El Tren de la Alegría.

 




El Tren de la Alegría.


Parte 1:




El programa de radio terminó y Paulina miró a su pupila con una radiante sonrisa.

—Lo hiciste muy bien —le dijo.

—No sé —Cecilia se cubrió la cara con ambas manos, sus redondas mejillas habían adoptado un tono rojo intenso—. Hice todo lo mejor que pude, pero todavía me da mucha vergüenza hablar delante de un micrófono, sabiendo que hay tanta gente escuchando… y viendo.

Paulina era la conductora estrella de un exitoso programa de radio llamado “Noches Blancas”, ya que la emisión comenzaba a las once de la noche, y finalizaba a las dos de la madrugada. Especial para gente que se desvelaba, o que gustaba salir de fiesta. Muchos colegas le dijeron a Paulina que fracasaría conduciendo un programa con esa franja horaria, especialmente los días de semana; pero había una amplia audiencia de noctámbulos que la seguía religiosamente. Además su programa también se subía a YouTube, donde podía ser disfrutado a cualquier hora del día.

Ésta era la parte que Cecilia más detestaba, porque transmitir en YouTube implicaba usar cámaras y mostrar la cara constantemente mientras el programa se emitía en vivo… y además quedaba allí, grabado para la posteridad. Para que cualquiera pudiera revisar puntillosamente todos los errores que cometía y los gestos que hacía, que normalmente eran de pánico. Más de una vez se había quedado congelada frente al micrófono, sin saber qué decir. Paulina tuvo que salir a su rescate en cada una de estas ocasiones. Se hubiera podido disimular mejor en una audiencia que se limitara a escuchar; pero quienes vieran esos videos se darían cuenta de la expresión de terror en la cara de Cecila. Ella tenía apenas veinte años y había terminado su curso de locución porque sus amigas insistieron en que tiene una voz preciosa. “Te va a ir super bien en la radio, ya vas a ver”. Cecilia contaba con una voz dulce, casi infantil, pero lo suficientemente fuerte como para ser oída por la radio. Tuvo que mejorar su forma de hablar, imprimir más potencia y respirar mejor; sin embargo nada del curso de locución la preparó para el pánico escénico. Aún se moría de vergüenza al recordar que en su día de debut, en una radio local, se asustó tanto que estuvo a punto de vomitar, y no llegó a decir ni una sola palabra. Se levantó y salió de la cabina, dejando al locutor improvisando, para llenar el hueco que ella había dejado. Cecilia creyó que nunca más la contratarían para trabajar en radio, pero eso cambió cuando hizo una entrevista con Patricia.

Cecilia creyó que perdía el tiempo; era inútil postularse para uno de los programas más exitosos del momento, teniendo una mancha tan grande en su curriculum. Sin embargo Patricia le dijo: “Estoy buscando carne joven para el programa. Quiero llegar a esa franja de audiencia que no suele escucharme”.

Según Patricia, Cecilia era perfecta para ese trabajo. Sí, era algo tímida y no tenía experiencia; pero eso se podría trabajar. Lo que más le gustaba a Patricia de su nueva pupila era esa dulzura natural, y la belleza. Cecilia era rubia y tenía unos grandes ojos azules; parecía un poco más joven de la edad que tenía, y eso le vendría bien para atraer audiencia que estuviera entre los dieciocho y los veinticinco años. Ella se encargaría de curtir a la chica, al fin y al cabo Patricia era una experimentada locutora de cuarenta años; veinte de los cuales había pasado trabajando en radio. Veía en Cecilia un diamante en bruto y se sentía capaz de pulirlo, hasta la perfección.

Durante los últimos ocho meses ambas trabajaron muy duro, en especial Cecilia, que no se permitió repetir el mal momento de su primera experiencia en radio. Se hizo de tripas corazón y habló frente al micrófono, como si llevara diez años haciendo lo mismo. Su mentora le dio muchos consejos para mejorar la seguridad en sí misma, pero aún quedaba mucho trabajo por delante.

Patricia sabía que gran parte de su audiencia la seguía por su atractivo físico, ésto nunca le molestó; al contrario, ocasionalmente se permitió el lujo de exaltar un poquito esta cualidad. Creó una cuenta de Instagram y comenzó a subir algunas fotos de sus vacaciones en Pinamar, usando una malla enteriza roja, que se afirmaba muy bien a sus grandes tetas, y que le marcaba al detalle las pronunciadas curvas de su cuerpo. Su radiante cabello negro lucía perfecto a la luz del sol y los anteojos oscuros le daban un leve toque de “diva”.

Con el tiempo estas fotos se volvieron algo más “sensuales”, como ella suele describirlas. La malla enteriza se convirtió en un pequeño bikini, que se le encajaba entre las nalgas. Así le gustaba lucir su magnífico bronceado. Más de una vez le aconsejó a Cecilia que tomara sol, porque la chica era tan pálida como el papel. Sin embargo la jovencita no se sentía cómoda usando bikini en una playa. Eso arruinó parte del plan de Patricia, pero aún así le hizo la propuesta, a modo de sugerencia: “Podrías sacarte algunas fotitos más sensuales, y subirlas a tu Instagram. Sos una chica preciosa y no deberías sentir vergüenza por eso”.

Esta treta no funcionó, Cecilia se negó rotundamente a subir una foto en paños menores, o usando algún escote que resaltara su pequeño busto. Patricia no pretendía llegar más lejos con estas imágenes. Excederse era inadmisible. Ella podía tolerar cierto uso del atractivo femenino para publicitarse, pero todo tenía un límite. Conocía mujeres famosas que subían fotos desnudas a internet, aunque se las ingeniaban para no mostrar los pezones o la vulva. Patricia nunca se hubiera atrevido a hacer esto, especialmente porque temía que muchos de sus mejores auspiciantes rompieran los contratos con ella, por andar mostrándose “indecente”. En su programa, a pesar de estar dirigido a una audiencia que superaba con creces los dieciocho años, nunca hablaba de temas que involucraran sexo. Muchos programas nocturnos aprovechaban para dar consejos de “cómo hacer tu matrimonio más interesante en la cama”. Patricia prefería evitar estos tópicos, más por pudor mediático que por otra cosa.

Cecilia sabía muy bien que Patricia sufría bastante con algunas de las barbaridades que le decían en Instagram, cada vez que publicaba alguna foto “sensual”. Peor era cuando esos mensajes le llegaban en plena transmisión en vivo. Nunca faltaba el desubicado que llamara solo para decirle a Patricia: “Cómo te rompería a pijazos ese culo… se nota que te gusta mostrarlo”. Cuando escuchó por primera vez un comentario de esos, Cecilia casi se murió de la impresión. Su mente se llenó de imágenes obscenas y sintió pena por su mentora. Sin embargo Patricia ya estaba acostumbrada a lidiar con este tipo de gente. Solía despacharlos diciéndoles algo como: “Podré mostrar el culo, pero para vos no es”.

