Strip Póker en Familia [10].

 



Capítulo 10.


Una Familia Poco Convencional.


 Al día siguiente ni siquiera vi a mi hermano, tal vez él estaba tan avergonzado que se esforzó por esquivarme, y lo consiguió. 

El culo no me dolía, lo que tenía herido era el orgullo. Él fue muy brusco conmigo y, sin embargo, fue una de las experiencias más excitantes de mi vida. Mi morbo por el sexo anal duro estaba creciendo, y eso me daba mucho miedo. ¿Y si me estaba convirtiendo en una puta degenerada que no tenía límites? Las partidas de póker me estaban afectando mucho más de lo que hubiera imaginado. 

Sin embargo, no soy la única afectada. A mitad de la noche pude escuchar a mis padres cogiendo, ellos estaban mucho más activos que antes, o bien ya no se molestaban en disimular. Los gemidos de mi madre llenaban toda la casa… quizás hasta los vecinos supieran que a ella le habían dado una buena cogida a eso de las tres de la madrugada.

Mayra se estuvo tocando, mientras escuchaba los gemidos de mi madre, yo estaba un tanto preocupada, por las mismas ideas que me siguen atormentando durante el día; por lo que no llegué a excitarme.... tanto. De todas maneras tuve que calmar mis impulsos sexuales con unos minutos de frotación del clítoris y algún que otro dedo dentro de mi concha. Lo hice  hasta que me venció el cansancio y pude conciliar el sueño.

Evité hablar con mi hermana porque no quería tocar el tema de las experiencias sexuales de las que habíamos formado parte desde que iniciaron los juegos de strip póker. Mi mente era un laberinto y no sabía cómo salir, pasé mucho tiempo debatiéndome si debería o no intentar algo más con Erik… o quizás con algún otro miembro de mi familia. Me estaba volviendo loca, pero por suerte me quedé dormida. 

Por la tarde, cuando volví de la universidad, me di cuenta de que las únicas personas en la casa éramos mi mamá y yo. Era la oportunidad perfecta para hablarle sobre los temas que me atormentaban.

—Mamá, ¿qué pensás vos del sexo anal? —Le solté, sin ningún tipo de preámbulo.

—¿Por qué me lo preguntás?

—Es que cuando te vi… o sea… cuando Erik… te la metió, parecía que lo estabas disfrutando mucho —dejó sobre la mesa los papeles que había estado leyendo y se quitó los anteojos, para mirarme fijamente. Un gesto sumamente sensual, que me erizó los pezones. Me sentí mal por reaccionar de esta forma con mi propia madre, pero… le había chupado la concha… ya me era imposible ignorar la radiante sexualidad de esa mujer.

—Vení, vamos a la pieza. Necesito hablar con vos y me viene perfecto que me hayas preguntado sobre ese tema.

Fuimos juntas hasta su cuarto y nos sentamos al borde de la cama.

—Cuando Erik hizo eso, algo cambió; no te lo voy a negar.

—¿Te gustó? —No me respondió— vamos mamá, necesito que hablemos claro, sin dar vueltas o me voy a volver loca. Decime la verdad. ¿Te calentaste cuando tu hijo te rompió el orto?

—Está bien, mejor que lo hablemos de forma directa. Sí, me gustó, más de lo que yo creía, por eso me sentí tan mal al otro día. Como habrás notado, los juegos de póker escalaron mucho, dejó de ser un jueguito con pequeños desafíos de carácter sexual. Se convirtió en algo que desafiaba directamente los tabúes más grandes que puedan existir en una familia. Tengo que admitir que la cosa se me fue de las manos.

—Pero mamá, todos lo disfrutamos, sólo tenías que prestar atención a la cara que teníamos en ese momento. No creo que nadie se vaya a enojar con vos por habernos incitado a jugar al strip póker. Todos cargamos con parte de la culpa.

—Sí puede ser, pero de todas formas me sentí culpable. Erik es mi hijo, además…

—¿Además qué?

—Además tu padre se dio cuenta que me gustó…

—¿Se enojó?

—No, para nada. Todo lo contrario, le pareció excitante. Es un tipo raro tu viejo, a veces reacciona de formas totalmente inesperadas. A pesar de todos los años que llevamos casados, todavía me sorprende. Esa misma noche él me pidió que lo hiciéramos por atrás y no pude negarme, por dos razones. En primer lugar, él es mi marido y yo siempre intento complacerlo; y segundo, porque yo también me moría de ganas de que me dieran por el culo. Así que lo hicimos.

—¿Y el tío cuándo entró?

—Cierto… tu tío —se estrujó las manos nerviosa.

