Venus a la Deriva [Lucrecia] 28 - Una Dosis de Realidad.



Capítulo 28


Una Dosis de Realidad.


Lunes, 26 de Junio.


―1―

Los centelleantes ojos de mi madre se clavaron en mí, una corriente gélida me cruzó la columna vertebral. Adela no acostumbraba lanzar amenazas sin fundamentos, si ella dijo que tenía intenciones de echarme, entonces hablaba muy en serio. Me di cuenta de que no estábamos solas, allí se esfumó la más pequeña de mis esperanzas. Josué Zimmer (ese hombre al que yo solía llamar “papá”), me miraba desde un sillón, con el ceño fruncido. Si él estaba de acuerdo con la decisión tomada por Adela, entonces ya no había más que hacer; era palabra santa.

―Pero… ¿por qué? ―Pregunté, temblando como una hoja en otoño.

Creí que mi madre sería la que hablaría, pero no fue así. Josué tomo la palabra:

―Porque no pienso vivir bajo el mismo techo que una lesbiana, y mucho menos mantenerla. ―La voz profunda de mi padre me afectó tanto como un golpe de martillazo en la frente―. ¿Acaso pensabas que nos íbamos a quedar de brazos cruzados mientras vos gastabas nuestro dinero para acostarte con mujeres?

No sabía con certeza cómo ellos se habían enterado de mis andanzas lésbicas; pero me hacía algunas ideas. Si bien nunca les conté que yo iba a bailar a un boliche gay o que había ido a hoteles con mujeres, ellos podían ver el resumen de la tarjeta de crédito; pero yo también, y los gastos eran ambiguos. Nunca podrían haber deducido de allí que mi intención era acostarme con mujeres. Pero en el preciso momento en el que yo me fui de boca, al confesarle a mi madre que soy lesbiana, ellos habrán empezado a ver esos gastos con otros ojos. Me sentí una estúpida, hice todo mal. Tendría que haber sido mucho más discreta, pagar en efectivo y aguantarme las ganas de gritarle a mi madre que yo soy lesbiana. Es cierto que había rumores sobre mí; pero es muy distinto manejar un rumor que una certeza. Era inútil negarlo, si quería defenderme tenía que emplear otra táctica.

Recordé el video que comprometía a mi madre, sacarlo a la luz en este momento podría ser una mala estrategia. Estuve a punto de mencionarlo, pero al considerarlo mejor supuse que sólo conseguiría hacer enojar a mis padres aún más. Algo como esto podría causar que mi familia se desmoronase completamente. Debía pensar bien antes de usar ese recurso.

―¿Se olvidan de que soy su hija? ―Pregunté, apelando al cariño que podrían llegar a tenerme.

―Para mí es como si no lo fueras. ―Intervino mi madre―. Una hija mía jamás andaría revolcándose con mujeres.

―¿Y qué haría una hija tuya? ―Ahora sí estaba enojada―. No seas hipócrita, mamá, que vos estás muy lejos de ser perfecta.

―Puede que yo haya cometido errores en mi vida, pero Dios me los va a perdonar. Hasta el mismo Jesús tropezó una vez…

―¡Sacate un poco la biblia de la boca, mujer, hablá por vos misma de una puta vez! ―Le recriminé―. ¿Cómo puede ser que no seas capaz de hablar veinte minutos sin estar citando la Biblia? ¡Estás completamente cegada por la religión!

―¡Lucrecia! ―Mi padre se puso de pie de un salto―. No te voy a permitir que le faltes el respeto a tu madre, y mucho menos a Dios. ―Apreté tanto las muelas que chirriaron, sabía que nunca podría sacarlos del contexto religioso; esa era una batalla perdida―. Por lo que me contó tu madre, tus actos… eso que hacés con otras mujeres. ―Hablaba como si yo le causara un profundo asco―. Esas prácticas antinaturales… se convirtieron en algo común en tu vida. Estás viviendo en libertinaje, y eso es pecado, Lucrecia. Para colmo tuviste el enorme descaro de gritarle barbaridades en la cara a las amigas de tu madre. Mujeres respetables… de la iglesia. Ahora andan diciendo que te revolcaste, como una puta, ¡con una judía!

―¡Esa “judía” tiene nombre! ―Grité―. Se llama Lara Jabinsky, y es mi novia. Nos amamos mucho.

―¿Amar? ¿Qué carajo podés saber vos de amor, si no sabés nada de la vida? Las mujeres no se pueden estar amando entre ellas… es antinatural. ¿Acaso no te criamos bien?

―Me criaron dentro de una burbuja… tal vez sea por eso que no se nada de la vida. Pero hay algo que sí sé, y muy bien: Me gustan las mujeres. 

―Entonces ―dijo mi mamá―. ¿Estás admitiendo que sos lesbiana?

