Los Amigos de mi Novio.

 




Los Amigos de mi Novio


Ayer se cumplieron dos años desde que me puse de novia con Esteban, y el fin de semana llegaría mi cumpleaños número veintiuno. Esto me tenía especialmente de buen humor, aunque por lo general suelo estar contenta. 

Al mirarme al espejo, en ropa interior, me sentí bien conmigo misma. Pensé que, con todo lo que estuve comiendo últimamente, iba a engordar; porque siempre tuve esa tendencia. Sin embargo mi cintura lucía más o menos igual que los últimos meses. No llego a ser rolliza, pero si algo corpulenta y caderona. 

Mi cuerpo quedó mucho más estilizado luego de unos meses de gimnasio. Eso me llena de felicidad. Mis sutiles curvas pasaron a ser curvas prominentes. Ahora están mejor definidas, y mis glúteos más firmes y con una forma redondeada casi perfecta. Sí, soy culona y me acompleja tener la cola caída; pero al menos puedo decir que no debo preocuparme por eso por un tiempo. Mi cola se ve fabulosa. 

Mis tetas no son la gran cosa, pero sí son bien firmes y estoy orgullosa de esas. Nunca me interesó mucho mi apariencia física, hasta que empecé el gimnasio y descubrí el cuerpo que puedo llegar a tener. Al fin y al cabo todo es cuestión de tonificar ciertos músculos. 

Le voy a hacer un gran regalo a mi profesora del gim. Gracias a ella voy a festejar mis veintiún años viéndome espléndida.

Esteban siempre halagó mi figura, él me hace sentir como la mujer más hermosa del mundo; pero desde que estoy con él me siento un poco acomplejada. Es un chico alto, es mayor que yo por un año y hace bastante deporte; tiene un cuerpo fibroso y firme. Hubo veces en las que llegué a pensar que yo no era lo suficientemente bonita como para estar con él; aunque Esteban jamás me hizo sentir menos. Sin embargo ahora me siento espléndida, creo que soy la novia perfecta para él. 

Ahora mismo estoy atravesando una etapa un tanto superficialista; pero en realidad lo que más me gusta de Esteban es su forma de ser: simpático, divertido, amable. Creo que es el novio perfecto para mí.

Me encanta ir a su casa y quedarme a dormir con él. Como tiene su propio departamento, podemos hacer lo que queremos y nadie nos molesta. Pero esto no lo podemos hacer siempre. No quiero ser una novia tan invasiva y me gusta darle su espacio. Hay días en los que Esteban se junta con algunos de sus amigos y por lo general no me deja ir, aunque ya conozco a varios de ellos. Le hice una pequeña escena de celos, pero después de un rato le dije que él tenía derecho a juntarse con sus amigos… así como yo tengo derecho a juntarme con mis amigas. Eso dejó las cosas en iguales condiciones para los dos.

Mi cumpleaños sería el sábado, y ya tenía planeado salir a bailar con mis amigas. Como era viernes, pretendía pasar toda la noche con Esteban. Me vestí de forma casual, pero sexy. Me puse un pantalón de jean color celeste, que ya estaba casi blanco por tanto uso; sin embargo era bien ajustado y ayudaba a resaltar mucho mi recién adquirida figura. Lo acompañé con una simple remera con estampado, levemente escotada. Eso sí, me puse zapatos con plataforma, para levantar la cola… este pantalón lo ameritaba.

Salí rumbo al departamento de mi novio.

Cuando abrió la puerta, me llevé una gran sorpresa. Y no, no se debía a que había organizado una fiesta de cumpleaños para mí, ni nada por el estilo. Le avisé con tiempo que vendría a pasar la noche del viernes con él, y así festejar mi cumpleaños; pero allí estaban todos sus amigos. 

—Hola, mi amor —lo saludé, rodeándolo con mis brazos. Le di un tierno beso en la boca.

Estaba enojada con él por haber invitado a sus amigos, tiene que soy una experta conteniendo mi furia. No quería armarle una escena delante de todos, pero Esteban y yo íbamos a hablar muy seriamente. 

—Qué sorpresa —dijo, con una sonrisa tímida.

¿Cómo qué sorpresa? ¡Si avisé que venía! Quería acogotarlo, pero en lugar de eso sonreí, mientras una vena en mi frente latía, amenazando con estallar en cualquier momento. 

—Sí, amor —le dije, con bien actuada simpatía—. Quería darte una pequeña sorpresa. Ya sabés a qué me refiero —usé mi mejor tono sensual, y pasé un dedo por su pecho. Noté la mirada de sus amigos sobre nosotros. 

—Em… es bueno saberlo —se puso rojo.

—No sabía que iban a estar tus amigos.

—Este… yo tampoco sabía. Ellos también decidieron darme una visita sorpresa.

—Pero estoy segura que mi sorpresa es mejor —me meneé suavemente, como una gata en celo.

—Sin dudas —aseguró mi novio, sabiendo que si llegaba a responder otra cosa sería brutalmente asesinado por una gata en celo—. Vení, pasá. A los chicos ya los conocés… bueno a un par de ellos. Él es Mauro —señaló al más bajo de los tres. Tenía pelo negro y una barba de unos días, que me dificultó un poco reconocerlo; pero sí, ya lo había visto antes. Lo saludé con un beso en la mejilla, mientras Esteban cerraba la puerta—. Ese otro es César. —Se refería a un pibe algo rechoncho, sin llegar a ser gordito, con el pelo castaño, como el de mi novio. También me acerqué a darle un beso en la mejilla. Al tercero no lo conocía, se trataba de un rubio tan alto como Esteban y con ojos celestes, me pareció un pibe muy lindo—. Este es el que no conocés, se llama Juan Carlos.

—¿Qué tal Juan Carlos? Encantada.

—Hola, un gusto conocerte…

—Lorena. Pero pueden decirme Lore, o Loli. 

—Perfecto. A mí generalmente me dicen Juan. 

No pude evitar recorrer toda su anatomía con la mirada, hasta me detuve unos segundos en su paquete. Lo hice sin disimular, porque quería que Esteban se pusiera celoso. Esto era parte de mi plan de venganza por haber invitado a sus amigotes en la noche de mi cumpleaños.

—Vení un momentito, Esteban. Te quiero comentar algo. 

Agarré a mi novio del brazo y prácticamente lo arrastré. Cuando caminé lo hice meneando mucho las caderas. Ojalá él también haya notado cómo sus amigos me miraban el culo. En especial el rubio lindo.

—¿No te acordás que te dije que iba a venir? —Le pregunté, cuando estuvimos solos en el cuarto.