—Mamá, dijimos que íbamos a hablar claro. Necesito que seas sincera conmigo. Sé que el tío Alberto estuvo en tu pieza. Lo vi salir. 

—Sí te prometí ser sincera, pero igual me es difícil. Hay cosas que se hacen, y uno maneja la culpa ignorando el tema. Pero hablarlo lo hace más real. 

—Sí, eso lo sé muy bien. 

—Tu tío entró cuando lo estábamos haciendo y bueno… estaba tan cachonda que ni siquiera le pregunté qué quería, lo… invité a que se uniera a nosotros. Se subió a la cama… yo estaba en cuatro, mientras tu papá me daba por el orto. Se la chupé a Alberto y fue una sensación maravillosa, tener esas dos pijas para mí sola...

—¿Alberto también te la metió por atrás?

—Sí… también me dio por el culo. 

—Así que te metieron tres vergas en una noche —dije sonriendo para aliviar un poco la tensión—. ¡Qué aguante, mamá!

—La verdad que sí, pero más aguante tuve que tener con tu padre…

—Porque la tiene más grande.

—No, porque todos los días quiere metérmela por el culo. Todos los días —resaltó esas palabras.

—¿Y vos lo dejás?

—Claro, pero no te voy a mentir, a veces me arde un poco, por más que usemos el lubricante. Por eso quería hablarte sobre este tema, necesito que me hagas un favor — dijo, mientras se ponía de pie y comenzaba a desprender su pantalón de jean.

—¿Qué necesitás?

—Quiero que me mires porque tengo miedo de que tu padre me haya lastimado. Fue mucho sexo anal… con un tipo sumamente bien dotado. 

—¿No deberías ir a un médico mejor?

—Si ves algo raro, voy al médico —se desnudó completamente de la cintura para abajo y se tendió boca abajo en la cama.

—Está bien.

Me acerqué un poco más a ella, podía ver su peluda concha, con labios rugosos y carnosos, separé sus nalgas con las manos y me encontré con el agujero de su culo, éste se abrió un poco por lo que me permitió verlo bien.

—No veo nada para preocuparse mamá, sólo parece estar un poco irritado… y abierto. Digamos que te rompieron el culo, pero de buena manera.

—¡Nadia! No me digas esas cosas —se rio—. Bueno, me quedo más tranquila, pero de todas formas abrí mi ropero, hay una crema hidratante, es buena para este tipo de cosas… porque no arde. Traela.

Obedecí sin chistar y traje conmigo un pote blanco, le saqué la tapa y pude ver que estaba casi completamente lleno con una crema del mismo color. 

—¿Me pasás un poco? —me pidió.

—¿Yo por qué? 

—Porque ya estás acá, dale Nadia. Además sé que vos también te metés cosas por el orto… y si seguís haciéndolo, te vas a lastimar. Un desodorante no se fabricó para servir como dildo anal.

—No te creas… a veces pienso que los desodorantes femeninos tienen forma de dildo, a propósito. Cuando compro desodorantes, siempre los elijo por la forma del envase. 

—Eso te lo creo, porque yo misma lo pensé más de una vez. Sin embargo… me gustaría que usaras un dildo de verdad, uno diseñado para ese tipo de cosas.

—¿Vos me lo vas a comprar?

—Si con eso evito que te metas el desodorante, sí.

—Y deberías comprarle uno a Mayra… la chica anda más cachonda de lo que pensás. Se mata a pajas todas las noches.

—Sí, mi nena ya está grande, y debe tener las hormonas más que alteradas. Le voy a comprar un dildo a cada una. Ahora, ayudame con esto. 

—Está bien. 

Llené mis dedos con esa crema hidratante y comencé a untarla en el culo de mi mamá.

—Ay, está fría —se quejó, sin embargo separó las nalgas usando sus manos

—Mamá, ¿qué pensaste cuando Erik te la metió?

—Qué bueno que lo preguntes. Tengo un nudo en la garganta y necesito contarle esto a alguien.

—Bueno, podés contarme a mí, con toda confianza. No voy a decirle nada a nadie.

—Antes tengo que contarte algo que pasó hace unos meses —mis dedos se quedaron quietos contra el agujero de mi madre.

—¿Lo que me vas a contar pasó antes de que empecemos a jugar al póker?

—Sí, fue un tiempo antes de la primera partida. 

—Contame.

—Una tarde llegué temprano de trabajar y sorprendí a tu hermano haciéndose una paja en su habitación. Tenía la puerta abierta, fue imposible no verlo. Esa imagen me impactó mucho; lo peor fue verlo eyacular.

