Cassandra - Terapia Lésbica [05].

 


Capítulo 5.



Desde la última sesión con Cassandra, su psicóloga, Nélida pasó los días dándole vuelta a una sola pregunta: ¿Cómo conseguiría una amiga de confianza con la que poder practicar?

Su psicóloga le había dejado asignada la tarea de practicar para mejorar en su técnica de masturbación… en otra mujer. Y ese era el principal problema para Nélida: ella no tenía amigas. 

No quería llamar a Cassandra y dar lástima diciendo: “Estoy sola en el mundo, no hay mujeres en las que confíe tanto como para que me permitan practicar con sus vaginas”. No, ese sería su último recurso, y esperaba no tener que llegar tan lejos. 

Una tarde su suerte cambió. Ella nunca le había dado importancia a la frase popular: “Cuando Dios cierra una puerta, abre una ventana”. Nélida no era una mujer religiosa, pero fueron estas palabras las que le vinieron a la mente cuando entró al aula de tutoría. Curiosamente fue luego de abrir una puerta, por lo que no estaba muy segura de si la metáfora realmente aplicaba en este caso. 

Nélida estaba obligada a pasar dos horas, cada tarde, sola en el aula asignada para tutoría, en caso de que alguno de los alumnos de la universidad quisiera hacerle una consulta. Para ella esto sería una pérdida de tiempo si no hubiera aprendido a usar esas horas para realizar otras tareas, como corregir exámenes… o mirar alguna serie de Netflix en su celular. Algunas de sus últimas tardes estuvieron más atareadas en tutoría ya que recibió varias visitas de dos de sus alumnas: Vanesa y Karina. Ella misma les había pedido que fueran a verla a las clases de tutoría… esto lo hizo por consejo de Cassandra. No entendió por qué su psicóloga le sugirió que hablase con estas chicas; pero de todas formas lo hizo. Confiaba en la habilidad de Cassandra como terapeuta, ya se lo había demostrado más de una vez… aunque sus métodos fueran un poco excéntricos.

Ellas siempre venían juntas… porque eran pareja. Algo que a Nélida no le agradaba demasiado. Sin embargo las chicas se portaban bien y parecían tener genuino interés en aprender matemática. 

Aunque aquella tarde su interés era otro.

Nélida se quedó petrificada cuando vio a Karina, la chica de piel morena y largo cabello negro. Estaba sentada en una silla con la cabeza estirada hacia atrás y la boca abierta; sus dos tetas redondas y macizas, asomaban por debajo de la blusa, la cual se había levantado hasta el cuello. Los pezones, de marrón intenso, apuntaban directamente hacia Nélida. Bueno, al menos uno de ellos lo hacía, porque el otro estaba metido en la boca de Vanesa, la bonita rubia de ojos celestes. Pero eso no era todo. Karina tenía las piernas abiertas y su pollera también había sido subida. A la tanga la tenía enganchada en uno de sus tobillos, toda enredada. La concha de la chica, totalmente depilada, recibía dos dedos de Vanesa. 

Al parecer, en pleno goce, ninguna de las chicas escuchó que la puerta se abría. Nélida tardó en reaccionar, y cuando lo hizo se apresuró a cerrar la puerta detrás de ella. Quería enviarles alguna señal a sus alumnas para avisarles que ella estaba dentro del salón; quizás un ruido… un carraspeo. Pero no pudo  hacer nada. Estaba shockeada. Se quedó dura mirando como Vanesa le chupaba una teta a su novia, al mismo tiempo que la masturbaba. 

Durante las clases de tutoría que compartió con estas dos chicas, fueron varias las oportunidades en las que las vio besándose. Karina y Vanesa se cuidaban mucho de no besarse frente a sus compañeros o en presencia de otros profesores; sin embargo no parecían tener problema al besarse delante de Nélida. 

Además Nélida pudo ver varias veces los pechos de esas jovencitas asomando de grandes escotes. Durante las clases de tutoría se ponían más cómodas, y si llevaban una blusa, se la quitaban, mostrando que debajo solamente tenían puesta alguna escotada camiseta sin mangas. A veces esto resultaba tan evidente que Nélida podía ver cómo se les marcaban los pezones sobre la tela. Si alguna de esas chicas se inclinaba sobre el escritorio de Nélida para hacerle una pregunta, entonces la profesora podía ver esos dos grandes pares de tetas caer por culpa de la gravedad. Hubo veces que se sorprendió de qué tanto podía ver dentro de uno de sus escotes, especialmente con Vanesa; la rubia tenía tetas más grandes que las de su novia, y más pesadas. Hubo veces en las que Nélida incluso llegó a ver cómo algún pezón asomaba fuera del escote. Pero ella nunca les hizo un comentario negativo sobre esto. No quería que las chicas dejaran de venir a sus clases de tutoría, ya que se estaba llevando cada vez mejor con ellas. 