―Qué se yo… no sé… a veces pienso que sí, otras veces creo que es sólo una etapa. Es todo muy confuso… pero no voy a dejar de ver a Lara. Ella me hace feliz, como amiga y como pareja. Y no es la única mujer con la que me acosté, pero creo que eso ya lo saben muy bien. Descubrí algo maravilloso, para poder vivir feliz. Pero a ustedes les importa una mierda mi felicidad… sólo piensan en el “qué dirán”. Les importa más lo que piensen cuatro viejas putas de la iglesia, que lo que pueda pensar yo… ¡Que soy su hija!

―No le faltes el respeto a mis amigas… que ya suficiente les gritaste ―dijo mi mamá.

―Y me parece muy irónico que las acuses de putas ―dijo mi papá―. Siendo que vos admitís que te acostaste con muchas personas… ¡y para colmo mujeres! 

―¿Y a ella no le decís nada? ―Señalé a mi mamá. Estaba desesperada, como una persona apunto de ahogarse, dando manotazos al agua―. ¡Ella no es ninguna santa! ¿Acaso no te contaron en la iglesia sobre la fiesta en la que estuvo?

―Tu madre me contó de su caída en la tentación… ―dijo Josué, con tono solemne.

―¿Caída en la tentación? Se la cogieron entre un montón de tipos… ¡le metieron la pija toda la noche!

―¡No te voy a permitir que hables así de tu madre!

―Pero es la puta verdad. A ustedes, que tanto le gusta la Biblia… ¿Acaso no dice “La verdad los hará libres”? Bueno, hablemos con la verdad. Es cierto, yo me acosté con varias mujeres; pero si yo soy una puta… ella también. A ver, mamá… ¿por qué no nos contás cómo te cogieron los stripers en la fiesta? ―Lara me había mostrado unos pequeños fragmentos del video. Me dio mucho asco ver a mi propia madre en esa situación; pero ahora agradecía haber visto al menos unos segundos, porque me daba una base más sólida, para poder echársela en cara. Adela y Josué estaban pálidos, supe que era mi momento. No podía retroceder ahora―. ¿Acaso le contaste a tu marido cómo le chupaste la verga a esos tipos? Y no de a una, te vi chupando de a dos, o de a tres. ¿Qué clase de puta se come tres pijas a la vez?

Adela retrocedió un paso y se llevó la mano a la boca. Sus ojos saltaron de mi padre a mí, y de vuelta a mi padre. Josué la miró con una máscara de piedra. Sabía que había tocado una fibra sensible. Mi madre, a pesar de ser tan religiosa, no se caracteriza por ser honesta. Seguramente le contó una versión muy suavizada de los hechos. Tal vez mi papá solo sabía que había chupado una verga y que, tal vez, se había dejado penetrar un rato. Pero yo sabía que ella había llegado mucho más lejos.

―¡Tres vergas a la vez! ―Exclamé, y para más énfasis, levanté tres dedos―. Una mujer casada, miembro respetable de la iglesia, arrodillada frente a tres tipos, comiéndoles la verga, mientras las putas de sus amigas miraban y aplaudían. Pero bueno, ellas no se limitaron a mirar todo el tiempo. Ellas se quejan mucho de mí, pero bien que se prendieron a las pijas, sin ningún tipo de problema. De a dos, o de a tres a la vez… y después me quieren hablar de moralidad a mí, por haber chupado alguna concha. 

No acostumbro a ser tan gráfica a la hora de hablar de sexo, mucho menos frente a mis padres; pero estaba tan enojada que quería causar el mayor impacto posible. 

―¿Eso es cierto? ―Preguntó Josué, mirando fijamente a mi madre.

―Eh… este… lo que pasó fue que… ―Nunca había visto a mi madre tan desvalida, en un segundo había perdido toda la seguridad que acostumbraba mostrar―. No quise entrar en detalles, Josué… no creí que fueran necesarios. Te dije que obré mal, me equivoqué… me dejé llevar por la euforia del momento. Estaba algo alcoholizada, no pensé con claridad.

―¿Pero es cierto lo que dijo Lucrecia? ¿Tres al mismo tiempo? ―Mi padre la miraba con los ojos inyectados de ira acumulada. Solo esperaba que esa ira no estallara. Pero mi padre es un hombre que sabe controlar sus emociones, o al menos eso es lo que aparenta.

―S… sí, es cierto. Y me arrepiento de haberme comportado de esa manera… pero no es algo que haya hecho a plena conciencia, ni tampoco lo repetí… Lucrecia, en cambio, se acostó con mujeres sabiendo muy bien lo que hacía… y lo hizo muchas veces.

