Venus a la Deriva [Lucrecia] (32).

 


Modelo de la Foto: Irina Buromskih


Capítulo 32


Like a Rolling Stone.


Leticia Zimmer, mi prima, vive en un departamento ubicado en pleno centro de la ciudad. Si bien el barrio en el que yo vivía era más lindo y tranquilo, aquí me daba la sensación de tener todo cerca: comercios; oficinas; edificios gubernamentales; embotellamientos; conductores coléricos; peatones imprudentes; en fin, todo lo que define a una zona demasiado urbanizada. Me pareció prudente no llegar con todas las valijas a cuesta, primero necesitaba saber si ella estaba dispuesta a darme hospicio durante unos días, al menos hasta que consiguiera algo propio.

―Hola Lucrecia, te estaba esperando ―me saludó apenas abrió la puerta.

―¿Ah sí?

―Sí, Abigaíl llamó hace un rato y me contó lo que pasó. No te quedes ahí parada, che. Entrá y ponete cómoda.

Cuando entré a su departamento me quedé maravillada con lo bonito y espacioso que era, sólo lo había visto una vez, el día en que la ayudé con su mudanza, me pareció un buen sitio para vivir; pero ahora, con cada mueble en su lugar, la impresión aumentaba. El departamento era un lujo. Tenía un juego de living que mi madre envidiaría, a pesar de que los sillones fueran negros. Pude ver un gran televisor LED colgando de la pared y varios parlantes que conformaban un home theater muy bueno. Seguramente Leticia no pasaba hambre, ella tenía un buen trabajo y podía permitirse estos lujos. Además yo sabía muy bien que su padre la ayudaba con los gastos mensuales y que no pagaba alquiler, porque el departamento estaba a nombre de ella. 

Me senté en uno de los mullidos sillones y aguardé nerviosa, no sabía cómo plantear la petición.

―¿Querés tomar algo? ―me preguntó cortésmente. 

Ella me hablaba con confianza, al fin y al cabo, por más problemas familiares que tenga, seguimos siendo primas; pero a mí me daba la impresión de estar hablando con una desconocida, porque venía a pedirle algo que me avergonzaba mucho, y que fuéramos parientes solo me hacía la situación más humillante. 

―No gracias… em… vengo a pedirte otra cosa…

―Si lo que querés es quedarte acá por unos días, te digo que no hay ningún problema. Podés hacerlo cuando quieras, por el tiempo que necesites ―le sonreí ampliamente, no creí que fuera tan fácil.

―¿Tan evidente es que necesito un lugar para quedarme?

―Como te dije, Abigail me explicó todo. Incluso me dijo que tus viejos mintieron con eso de que les estuviste robando plata. No necesité que Abi me dijera que era mentira, me pareció absurdo desde el primer momento en que lo escuché.

―¿Y quién te lo contó la primera vez?

―Mi papá, pero no te preocupes, él tampoco lo creyó. Nosotros sabemos muy bien la clase de chica que sos, serías incapaz de meter mano en la plata ajena. Nunca te interesó el dinero.

―Bueno, ahora empiezo a verlo de otra manera. Porque voy a necesitar conseguir dinero para vivir. Gracias, Leti. Te prometo no abusar de tu generosidad, lo primero que quiero hacer es buscar un trabajo.

―Creo que lo primero sería intentar aclarar las cosas con tu madre ―se sentó frente a mí mientras acomodaba su fino y largo cabello castaño.

―Eso ya no tiene arreglo. Me sentí completamente humillada, no sólo por la actitud de Adela ―no quería decirle “mamá”―, sino también porque Josué la apoyó ―era la pura verdad, sólo que no aclaraba el motivo de la disputa.

―Nunca creí que eso del robo fuera cierto, mucho menos si Abigail piensa igual. Pero por algo debió iniciar la discusión. ¿Qué fue lo que pasó? 

―Em… Adela está completamente loca.

―¿No será que se guardó plata, sin decirle a tu papá, y te culpó a vos? ―me sorprendió mucho la acusación de mi prima.