Una vez en la que Vanesa se acercó y apoyó los codos sobre el escritorio, Nélida fue capaz de ver casi todas las tetas de la chica. Una saltó fuera del escote y la otra quedó al borde de hacerlo. Como Nélida pretendía ganarse la confianza de las chicas, en lugar de reprocharle le dijo: “Tenés unas tetas preciosas, Vanesa. Sé que no fue tu intención hacerlo, pero gracias por mostrarlas”. Las dos chicas se quedaron boquiabiertas y empezaron a reírse. Vanesa acomodó su ropa y gracias a ese inesperado comentario se dio una curiosa conversación en la que Karina admitió lo mucho que le gustaba chuparle las tetas a su novia, que si fuera por ella, estaría todo el día chupándolas. Nélida le dijo: “Es entendible, hasta una mujer heterosexual querría darle alguna chupada a esas tetas, son preciosas… y bien grandes”. 

Quizás esa confianza había llevado a Karina y a Vanesa a bajar demasiado la guardia frente a Nélida y por eso ahora estaban allí, prácticamente teniendo sexo lésbico. “Solamente falta que empiecen a chuparse las conchas”, pensó Nélida.

Esa secuencia duró apenas unos segundos, pero para la profesora de matemáticas fue una eternidad. Karina bajó su cabeza y al abrir los ojos soltó un pequeño grito ahogado que puso en alerta a Vanesa. Cuando las dos estuvieron al tanto de la presencia de Nélida, se apresuraron a arreglar sus ropas. 

―Perdón, profe ―dijo Vanesa―, es que yo… nosotras… este…

―Está bien, chicas, no pasa nada ―las tranquilizó Nélida―. Solo estoy un poquito… impactada. No me esperaba encontrarme con esto. Tienen suerte de que las haya encontrado yo, porque si algún otro profesor las hubiera visto en pleno toqueteo, podrían recibir una sanción.

―Sí, lo sabemos ―dijo Karina. 

Parecía estar verdaderamente avergonzada. Bajó su blusa y cubrió sus tetas. Ya era tarde para ponerse la tanga, por lo que la quitó de su tobillo y rápidamente la guardó en su bolso. Se acomodó la minifalda lo mejor que pudo, pero Nélida aún era capaz de ver la concha de la chica. “¿Cómo se le ocurre venir a clases con minifaldas tan cortas?”, pensó la profesora. 

―Entonces… ¿no nos va a sancionar? ―Preguntó Vanesa. 

―Em… debería. Tener sexo en la universidad va contra las reglas, y ustedes estaban en una clara acción sexual. ―Las dos chicas se ruborizaron―. Pero, como les dije, tienen suerte de que las haya encontrado yo. ―Nélida tomó su silla y en lugar de sentarse detrás del escritorio, se sentó justo frente a sus dos alumnas―. Podemos hacer un trato: Yo les guardo el secreto y ustedes me ayudan con un pequeño problemita.

Las dos chicas se miraron, se encogieron de hombros y volvieron a fijarse en la profesora.

―¿Qué clase de problemita? ―Preguntó Karina.

―Mmm… es algo… humillante ¿no se van a reír? 

―Prometo que no nos vamos a reír ―dijo Vanesa.

―Este… a ver cómo les explico esto ―Nélida pasó las manos por su pollera, estirándola hacia abajo, un gesto que hacía cuando estaba nerviosa―. Hace un tiempo empecé terapia, por una cuestión muy personal… confío en que ustedes no se lo contarán a nadie.

―Ni una sola palabra a nadie ―dijo Karina, con seriedad y genuino interés.

―Bien, así me gusta. Mi problemita tiene que ver con el sexo… y les hablo de esto porque las vi en pleno manoseo, no creo que la temática sexual les cause incomodidad ―las dos chicas se rieron por lo bajo―. Ya veo que no. En fín. Desde hace muchos años tengo problemas para… disfrutar del acto sexual… ya sea sola o en compañía. ¿Se entiende lo que quiero decir? ―Las chicas asintieron con la cabeza―. Bueno… mi psicóloga llegó a la conclusión de que parte de ese problema se debe a que yo no sé cómo… autosatisfacerme. Sé que les puede resultar chocante escuchar a una profesora hablar de esto…

―O sea ―interrumpió Vanesa―. ¿El problema es que no sabés hacerte la paja? 