—Para colmo a él le salen doscientos litros de leche —mi corazón se aceleró por el vivo recuerdo de la pija de mi hermano escupiendo semen. 

—Sí, es algo increíble, no sé de dónde saca tanta leche. Después de eyacular, él se dio cuenta de que yo estaba ahí. No supe cómo reaccionar. Lo primero que se me ocurrió fue acercarme a él, con un pañuelo descartable en la mano. Le limpié mientras le daba una maternal charla sobre sexo; pero… la verdad es que fue una excusa, yo se la quería tocar. Me avergüenza mucho decirlo, me sentí una mierda de persona al hacerlo. —Por la sorpresa, clavé mis dedos en su culo. Entró la primera falange de ambos, ella emitió un leve quejido y siguió hablando—. Por eso necesitaba contárselo a alguien… para descargarme. Sé que estuvo mal, pero me provocó mucho hacerlo. Lo hice sin pensar.

—Te entiendo, a mí me pasó lo mismo con Erik… es que la tiene grande.

—No es por eso, tu padre también la tiene grande. Fue por otra cosa. Esto va a sonar horrible, pero… me produjo morbo que fuera mi hijo. —Tragué saliva, mi mamá estaba confesándome algo y yo la entendía perfectamente. Ese morbo del que hablaba me llevó a hundir más los dedos en su culo—. Para colmo Erik se dio cuenta de que pasó algo raro, desde ese día se comportó de otra manera conmigo.

—¿En qué sentido?

—En un sentido más… sexual. 

—¿Por ejemplo?

—Em… cada vez que podía se paraba cerca de mí. Si nadie estaba viendo, aprovechaba para acariciarme una pierna... o intentaba tocarme alguna teta. A veces hasta me arrimaba por detrás mientras yo cocinaba o lavaba los platos.

—Nunca lo vi hacer eso.

—Es que él siempre fue cuidadoso, lo hace sólo cuando estamos solos.

—¿Y vos qué le decís?

—Ese es el problema, yo no le digo nada. Lo dejo hacer lo que quiera. Sé que está mal, pero me cuesta horrores ponerle límites con eso… y la culpa de todo la tiene ese maldito morbo. —Supe que ese morbo también era el culpable de que mi mamá nunca hubiera intentado apartar de mí a Erik cuando nuestras peleas tomaba tintes sumamente sexuales. A ella le gustaba mirarnos—. Hubo ocasiones en las que los roces se pusieron tan fuertes que se le paró la verga... sentirla contra mi cola, o más abajo, me produjo algunas de las calenturas más fuertes de mi vida. 

—No sabía todo esto, mamá.

—Es como un juego prohibido entre nosotros, pero no puedo negar lo mucho que me calienta. A veces terminaba tan caliente que apenas llegaba Pepe del trabajo, le suplicaba que me cogiera. Pero yo fantaseaba con Erik. —Volví a poner crema en mis dedos y los clavé directamente en el agujero de su culo. Ella ni siquiera soltó un gemido, lo que me demostró que estaba acostumbrada a recibir este tipo de tratos—. No te imaginás lo mal que me sentía a veces… y lo bien, porque la pasé bien.

—¿Qué fue lo máximo que llegaron a hacer? —Mi concha se estaba humedeciendo.

—Mmm… dejame pensar. —Pude ver un líquido transparente chorreando por el canal que formaban sus labios vaginales. Ella estaba tan excitada como yo—. Un día, antes de los juegos de póker, él me estaba arrimando, en la cocina y… empecé a moverme lentamente, frotando mis nalgas contra su verga. Se le puso dura casi al instante. Erik aprovechó, metió las manos por debajo de mi blusa y me agarró las tetas. Esto me puso a mil. Me nubló la mente. No aguanté más. Me di vuelta, me arrodillé y saqué su pija del pantalón. Necesitaba verla otra vez… y tocarla. Pero no me conformé con solo tocarla. Abrí la boca y me la tragué. Le hice un pete. Sí, lo confieso. Le chupé la pija a Erik, sin que hubiera juego de póker de por medio. Se la chupé por puro gusto. Lo mejor fue que tuvimos tiempo… toda la tarde. No tuve que apresurarme. Me tomé el tiempo para deleitarme con esa tremenda pija. Me dio de tomar la leche… dos veces. Me sentí muy puta con la cara cubierta por su semen… y me encantó. Sí, Nadia, sé que soy una enferma... me calienta mi propio hijo.

