Transferencia Erótica [11].

 


Capítulo 11.

Las Tangas de Sabrina.


Desde la visita de Romina, Sabrina y yo tuvimos pocas comunicación a través del celular, apenas intercambiamos unos mensajes con comentarios banales. Por eso me sorprendí cuando el domingo ella me mandó un mensaje diciendo: “Quiero tu opinión sincera con respecto a un temita… es medio urgente”.

Le dije que la ayudaría en todo lo que fuera necesario, intentando disimular mi entusiasmo. Cuando le pregunté qué necesitaba, ella dijo:

—Necesito saber cuál me queda mejor. 

Y adjuntó tres fotos.

Me quedé boquiabierto al verlos, en las tres Sabrina estaba usando únicamente un conjunto de ropa interior… bastante erótica. Cada foto venía con un conjunto diferente. El primero era blanco, con portaligas, medias de encaje, corpiño y una tanga haciendo juego. Había visto muchas mujeres vestidas así, incluso, por su anatomía, se parecía un poco a Romina. Pero no era Romina, ni una mujer anónima, era mi psicóloga. Me quedé hipnotizado admirando sus curvas y la forma en que la tanga le marcaba los labios vaginales. Ella sonreía con entusiasmo, aún tenía puestos los anteojos, lo cual la hacía ver incluso más sexy. 

El segundo conjunto era muy similar a éste, pero en rojo. La única diferencia era que el corpiño transparentaba y se podían ver sus pezones. Me impactó mucho que Sabrina se animara a mandarme una foto en la que se le veían los pezones. La verga ya se me estaba despertando.

El tercer conjunto era diferente a los otros dos. Completamente de color negro. Era un body, sin medias ni ningún otro accesorio. La tela era tan transparente como la del corpiño rojo, por lo que también pude ver sus pezones; pero lo que más me llamó la atención fue que, además, era transparente en la zona de la entrepierna. Pero claro, había detalles de encaje más oscuro, similares a hojas de enredaderas, que complicaban un poco la tarea de ver lo que realmente había detrás. Sin embargo, al hacer zoom a la foto y observar con mucho detenimiento, pude notar a división de sus labios vaginales e incluso se podía ver la pequeña protuberancia del clítoris.

Esto fue demasiado, no lo aguanté más, me tiré a la cama, saqué la verga del pantalón y comencé a masturbarme. No podía creer que mi psicóloga me hubiera enviado imágenes tan eróticas.

—Si necesitás más fotos, decime.

Eso me volvió loco. ¿Más? ¡Claro que quería más! 

—Mandá las que tengas —le dije.

Me quedé sacudiéndome la pija hasta que las imágenes aparecieron… y tuve que acelerar el ritmo de mi masturbación, ésto era demasiado. En las nuevas fotos (que eran muchas más de tres) pude ver a Sabrina de espalda, se las había sacado apuntando el celular a un espejo. Estaba sentada en el piso, sobre sus propias piernas. Pude admirar sus grandes nalgas, que parecían incluso más voluminosas de lo que recordaba. Pero lo que más daba gusto ver era cómo esa ropa interior tan sugerente se adhería a su vulva, marcando el contorno de sus labios vaginales. Las imágenes capturaban su culo en primer plano, esos gajos, apenas cubiertos con finas telas, asomaban con alto nivel de detalle. Así pude notar que ninguno de los tres conjuntos era totalmente opaco. Desde este ángulo se notaba que tanto la tanga blanca como la roja transparentaban un poco, lo suficiente como para permitir adivinar la forma de esos rugosos labios. 

Sin dejar de pajearme, pasé a las siguientes fotos. En éstas pude ver a Sabrina, otra vez de frente, mirando hacia el espejo. Sonreía en todas las imágenes y se la veía muy sensual… y casi pornográfica, ya que en estas fotos ella estaba en cuclillas, con las piernas abiertas, como si fuera una rana. Pude apreciar como la ropa interior se apretaba contra su concha, una imagen preciosa. Por poco y la tela no quedaba mordida en el medio de sus labios vaginales.

También pude ver otras tres fotos de sus tetas, esta vez en primer plano. El conjunto que menos impacto causaba era el blanco, porque no transparentaba nada. Sin embargo era lindo ver cómo los pechos de Sabrina se levantaban para quedar pegados el uno al otro. El body negro tenía transparecias disimuladas con detalles de costura; pero la areola de sus pezones se distinguía perfecta. Lo más impactante era el corpiño rojo, no solo permitía percibir la forma de las areolas, sino que directamente se veían los pezones, como si estuvieran invitando a alguien a que los pellizque. 