―Claro, ahora intentá desviar la atención hacia mí ―dije, con mucha hipocresía, porque en realidad yo había hecho exactamente lo mismo. Desvié el problema para que cayera sobre mi madre―. Además, seamos honestas, mamá. No me cuadra mucho que solo te hayas quedado chupando vergas, porque eso pasó más o menos al comienzo de la fiesta… y duró varias horas. ¿Con cuántos tipos cogiste durante toda la noche? ―Esta pregunta la hizo retroceder, como un animalito asustado―. Dale, contestá… vos, que sos moralmente superior a mí, y a todos los que te rodean. ¿Cuántas pijas te metieron?

―¡Esa no es forma de hablarle a tu madre! ―Intervino Josué―. Ella se equivocó y lo reconoció. Dios la va a perdonar, y yo también. Pero vos, Lucrecia, ni siquiera admitís tus errores. 

―¡Es que no hice nada malo! A ustedes, que son unos retrógrados de mierda, les puede molestar mucho que dos mujeres tengan sexo entre ellas. Pero los tiempos están cambiando, es una práctica que está cada vez más aceptada, en la sociedad. 

―¿Así que yo tengo que decirle a la gente de la iglesia que mi hija es lesbiana y que ellos deberían aceptarlo, solo porque sí?

―¿Ves, papá? A vos te importa una mierda mi felicidad. Lo único que te importa es quedar bien con tus amiguitos perfectos de la iglesia. Otros hipócritas, que seguramente tendrán más de un muerto en el ropero.

―Ellos al menos van a la iglesia. ¿Hace cuánto que vos no pisás una?

―Fui muchas veces a la iglesia, hasta tengo una buena amiga que es monja. Mamá la conoció. ―No iba a decirles que fantaseaba con acostarme con Anabella, pero esperaba que eso me ayudara un poco en la defensa―. Nunca dejé de creer en Dios. ―Eso es cierto―. Solamente que yo no lo expreso de la misma forma que ustedes.

―¿Y cómo lo expresás? ―Preguntó mi madre, quien había recobrado parte de su seguridad, al ser defendida por su marido―. ¿Acostándote con mujeres? Espero que tu amiga, la monja, sea muy devota, y que no se deje corromper por tus demonios, Lucrecia.

―¿Qué demonios mamá, de qué mierda hablás?

―¡Basta Lucrecia! ―Mi padre se acercó a mí de forma amenazante―. Te prohíbo que le hables de esa forma a tu madre.

―¡Vivimos en un país libre papá! Vos no podés prohibirme nada, puedo decir lo que quiera y lo hago porque tengo libre albedrío, ¡pero qué digo! Como si ustedes supieran lo que es eso. ―Ahora sí estaba furiosa―. Pueden juzgarme por ser lesbiana, pero quitando eso no tienen nada en mi contra. Hago todo lo que tengo que hacer, estudio y tengo las mejores calificaciones de todo mi curso ―éstas sólo se comparaban con las de Lara.

―A la Universidad la pagamos nosotros. ―Mi padre solía ser un hombre tranquilo, por eso intimidaba tanto cuando se enojaba―. Todo te lo damos nosotros Lucrecia, hasta te acercamos a Dios para que puedas vivir feliz ¿así es como nos pagás todo lo que hicimos por vos? Actuando de forma enfermiza. La unión de dos personas debe ser entre un hombre y una mujer y debe estar orientada a la ayuda mutua, la procreación y educación de hijos.

―¡Y coger papá, coger mucho! ¿Acaso me vas a decir que tuvieron dos hijas por ósmosis, bien que ustedes habrán… ―no pude terminar la frase, un fuerte cachetazo de mi madre me hizo girar bruscamente la cabeza.

―¡Andate, Lucrecia! ―Me extrañó que Adela no estuviera gritándome―. Y no vuelvas hasta que hayas encontrado el camino correcto. Nos duele en el alma hacer esto, pero tenés que aprender a pagar las consecuencias por tus actos. Prefiero que las pagues ahora y no durante toda la eternidad.

―Ustedes saben muy bien que si me voy, no vuelvo nunca más ―dije con los ojos llenos de lágrima―. Si mi familia no me quiere aceptar como soy, entonces no son más mi familia. El miedo de ustedes es que Dios los castigue por mis pecados, por eso prefieren deshacerse de mí, como si yo fuera una leprosa.

―Espero que allá afuera encuentres el perdón de Dios, Lucrecia. 

Fue lo último que dijo mi padre antes de marcharse, mi madre lo acompañó y me quedé sola en medio de la sala con los ojos bañados en lágrimas y una caja llena de juguetes sexuales en las manos.



―2―




Estaba desamparada, no sabía qué hacer, el taxista no dejaba de preguntarme si iría a una terminal de ómnibus o a un aeropuerto, mientras yo intentaba contener las lágrimas; no quería llorar delante de un desconocido, por más que éste hubiera tenido la amabilidad de ayudarme a subir todas mis valijas. No tuve más remedio que decidir y lo primero que se me ocurrió fue dar la dirección de Lara. Aún no asimilaba los grandes cambios que había sufrido mi vida.