―No creo, yo pienso que será un error de cálculos, a veces manejando tanto dinero puede que queden cosas sin corroborar. Lo más probable es que hayan gastado en algo y no lo tengan bien documentado. Se la pasan comprando y vendiendo propiedades. Si no se lleva un control riguroso, se pueden traspapelar cosas. Pero te juro que yo nunca toqué un centavo sin su autorización. Ella me daba todos los meses un monto a gastar y yo nunca llegaba a consumirlo todo. ¿Por qué tendría la necesidad de robarle?

―Te creo Lucre. Estoy muy indignada con esta situación. No sé cómo tus viejos son capaces de hacerte algo así a vos, que sos tan buena. Si fuera que te vio con diez novios distintos, bueno la entendería; pero acusarte de esa manera sin tener pruebas, me parece un disparate total.

¿Diez novios? Bueno, no llegarán a diez, pero la palabra correcta sería “novias”. Apreté la tela de mi pollera por los nervios, debía mantener oculta la verdad todo el tiempo posible. Mi prima no era tan cerrada mentalmente como el resto de mi familia, pero aun así tenía sus límites. Seguramente no le agradaría compartir el techo con una lesbiana. En mi familia los homosexuales siempre fueron vistos como personas enfermas. Esa es una de las tantas cosas del cristianismo con la que no puedo estar de acuerdo. 

Le agradecí una vez más a Leticia por su generosidad y le aseguré que intentaría molestarla lo menos posible. Esa misma tarde trasladé todas mis pertenencias hasta su casa. Lo mejor de todo era que no debíamos compartir habitación, eso me hubiera puesto en una situación sumamente incómoda. No puedo negar que Leticia es una chica atractiva, tiene una contextura física parecida a la mía: delgada, alta, con buena figura. Pero ella tiene el pelo castaño en un tono más oscuro que el mío y heredó los ojos verdes de su padre, lo que le suma muchos puntos. Además las facciones de su cara son más delicadas que las mías. Me gusta mi nariz, pero la de Leticia es pequeña y recta, casi perfecta. A pesar de que es mi prima, me da miedo de que si estuviéramos durmiendo en una misma cama, se activarían mis instintos depredadores lésbicos.


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Al día siguiente, ya instalada en la casa de Leticia, me preparé para asistir a algunas entrevistas de trabajo. Me arreglé lo mejor que pude para mantener un aspecto formal pero a la vez atractivo. Sé muy bien que la belleza suele jugar a favor, hasta en entrevistas de trabajo, aunque los empleadores no quieran admitirlo. Me puse una discreta pollera negra que me cubría hasta las rodillas y una formal blusa verde tornasolado que reservaba para situaciones como ésta.

Mi prima me ayudó a averiguar qué oficinas pedían una nueva empleada. El primer sitio al que fui me inhibió totalmente. Estuve a punto de dar media vuelta y regresar al departamento al ver esa inmensa fila llena de personas, jóvenes en su mayoría, que aguardaban su turno para la entrevista. El proceso me pareció totalmente inefectivo, al menos en cuanto a organización se refería, porque atender uno por uno a quien se postulara llevaría tiempo y esfuerzo; pero me enseñaron que de esta forma logran inhibir al solicitante. Al ver toda esa gente cualquiera se sentiría como una hormiga más en un hormiguero. Desde el inicio te dejan en claro una cosa: aunque te contraten, hay mucha gente dispuesta a ocupar tu lugar de trabajo.

Estaba tan aterrada parada en esa fila que ni siquiera miré atentamente a la gente a mí alrededor; todos éramos parte del mismo enjambre. Avanzamos tan lento que pensé que la noche me encontraría aun esperando a que me atendieran. Ocasionalmente podía ver a alguien abandonando el edificio y a algunos impacientes que dejaban la fila, cada vez que esto ocurría me alegraba un poco porque eso significaba que se reducía la competencia.

Cuando por fin llegó mi turno de estar primera en la fila más lenta del mundo, me hicieron pasar a un hall de espera y la sorpresa me paralizó en cuanto entré.

―¡Tatiana! ¿Qué hacés acá? ―saludé a mi buena amiga sin poder dejar de sonreír.

―¡Lucrecia! ¿Qué hacés vos acá? Creo que sos la persona que menos esperaba ver.