—¿Y? ¿Qué pensás? —Me dijo, en el siguiente mensaje—. ¿Cuál me queda mejor?

Tuve que dejar de castigarme la pija para responderle.

—Sinceramente me encantan los tres; pero sé que no me escribiste para que te diga “usá cualquiera”

—Así es, si me decís que use el que quiera, te mando a la mierda. 

—Dame un segundo… —miré otra vez todas las fotos y me pregunté que si yo estaría una noche con Sabrina, ¿con cuál de todos esos conjuntos me parecería más sexy?—. El blanco está bueno, pero te hace ver como si estuvieras en tu noche de bodas.

—Buen punto. Queda descartado el blanco.

—El negro me encanta, porque es un body super sexy, te queda de maravilla. Pero no tiene medias, y yo creo que las medias y el portaligas suman muchos puntos. Así que te diría que uses el rojo.

—¡Perfecto! Entonces será el rojo. ¡Mil gracias, Horacio! Necesitaba una respuesta sincera.

—¿Vas a tener visitas? —Me sentí un idiota por preguntarle eso, no quería meterme en su vida.

—Sí, un amigo viene a verme. Por eso te tengo que dejar, ya está por llegar. Muchas gracias, otra vez. ¡Nos vemos el martes!

—Gracias, espero que la pases muy lindo.

—Yo también.

Con eso nos despedimos y ahí caí en la cuenta de que Sabrina se quería poner linda para coger con un tipo y que eso estaría ocurriendo apenas en unos minutos. Todos mis intestinos de dieron vuelta y se quedaron anudados. Seguía con la pija dura y la calentura era cada vez mayor… así como también lo eran los celos. Sé que es una estupidez pensar que tengo la más mínima chance con mi psicóloga, aunque se trate de una tan abierta y liberal como Sabrina. También sé que ella tuvo varias experiencias con el sexo y ya me contó de algunas, que no llegaron a incomodarme demasio. Pero esta vez era distinto… este acto sexual estaría ocurriendo hoy mismo… ni siquiera me quería imaginar cómo ese tipo anónimo le metería la pija y la haría gemir toda la noche. No quería imaginarlo… y mi mente me traicionaba. Podía ver a Sabrina, en cuatro patas, sobre su cama, vistiendo ese erótico conjunto rojo, recibiendo una enorme pija en la concha. Gritando, gimiendo, sacudiéndose entre las sábanas, con el cuerpo cubierto de sudor… y posiblemente con la cara llena de semen.

Toda esa amalgama de celos, bronca, incertidumbre y calentura me llevaron a pajearme como cuatro veces casi consecutivas, siempre mirando las sugerentes fotos que me envió Sabrina. 

Al menos debía admitir que había sacado algo sumamente positivo de todo esto. Me encantaba tener tantas fotos con tintes eróticos de la propia Sabrina. La había visto con minifaldas muy sexys, pero aún me cuesta creer que las psicólogas se pongan lencería erótica para coger. Posiblemente muchas lo hacen, solo que yo aún las sigo viendo como robots sin alma. Aunque a Sabrina no, cada vez la veo más como una mujer fogosa y sensual… y eso se está convirtiendo en un problema. 


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Estaba inquieto y a pesar de que me había pajeado varias veces, aún había un calor intenso en mi interior. No podía conciliar el sueño. Tres veces intenté dormir y las tres veces terminé agarrando el celular, para volver a mirar las fotos de Sabrina. La mente se me llenó de escenas obscenas que no me dejaban tranquilo. ¿Qué estaría haciendo con ese tipo? Me dolía saber que se la estaban cogiendo, de eso no cabían dudas; y conociéndola, ella le chuparía la pija. Es más, se la podría estar chupando en este preciso momento. 

No soy posesivo, ni siquiera siento que Sabrina me pertenece de alguna manera, solo soy… celoso. Y lo que peor me pone es no saber lo que está ocurriendo, tener que imaginar todo sin saber si eso realmente ocurrirá o no. 

Cuando intenté dormirme una vez más, me sobresaltó el pitido del celular. Ya habían pasado las dos de la madrugada. Miré el teléfono y me alegré al descubrir que Sabrina me había escrito un nuevo mensaje.

—Gracias por tu ayuda. El conjunto fue todo un éxito.

