Venus a la Deriva [Lucrecia] (36) - Mostrando los Dientes.

 


Modelo de la foto: Irina Buromskih


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Venus a la Deriva [Lucrecia]


Capítulo 36.

Mostrando los Dientes.

El corazón me latía descontroladamente y mi cabeza daba vueltas, provocando que emociones opuestas se atropellaran entre sí. En una de las caras de esa contradicción emocional estaba el pánico que sentía por haber golpeado a la profesora Jimena Hernández, y las consecuencias que esto traería. Nunca en mi vida había recurrido a la violencia física. En la otra cara estaba la satisfacción de haberle cerrado de un puñetazo la boca de esa arpía, aún podía sentir en mis nudillos la cara de Jimena, nunca me voy a olvidar de la forma en que cayó desplomada en su sillón. Ese golpe no fue sólo para ella, también fue para mi madre, mi padre y todas aquellas personas que se habían empecinado en arruinarme la vida. Fue un golpe contra la opresión y la frustración. Las manos me temblaban y no podía dejar de caminar, sabía que si me detenía en cualquier momento estallaría en llanto y posiblemente me diera una crisis de nervios.

Los laberínticos pasillos de la universidad me llevaron hasta el área destinada al convento, era mi inconsciente quien me conducía. Al parecer Dios se acordó de mí y luego del terrible momento que me tocó vivir, puso en mi camino a un grupo de monjitas de las cuáles yo conocía a una. Anabella dejó de hablar con su compañera en el mismo instante en que me vio, mi aspecto debía ser desastroso, lo deduje por la expresión de su cara.

―Buenas tardes, Hermanas ―saludé haciendo un increíble esfuerzo por sonar calmada y alegre; las monjas me devolvieron cordialmente el saludo―. ¿Puedo robarles a la Hermana Anabella por unos minutos? Tengo que hablar con ella de un asunto importante. ―La mayoría de las monjas eran viejas y si Dios estaba de mi parte, no habrían visto mi video erótico ni sabrían nada de mí; pero como todas titubeaban me vi obligada a mentir (Sí, a veces se me da por mentir en la casa de Dios)―. Tengo que darle los detalles para una misa sobre el primer aniversario de la muerte de mi abuelita. ―Sabía que Anabella se encargaba de organizar las misas por lo que hacía perfecta la excusa.

―Ah sí, ya recuerdo quién es usted ―dijo Anabella corroborando mi teoría de que las monjas también saben mentir―, pase por aquí y me cuenta todos los detalles, siento mucho lo de su abuelita.

―Muchas gracias ―le dije simulando pena; la abuelita en la que pensé para la excusa llevaba muerta más de diez años.

Caminamos hacia sus aposentos, como los llama ella, sin cruzar palabra alguna por miedo a que alguien nos estuviera escuchando; mantuve mi postura lo más tranquila posible aunque  por dentro hervía de rabia y quería gritar. Aún todo estaba muy vivo en mi mente, no habían pasado ni quince minutos desde que le partí la boca de un golpe a Jimena Hernández.

―¿Qué pasó Lucrecia, por qué estás así? ―me preguntó apenas nos encerramos en su cuarto.

―¿Así cómo? ―fue una pregunta automática, sabía muy bien a lo que se refería.

―Te veo tensa y pálida ¿estuviste llorando? ―Pasé el dorso de mi mano por mis mejillas y descubrí rastros de lágrimas―. No me digas que te peleaste otra vez con Lara.

―No, esto no tiene nada que ver con Lara… bueno, sí tiene que ver con ella; pero no nos peleamos, de hecho Lara ni siquiera sabe lo que pasó, porque vine directamente a verte a vos. Terminé de arruinar mi vida, Anabella, ya no sé qué voy a hacer… todo me sale mal y sé que en cualquier momento voy a explotar.

―Vas a explotar si no te calmás un poco.

Me tomó de las manos, fue como si me hubieran inyectado un sedante, la miré directamente a sus hermosos ojos mientras mi respiración volvía a la normalidad, me lancé sobre ella y la abracé con fuerza. Lo necesitaba desesperadamente. Ella tuvo la gentileza de abrazarme con la misma intensidad.

―¿Ya estás mejor? ―Me preguntó en cuanto nos soltamos, luego de varios segundos.

―Sí, mucho mejor. Gracias por ser tan buena conmigo, Anabella. Te quiero mucho ―me acerqué y le di un beso que se estrelló con torpeza en su mejilla, quizás demasiado cerca de sus labios.

―Yo también te quiero mucho, Lucrecia. Sos mi mejor amiga. ―En lugar de alegrarme, esas palabras fueron como un puñal en mi pecho; pero en ese momento tenía otras preocupaciones en mente.  

―Qué lindo eso que decís ―le sonreí lo mejor que pude.

―Vení, sentate y contame qué pasó, pero hablá despacio, no te atolondres.

―La paciencia no es una de mis virtudes ―admití mientras tomaba asiento.