Cuando mi novia me vio parada en la puerta de su casa, rodeada de valijas, y con la cara empapada por las lágrimas, se quedó paralizada; ni siquiera me saludó. No la culpo, yo también hubiera reaccionado de la misma forma, es decir, sin reacción en absoluto. Me abalancé sobre ella y la rodeé con mis brazos, necesitaba que alguien me diera un poco de contención o explotaría. La calidez de su abrazo me sedó lo suficiente como para cortar los espasmos producidos por el llanto.

―¿Qué pasó, mi amor? ―Me preguntó, casi en un susurro, para que sus padres no pudieran oírnos.

―Me echaron de mi casa ―enjugué mis lágrimas con la corta manga de mi remera; no fue fácil.

―¿Es algo temporal? 

―No, para nada. Me dejaron bien clarito que ya no me quieren viviendo en la misma casa que ellos. No voy a poder volver nunca más.

―Esperá, Lucrecia, no creo que sea para tanto…

―Es que no conocés a mis padres, Lara. Ellos valoran más todo lo que la biblia les dice que a sus propias hijas. Se llenan la boca hablando de amor, perdón y comprensión pero son incapaces de ponerlo en práctica.

―¡Qué hijos de puta! Bueno, intentá tranquilizarte un poco. Vamos adentro.

―¿Qué le vas a decir a tus padres?

―La verdad, que te peleaste con tus viejos y te echaron. Pero no les voy a decir el motivo, el cual ya me puedo imaginar. No vaya a ser que me echen a mí también.

―Tus padres nunca te harían algo así. Son personas muy buenas.

―Sí, lo sé… pero no creo que les guste mucho la noticia. Menos a mi mamá, que ya me anduvo preguntando por este asunto. 

―¿Ella sospecha algo de mi relación con vos?

―Después te cuento. 

Entramos y pude ver a mis suegros, aunque ellos no tenían idea de que yo era su nuera… o al menos esperaba que así fuera. Candela, la madre de Lara, me dio un cálido abrazo y su marido, Lucio, me reconfortó mucho con sus palabras mientras mi novia y su madre trasladaban mis valijas a su cuarto. 

―Lucrecia, escuchame ―dijo Lucio, con la parsimonia de un Cura… bueno, de un Rabino―, las peleas familiares son cosas de todos los días. No te voy a preguntar detalles sobre la discusión, ese es un asunto que queda entre tus padres y vos; pero quiero que sepas que te podés quedar hasta que todo se solucione.

―¿Y si no se soluciona? ―Le pregunté, llorando. Por un momento creí que me saldría con algún sermón religioso. 

―Entonces te vas a endurecer, para poder hacerle frente a la vida. Vos sos una chica muy capaz, muy inteligente. No permitas que nadie te pisotee. 

Sonreí, mientras limpiaba mis lágrimas.

―Gracias, Lucio. Eso me hace sentir muy bien.

―Acá nunca te va a faltar techo o un plato de comida… eso sí, espero que te guste la comida kosher.

―Siempre tuve curiosidad por probarla. 

―De todas formas era un chiste, esta noche cenamos milanesas con papas fritas ―esa fue la mejor noticia del día.

―Pensé que eran más estrictos con la comida.

―Lo éramos, pero Candela viene de otra crianza, ella se habituó a muchas de las costumbres de la comunidad judía; pero nunca se acostumbró a la comida. Ella extraña lo que comía antes de casarse conmigo, y bueno, yo solo quiero que sea feliz. Aunque nada de comer cerdo, es parte del acuerdo.

―Me alegra mucho escuchar eso. Cada uno de ustedes pone un poquito de su parte, para mejorar la convivencia. En mi casa se hubiera dictado una ley, y tendríamos que cumplirla a rajatabla, nos guste o no.

―No pretendo juzgar a tu familia, Lucrecia; pero nosotros entendemos que lo mejor es llevarse bien. Dios sabrá entender si los cambios se hacen en función del bienestar familiar.

―Eso es lo mismo que pienso yo. 

―Decime ¿hay algún tipo de comida que prefieras evitar, ya sea por decisión personal o religiosa? ―Me conmovió mucho que me hiciera esa pregunta. No era su hija, apenas llevaba unos minutos en su casa, y mi opinión ya era tomada en cuenta. Algo que para mí era totalmente novedoso. 

―No, nada… no soy ni vegetariana, ni vegana, ni nada de eso. Me gusta comer de todo. Pero puedo sobrevivir sin cerdo. 