―¿Por qué lo decís? ―me senté a su lado ignorando al resto de los presentes.

―Es que… no te ofendas… pero vos no tenés tanta necesidad de trabajar.

Allí recordé que en estos días me había olvidado por completo de mis amigas, no le había contado a ninguna sobre el problema que tuve en mi casa y que las cosas en mi vida habían cambiado drásticamente. No quería amargarme antes de la entrevista así que preferí no contarle en este preciso momento.

―Puede ser, pero la verdad es que me gustaría ser más independiente, tener mi propio dinero.

―Sí, eso es lo mejor, porque no dependés de nadie. Espero que estén tomando mucha gente, me vendría muy bien tener este trabajo ¿Te imaginás que genial sería si trabajáramos juntas? ―no pudimos evitar reírnos.

―Corromperíamos a más de una ―le dije al oído.

Llamaron a las entrevistas en tres oficinas diferentes, Tatiana entró primera y me prometió que luego esperaría por mí, así nos íbamos juntas. Luego de unos veinte minutos salió de la oficina con una amplia sonrisa, su entrevista duró más tiempo de lo normal, por lo que pude calcular. Me llamaron y entré al mismo sitio que abandonó mi amiga sonriéndole al pasar junto a ella.

―Buenos días, tome asiento ―me dijo un hombre de cabello entrecano que me miraba desde atrás de unas gafas de montura plateada.

―Buenos días mi nombre es Lucrecia Zimmer ―le dije con una amplia sonrisa mientras me sentaba.

―¿Qué edad tiene señorita? ―me preguntó al mismo tiempo que tomaba una copia de mi Curriculum Vitae.

―Tengo veintiuno.

―Aja… ―ojeó la primera página y comenzó a asentir lentamente con la cabeza, luego volteó la hoja y allí vio un certificado que indicaba mis promedios universitarios― impresionante. Nosotros buscamos algo como esto, tenemos un puesto de medio tiempo que es ideal para estudiantes.

―Perfecto, es justamente lo que estoy buscando. ―Siempre es bueno decir que lo que ofrecen en una entrevista laboral es justamente lo que estás buscando.

―De verdad me sorprenden tus calificaciones, pensé que la chica anterior era excepcional; pero esto excede lo que esperaba.

―¿La chica anterior?

―¿Eh? ―me miró a través de los gruesos cristales― ah sí, la que salió antes de que usted entre. También tiene unas calificaciones muy buenas y al parecer necesita el trabajo.

―Sí, lo sé muy bien, es mi amiga ―se sorprendió al escuchar esto― ¿Cuántos cupos hay para estudiantes?

―En este momento solo uno y si todo sale tan bien como lo que tengo en mis manos ―sacudió la copia del Curriculum― puede que ese puesto sea suyo.

―¿No dijo que lo de mi amiga era excepcional?

―Sí, lo era... hasta que llegó usted.

―Entonces dele el puesto a ella. Tatiana realmente necesita el trabajo.

―Me temo que las cosas no funcionan así, no puedo darle el empleo a quien más lo necesite, mi obligación es emplear al mejor postulante y de momento esa es usted.

―Entonces no me postulo ―le arrebaté las hojas de la mano― déselo a ella.

―Le repito, no puedo hacer eso, sea sensata…

―Le voy a ser franca, usted cometió un error ―se quedó callado como si le hubiera pegado en la boca―. Me habló de otro entrevistado, eso jamás lo debe hacer y lo sabe bien. Me dio información que me hace cambiar de opinión, digamos que por ese motivo ya no puede contratarme; pero todavía está a tiempo de contratar a una persona sumamente eficiente y responsable. Le hablo de mi amiga. Ella no sólo necesita el empleo, sino que lo haría mejor que yo. Está acostumbrada a cumplir con un ritmo de trabajo, yo nunca trabajé en mi vida. No creo que ustedes sólo busquen buenas calificaciones.

―En eso último tiene razón, nos interesa el desempeño laboral, ésta es sólo la primera entrevista.

―Entonces prométame que va a llamar a Tatiana para la próxima. Se lo digo con total sinceridad, ella es la persona que está buscando.

―¿Usted va a rechazar la posibilidad de quedar contratada para…?