—Sí, sí… pero… es que ellos cayeron sin avisar. Les dije que vos ibas a venir, pero ellos dijeron que no les molestaba.

—¿Y no les dijiste que hoy íbamos a tener una noche especial? 

Me miró desconcertado.

—¿Especial por qué? 

¡El muy hijoeunagranputa se había olvidado de mi cumpleaños! Y no solo eso, tampoco recordaba que estábamos cumpliendo nuestro segundo aniversario de novios. Había pasado un día de eso, pero no tuvimos ningún festejo. Yo estaba reservando todo para hoy. No pretendía que él me llevara a cenar a algún lugar elegante, o que me hiciera una fiesta sorpresa. Me bastaba con que pasáramos la noche juntos, mirando unas pelis… y cogiendo mucho.

Quería estrangularlo ahí mismo, o casarme con él solo para poder pedirle el divorcio. Sin embargo se me ocurrió algo mucho mejor. Le había declarado la guerra y él no lo sabía. 

—No, por nada —dije—. Es que ando un poquito cachonda… ¿sabés? —me mostré sensual—. Tenía ganas de coger mucho; pero lo dejamos para más tarde, si es que tus amigos se van. Ahora, vamos a tomar una cerveza con ellos.

—Si querés les puedo decir que se vayan.

—No, no… no hace falta. Yo puedo esperar. 

Mi plan de batalla requería la presencia de sus amigos. Usaría el motivo de la discordia a mi favor. 

Caminé directamente hasta la cocina, que en realidad es parte del mismo ambiente del living comedor, solo está dividido por una barra americana. Agarré una cerveza bien fría de la heladera y algunos vasos. Me acerqué a los amigos de mi novio y puse la botella en una mesita ratona, la destapé y empecé a llenar los vasos.

Me coloqué en un punto estratégico. La mesita, al ser tan baja, me obligaba a agacharme mucho, y lo hice de la forma en la que una dama nunca debería hacerlo: con todo el culo en pompa. Pude sentir la tensión de la tela del gastado jean contra mis nalgas, y especialmente en mi entrepierna. 

César y Mauro estaban sentados en el sofá, ellos tenían la mejor visión, ya que mi culo les había quedado prácticamente contra la cara. Me moví un poquito, apuntándolo hacia Juan Carlos, que estaba en un sillón individual, a mi derecha. Quería que él también pudiera mirarme a gusto. 

Era imposible que Esteban no se diera cuenta de cómo me miraban sus amigos; pero si lo notó no dijo nada. El que habló fue César, y al toque me di cuenta de que él era el más osado de los tres. Tomé nota de ese detalle.

—Te queda re bien este pantalón, —dijo.

—Muchas gracias —respondí con naturalidad—. Este pantalón es viejo, pero hacía meses que no lo usaba, porque cuando engordé un poco ya dejó de entrarme.

—Claro, es que te queda tan ajustado que si engordás veinte gramos ya no lo podés usar. Pero eso es justamente lo que lo hace tan llamativo.

—Yo estoy re contenta de poder usarlo otra vez, tuve que matarme unos meses en el gimnasio, para tener este culo; pero valió totalmente la pena —dí unas palmaditas a mis nalgas, empinando mucho la cola.

—No sé cómo estabas antes —se animó a decir Juan Carlos—, porque te conocí hoy. Pero tengo que admitir que tenés un culo hermoso. Estoy celoso de Esteban, ya quisiera yo tener una novia con ese culo. 

Mi novio se rió con timidez. ¿Le había molestado el comentario de su amigo? Si así fue, entonces me alegro mucho. Que se enoje. 

En otro contexto me hubiera ofendido de que un pibe que recien conozco me hubiera halagado el culo de esa manera, frente a mi novio. Tal vez si Esteban no estuviera no me enojaría tanto, pero frente a él tenía que cumplir con el rol de “buena novia”. Debía decir algo como “Esta cola es solo de mi novio”. Sin embargo le había declarado la guerra, por eso dije:

—Me alegra mucho que les guste mi culo. Pueden mirarlo todo lo que quieran, que a mí no me ofende. Al contrario, viniendo de ustedes, lo tomo como un halago. Me voy a poner contenta si me lo miran. Y si además me hacen algún halago, mejor. Me esforcé mucho por tener estas nalgas, me pone contenta que alguien sepa apreciarlas.

Eso último fue un palazo para mi novio, que llevaba varias semanas sin halagarme el culo, a pesar de lo mucho que me esforcé en el gimnasio.

Me incliné hacia adelante, más de lo necesario, todo mi orto quedó a centímetros de la cara de Juan Carlos. Le alcancé un vaso a Mauro, otro César. Giré, esta vez apuntando mi retaguardia hacia ellos dos, y le di su vaso a Juan Carlos. Tomé uno para mí, y allí fue cuando Esteban dijo:

—¿No me trajiste un vaso?

—Ay, no amor. Perdón… me olvidé.

—Está bien, no pasa nada.

—Vos sentate —le señalé el segundo sillón individual, que estaba enfrentado al de Juan Carlos—. Ya te busco un vaso.

No lo hice por ser servicial, sino porque quería tener alguna excusa para permanecer de pie. Mi intuición femenina me advirtió que los ojos de los amigos de mi novio estaban clavados en mi culo. Cuando agarré el vaso y volví, comprobé que era cierto. Incluso Juan Carlos había girado mucho su cuello, porque la cocina estaba a su espalda.

—Te vas a quebrar el cuello —le dije entre risas.

—Es que esas nalgas son como un imán para los ojos —esta vez fue Mauro el que se animó a hablar, noté que se había tomado todo su vaso de cerveza, tal vez eso lo envalentonó.

—¡Qué tarado! —exclamé, entre risas; sus palabras me hicieron sentir realmente bien. Ni siquiera sentí pena por mi novio—. Voy a llevar otra cerveza, porque a esa no le queda más. 

Saqué otra botella de la heladera y volví a la mesa ratona. Me tomé un trago de mi vaso, estaba bien fría, como me gustaba a mí. Esta vez me demoré un poco en destapar la cerveza, todo el tiempo le di la espalda a los amigos de mi novio. 

—Tenés una novia muy linda —felicitó César a mi novio.

—Es muy cierto, siempre le digo lo linda que está.

“No siempre —pensé—. Pero hoy me conformo con que me lo digan tus amigos”. 

—Además de ser linda, me “atiende” muy bien —Agregó mi novio, con una risita picarona. 