Me invadieron sensaciones contradictorias. Por un lado me puse contento por su agradecimiento, y por el otro, sentí una puñalada en el pecho al comprobar que, efectivamente, se la habían cogido. No podía hacer nada para cambiar eso, y sería muy estúpido de mi parte hacerle un planteo. Quedaría como un idiota. 

—Me alegra que hayas disfrutado tanto —le dije; en parte era cierto. Me alegraba que ella la hubiera pasado bien; solo me dolía que eso no haya tenido nada que ver conmigo—. Qué bueno que tu amigo haya estado a la altura de tus expectativas.

—¡Qué formal que estás! Más que estar “a la altura de mis expectativas”, yo diría que me pegó una garchada hermosa. ¡Quedé destruida!

Esa era su forma de recordarme que entre nosotros había confianza suficiente como para hablar de sexo libremente. Si bien lo hacíamos constantemente en el ambiente de su consultorio, no me animaba a meterme en ese papel estando fuera de la terapia. Sentía que era pasarse de la raya y llevar las cosas a otro terreno. Pero si la primera en hacerlo es ella, es porque no le molesta. 

—¿Y el tipo estaba bien equipado? —Le pregunté, intentando ponerme en su sintonía. Me la imaginaba desnuda, en su cama, con las piernas abiertas, aún acariciándose la concha. 

—¿Que si estaba bien equipado? Mirá la pija que me comí.

Al instante llegó una foto que me hizo dar un salto en la cama. Si tenía una gota de sueño, quedó seca en cuanto vi la cara sonriente de Sabrina abarcando toda la imagen. En primer plano se podía ver una gran verga erecta, ancha y venosa. Ella la sostenía entre sus dedos como si fuera un trofeo. 

A continuación llegó una segunda foto, parecida a la primera, solo que en ésta Sabrina tenía una buena parte de esa pija dentro de la boca. Miraba a la cámara con ojos de viciosa, que detrás de sus anteojos se veían sumamente sensuales. 

Sabrina me  había contado muchas veces de sus anécdotas chupando pijas, y me lo había imaginado con lujo de detalles. Pero verla en pleno acto me voló las dos cabezas: la de arriba y la de la pija. Tuve que empezar a pajearme otra vez. 

Si bien aún me dolía que ese tipo hubiera disfrutado en carne propia de uno de los famosos petes de Sabrina, me encantaba poder verlo. Y mi experiencia chupando vergas me llevó a decir algo al respecto:

—¡Qué hermosa pija! Yo también me la hubiera comido toda. 

—Sí, sé que sí. Estoy segura de que a vos te hubiera encantado chuparla.

Tenía ganas de decirle: “Hubieras invitado, así la chupábamos juntos”. Por supuesto sería una simple broma, pero tenía miedo de que ella no lo viera así. Por lo que decidí no decir nada. Además, el corazón se me aceleró al ver que había llegado una nueva imágen. 

Pude ver la cara de Sabrina en primer plano, bah, en realidad se trataba de su reflejo en el espejo. La foto había sido tomada por el tipo que estaba de rodillas detrás de ella. Lo más fascinante de esta imagen era la expresión de placer que tenía la psicóloga. Cualquiera que vea esta foto comprendería, sin lugar a dudas, que se la estaban cogiendo… le estaban metiendo toda la pija, y ella lo disfrutaba. Me calenté mucho al pensar que al momento de sacar esa foto Sabrina podría haber estado gimiendo, algo que no era para nada descabellado, ya que tenía la boca abierta y los ojos entrecerrados. 

—Uy, se nota que la pasaste lindo —le dije, con el pulso acelerado y la verga palpitando. 

—¡Te lo dije! Me cogieron muy lindo. Me vuelven locas las pijas así de grandes. En eso soy igualita a Romina, si me muestran una verga grande, me dejo coger fácil. 

Leer eso viniendo de Sabrina me causó mucho morbo, pero al mismo tiempo me dolió. Era casi como si me estuviera diciendo, indirectamente, que conmigo no podría disfrutar. Pero casi la podía imaginar abriéndose de piernas para dejarse coger por un tipo que la conquistó por el tamaño de su pija. Cuesta creer que una psicóloga profesional tenga ese tipo de actitudes… aunque con Sabrina todo es posible. 

—Bueno, Horacio, me voy a dormir. No doy más. Una vez más, gracias por tus consejos, me sirvieron mucho.

—De nada, cuando quieras. Que descanses.