Le narré todo lo sucedido, sin obviar detalles. Ella escuchó en silencio todo el tiempo, sabe cómo escuchar a la gente sin interrumpir. Le hablé de Gladis Rodríguez y de cómo la mujer fue tan falsa conmigo al sonreírme todo el tiempo, me sentía una estúpida por haber confiado en ella. A pesar de que Anabella vivía en este mismo edificio, no conocía a esa mujer y tuve que aclararle quién era, también hice lo mismo con Jimena Hernández, ésta al menos se había mostrado tal como era: una enferma mental con reacciones totalmente inmaduras, que ni siquiera yo, a mis veintiún años, las tengo. O sea, sí tengo reacciones inmaduras, lo admito; pero no creo llegar a esos extremos.

―No sé qué hacer, Anabella, mi vida se cayó a pedazos ―le dije, con los ojos llenos de lágrimas―. ¿Por qué me pasa todo esto? Nunca le hice mal a nadie, sólo intenté ser feliz junto a las personas que más quiero.

―No pretendo salir con el clásico “Te lo dije”, pero hace mucho te hablé y te dije que tus actos podrían traer graves consecuencias. Te metiste muy rápido en un mundo que no conocías, pero ojo, con esto no justifico lo que te pasó. Nada de esto debería haberte pasado, como vos lo dijiste, nunca le hiciste mal a nadie, más que a vos misma. Me sorprendió que tus padres obraran de esta forma y más me sorprende que haya gente dentro de la universidad decida a hacerte la vida imposible. Me da mucha bronca que sean tan malas personas, perdón que lo diga así, pero me cuesta horrores entender cómo la gente puede ser tan cruel y desconsiderada.

―Así es el mundo real, Anabella, está lleno de gente de mier…

―Sí, ya entendí. Puede que sea cierto, pero tenés que buscar el lado positivo.

―¿Cuál sería ese? Porque no puedo verlo; me quedé sin casa, me quedé sin dinero y me quedé sin educación. Lo único que me falta es quedarme sin novia, ahí sí que me muero; Lara es lo único bueno que me queda.

―Justamente vos lo dijiste. Todavía queda la gente que te quiere mucho y que te va a ayudar en todo lo que se pueda. Lara y yo no te vamos a dejar sola. ―Me acarició el dorso de la mano con la yema de sus dedos―. Además todavía sos joven Lucrecia, tenés toda una vida por delante. Nunca sabés qué puede pasar.

―Podrían empeorar las cosas.

―O podrías esforzarte para que mejoren y dejar de sentir lástima por vos misma, eso no te lleva a ningún lado. Todo lo que te está pasando es muy feo, vas a llorar y vas a sufrir; pero está en vos levantarte y seguir adelante.

―Como lo hiciste vos.

―¿Te estás burlando de mí?

―No, para nada, Anabella. Lo digo honestamente. Vos pasaste momentos terribles en tu vida, pero saliste adelante, encontraste una vida que te da paz y tranquilidad.

―Es cierto, podrá ser una vida un tanto aburrida y monótona, pero también me alimenta el espíritu. Es cierto que me deprimí mucho, hasta… hasta estuve a punto de quitarme la vida, pero no lo hice porque sabía que eso no solucionaría nada y sólo mataría de la angustia a mi madre.

―No sabía eso ―apreté su mano con fuerza―; aunque me imagino cuál fue el motivo.

―Sí, fue justo después de la muerte de mi padre… estuve tan cerca que se me pone la piel de gallina al pensarlo; pero en ese momento vi la cruz de madera que me hizo mi papá ―sacó dicha cruz de su sotana, la tenía colgada del cuello―. Sentí una calidez enorme en mi cuerpo, como si mi padre o Dios me estuvieran enviando un mensaje. En ese momento supe que mi vida no podía terminar allí y decidí afrontar todos mis miedos. No sólo recurrí a la religión en busca de refugio, sino que también lo hice para poder ayudar a quienes lo necesiten.

―Es muy hermoso lo que me contás, Anabella. Me alegra mucho saber que encontraste a Dios en un momento de angustia. Aunque últimamente estoy un poco enojada con Dios, mi padres lo usaron en mi contra.

―Vos no estás enojada con Dios, estás enojada con la gente que hace mal uso de sus enseñanzas ―abrí los ojos, sorprendida.

―Tenés razón, es exactamente lo que están haciendo mis padres. Están abusando de las enseñanzas bíblicas. Se llenan la boca hablando de Dios, como si fuera un miembro de la familia; pero no miden sus propias acciones, se fanatizan por pertenecer y agradarle a un sector de la comunidad, ocultando o negando sus propios pecados. Se los perdonan mutuamente para no tener que contárselos a nadie y… echan a patadas de la casa a su hija porque ésta interfiere y pone en riesgo todo ese teatro que ellos construyeron. ―De pronto pude ver todo más claro―. ¿Cómo no me di cuenta antes? ―Anabella me miró ladeando un poco su cabeza―. De verdad tenían miedo de que Lara hiciera público el video de mi mamá en esa fiesta… recurrieron a un último manotazo de ahogado.

―¿Qué fiesta?

―No te puedo contar ahora. Necesito hablar con Lara, ya sé lo que puedo hacer para solucionar mis problemas, o para destrozar mi vida por completo. Lo que pase primero.

―No digas eso, Lucrecia ―me puse de pie y caminé hacia la puerta―. Lucrecia vení, no seas tan impulsiva. ―Abrí la puerta―. ¡Lucrecia! ―Escuché que la monja se ponía de pie mientras yo salía de su cuarto―. No voy a permitir que hagas otra locura. ―Podía escuchar sus pasos detrás de mí.