—No digas eso, mamá. Si me hubieras contado esto antes de todo lo que pasó, tal vez me hubiera enojado con vos; pero ya lo viví en carne propia. Sé muy bien lo que habrás sentido, a mí también me calienta… me calienta Erik y me calienta papá… hasta el tío me calienta. —Fue como liberar mi alma, romper las cadenas, sacar del interior eso que tan guardado tenía—. ¿Por eso fuiste tan insistente con el juego strip póker? —Quise saber.

—Sí, la verdad es que sí. Sabía que era una locura… pero quería ver qué pasaba, hasta dónde podríamos llegar. Te puedo asegurar que todo superó ampliamente mis expectativas, jamás creí que llegaríamos a tanto. Nunca imaginé que Erik me la metería por el orto… por eso ahora me siento tan culpable. Yo provoqué todo esto.

Quería que ella se sintiera un poco mejor, por eso decidí sincerarme.

—A mí también me la metió.

—Pero con vos fue diferente, sólo la dejó adentro. A mí me dio duro y parejo, durante un buen rato. Hasta tuve un orgasmo. —Mis dedos entraban y salían a ritmo constante de su culo, ella parecía ignorarlo por completo. Tenía ganas de volver a chupar su concha; pero necesitaba seguir hablando.

—No, mami… lo que yo digo pasó hace poco. Erik me cogió… y sin juego de póker de por medio —giró su cabeza rápidamente, no parecía tan sorprendida como lo esperaba.

—¿De verdad? —Pude notar una leve sonrisa en sus labios.

—Sí, de verdad. No fue algo planeado, solamente se dio así. Perdón mamá, sé que estuvo mal, sé que él es mi hermano, pero no me aguanté… él insistió tanto que…

—No tengo nada que perdonarte, hija. Soy quien tiene menos autoridad moral para criticarte. Si te acostaste con él espero que lo hayas disfrutado —bajó la cabeza como si estuviera avergonzada, mi corazón dio un salto al escuchar esas palabras.

—Fue un momento muy raro. Erik es un poquito bruto.

—Decímelo a mí, casi me parte en dos. 

Se formó un incómodo silencio en el que yo me mantuve metiendo y sacando los dedos del culo de mi mamá. Estuve a punto de contarle que vi a Mayra chupándole la pija al tío Albert. Preferí no meterme, ese es asunto de mi hermana y si ella quería contarlo, podía hacerlo.

—Mamá —dije mirando su suculenta y mojada concha mientras mis dedos se enterraban hasta el fondo de su culo—. Cuando me la chupaste a mí ¿te produjo el mismo morbo que con Erik?

—Me produjo más.

—¿Más? ¿De verdad? —llevé una mano a mi entrepierna y comencé a acariciarla.

—Claro que sí. Chupar conchas siempre tiene esa pequeña cuota de morbo extra. Además, sos mi hija... no podía creer que…

En ese mismo instante dejé salir mis instintos sexuales, me zambullí entre sus nalgas y di una lamida a su vagina, saboreando sus flujos. Ella se sobresaltó y giró rápidamente en la cama, tuve que retirar mis dedos para no lastimarla. Me miró fijamente durante unos segundos, parecía confundida pero luego noté cierta decisión en sus ojos, abrió las piernas y presionó mi cabeza hacia abajo. 

—Dale, hermosa —dijo, entre jadeos—. Chupame la concha… como lo hiciste el otro día, junto con tu hermana. Ese fue uno de los momentos más hermosos y excitantes que pasé.

Me agradó que ella mencionara ese momento ya que para mí también fue muy importante. Comencé a chupar intensamente, esta vez no había alcohol ni reglas de juego que me obligaran a hacer algo prohibido; simplemente me impulsan la locura y la calentura. Le estaba comiendo la concha a la mujer que me dio la vida y esto me producía un morbo increíble que sólo podía comparar con la que sentí al acostarme con mi hermano. Aunque… tengo que admitir que Victoria dijo una gran verdad: siempre hay una pequeña cuota de morbo extra al chupar una concha.

Metí sus gruesos labios vaginales en mi boca, sentí cómo me la llenabas y los succioné sorbiendo todo el jugo que había sobre ellos, mi fantasía erótica no es por las vaginas en sí. Hasta ahora no me sentí atraía por otras mujeres, esto sólo me pasa con mi mamá… y con Mayra. No pude evitar recordar el sabor de la concha de mi hermanita, ése fue un incentivo extra. Cuando solté la rugosa carnosidad que colgaba del sexo de mi madre, comencé a lamer su clítoris. Ella empezó a gemir y a retorcerse de placer, mientras presionaba mi cabeza. 