―No se preocupe por mí, ya encontraré otra cosa, como usted dijo, tengo excelentes calificaciones.

―Sí, pero también dije que eso no suele bastar, pero entiendo su punto. No puedo obligarla, solamente le pido que deje su número de teléfono, le prometo llamarla si surge un nuevo puesto, tampoco puedo garantizar que contratemos a su amiga, pero si es tan buena como usted dice, le daré un sitio en la próxima entrevista.

Me despedí del educado hombre y abandoné el edificio de oficinas. Tatiana me esperaba de pie en la vereda, estaba muy hermosa con su conjunto gris, ideal para trabajar en un sitio como éste. Fuimos a tomar un café con medialunas a un bar cercano. Por primera vez en mi vida presté atención a los precios, para no gastar más de lo que mi magra economía me permitía. El único dinero con el que contaba es el que había en una cuenta a mi nombre y no me duraría mucho si lo derrochaba. No me animé a contarle a mi amiga sobre la discusión con mis padres, porque no quería cargarla con mis problemas cuando sabía perfectamente que ella tenía los suyos. Una de las mejores cosas de nuestra amistad era que podíamos charlar y divertirnos para olvidarnos de todas nuestras preocupaciones, al menos por un rato.


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Leticia fue muy amable al darme un juego de llaves de su departamento porque ella no estaba en casa al momento en que regresé. Entré a mi cuarto y vi una pila de papeles y carpetas, por lo general si tenía tiempo libre recurría a ellos pero esta vez ni siquiera toleré verlos. En estos últimos días no me presenté en la facultad, mi ánimo estaba por el piso pero eso también generaba que tuviera más tiempo libre del que me gustaba tener. Me puse ropa más cómoda y deambulé por la casa sin saber que hacer hasta que súbitamente recordé la caja con juguetes sexuales que había adquirido el mismo día en que me corrieron de mi casa. No estaba excitada pero no había examinado el interior de la caja desde que la compré.

Me senté en el suelo con las piernas flexionadas y abrí la caja, me encontré con todos esos artículos más que sugerentes y no pude evitar sonreír. El primero que captó mi atención fue un pequeño vibrador que no era más grande que un Pen―Drive. Lo quité de su caja y lo encendí, comenzó a temblar intensamente entre mis dedos y comencé a reírme como una estúpida ¿de verdad excitaría tanto si se lo aplicaba en los sitios correctos? Llevada por la curiosidad desprendí mi corpiño y lo saqué por el cuello de la remera, luego introduje el pequeño vibrador por el mismo sitio y lo coloqué sobre mi pezón izquierdo como si fuera un doctor con un estetoscopio intentando escuchar los latidos del corazón. El aparatito me produjo un intenso cosquilleo que me causó más gracia que excitación, lo dejé allí durante unos segundos y luego lo quité. Lo miré fijamente y mi curiosidad no había menguado en lo absoluto, en un santiamén lo metí dentro de mi colaless dejándolo apoyado contra mi clítoris. Esto si era mucho mejor, la rápida vibración comenzó a enviar pequeñas oleadas de placer a mi cuerpo, mis ojos se entrecerraron mientras masajeaba mis tetas por arriba de remera.

Dejé al vibrador haciendo su trabajo y continué hurgando en la caja de suministros sexuales. Recordaba haber comprado algo llamado bolas anales, se trataba de una vara de plástico flexible que contaba con muchas bolas separadas por pocos centímetros entre sí, estas bolas crecían gradualmente de tamaño, la primera era bien pequeña y no tendría problemas para introducirla por atrás, pero la última bola me intimidaba un poco, su tamaño no era desquiciado, era algo más pequeño que una pelota de tenis, había visto otras bolas anales más grandes, pero aun así ésta me parecía enorme. Seguido a esta última bola había una arandela que permitía extraer el juguete fácilmente una vez introducido. Por más que el vibrador estuviera calentando mi cuerpo y humedeciendo mi vagina rápidamente, no estaba tan excitada como para jugar con estas bolas, las dejé sobre la cama y continué revolviendo los artículos de la caja mientras movía mis piernas y mi cadera reaccionando a las intensas vibraciones en mi zona más sensible.