Sin embargo estos altercados la dejaban de mal humor durante varios días.

El programa “Noches Blancas” funcionó muy bien, y le fue aún mejor con la incorporación de Cecilia. Pero Patricia comenzó a preocuparse, porque los niveles de audiencia se habían estancado. No bajan, no subían. Si la audiencia hubiera estado en números muy altos, no le hubiera importado ese estancamiento; pero para que el programa generase verdaderas ganancias, debía atraer más público.

Patricia habló seriamente de este tema con Cecilia y le dijo que si no probaban algo urgente para captar más oyentes, podrían perder el espacio radial. A Cecilia le aterraba la idea de quedarse sin trabajo porque aún tenía la creencia de que nadie más la contrataría. Por eso se dejó convencer para hacer algo que jamás hubiera hecho en otro contexto. Participó, junto a Patricia, en una sesión de fotos en ropa interior. Cecilia eligió un conjunto sobrio, que parecía más un bikini, sin embargo Patricia usó ropa interior de encaje roja, con una pequeña transparencia en los pechos. Se podía ver la sombra de sus pezones. A Cecilia esto le pareció super atrevido, pero su mentora le dijo: “Si vos te arriesgás, entonces yo también puedo arriesgar un poquito más”.

Se sacaron las fotos, con una fotógrafa de confianza, y pocos días más tarde comenzaron a subirlas a sus redes sociales. Su público quedó encantado con esto, las dos estaban preciosas y muy sensuales. Por supuesto, no faltaron aquellos que las trataron de putas; pero ambas intentaron hacer oídos sordos a estas acusaciones. Una de las fotos que más circuló por las redes era la que Cecilia más odiaba. En ella aparecía de espalda, girando la cabeza para ver la cámara. Su culo entangado estaba en primer plano. Junto a ella estaba Patricia, sonriendo de forma picarona, mientas apoyaba ambas manos en las redondas nalgas de su mentora.

Como no podía ser de esta manera, la foto inició una serie de rumores malintencionados. En algunos programas de chimento se barajó la posibilidad de que Patricia y Cecilia fueran amantes en secreto. “Eso explicaría por qué tiene contratada a esta chica sin talento”, dijo un venenoso columnista mediático. Y otro le respondió: “La chica debe pagar en especias su lugar en el programa de Patricia”.

Estas calumnias estuvieron a punto de quebrar a Cecilia, ella quería gritar, frente al micrófono, que no tenía ninguna relación con su jefa, y que a ella ni siquiera le interesaban las mujeres de esa manera. Pero a Patricia se le ocurrió una forma mejor de pasar página, en uno de sus programas dijo: “Me sorprende que hoy en día, con la liberación femenina que estamos experimentando, y con los derechos de las parejas homosexuales, que haya gente retrógrada que nos ataque solo porque ellos dicen que somos parejas. No es el caso, ambas estamos solteras. Pero ¿si fuéramos pareja, cuál sería el problema? “.

En el programa de chimentos no se quedaron de brazos cruzados. Tuvieron que salir a emparchar un poco la situación, porque miles de personas los trataron de homofóbicos en las redes sociales. Para evitar estas acusaciones dijeron que a ellos no les molestaba que dos mujeres fueran pareja, lo indebido era la relación “Jefa-Empleada”, que se podría llegar a ver como una relación de “abuso de autoridad”, por parte de la jefa.

Patricia y Cecilia decidieron dejar pasar unos días antes de responder a este nuevo ataque, lo mejor era que la situación se enfriara un poco. De todas maneras las fotos habían sido un éxito. Sí, algunas eran un poquito subidas de tono y a Patricia se le adivinaba la forma de la concha por lo ajustada de su ropa interior. Pero tampoco pretendían llegar más lejos. Ya habían sacado todo el jugo posible a su atractivo físico. De ahora en adelante levantarían el programa con buen contenido.

Justamente eso fue lo que llevó a Patricia a fijarse en la fiesta del tren. Había escuchado rumores, sobre que en un tren de la ciudad, se organizaban fiestas muy divertidas. Ella contactó con una de las organizadoras y le dijeron que ella y su joven aprendiz podrían asistir a esa prestigiosa fiesta, totalmente gratis. Cuando Patricia vio lo costosa que era la entrada, la palabra “gratis” le pareció un milagro. La condición era que, después de la fiesta, Patricia y Cecilia hablaran sobre el tren, en su programa de radio, para publicitarlo.

Patricia lo vio como una ganancia total, además de entrar gratis, podría dedicar un segmento de su programa a hablar de esa fiesta. Si era tan buena y prestigiosa como había escuchado, entonces podrían hablar durante al menos una semana. Patricia pensaba dosificar la información e ir contando las cosas de a poco. ¿Cómo es la gente que va a esa fiesta? ¿Qué clase de bebidas sirven, ¿La organización y el catering son buenos? ¿Qué música se escucha? Y un montón más de posibilidades.

—Tenemos que ir —le dijo a su joven pupila.

A Cecilia no le entusiasmaba mucho la idea de participar en una fiesta; pero se animó un poco cuando se enteró que la gente debía ir disfrazada. Al menos nadie la reconocería y no pasaría tanta vergüenza. Además su jefa tenía razón en algo, esto de hacer una fiesta de disfraces en un tren en movimiento es algo atípico, les daría buen material para captar la atención de sus oyentes y, quizás, les sirviera para conseguir acceso a otros eventos importantes.



Parte 2:


A Cecilia el tren no le pareció tan espectacular; pero Patricia quedó encantada al ver cómo habían restaurado una vieja locomotora, con los vagones haciendo juego.

—Es como un viaje al pasado. Por poco este tren no es a vapor.

—Me da un poco de miedo que se vaya a romper.

—No te preocupes por eso, Ceci. Se nota que la gente que organizó esta fiesta sabe lo que hace. No te olvides de que ésta es una fiesta VIP. —En voz baja añadió—. Hasta me sorprende que nos hayan invitado.

—Vos sos bastante conocida.

—Pero no tanto, como para que me estén invitando a fiestas VIP. Pero bueno, entremos. ¿Trajiste tu disfraz?

—Sí —respondió Cecilia con entusiasmo. La única parte de todo este asunto que le gustaba realmente era poder ir disfrazada. Las fiestas de disfraces eran una de sus fascinaciones secretas, porque le permitían disfrutar y pasar desapercibida.

Un hombre vestido de boletero las invitó a subir, con una amable sonrisa. Les pidieron sus nombres y cuando vieron que figuraban en la lista, les permitieron entrar. Caminaron hacia el fondo del tren, específicamente el último vagón. En el trayecto Patricia tomó notas mentales de lo preciosa que era la ambientación de cada vagón, todos contaban con mesas y asientos forrados en cuero que parecían de lo más cómodos. Si todo marchaba bien, seguramente le daría una excelente reseña a estos “organizadores de eventos”.