―Ay… qué directa ―dijo Nélida, con una incómoda sonrisa. La grácil risa de las chicas la tranquilizó, ellas se lo estaban tomando con naturalidad―. Em… sí, se podría decir que el problema es ese. Y creo que ustedes podrían ayudarme… pero no se asusten, no les voy a pedir que hagan ninguna locura. Mi psicóloga opina que puedo aprender mucho hablando de este tema con otras mujeres… y como ustedes tienen experiencia complaciendo mujeres, imagino que podrán darme un consejito o dos. Solamente eso les pido. Sé que suena muy loco…

 ―Me encanta la idea ―dijo Karina―. Trato hecho. Nosotras le enseñamos a hacerse la paja y usted no le cuenta nada a nadie sobre lo que pasó acá.

―Bien… me sorprende que acepten, creí que les parecería una locura… eso sí, les voy a pedir que me tuteen. No me gusta que me estén tratando de “usted”.

―Es poco… habitual ―dijo Vanesa―. Normalmente no hablamos de estos temas con otras profesoras; pero vos, a pesar de que no te agradan las relaciones lésbicas, como ya nos explicaste… no sos tan dura con nosotras. 

Nélida sí podía ser dura con las relaciones lésbicas, si aprendió a tolerar los besuqueos entre Vanesa y Karina fue porque Cassandra le pidió que hiciera el intento de acercarse un poco más a ellas… y ahora entendía por qué. Estas dos chicas podrían ser la respuesta a sus problemas.  

―¿Por qué estaban tan toquetonas? ―Preguntó Nélida―. ¿Esperaban que yo las viera o algo así? ¿Esto es parte de algún jueguito morboso entre ustedes?

―No, no… ―se apresuró a decir Karina―. Fue sin querer. Pensamos que teníamos más tiempo… hoy llegaste un poco más temprano de lo habitual.

Nélida miró su reloj, era cierto, había llegado al menos diez minutos antes del horario de tutoría. 

―Así es ―dijo Vanesa―. No pensábamos llegar tan lejos. Todo empezó con algunos besos… un par de caricias… y una cosa llevó a la otra.

―Está bien, les creo. Sé cómo pueden ser estas cosas, una a veces puede perder la noción del tiempo y el lugar. 

―Gracias por entender ―dijo Karina, con una radiante sonrisa. Sus perfectos dientes blancos contrastaron con su piel morena.  

A pesar de haber sido sorprendidas en pleno acto sexual, las chicas no parecían nerviosas; eso tranquilizó a Nélida. Quizás sí pudiera entablar con ellas una conversación sobre un tema tan delicado como el sexo. 

―¿Y cómo te podemos ayudar? ―Preguntó Vanesa, enredando su dedo en un bucle de su largo cabello rubio.

―Em… no lo sé. No tengo nada en mente. ―Aseguró la profesora―. Esto se dio de forma inesperada. Pasé más tiempo preocupada porque no encontraba a nadie de confianza para hablar sobre este tema, y ni siquiera me puse a pensar qué diría al encontrar a esa persona. Pero ustedes llevan tiempo juntas y… al parecer ya saben cómo tocarse la una a la otra. ¿Usan alguna técnica en particular?

―No ―dijo Vanesa―. Lo que hacemos es bastante… instintivo. 

―Sí… eso es lo que yo pienso ―dijo Nélida, con pesar―. Siempre entendí la masturbación como algo instintivo… ―se quedó en silencio y miró a las chicas que sonreían de forma extraña―. Ay, perdón… sé que no es lo habitual escuchar a una profesora hablar de masturbación.

―Es raro ―dijo Karina―, y a la vez divertido. Vos sos una profesora muy linda, no te voy a negar que me causa un poquito de morbo escucharte hablar de estos temas.

―A mí me pasa igual ―dijo Vanesa―. Espero que no te moleste.

―No, al contrario ―aseguró Nélida―. Prefiero que les cause una sensación agradable, antes de que les genere incomodidad. Sé que esto no se debería dar entre una profesora y sus alumnas…

―No te hagas drama por eso ―interrumpió Vanesa―. A nosotras nos encanta hablar de temas sexuales. Cuando estamos solas, hablamos mucho de sexo… eso nos ayudó a conocernos mejor.

―Qué bueno que puedan hablar de esos temas con tanta soltura. Yo solamente puedo hablar de sexo con mi psicóloga. Es un tanto patético.

―Bueno, ahora nos tene´s a nosotras ―dijo Karina―. Y se me ocurre una idea que podría darte una pista sobre cómo… tocarte mejor. 

―¿Qué idea?

―Em… vos ya viste lo que Vanesa hacía conmigo, apenas entraste al aula… y no te dio asco. Noté que te sorprendiste, pero no me pareció que te asqueara.