Comencé a erotizarme cada vez más, tomé un dildo color rosa y comencé lamerlo lentamente, de pronto me di cuenta que estaba haciendo el ridículo y me reí sola, me puse de pie y cerré la puerta del cuarto, ya estaba lo suficientemente cachonda como para llevar los juegos a otro nivel. Quité el pequeño vibrador que estaba empapado con mis jugos vaginales y me desnudé completamente, me tendí en la cama, separé las piernas y froté el consolador a lo largo de mi rajita. Me di cuenta de que ésta era la primera vez que comenzaba a masturbarme por simple aburrimiento, pero también lo hacía impulsada por mi curiosidad. Introduje la punta del pene plástico en mi orificio haciéndolo girar para facilitar la dilatación, al mismo tiempo frotaba mi clítoris con los dedos. El intenso calor sexual comenzó a circular por todo mi cuerpo y mi respiración fue cambiando de ritmo lentamente.

Luego de pasar varios minutos divirtiéndome con el dildo dentro de mi sexo vi las bolas de plástico verde, mi excitación era tal que ni siquiera lo medité, las tomé y me coloqué boca abajo apoyándome en mis rodillas, dejando mi cabeza sobre la almohada. Comencé a lubricar mi agujerito posterior utilizando mis propios jugos vaginales. Cuando introduje la punta del juguete anal sentí que tres pequeñas bolitas entraban con gran facilidad, apenas pude sentirlas, pero cuando entró la cuarta noté la resistencia que oponía mi trasero, sin embargo la sensación fue agradable. Las extraje tirando por la arandela que estaba al extremo opuesto y volví a introducirlas, esta vez forzando un poco la entrada de una quinta esfera. Algunos de los diseños que había visto de este juguete contaban con bolas que aumentaban poco el tamaño entre una y otra, pero yo no había comprado el diseño estándar, aquí se notaba más la diferencia y para introducir la sexta tuve más dificultades, logré hacerlo mientras me masturbaba enérgicamente, mi ano se dilató más que nunca, cuando todo el diámetro encajó en él, la bola fue succionada hacia adentro produciéndome una sensación enormemente placentera. No quise ir más lejos pero extraje e introduje el juguete repetidas veces, cada nueva vez que lo hacía, la penetración era mucho más suave y las esferas se deslizaban con mayor suavidad.

Lo disfruté plenamente pero temí estar abusando de mi propia cola así que retiré este juguete y volví a tomar el dildo, en ese momento se me ocurrió una idea, podía continuar mi sesión de masturbación en el baño, mientras me daba una ducha. Caminé desnuda hasta el cuarto de baño y dejé que el agua fluyera libremente. Descubrí que el sexo tenía una reacción mágica en mí, me hacía olvidar de todos mis problemas.

Me encontraba sentada en el piso con las piernas separadas, dándome placer enérgicamente con este nuevo juguete que ya se había ganado mi aprecio. Introduje el consolador en mi vagina casi en su totalidad y en ese momento la puerta del baño se abrió. Mi prima me miró sorprendida, sus mejillas se pusieron rojas al instante. Permaneció de pie bajo el marco de la puerta durante unos segundos, nos miramos boquiabiertas, era imposible inventar una excusa o darle otra intención a la situación, había sido descubierta y no podía cambiar eso.

Leticia retrocedió cerrando la puerta al salir. Me quedé aterrada pero un segundo después escuché una fuerte carcajada, su risa fue tan sincera y divertida que se me contagió. Agradecí al cielo que se lo hubiera tomado con humor, eso me facilitaba mucho las cosas. Quité el dildo de mi cuevita y me enjuagué por última vez para luego salir del baño envuelta en una toalla roja, con el juguete sexual en mano.

Mi prima seguía riéndose mientras miraba televisión, se volteó hacia mí al notar mi presencia y su risa se incrementó como si hubiera visto al payaso más gracioso del mundo.

―Dos veces… ―le dije marcando el número dos con mis dedos― con esta van dos veces que me hacés lo mismo.

