la cosa es propiedad del estado.

—Puede ser, pero la casa es mía, y la cámara está apuntando a mi propiedad.

—¿Vamos a tener algún problema? —Preguntó el segundo hombre, con tono amenazante.

—A ver, si lo que te molesta es que las fotos apunten hacia tu casa —dijo Diana—, eso tiene solución. Julián, parate ahí, y sacame las fotos con el río de fondo. —Julián se encogió de hombros y se posicionó donde su madre le dijo—. ¿Ven? Así ya no sale su casa. ¿O me va a decir que el río también es suyo?

El sujeto se quedó mudo durante un instante, como si estuviera masticando bronca. Luego espetó:

—¿Y para qué son esas fotos?

—No estoy obligado a decírselo —aseguró Julián—, pero se lo voy a decir igual, para que entienda que no nos interesa su casa, para nada. La señora aquí presente, Diana, es modelo —la rubia sonrió y mostró una pose sensual, que hizo brillar sus abultado escote a la luz del sol—. Este nos pareció un lindo lugar para sacar fotos, porque pensamos que no iba a haber curiosos cerca.

Diana vio la oportunidad de divertirse un poquito con la situación. Poniendo en uso todo su encanto, dijo:

—Si gustan, pueden quedarse a mirar —Julián clavó una dura mirada en su madre, pero ella lo ignoró—. Una vez que tengamos fotos suficientes, nos vamos.

El dueño de la casa emitió un quejido ahogado.

—No tengo tiempo para ponerme a mirar… terminen con las fotos y váyanse.

—Está bien, como prefieran —al decir esto Diana llevó las manos a su espalda, esto hizo que los dos hombres se detuvieran en seco. La rubia desprendió la parte superior de su bikini, y sin ningún preámbulo, lo dejó caer al piso, exponiendo sus grandes melones—. Estoy muy blanca —dijo, dirigiéndose a Julián—. Debería empezar a tomar un poco de sol. Pero bueno, de momento las fotos tendrán que salir así.

A Julián no le hizo mucha gracia que su madre se mostrara en topless frente a dos desconocidos. Los dos tipos estaban petrificados, como si se hubieran enfrentado a la mirada de Medusa. Sus mandíbulas caídas daban la impresión de haberse trabado. El amigo de Miguel llevaba lentes de sol, se los quitó de inmediato para poder admirar mejor los firmes pechos de la rubia y esos pezones erectos que parecían apuntar directamente a él.

Diana se movió como si se encontrara sola en su propia casa. Caminó hasta una gran piedra y se sentó sobre ella, separando un poco las piernas. Con una seña le avisó a Julián que podía seguir sacando fotos. El muchacho también estaba petrificado, pero no porque la belleza de esa mujer lo inhibiera, sino por tener a dos curiosos desconocidos. Quería decirle a su madre: “¿Por qué carajo ellos dos tienen que estar mirando?” Pero sabía muy bien que ella le respondería con una evasiva. Seguramente Diana estaría disfrutando mucho de la situación. Julián no tuvo más alternativa que ponerse a trabajar.

La rubia sonrió a la cámara mientras masajeaba sus grandes tetas. Miguel y su amigo la miraban embobados, como si nunca hubiera visto una mujer en topless. Al menos nunca habían visto a una como Diana, eso sí lo podían asegurar.

Julián intentó despejar su mente y concentrarse en su trabajo, después de todo él amaba sacar fotos y saber lo mucho que iban a pagarle hacía que el esfuerzo valiera la pena. Se agachó un poco y capturó imágenes en un plano contrapicado, centrándose en las tetas de esa diva que sonreía desde la cima de la piedra.

Al parecer él no era el único que se estaba tomando el trabajo en serio. Diana separó más sus piernas, provocando que el bikini se le encajara en la concha de una forma casi pornográfica. Esto puso aún más en alerta a los dos curiosos, que se acercaron un par de pasos, para poder admirar mejor cómo esos labios libidinosos mordían la tela. Diana los miró de reojo y notó que el short de Miguel ya parecía una carpa, y el de su amigo iba en proceso a lo mismo. Esto hizo sonreír a la rubia, se sentía halagada. Había conseguido que a dos completos desconocidos se les despertara el pene, solo posando semidesnuda. Se preguntó cómo reaccionarían al ver más.