Esteban aprovechó un segundo en el que yo giré y mi culo quedó apuntando hacia él, pasó sus dedos por mi entrepierna presionando firmemente. A pesar de tener el jean puesto, lo sentí sobre los labios de mi vagina. lo hizo de forma rápida así que no se si alguno lo notó. Tomé esta acción de mi novio como una forma de “marcar territorio”. Definitivamente las mujeres no somos las únicas que lo hacemos. Quizás se sintió amenazado por las miradas lascivas de sus amigos y quiso recordarles a todos que mi culo le pertenecía.

—La vas a hacer poner colorada —dijo Mauro.

—Ay, si yo me ofendiera por un manoseo, no podría estar de novia con este degenerado —dije sonriendo y señalando a mi novio con el pulgar.

—Se ve que te conoce bien —acotó Juan. 

Me di cuenta de que tomé la cerveza demasiado rápido y ésta ya estaba surtiendo efecto en mí. Además, por más que estoy un poquito enojada con mi novio, tengo que reconocer que su descarado manoseo me excitó mucho; más de lo habitual. Tal vez se deba a que sus amigos fueron testigos del hecho. Eso me llevó a ser un poquito más descarada. Di media vuelta, apuntando mis grandes nalgas hacia los amigos de mi novio y dije:

—Me esforcé tanto para tener este culo que cualquier halago me alegra el día. Hasta me pone contenta saber que me miran el culo. En el gimnasio nunca falta el vivo que me manosee un poco el orto. Les aseguro que yo no soy de las que se ofenden por esas cosas. 

Fui consciente de que básicamente estaba invitando a estos tipos a que me miraran el orto con descaro, que me hicieran halagos y que incluso me lo tocaran. El primero en animarse a decir algo fue César. 

—Lorena, ese pantalón te queda muy bien —aseguró. 

Se lo agradecí. Su comentario fue bastante suave y educado. Sin embargo Mauro fue mucho más osado.

—Algo me dice que a ese culo no lo hiciste sentada —y tomó un largo trago de cerveza.

Se me revolvió el estómago de puro gusto. Si quería vengarme con mi novio por haber olvidado mi cumpleaños, ésta era la clase de comentarios que necesitaba. Además debo admitir que me puso un poquito cachonda que dijera eso… especialmente por la respuesta que yo tenía en mente. En otra ocasión no me hubiera animado a decirlo; pero esta vez no me importó.

—Eso depende —dije—. ¿Sentada en qué? —todos soltaron una risotada, excepto mi novio—. Te puedo asegurar que hay cierto tipo de “sentadillas” que ayudan mucho a formar una buena cola. Y últimamente me senté en varias. 

Una vez más esa ola de placer nació en la boca de mi estómago y recorrió todo mi cuerpo. Ese último comentario fue descarado y en parte surgió del resentimiento; pero también lo dije por puro morbo. El asunto de los manoseos en el gimnasio era totalmente real, incluso se lo comenté alguna vez a Esteban. Él hubiera intervenido si yo no se lo hubiese prohibido. Le dije que yo misma me arreglaría con ese asunto. Lo cierto es que a mí me hace sentir muy bien entrar al gimnasio con un pantalón bien ajustado y que todos los ojos se me claven en el orto. Y si alguno se acerca a tocar un poquito, tal vez yo colabore haciéndome la boluda. Empezó como un jueguito inocente y de a poco se fue decantando en otra cosa. Algunos de mis compañeros habituales del gimnasio empezaron a notar que yo me dejaba tocar el culo sin oponer demasiada resistencia… y los manoseos se incrementaron. Especialmente en áreas que brindan un poco más de privacidad, como algún vestuario o el baño.

César, que al parecer tenía una fijación con la ropa ajustada, añadió a su comentario anterior:

—Es genial que te animes a usar ese pantalón. Marca mucho. La mayoría de las mujeres no se animarían a usarlo. 

—Gracias… pero tiene su precio a pagar —aseguré—. Ajusta demasiado y me aprieta un poco en la zona de la cintura. A veces no sé por qué lo sigo usando. 

—Si te aprieta mucho, desabrochalo —dijo mi novio. No me dio tiempo a responder. Se paró detrás de mí y desprendió el botón de mi pantalón, además se tomó la libertad de bajar un poco el cierre, dejando a la vista la marca que había dejado el pantalón en mi piel. Como si fuera poco, todos se enteraron de que yo tenía puesta una tanga rosada.

Me dio la impresión de que Esteban me estaba declarando la guerra. Tal vez se molestó por mis comentarios y ahora pretendía hacerme pasar un momento vergonzoso frente a sus amigos. Pero está muy equivocado si piensa que yo voy a ceder tan rápido. 

—Tengo que admitir que ahora me siento mucho mejor —dije, con una sonrisa.

Acaricié las marcas horizontales que habían quedado en mi piel, por culpa del pantalón. Ya se estaban borrando; mi intención era atraer la mirada de todos hacia el pedacito de tanga que asomaba.

En el gimnasio me permití jugar un poco con eso, quitándome el pantalón en la puerta del vestuario y dejando que algún curioso me mirase el culo. Me encanta usar esas tangas deportivas en “V”. Son muy cómodas y dejan poco a la imaginación. Ideales para mostrar un poquito el orto en un gimnasio.

Pero ahora tenía puesta una tanga más bien erótica, porque pretendía pasarla bien con mi novio. Tenía pequeños detalles en encaje y era semi transparente. Mi depilado pubis se adivinaba por debajo de la tela de la tanga. 

Tomé asiento sin volver a prender mi pantalón, inevitablemente todos miraron cómo había quedado marcado mi vientre con la presión del jean.

—Te quedó muy colorado, ¿no te duele? —preguntó Mauro.

—Sí, un poco. Me parece que no voy a poder seguir usando este pantalón. 

—Si hicieras eso, te puedo asegurar que pondrías muy triste a varios hombres —dijo Juan Carlos—, entre los cuales me incluyo. 

—Lo siento mucho, pero es un sacrificio demasiado grande —respondí, echándome más en el sofá. Llevé mi cola casi al borde y mi espalda contra el respaldar separando un poco las piernas. 

Me quité las zapatillas para sentirme más cómoda y acaricie la zona cercana al pubis, donde estaban las marcas dejadas por el pantalón. 

—Es cierto, se te marcó mucho —dijo César, quien se atrevió a pasar su mano por las marcas en mi piel. Definitivamente era el más atrevido, hasta mi novio se quedó mirándolo atónito; aunque no le dijo nada. 

Mauro y Juan Carlos trajeron más cervezas y continuamos tomando, charlando de cosas graciosas que nos ayudaban a romper un poco el hielo. Nos reíamos mucho e incluso Esteban parecía estar disfrutando, a pesar de que sus amigos me miraban mucho. 

De pronto César volvió a llevar el tema de conversación a terreno sinuoso.