Una vez que nos despedimos, yo me centré en el acto masturbatorio. Volví a mirar todas las fotos que me había pasado Sabrina y todavía me costaba creer que esa fogosa mujer fuera mi psicóloga. ¡Pero lo era!

Después de acabar una vez más, yo también quedé rendido. Todo mi cuerpo quedó relajado y mi mente fue capturada por el sueño.


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Llegó el martes, por fin, y pude volver a ver en persona a Sabrina. Desde el domingo que no intercambiamos palabras. 

No me sorprendí al verla con un vestido negro bastante corto, y tampoco me hice ilusiones, porque ella ya me había dejado bien claro por qué se vestía así… o mejor dicho, por quién. 

Lo que sí despertó mi curiosidad fue lo que pude ver mientras subíamos las escaleras. Como casi siempre, Sabrina marchó delante y, como yo esperé a que ella subiera tres o cuatro escalones, su culo me quedó muy cerca de la cara. Pude espiar lo que había debajo de su corto vestido. Se trataba de una tanga muy similar a la que había usado el domingo pasado, con una tela un tanto transparente que permitía divisar tenuemente sus carnosos labios vaginales. La única diferencia estaba en el color, esta tanga era violeta, no roja. 

Cuando entramos al consultorio, no pude resistir la tentación de preguntarle, las palabras escaparon de mi boca.

—Vi que decidiste usar ropa interior como la del domingo —dije, sintiéndome un pajero y un estúpido. 

Pero Sabrina se lo tomó muy bien, sonrió con amabilidad y dijo.

—Sí, y te puedo asegurar que fue todo un éxito. La tanga causó el efecto esperado. 

—Sé que no puedo preguntar sobre tus pacientes, pero estoy intrigado…

—No puedo darte muchos detalles. Necesitaba ver cómo se comportaría estando yo vestida así.

—¿Y se comportó bien?

—Em… bueno, “bien” no sería la palabra más indicada. Digamos que se comportó de la forma en que yo pensé que lo haría. Aunque después hizo algunas cositas que no estaban en mis planes.

—¿Te hizo algo malo? —Pregunté, apretando los puños.

—Horacio, ya te dije que no necesito que me andes cuidando de mis pacientes. Yo sé qué hago con este tipo, sé por qué lo hago y hasta dónde le voy a permitir llegar. Si bien a veces él se toma más permisos de los que yo les concedo, como hoy, son riesgos que tengo que correr.  

—¿Te tocó? ¿Eso fue lo que no te esperabas?

—Sí tocó, pero esa era la parte que yo esperaba. ¿Te acordás lo que te conté de Nacho? Bueno, éste es un caso similar… aunque ya tengo más experiencia y lo estoy manejando de otra manera. —Nos sentamos, cada uno en su sillón. Pude ver que el vestido se levantaba un poco y dejaba asomar parte de esa ropa interior violeta que le quedaba tan sexy—. Con el caso de Nacho, y otros más, aprendí que puedo usar la sexualidad de la persona como punto a favor durante las terapias. Muchas psicólogas se escandalizarían si su paciente saca la verga en plena consulta, yo no… siempre y cuando haya algo en la patología de ese paciente que lo justifique. Tampoco me escandalizo si este paciente decide meterme la mano debajo de la pollera y me acaricie un rato la concha. Es increíble todo lo que puede confesar un hombre cuando está excitado. Así que la parte de esos toqueteos ya me la esperaba. 

—¿Y qué fue lo que no te esperabas? Perdón que insista con este tema, pero ese tipo ya me está dando mucha bronca y…

—¿Y qué? ¿Le vas a pegar? Si llegás a intervenir, de alguna manera, en mis sesiones con esa persona, inmediatamente dejo de hacer sesiones con vos. ¿Queda claro? Te lo digo en serio, Horacio. 

La sonrisa de su rostro se había desvanecido, sabía que hablaba muy en serio.

—Está bien, no me meto, pero… no sé qué tan lejos llegó este tipo. Me da miedo pensar que te hizo algo malo.

—¿Malo? No, nunca dije que haya hecho algo malo. Simplemente dije que fue algo inesperado. Pero no fue malo, en absoluto. Esperaba que él sacara la pija, eso ya lo hizo varias veces, aunque no le permito masturbarse como a Nacho. O sea, a veces se hace una paja, durante un rato; pero no lo dejo acabar. También esperaba que al verme con esta tanga quisiera sobarme el culo, y lo hizo, con la pija dura en la mano. Cuando me empezó a acariciar la concha, por encima de la tanga, no lo aparté. Al contrario. Aproveché el momento para preguntarle sobre algunos detalles de su vida íntima, cosas que todavía no se animaba a contarme. Al estar tan excitado, soltó todo… o casi todo. Todavía se guarda algunas cosas.