―Es mi vida Anabella y tengo derecho a recuperarla o arruinarla por completo.

―Estás actuando sin pensar, como siempre hacés.

―¿Me vas a seguir hasta la casa de Lara?

―Si es necesario, sí.

―Anabella, no te lo tomes a mal ―le dije sin dejar de caminar a paso ligero― pero a vos no te afecta en nada lo que yo haga con mi vida.

―Sí que me afecta… y mucho. Sos la persona que más quiero, después de mi madre ―me detuve en seco.

―¿Lo decís en serio?

―Sí, pero no pienses de más. Yo… nunca tuve muchas amigas. Sé que te conozco desde hace poco, pero en este tiempo logré acercarme a vos más de lo que me acerqué a muchas personas. Te quiero como amiga y eso es lo que intento decir, ya sabés muy bien por qué te lo aclaro ―sus ojos chispearon―. En estos últimos meses te metiste en mi vida y nunca me había sentido tan bien con otra persona, vos sos me alegrás siempre que estoy triste o aburrida, sos la que le pone un condimento extra a mi vida y siento que si vos te caés, lo mismo me va a pasar a mí. Y no lo digo en un sentido egoísta, me refiero a que me haría sentir muy mal si a vos te pasa algo malo. 

―Gracias por todo lo que me decís, de verdad significa mucho para mí que alguien como vos me valore tanto. Te prometo que todo va a salir bien, Anabella ―le sonreí―. Voy a pensar muy bien las cosas antes de hacerlas, para eso la tengo a Lara.

―De todas formas, quiero asegurarme de que no vas a hacer alguna locura irracional.

―Todas las locuras son irracionales, Anabella.

―Sí, pero las tuyas son más irracionales. Voy con vos y no se habla más.

―Está bien… ¿me prestás tu teléfono para llamar a Lara?

―Esa fue buena, pero no voy a caer.

―¿A qué te referís?

―Sabés muy bien que mi teléfono quedó dentro de mi dormitorio... en cuanto la monjita ingenua vaya a buscarlo, Lucrecia desaparece y tira su vida al tacho.

―Tengo que reconocer que siempre estás un paso delante de mí ―sonreí divertida―. Me va a venir bien tener de aliada a alguien tan astuta como vos ―me miró con el ceño fruncido―. Está bien, lo admito, mi intención era salir corriendo cuando entraras a tu pieza; pero ya no. Además no sé dónde está Lara, sería bueno llamarla. Si querés buscamos juntas el teléfono.

―No quiero que te alejes de mí, ni por un segundo ―¿Sabrá ella cuántas veces fantaseé con que me dijera esa frase? Aunque el contexto no era el que yo imaginaba, me puso feliz escucharla.

Llamé a Lara desde el dormitorio de la monja, me informó que en ese momento se encontraba en una reunión en la Asociación Israelita junto a sus padres y me pidió que por favor fuera a rescatarla; no se le había ocurrido ninguna buena excusa para que la dejen salir. Su apuro por huír de allí era tal que me dijo que fuera en taxi, ella me prestaría dinero para pagarlo.

No le dije a Anabella a dónde iríamos, porque quería ver su expresión al llegar, pedimos el taxi y en menos de quince minutos nos detuvimos frente a un gran edificio que llevaba un cartel blanco con una estrella de David en azul. La reacción de la monjita no fue la esperada, supuse que se iba a incomodar, pero bajó del taxi sin preocupación alguna y caminó junto a mí hacia la puerta de la Asociación. Había un número considerable de gente de pie en el hall de entrada y fueron ellos los que reaccionaron de forma extraña al ver a mi acompañante. Al parecer nadie comprendía qué hacía una monja católica en una reunión judía.

―Buenas tardes, señoritas ¿podemos ayudarlas en algo? ―Nos preguntó un hombre delgado y con anteojos opacos.

―Estoy buscando a Lara Jabinsky ―anuncié, mientras el hombre escaneaba de arriba abajo a la preciosa muchacha enfundada en hábitos católicos, ella le sonreía con simpatía―. No se preocupe, no vino a iniciar ninguna “guerra santa”. ―Le dije mientras señalaba a Anabella con el pulgar―. Es solamente una amiga, me está acompañando.

―¿Eh? Ah sí, disculpe. No era mi intención ofenderla, Hermana ―lo dijo educadamente, no pude notar sarcasmo en su voz.

―No se preocupe, no me ofendí. Entiendo que puede resultar un tanto extraño verme por aquí. ¿Se encuentra la señorita Jabinsky? ―Si de algo sabe Anabella es de cortesía.

―Déjenme preguntar, ¿Lara tiene algún parentesco con Lucio Jabinsky?

―Sí, es la hija. Busque a una chica de unos veintiún años, de pelo negro, de piel pálida y que tenga el aspecto de estar super aburrida. Esa es la Lara que busco.

―Entiendo, señorita. Los jóvenes siempre se aburren en estas reuniones, yo también me aburría a esa edad, no la culpo. Ya vuelvo con su amiga.

―Vaya tranquilo, le prometemos no convertir a nadie en su ausencia ―el hombre sonrió, a pesar de su aspecto serio, parecía tener buen humor.