Él sonrió, nunca lo había visto así. No conocía mucho al padre de Lara; pero ya me parecía un tipo simpático, con su barbita de unos días, su pelo negro entrecano y sus anteojos rectangulares. Hasta parecía profesor de universidad. Nunca le había preguntado a Lara a qué se dedicaban sus padres. Pero creo recordar que me dijo que su padre era contador, o algo parecido. Por eso mismo ella estaba estudiando Administración de Empresas, que no es lo mismo, pero está dentro del rubro. 

Cuando Lara terminó de acomodar mis cosas en su cuarto, me hizo señas para que me uniera a ella.

Nos encerramos en su dormitorio y nos sentamos en la cama, normalmente me hubiera tirado arriba de ella, para desnudarla y hacerle el amor; pero en este momento mi libido se encontraba abatida y achicharrada. Me perdí mirando sus ojos negros y agradecí a Dios por haber puesto a una mujer como ella en mi camino.

―Contame, ¿que pasó? ―me dijo, acariciando mis manos.

―Mi mamá habló con mi papá y le contó que soy lesbiana, también le contó lo que le pasó en la fiesta. Él ya lo sabe todo y la perdona, en cambio es incapaz de mostrar conmigo la misma tolerancia.

―¿Qué? ¿Cómo puede ser? ¿Después de las barbaridades que hizo tu mamá, él la perdona así sin más y a vos te echa de la casa a patadas?

―Sí, exactamente así. Te juro que no estoy exagerando. Es otro de sus tantos actos de hipocresía. Me dijo que lo mío no era un “tropiezo” como lo de mi madre, que yo lo hacía de forma constante y eso era mucho peor. Yo colaboré un poco, dándole a entender que no pensaba abandonar este nuevo… estilo de vida.

―¿Él te pidió que lo cambiaras?

―No, exactamente. Me dijo que no podía tolerar que yo fuera así. Y bueno, yo no pienso cambiar algo de mi vida que me costó tanto asimilar, justo cuando más lo estoy disfrutando. Ya no veo nada de malo en ser lesbiana, al contrario, me siento libre y vos me hacés muy feliz. ―Le di un suave beso en la boca―. Gracias por ayudarme, sé que esto no debe ser nada fácil para vos.

―De eso te quería hablar. Conozco a mis viejos tanto como vos a los tuyos, si ellos se enteran de mis preferencias sexuales, tal vez me echen de la casa, si es que tengo suerte y no me matan primero. 

―Ya te dije que ellos no harían algo así. Sacate esa idea de la cabeza. Tus viejos son buenas personas y te quieren mucho. 

―Sí, lo sé; pero bueno, igual me da un poco de miedo. El problema no es tanto mi papá, pero mi mamá, así de buena como la ves, es sumamente homofóbica. Se la pasa criticando a gays y lesbianas por igual.

―¿Tu mamá? No me la imaginaba así... debe ser muy difícil para vos convivir con todo eso.

―Sí que lo es, ¿imaginate si se entera que somos novias o que me acostaba con mi profesora? La reacción de tu mamá te parecería un berrinche de nene chiquito al lado de esto. Puede que esté exagerando, pero prefiero pensar lo peor, y que después las cosas terminen un poco mejor de lo que las imaginaba.

―Esa es una forma extrañamente pesimista de ser positiva. 

―Es la única forma que conozco para ser positiva. 

―¿Y qué fue lo que te preguntó tu mamá? 

―Em… tuvimos algunas de esas típicas charlas de madre e hija, sobre la sexualidad.

―No serán tan “típicas”, porque yo casi nunca hablé de temas sexuales con mis viejos. Mucho menos con mi papá. Y las veces que tuve a mi madre involucrada en conversaciones sexuales, la cosa se puso muy rara e incómoda. 

―Bueno, a mí mamá le interesa tener esas charlas. Y también suelen ponerse raras e incómodas. Creo que ese es un talento natural que tienen todas las madres. 

―¿Al menos te ayuda a orientarte un poco?

―En realidad lo hace para controlarme. A ella incluso le molesta si se entera que me hago la paja… y yo me hago mucho la paja. 

―O sea que… ¿alguna vez se enteró de que lo hacías?

―Más de una vez. Y me soltó un montón de sermones. Fueron momentos muy humillantes. Ella está convencida de que esa es la vía más rápida de convertirse en una degenerada.

―La pucha. Entonces yo voy por el mismo camino. Si tu mamá llega a ver lo que tengo dentro de esa caja, se muere.

―¿Por qué? ¿Qué tenés? ―Pude notar que sus ojos brillaban.

―Em… a la noche te muestro... o mañana. Pero en serio, lo mejor va a ser que encuentres un buen lugar en el que esconder esa caja, porque sino vamos a terminar en problemas. Nos van a internar a las dos en los conventos más aislados del universo.

―Mi papá jamás me mandaría a un convento… a una sinagoga, tal vez.

―Muy cierto.