Me desnudé, sin dejar de chupársela, sólo quería despojarme de mi pantalón y mi tanga. En cuanto lo conseguí, me acomodé sobre esa hermosa mujer de forma que pudiéramos comernos los sexos mutuamente. Ella no opuso resistencia, se aferró a mis nalgas y en un abrir y cerrar de ojos ya me la estaba comiendo con decisión. 

Ambas actuamos por puro instinto. Tengo poca experiencia en el sexo lésbico; pero Victoria sí sabía lo que hacía. Si quería aprender, lo mejor era imitar sus movimientos. Si ella me succionaba el clítoris yo hacía lo mismo con el suyo, si me metía los dedos, yo le metía los míos. Giramos sobre la cama como poseídas por un demonio lujurioso. En mi cabeza resonaba constantemente la frase: “Estás cogiendo con tu mamá”, y mi corazón parecía estar a punto de estallar en mil pedazos, por la violencia de mis latidos. 

No sé cuánto tiempo estuvimos haciéndolo pero sé que fue poco, el tremendo morbo de la situación nos llevó rápidamente hacia el clímax. Mi vagina comenzó a expulsar jugos que mi madre bebió con mucho gusto y pocos segundos después tuve el enorme placer de recibir una descarga sexual suya en mi cara. Me parecía increíble que ambas acabáramos de esa forma, pero se disfrutaba enormemente. 

Intentando relajarme me tendí boca arriba en la cama, me dolía el vientre por los espasmos sexuales y estaba toda empapada de sudor y jugos vaginales. 

—De esto ni una palabra a nadie —me dijo mi madre sin moverse de su sitio—. Ni siquiera le cuentes a Mayra. Con ella también tengo que hablar en privado. 

—Está bien, no le digo a nadie. ¿Te gustó? 

—Más de lo que te imaginás —noté que se movía en la cama y luego se acostó a mi lado, mirándome a la cara— Nadia, ¿pensás que estoy loca? Por hacer todo esto…

—Puede que sí lo estés… pero si vos estás loca, yo también.

—Me hiciste sufrir mucho en la primera partida de póker.

—¿Por qué?

—Porque no dejabas de decir que no era buena idea...

—Sí mamá, pero es lógico que pensara así. Es más, te diría lo mismo, si no fuera porque disfruté mucho de lo que vino después. Sabía que estaba mal, pero… la calentura. Perdoname si te hice sentir mal, a veces no digo lo que realmente siento. Ya no lo veo de esa forma, volvería a jugar a ese juego otra vez y lo disfrutaría desde el principio. Te lo puedo asegurar. ¿Vos jugarías otra vez? Sabiendo que podrían surgir situaciones muy… particulares.

—Tal vez sí. No te voy a negar que me muero de ganas de volver a vivir algunas de esas experiencias; pero hay algo que me asusta un poco.

—¿Qué cosa?

—No sé qué pensarán los demás después de todo lo que pasó. Jugamos más de una vez y todos parecieron estar de acuerdo. Pero no hablé del tema con los demás, ni siquiera con tu padre. Me da miedo que alguien esté accediendo al juego solo por no quedar fuera… ¿y si a alguien le molesta? Por supuesto, los que más me preocupan son mis hijos. La cabecita de Mayra es un misterio para mí… y ni siquiera sé qué piensa Erik.

—Bueno, Erik piensa con la verga, si a él le das la oportunidad de meterla una vez más por el culo culo —acaricié una de sus nalgas— él va a acceder, sin dudarlo.

—De todas formas sería bueno que hables con ellos.

—Si yo averiguo lo que opinan todos ¿vos organizás otro encuentro de strip póker?

—Si todos están de acuerdo, sí Aunque haría algunos cambios en las reglas.

—¿Qué cambios?

—Después te cuento, primero tenés que asegurarte que todos quieran jugar.

Acordamos que yo sería la que hablara con todos, uno por uno. Teniendo a Victoria de mi parte me resultaba mucho más fácil encarar esa tarea. Al menos ahora sabía que no era la única mentalmente desorientada. Y si mis movimientos eran precisos, podría conseguir que el juego se repita.  


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Me encontraba sola, sentada en el banco de una plaza repasando mentalmente todo lo que había ocurrido en mi vida en estos últimos días. Una mujer pasó caminando a pocos metros de mí y me miró, sin borrar la sonrisa. En ese momento fui consciente de que esta mujer no tenía ni la menor idea de lo que yo estaba pensando. Ni se imaginaba siquiera lo que había ocurrido aquel sábado de lluvia con mi familia… ni las ocasiones posteriores en las que las cartas decidieron nuestro destino. Nadie nos vio desnudos, borrachos y excitados, para el mundo seguíamos siendo una familia común y corriente. Sin embargo yo no me excitaba cada vez que recordaba aquel juego o las consecuencias del mismo. Muchas veces pensé en lo mal que estaba todo esto, sabía que era una completa locura pero mi cuerpo me pedía más. 