Esperamos un par de minutos tolerando la mirada curiosa de todos los presentes, por suerte el hombre encontró a la Lara correcta y ésta salió a recibirnos con una amplia sonrisa.

―Me salvaron, pensé que me moriría de aburrimiento ―nos dijo en voz baja―, para colmo había un chico que no dejaba de insinuarme cosas. Un desubicado total, ni siquiera en una reunión religiosa deja de lado la testosterona.

―Estás muy linda, Lara― le dije con sarcasmo; llevaba el pelo completamente recogido, una camisa celeste y una falda negra muy formal.

―Callate, Lucrecia, yo no me burlo de la ropa que usás para misa.

―Sí te burlás. Decís que parezco la Cenicienta ―quería saludarla con un beso en la boca, pero por razones obvias no lo hice.

―Bueno, no se peleen por eso, sino ¿a mí qué me queda? Me paso el día con estos hábitos ―intervino Anabella.

―¿No era que te gustaba llevarlos? ―le pregunté.

―Sí, pero ahora me siento un poquito incómoda con todo el mundo mirándome, mejor vamos a otra parte… donde haya más cruces y menos estrellas.

―Sí, mejor vamos antes de que la novicia se nos ponga rebelde ―les dije iniciando la marcha.

―Técnicamente ya no soy novicia ―añadió Anabella, demostrando su total falta de complicidad para el humor. 

Mientras caminábamos le expliqué a Lara que al taxi lo había pagado yo misma, porque todavía tenía algo de dinero, y si todo salía bien podría estabilizarme un poco. Llegamos a una plaza muy bonita que estaba poco concurrida, nos sentamos en un banco de cemento que no era muy cómodo pero era eso sentarnos en el suelo.

―¿Qué pensás hacer, Lucre? ―me preguntó mi novia.

―Me di cuenta, gracias a Anabella, que mis padres montaron todo ese numerito por miedo. Quisieron hacerme entender que no les importaba lo que había en ese video.

―¿Le contaste a Anabella sobre el video?

―No sé nada sobre ningún video… y creo que no quiero saberlo ―se atajó la monja.

―Mejor que no conozcas todos los detalles. Digamos que el contenido del video compromete enormemente a mi madre. Si llegara a los ojos de los demás integrantes de mi familia, sería un escándalo.

―Y también compromete mucho a varias amigas de tu mamá ―agregó Lara. 

―¿De verdad? Eso no lo sabía… aunque era de suponerse ―sonreí con malicia―. Eso pone las cosas aún más interesantes, por culpa de mi madre se podría hundir mucha gente.

―¿No pensarás perjudicar a toda esa gente sólo porque a vos te va mal, cierto? ―La mirada inquisidora de Anabella me avergonzó.

―Es que… bueno… sí, tenés razón. Esa gente no me hizo nada, pero mi mamá no sabe qué tan lejos pretendo llegar, digamos que puedo hacerle creer que voy a distribuir copias del video por todas partes.

―Me gusta la idea del chantaje, aunque la monja diga lo contrario ―acotó Lara―. Además en realidad no vamos a publicar el video en ninguna parte, solo le haríamos creer eso a tu mamá. ¿Pero qué le vas a pedir a cambio?

―Esperá ―dije, mirando a Anabella.

―¿Qué pasa? ―me preguntó.

―Estoy esperando tu reacción ante la palabra “chantaje” ¿No tenés ningún sermón para darme?

―Tengo muchos, pero sé que no servirían de nada, de todas formas lo vas a hacer. No soy vengativa pero sé que tu madre merece algún pequeño castigo por lo que te hizo.

―Y decís que no sos vengativa... qué monjita más rara resultaste.

―Podré ser monja, pero tampoco soy una santa. Me molesta mucho que tu madre utilice de esa forma la palabra de Dios. No debería ser usada para perjudicar a la gente… aunque estas personas piensen de forma indebida.

―No me vengas ahora con los sermones sobre las relaciones lésbicas ―me quejé―. Estamos hablando de chantaje. Vamos de a uno a la vez. ¿Estás de acuerdo con que hagamos eso?

―Claro que no, pero quiero escuchar cuál es tu idea.

―Mi idea es asustarla un poco, como en el póker o el truco, donde uno intenta hacerle creer al rival que tiene las mejores cartas, aunque no las tenga. No quiero publicar el video realmente, no soy tan mala persona y sé muy bien lo mucho que puede afectar eso en la vida de una persona; pero sí quiero que ella lo crea. Que piense que estoy dispuesta a joderle la vida totalmente.

―Bueno, si sólo es una mentira, está bien.

―Grabala Lucrecia ―sugirió Lara―. Tenemos a una monja admitiendo que está bien mentir, podríamos chantajear a todo el Vaticano con eso.

―No se pasen ―dijo Anabella intentando contener su risa―. No digo que esté bien mentir. Pero será posible, no puedo decir nada que todo lo toman por el lado indebido. Lo que quiero decir es que si realmente no van a hacerle mal a nadie, entonces me parece bien. Si no funciona, no pasa nada… pero si tu madre te cree, quizás puedas recuperar tu vida.

―No voy a recuperar mi vida ―agaché la cabeza―. Conozco a mi mamá, ella es como un perro rabioso, no piensa, sólo actúa por instinto.

―¿A quién me hará acordar? ―Preguntó la monja.