―Voy a guardar la caja en un lugar en el que ella nunca revisaría… el cajón de mis medias.

―¿Por qué? ¿Tenés mucho olor a pata?

―¡Tarada, sabés que no! Mis pies huelen a princesa. Pero mi mamá odia todo lo que tenga que ver con los pies. Ni siquiera le lava las medias a mi papá… ah, tomá nota. Ella puede lavar toda tu ropa, pero a las medias te las vas a tener que lavar vos solita. 

―Em… no sé lavar medias.

―Puede que yo huela a princesa, pero vos sos tan inútil como una. ¿Hay algo que sepas hacer? 

―Em… este… me encantaría colaborar en la casa, no quiero vivir de arriba, pero… 

―Pero estás muy acostumbrada a tener empleadas domésticas que hacen todo por vos. 

―Algo así. 

―Me imagino que al menos sabés barrer.

―Tengo algo de experiencia en el asunto, gracias a mi amiga la monja. 

―Bueno, ahí tenés algo para hacer. No te sientas obligada, si es por mí quedate echada todo el día, a mí no me molesta…

―Pero tus padres se podrían enojar al tener una vaga buena para nada en la casa. 

―Algo así. Y bueno, vos justo caíste en un momento en el que estamos haciendo muchos cambios.

―Tu papá me contó el asunto de la comida…

―Sí, ese es un cambio que agradezco con el alma. Solo espero que algún día me permita comerme un puto sandwich de jamón y queso, sin desheredarme. Pero bueno, al menos lo convencimos de no ser tan riguroso con la comida. Y ese no es el único cambio. O sea, yo no te conté casi nada de mi familia, pero ahora vas a vivir acá, al menos por unos días. Mis padres están atravesando una mala situación…

―¿Económica? Yo no me quiero quedar para generarles más gastos…

―No, no… la plata no es el problema. Al menos no siempre. No es que mis viejos tengan tanta plata como los tuyos; pero en ese sentido estamos bien. Sus problemas tienen que ver más con cuestiones del matrimonio… ya sabés, con los años de casados, las relaciones se desgastan. Tuvimos algunas charlas familiares bastante incómodas… 

―¿Discutieron?

―No exactamente. Fueron incómodas por las temáticas que se tocaron… bueno, ya fue, sos mi novia, puedo confiar en vos. Mis viejos no cogen nunca, y eso le empezó a joder mucho a mi mamá. Todo salió a la luz cuando yo tuve una de esas charlas de “madre e hija” con ella. Le pregunté qué tal iba su vida sexual, y resultó que de sexual no había nada. 

―¿Nada de nada?

―No, nada de nada.

―Qué triste… y para colmo, con la negación que ella tiene con la paja… ni siquiera eso hará.

―¡Ay, no! No quiero imaginar a mi mamá haciéndose la paja.

―Vos viste a mi mamá hacer cosas mucho peores… incluso yo tuve que enterarme de eso. Solidarizate un poco con mi trauma.

―Está bien, tenés razón… pero igual, ahora vos me generaste una imagen mental que no sé cómo voy a borrar.

―Podés borrarla si pensás en mí ―la besé.

―Em… no, creo que es peor. Porque ahora las imagino a las dos juntas. Lucrecia, si me engañás con mi mamá, te corto las tetas.

Empecé a reírme.

―Sos una boluda. ¿Cómo se te ocurre que voy a hacer una cosa así? Además, con lo homofóbica que es tu vieja… es imposible. Hablando de eso… ¿te preguntó algo relacionado con nuestro… noviazgo?

―Sí, yo sé que sospecha algo. Por eso mismo estos días van a ser un calvario, la vamos a tener vigilandonos constantemente. 

―¿Y por qué sospecha? Si nunca hicimos nada cerca de ella…

―Porque le llegaron rumores sobre vos, y el video que publicó Cintia. 

―La puta madre, todavía me persigue ese puto video. ¿Ella lo vio?

―No, nunca llegó a verlo… pero quiere hacerlo. Me pidió que lo consiguiera.

―¿Y por qué carajo tu mamá quiere ver un video en el que yo estoy chupando una concha? 

―¿No es obvio?

En ese instante llegó a mi mente la única opción posible.

―Quiere comprobar si yo estoy chupando tu concha. ―Lara asintió con la cabeza.

―Así es. Ella es mi mamá, me vio desnuda más de una vez. Sabe cómo tengo la concha. Especialmente después de esas incómodas charlas que tuvimos sobre el sexo. Me hizo un identikit de la concha, para que yo “aprendiera” bien sobre cada parte de la misma.

―¡Qué horror! No sabía que las charlas con tu vieja pudieran ponerse tan… didácticas.

―¿Nunca te pasó algo así con tu mamá? Contame, al menos para saber que mi vieja no es la única loca.