Ella se recostó sobre la piedra y juntó las piernas. Por un momento los dos hombres creyeron que el espectáculo había terminado, pero apenas estaba comenzando.

Diana levantó las piernas y empezó a subir la única pieza que le quedaba del bikini. Los tres hombres presentes miraron con hipnótica fascinación. En cuestión de segundos quedó totalmente expuesto uno de los ángulos más interesantes de la rubia. Se le veían a la perfección los lampiños gajos de la concha y el agujero libidinoso que estaba entre ellos. También podían admirar a gusto el agujero de su culo. Ella usó una mano para separar uno de los gajos de su concha, y abrirla aún más. Los dos curiosos ya tenían el pene totalmente erecto, y ella se concentraba en sonreír a la cámara.

A Julián le costó reanudar el trabajo. Pensó que su madre había ido demasiado lejos, al exponerse de esa manera frente a los desconocidos. Pero como no quería hacer una escena, siguió sacando fotos.

Los dos curiosos no podían apartar los ojos de la concha y el culo de esa rubia.

—Si hubiera sabido que la sesión iba a ser tan interesante, les hubiera dado permiso para que saquen fotos en cualquier parte —dijo Miguel—. Incluso dentro de la quinta.

Diana miró el imponente bulto del hombre y sonrió con lujuria.

—¿Y es linda su quinta?

—La más linda de la zona. Te lo aseguro.

—¿Qué pensás, Julián? ¿Aprovechamos la invitación para sacar algunas fotos un poquito diferentes?

—Em… no sé, creo que ya tenemos fotos suficientes.

—Pueden quedarse todo el rato que quieran —dijo el amigo de Miguel—. No molestan.

Diana se rió internamente y pensó en cómo le había cambiado la actitud a esos dos tipos que minutos atrás prácticamente la estaban echando. Ahora se les notaba la desesperación por invitarla a la quinta.

—Yo quiero ir —dijo Diana—. Estoy segura de que vamos a sacar fotos muy lindas.

Ella tomó en cada una de sus manos una pieza del bikini, pero no cubrió ni un milímetro de su desnudez. Caminó orgullosa, con las tetas bien erguidas, y con un suave meneo en las caderas. El dueño de la quinta lideró la marcha, sin poder dejar de mirar para atrás a cada rato, para poder seguir contemplando esa escultural rubia.

A Julián no le quedó más alternativa que seguir a su madre, a regañadientes. Para evitar enojarse más de la cuenta, aprovechó la corta caminata para sacar algunas fotos de Diana, de espalda. Su madre tenía una figura que destacaba notablemente en la monotonía de la arena.

Entraron a la quinta por un portón de rejas, el lugar era muy amplio, estaba lleno de árboles y plantas; pero en el centro la vegetación se limitaba solo a un césped tan verde que parecía artificial, aunque no lo era. En el medio de ese claro se encontraba la pileta. Diana ni siquiera pidió permiso, se encaminó hacia ella y cuando llegó al borde, dejó caer su bikini, dio un salto y se zambulló en el agua.

Ella no imaginó que nadar desnuda fuera una experiencia tan gratificante. Si este negocio de las fotos pornográficas daba sus frutos, definitivamente tenía que construir una pileta en su casa. Tenía patio suficiente como para hacer al menos una pequeña.

Julián se apresuró a seguir a su madre, por un momento se olvidó de la presencia de los otros dos tipos, y lo invadió una oleada de profesionalismo. Sabía que el momento en el que su madre asomara la cabeza fuera del agua, sería glorioso. Por eso hincó una rodilla en el suelo, preparó la cámara y aguardó hasta que la rubia apareciera.