―No me hace gracia. No soy como ella. A lo que voy es que se va a defender con uñas y dientes, a lo sumo voy a poder conseguir algo muy chico, como para “comprar mi silencio”, pero si le pido mucho, siendo tan orgullosa y avara, voy a salir perdiendo y no me va a dar nada.

―¿Qué pensás pedirle? ―Preguntó Lara―. Con la beca podés solucionar el problema con la universidad y…

―A la mierda la universidad, no pienso seguir estudiando. Que se metan la beca en el centro del…

―¡Lucrecia! ―Me retó la monja―. Entiendo que estés enojada pero cuidá tu vocabulario, aunque sea frente a mí.

―¿Qué pasó? ¿Me perdí de algo? ―la morocha nos miraba a las dos sin comprender nada.

―Esa es otra historia. Después te cuento bien, por ahora creeme que no pienso volver a estudiar en esa universidad, lo haré en una estatal… de ser necesario cambiaré de carrera; ya veré.

―Bueno… ―Lara agachó la cabeza―; pero después contame bien porque no entiendo ni medio.

―Sí, te prometo que te cuento todo, ahora necesito que me ayuden con el problema de mi mamá. Anabella, vos me podrías ayudar a contactar con ella, porque aunque la llamara por teléfono, ella ni siquiera me contestaría. Tengo que hablarle de frente.

―¿Por qué no vas a tu casa… a su casa y le hablás?

―Es que necesito agarrarla sola, sin que esté mi papá en el medio. Quiero que vos hables con ella primero, pero solamente si querés hacerlo Anabella, no quiero que te sientas forzada.

―Está bien, la verdad es que me gustaría intercambiar un par de palabras con tu madre.

―Entonces preparate porque este domingo lo vas a hacer.


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Tuve que esperar tres largos días hasta que, por fin, llegó el bendito domingo. Repasé mil veces lo que iba a decirle, Lara me ayudó a elaborar el discurso, pero sabíamos muy bien que la tensión del momento me haría cambiar la mitad de las palabras, por eso ella estaría todo el tiempo junto a mí, para mantenerme centrada en el objetivo.

Nos reunimos con Anabella en la puerta de una amplia iglesia a la que mi madre solía concurrir. La monja todavía parecía un poco escéptica, pero cuando comprendió que ella sólo tenía lograr que mi madre me hablara, se tranquilizó un poco, el resto del plan correría por mi cuenta y la de Lara. Me puse unos anteojos oscuros, propiedad de mi novia, y me até el pelo de una forma diferente. Por lo general llevo el pelo suelto y casi nunca uso anteojos de sol,  así que la diferencia era considerable. Sólo pretendía pasar desapercibida durante un rato, hasta que llegara el momento oportuno.

Lara y yo nos sentamos en un cantero fuera de la iglesia, ubicado a la derecha de la puerta de entrada, elegimos este lugar porque las tupidas plantas nos cubrían un poco. Me puse tensa en cuanto vi a mi madre acercándose y mi novia me tomó de la mano. La vi regodeándose a cada paso, iba vestida con un conjunto blanco demasiado lujoso como para una simple misa. Llevo tiempo pensando que en esta iglesia vale más la ropa que la pureza del espíritu. Mientras más dinero y lujos tengas, más fácil es que te acepten como “miembro respetable de la comunidad”. Parece más un club social que una iglesia. Creo que esto disgustó a Anabella, porque la vi fruncir el ceño apenas vio a Adela; pero luego cambió totalmente su expresión por una simpática sonrisa.

―Buenos días, señora ―saludó la monja apenas se cruzaron a mitad de camino hacia la puerta de entrada―. Usted debe ser Adela de Zimmer.

―Sí, soy yo ―contestó mi madre con una sonrisa. Debía estar encantada de que una monja supiera su nombre; presumiría de esto ante sus amigas―. ¿Por qué lo pregunta?

―Es que me hablaron de usted, de todas las cosas que hizo por esta iglesia y de lo respetada que es en la comunidad católica.

―En la comunidad cristiana ―corrigió―, por más que haya pequeñas diferencias, todos somos hijos de Dios. ―Al escucharla clavé las uñas en la mano de Lara, tenía ganas de levantarme y saltar sobre ella, odio que sea tan hipócrita.

―Soy la Hermana Anabella, encantada de conocerla ―se estrecharon las manos. Mi mamá no mostró signo alguno de reconocer a Anabella, se habían visto una sola vez, de forma fugaz, y mi mamá no suele recordar a las personas… a menos que éstas tengan mucho dinero. Para mi mamá Sor Anabella era una monja más del montón―. Tiene mucha razón, señora. Todos somos hijos y siervos de Dios.  Nosotros no tenemos el poder de juzgar a nadie, aunque esa persona piense diferente.

―Así es. Hay gente que se olvida de eso, la discriminación no resuelve nada ―dijo la muy hipócrita―. Hay que ayudar a aquellos que están perdidos en la senda de la vida.

―Coincido totalmente, hay gente que dice ese tipo de cosas de boca para afuera, para aparentar tener un alma bondadosa, y luego hacen todo lo contrario. Pero Dios sabe de nuestras acciones, que son lo que en verdad importan. ―Noté que la sonrisa de mi madre se transformaba en una mueca tensa; de pronto tuve unas ganas locas de besar a Anabella―. Usted en cambio demuestra con acciones que está siempre a servicio de Dios.