En el último vagón las recibió una chica rubia de grandes ojos azules.

—Hola, bienvenidas. Mi nombre es Paula, yo las voy a asesorar con los disfraces.

—¿Asesorar? —Preguntó Cecilia—. ¿No será “ayudar”?

—No, asesorar. Porque los disfraces deben cumplir determinadas pautas; pero eso ya lo saben, cierto. ¿Leyeron el e-mail que les mandamos?

—Sí, muy atentamente —dijo Patricia, levantando una ceja y mostrando media sonrisa.

—A mí no me llegó ningún e-mail —dijo Cecilia, quien de pronto se había puesto pálida. Sacó su celular del bolso y revisó su bandeja de entrada—. No, no hay ningún mail.

—Debió ser un error.

—Sí, el error fue mío —se disculpó Patricia—. Me olvidé de agregar tu e-mail entre tus datos personales.

—Por cierto, tampoco pueden usar el celular en la fiesta. Eso lo dejarán guardado acá, junto con el resto de sus pertenencias. No se preocupen, yo me hago responsable de todo.

—Me imaginé que no se permitiría sacar fotos —dijo Patricia—. Es una pena, porque mi disfraz me encanta.

—Bueno, se pueden sacar alguna foto antes de que comience la fiesta; pero no después.

—No me importa lo de las fotos. —Aseguró Cecilia—. ¿Qué especificaciones tiene que tener un disfraz?

—Dejame ver lo que trajiste y yo te digo si encaja.

—Está bien.

Cecilia entró a un pequeño vestidor, era tan chico que a duras penas podía moverse. Allí se puso todo su disfraz. A ella le encantaba, lo había usado en otra fiesta; esperaba que no hubiera ningún problema.

Salió del vestidor y a Patricia se le iluminó la cara con una radiante sonrisa.

—Estás super adorable —le dijo.

Esto tranquilizó a Cecilia. Su disfraz era de conejo, incluía orejas, hocico y cubría todo su cuerpo, como si se tratase de un inmenso pijama. Lo único que se le veía eran los ojos, todo lo demás estaba escondido bajo una gruesa capa de pelaje blanco.

—Ay, chiquita, estás preciosa —dijo Paula—; pero lamentablemente tu disfraz no encaja con el estilo de la fiesta.

—¿Por qué no? —Preguntó Cecilia, desilusionada—. No muestro nada.

—Justamente ese es el problema.

—No entiendo.

—Yo traje mi disfraz puesto —dijo Patricia.

Cecilia miró el largo abrigo que tenía puesta su jefa, no se podía llamar disfraz a eso. Comprendió todo cuando Patricia se lo quitó. Cecilia quedó boquiabierta, había visto a su jefa en ropa interior; pero esto estaba a otro nivel. La mujer hacía gala de todas sus curvas y su voluptuoso cuerpo. Llevaba un corsé negro sumamente ajustado, que levantaba sus grandes tetas hasta hacerlas parecer a punto de reventar, para colmo la tela de encaje era bastante transparente, se podía ver la sombra de sus pezonez. Debajo tenía puesta una diminuta tanga, haciendo juego con el corset, y por supuesto, medias y portaligas. Cecilia se dio cuenta de que gran parte de ese conjunto (lo que no era de encaje) estaba hecho de cuero. De su bolso Patricia sacó un objeto que a Cecilia le tomó unos instantes identificar, se trataba de un látigo de tiras.

—Esta es la clase de disfraces que esperamos —dijo Paula, con emoción.

—¿Qué? Pero… es casi pornográfico.

—Ay, Ceci —dijo Patricia—. No es para tanto.

—¿No te da miedo que la gente te vea vestida así?

—La verdad es que me genera un poquito de morbo. ¿No te parece que nos seguiría mucha gente si hago una sesión de fotos con esta ropa?

—Estoy segura de que atraerías la atención de muchos —dijo Paula—. A mí me encanta el programa que hacen, lo escucho todas las noches… y creo que muchos de tus seguidores (donde me incluyo) están esperando un poquito más de destape. Llevar el programa a otro nivel. ¿Me explico?

—Sí, lo entiendo. Pero no creo estar lista para eso —dijo Patricia—. De todas maneras, no me molestaría subir una foto a Twitter con esta ropa.

—¿Estás segura? —Preguntó Cecilia, con incredulidad.

—No mucho… pero el que no arriesga, no gana. Al programa le fue bien al principio; pero si no empezamos a captar audiencia, vamos a tener serios problemas.

—Antes de que se saquen una foto, Ceci tendría que ponerse otra ropa —les dijo Paula. Luego miró a la aludida—. Nena, estás preciosa, super adorable; pero no es el estilo de disfraces que esperamos ver en esta fiesta. No te preocupes, sabía que habría algunas personas que no entenderían bien la consigna, por eso traje todo lo necesario para elaborar algunos disfraces de emergencia. ¿Querés que nos pongamos con eso? Tiene que ser rápido, tengo que ayudar a más gente… y la fiesta está a punto de empezar.

En ese momento el tren se puso en marcha, con un agudo pitido.

—No me animo a vestirme con algo así —Cecilia se sintió ridícula en su disfraz de conejo.

—Dale, Ceci —dijo Patricia—. Sé que no te hace mucha gracia vestirte así; pero acá no nos va a reconocer nadie. Además todo el mundo va a estar llevando atuendo similares, así que no hay por qué avergonzarse.

—Además ya no tenés alternativa —dijo Paula—. El tren ya se puso en marcha y no se va a detener, a menos que sea una emergencia. La fiesta va a comenzar.

Patricia miró a su empleada con una cara que pedía “Por favor” a gritos.

—Está bien —dijo Ceci—. Acepto, solo porque no quiero arruinarle la noche a Patricia, ella está muy ilusionada con esta fiesta.

—Perfecto, toma esto y vestite —le dijo Paula, ofreciéndole una pequeña bolsa de tela—. Ahí está todo lo que necesitás. También te voy a maquillar un poquito, va a ser algo sencillo, porque no tenemos mucho tiempo.

—Mientras vos te vestís, yo voy a ir saludando a los demás invitados —dijo Patricia.