Aproveché este momento a solas para decidirme, si seguía adelante con todo esto podía perjudicar a mi familia para siempre. Tal vez lo mejor era dejar todo tal y como está está. Quizás el tiempo se encargue de borrar de nuestra memoria aquellas morbosas noches de póker. Sin embargo esa idea me parecía absurda, lo que pasó dejó huellas imborrables. No importa cuánto tiempo pase, nunca voy a olvidar la vez que tuve sexo con mi hermano… o cómo le chupe la concha a mi mamá… y a mi hermana. No, eso simplemente no se puede olvidar. Esos momentos quedaron grabados en mi mente para siempre, debía aprender a lidiar con ellos. 

De a ratos me daban ganas de llorar, por haberme permitido hacer semejantes cosas. Me juraba que no lo haría nunca más; pero había momentos en que mi libido se apoderaba de mí y buscaba convencerme de que todo era tan excitante que merecía la pena repetirlo. 

Me quedé unos minutos observando a los peatones en la plaza, preguntándome cuántos de ellos habían tenido relaciones sexuales con su hermano o hermana... o quizás si le habían practicado sexo oral a algunos de sus padres. Estoy segura de que el ese tipo de aventuras incestuosas no son habituales. Sin embargo me produce mucho morbo pensar que, detrás de las paredes de su casa, alguno de estos tipos tal vez le da por el culo a su hija… o que alguna chica disfruta chupándole la concha a su madre. Al fin y al cabo, nadie puede ver a través de las paredes. ¿Quién sabe cuántos secretos habrá en cada hogar?

No podía quedarme toda la vida allí, tenía que volver a mi casa con una decisión tomada. Mi mamá me aseguró que organizaría otro juego si todos estaban de acuerdo. Espero que no se arrepienta y, sobre todas las cosas, espero no arrepentirme yo. 

Llegué a mi casa alrededor de las siete de la tarde y enfilé directamente hacia mi cuarto para dejar mi bolso con carpetas de la facultad. Encontré a Mayra leyendo un libro, acostada en su cama, mi mirada se centró en sus blancas y desnudas piernas. La muchachita llevaba puesto un diminuto calzón y una remera demasiado pequeña, que le marcaba los pezones.

—¿En qué estuviste pensando? —le pregunté ni bien noté una mancha de humedad en la tela de su ropa interior.

—¿Por qué lo decís? —Dijo, bajando el libro. Me miró con sus grandes y expresivos ojos; no le respondí, me limité a señalar su entrepierna, donde había una evidente mancha de humedad—. Ah, no me había dado cuenta, será incontinencia.

—Esa no me la creo, vos estás excitada —le dije mientras me quitaba el pantalón; me sonrió libidinosamente. 

—¿Y qué hay si lo estoy? ¿Pensás hacer algo al respecto?

—No, sólo preguntaba por curiosidad —me quité el corpiño sin sacarme la remera, si los pequeños pechos de Mayra se marcaban, los míos directamente deformaban la tela—. ¿No habrás vuelto a hacer “cosas” con el tío? 

—¿Eh? ¿Qué cosas? —intentó disimular la sorpresa.

—Vamos Mayra, no me trates de estúpida. Me imagino que habrá pasado algo con el tío Alberto, después del jueguito de póker. —Estaba segura de que era así, pero preferí dejarlo como una mera suposición. 

—No pasó nada… nada fuera de lo normal. Además ¿por qué lo mencionás a él? 

—Porque sé lo mucho que lo querés, ustedes siempre fueron muy amigos.

—Es porque me da mucha pena. El tío pasó por muchas cosas malas y no se las merece; es un buen hombre. La vida fue muy injusta con él, además, siempre me hace reír. Él me aconsejó sobre mi primera vez con un hombre.

—¿Le contaste lo de tu profesor en el gimnasio? —me senté en mi cama sin dejar de mirarla.

—No, le hice preguntas muy generales, sobre si dolía mucho o si era correcto hacerlo con un hombre mayor. Él me incentivó a hacerlo, sin saber que yo pensaba cogerme al profe del gimnasio. Creo que en algún momento se generó la ilusión de que me iba a acostar con él. 

—¿De verdad creés eso?

—En ese momento no lo creí, pero después de lo que pasó, sí lo pensé. Llamalo “intuición femenina”. Me dio pena haberlo ilusionado de esa forma.