―Es cierto, me sorprendí al verlas haciendo eso… aunque de ahí a sentir asco hay un largo trecho.

―Entonces… ¿te molestaría verlo otra vez?

―¿Que yo vea como Vanesa te toca?

―Así es… quizás, al verlo, te das cuenta de algo… algún pequeño detalle… no sé, capaz que estoy diciendo una boludez. Si la idea no te gusta, olvidate de eso y probamos otra cosa.

―Ni me gusta ni me disgusta. Podría servir de algo. No lo vamos a saber hasta ponerlo en práctica. Por mi está bien… siempre y cuando a ustedes no les avergüence hacerlo frente a su profesora.

Las dos chicas se rieron tapándose la boca con la mano. 

―No, claro que no nos molesta ―dijo Vanesa―. No sería la primera vez que Karina y yo hacemos algo así frente a otra persona. 

―Ah… qué curioso. No voy a pedir detalles sobre eso, porque ya me puedo imaginar cómo habrá terminado esa situación ―las dos chicas volvieron a reírse―. Espero que entiendan que esta vez es diferente.

―Sí, eso lo entendemos muy bien ―aseguró Karina―. Esto sería como cuando vos nos explicás matemática. Solo que ahora vos vas a ser nuestra alumna. 

―Me gusta eso ―dijo Nélida, con una amplia sonrisa. Se acercó a la puerta del aula y le puso llave―. Ahora sí, pueden mostrarme. Nadie nos va a interrumpir. 

―Mejor… ―aseguró Vanesa―. Porque si nos llegan a descubrir haciendo esto dentro de la universidad, vamos a tener que dar muchas explicaciones. ¿Están listas? Yo puedo arrancar ahora mismo… y con mucho gusto.

―A mí también me gustaría que arranquemos ya ―dijo Karina―. Todavía estoy algo caliente por los toqueteos, y ya estoy empezando a enfriarme…

―Hasta me siento culpable por haberlas interrumpido ―dijo Nélida―. Se notaba que la estaban pasando bien. 

―No te preocupes ―dijo Vanesa―. En un ratito la vuelvo a calentar. 

La mano de la rubia se perdió entre las piernas de la morocha. Karina levantó su minifalda y permitió que la profesora viera todo lo que ocurría. Vanesa demostró que tenía mucha experiencia complaciendo mujeres, bastaron apenas unos pocos segundos para que la concha de Karina mostrara los primeros signos de humedad. Sus delicados dedos acariciaron el clítoris formando pequeños círculos. Nélida observó atentamente, como si fuera una alumna aprendiendo una importante lección para un examen difícil. 

―¿Te molesta si le chupo las tetas? ―Preguntó Vanesa, sin dejar de tocar a su novia.

―No, para nada. Hagan todo lo que consideren necesario. No me voy a ofender. Al contrario, no puedo hacer otra cosa que agradecerles por permitirme presenciar este acto tan… íntimo.  

―Genial, porque me encanta chupar tetas ―aseguró Vanesa.

Karina se levantó la remera y la rubia se lanzó directamente a chupar el pezón que tenía más cerca. 

―Me dijeron que soy buena chupando tetas ―dijo Nélida, y enseguida se arrepintió de sus palabras. Las dos chicas se quedaron mirándola boquiabiertas―. Ay, no piensen mal. No es que yo ande chupando tetas todos los días. No soy lesbiana. Solo que… em… también fui joven. Tuve un par de amigas con las que jugabamos a hacernos las lesbianas cuando algún tipo en la discoteca nos insistía mucho… y bueno, hubo veces en las que esos jueguitos llegaron demasiado lejos. 

―Así empecé yo ―dijo Karina, mientras Vanesa volvía a su tarea de comerle la teta―. Con “jueguitos” con mis amigas… y una cosa llevó a la otra, hasta que un día terminé comiéndole la concha a una amiga… y me gustó tanto que se la volví a comer como tres veces más, en la misma noche… y en los días que siguieron… y bueno, a ella también le gustó. Estábamos un poquito confundidas, porque nunca pensamos que pudiéramos ser lesbianas; pero… teníamos una ganas tremendas de coger entre las dos, y lo hicimos. Ahora ella anda buscando novio, intentando convencerse de que no es lesbiana. Yo lo asumí mejor… aunque al principio costó… y ya ves… me busqué una linda novia y soy muy feliz con ella. 

―Y mientras buscabas… ¿probaste con otras chicas? ―Quiso saber Nélida. 