Cuando ella salió del vagón, Cecilia volvió al pequeño vestidor. Apenada, se quitó su ridículo disfraz de conejo, debajo iba desnuda ya que no podía llevar ropa con eso puesto, o se moriría de calor. Abrió la bolsita de su nuevo atuendo y se sorprendió al encontrarla prácticamente vacía. Lo único que ocupaba algo de lugar era una especie de cola blanca, peluda. La dejó aparte y sacó una vincha con dos orejas, se la puso y se miró al espejo. Era un disfraz de gata, podía ser una gata, ella amaba los felinos; sin embargo le preocupaba el estilo de gata que formaría este conjunto. Se puso un corpiño blanco que no era muy diferente a su bikini sin tiras. También encontró un par de guantes y un par de botas, ambos con estilo felino, en blano y con mucho pelo artificial. Se puso las botas y dejó los guantes para el final. Hasta ahí todo marchaba bien, cuando se percató de que no había nada para la parte inferior… y no tenía idea de cómo ponerse la cola.

—Tengo un problema —le dijo a Paula.

—¿Con la cola? —Respondió ella, desde el otro lado.

—Sí, ¿cómo sabés?

—Me imaginé que eso te iba a causar un problema. ¿No te la podés poner?

—Directamente no sé cómo ponerla —miró la larga cola, que era como una serpiente blanca peluda, en un extremo había una especie de cono metálico, con bordes redondeados.

—¿Podés salir?

—Em… no llevo nada debajo…

—Está bien, no te preocupes, no vas a ser ni la primera ni la última chica desnuda que vea hoy. Me dedico al vestuario, ya estoy acostumbrada.

“La que no está acostumbrada soy yo”, pensó Cecilia. De todas maneras decidió salir. Los ojos de Paula bajaron al instante, hasta encontrarse con su lampiño pubis.

—Qué bueno que te depilaste, pensé que tendría que hacer eso también.

—Siempre me depilo ahí abajo, no me gusta tener pelitos.

—Te queda muy linda —dijo Paula, guiñando un ojo. Cecilia se puso colorada y agachó la cabeza—. Ahora dame esa cola. ¿Ves esto en la punta?

—Sí.

—Bueno, ¿dónde te imaginás que podría ir?

De pronto los ojos de Cecilia se abrieron como platos.

—¡No, ni loca!

—¿Vas a ser una gata sin cola?

—Sí, ni loca me meto eso en el culo. —Era la única posibilidad, ese cono metálico debía introducirse en el ano y… ni siquiera quería pensar qué se sentiría tener eso metido allí durante gran parte de la noche.

—Es una pena, porque sos una chica preciosa. Muchos en el tren se alegrarían al verte con esto puesto, incluso tu jefa, que te mira con ojitos raros.

—¿A qué te referís con “ojitos raros”?

—¿No te diste cuenta? Me parece que Patricia te tiene ganas.

—Veo que estuviste escuchando esos rumores de que entre Patricia y yo pasa algo.

—No le doy importancia a los rumores. Lo digo por lo que yo misma puedo ver.

—Como sea, no es cierto. Ella es mi jefa y ni siquiera nos interesan las relaciones entre mujeres.

—Está bien, no te enojes. No las estoy acusando de hacer algo malo, a mí me encantaría verlas juntas. Pero ustedes son libres de hacer lo que quieran. Lo único que no puedo permitir es que salgas de acá siendo una gatita sin cola.

—¿No tenés otra? Una que no requiera… ese método.

—No.

—Y no había nada más dentro de la bolsa. ¿No hay ni siquiera una tanga?

—Al parecer no te explicaron que, en esta fiesta, la gente suele ir muy ligerita de ropa.

—No sabía eso.

—Bueno, te estoy informando. De hecho, el disfraz que está usando Patricia se podría considerar discreto. Aunque aceptable, le queda precioso.

—Si eso es discreto, no me quiero imaginar los demás.

—Por eso, nena. Olvidate un poco de tus prejuicios, esta noche es para pasarla bien. Usá la colita, va a haber otras gatitas como vos… aunque creo que vas a ser la más linda.

Cecilia no pudo evitar sonreír, esa chica estaba coqueteando con ella, no estaba acostumbrada a que una mujer se le insinué. Se sintió rara.

—No sé…

—Dale, Ceci, yo te ayudo a ponerla. Nadie te va a decir algo malo si te ven disfrazada de esta manera, al contrario, vas a ser el alma de la fiesta. Te lo aseguro.

—No me gusta llamar la atención.

—Eso lo vas a tener difícil acá, sos muy linda y con este disfraz seguramente vas a captar la atención de más de uno… y de una. Además, después de un rato ni te vas a dar cuenta que tenés la colita puesta. Solo incomoda un poco al principio. Lo digo por experiencia, yo las usé muchas veces —volvió a guiñarle un ojo.

Cecilia sintió una ola de calor cruzando su cuerpo y le incomodó, porque sabía que fue producida por imaginarse a Paula con el disfraz de gata… y la colita puesta.

—Está bien, acepto. Pero solo porque no quiero arruinar la fiesta. No me gusta nada tener que meterme eso por atrás.

—Ponete de rodillas en este banquito, yo me encargo de todo… y que no te dé vergüenza, no sos la primera chica a la que ayudo a meterse algo en el culo.

—Pero es la primera vez que yo me meto algo por ahí…

—Siempre hay una primera vez. Y esto es chiquito, no te va a doler nada, quedate tranquila y si te relajás va a entrar mejor.

—Dificíl estar relajada en esta situación.

Cecila obedeció, se puso de rodillas en el banquito, quedando en cuatro patas, como una gatita, ofreciendo toda su retaguardia. Paula se arrodilló frente a ese culo perfecto y se quedó admirando el espectáculo durante unos segundos.

—Tenés una concha preciosa.

—¡Ay, dios, qué vergüenza!

—Acostumbrate, nena. Esta noche te lo van a decir mucho.

—Ni quiero pensar en eso… ¡Ay!

Por la sorpresa, Cecilia estuvo a punto de caerse del banquito. Se estaba preparando mentalmente para sentir algo frío, cuando ese cono metálico llegara a su culo; pero no se preparó para sentir algo húmedo, cálido y blando.

—¿Qué estás haciendo? —Le preguntó a Paula.

—Estoy lubricando, para que entre mejor.

—¿Con la lengua?

—¿Te molesta que lo haga así? Porque a mí no, para nada… es un placer. Tenés un culo hermoso.

Otra vez sintió esa lengua recorriendo todo el agujero de su culo. Un cosquilleo placentero le recorrió todo el cuerpo. Quería decirle a Paula que se detuviera, pero sabía que era inútil, la chica no cedería. Cerró los ojos y esperó a que el momento terminara… aunque una parte dentro de ella no quería que esa lengua se detuviera.

—¡Uy, que orto más hermoso! —Exclamó Paula—. Dan ganas de comerlo todo.

Cecilia no respondió y su cuerpo la traicionó, se agachó más, elevando su culo, como invitando a Paula a seguir. Al parecer la vestuarista interpretó este gesto de la forma equivocada, porque su lengua comenzó a bajar, hasta que llegó a los labios vaginales.