Cuando Diana salió a tomar aire, Julián empezó a disparar la cámara una y otra vez, capturando el momento en el que esas grandes tetas acariciaban la superficie. Ella tenía los pezones muy erectos.

Al ver a su hijo tan concentrado en el trabajo, Diana sonrió con naturalidad y encanto. Se acercó a la escalera de la pileta y trepó lentamente, para darle tiempo a Julián a tomar fotos. Una vez que estuvo afuera ella acarició su estómago y subió las manos hasta agarrarse las tetas. Después se agachó y abrió las piernas como si fuera una rana, exponiendo así toda su concha. Como si los tipos no estuvieran allí, ella empezó a frotarse los labios vaginales, e incluso se tomó el atrevimiento de colarse dos dedos.

Los tipos no aguantaron más la calentura, sin ningún tipo de invitación, se despojaron de toda su ropa, quedando con los penes erectos apuntando directamente hacia la rubia.

—Señora ¿qué le parece si hacemos esas fotos un poquito más interesantes? —Preguntó Miguel, acercándose.

Diana abrió la boca, con exagerada sorpresa. Le agradó mucho lo que vio: dos vergas venosas de buen tamaño, firmes como mástiles.

Ella no dijo ni una palabra, pero con una mirada lasciva le dio a entender a los hombres que aceptaba la propuesta. Los dos se acercaron a ella, poniéndose uno a cada lado.

Julián tenía un debate interno entre la bronca propia de un hijo y el profesionalismo de un fotógrafo. No le agradaba que esos tipos estuvieran tomándose semejantes atrevimientos con su madre; pero debía reconocer que los dos estaban muy bien equipados y que esas fotos podrían cotizar muy bien.

Diana, que aún estaba caliente por lo que ocurrió en el quincho de las bebidas, no lo dudó ni por un instante. Aferró con una mano cada uno de esos penes y sonrió a la cámara, como una profesional del sexo.

Julián continuó sacando fotos, intentando concentrarse en esta tarea y no pensar en lo que su madre estaba haciendo.

Para los tipos fue la gloria, a pesar de su atrevimiento, no se imaginaron que la rubia actuaría de esa forma, sin poner objeción alguna.

Miguel quiso llevar las cosas más lejos, agarró la cabeza de Diana y a orientó hacia su verga. Diana sentía que estaba cumpliendo una fantasía sexual que últimamente se hacía cada vez más recurrente. Realmente podía sentir ese deseo que provocaba en los hombres y casi que podía entender por qué sus fotos habían logrado destacar tanto en la web alemana. Ella sabía que miles de hombres se masturbaban mirando esas fotos y fantaseando con ella. Seguramente muchos pagarían una fortuna por estar en el mismo lugar que Miguel y su amigo. Ella no lo hizo por ninguno de esos dos tipos, sino por todos sus seguidores. Aunque éstos no supieran que los tipos que la acompañaban en las fotos no eran modelos, era como decirles: “Esto es lo que les haría a ustedes, que se calientan tanto conmigo”.

Se metió la verga en la boca y empezó a chuparla. No lo hizo deteniéndose para la fotos, sino que empezó a mamarla como si su único objetivo fuera hacer un buen pete. Al mismo tiempo, con la otra mano, masturbaba al otro tipo, quien aguardaba impaciente por su turno.

—Ah, pero qué puta que sos, rubia… ¡Cómo te gusta comer pija! —Exclamó Miguel, poseído por el morbo.

Diana no se sintió ofendida por estas palabras, sino todo lo contrario. Se calentó aún más y pasó a chupar la segunda pija, que era igualmente apetitosa y venosa.

No era la primera vez que ella se encontraba en una situación similar. Tiempo atrás, cuando aún tenía un amante y un marido, tuvo que hacer algo muy parecido. El Tano la citó en un pub, en algún rincón olvidado de la ciudad. Se notaba que allí la gente solo iba en busca de sexo rápido y sin complicaciones. Cuando ella entró, con un vestido negro tan corto que apenas le cubría la tanga, todos los hombres presentes la devoraron con la mirada. Haciendo alarde de su posición, el Tano no perdió ninguna de las muchas oportunidades que tuvo para meter la mano debajo de ese vestido. Diana no pudo contar la cantidad de gente que esa noche le vio la concha. Tampoco pudo medir el morbo que ésto le causó. En retrospectiva veía ese momento como un punto de inicio en sus fantasías exhibicionistas. Las mismas fantasías que la habían llevado a aceptar su rol como modelo porno.