―Es cierto, Hermana, las acciones hablan más que las palabras.

―Así es, por eso importa poco cuánto rece una persona o cuánto venga a la iglesia, si luego va a perjudicar al prójimo con sus acciones. Eso sería vivir de las apariencias. Crear una pantalla de luz ante los ojos de aquellos que no pueden ver más allá de sus propias narices, para ocultar los pecados y las malas acciones. ¿No es cierto?

―Este… sí, supongo que sí ―por primera vez en mucho tiempo vi flaquear a Adela, la monjita había sumado un clavo a la cruz que mi madre debía cargar.

―Es así. Créame. Se sorprendería de cuánta gente se esconde tras las Santas Escrituras; eso me apena mucho, porque yo amo los Evangelios y me duele en el alma que se los emplee con malos fines.

―Eso es no tenerles respeto.

―¿Usted les tiene respeto señora? ―nada de esto había sido planeado, las palabras de Anabella corrían por su cuenta y me alegraba de poder estar tan cerca como para escucharlas.

―Claro que sí, dediqué toda mi vida a amar y respetar a Dios.

―¿Solamente a Dios?

―¿A qué se refiere? ―Sus grandes ojos negros parecían a punto de saltar fuera de sus cuencas.

―Me refiero a que Dios nos enseña a amar al prójimo. Amar a Dios es amar a todas las personas que nos rodean, especialmente si son nuestra familia. Debemos mantener la familia unida; para eso existe el lazo sagrado del matrimonio y es un lazo que se hace extensivo hacia los hijos frutos de esa unión. Uno no puede echarlos a patadas a la calle sólo porque piensen diferente. ―En ese momento supe que estaba perdidamente enamorada de Anabella, mi corazón latía descontroladamente. Adoro a esa mujer.

―¿De qué me está hablando, señorita?

―Sor Anabella, para usted. Se ve que no se acuerda de mí, a pesar de que hace unas semanas estuve en su casa. Por cierto, hay alguien que quiere hablarle.

Señaló con el pulgar el cantero en el que nos encontrábamos sentadas Lara y yo. Adela tardó en reaccionar, desde donde estaba no podía ver mi cara ya que estaba cubierta tras las plantas, pero sí podía a la pequeña chica de cabello negro a la que tanto temía. Se puso pálida e intentó caminar en la dirección opuesta pero Anabella la agarró del brazo.

―Le sugiero que hable con su hija. Ésta es su oportunidad para demostrar que tiene corazón y que no es una arpía que vive de apariencias.

―¿Cómo se atreve a…?

―Me atrevo porque usted me da asco, señora. Usted es una de esas personas que arruinan lo más hermoso que tiene la religión al usarla para su beneficio personal y para perjudicar a los demás. Como persona le digo que me parece repulsivo lo que hace; pero como sierva de Dios debo decirle que debe encontrar esa luz que todos llevamos dentro y debe hacerle frente a toda esa oscuridad que la carcome. Hable con su hija, que ella tiene algo muy importante para decirle.

―¿De qué se trata? ―Adela estaba aturdida, como si una bomba hubiera estallado en sus oídos.

―No lo sé ―mintió Anabella―, eso lo puede averiguar hablando con ella. 

Tuve que esforzarme por no llorar mientras me ponía de pie, miré a mi madre a través de los anteojos, estuve a punto de quitármelos, pero supe que éstas me ayudarían, así ella no podría detectar cuándo mis ojos titubearan.

―Hola, Adela. Tengo que hablar con vos y te sugiero que vayamos a otro lugar.

―No voy a ninguna parte ―ya había activado su instinto canino de defensa―. ¿Qué querés Lucrecia?

―Está bien, no vengas. Lara, mandale el video a Silvina ―en cuanto mencioné el nombre de una de sus mejores amigas, mi madre se puso tensa. Elegí Silvia porque era una de las pocas amigas de Adela que no había participado de esa fiesta… y también era una de las puritanas más influyentes de la “comunidad”.

―¿Qué video? ―preguntó mi mamá, abriendo mucho los ojos.

―Sabés muy bien de qué video hablo, y también sabés que tengo el número de tu amiga ―era mentira, había quedado estancado dentro de mi celular, el que se rompió―. Solamente te pido que vengas a hablar conmigo.

―Vas a terminar muy mal, Lucrecia. ¿Dónde querés hablar?

―A media cuadra hay un bar ―lo señalé con el índice―. Vamos para allá.

Necesitaba tenerla en un lugar neutral y lejos de cualquier interrupción, entramos las cuatro al bar y elegí la mesa más apartada de la entrada, en un rincón. Debíamos parecer las mujeres más santas y responsables del mundo, si hasta nos acompañaba una monja. En el bar no tenían ni idea del quilombo que se podría armar si las cosas salían mal. Por suerte el único cliente del bar era un viejito que estaba en la otra punta leyendo un diario. Antes de sentarnos le pedí al mozo cuatro botellas pequeñas de gaseosa y una pizza bien grande, estaba muerta de hambre y le haría pagar a mi madre la cuenta.