¡Le estaba chupando la concha! Una mujer que no conocía de nada le estaba comiendo la concha. Esto era demasiado… sin embargo, no se pudo quejar. Su maldito cuerpo le decía que nunca había experimentado algo tan placentero.

El cono metálico por fin llegó a su culo y comenzó a entrar. Le produjo un dolor agudo, pero al parecer Paula sabía lo que hacía, porque lo retiró en el momento justo, solo para volver a intentarlo. Fue metiendo y sacando de a poquito, hasta que el agujero comenzó a dilatarse. Esto lo hizo sin dejar de pasar su lengua por todos lados. Cuando el cono ya estaba por la mitad, la puerta del vagón se abrió. Sobresaltada, Cecilia giró la cabeza hacia atrás y se encontró con Patricia.

—¡Apa! No se las puede dejar solas ni un minuto.

—No es lo que pensás, Patri… esta chica… em… me está ayudando con la cola de gata. No sé por qué se tomó tantas libertades.

—Ay Ceci, si te gusta portarte un poquito mal, ésta es la noche para hacerlo. No tenés que poner excusas.

—No, Patri, en serio… fue idea de ella, yo no se lo pedí.

—Estás preciosa, me encanta tu disfraz.

El cono entró más en su culo y la invadió una sensación de placer nunca antes experimentada. Tenía la concha muy mojada y si Paula seguía lamiéndosela de esa manera, se pondría peor.

Por fin la cola entró toda.

—Ya está —dijo Paula, poniéndose de pie—. Quedás bautizada, sos oficialmente una gatita.

—¿Te duele? —Preguntó Patricia.

—Un poquito… lo que más me duele es el orgullo.

—¿Por qué no se sacan una foto las dos juntas? —sugirió Paula.

—Esa es una excelente idea.

Patricia se paró junto al banquito y le dio a Paula el celular de Cecilia.

—Espen, falta un detalle muy importante —Paula le entregó a Patricia un collar—. Ella es tu gata, poneselo vos.

—Me gusta eso —dijo Patricia—. ¿Vas a ser mi gatita, por esta noche?

—Em…

—Dale, nena, decile que sí. Acordate de lo que hablamos. Hoy vas a descubrir que yo tenía razón.

—No creo que tengas razón en nada; pero está bien, acepto ser tu gatita… por esta noche.

Patricia le puso el collar para mascotas en el cuello, venía con una correa, por si quería sacarla a pasear. Sosteniendo esa correa, y con Cecilia en cuatro, dándole la espalda a la cámara, posó para la primera foto.

—¡Ay, no! —se quejó Ceci—. Esta foto es muy porno. Se me ve toda la concha… y el culo. Se nota que tengo la colita metida en el culo.

—No importa, es para nuestra colección personal. Date vuelta y sacamos otra que podamos subir a Twitter.

Cecilia obedeció, se sentó con las rodillas sobre el banquito, como si fuera una gata de verdad. Esta pose le permitía ocultar que iba desnuda en la zona de su vagina. Se puso los guantes y posó con las garras de gata delante del pecho. Patricia adoptó la mejor postura de dominatrix y tiró de la correa que estaba atada al cuello de su mascota.

—¿Están seguras de que suba esa foto a Twitter? —Preguntó Paula.

—Sí, seguras —se apresuró a decir Patricia—. Es algo fuerte y la gente va a hablar mucho; pero… ahora mismo nos viene bien que la gente hable de nosotras.

—Perfecto, yo la subo, ustedes vayan a disfrutar, que la fiesta ya empezó.

—Pero, es mi celular…

—No te preocupes, yo te lo cuido. Y sé cómo subir una foto a Twitter… y si tenés miedo de que me ponga a leer tus mensajes privados, no te asustes, no haría eso.

—No me da miedo, porque no uso los mensajes privados de Twitter.

—Entonces no hay nada que temer. Vayan a celebrar.

—Vamos, Ceci —dijo Patricia—. Quiero presentarle mi gatita a unas personas que conocí recién. Te van a caer muy bien, y algo me dice que vos le vas a caer todavía mejor a ellos.

Tirando de la correa, Patricia sacó a su gata de ese vagón y la llevó hacia donde estaba la verdadera diversión.


Parte 3.


A Cecilia se le subió la sangre a la cabeza, creía que se iba a desmayar, por culpa de la maldita vergüenza que sentía. En su culo había un objeto metálico que le provocaba una extraña sensación a cada paso… una sensación que se estaba volviendo cada vez más agradable. Pero esa no era su única preocupación. Lo que más pudor le causaba era que las demás personas de la fiesta pudieran verle la concha. Aunque la mayoría parecía tomarse esto con naturalidad. Si la miraban, lo hacían con cierto disimulo. La tranquilizó un poco comprobar que había otras tres chicas con el mismo atuendo que ella, mostrando la concha.

Ella era insegura por naturaleza, pero si en ese momento había algo que le transmitiera al menos un poquito de seguridad, era tener a Patricia cerca. Incluso le parecía divertido que ella la estuviera paseando por los distintos vagones, llevándola con una correa, como si fuera su mascota. Cecilia no sabía por qué este jueguito le divertía tanto.

“Les presento a mi gatita, Cecilia”, decía Patricia, cada vez que se ponía a conversar con otras personas de la fiesta. Cecilia se limitaba a saludar con sus patitas de gata. Se sorprendió al comprobar lo variopintos que eran los disfraces, pero todos, absolutamente todos, eran sugerentes o de escasa tela. Una hermosa mujer de piel olivácea iba vestidas de odalisca, con pantalones de una seda tan fina que era transparente, se podía ver perfectamente su vello púbico, prolijamente recortado. Sus grandes tetas también estaban casi expuestas, porque la tela verde de su corpiño era tan transparente como su pantalón. Lo único que más o menos ayudaba a cubrirla era un velo frente a su boca, al menos así ocultaba su identidad.

—¡Ay, pero qué gatita tan linda! —dijo la odalisca, acercándose a Cecilia—. ¿Es tuya? —le preguntó a Patricia. Ella no respondió, se limitó a sonreír y a mostrarle la correa, símbolo de posesión—. ¿Hace mucho que la tenés? —Cecilia se sorprendió cuando la odalisca le acarició la parte baja del abdomen, lo hizo con tanta sensualidad que sufrió un extraño espasmo.

—Desde hace unos meses.

—¿Y se porta bien? —La mano de la mujer comenzó a bajar hacia el pubis de Cecilia.

—Sí, es muy obediente.

—Sí, se nota, solo basta ver cómo va “vestida”.

La odalisca acarició el monte de venus de Cecilia y ella miró a su jefa, pero a Patricia parecía no molestarle que toquen a su asistente. Cecilia no imaginó que terminaría desnuda ni bien llegó al tren, así cómo tampoco imaginó que su cuerpo sería el foco de caricias sugerentes. No era el tipo de fiesta que tenía en mente, sin embargo no se quejó.