—Loli, ¿tenés alguna amiga que esté buena para presentarme? —me preguntó, mientras se tomaba el atrevimiento de acariciar mi vientre, muy cerca del inicio de la tanga.

—Tengo una amiga que se llama Débora, la conocí en el gimnasio. Está muy buena, tiene un culo mejor que el mío… y hace maravillas con la lengua —le guiñé un ojo—. Por eso me la reservo solo para mí —todos comenzaron a reírse, menos mi novio.

—Esa ya sería la última —dijo Esteban, con fingida resignación—. Además de cornudo, que sea por culpa de una mujer.

Sé que me excedí al decir eso; pero la cerveza ya estaba haciendo efecto en mí, y los amigos de mi novio me incitaban a comportarme de esa manera. Lo que Esteban tal vez no se imagine es que mis palabras tuvieron mucho más de verdad que de broma.

Cuando el asunto de los manoseos en el gimnasio se volvió algo prácticamente rutinario, la que no perdió oportunidad de tocarme el orto fue Débora… y ella fue la menos discreta. Hubo veces en las que me acarició la concha, por encima de la calza, frente a todo el resto de los miembros del gimnasio.

—¿Y vos cómo sabés que es tan buena con la lengua? —Preguntó Mauro. Noté que el chico se había sonrojado, tal vez no estaba acostumbrado a hablar de estos temas frente a tanta gente.

—Mmmm… escuché algunos rumores. 

Eso era cierto. Algunos compañeros del gimnasio me contaron que Débora era una excelente petera y que, cuando le ofrecían algo de buen tamaño, nunca se rehusaba a chuparla. Pero no fueron sólo rumores. Pude verificar su talento en carne propia. Un día nos estábamos duchando en el vestuario del gimnasio, las dos juntas, completamente desnudas. Los toqueteos de Débora se tornaron cada vez más candentes. Cuando me di cuenta de que la cosa iba en serio, y había dejado de ser un simple juego, ya tenía dos dedos de ella bien metidos en la concha, y su lengua explorando hasta lo más recóndito de mi garganta. Todo mientras el agua tibia de la ducha nos caía sobre el cuerpo. Se me moja la concha de sólo recordar el momento en que Débora, sin mediar palabra, se puso de rodillas ante mí y empezó a darme la mejor chupada de concha que disfruté en mi vida. No solo había engañado a mi novio, sino que lo había hecho con una mujer. Algo de lo que nunca me creí capaz. Pero ocurrió, lo disfruté… y le devolví a Débora la gentileza. Yo no soy muy talentosa chupando conchas, de hecho esa fue la primera vez; sin embargo me esmeré mucho y llegué a disfrutar recorriendo sus labios vaginales con la lengua. Al fin y al cabo Débora es una chica preciosa y muchos hombres y mujeres se mueren de ganas de estar con ella. Yo me di el gusto. 

—A mí me da la impresión de que entre vos y tu amiga pasó algo más —dijo César.

—Ah, no sé. Eso lo dejo a tu criterio —él comenzó a reírse y el resto hizo lo mismo. 

Me levanté a buscar otra cerveza, y mi novio me agarró una nalga.

—Al menos sé que yo soy el dueño de este culo.

—¿Perdón? —pregunté, seguí caminando para alejarme de él. No quería darle el gusto de disfrutar de mis nalgas—. Acá la única dueña del culo soy yo; y puedo elegir quién lo toca. —Agarré una cerveza de la heladera y volví para servirla en los vasos que estaban en la mesa ratona. Me incliné y mis grandes nalgas quedaron muy cerca de la cara de César. Como sabía que él me estaba mirando, decidí ir más lejos con este jueguito—. ¿Habría alguna queja de tu parte si permito que César me toque el culo? 

Me di un par de palmadas en una de mis nalgas, invitando al amigo de mi novio a tocar. Él no se hizo rogar, alargó su mano, en forma de garra, y atrapó una nalga con fuerza, subió con sus dedos por toda la raya de mi cola. Eso fue pasarse un poco; pero no quería mostrar debilidad, así que no dije nada y continué sirviendo las cervezas.

—¿Nosotros también podemos tantear? —Preguntó Juan Carlos, refiriéndose a él y a Mauro.

—Si, ¿por qué no? —dije, mirando a Esteban desafiante; él solo sonreía. 

Si estaba sufriendo con mi actitud descarada, no daba muestras de ello… y justamente eso fue lo que me hizo enojar. 

“¿Así que te hacés el tipo superado, al que no le molesta que otros hombres le toquen el orto a su novia —pensé—. Bueno, vamos a ver si reaccionás un poco cuando la cosa se ponga peor”.

Mauro se puso de pié y al unísono ambos me agarraron la cola, uno cada nalga, yo la mantenía firme y levantada. 

—Para que aprendas que no sos dueño de nada —le dije a mi novio, desafiante.

—Si que soy dueño de algo, a esto lo compré yo. —Se refería al corpiño que tenía puesto—. Así que devolvelo, se lo voy a regalar a otra que lo aprecie mejor. 

Sin darme tiempo a reaccionar, levantó la parte de atrás de mi remera y desprendió el corpiño con suma facilidad. Me lo quitó de un tirón y mis tetas rebotaron un poco. Sabía que lo hacía como venganza por mi comportamiento. Cuando acomodé mi remera me di cuenta de que se se me notaban bastante lo pezones. Esteban dejó el corpiño a su lado y me miró expectante.

—Regalaselo a quien quiera —dije, manteniendo mi actitud desafiante—. A ver dónde encontrás otra que las tenga así —dije agarrándome las tetas con ambas manos, no son gigantes pero sí tienen buen tamaño. Estoy orgullosa de mis tetas, aunque más de mi culo. 

—Tenés una marca ahí —dijo Mauro, que se había puesto de pié frente a mí y podía ver dentro de mi escote.

—Si, este zarpado me la hizo —señalé a mi novio. 

Bajé un poco el cuello de mi remera y les mostré buena parte de mi teta izquierda, casi llegando al pezón. Podía verse una marca violácea, era un chupón que me había hecho Esteban hacía unos días.

—Tenés muy buenas tetas —dijo César. Pero yo ignoré su comentario y seguí hablando de las marcas en mi piel.

—Además, como si fuera poco —di media vuelta, bajé un poco mi pantalón, mostrándoles más de la mitad de mi cola junto con la tanga que se me metía en la raya—. También me dejó toda marcada y arañada ahí —era cierto, tenía marcas en la cola que Esteban había hecho en un momento de calentura—. A veces nos ponemos un poquito… salvajes —dije, con picardía—. Pero el muy tarado me mordió una nalga.