—Por eso se la chupaste… en el juego.

—Sí, yo creo que se puso muy contento con eso —volvió a sonreír con una picardía que parecía impropia de su personalidad.

—¿Y a vos te gustó?

—Fue un juego, nada más… y ya se terminó todo eso.

—Sí, es cierto, yo también hice cosas que no repetiría —mentí—. Pero hay otras que sí —ella me miró intrigada pero no se animó a preguntar más nada, volvió la vista a su libro.

Me tendí en mi cama y me quedé mirando el techo durante unos segundos intentando mantener la mente en blanco pero me resultaba completamente imposible, mi cabeza se llenó de imágenes sexuales, de aromas corporales y hasta mi cuerpo parecía recordar el contacto directo con otra persona. Me arriesgué y fui hacia adelante como los caballos de carrera. Metí la mano dentro de mi tanga y comencé a acariciar mi húmeda vagina. Apenas rocé el clítoris sentí un destello de placer que me hizo jadear, seguí tocándome lentamente como si quisiera acostumbrar mi rajita para lo que vendría después. Noté que mi hermanita me miraba de reojo pero no le di importancia, continué tocándome como si estuviera sola en mi cuarto, mis dedos se llenaron del viscoso fluido que manaba de mi cavidad femenina. 

—¿Qué hacés Nadia? —me preguntó colocando el libro sobre su pecho.

—¿Qué te parece que hago? 

Para dar más énfasis a mis acciones, me quité la bombacha mostrando mi lampiña y sonrosada almejita e inmediatamente introduje un dedo y comencé a sacarlo y meterlo rápidamente, la temperatura en mi cuerpo se elevó en cuestión de pocos segundos. Mayra me observó durante unos instantes, procuré no fijarme mucho en ella pero supe que estaba sonriendo. No pasó mucho tiempo hasta que ella también se despojó de su ropa interior y me acompañó en la sesión de masturbación. Nuestros delicados gemidos formaron un lujurioso coro y el ruido que producían nuestros dedos al meterse o frotar las vaginas se hizo cada vez más intenso. Presioné mi clítoris y mi mente dibujó imágenes sexuales que incluían a los miembros más cercanos de mi familia, incluso llegué a fantasear con el pene de mi tío Alberto, el cual me atraía menos que el de mi padre o el de Erik, pero debía admitir que me provocaba en gran medida, supuse que mi hermanita estaba fantaseando con lo mismo, me gustó verla sacudiéndose en la cama mostrándome qué tan fogosa era cuando se masturbaba. Llegué a un rico orgasmo mirándola, me toqué intensamente durante unos segundos y cuando todo mi cuerpo comenzó a relajarse reduje la intensidad de mis dedos. Mayra no dejaba de tocarse.

—¿Te falta mucho? —pregunté luego de lamer el viscoso líquido de mis dedos.

—Un poco —arqueó su espalda elevando su suave monte de Venus hasta lo más alto y agitó furiosamente su clítoris.

—¿Querés que te ayude?

—Si querés… —ni siquiera me miró, siguió concentrada en su tarea. 

Me levanté y me acerqué hasta su cama ágilmente, me tendí sobre ella y coloqué la cabeza entre las delgadas piernas de mi hermana menor, su vagina estaba casi tan mojada como aquella vez que jugamos al póker y su dulce aroma me atrajo. No la hice esperar más, me acerqué y di la primera lamida, le quería mostrar lo decidida que estaba y comencé a lamer rápidamente su clítoris con la punta de la lengua. Me di cuenta de lo hermoso y adictivo que podía ser el sexo y sabía que podía disfrutarlo tanto con hombres como mujeres, aunque sean miembros de mi propia familia. Pasé varios segundos dando lengüetazos y sorbiendo sus jugos hasta que llegó eso que Mayra tanto ansiaba, su cuerpo se retorció en un orgasmo, intentó disminuir el ruido de sus gemidos poniéndose la almohada en la cara pero yo me mantuve firme succionando su clítoris hasta que estuve segura de haberla dejado satisfecha.

—¿Ahora sí me vas a contar lo que pasó con el tío? —le pregunté acostándome a su lado y acomodándole el cabello que se le había quedado pegado en la cara por el sudor. 

—Ya me parecía que vos no estabas tan preocupada por lo del jueguito.

—En un momento lo estuve pero cada vez me cuesta más no pensar de forma favorable en todo esto, ¿vos no sentís que la cabeza te dio un giro completo? ¿No ves las cosas de otra manera?