Supuse que si Sabrina me estaba contando todo esto no era por fallar a la confidencialidad entre un terapeuta y su paciente. Me lo contaba para que yo me quedara tranquilo y supiera que ella tenía la situación bajo control. Básicamente me estaba diciendo: “Sé lo que hago. No necesito tu ayuda”.

—Ésta ni siquiera fue la primera vez que manoseó la concha por encima de la tanga —continuó diciendo. Recordé aquel día en el que sorprendí al flaco metiéndole mano a Sabrina. Apreté los dientes, para tragarme mi opinión—. Lo que no me esperaba fue que me corriera la tanga y empezara a tocarme la concha directamente. No creí que fuera a animarse a tanto. Lo hizo justo cuando me estaba contando eso que yo quería oír, por lo que no podía decirle que se apartara. Para colmo, entre tanto manoseo, mi concha empezó a reaccionar de forma biológica. Eso sí me avergonzó mucho. Me mojé toda y él, por supuesto, lo notó. Empezó a decirme que yo era una puta, porque me mojaba enseguida.

—Me imagino que eso te molestó.

—No, en realidad no me molestó. Lo tomé como algo que nació de su propia calentura. Dado el contexto, no lo culpo por haber dicho eso. Aunque sí me avergonzó más de lo que ya estaba. Siempre tuve este problema, la concha se moja fácil. Apenas me tocan un poquito y ya me empieza a gotear, como una canilla descompuesta. Después de que pasó un rato tocándome, decidió meterme los dedos. Fue para “tantear” el terreno. Como entendí cuáles eran sus intenciones, le tuve que agarrar la pija y pajearlo un poco. De esta forma evitaba que me la metiera. Así estuvimos un rato, mientras yo le sacaba información.

—¿Él acabó?

—No llegó a tanto, porque se quebró con las cosas que me estaba contando. Él solito se apartó de mí y se sentó en el sillón. Siguió contándome una de esas cosas que no se animaba a admitir. No te voy a dar detalles sobre esto, pero no es algo fuera de lo normal. Digamos que simplemente no se animaba a admitir lo que el sexo significa para él. Así que, como verás, las cosas no fueron exactamente como yo las había planeado; pero el resultado fue muy satisfactorio. Sé que el método es poco ortodoxo y que muchas psicólogas jamás se animarían a ponerlo en práctica. Pero a mí me funciona y con eso me basta.

Se hizo un silencio sepulcral. No sabía qué decirle. Ya sabía que Sabrina aplicaba métodos que no son propio de los psicólogos, ya que aplicó conmigo varios de ellos. Sin embargo me costaba asimilar que algo así hubiera ocurrido minutos antes de mi llegada al consultorio. Podía imaginar a Sabrina, apoyada contra el sillón, casi en cuatro patas, recibiendo los dedos de ese tipo… mientras ella lo pajeaba. 

Tal vez ella notó que me estaban carcomiendo los celos, por lo que se apresuró a cambiar de tema.

—Ahora sí, Horacio. Sin dar más vueltas, me gustaría que me contaras qué pasó con tu vecino, Matías. Lo último que me contaste fue que hicieron una apuesta, la cual perdiste. Como pago de esa deuda, vos tenías que chupársela a Matías. ¿Qué pasó después?

Sabrina tenía mucha razón en algo: es increíble todas las confesiones que se le pueden sacar a un hombre que está excitado. 