—Yo lo entiendo, —dijo Mauro—. Ese culo provoca morderlo —volvió a acariciar todo mi culo. 

—Puede ser, y a mí no me molesta un poquito de sexo duro; soy bastante pasional. Pero no me gusta que me muerdan. No me haría nada mal si me tratase con un poquito de suavidad, de vez en cuando

—¿Cómo? ¿Así? —preguntó Esteban, al mismo tiempo que metía su mano dentro del pantalón. 

Al parecer mi novio estaba contraatacando, y su intención era humillarme frente a sus amigos. Su mano llegó hasta mi entrepierna, comenzó a frotarme la vagina por arriba de la bombacha sin ningún tipo de pudor, me masajeaba el clítoris en círculo y me masajeaba los labios.

—¡No, pará, tarado! Me la vas a mojar toda —le supliqué, y ciertamente sentía como mi concha se iba humedeciendo. Él comenzó a bajarme el jean, Mauro y Juan lo ayudaron—. No, esperen ¿Qué hacen?

—¿No era que no te daban vergüenza mostrar el culo? —Preguntó mi novio, echándome en cara mis propias palabras, mientras terminaban de quitarme pantalón. Hasta las zapatillas me quitaron. Quedé solo con la tanga y la remera, que marcaba de forma exagerada mis duros pezones. 

Me di cuenta de que si yo mostraba signos de vergüenza, mi novio estaría ganando puntos en esta guerra declarada. Por eso, a pesar de la incomodidad que me generaba estar prácticamente desnuda frente a sus amigos, me mantuve calmada y hablé en tono casual.

—Decí que me depilé hoy, sino se me notarían todos los canutos —dije, refiriéndome a mi ropa interior semitransparente. 

La tanga dejaba ver casi a la perfección la zona donde debería haber pelitos; pero tapaba mejor abajo, donde se encontraba mi vagina. Allí solo se marcaba un poco la silueta de mis labios. César aprovechó para tocarme otra vez la cola, sin embargo en esta ocasión pasó sus dedos entre los labios de mi concha.

—¿Podés traer otra cerveza? —Preguntó Esteban. Él no podía ver la forma en la que su amigo me estaba tocando. 

Accedí. Mientras iba hacia la cocina, ellos aprovecharon para mirarme el culo. Ni siquiera tuve que darme vuelta para corroborarlo; era obvio. 

Cuando regresé vi a Juan Carlos sentado en mi lugar. Los tres amigos de mi novio ocupaban el mismo sofá.

—Me sacaste el lugar —le reproché dejando la cerveza en la mesa. Al agacharme les debo haber brindando una imagen bien detallada de mi concha entangada.

—Te quedó mi lugar —dijo, señalando el sillón vacío.

—No, dejá, me voy a sentar acá, con mi amigo César, que parece ser buena persona —diciendo esto, me senté en la falda del chico. Él abrió grande los ojos y miró a Esteban, como éste sólo le mostraba una sonrisa cómplice, se tranquilizó.

—Ese fue un error —aseguró Juan Carlos—. César es el más degenerado de los cuatro. 

Sabía que eso era cierto, porque César era el que más se zarpaba con los comentarios y manoseos; pero mi intención era provocar a mi novio. A los pocos segundos de estar sentada sobre César, comencé a sentir un bulto contra mi cola.

—No es que sea degenerado —se defendió el aludido—. Lo que pasa es que este culo incita a tocarlo… y estos timbres ¿quién no se muere de ganas de apretarlos? —llevó sus manos hasta mis tetas y me pellizcó los pezones, al unísono, por encima de la tela de la remera. Ese acto impertinente me hizo vibrar de calentura.

Después de este manoseo, me acosté a lo ancho del sillón. Quedé la espalda apoyada en las piernas de Mauro y Juan Carlos. Mi cola permaneció sobre el bulto de César, que no paraba de crecer. 

Ellos siguieron conversando sobre mí, halagando mis piernas, mis tetas, mi culo… y hasta mi concha. Esteban les contó una versión resumida de cómo nos conocimos. Fue en una discoteca y la primera noche yo le chupé la pija. Desde ahí supo que quería salir conmigo todos los fines de semana. Mientras tanto César, aprovechando la cercanía que tenía a mi entrepierna, llevó su mano hasta mi vagina. Comenzó a darme suaves masajes por arriba de la tanga, centrándose especialmente en la zona de mi clítoris. No le dije nada. Cerré los ojos y disfruté. Todo me daba vueltas, pero se sentía de maravilla. Podía sentir mi sexo caliente y viscoso. 

Me puse de pié para poner música, todos se levantaron para buscar más cerveza o algo para picar. Me acerqué a la computadora de Esteban y empecé a buscar alguna buena lista de reproducción en Spotify. Como estaba de pie, algo inclinada hacia adelante, Mauro y Juan Carlos aprovecharon. Se me acercaron como lobos ante una presa y pusieron sus manos en mi cola, como no les dije nada, recorrieron toda mi concha con sus dedos, mientras me sugerían canciones. 

Cuando me acerqué a Esteban éste me abrazó y me puso de espaldas a él también se dio a la tarea de frotarme la vagina.

—Que calentito está esto —dijo refiriéndose a mi sexo.

—Es por culpa de tus amigos, que se aprovechan y me mandan mano —me defendí.

—Se ve que mucho no te molesta —agregó, metiendo su mano dentro de mi tanga y tocandome la concha. Luego comenzó a bajarme la tanga.

—¡Hey, deberías defenderme, no ponerte de parte de ellos! —Me quejé mientras mi sonrosada concha quedaba a la vista de todos los presentes. 

—Yo solo quiero que vean cómo se te moja. 

Si ésto era una treta para inhibirme, no estaba funcionando. Me provocó mucho morbo que sus amigos me vieran desnuda. Esteban me metió dos dedos en la concha y los movió un poco, cuando los sacó estaban impregnados de una sustancia viscosa y transparente. 

Me aparté de él y fui en busca de otro vaso de cerveza. Estaba bien fría y me refrescó la garganta. Juan Carlos se me acercó por detrás y sin pedir permiso, comenzó a acariciarme la concha. No metió sus dedos, pero sí pudo disfrutar de la humedad de mis labios vaginales. Cuando él se apartó, luego de pocos segundos, Mauro, que pasaba de forma casual por detrás de mí, también aprovechó para tocarme la cola. Él sí se tomó el atrevimiento de meter uno de sus dedos en mi concha, tan adentro como le fue posible. Lo clavó tan hondo que me obligó a ponerme en puntas de pié.