―Uy, sí… con varias. Incluso me acosté con Vanesa mucho antes de que decidiéramos ponernos de novias. La elegí a ella porque nos llevamos muy bien… y porque es la que mejor me chupó la concha. 

Los dedos de la rubia se colaron dentro de la vagina de Karina, Nélida observó atentamente, repasando mentalmente cada movimiento, para poder ponerlo en práctica cuando estuviera sola. 

―No se ofendan, chicas ―dijo Nélida―; pero no sé cómo pueden saciar sus deseos sexuales sin un… pene de por medio. O sea, me imagino que el sexo entre mujeres debe ser bastante aburrido.

―No es aburrido, para nada ―dijo Vanesa. Sus dedos comenzaron a entrar y salir de la concha de su novia―. Yo de vez en cuando me como una pija…

―¿Ah si?

―Sí, a las dos nos gustan las vergas ―Karina asintió con la cabeza, mostrando que estaba de acuerdo con lo que decía su novia―. Especialmente si son bien grandes. Lo que no nos gusta es tener que aguantar lo que viene detrás de cada verga.

―Los hombres ―dijo Nélida, riéndose.

―Así es ―dijo Karina―. Todo bien con las pijas, a las dos nos gusta que nos den una buena cogida de vez en cuando… en especial si estamos las dos juntas. Pero solamente lo hacemos con tipos que no forman parte de nuestro círculo social, con tipos que no tenemos que volver a ver. A pesar de esto, a las dos nos quedó muy claro que preferimos a las mujeres. Las vergas son como… un juguetito extra del que podemos disfrutar de vez en cuando. 

―Es una forma interesante de verlo ―dijo Nélida―, pero aún así… el sexo entre mujeres me parece algo soso. 

―Quizás si hubieras experimentado más con mujeres, tus pajas podrían ser más satisfactorias ―sugirió Vanesa. 

―Puede ser… o tal vez se deba a que a mí me cuesta mucho disfrutar del sexo. A veces pienso que mi psicóloga no me quiere decir que tengo algún problema, ya sea físico o psicológico, que me impide disfrutar del sexo. Estuve leyendo que hay gente que nunca en su vida experimentó un orgasmo…

―¿Nunca tuviste un orgasmo? ―Preguntó Karina, con genuino interés.

―Sí lo tuve. Bah, eso creo. Estoy casi segura de que hubo unas pocas ocasiones en las que llegué al orgasmo. Hablé de eso con mi psicóloga. El problema es que no puedo repetir esas experiencias, es decir, por más que intento pasarla bien cuando tengo sexo con alguien, termino… aburrida. Es patético, lo sé.

―A mí me aburre el sexo con hombres ―dijo Vanesa―. Solamente lo hago si hay alguna chica de por medio. Los tríos me calientan un montón; pero no me gusta estar sola con un tipo. 

―Mmm… confieso que yo tuve algunas experiencias que casi se las puede considerar un trío.

―¿Con dos hombres? ―Preguntó Karina.

―No, con un hombre y otra mujer.

―Apa… ―Vanesa, que seguía masturbando frenéticamente a su novia, miró a la profesora con una sonrisa libidinosa―. Entonces… ¿llegaste a probar concha? Me daría un morbo tremendo saber que chupaste una concha.

―Em… ―Nélida se puso roja―. Nunca hablo de esto con nadie, pero ustedes me están ayudando… y sé que el tema no les da asco. La verdad es que sí, llegue a chupar algunas conchas.

―¡Wow! ―Exclamó Karina―. Eso me pone a mil. ¿La profe de matemáticas chupando concha? No lo puedo creer. Todas las chicas medio tortilleras del curso se matarían a pajas si lo supieran. Pero ojo, no estoy diciendo que les vaya a contar. Sé guardar secretos.

―Agradezco eso… sin embargo no creo que yo estimule la masturbación de ninguna de mis alumnas.

―¿De qué hablás? ―Preguntó Vanesa―. Si sos preciosa. Los varones te miran como si fueran a clavarte la pija en cualquier momento, ahí sobre tu escritorio. Y las chicas… bueno, acá tenés al menos dos que sí se hicieron unas cuantas pajas pensando en vos. ―Las dos chicas se rieron de forma picarona. 

―¡Ay! ¿De verdad? Sinceramente no entiendo qué me ven…

―Nélida ―dijo Karina―, sos una mujer hermosa, tenés un cuerpo espectacular… y últimamente estás usando esos vestidos tan ceñidos al cuerpo… y tan cortitos… que todos en el curso nos estamos matando a pajas pensando en vos. Hasta alguna de las chicas heterosexuales llegó a decirnos: “Qué hermoso culo que tiene la profe”. 