Muchos años atrás Leticia me descubrió masturbándome en el baño de su casa, en aquellas épocas en las que yo lo hacía con mucha culpa. Por suerte esa vez ignoramos lo ocurrido y no tuve que dar explicaciones, pero Lucrecia era otra mujer. Sabía que podía hablar del tema sin morirme de la vergüenza.

―Es tu culpa prima ―sus ojos estaban llenos de lágrimas― por ser tan pajera, además te volviste toda una experta en el tema ―señaló el juguete en mi mano.

―Sí, tendrías que ver lo bueno que está ―intenté tomármelo con gracia aunque me sentía un poco humillada― ¿nunca probaste uno de estos?

―No, ni lo haría.

―¿Por qué no? Pueden ser muy divertidos ―no me respondió pero aún conservaba una sonrisa en su rostro.

Caminé hasta mi cuarto dispuesta a vestirme y vi un vibrador del mismo tamaño que el dildo que había usado recientemente. Lo agarré y se lo llevé a Leticia.

―Tomá, si te gusta te lo regalo ―puse el juguete a pilas sobre sus piernas.

―No prima, gracias… yo no…

―No lo usé nunca y tengo otro parecido ―continué diciendo como si no la hubiera escuchado― no lo rechaces hasta haberlo probado. Mañana me contás qué te pareció.

―No creo que lo use.

―Veremos qué opinás esta noche, cuando estés sola dentro de tu cuarto ―le guiñé un ojo y fui a mi pieza.


*****


No le pregunté a Leticia si había probado el obsequio que le hice, ese era un tema personal, aunque ella me hubiera visto dos veces masturbándome. Ocupé toda la mañana y la parte de la tarde del día siguiente buscando algún empleo, dejé varias copias de mi Currículum donde se me ocurrió, aunque no estuvieran buscando nuevos empleados y asistí a dos entrevistas “in situ” la primera me dejó con buena expectativas, era un trabajo en una oficina donde pagaban bien y al parecer no les molestaba que yo fuera estudiante, esperaba haber causado buena impresión para que me llamen. La segunda entrevista fue un fiasco total.

―Adelante, jovencita ―me dijo un hombre de piel morena que aparentaba tener más de cincuenta años.

Entré a la pequeña oficina y me senté en una de las sillas que estaban frente al diminuto escritorio gris. Me sorprendió que el hombre de cabeza cuadrada se sentara junto a mí y no del otro lado del escritorio, supuse que quería quitarle un poco de formalismo a la reunión.

―¿Cuál es su nombre? ―Me preguntó, con una simpática sonrisa.

―Lucrecia Zimmer. Tengo veintiún años y estudio Administración de Empresas en la Universidad Católica. ―Me presenté tendiendole una copia de mi Currículum.

Él la tomo entre sus gruesos dedos pero continuó mirándome a los ojos, a mí me costaba sostener tanto tiempo una sonrisa fingida pero sabía que la simpatía podría ayudarme mucho a conseguir el trabajo.

―Excelente, veo que cumplís con todos los requisitos pedidos ―me extrañó que dijera esto sin siquiera chequear la primer página de mi Currículum― hoy no se han presentado muchas postulantes y tengo que decir que por mucho sos la que más encaja, no quisiera ilusionarte desde tan temprano pero puede que tengas grandes oportunidades.

―Le agradezco mucho señor. De verdad necesito el trabajo ―decir esto fue un gran error.

―Me imagino que sí lo necesitas. El que tiene la última palabra en los contratos soy yo y me encuentro en posición de ayudarte a conseguir un buen puesto ―esas palabras me olían raro― eso depende de qué tan dispuesta estés a conseguirlo.

―¿A qué se refiere?

En ese momento una de sus pesadas manos se posó sobre mi rodilla derecha obligándola a separarse un poco de la otra, me quedé rígida mirándolo con espanto.

―No imaginé que vendría una chica tan bonita a solicitar el puesto y para serte sincero eso puede ayudarte mucho a conseguirlo ―su impertinente mano comenzó a subir por mi pierna― ahora depende de vos ¿realmente querés tener un puesto en la empresa?

―Ni siquiera sé de qué empresa se trata.