―Bueno… esto nunca se lo conté a nadie, por vergüenza. Mi mamá tiene la maldita costumbre de revisarnos las conchas, a mí y a mi hermana.

―¿Qué? ―Sus ojos se abrieron hasta el infinito.

―Sí, tu mamá controla que vos no te hagas la paja. Mi mamá prefiere controlar que no hayamos tenido sexo. Entonces… em, para mí esto es difícil de contar, Lara. De verdad me da miedo que me juzgues… 

―Tarada, sos la mujer con la que estoy en pareja. ¿Entendés el nivel de confidencia que tenemos entre nosotras? Podés contarme lo que sea, a mí no me va a escandalizar. Soy de mente muy abierta. ¿Acaso no tuvimos sexo con otras dos mujeres? 

―Sí, es muy cierto. ―Si había una persona en este mundo en la que podría confiarle todos mis secretos… bueno, casi todos, esa era Lara―. Está bien. Te lo cuento. Para mí y para mi hermana esto se tornó en una práctica normal, tal vez ahora, que expandí un poco más mis horizontes, lo veo como algo un poquito raro. Pero durante mucho tiempo lo vi como lo más normal del mundo. 

―¿Y cómo suelen ser esas revisiones? ¿Las revisa a las dos juntas, o por separado?

―Antes lo hacíamos por separado, pero mi hermana aseguró que se sentiría más cómoda si me revisaban a mí al mismo tiempo. 

―Tiene sentido. A mí también me gustaría tener una hermana con la que compartir esas charlas incómodas con mi mamá, al menos tendría a alguien que haya pasado por lo mismo, y con quién hablar del tema.

―Bueno, con mi hermana no hablamos tanto de ese tema. Pero últimamente nos estábamos amigando más. Empezamos a hablar de temas más íntimos. Ella fue la primera en mi familia de enterarse de mis experiencias con mujeres. ―Me quedé en silencio durante unos segundos.

―¿Qué pasa? ―Me preguntó Lara.

―Perdón, hermosa. Es que me cuesta mucho hablar de este tema… y más después de la discusión que tuve con mi mamá.

―Está bien, entiendo. No te sientas forzada a contarme nada.

―Te quiero contar, pero mejor lo dejamos para otro día, cuando esté de mejor humor. ¿Te parece?

―Me parece perfecto. ―Me dijo, con una cálida sonrisa.

―Gracias por entender. ¿De qué estábamos hablando antes de meternos en este tema?

―De tu video… y que mi mamá quiere verlo.

―Cierto… 

―Si mi mamá llega a ver ese video, va a sospechar aún más de que hay algo entre nosotras. 

―Pero… si ella sabe que yo anduve chupando concha, y odia tanto a las lesbianas. ¿Por qué me permite estar acá, y compartir la pieza con vos?

―Bueno, sí… ella ya sabe que el video es real. No lo vio, pero tuve que admitir que es cierto, porque sino no iba a dejar de hacerle preguntas a todo el mundo. Consideré que esa era la mejor forma de protegerte. Sin embargo le dije que vos habías hecho eso por una simple curiosidad. Algo del momento. Como un pequeño jueguito. Da la casualidad de que eso quedó grabado, y ahora la gente anda pensando que sos lesbiana. Yo le aseguré que no lo sos. Así que, en caso de que ella te pregunte algo sobre ese video, vos decile que esa fue la primera y única vez que chupaste una concha. 

―Te prometo que le digo eso, si es que no me muero antes de la vergüenza. Pero me imagino que eso de la “curiosidad” le debe molestar mucho.

―No tanto. Después de charlar un rato con ella, me dio a entender que puede tolerar que una mujer haya sentido una pequeña curiosidad que la llevara a probar, al menos una vez. Como para reafirmar la sexualidad.

―Ah, mirá vos… al final tu mamá no es de mente tan cerrada como me imaginaba.

―Más o menos. A mí me cuesta entenderla. No quiere, por nada del mundo, que yo sea lesbiana. Pero me dijo que si yo alguna vez probé una concha, por curiosidad, se lo puedo decir. Ella prometió no enojarse.

―¿Y vos lo admitiste?

―Ni loca. Le juré que nunca había probado una concha. Lo más raro es que medio me sugirió que debería hacerlo. Eso me dejó muy confundida.

―Es raro, sí. Pero tal vez ella piensa que vos te da un poco de curiosidad el tema lésbico, y prefiere que te quites las ganas de una vez.

―Puede ser… pero al mismo tiempo es algo arriesgado. ¿Qué pasa si me gusta? Que, o sea, me gusta… y vos ya lo sabés muy bien. Pero lo digo mirando la situación desde la perspectiva de ella. 

―No conozco tanto a tu mamá como para saber qué puede pensar al respecto. Imagino que ella estará convencida de que, una vez que lo pruebes, ya no lo vas a hacer más.