—Bueno, yo te dije que no quería, porque él no era Lucas. Me había acostumbrado a chuparle la verga a Lucas, podía manejarlo sin cuestionarme demasiado mi sexualidad. Pero hacerlo con otro sería llevarlo a otro nivel. Yo estaba protestando, diciéndole a Matías que no me importaba que él me hubiera ganado tantas veces en el juego de fútbol, no pensaba chupársela. Era demasiado. Le dije que solamente habíamos hecho una apuesta a modo de broma, pero que nunca fui en serio con eso de hacerle un pete. Ahí fue cuando el pendejo me demostró que él sí estaba hablando en serio. Se bajó el pantalón y me mostró la pija. Incluso se la agarró y empezó a sacudirla, para que se le pusiera dura. Me quedé sorprendido, estaba casi tan bien equipado como Lucas… y ésto me llenó de dudas. En ese momento no lo hubiera reconocido ni bajo tortura, pero la verdad es que me calenté al ver que Matías tenía una buena pija. Empecé a sentir curiosidad y a preguntarme cómo se sentiría tenerla metida en la boca. Pero aún conservaba parte de mi amor propio y no pensaba arrodillarme sin más. Le dije: “Mirá, pendejo, a mí esto de chupar pijas no me va, ni un poquito. Pero puedo llegar a hacerlo, con dos condiciones: que no le cuentes nunca a nadie y que entiendas que lo hago solo porque se trata de una apuesta”. Estas palabras captaron su atención. “Sí, sí… te prometo que no le cuento nunca a nadie”, me dijo. También me aclaró que a él no le gustaba que el primero en chuparle la pija fuera un hombre, por eso mismo pensaba guardar siempre el secreto. Y no pretendía que a mí me gustara chuparla, él solo quería que se la chupen. Se notaba que estaba desesperado por experimentar eso. 

>Con eso aclarado, no me quedó más remedio que armarme de valor. Decidí que lo mejor era afrontar un paso a la vez. Me puse de rodillas frente a él, esa era la parte más fácil. Matías se sentó y siguió pajeándose, la verga se estaba poniendo muy dura y sentí una ola de calor al comprobar que, efectivamente, era casi tan grande como la de Lucas. Aunque la de Lucas era más ancha y más oscura. Ésta pija era pálida, como si Matías nunca hubiera tomado sol desnudo en su vida, lo cual es probable, no lo imagino tomando sol en pelotas. 

>Sin pensarlo mucho, le agarré la verga y él apartó su mano. Me miró sorprendido, con la boca abierta. Ahí fue cuando cayó en la cuenta de que de verdad yo se la iba a chupar. Supuse que él estaba tan nervioso como yo.

>Me animé y le pasé la lengua al glande, dos veces, como si estuviera lamiendo un helado en cucurucho. Los ojos de Matías se abrieron como plato, tal vez él no podía creer que yo realmente me hubiera animado a hacer eso. Pasé la lengua otras dos veces, después lo repetí unas cuantas más, imaginando que tal vez a él le parecería demasiado y decidiría cancelar todo. Pero nada más lejos de la realidad: “¿No la vas a tragar?”, me preguntó.

Sabrina comenzó a reírse.

—Pobre pendejo, lo estabas haciendo desear. Yo sé muy bien cuánto se desesperan los hombres cuando le lamés la pija despacito. Lo que ellos quieren es que me la trague toda de una buena vez. Quieren verme con la boca llena de pija. Y sí, yo les doy el gusto, al fin y al cabo me encanta tener la boca llena de pija; pero a veces los hago sufrir un ratito.

—Yo no lo hacía para hacerlo sufrir, sino porque no me animaba a encarar la situación de forma más directa. Pero cuando me preguntó si no me la iba a tragar, fue como si hubiera apretado un interruptor que puso en marcha algún instinto gay escondido en mi interior. Abrí la boca y me tragué una buena parte de esa pija y eso fue todo lo que necesité para lanzarme de lleno a la tarea. No perdí la vergüenza, me acuerdo que eso lo sentí durante todo el proceso, pero sí que se la chupé bien, de la misma forma en que se la había chupado a Lucas. Se ve que a Matías le gustó lo que yo hacía, me agarró de la cabeza y acompañó el movimiento que yo hacía para mamarle la verga. En voz baja me decía: “Dale, seguí así… qué buen pete”. Y eso me dio más morbo, porque para él eso no era el pago por una apuesta, era un pete.

>Le pasé la lengua por toda la pika, incluso le lamí los huevos, algo que no formaba parte del trato. Lo pajeé mientras con la lengua le recorría todo el glande, en círculos. Creo que ésto fue demasiado para él, que no estaba acostumbrado a que se la chuparan. Todo el proceso no habrá durado mucho más de cinco minutos. La leche empezó a saltar y ahí perdí la compostura. Si solo hubiera sido el pago de una apuesta, me tendría que haber apartado; pero no lo hice. Me quedé allí, recibiendo todos los chorros de leche en la cara y, especialmente, dentro de la boca. Porque sí, me la metí otra vez en la boca, mientras él acababa, y se la chupé bien fuerte.