—Sí, me sigue pareciendo raro todo esto pero me gusta… y al tío también. Sí pasó algo con él, no te conté porque pensé que te ibas a enojar.

—Me alegra que no me hayas contado a la primera, eso quiere decir que sos reservada.

—Sabés muy bien que lo soy, nunca cuento nada a nadie a no ser que sea necesario hacerlo pero con vos hermanita, ya tengo mucha confianza —me sonrió y me dio un beso en la mejilla—. ¿Sabés por qué estoy tan exitada? Porque hace un rato se… se la chupé al tío Alberto —sus mejillas se pusieron aún más rojas como por arte de magia—. Y estaba pensando en masturbarme justo cuando llegaste.

—Que quede algo en claro Mayra, podés tocarte cuando quieras, aunque yo esté acá, a mí no me va a molestar… si es que a vos tampoco te molesta si yo quiero hacerlo.

—Sí, eso ya me quedó claro. Lo que yo quiero saber es si va a haber más ayuditas como esta.

—Veremos… —le sonreí— depende de lo bien que te portes. ¿Qué dice el tío de tus “favores”?

—Le gustan. Siempre me dice que lo hago muy bien.

—¿Te acostaste con él?

—No… eso no. Solamente lo hice con la boca.

—¿Y no le importa que seas su sobrina? Aunque… si me pongo en su lugar… yo estaría muy feliz de que una chiquilla tan linda como vos me la chupe cuando quiero. Sos el premio mayor para él. Todo en vos le debe causar morbo, tu edad, tus tetitas —acaricié sus pezones por arriba de la tela— tus piernas, tu concha —pasé los dedos por su vagina que aún chorreaba— y debe fantasear día y noche con este culo —metí la mano más abajo hasta que la punta de mis dedos tocaron el cerrado ano de mi hermanita. 

—¿De verdad pensás eso?

—Mayra, si vos no lo pensás así también es porque sos muy ingenua. Es obvio que sos hermosa y él tiene casi cincuenta años y no es ningún adonis, ¿cuántos hombres de su edad tienen una sobrinita tan gauchita como vos? —volvió a sonreír.

—Sí lo pensé pero no quería creérmela.

—Está bien, algo de humildad no te va a hacer nada mal. ¿Te puedo confesar algo yo también?

—Lo que quieras.

—Me muero de ganas de jugar otra vez al Strip póker. 

—¡Yo igual! En mi opinión, la última vez cortamos demasiado pronto… justo cuando la cosa se estaba poniendo interesante… pero no creo que podamos jugar otra vez, mamá y papá no van a querer. 

—No estés tan segura… nosotras dos queremos, el tío seguramente se va a poner de nuestra parte sólo para tener la chance de asomarse a tu colita y Erik… bueno ya sabés como es él.

—Es un pajero… va a querer seguro. Me sorprendió lo grande q la tiene.

—A mí también.

—Y me calentó.

—A mí también. Aunque sea un animalito, hay que admitir que tiene su encanto, es tan bruto que te provoca. Es como coger con un hombre de las cavernas. 

—¿Y papá y mamá qué pensarán? Porque si ellos no quieren, no vamos a poder.

—No te olvides que mamá fue la que organizó todo, no tiene autoridad moral para oponerse.

—Es cierto, pero no se lo pienso decir de esa forma.

—No te preocupes, ya se lo dije yo. 

—Eso quiere decir…

—Quiere decir que sólo tengo que saber si papá va a estar de acuerdo. 

—A él lo vi muy raro durante estos días, no habla con nadie. Con suerte saluda. 

—Sí, a mí me dio la misma impresión, tal vez le afectó un poco todo esto.

—También te mira mucho.

—¿Qué? ¿Cómo que me mira? 

—¿No te diste cuenta? Cada vez que le pasás cerca se queda embobado mirándote, especialmente las tetas y la cola, para colmo a vos todo te salta como si te propusieras romper la ropa.

—Hey, no tengo la culpa de tenerlas grandes, además vos a veces usas pantalones tan ajustados que el culo se te marca como si no tuvieras nada puesto.

—¿Celosa? 

—No, para nada. Yo también tengo lo mío —di unas palmadas a mi cola desnuda. 

—Yo creo que si hablás con papá deberías hacerlo con un buen escote, ahí vas a comprobar lo que yo te digo… y si no lo convencés con eso, entonces no lo convencés más. 

—Puede ser, pero no le tengo tanta confianza como para hablarle directamente de eso, además él es como Erik, un tipo bastante básico, pero con la gran diferencia de que es un hombre maduro y más sensato… pero si llego a tener la oportunidad de hablarle, voy a tener en cuenta tu consejo. 



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