―Tal vez. Pero de todas maneras, no pienso decirle que ya chupé una concha. No soy suicida.

―Sí, lo mejor es no decirle nada. Que sospeche todo lo que quiera, pero al menos no tiene la certeza.

―Claro. Al menos tengo eso a mi favor. Porque de verdad que mi mamá me está atosigando bastante con eso de los rumores de que vos sos lesbiana. Tal vez alguien le dijo que nos vio juntas… o puede que solo haya sacado cuentas, por la cantidad de tiempo que paso con vos, y por eso de que no tengo novio, ni quiero tener. Es posible que en estos días nos esté vigilando mucho. Es más, ni le debe gustar mucho que estemos encerradas en la pieza, y menos le debe gustar que vayamos a dormir juntas.

―¡Ay, Lara! No quiero que a vos te pase lo mismo que a mí, por nada del mundo. No quiero que tengas problemas con tu mamá, por mi culpa. Va a ser mejor que me vaya…

―Esperá ―me detuvo en cuanto me puse de pie― te podés quedar por unos días, hasta ahí nos servirá la excusa de la amiga a la que echaron de su casa, mis viejos no son tan malos, tampoco te dejarían viviendo en la calle, pero mantengamos los motivos lésbicos fuera de escena. Tenemos que darles otra excusa y eso va a estar muy difícil, porque ellos saben muy bien que sos una chica ejemplar.

―Una chica ejemplar que se acuesta con cuanta mujer se le cruza en el camino.

―Eso mismo, pero ejemplar al fin. Como te dije, sacando el tema de la sexualidad, no hay nada que tus viejos puedan reprocharte. Nada.

―¿Y si les decimos que estoy embarazada y que no sé quién es el padre?

―No se lo creerían tan fácil, menos viniendo de vos, pero eso no es lo más importante ahora. Tenemos que pensar dónde podés quedarte de ahora en más. ¿No se te ocurre nada, algún pariente que te pueda ayudar?

―Mi familia es tan estricta como mis padres, o más. Tengo un tío que es diácono, así que imaginate. ¡Ya sé! ―grité de pronto― mi prima Leticia.

―Lucrecia, Leticia, Abigail ¿De dónde sacan esos nombres?

―Al menos no me llamo Thalia ―ese era el segundo nombre de Lara.

―No empecemos con los segundos nombres porque salís perdiendo, y por afano. Si me provocás, mañana lo ves empapelado en toda la universidad.

―¡No! Con lo que me costó que lo borren de la lista de asistencias ―odiaba mi segundo nombre casi tanto como a mis padres.

Estas bromas me tranquilizaron mucho, me hicieron ver que, por más que mi vida se haya ido a la mierda, aún me quedaba cierta esperanza. Lara tiene talento para hacerme olvidar todos mis problemas. Sonreí y no pude contener el impulso de besarla en la boca. Ella me respondió con su característica pasión.

―Te amo, Lara. Gracias por cuidarme tanto.

―No considero que te esté cuidando. Me gustaría que te quedaras a vivir conmigo, pero no se puede. Ah, y yo también te amo ―apretó mi mano izquierda entre sus dedos― Ahora contame cómo es el asunto con tu prima ¿creés que te pueda dar asilo?

―Espero que sí, ella es la hija de un primo de mi mamá y no es tan aficionada al catolicismo como el resto de mi familia, además vive sola en un departamento bastante grande. No es que eso ya la obligue a darme albergue, pero si le voy con una buena excusa, dejando el tema lésbico de lado, voy a poder quedarme al menos un tiempo.

―¿Pensás que tus padres pongan al tanto a tu familia sobre tu “problemita”?

―No creo que lo hagan, eso significaría una vergüenza total para ellos. Es más, ya me los imagino pensando en algún motivo para usar como excusa cuando alguien pregunte por mí en las reuniones familiares.

―Entonces ahí tenés tu excusa, ellos mismos te la van a dar.

―¿Pero cómo hago para averiguar eso?

―Abigail. ¿O me vas a decir que tu hermana también te odia? 

―No, al contrario. Sabe que me gustan las mujeres y no se escandalizó para nada. En cuanto pueda, la voy a llamar.

Esa noche no hubo sexo, no sólo porque no me sentía animada para hacerlo sino también porque era sumamente riesgoso con los padres de Lara dando vueltas por la misma casa. Todavía teníamos miedo, por aquel primer intento que fue interrumpido por su padre cuando éste llamó a la puerta. No queríamos que esa vergonzosa situación se repitiera. Sin embargo me alegró mucho poder acostarme abrazada a Lara. La calidez de su cuerpo hizo magia en mí, logró tranquilizarme y hacerme olvidar de todos mis problemas, al menos hasta que quedé dormida.


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