Ya no me sentía incómoda, al contrario, la cerveza se me había subido un poco a la cabeza y todo me parecía de lo más lindo. Rodeé el cuello de Esteban con mis brazos y le di un cariñoso beso, al mismo tiempo César también hacía su tanteo vaginal, jugando con mis labios. Bajé una de mis manos y moviéndola rápido hacia atrás, sin mirar, agarré el bulto de César por arriba de su pantalón. Lo apreté y noté que la tenía completamente dura. Luego me alejé de él y fui hasta la heladera a buscar más cerveza.

Por suerte había muchas latas y botellas, tomé una de esas botellas chicas para tomar sola, y comencé a beber directamente del pico. Los cuatro hombres se quedaron mirando como mis labios apretaban la boca de la botella.

—Las cosas que debés hacer con esa boca —dijo Juan Carlos.

—Gracias a esta boquita me ahorré de pagar varios meses en el gimnasio —tenía la mente algo nublada por el alcohol y me sentía sumamente atrevida—. Cuando el dueño del gimnasio descubrió mi talento, me permitió pagar la cuota en petes —le guiñé un ojo a Juan Carlos. Mi novio se limitó a sonreír, tal vez creyendo que yo estaba bromeando.

Me sentí un poco mal por él, porque no lo estaba diciendo en broma. Eso pasó de verdad. Hubo un mes en el que me atrasé con el pago de la cuota del Gimnasio y Rodolfo, el dueño, me hizo una propuesta que no pude rechazar. Me llevó a su oficina y se bajó el pantalón, mostrándome el tremendo pedazo de poronga que le colgaba entre las piernas. Quise explicarle que yo tenía novio y que no podía hacer una cosa así; pero antes de que mi sentido de la ética se activara, yo ya estaba de rodillas, comiéndome esa pija. Rodolfo se sorprendió cuando yo permití que me acabara en la cara… incluso me tomé buena parte de su leche. Desde ese día ya no tuve que pagar la cuota del gimnasio, al menos no con dinero. Siempre que le chupé la verga a Rodolfo me sentí culpable; pero no podía dejar de hacerlo. El tipo simplemente tiene una pija que me vuelve loca. 

—Hace muy buenos petes —dijo mi novio, devolviéndome a la realidad—. Se la traga entera, tiene mucho talento para eso.

Tal vez su intención era que yo me avergüence; pero de ser así, no consiguió su objetivo. Lo único que logró fue que se me moje más la concha. 

—Conmigo no podría hacer eso —aseguró Juan Carlos, entre risas.

—¿Por qué? —pregunté, y al instante me sentí una boluda. El motivo era obvio, pero mi cerebro estaba funcionando un poco más lento de lo habitual. Le eché la culpa a la cerveza.

—Lo que pasa es que el pibe viene bien equipado —dijo César, señalando el bulto de su amigo.

—Ah, mirá vos. El dueño del gimnasio también viene bien equipado —solté una risa estridente—. Sin embargo yo siempre me las ingenio para tragármela toda. 

—Para esto vas a necesitar algo más que ingenio —dijo Juan Carlos, agarrándose el bulto.

—No te agrandes —me fui acercando a él, mientras caminaba todos me miraban la concha. Cuando estuve cerca de Juan Carlos, le agarré el bulto. Era cierto, si venía bien equipado; pero tampoco me pareció algo gigante—. Vas a ver que sí puedo. Yo no me achico ante un desafío.

Le pasé la botellita de cerveza y le bajé el cierre, sin quitarle el pantalón saqué su verga. Era de buen tamaño, tenía la piel seca y bien suave. Empecé a pajearlo lentamente, para que se le pusiera dura. Ante la mirada expectante de los presentes, me arrodillé delante de Juan Carlos. Ya estaba muy alegrona y no me importó nada. Abrí grande la boca y me metí la verga, al principio solo la punta; la fui humedeciendo con mi lengua y de a poco comencé a tragarla. Noté que se le iba poniendo más y más dura, y eso me calentó aún más. Me estaba entrando bien en la boca y sentía que podría retenerla cuando el miembro hubiera alcanzado todo su tamaño.

Retrocedí un poco y volví a tragarme un buen pedazo, ya tenía media verga en mi boca y con cuidado me fui comiendo el resto. A pesar de mi corta edad ya tengo bastante experiencia en petes, en parte por la cantidad de veces que se la chupé al dueño del gimnasio; pero también comí unas cuantas más. Antes de conocerlo a Esteban ya tenía por costumbre terminar una noche de sábado con una buena pija en la boca… y no me quejaba si me daban de tomar la leche. 

Pero esas cosas siempre las hice sin que nadie se enterase. Ahora tenía testigos de mi comportamiento de puta… y era la primera vez que lo hacía ante tantos hombres. 

A medida que me iba tragando entera la verga de Juan Carlos, él presionaba mi cabeza, ayudándome en la tarea. Cuando llegué hasta el final, la mantuve en mi boca unos segundos moviendo la lengua como podía, luego la saqué y me puse de pie, con altanería.

—Te dije que iba a poder —le dije, con aire triunfante. Le arrebaté mi botella de cerveza, y tomé un largo trago. 

Juan Carlos se limitó a sonreír, parecía confundido, como si mi osadía lo hubiera reducido a un manojo de nervios. 

—Tiene talento la chica —afirmó César.

Le sonreí.

Caminé de regreso al sofá y me senté en el centro, me siguieron César y Mauro. se sentaron uno a cada lado. Empezaron a felicitarme por lo que había hecho y cada uno me acarició una pierna. Al cabo de unos segundos me di cuenta que ambos llevaban una pierna hacia su lado. Su intención era separarlas. 

Sus manos comenzaron a buscar mi concha, sentí sus dedos jugueteando con ella mientras mantenían mis piernas bien abiertas. Instintivamente estiré la mano hacia el bulto de César y le agarré la verga, aún la tenía dura. La liberé del pantalón y comencé a pajearlo, mientras él me hacía lo mismo. 

—La tenés bastante abierta —dijo César, refiriéndose a mi concha.

—Será por todas las pijas que me metieron —dije, con una calentura que me llenaba el cuerpo.

A pesar de la excitación, todo este jueguito ya estaba llegando demasiado lejos. Al parecer mi novio estaba demasiado borracho como para enojarse de que yo me hiciera la putita con sus amigos. Por lo que decidí ponerle fin a todo.

Me puse de pie… y César me tomó por la cintura.

No me dio tiempo a nada. Me obligó a sentarme sobre él y toda la pija se me metió bien hondo en la concha.

—¡Uf… me la re clavaste! —Exclamé, con una mezcla de morbo y vergüenza.

Miré a mi novio y él seguía manteniendo esa sonrisa estúpida, como si estuviera diciéndome: “Te hiciste la puta y ahora vas a pagar las consecuencias”.