Cuando la noche ya estaba avanzada, y el alcohol corría por las venas de la rubia, el Tano la llevó al baño. Ella sabía perfectamente qué harían allí dentro, por eso no puso objeción alguna. Apenas estuvieron en uno de los cubículos, ella se agachó y empezó a chuparle la pija. Lo que no se imaginó fue que detrás de ellos entró otro tipo. Alguien que había estado siguiendo muy atentamente cada movimiento de Diana. El Tano, sin pedir la opinión de ella, le dijo al tipo: “Sacá la pija, que esta puta te la chupa”. Y claro, el sujeto no lo dudó ni por un instante. Diana estaba frente a frente con dos grandes pijas, y una ya la tenía dentro de la boca. En ese momento se dijo: “Diana, sabés que de acá te vas después de haberte comido las dos vergas. No vas a poder aguantar la tentación”. Sabía lo que pasaría. Estaba demasiado excitada y borracha como para mentirse a sí misma. La situación le calentó tanto que sólo abrió la boca para comerse la segunda pija. Las chupó con las mismas ganas que estaba chupando las vergas de esos dos tipos, junto a la pileta. Pocas cosas la calentaban tanto como hacer un pete… y hacerlo con dos hombres a la vez había sido la cumbre en su fijación oral. Ahora tenía la oportunidad de repetirlo, y estaba dispuesta a disfrutarlo al máximo.

Sus labios y su lengua trabajaban con presteza, recorrían cada centímetro de esos rígidos pedazos de carne.

Los tipos la miraban sin poder creerlo, ellos podrían haber fantaseado con alguna mujer como Diana; pero nunca habían tenido una a sus pies, comiéndole la pija. Ni siquiera aquellas mujeres a las que les habían pagado por sexo se comparaban con esa diosa sexual.

Diana la estaba pasando de maravilla, pero no estaba satisfecha. La situación con Daniel, en el bar de la playa, la había dejado sumamente excitada, y ahora, con dos vergas entrando y saliendo de su boca, todo su autocontrol se estaba desvaneciendo.

Ella imaginó que la iniciativa de los dos tipos terminaría allí, dejarían que ella sacudiera la cabeza durante un buen rato, acabarían y luego le contarían la anécdota a sus amigos. Pero Diana estaba dispuesta a darles algo mucho más interesante para contar.

¿Alguien les creería que una mujer tan espectacular se quedó completamente desnuda y les chupó la pija a los dos juntos? Bueno, había fotos que lo demostraban, aunque ellos tal vez nunca las verían… a menos que dieran con cierto sitio porno alemán. Pero eso ya no le preocupaba a la rubia. Podía cruzarse con sus vecinos, en ese preciso instante, y les explicaría que ella era actriz porno, sin ninguna vergüenza. Estaba harta de esconder su belleza femenina, y estaba harta de reprimir todos sus instintos sexuales. Ya no quería justificarse más ante la gente, solo quería ser libre.

Por eso le dio la espalda a Miguel, y levantó la cola. Se ofreció como una perra en celo. El tipo se quedó boquiabierto, con la verga dura, apuntando hacia esa cueva de paredes rosadas. No lo podía creer, tenía a esa rubia entregada, y el cuerpo no le respondía. Diana estaba tragando toda la pija del otro hombre, la saliva le chorreaba por la comisura de los labios, y eso que tanto estaba esperando, no llegaba. Harta e impaciente, agarró la verga de Miguel con una mano, la sostuvo con firmeza y retrocedió, provocando que se le clavara hasta la mitad en la concha.