Cuando Cecilia sintió que la mano de la odalisca llegaba a sus labios vaginales, estuvo a punto de apartarse, pero justo en ese momento vio que había al menos otras dos chicas, vestidas de gatitas al igual que ella, que estaban siendo acariciadas de la misma manera. Una estaba sentada en las rodillas de una mujer vestida de Dama Colonial (una dama colonial sumamente sexy, a la que le estaban por saltar las tetas fueras del corsé). Su gatita sonreía y mantenía las piernas separadas, como si quisiera mostrarle a todos cómo le acariciaban la concha.

Cecilia pensó que tal vez esto era una costumbre de la fiesta a bordo del tren y no quiso ser ella quien lo arruinara, por eso permitió que la odalisca recorriera su concha con total libertad. Solo le dio pudor saber que Patricia estaba mirando todo. No quería mostrar su lado sexual frente a su jefa. ¿Qué pensaría ella?

Bueno, quizás no pensara tan mal, Patricia parecía ser una mujer de mentalidad muy abierta, de lo contrario no estaría vestida de una forma tan erótica.

—Tenés un juguetito muy divertido acá —la odalisca tiró de la cola de gata, al mismo tiempo que le acariciaba el clítoris. Cecilia sintió un espasmo de placer tan fuerte que le hizo arquear la espalda.

—Es la primera vez que uso uno de estos “juguetitos” —dijo Cecilia. La odalisca la miró confundida.

—Estaba hablando con tu dueña. No sabía que las gatitas podían hablar.

—Ésta habla solamente cuando yo se lo permito —aseguró Patricia—. Digamos que por esta vez se lo dejo pasar.

—Ok, está bien… pero no te pongas muy permisiva, a estas gatitas hay que tenerlas bien educadas.

El asombro de Cecilia seguía en aumento. ¿Acaso su jefa la había traído a una fiesta como mascota? El corazón se le aceleró cuando la odalisca volvió a tirar de su cola. El bulbo anal no salió, pero se movió lo suficiente como para que su culo se dilatara. Cecilia suspiro y pudo sentir cómo su concha se humedecía. Estaba molesta con Patricia por haberla hecho participar de esta fiesta, sin explicarle cómo sería; pero… la odalisca hundió el bulbo en su culo y una ves más suspiró. Decidió que aún no se quejaría, podía aguantar un poco más.

Patricia siguió paseándola por el tren. Los vagones estaban tan llenos que era difícil caminar, Cecilia ni siquiera podía ponerse a admirar los disfraces de las demás personas. Si le hubieran preguntado de qué estaba vestida la gente, no podría haberlo dicho con seguridad. Solo sabía que todos iban prácticamente desnudos, incluso llegó a ver un par de hombres con el pene al aire. Pero bueno, si a ella le permitían andar en concha, ¿por qué los hombres no podían andar en bolas?

Mientras recorrían el tren, Cecilia sintió muchos dedos curiosos recorriendo su cuerpo. Algunos le pellizcaron los pezones, otros las nalgas. Hubo personas que le dio pequeños tirones a su colita, provocando que su culo se abriera, cada vez que el bulbo intentaba salir. Pero Patricia volvía a presionarlo hacia adentro, evitando que se salga. Los más atrevidos le acariciaron la concha, de la misma forma en la que lo hizo aquella odalisca… que por cierto, no era la única mujer con un atuendo similar. Algunas odaliscas directamente iban en topless y no se quejaban si alguien, varón o mujer, les tocaba las tetas.

En un momento Patricia le agarró la mano, Cecilia creyó que lo hacía para tranquilizarla; pero nada más lejos de la realidad. Su jefa orientó su mano hasta que Ceci terminó agarrando algo carnoso, blando y tibio. Cuando miró hacia abajo se dio cuenta de que se trataba del pene de un hombre. ¡Su jefa le había hecho agarrar la pija de un tipo! El señor en cuestión estaba vestido con tirantes de cuero y una gorra negra que parecía de militar. Cecilia solamente había visto tipos vestidos así en parodias sadomasoquistas. No tenía idea de que hubiera gente que se vistiera de esa manera. El tipo incluso tenía un espeso bigote y anteojos negros. Le sonrió a Cecilia como si fueran viejos amigos. Ella quería soltarlo, pero Patricia le sostenía la mano allí. El miembro comenzó a ponerse duro. Ceci tenía ganas de salir corriendo, pero detrás de ella estaba Patricia, impidiéndoselo, lo sabía porque podía sentir las grandes tetas de su jefa contra la espalda.

Sus dedos se mezclaban con los de Patricia y al tipo ya se le había puesto la pija dura. El bigotudo bailaba alegremente, como si nadie lo estuviera tocando. Al mirar hacia un costado Cecilia se encontró con una cara conocida, era Paula, la vestuarista. Se sorprendió al ver que le traía su celular.

—Normalmente no se puede tener celular en esta fiesta —le dijo al oído, para que su voz se oyera claramente por encima de la música—. Pero vos y tu jefa le dieron tan buena impresión a los organizadores de la fiesta, que tienen permitido sacar fotos. Siempre y cuando no expongan al resto de los invitados.

Cecilia estuvo a punto de decir que no le interesaba sacar fotos, pero su jefa, que aparentemente oyó todo, agarró el celular y le dijo:

—Vamos a divertirnos un rato, Ceci, al fin y al cabo esto es una fiesta. Quitate un poquito esa vergüenza. Si no te permitís ser un poquito juguetona esta noche, después te vas a arrepentir.

Patricia tenía razón, esa maldita timidez casi le costó su oportunidad de cumplir su sueño y trabajar como locutora. Pudo cumplirlo, gracia a que Patricia confió en ella, cuando nadie más lo hizo. No le agradaba el tono tan picante de la fiesta; pero no quería desilusionar a la única persona que la apoyaba.

—Está bien —dijo Ceci, y giró un poco más la cabeza para que Patricia la viera sonreír.

—Así me gusta. Ahora… ponete de rodillas.

—Em… ¿de rodillas frente al señor?

—Sí, y quedate tranquila que solo es para sacar una fotito y ya está.

—Este… em… bueno… pero sólo porque me lo pedís vos.

Cecilia obedeció, al ponerse de rodillas la verga del tipo quedó justo frente a sus ojos. Patricia le hizo señas para que la agarrara y abrió la boca, formando una “O” con los labios. Cecilia entendió el mensaje, no le gustó; pero lo entendió.

Agarró la verga del tipo y sonrió a la cámara, luego abrió la boca y se tragó ese miembro masculino. No era la primera vez que Cecilia chupaba una verga; pero sí la primera que lo hacía fuera de un contexto íntimo, con tanta gente alrededor. Aún no podía creer que estuviera metida en medio de una fiesta sexual y que ya tuviera una pija en la boca. Pero ya era demasiado tarde para irse, el tren estaba en marcha y no se detendría hasta que la fiesta terminara.