>Cuando todo terminó, él me miró confundido. “No pensé que te ibas a tomar la leche”, me dijo. Yo le resté importancia al asunto, le dije: “Lo hice solo para que no vinieras a quejarte de que el pete no estuvo completo. Ya está, cumplí con mi parte del trato”. 

—¡Qué lindo! Aunque tengo que reconocer que no estoy sorprendida. Algo me decía que te habías animado a chupársela. 

—Todavía no sé cómo me animé. Lo que sí sé es que el contexto de la apuesta ayudó mucho. Pero ahí no terminó la cosa, como te imaginarás. Matías volvió a mi casa un par de días después y mientras jugábamos nuestro cuarto partido de fútbol en la Play, me dijo: “Si te gano este y dos más, me chupás la pija”. Le dije que ni loco volvía a apostar con él y menos por un pete. Sin embargo el pendejo me hizo una propuesta muy interesante: “Si me ganás uno solo, te regalo el juego que te gusta tanto”. Ya no estábamos hablando de que me lo prestaba, directamente el juego pasaba a ser mío. Mi economía, en aquel entonces, no me permitía comprar muchos juegos, y tener ese regalado era una gloria. Acepté las condiciones y te juro, de verdad te juro Sabrina, que jugué con toda la intensión de ganarle. Quería ganarle. Pero no pude. Él demostró, una vez más, que es mucho más habilidoso que yo. Me destrozó en ese y en los siguientes dos partidos. Me ganó por goleada. No pude hacer ni siquiera un gol. 

>Cuando ganó el tercer partido se levantó y empezó a bailar y a cantar, burlándose de mí. Mientras hacía esto, sacó la pija de su pantalón y empezó a sacudirla. “Dale, tenés que empezar a chupar… y te tomás toda la leche”. Humillado, me puse de rodillas ante él, una vez más. En esta ocasión él se quedó parado, lo que hacía aún más humillante toda la situación. Él me miró desde arriba mientras yo me metía la pija en la boca. La tenía flácida, pero después de chupar un ratito, se le puso como un garrote. Y así, una vez más, le hice un pete a ese pendejo. Este lo disfruté un poco más que el primero, porque ya habíamos roto el hielo. Me tomé más tiempo, lo hice con más calma, se la chupé toda y cuando él acabó, recibí los chorros de semen con la boca abierta. Tragué una buena cantidad y me dio un morbo tremendo. Por suerte él no hizo ningún comentario al respecto, poco después se fue a su casa, contento, porque se la habían chupado. 

—¿Pensás que, inconscientemente, te dejaste ganar?

—Lo pensé, en aquel momento; pero no. La verdad es que Matías juega mejor. Me cuesta horrores ganarle un partido, y él me gana con suma facilidad. Tal vez mi inconsciente me llevó a aceptar la apuesta, sabiendo que no podía ganar. Eso sí me lo creo. 

—¿Tenías ganas de chuparle la pija otra vez?

—La verdad es que sí, cuando vi que estaba perdiendo el último partido, empezó a causarme morbo saber que pronto tendría esa pija en la boca, otra vez. 

—¿Este sistema de apuestas se mantuvo por un tiempo o ya no volvieron a repetir?

—Se mantuvo. De hecho empezó a hacerse como una costumbre. Matías venía a mi casa, cada dos o tres días de por medio, me apostaba que si me ganaba cuatro o cinco partidos yo le tenía que chupar la pija. Y si yo ganaba uno solo, me regalaba ese juego de PlayStation. Yo siempre aceptaba las condiciones. Las siguientes dos veces jugué con la clara intención de ganar; pero empecé a disfrutar tanto chupándole la pija, que hubo veces en las que me dejé ganar. Es que… tenía una pija preciosa, bien larga. Daba gusto comérsela toda. 

>Hubo días en los que me visitó Lucas, yo siempre me organizaba de forma tal que los dos no cayeran en casa el mismo día. A Lucas también se la chupaba, pero con él no había excusa de por medio. Simplemente le agarraba la pija y le hacía un buen pete. 

>Me di cuenta de que me pasé todo un mes comiendo pija casi todos los días. 

—¡Ay, qué rico! —Exclamó Sabrina—. Yo tuve etapas así, con muchos petes en un mismo período de tiempo… y varias pijas diferentes. La pasé muy bien.