Julián tenía sentimientos encontrados, como ya le había ocurrido en la sesión con Lautaro. Por un lado le hervía la sangre de bronca al ver a su madre en esa posición, con otros hombres. Pero al mismo tiempo le calentaba ver como la clavaban… y cómo era ella misma quien mostraba una actitud tan sexual. Meses atrás había pensado que era imposible ver a su dulce madre chupando una pija, y recibiendo otra por la concha. Pero ahora sí que lo creía, no sólo porque lo estaba viendo, sino porque sabía que su madre no era la mujer que él imaginó. Su madre era una puta.

Una vez que sintió la calidez del sexo de Diana, Miguel empezó a moverse por puro instinto. Quería llevar su verga hasta lo más profundo de esa mujer. No la conocía, pero la deseaba como si hubiera estado enamorado de ella toda la vida.

Los dos hombres comenzaron un movimiento en vaivén asincrónico. Uno clavaba a la rubia por la concha, y el otro hacía que se tragara toda la verga. Ella resoplaba como una yegua, y se movía tanto como podía. Esa era la misma pose que había adoptado aquella noche con el Tano y ese desconocido. Y no, su amante no fue el primero en penetrarla. Lo hizo el otro tipo, que no pensaba conformarse solamente con una mamada. Se colocó detrás de la rubia, le quitó la tanga, y con la misma desfachatez que el Tano, le clavó toda la verga. Ella se volvió loca del morbo, y para no gritar, mantuvo la pija de su amante dentro la boca. Él le decía cosas como: “Qué fácil te dejás coger, puta”. A ella le hervía cada vez más la sangre. Tenía a un tipo que no conocía de nada, invadiéndole la intimidad. Ella después llegaría a su casa, abrazaría a su marido y cumpliría con el rol de “buena esposa”; pero siempre la perseguiría el recuerdo de haber sido la puta de dos hombres, en el baño de un pub.

Y ahora estaba construyendo una secuela para ese recuerdo. Una mucho más intensa, porque tenía a su hijo observando y sacando fotos. Diana no era capaz de describir el morbo que le causaba que su hijo la viera en ese estado. ¿Entendería él que ella estaba brindando un espectáculo para sus ojos, y para su cámara? Porque nada sería lo mismo si él no estuviera mirando. Además Diana agradecía que esta vez quedaran imágenes, para poder recordar ese momento tantas veces como quisiera… y para que el mundo la viera liberando a su puta interior. Esas mismas fotos serían vistas por cientos, o miles de personas, alrededor del mundo. Muchos fantasearían con ser ellos mismos quienes se la cogían de esa manera.

Diana sacudía sus nalgas, haciendo que éstas se abrieran y se cerraran constantemente. La pija entraba y salía de su concha, arrastrando con ella grandes cantidades de jugo sexual. Ella tenía la verga del otro tipo bien aferrada desde los huevos, y se la metía toda en la boca. Solo la dejaba salir para tomar un poco de aire, y después la volvía a tragar, de la misma manera.

Ella estaba disfrutando con la cogida de Miguel, pero la fantasía no estaría completa si no se dejaba coger por el otro tipo. Quería volver a su casa sabiendo que ese día le metieron dos pijas en la concha. Por eso se dio la vuelta, manteniendo la misma postura que, a pesar de ser algo incómoda, también era muy erótica, porque sus enormes tetas se sacudían con el movimiento.

Diana se tragó una vez más la verga de Miguel, y sintió el sabor de sus propios jugos vaginales. El otro tipo parecía más preparado que su amigo, no esperó a que la rubia lo ayudara. Él mismo frotó el glande contra esos turgentes labios, y luego la clavó, sin misericordia. La rubia soltó un gemido ahogado, la pija que tenía en la boca no le permitía gritar; pero de no tenerla, lo hubiera hecho. Las duras penetraciones de este sujeto le encantaron. Le recordaron al Tano, quien se la cogía con un vigor animal. Este tipo no estaba al nivel de su viejo amante; pero se le asemejaba en la intención. Se notaba que estaba tan encantado con la rubia, que le quería meter la verga hasta el fondo de su ser. Ella acompañó las embestidas con el clásico meneo de las caderas, a él también le mostró como sus nalgas se abrían y cerraban, al ritmo de la cogida.