Ahí fue cuando me di cuenta de que había llegado a un punto sin retorno. Los amigos de mi novio estaban decididos a meterme la pija.

César comenzó a moverse rápidamente sobre mí. Cerré los ojos y disfruté, yo misma acompañé los movimientos. Nunca me había dejado coger por otro hombre frente a mi novio, y descubrí que eso me llenaba de morbo. 

Mauro se puso de pié frente a mí y liberó su pija, que ya estaba bien erecta. 

—A ver si te podés tragar esta también —me dijo.

Si el chico antes había mostrado un poco de timidez, ésta se había desvanecido por completo. Me agarró de los pelos y yo, por acto reflejo, abrí la boca. Me metió la pija y empezó a moverse, como si me estuviera cogiendo.

Siempre imaginé que si algún día chupaba una verga mientras alguien me cogía, una de esas dos vergas sería la de mi novio. Él estaba presente, pero no me estaba metiendo nada. Se limitó a mirar cómo sus amigos me usaban.

Quise decir “Bueno, chicos, terminen con esto, que ya llegó demasiado lejos. Esto ya no es una bromita. Me están garchando”; pero no pude, porque tenía la boca ocupada. Esos segundos que me mantuvieron chupando verga fueron decisivos, para que mi cabeza hiciera click. La calentura se hizo tan potente que yo misma le agarré la verga a Mauro y empecé a comérmela. Mientras tanto di saltos sobre la pija de César. Estaba decidida: si me van a garchar, entonces pienso disfrutarlo.

Después de unos segundos, Mauro se alejó de mí. Supuse que aún no quería acabar, y lo iba a hacer si yo seguía succionándola de esa forma.

—A esta ya la probaste por la boca. ¿Ahora por dónde la querés probar? —me preguntó Juan Carlos, agarrándose la pija. 

—A mí me gusta probarlas por la cola. —Fue una de las cosas más atrevidas que dije en mi vida.

—¿Estás segura? —Preguntó, sin dejar de masturbarse—. Mirá que es mucha pija…

—Mejor, porque yo tengo mucho culo.

Me levanté solo para acercarme a uno de los sillones individuales, allí me puse en cuatro y separé mis nalgas, esperando por Juan Carlos.

—Dale, ¿o ahora me vas a decir que te arrepentiste? —Le pregunté, desafiante.

—No vaya a ser que la que se arrepienta sea otra.

Yo ya estaba jugada, pero no se lo dije. 

Se acercó a mí, agachándose un poco y Mauro apuntó derecho al agujero de mi culo. Tengo que admitir que me asusté. Imaginé que primero me abriría el agujero usando los dedos; pero al parecer quería entrar directamente con la pija. 

Se la lubricó bien con saliva y sentí una leve presión, que de a poco se fue haciendo más intensa. 

Cuando noté que el glande estaba entrando, mis ojos empezaron a lagrimear. Pude decirle que no me atrevía, que era demasiada pija para mi culo; pero mi orgullo me obligó a mantener la boca cerrada… y el culo abierto.

“Bueno, Lorena, preparaste porque ésta vez sí que te van a romper bien el orto —me dije—. Y te lo tenés muy merecido, por andar haciéndote la putita”.

Me aferré al respaldo del sillón, con ambas manos, y apreté bien los dientes. La verga empezó a entrar y yo creí que me partiría al medio. Resplé y gemí y luego me escuché decir:

—Sí, clavame toda la pija. Rompeme el orto.

“No, Lore… ¿qué te pasa? —me dijo al voz de mi consciencia—. ¿Estás loca?”

Pero dentro de mí había una mujer que era pura lujuria y quería sentir toda esa pija bien metida en el orto. 

Juan Carlos logró meter más o menos la mitad, cosa que ya me permitió disfrutar de todo el ancho de esa verga. Era impresionantemente morboso. Me encantaba. Se movió rápidamente, como si fuera un conejo. Yo gemí un montón y supliqué por más, estaba como poseída. 

Después de unos largos minutos entre el placer y el dolor, Juan Carlos se detuvo y sacó la pija.

—Paro porque evidentemente no te entra toda —me dijo—. Voy a dejar que algunos de mis amigos te abra bien el orto, después te la vuelvo a meter.

—¡Ay, no! ¿Me van a romper el orto entre todos?

—Vos te lo buscaste —dijo Esteban. Mi novio ya había sacado su pija del pantalón, y me la ofreció para que la chupara.

—A esta ya la conozco bien —dije. Abrí la boca y me la tragué toda. 

Mientras Mauro se acomodó detrás de mí. Aprovechó que mi culo ya estaba medio dilatado, y me clavó sin misericordia. Me dolió tanto que casi le muerdo la pija a mi novio; pero ese dolor pronto se transformó en placer.

Él sí fue capaz de clavármela entera, ya que no la tenía tan ancha como la de Juan Carlos. 

Mientras me daban por el orto, mi novio me quitó la poca ropa que me quedaba dejándome completamente desnuda. 

Cuando Mauro le cedió su lugar a César, ya me quedó completamente claro que así iba a ser toda la noche. Me había pasado de la raya haciéndome la puta y ellos no iban a dejar de cogerme por todos los agujeros… y mi novio se los permitiría.

Después de que César me dio durante un buen rato, mi culo ya estaba listo para probar la pija más grande… completa. Juan Carlos me la clavó toda, luego me agarró de los pelos y empezó a cogerme con mucha fuerza.

Mientras tanto Mauro cambiaba de lugar con mi novio, metiéndome la pija en la boca. 

Esteban sonrió y me dijo:

—Feliz cumpleaños, mi amor. Espero que te guste el regalo.

Si no hubiera tenido una poronga bien metida hasta el fondo de la garganta, hubiera sonreído. El muy desgraciado no se había olvidado de mi cumpleaños, y al parecer mi regalo eran las pijas de todos sus amigos. Éste sí que es un novio considerado. 

Debo reconocer que no se me ocurre un regalo mejor que éste. Amo la pija y tener cuatro para mí solita me vuelve loca. 

—¿Te tomás la leche? —preguntó Mauro.

No le contesté. Me limité a chupársela con fuerza mientras su amigo me seguía taladrando el culo. Su leche empezó a llenarme la boca y me la tomé como buena niña. Me pareció muy rica, una de las más ricas que había probado… y probé mucha.

Luego de este gran momento, César me pidió permiso para sentarse en el sillón. Yo sabía lo que se venía, y me emocioné mucho. 

También creí que mi primera doble penetración sería con Esteban y alguien más; pero no fue así.