―Eso sin contar las veces en las que te agachaste y se te vio la tanga ―dijo Vanesa―. Te juro que me dieron ganas de pajearme ahí mismo. Me da un poquito de pena que no puedas disfrutar del sexo, porque te aseguro que no te faltarían pretendientes, sean hombres o mujeres.

―Ay… nunca había tenido esa percepción de mí misma. O sea, confío que, como mujer, puedo tener cierto atractivo. Sin embargo nunca imaginé que mis alumnos me vieran de esa forma… bueno, quizás los varones sí, porque ellos andan con las hormonas alteradas; pero ¿las chicas? Me cuesta creer que alguna de mis alumnas me pueda mirar con esos ojos.

―Te cuento algo ―dijo Karina―. Una vez, en plena clase, te acercaste a mi pupitre y te inclinaste hacia adelante, para explicarme algo. Yo… em… yo te miré las tetas, porque tenías un escote tremendo… hasta se te vieron parte de los pezones. 

―Ay… perdón, no me di cuenta de eso. Quizás no debería usar escotes tan pronunciados en clase.

―No te preocupes, a mí me encantó mirarte las tetas ―dijo Karina, con picardía. Levantó sus piernas como si quisiera que la profesora le viera mejor la concha―. Pero eso no es todo lo que pasó. Justo detrás tuyo quedó el banco de esa chica tan calladita, Jaqueline. Vos tenías un vestido todavía más cortito que el que estás usando ahora. Cuando te agachaste, se te levantó y toda tu tanga quedó a la vista.

―Sí, yo estaba sentada detrás de Jaqueline y puedo dar fe de eso. Para colmo tenías una tanga diminuta, que se quedó bien encajada entre los labios de la concha. Fue una de las cosas más morbosas que vi en mi vida. Y eso que yo estaba un poco detrás, porque Jaqueline…

―A ella le quedó todo tu culo contra la cara. 

―Ay, pobrecita. Me avergüenza mucho esto que me están contando. Juro que no lo hice a propósito.

―No te sientas mal ―continuó Karina―. Jaqueline habló con nosotras después de lo que pasó. La pobrecita vino muy tímida y con la cabeza gacha. Nos dijo que quería preguntarnos algo, porque estaba confundida.

―¿Confundida por qué? ―Quiso saber Nélida―. ¿Creía que yo hice eso a propósito?

―No ―respondió Vanesa―. Entendió que fue sin querer. La confusión de Jaqueline se debió a lo que sintió cuando tu culo le quedó contra la cara y pudo verte casi toda la concha. Ella dijo que… sintió ganas de tocarte la concha… de acariciarla, incluso besarla.

―¿Qué?

―Así es ―dijo Karina―. La chica nunca se había planteado que una mujer pudiera excitarla. Por eso su confusión. Lo que vio le pareció demasiado lindo. Ahora es muy obvio cómo te mira el orto cada vez que te tiene cerca.

―Y presta mucha atención si te agachás cerca del pupitre de Karina. Así que… sí, Nélida… podés estimular las pajas de tus alumnas. Estoy segura de que Jaqueline se habrá hecho un montón de pajas pensando en tu culo… y en tu concha. Ella no habla mucho con nosotras, nos dijo que la intimidamos un poco, porque somos muy abiertas con el tema sexual. Jaqueline lo ve como algo más… íntimo.

―Sí, esa chica se reprime demasiado. Me encantaría que fuera nuestra amiga ―aseguró Karina―. Podríamos ayudarla a liberarse un poquito… y quizás termine aceptando que le calientan las mujeres. 

―Ay, me siento mal ―dijo Nélida―. Me apena mucho haber provocado esa clase de dudas en una de mis alumnas. No era mi intención. Les juro que si uso estos vestidos no es porque me guste mostrarle el culo a mis alumnas… mi psicóloga me lo sugirió, para que yo empiece a sentirme más cómoda con mi propio cuerpo. 

―Por favor ―dijo Vanesa―, no dejes de usar esos vestidos, nos encanta verte así. 

―Aunque más nos gustaría verte sin el vestido ―dijo Karina, con una risa picarona a la que se unió su novia. 

―¿De verdad les parezco tan linda?

―Sí, de verdad ―aseguró Vanesa―. Sos hermosa, Nélida… y más de una vez, mientras cogíamos, Karina y yo terminamos hablando de tus tetas, o del lindo culo que tenés… o tus piernas, que son perfectas. 

―Ay, chicas… si mi psicóloga no fuera tan buena, les juro que las contrataría a ustedes como terapeutas. Me están haciendo sentir muy bien. Hace mucho que nadie me hace halagos tan sinceros. 