Ella fantaseaba con la idea de que ambos hombres acabaran al mismo tiempo; pero ésto no ocurrió así. El amigo de Miguel demostró tener mucho vigor sexual, pero poco aguante. Aunque Diana no podía asegurar exactamente cuánto tiempo se la estuvo cogiendo, ella solamente supo que no fue el suficiente, ella quería más. Pero lo que le dieron fueron cargados disparos de semen, que le llenaron la concha. El hombre bufó, mientras inundaba la cueva de la rubia. Cuando se apartó estuvo a punto de caerse a la pileta, logró recuperar el equilibrio a tiempo. Diana no abandonó su posición, siguió chupando la verga de Miguel y permitió que Julián se colocara detrás de ella, para tomar fotos del erótico espectáculo que ocurría entre sus gajos vaginales. El semen comenzó a brotar, como si fuera una cascada de leche. La rubia gozó de esta sensación que tanto le agradaba, y Julián tomó tantas fotos como le fue posible, registrando cada una de las descargas de semen, provenientes de esa saturada concha.

Unos pocos segundos más tarde, Diana consiguió que Miguel acabara, y esta vez sí fue sobre su cara. Ella se moría de ganas de que dos hombres le llenaran la cara de leche, tal y como había ocurrido aquella noche en el pub; pero esta vez debería conformarse con una sola. Por suerte, para su deleite, la descarga de Miguel fue potente. Le cruzó toda la cara y buena parte terminó dentro de su boca. Esta vez Diana se arrodilló, para posar ante la cámara. Se masajeó las tetas y dejó la boca abierta, cerró los ojos y se masturbó, con sensualidad. Cuando abrió los ojos otra vez, se encontró con el gran bulto de Julián, justo frente a ella. Al chico se le había puesto la pija como un garrote, y era de esperarse. La rubia había dado un impresionante espectáculo pornográfico.

Los tipos empezaron a pedirle que se quedara a comer, y o que viniera a visitarlos algún día de estos; pero para Diana la fantasía ya estaba cumplida. Se había comportado como una puta, y lo había hecho frente a su hijo. Esos dos hombres no le importaban en absoluto.

No tenía tiempo de pasar al baño a limpiarse, quería irse rápido de allí, antes de que ellos siguieran llenándola de agasajos e invitaciones. Se tiró a la pileta y allí mismo se lavó la cara y la concha. Luego salió, juntó su bikini y, sin despedirse, empezó a caminar hacia la salida, acompañada por Julián.

Ninguno de los dos tipos intentó seguirla, en ese momento comprendieron que habían sido tremendamente afortundados, y que eso no se repetiría dos veces. La rubia les había hecho un regalo maravilloso y debían conformarse con lo obtenido. Nadie les quitaría lo bailado, y probablemente nadie les creería la anécdota. Miguel estuvo tentado de pedirle las fotos a Julián, incluso a pagar por ellas; pero sabía que ésta sería una táctica inútil. Ese chico tenía planes para esas fotos, y Miguel no recibiría nada de eso. Justo antes de que el fotógrafo se alejara demasiado, Miguel gritó:

—¡Que no se me vea la cara!

Julián entendió perfectamente, se dio vuelta y le mostró un pulgar levantado. Eso tranquilizó mucho a los dos tipos. Les hubiera encantado poder presumir de haberse cogido a semejante rubia; pero los dos eran casados, y esta pequeña aventura podría arruinarles la vida. Tal vez algun día, medio borrachos, le contarían la anécdota a alguno de sus amigos… pero nadie les creería.



—4—




Diana volvió a la playa con Julián y se detuvieron junto a la piedra en la que ella se había sentado minutos atrás. Allí estaban sus cosas. Diana sorió al ver que su hijo aún tenía la pija dura.

—Vamos a tener que hacer algo con eso… —le dijo—. ¿Querés que te la chupe?