Ella la chupó durante unos segundos, quería demostrarle a su jefa que no era tan mojigata. Al menos sabía cómo mamar una verga. No era una experta; pero conocía los principios básicos, y al parecer al bigotudo le estaba gustando, porque se movía de adelante hacia atrás, provocando que la pija se le metiera hasta el fondo de la garganta.

Cuando Ceci por fin se sacó la verga de la boca y se puso de pie, Patricia se reía a carcajadas.

—¡Estás re loca, nena!

—¿Por qué? Hice lo que vos me pediste…

—Yo solo te pedí que la agarraras y pusieras cara de petera, no que la chuparas.

—Yo entendí que…

—Entendiste lo que quisiste. No te tenía tan putita.

—No soy putita.

—Tal vez todavía no; pero ganas de serlo no te faltan. —Patricia volvió a ponerse detrás de ella, esta vez la a rodeó con un brazo, llevó la mano hasta su concha y comenzó a acariciársela lentamente—. Estás haciendo que me ponga muy picarona… y hace rato que tengo ganas de ponerme picarona con vos.

—No sabía que…

—¿Que me gustan las mujeres? Es algo que ya tengo asumido desde hace años. Solo que no suelo contárselo a nadie. ¿A vos te molesta?

—No, molestarme, no; pero yo nunca…

—Siempre hay una primera vez. ¿Querés que hagamos un jueguito? —Le dijo al oído, sin dejar de masturbarla.

—Puede ser —dijo Cecilia, entre jadeos—. ¿Qué tenés en mente?

—¿Vas a ser una gatita obediente?

—Puedo ser obediente.

—¿Me vas a hacer caso en todo lo que te pida?

—Depende…

—No, eso no es lo que yo quiero escuchar —le metió un dedo en el húmedo agujero de su concha—. Ceci, esta noche es nuestra y la vamos a pasar genial. Vos sos muy tímida, te cuesta tener iniciativa, yo soy todo lo contrario. Si querés divertirte, dejame a mí tomar las decisiones. Entonces, ¿querés divertirte?

Todo el cuerpo de Cecilia ardía por la calentura, nunca había estado tan morbosamente excitada en toda su vida.

—Sí, quiero divertirme.

—¿Vas a ser obediente?

—Voy a ser obediente.

—¿Vas a hacer todo lo que yo te diga?

—Sí.

—¿Vas a ser mi gatita?

—Soy tu gatita.

—Eso es lo que quería oír. Vení, vamos a conocer más gente.

Cecilia caminó junto a su jefa, que ahora se sentía más autoritaria que nunca. Pero a Cecilia le estaba empezando a gustar que Patricia le hablara de esa manera, y hasta podía sentir el morbo en la boca del estómago al saber que la estaba llevando con una correa, como si fuera su mascota. “Soy tu gatita”, le había dicho, sin pensarlo. No había sido tan difícil, todo era cuestión de asentir, obedecer, y mandar su timidez a la mierda.

Pasaron al vagón siguiente, Cecilia ya estaba desorientada, no sabía si estaban avanzando o retrocediendo. Eso no importaba, en todos los vagones estaba presente la misma fiesta, con la misma clase de gente. Incluso muchos disfraces se repetían. Vio a varias mujeres vestidas de forma muy similar a la de Patricia, solo que éstas iban con las tetas al aire. Miró a su jefa y le dijo:

—Vos deberías hacer lo mismo, Patri —no le niegues a la gente tus hermosas tetas.

Patricia se limitó a sonreír, acto seguido se despojó de su corpiño y dejó a la vista sus grandes tetas, de pezones marrones.

—Hagamos una pequeña prueba, —le dijo a su discípula—, para ver si realmente sos una gatita obediente.

—¿Qué tengo que hacer? —Preguntó Ceci, con una gran sonrisa.

—Chupame una teta.

Cecilia dio la mejor respuesta que podía dar, se quedó callada, agarró una de esas grandes tetas y comenzó a pasarle la lengua por todos lados, hasta que llegó al pezón. Allí se detuvo y comenzó a chupar. Mientras ella hacía esto, Patricia aprovechó para volver a acariciarle la concha. Esta vez le metió dos dedos, que se sintieron de maravilla. Nunca había jugado de esa manera con otra mujer, pero era fácil hacerlo si no pensaba… sólo debía obedecer.


Parte 4.


Patricia la llevó hacia un nuevo vagón, Cecilia ni siquiera sabía cuántos vagones había en total. Antes de asistir a la fiesta se había hecho una pequeña nota mental, para ejercer su profesión como periodista. Debía averiguar quiénes eran los organizadores de la fiesta, cuántos vagones tenían, qué empresa se encargaba del catering… y una infinidad de cosas más, para poder preparar una buena nota y presentarla en la radio. Pero ahora, vestida de gatita, con la concha al aire, ya no se sentía una periodista profesional, y sabía que mientras la fiesta siguiera así, no tendría chances de hacer las averiguaciones pertinentes para su trabajo. Aunque su jefa estaba con ella, por eso no le preocupaba demasiado ese asunto.

En este nuevo vagón Patricia comenzó a charlar con un grupo de gente conformado por hombres y mujeres. Dos de los hombres tenían el pene colgando, sin nada que lo cubriera. Las féminas eran preciosas, dos de ellas mostraban las tetas, al igual que Patricia, y otras dos iban tan desnudas como Cecilia, eso tranquilizó un poco a la chica, podía sentir incontables pares de ojos recorriendo su cuerpo, pero no podía culparlos. Ella también se dejaba llevar por la curiosidad. No estaba acostumbrada a ver gente desnuda y más de una vez se quedó embobada mirando esos grandes penes que se mecían flácidamente. También se fijó en las conchas de las chicas que la mostraban, una la tenía tan pequeña y delicada como la de ella, la otra exhibía unos carnosos labios que sobresalían desafiantes. A Cecilia la invadió el recuerdo de lo que hizo Paula en el vestuario. Una chica le había chupado la concha… y además le había penetrado el culo con esa cola de gata… que aún podía sentir. Cecilia se movió un poco, apretando las nalgas, y esto le produjo más placer.

—Les aseguro que es una gatita muy obediente —escuchó decir a Patricia.

Cecilia estaba tan sumergida en sus propios pensamientos que ni siquiera se dio cuenta de que la conversación era sobre ella…

—Me gustaría ver una demostración —dijo la mujer de los carnosos labios vaginales.

—Por supuesto —dijo Patricia, con una radiante sonrisa—. A ver, gatita, te voy a sacar otra fotito como la de hace un rato, así que… de rodillas. Ya sabés qué hacer.