—Yo también la pasé re bien. Hubo un día en el que me traicionó el subconsciente. Creo que fue como el quinto pete que le hice a Matías. Se la chupé durante un buen rato, metiéndole ganas, y él acabó. Como de costumbre, yo me tragué la leche. El tema es que en esta ocasión no me aparté después de que él termino, sino que seguí chupando. “Uy, ¿vas a seguir?” Me preguntó Matías. Y lleno de vergüenza le dije: “Mientras la pija siga dura, yo sigo chupando”. Cerré los ojos y me prendí a su verga. En esa ocasión lo hice acabar dos veces. Y las palabras que dije me jugaron en mi contra, porque a la vez siguiente, después de que Matías acabó, yo estaba por dejar las cosas así y él me dijo: “Ey, todavía tengo la pija dura… seguí chupando”. Y yo, sin chistar, me tragué de nuevo su verga. 

—Estamos en la misma. Yo también me traicioné a mí misma por decir algo en caliente. Al pibe que me visitó el domingo, una noche me garchó tan bien que le dije: “Cada vez que vengas a casa, me podés coger todo lo que quieras… ¡me encanta tu pija!”. Y dicho y hecho, cada vez que me visita, me termina garchando. 

—Pero estoy seguro de que la pasás muy bien cuando él va a tu casa.

—Sí, por supuesto. Así que no me quejo. ¿Pasó algo más con Matías? Me refiero a algo que esté fuera de este sistema de “Te gano un partido y me chupás la pija”. Algo que me quedó claro que ya era un simple formalismo para pedirte que le hicieras un pete… y también me quedó claro que vos aceptabas encantado.

—Lo resumiste muy bien —dije, con una sonrisa—. Sí, es cierto que llegó un punto en el que esto era un formalismo. Y se ve que Matías entendió eso, porque un día llegó a mi casa, con esa actitud altanera tan característica de él, y sin videojuegos de por medio, me dijo: “Che, Horacio ¿no me chupás la pija?” Lo quedé mirando y le respondí: “Ya te pagué la última apuesta”. “Sí, ya me la chupaste como siete veces… por eso, ¿no me la chupás un rato? Tengo ganas de que me hagan un pete. Y como vos ya la chupaste tantas veces… ¿qué te hace chuparla una más? Dale, porfis”. Lo analicé durante unos segundos, esta vez él quería un pete sin apuesta de por medio. Ya no formaba parte de un juego, esto era yo chupándosela por puro gusto. “Si querés que te la chupen solo porque sí, buscate a una chica… o a otro tipo, no me importa”. “Dale, Horacio… es que vos la chupás re bien. Si fueras gay, te iría re bien. Hacés unos petes geniales”.

>Admito que ese comentario levantó mi orgullo. Pero seguíamos en la misma, Matías quería que yo le hiciera un pete por puro gusto. Y tengo que reconocer que la situación empezó a darme cada vez más morbo. Sabía que no podría poner la excusa de que lo hice porque era una apuesta. Tal vez él notó que había una chispa de interés en mis ojos, porque sacó la pija y empezó a pajearse lentamente. Me encantaría poder decir que me mantuve firme en mis convicciones y que me negué a hacerlo. Pero no fue así como pasó. Me arrodillé delante de él y me metí la pija en la boca. Se la chupé con tantas ganas como las últimas veces y, cuando él acabó, seguí chupando hasta que eyaculó por segunda vez. 

—Después de eso te habrás convertido en el petero oficial de Matías.

—Algo así, porque a partir de ese día si él quería un pete, ya no había apuestas de por medio. Solamente me lo pedía y yo, sin chistar, accedía. Sin que yo lo dijera, a él le había quedado claro que me gustaba chuparle la verga… y bueno, obviamente a Matías le gustaba que yo se la chupara. Así que los dos salíamos ganando. —Miré el reloj y me di cuenta de que ya casi se había terminado la sesión—. Bueno, todavía me quedan más cosas para contar sobre Matías, pero quiero hacerlo con tiempo. Si te parece bien, lo dejamos para la próxima sesión.

—Sí, por supuesto. Me encantaría quedarme a charlar fuera de hora, pero como ya sabés, hoy tuve un día muy agitado. Tengo ganas de volver a mi casa y darme una buena ducha fría.

—Me parece bien, nos vemos el jueves.

Nos despedimos y me fui contento, intentando no pensar mucho en lo que Sabrina había hecho con el paciente anterior. Lo que me alegraba era haber podido contarle cómo era mi relación con Matías. Eso era algo que jamás pude contarle a Romina y se sentía bien poder compartirlo con alguien. 


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