Todo el cuerpo de Julián vibró. Su madre ya le había chupado la verga; pero esto aún le impactaba mucho. Especialmente si ella se lo decía de una forma tan directa, como si fuera lo más normal del mundo.

—Em… supongo… cuando lleguemos acá.

—¿Por qué esperar? Sacate el pantalón, te como la verga acá nomás. Aprovechá que estoy re caliente…

—¿No tuviste suficiente verga por un día?

—Siempre hay lugar para una más…

—Pero… los de la quinta, nos pueden ver.

—¿Y qué problema hay? Acaban de cogerme, no se van a escandalizar por verme chupar una pija.

—Pero… vos sos mi mamá.

—Sí, pero ellos no lo saben. Aunque, si no querés, yo no te voy a obligar. Solamente te comunico que sigo con ganas de chupar pija, y la tuya está re dura. Si me la das ahora, me la como toda.

A Julián lo puso como loco que su madre le hablara de esa manera. No le importó más nada, se bajó el pantalón y se sentó en la misma piedra en la que su madre había posado. Ella, con una sonrisa, se arrodilló ante él.

—Filmalo —dijo la rubia.

—¿Estás segura?

—Sí, muy segura. Los videos se pagan muy bien, y éste es especial, es al aire libre. Seguramente a la gente de la web alemana le va a encantar verme chupar pija en una playa.

—De eso no hay dudas.

Entonces, empezá a grabar.

Cuando Diana vio que su hijo ya tenía la cámara lista y en posición, empezó a dar suaves lamidas al glande, como si se tratase de un cucurucho de helado. Lo hizo siempre mirando hacia la lente, como si quisiera que sus ojos se encontraran con los de sus espectadores. Mantuvo la sensualidad en todo momento, y sin esfuerzo. Estaba caliente, y de verdad quería la pija de su hijo en la boca.

Ella estaba empezando a amigarse con el morbo que le producía esta situación, y sabía que, por más excusas que tuvieran, habían llegado demasiado lejos. Pero ya habían cruzado un punto de no retorno. Diana estaba fascinada con la pija de Julián, y le gustaba poder brindarle ese placer a su propio hijo. Le gustaba pensar que él era un chico muy especial, que además de tener una madre muy hermosa, ésta le chupaba la pija.

“Soy una madre petera”, pensó la rubia, justo antes de engullir esa pija. Ella seguiría chupando hasta que sintiera el palpitar en la verga. Sabía perfectamente que terminaría, una vez más, con la cara llena de leche, y sabía que después de eso continuaría mamándola.



Había otra cosa de la cual Diana estaba segura, ésta no sería la última vez que le chuparía la verga a su hijo… y tampoco permitiría que fuera el último día en que se comería dos vergas al mismo tiempo. Llevaba tiempo transitando el camino hacia su liberación sexual, y aún no había llegado a la meta que tenía en mente.

Comentarios

Snowdead ha dicho que…
Me a gustado todos los capítulos pero la verdad soy más de él él sexo entre dos personas y q ella esté con más hombres m jode un poco pero bueno es tu historia muy buena porcierto
vicryukiba ha dicho que…
Buen regalo de navidad jaja siempre es un placer leer tus relatos que pases felices fiestas
anglp02 ha dicho que…
hola nokomi he leído muchos de tus relatos y mis favoritas son la milf mas deseada y el fruto del incesto. por su puesto, que a mi me encanta como escribes los detalles hacen volar mi imaginación por lo que es, para mi mejor que los vídeos.
espero con ansias tu proximo relato
Burromafia ha dicho que…
Me encanta esta serie y espero le des continuidad pronto, Gracias por tu trabajo.
Max Alvarado ha dicho que…
No me esperaba ese giro pero excelente relato, muchas gracias por el aporte.
Anóniman ha dicho que…
Esta es la serie más deseada xD
Anónimo ha dicho que…
Cada vez me da más morbo leer esta serie. Además de que madre e hijo se cojan, que a la madre se la garchen otros tipos me encanta.

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