―Te explico cómo es la cosa ―le dije antes de que empezara a ladrar―. Al principio me creí todo ese versito de “la esposa perdonada” y del “no me importa el video”; pero conozco a mi papá, él no te perdonó nada, debe estar tan enojado con vos como lo estoy yo. Probablemente ni siquiera estén durmiendo en la misma habitación.

―¿Eso te lo contó Abigail? ―Preguntó.

―No metas a Abi en todo esto. Ella no me dijo nada, simplemente lo deduje. Josué debe estar muy enojado con su “santa esposa” después de lo que hizo. Si actuó como el marido comprensivo fue sólo por interés, sabe que si el video sale a la luz vos perdés tu reputación en los negocios y él queda perjudicado donde más le duele: el bolsillo. Por eso habrá accedido a respaldarte. También arriesgo a decir que él ya no se queda tanto tiempo en casa, debe estar viviendo en otro lado… hasta debe estar pasándola bomba con alguna otra mujer. ―Vi que sus ojos centelleaban de furia; había acertado―. ¿Quién será? Podría ser Matilde, esa chica tan bonita que siempre lo ayudó con los negocios. Deberías verla Lara, esa chica tiene un culo precioso y veinte años menos que mi mamá. ―Mi novia sonrió con picardía―. Un culo bien firme, que pide a gritos que se la metan.

―¿Viniste a hablarme de eso, Lucrecia? Porque si sólo estás acá para regodearte de mí sufrimiento, entonces me voy.

―¿Tu sufrimiento? ―Me enojé tanto que me saqué los anteojos para mirarla directamente a los ojos―. ¿Tu sufrimiento, decís? ¿Qué hay del mío? ¿Acaso tu egocentrismo no te deja ver que tu hija mayor no tiene dónde vivir?

―Eso lo hubieras pensado antes de…

―¿Antes de qué? ¿De acostarme con mujeres? ¿Tanto te jode que lo haga? ¿Tan mal está? ¿Acaso tus errores no son mucho peores que los míos? Me tiraste a la calle como a un perro sarnoso ¡Soy tu hija carajo! ―El mozo que venía con las bebidas dio media vuelta de forma disimulada y esperó a que la situación se calmara un poco. Guardamos silencio por unos segundos, el mozo dejó las botellas en la mesa y huyó de allí como si fuéramos perros rabiosos―. No sos nadie para juzgar los errores de los demás, hasta una monja puede ver que sos una mierda de persona. Nunca pensé que diría esto, pero me duele en el alma saber que sos mi madre. Esta actitud no te la voy a perdonar nunca. No importa si algún día te arrepentís y querés que vuelva, no lo voy a hacer. Te voy a sacar de mi vida por completo, como vos lo hiciste conmigo; pero antes voy a reclamar lo que es mío, por derecho o por decisión propia, pero mío al fin. Me importa una mierda si tu vida se destroza en mil pedazos o si le pasa lo mismo a la vida de tus amigas, todas ellas se van a acordar muy bien de vos cuando el famosos video esté circulando por todas partes ¿Qué va a pensar nuestra familia cuando sepan lo puta y mentirosa que sos.

―¡No me digas así, Lucrecia!

―Es la verdad. Mentiste a todo el mundo diciendo que yo te robé no sé qué cosa, eso te jugó en contra porque nadie te lo creyó, ahora todo el mundo debe estar diciendo: “Adela echó a su hija de la casa porque es lesbiana”, y a mí no me importa que la gente sepa eso; a la que le va a importar mucho es a vos. ―Agradecí silenciosamente a Lara porque ella me sugirió que le dijera eso y había causado el impacto deseado―. Así que después vas a tener que lidiar con eso, te guste o no. También vas a tener que lidiar con la amante de papá y con Abigail.

―¿Qué pasa con ella? ―Estaba con la defensa baja, casi abatida―. Dijiste que la dejáramos afuera de todo esto...

―Lo sé, pero vos la conocés, y sabés lo mucho que me quiere. Está enojada con vos, mamá. Te va a hacer la vida imposible. No te va a dejar pasar ni una. Estoy segura de que ya te habrá hecho algunas cuantas cosas para arruinarte el día. Así que miralo de esta forma: o terminas en banca rota, con una crisis nerviosa y un montón de gente odiándote, o sólo te quedás con la crisis nerviosa y me das lo que yo te pido. Después de eso no me ves más… no quiero verte más.

―Te guste o no, siempre voy a ser tu madre.

―No, para mí mi mamá se murió el día en que me cerró la puerta en la cara. ―Hice una pausa, ella se quedó muda. Seguí adelante con mi plan―. Tiene que tener como mínimo tres habitaciones, sino no hay trato.

―¿De qué hablas?

―Del departamento que vas a poner a mi nombre. No me mires con esa cara, a vos no te cuesta nada desprenderte de una propiedad. Hacé de cuenta que te moriste y esa es tu herencia para mí, de ahí en adelante no hace falta que nos veamos más y nadie va a saber lo que hiciste en esa fiesta. Ni siquiera me puedo imaginar qué podrás haber hecho ―este era el pie para la entrada de Lara.

―Se portó como una puta ―dijo la pequeña―. Nunca pensé que tu mamá pudiera ser parte de algo como eso… entre tanta gente… con tantos hombres… y mujeres, porque también hubo mujeres.