Me senté sobre la verga de César y Juan Carlos volvió a clavarme el orto. Ahora podía entender a mi amiga, Débora, cuando me contaba de lo mucho que disfrutaba las dobles penetraciones. A mí siempre me pareció ir demasiado lejos; pero ahora lo estaba haciendo. Tenía una pija metida en cada agujero… menos en la boca. Tenía que ponerle solución a eso, urgente. 

Le hice señas a mi novio para que se acercara y empecé a chuparle la pija. Esto sí que es una verdadera partuza de cumpleaños. 

Luego de un rato Esteban le pidió permiso a Juan Carlos y cambiaron de lugar. Ahora era mi novio quién me culeaba. Juan Carlos se paró delante de mí y me metió la verga en la boca; no tuve necesidad de agarrarla, él solo se encargó de meterla y sacarla. Con una mano comencé a frotarme el clítoris, estaba muy acelerada y súper caliente. 

Cuando los tres me dieron un respiro y me permitieron ponerme de pie, me dirigí hacia el cuarto de mi novio, no sin antes hacerles señas para que me siguieran. 

Entré a la pieza, con mi séquito de machos en celo, y me puse en cuatro sobre la cama.

—¿Se pueden turnar para romperme el orto? —Pregunté—. Siempre me dio morbo que me cogieran el culo entre varios.

Esa confesión solo se la hice alguna vez a Esteban, estando muy borracha. Era una de mis mayores fantasías, y tal vez fue lo que lo motivó a darme este espectacular regalo de cumpleaños.

Los chicos cumplieron mis deseos. Uno a uno fueron pasando por mi culo, y me la metieron con tanta fuerza como les fue posible. Les agradecí eso, me encanta que me garchen bien fuerte. 

En un momento vi a César a mi derecha, con su miembro en la mano, de inmediato supe cuáles eran sus intenciones. Abrí la boca y casi al instante grandes chorros de leche empezaron a llenarla. Como buena putita obediente, me la tomé toda. 

Tuve el primer orgasmo de la noche mientras Juan Carlos me taladraba el orto con su gruesa poronga.

Los cuatro pasaron por mi culo, y luego empezó el ciclo de las dobles penetraciones. Se fueron turnando para metérmela por la concha y por el culo, a la vez. Mientras tanto yo hacía lo posible para chupar las otras dos pijas que quedaban disponibles… y si alguno estaba por acabar, me daban de tomar toda la lechita. 

Mauro se puso boca arriba en la cama y yo rápidamente me monté sobre él poniendo las manos en su pecho, comencé a saltar con fuerza castigando mi concha-. Mi novio apareció detrás de mí y apuntó su verga a mi culo, el cual cedió fácilmente. La doble penetración me parecía lo máximo; una experiencia sumamente excitante. Busqué con mis manos las vergas de los otros dos y empecé a chuparlas. Al poco rato un contundente chorro de leche saltó de la verga de Juan Carlos. Fue el que más acabó. Su semen me cayó en toda la cara; me dibujó una línea en diagonal que comenzaba en mi frente y terminaba sobre mi barbilla pasando por arriba de mis labios, los cuales lamí con mi lengua y me comí el semen que había en ellos. 

Seguí mamando su verga cuando sentí un líquido caliente llenándome el culo, era mi novio acabando adentro. Me dejó el culo chorreando leche y César, sin darle importancia a esto, tomó su lugar y me la metió por atrás, cada vez entraba con más facilidad pero igual sentía el roce de su verga por dentro. Chupé los restos de semen de la verga de mi novio que nunca llegó a quedar flácida, sino al contrario, se puso dura otra vez. 

A Juan Carlos le tomó unos pocos minutos recuperarse. Le pedía César que se apartara y me tendí en la cama, mirando al techo; dejé mi cabeza colgando del borde tirada hacia atrás, así que ahora veía todo de cabeza. César volvió a metérmela, pero por la concha, y Mauro se puso de pié delante de mi cabeza y acercó su verga, me gustaba chuparla de esta forma, así podía sentir como se hundía casi hasta mi garganta. 

Esteban y Juan Carlos se pusieron a chuparme una teta cada uno, me las mordieron y apretaron; pero sin llegar a hacerme daño. El que sí me lastimaba un poco era César que me cogía con mucha fuerza, pero no me importó, yo quería que me den bien duro.

Comencé a tener el segundo orgasmo, me saqué la verga de la boca porque me estaba costando respirar. Disfruté mucho de todos los manoseos y penetraciones, tanto que otro orgasmo siguió al anterior. Me estremecí sobre la cama, de repente sentí como su me fuese a hacer pis, estuve a punto de decirle a César que se detuviera pero emití un fuerte gemido que me impidió hablar. Un fuerte chorro de flujo salió disparado de mi concha salpicando toda la cama, y al pobre César, que no dejaba de cogerme. Su verga seguía entrando y saliendo, eso hacía que yo soltara aún más líquido. Se trataba de mis propios fluidos vaginales que saltaban para todos lados. Me temblaron las piernas, gemí fuerte y cuando termino de saltar líquido fuera de mi concha, César largó lo suyo bien adentro, llenándome las entrañas de leche. 

Me puse en cuatro sobre la cama y uno a uno fueron pasando por mi culo, otra vez. Estaba decidida a ser usada como puta durante toda la noche. Tenía el orto bien abierto y gozaba mucho con la sensación de succión que me provocaban, era como si todo mi cuerpo quisiera escaparse por ahí. Mi culo rechazaba la verga que entraba, intentando forzarla a salir, pero era inútil, ésta se metía más adentro aún, esto me producía muchísimo placer. 

Apoyé la cabeza en la almohada, para estar más cómoda. Como los cuatro se iban turnando, no daban muestras de agotamiento. Me sorprendí a mi misma al notar que yo tampoco estaba cansada, sino todo lo contrario: quería verga… mucha verga.

Después de un rato me dijeron que ya tenía el culo rojo y me dejaron descansar un poco. Me acosté boca arriba y mi novio me empezó a chupar la concha, los otros se pusieron a mis lados pajeándose y empezaron a tirar leche sobre mí. Caía en mi cara, sobre mis tetas, mi panza, también dentro de mi boca. 

Durante el transcurso de la noche siguieron cogiéndome, sólo parábamos un rato de vez en cuando para recuperar el aliento, tuve muchas dobles penetraciones, todos entraron por todos mis agujeros, a veces cuando me montaba a uno solo alguien traía cervezas y me ponía a tomar mientras tenía verga bien metida en la concha. 

Todos agradecieron a Esteban el haber conseguido una novia tan puta y que la compartiera con todos.

Pero la más agradecida de todas era yo, tuve la mejor fiesta de cumpleaños que una amante de la pija pueda desear.


FIN.


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