―Eso es lo menos importante en este momento, pero te garantizo que el puesto es muy bueno ―sentí sus dedos entrando bajo mi pollera y me puse de pie de un salto―. Tranquila chiquita, no pasa nada. Vamos, sentate otra vez y empecemos la charla desde el principio, creo que no me entendiste.

―Entendí perfectamente ―le dije apartándome de él― y dudo mucho que exista tal empresa ―su mirada se ensombreció―. Me da la impresión de que usted montó todo esto para aprovecharse de las mujeres. Por eso es que pedían mujeres con buena presencia, no perdón, la frase exacta era “buen atractivo físico” ―me acerqué a la puerta lentamente― ¿cómo pude ser tan ingenua?

―Ingenua serías si intentás irte ahora ―me detuve en el acto antes de tomar el picaporte.

El hombre se puso de pie y por primera vez me percaté de que sus brazos eran dos veces más anchos que los míos, me sujetó por el codo con una pesada mano.

―Podemos resolver todo ahora mismo y luego te vas a tu casa tranquila ―vi que intentaba desprender el botón de su pantalón.

―¡No, suélteme! ―me aterre.

Siempre fui de carácter fuerte y tuve confianza en mí misma, pero esta vez yo no tenía el control de la situación y debía recuperarlo de inmediato. Actué tan rápido como pensé, justo antes de que el pantalón del hombre cayera al piso tomé mi celular y marqué 911. El hombre se detuvo en seco en cuanto vio la pantalla y escuchó el inconfundible sonido de una llamada siendo realizada.

―¡Dame eso! ―Intentó tomarlo pero me moví rápido y su brazo cruzó frente a mi rostro atrapando un puñado de aire― podés terminar mal chiquita ―me miró con el ceño fruncido con la intención de intimidarme.

―El que va a terminar mal es usted si no me permite salir ―mi corazón latía tan fuerte que creí que me partiría el pecho en dos.

―¡Está bien, si querés irte… andate!

Abrió la puerta de un tirón justo cuando la operadora atendió la llamada, ambos pudimos escuchar la robótica voz saliendo del celular.

―Novecientos once ¿Cuál es la emergencia? ―preguntó.

―Si no decís nada podés irte ―me susurró el degenerado.

Asentí con la cabeza y comencé a caminar lentamente hacia atrás apartándome de él, vi que tenía el pantalón a la altura de los tobillos y supe que tenía una gran ventaja.

―Hola ¿Hay alguien allí? ―preguntó la voz una vez más, el hombre me hizo una seña de hospital para que guardara silencio, ya estaba a unos cuatro pasos de él.

―Sí, mi nombre es Lucrecia, quiero denunciar a un degenerado que intentó abusar de mí ―el sujeto se puso pálido e intentó correr tras de mí ―¡Ayúdenme! El tipo está loco.

Comencé a correr por el pasillo vacío, cuando miré sobre mi hombro supe que había ganado una gran distancia, el hombre intentaba colocarse el pantalón para poder perseguirme pero yo ya estaba bajando las escaleras.

―¿Dónde estás, Lucrecia? ―me preguntó la operadora poniéndose alerta.

―Es un edificios de oficinas, no sé exactamente la dirección pero sé que está frente a un museo de arte ―hablé agitadamente intentando atinar a cada escalón mientras bajaba lo más rápido que podía― no sé el nombre del tipo pero sé que se hace pasar por entrevistador.

―Estoy enviando un patrullero a tu ubicación ¿estás corriendo?

―Sí ―las escaleras parecían interminables― él me está siguiendo.

―Entonces no hables, seguí corriendo e intentá buscar gente en el edificio. Podés usar la salida de emergencia de ser necesario.

―¡Sí, la encontré!

―¡Vení para acá, hija de puta! ―el vozarrón resonó en todo el hueco de la escalera.

Empujé la puerta de la salida de emergencia con el hombro y ésta se abrió fácilmente, me encontré en una calle posterior a la que yo utilicé para entrar al edificio, lo primero que vi, por milagro del cielo, fue a dos muchachos que caminaban charlando tranquilamente, ambos iban de camisa y corbata y llevaban grandes portafolios.

―¡Ayuda! ―les grité; me sentía la protagonista de una película de terror. La doncella en apuros.