―Eso me cuesta creerlo ―dijo Karina―, con lo linda que sos, me imagino que debés tener un montón de pretendientes.

―La verdad es que no. Con mi problemita para disfrutar del sexo, terminé alejándome mucho de la gente. Ustedes no parecen tener ese problema, en absoluto. Por lo que me contaron, se nota que disfrutan mucho del sexo… bueno, y además se les nota en la cara. 

―Es que Vanesa es una experta en esto ―aseguró Karina―. Ya no aguanto más, tengo unas ganas tremendas de que me chupe la concha. Si vos no estuvieras, ya le hubiera pedido que lo haga.

―Les dije que podían emplear cualquier método que las ayude a disfrutar más… no se limiten porque yo esté acá. El sexo entre mujeres no es de mi agrado; pero creo que al hablar de ese tema con Cassandra, mi psicóloga, al menos ya no me genera tanto rechazo la idea de ver a dos mujeres teniendo sexo. 

―Entonces… ¿puedo? ―Preguntó Vanesa, señalando la vagina de su amante.

―Si quieren… sí…

Las dos chicas intercambiaron miradas, sonrieron y se dieron un beso muy apasionado que se extendió durante varios segundos. Cuando se separaron, Vanesa se puso de rodillas frente a Karina, separó las piernas y acercó su lengua. No hizo ningún juego previo, como si su intención fuera que la profesora la viera comiendo concha lo antes posible. 

Para no perderse la acción, Nélida se puso de pie y se acercó a las chicas. Pudo ver cómo la lengua de Vanesa buscaba con avidez estimular el clítoris de Karina. La morocha gimió y se masajeó las tetas. Nélida no podía creer cómo de forma inesperada termino presenciando cómo dos de sus alumnas tenían sexo; sin embargo le gustaba que ellas le permitieran ver esto. Nélida llevaba mucho tiempo sin compartir momentos especiales con amigos o amigas, tenía a su psicóloga; pero eso no era lo mismo. A Cassandra le pagaba para hablar con ella, sin embargo estas chicas lo hacían por puro gusto… ¡y sí que les gustaba! 

La sensual boca de Vanesa se prendió a la concha de su novia y comenzó a chuparla con fuerza, le dio rápidas lamidas y después volvió a jugar con el clítoris. 

Nélida se sintió extraña, la humedad en su entrepierna se estaba incrementando… y ni siquiera se estaba tocando. No entendía por qué ver a estas dos chicas teniendo sexo le generaba esas sensaciones. Quizás fuera por lo extraña de la situación, al fin y al cabo ella era la profesora, y las chicas sus alumnas… y estaban dentro de un aula de la universidad. Eso tenía un sentido de “prohibición” que condimentaba muy bien cualquier experiencia sexual, aunque fuera entre dos mujeres. Además las chicas eran preciosas. Hablando con Cassandra llegó a reconocer que el cuerpo de una hermosa mujer puede ser agradable de ver. Si tenía que ver cómo dos mujeres se comían la concha entre ellas, prefería que fueran muy bonitas. 

Las mejillas de Vanesa se sonrojaron, lo que le dio un aspecto más angelical. Nélida pensó que cualquier hombre se volvería loco al ver una chica tan linda como esa chupando concha… era morboso de por sí. 

Sí, eso debía explicar por qué Nélida estaba tan excitada. Además, mentalmente, seguía repasando los movimientos que hicieron los dedos de Vanesa sobre la concha de Karina… Nélida no veía la hora de tener un tiempo a solar para poder poner en práctica lo aprendido. El detalle más significativo que pudo notar fue que a Vanesa le gusta ejercer mucha presión sobre el clítoris de su amante. Lo hizo con los dedos y ahora también lo hace con fuertes chupones. Nélida siempre fue muy suave con su propio clítoris, para no lastimarse; pero quizás fue demasiado suave… quizás un poco de intensidad extra podría resultar favorable.

Los gemidos de Karina se volvieron más intensos y ella apretó la cara de su novia contra la concha. 

―Así… así… comemela toda, mi amor. Me encanta.

A Nélida se le crisparon los nervios, una especie de escalofrío recorrió su columna vertebral. Karina habló entre gemidos, de una forma sumamente sensual, y eso impactó en la profesora de forma inesperada. Quizás, pensó ella, sintió ese escalofrío porque a ella también le gustaría que alguien le comiera la concha tan bien que la llevara a gemir como Karina.  

―Ay sí… seguí, seguí… haceme acabar… 

Vanesa le metió los dedos en la concha al mismo tiempo que le chupaba el clítoris. Lo hizo tan bien que en pocos segundos Karina comenzó a retorcerse en la silla, de puro placer.