―¿Mujeres? ―Preguntó Anabella, un tanto confundida.

En ese momento tuvimos que hacer otra pausa, porque el mozo llegó con la pizza. Agarré una porción y empecé a comer con avidez, tenía hambre y además esto me ayudaría a mantener la boca cerrada por un rato. La siguiente parte del plan quedaba en manos de Lara… y en las oportunas reacciones involuntarias de Anabella. Pobrecita, ella no sabía nada de esta parte, luego voy a tener que pedirle disculpas. 

―Como decía ―continuó Lara, cuando el mozo estuvo lo suficientemente lejos―, Adela no se conformó con comer vergas en esa “fiestita”, también se comió unas cuantas conchas. Especialmente las conchas de sus amigas tan devotas y tan cristianas. ¿Se imaginan el impacto que tendría esto en su “bendita comunidad”? ¿Qué pasaría si todo el mundo de pronto se entera que las mujeres más respetables de la comunidad andan participando en partuzas donde se comen las conchas entre ellas?

―Eso sí que sería un escándalo ―dijo Anabella―. Sinceramente me cuesta creer que un grupo de mujeres, que se jacta de respetar las enseñanzas bíblicas, pueda participar en ese tipo de fiestas sexuales. 

―Pero es cierto ―dijo Lara―, y quedó todo grabado en video… y Adela lo sabe muy bien, ella misma lo vio. 

―También me parece sumamente hipócrita ―continuó Ana―, que eche a su hija a la calle por acostarse con mujeres… cuando ella hizo lo mismo. 

―Y algo me dice que Adela se comió más conchas que Lucrecia ―acotó Lara―. En el video se la ve muy cómoda haciendo… se nota que disfruta.

―Adela ¿Es usted una lesbiana reprimida? ―Preguntó la monja―. ¿Por eso lastima tanto a su hija? ¿Porque ella está intentando vivir la vida que usted nunca se animó a vivir?

Mi mamá estaba tensa, las manos les temblaban y nos miraba a las tres con ira asesina. Que una monja formara parte de este asunto debía ser un golpe muy bajo para ella; porque si había alguien a quien mi mamá se desesperaba por agradar, esas eran las autoridades eclesiásticas. Esta debía ser la primera vez que a Adela se le caía la máscara frente a una monja. 

―¡Bueno basta! No voy a permitir que me hagan esto.

―¿Qué pensás hacer al respecto? Esto ya no tiene arreglo, Adela ―le dije con voz calmada para aumentar su presión sanguínea―. Pero podés disminuir el impacto. Te doy una semana para que lo pienses, si el lunes de la siguiente semana no tengo una respuesta, todo el mundo va a ver lo que hacías en esa cochina fiesta, también te voy a poner una denuncia por haberme echado a la calle.

―Ya tenés veintiún años y sos mayor de edad…

―Sí, pero también soy estudiante y vos eras mi tutora. Eso cambia las cosas. Ah, en la denuncia también voy a incluir difamación, por acusarme de robar. Puede que también quieran comprobar si es cierto que papá está cometiendo adulterio, él también podría caer.

―Si hacés eso también le arruinarías la vida a tu hermana.

―No lo creo, ella es inteligente y también te odia. Saldría ganando. ¿Qué querés apostar? Hablamos en una semana. Ah, casi me olvidaba. También quiero todo lo que hay dentro de mi cuarto, porque esas son mis cosas. Mirale el lado positivo Adela, pude haber pedido mucho más, pero no soy ambiciosa. Solo quiero un lugar donde poder vivir tranquila. Ahora si querés podés irte, aunque antes deberías pagar la cuenta del bar; queremos almorzar tranquilas.

―No te conviene tenerme de enemiga, Lucrecia ―me dijo, con ojos chispeantes.

―No te olvides que no estoy sola. Te sugiero que vuelvas rápido a la iglesia, no vaya a ser que la gente comience a preguntarle a Sor Anabella de qué tema hablo con vos que te afectó tanto ―en ese momento estuvo a punto de levantarse―. Ah esperá, también necesito plata para pagar algún lugar decente dónde dormir estos días, no quiero seguir abusando de la gentileza de los padres de Lara; ellos sí son buena gente, tal vez vos elegiste la religión equivocada.

―No digas eso, Lucrecia ―intervino Lara―. ¿Qué te hace pensar que nosotros querríamos a una mujer como tu madre en nuestra religión?

―Es cierto, ninguna religión la querría. Sólo lo decía porque tal vez así hubiera aprendido a ser mejor persona… pero bueno, tal vez la maldad es algo innato en ella.

Arrojó una considerable cantidad de billetes sobre la mesa y abandonó el bar hecha una furia, sé que tuvo que morderse la lengua para no decirnos algo; pero ella sabía muy bien que si hablaba de más podría empeorar la situación. Lara me tomó de la mano y eso me tranquilizó mucho, incliné la cabeza hasta apoyarla sobre la suya y sonreí. Quería besarla porque estaba feliz, pero no quería darle semejante espectáculo al mozo.



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Comentarios

Rodrigo ha dicho que…
Estimada Nokomi, este capitulo creo que fue lo mejor que lei de toda tu produccion, si bien no contiene ninguna escena sexual, logra una intensidad increible y atrapa desde el comienzo al fin.
Gracias por tu narracion

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