Los pibes reaccionaron de inmediato al verme pero no sabían qué ocurría, en ese momento el degenerado apareció tras de mí y me sujetó con ambos brazos, pataleé y grité. Los dos muchachos se abalanzaron hacia nosotros al unísono. El que llevaba el cabello ondulado le propinó un fuerte golpe en la quijada y el otro me sujetó por las manos tirándome hacia él. Mi teléfono celular cayó al piso y la tapa posterior voló hasta el medio de la calle. En cuanto estuve libre ambos salvadores golpearon al hombre de tez oscura, vi que al menos recibió tres duros golpes de cada uno hasta que decidieron que ya estaba fuera de combate. El violador quedó sentado en la vereda con la espalda apoyada en la pared y el labio ensangrentado.

―¿Estás bien? ―me preguntó el pibe de rulos, acomodando sus anteojos. Era delgado y alto pero había demostrado tener gran fuerza.

―Sí, muchísimas gracias. Ese hijo de puta me quiso violar ―lo señalé con el dedo.

No sabía si llorar por el miedo o llorar por la rabia, pero las lágrimas no tardaron en brotar. En ese instante un coche de policía dobló rápidamente la esquina y lo vi venir de frente hacia mí. Se detuvo con un fuerte chirrido de los neumáticos y dos oficiales uniformados bajaron, uno portaba una escopeta recortada en las manos y el que conducía ya estaba desenfundando su pistola. Instintivamente los jóvenes levantaron las manos indicando que ellos no pensaban oponer resistencia.

―¡Contra la pared! ―gritó el policía con la escopeta.

―Ellos no hicieron nada ―me apresuré a decir― fue el otro, ese me quiso violar y ellos me ayudaron.

El mismo policía asintió con la cabeza pero de todas formas hizo señas a los muchachos para que se colocaran con las manos en la pared, corroboraron que el tercer hombre estaba inconsciente y desde allí todo marchó mucho mejor.

Detuvieron al violador y por suerte no me pidieron más que los datos, dijeron que tal vez debería presentarme a declarar pero les rogué que sólo lo hicieran de ser estrictamente necesario. El muchacho de anteojos y rulos se me acercó una vez más para preguntarme si ya me sentía mejor, me obsequió un paquete de pañuelos descartables para que pudiera secar mis lágrimas y me alcanzó el teléfono celular.

―Malas noticias ―me dijo― se partió la pantalla.

Cuando lo puso frente a mis ojos vi que el aparato había quedado destrozado, no sólo tenía la pantalla quebrada sino que también había perdido la batería, y la tapita posterior había sido arrollada por el patrullero.

―Creo que la batería se cayó al desagüe ―me dijo señalándome una boca de tormenta― hoy no es tu día de suerte.

―No te preocupes, pudo haber sido mucho peor, de verdad te agradezco mucho por la ayuda.

―No hay nada que agradecer, lo importante es que estás bien ―su amigo se acercó a nosotros― él es Santiago y yo soy Alejandro.

―Mucho gusto ―enjugué mis lágrimas con un pañuelo de papel― mi nombre es Lucrecia.

―¿Necesitás que te acerquemos a algún lado, Lucrecia? ―lo miré fijamente, sus anteojos de marco plateado y sus pequeños ojos lo hacían parecer una persona confiable pero me costaba confiar en alguien en este momento.

―No hace falta, me tomo un taxi. No se ofendan, pero no los conozco y estoy muy asustada como para subirme a un auto con dos desconocidos.

―Te comprendo perfectamente. Tomá, ésta es mi tarjeta, si algún día necesitás charlar con alguien, podés llamarme.

―Ale, no es el momento para que intentes levantarte a la chica ―le reprochó su amigo.

―No estoy intentando levantarla, es sólo una invitación amistosa, sin compromiso.

―Está bien, muchas gracias ―tomé la tarjeta para no hacerlo sentir mal― te prometo que si arreglo el teléfono, te llamo ―él sonrió ampliamente― pero no te hagas ilusiones porque no estoy interesada de esa forma ―me pareció prudente advertir desde el principio.

―Ok, nada de ilusiones. Si querés podés llamarme, pero no me voy a ofender si no lo hacés.


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