Nélida se quedó atónita mirando esta escena. De verdad la había hecho acabar… solo con chuparle la concha y meterle un poco los dedos. Vanesa había conseguido que una mujer tuviera un potente orgasmo, sin la intervención de una verga. Nélida no comprendía cómo esto podía ser posible. Pero ahí estaban todos los signos, los gemidos, las convulsiones espontáneas, los pezones duros… la concha chorreando flujos. Karina estaba disfrutando de un hermoso orgasmo.

De a poco la morocha comenzó a tranquilizarse y ello llevó a Vanesa a detener las lamidas. La rubia se puso de pie y sin limpiarse los labios, besó a su novia en la boca.

―Wow, chicas… eso fue… extraño. Me sorprende que Karina haya conseguido acabar.

―Y sí que acabé ―dijo Karina―. Casi me explota la concha. Así de buena es Vanesa.

―Vos también sos muy buena ―le dijo la rubia, mientras le daba pequeños besitos―. Vos me podés hacer acabar de mil formas diferentes. 

―Qué envidia ―dijo Nélida―. Pero lo digo en el buen sentido de la palabra. A mí también me gustaría poder disfrutar como ustedes lo hacen.

―Entonces ―dijo Karina―, quizás algún día deberías permitir que una mujer te coma la concha. 

―Eso… eso ya pasó. 

―Cierto ―continuó Karina―. Cierto que ya probaste concha… se me hace difícil concebir esa idea. ¿Y cuando te la chuparon a vos, te gustó?

―Puede ser, no sé… pasó hace tantos años que ya no estoy segura. 

―Bueno, es algo que tenés que probar ―dijo Vanesa―. Nadie chupa una concha mejor que una buena lesbiana. Entre nosotras nos entendemos muy bien.

―Sí, escuché esas palabras antes… no sé, no me animo a probar esas cosas con una mujer. Pero sí me gustaría que ustedes me siguieran enseñando, como lo hicieron hoy. De momento podemos dejar esto acá, aunque me gustaría que se repitiera… quizás en algún lugar más cómodo. No me parece correcto usar las instalaciones de la universidad para esto. ¿Les gustaría venir a mi casa algún día?

―Sí, claro ―dijeron las dos chicas a coro. 

―¿De verdad? Me pone muy contenta que acepten. Se nota que son muy buenas en lo que hacen y creo que con ustedes puedo aprender mucho. 

―Estamos comprometidas a enseñarte ―dijo Vanesa―. Nos caés muy bien, Nélida… y ahora que sé que probaste conchas, me caés todavía mejor.

―Ay… ―Nélida se rió―. Pero eso fue hace mucho… producto de la locura del momento. No se lo tomen muy al pie de la letra. Comer conchas no está entre mis preferencias, ni de cerca.

―Está bien ―dijo Vanesa―; pero con que lo hayas probado alguna vez, ya me agrada… y también me da un poco de morbo. Espero que no te moleste que te lo diga.

―No me molesta… se siente raro que una alumna me diga que yo le doy morbo; pero si viene de ustedes no me molesta, porque tenemos un acuerdo. Quiero que me enseñen a masturbarme y también quiero que sean lo más honestas posibles conmigo. Por ejemplo, les agradezco un montón que me hayan contado lo del vestido… y lo que pasó con la pobre Jaqueline, de ahora en adelante intentaré tener más cuidado cuando me agacho cerca de algún pupitre. No tengan miedo en contarme lo que sea, no me voy a ofender.

―Me parece bien ―dijo Vanesa―. Entonces… agendá nuestros teléfonos, así nos ponemos de acuerdo para ir a tu casa.

―Perfecto. 

Nélida guardó los números de sus alumnas y luego se despidió de ellas. Las clases de tutoría no podían extenderse durante demasiado tiempo y Nélida tenía miedo de que alguien intentara abrir la puerta, prefería no tener que explicar por qué había cerrado con llave.

Estaba muy feliz, consiguió hacer dos nuevas amigas… porque ya las estaba considerando como tales. Nélida creía que si el amor podía darse a primera vista, la amistad también. Aunque esto no fue exactamente a primera vista, ya conocía a Vanesa y a Karina; pero en una sola tarde logró más confianza con ellas que con muchas de sus mejores amigas en años. 

Esto tenía que contárselo a Cassandra. Nélida aún no entendía muy bien exactamente qué estaba haciendo Cassandra con ella, pero lo que estuviera haciendo de verdad estaba funcionando. Nélida llevaba años sin sentirse tan alegre y vigorizada. Tenía ganas de vivir, de experimentar y de sentirse hermosa. 



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