Las mejillas de Cecilia se pusieron rojas, ahora sí que todos la estaban mirando. Pero para su sorpresa se limitó a asentir con la cabeza y se arrodilló frente a todos. No supo por qué lo hizo, fue como si Patricia hubiera activado un interruptor que le permitía controlarla totalmente… y le gustó.

Con el corazón acelerado miró esos grandes penes que colgaban frente a sus ojos, luego miró a su jefa y ésta le hizo señas para que prosiguiera. Cecilia no había recibido indicaciones sobre qué pene debía agarrar, por lo que optó por el que tenía más cerca, aunque el otro también estaba a su alcance. Agarró el miembro y sin dudarlo se lo llevó a la boca. Fue cuando la verga comenzó a crecer que su mente se llenó de preguntas.

“¿Pero qué estás haciendo, Ceci?”, se dijo a sí misma. “¿Te volviste loca? ¿Qué va a pensar toda esta gente?” A pesar de eso, no podía detenerse. Siguió tragando esa pija… mamándola, para que se pusiera aún más dura… y cuando el pene estuvo totalmente rígido, ella se sintió tan bien que su concha se mojó. Hasta le entraron ganas de tocarse… llevaba mucho tiempo sin masturbarse y la necesidad ya le estaba pensando.

Vio que Patricia le tomaba fotos con el celular y se esforzó para mostrarse alegre, con la pija bien metida en la boca. Posó para tres o cuatro fotos y como no le dijeron que se detuviera, ella siguió. No quería mirar a ese hombre a los ojos, era mejor si ni siquiera recordaba su cara. Lo que sí llamaba su atención era la segunda verga, que colgaba con languidez, como invitándola.

Pero no, era demasiado. Solo las mujeres muy putas andan chupando dos vergas a la vez. Ella no lo haría, por nada en el mundo… o casi nada.

—¿Qué esperás, Ceci? —Dijo Patricia—. ¿Lo vas a dejar al otro señor con las ganas? Dale, abrí la boca y comete la otra pija.

Todo el cuerpo de Cecilia se electrificó, podía sentir el flujo vaginal, tibio, saliendo su concha. No lo dudo. Si Patricia se lo pedía, entonces debía hacerlo. Agarró la segunda verga y se la llevó a la boca.

Intentó mantener la mente en blanco, pero no pudo dejar de pensar que estaba chupándole la verga a dos tipos que no conocía… y frente a un grupo de gente, que tampoco conocía.

—A ver, gatita… ¿te gusta tomar la leche? —Le preguntó el primer hombre.

Cecilia se detuvo y miró a Patricia, espantada. Sabía qué significaba eso de “tomar la leche”. Era algo que ella no hacía, ni siquiera con quien fuera su pareja oficial

—Claro que le gusta —aseguró Patricia—. Dale, gatita, mostrales cómo sos de obediente. Tomate toda la lechita.

Cecilia volvió a asentir con la cabeza y sonrió. El corazón le latía a toda velocidad. Si su jefa se lo pedía, lo iba a hacer. Sí, claro que sí.

Abrió la boca y permitió que ese desconocido le llenara la cara con espeso semen. Con su visión periférica Cecilia pudo notar que Patricia estaba filmando ese gran momento, por eso lo hizo sin poner cara de asco. Aunque, para su sorpresa, no era asco lo que sentía… sino un morbo inmenso e incontrolable. Tragó todo lo que pudo de ese líquido cremoso y, sin que se lo pidieran, se lanzó a chupar la segunda pija. La tragó casi completa y comenzó a mamar a ritmo frenético. No abandonó la primer pija, también le dio algunos chupones, de ella todavía escapaban algunos chorros de semen, que Cecilia se tomaba con placer, como una buena gatita muy obediente.

Cuando el segundo tipo acabó, Cecilia ya estaba preparada, recibió el semen directamente dentro de la boca.

La fiesta siguió. Cecilia tomó de un vaso de cerveza bien helada que le ofreció una de las chicas, eso le ayudó a quitarse el gusto a semen de la boca… y también le dio coraje y la preparó para lo que podría venir más adelante.

—Me gusta que estés siendo tan obediente —le dijo Patricia, acariciándole las nalgas—. Pensé que no te ibas a animar.

—Me animo porque vos me lo pedís.

—Así me gusta. Y para que te sigas animando ¿te gustaría que yo hiciera algo por vos?

—Sí… estaba pensando que, si yo no tengo ropa interior, vos tampoco deberías tenerla.

—Es un buen punto… si yo me saco la tanga, vos te quitás el corpiño.

—Trato hecho.

Los pechos de Cecilia aparecieron, turgentes y juveniles, ante los ojos de su jefa. Patricia cumplió con su parte del trato, despojándose de la tanga. Cecilia se quedó boquiabierta admirando esa concha de gruesos labios vaginales, la protuberancia del clítoris destacaba entre ellos. Muchas de las personas que seguían su programa de radio pagarían buen dinero con tal de ver desnudas a esas dos mujeres, y Cecilia lo sabía muy bien, aunque le costara admitirlo. Se sintió especialmente excitada al saber que ella y su jefa estaban desnudas en una fiesta llena de desconocidos… una fiesta que no podían abandonar mientras el tren siguiera en movimiento.

Cecilia posó una vez más para la cámara, con la pija de un desconocido en la boca. Bailó con hombres y mujeres y luego se acercó a una mesa, junto con Patricia. Su jefa conversaba con las personas que estaban allí, intercambiando opiniones sobre esa magnífica fiesta. A su lado estaba sentado un tipo vestido de cavernícola, según sus propias palabras. Lo único que llevaba era un modesto taparrabos que apenas le cubría la verga. Era un tipo de piel bronceada y cuerpo trabajado por una fuerte rutina de ejercicio. Cecilia, por órdenes de su jefa, se sentó arriba de este musculoso. No le desagradó para nada sentir el contacto del miembro viril del tipo tan cerca de su concha. Su rajita estaba húmeda y deseosa de algo más que un mero toqueteo. Ya la habían manoseado mucho y para colmo ahora tenía a la propia Patricia, pajeándola, mientras charlaba tranquilamente con las personas de esa mesa. Cecilia disfrutó, dejando que su espalda se posara en el macizo pecho de aquel hombre. Los dedos de su jefa estaban haciendo maravillas en su clítoris y cuando al tipo se le puso dura, ella se levantó un poquito, para permitirle prepararse y apuntar bien. Cuando Ceci volvió a sentarse soltó un profundo gemido de placer. Toda la verga se le fue clavando en la concha lentamente. Llevaba mucho tiempo sin disfrutar de una penetración y sin dudas ésta era la más morbosa de su vida. Una bonita rubia, que estaba sentada justo delante de ella, le sonrió con una mirada de complicidad. La rubia sabía que a Ceci le habían clavado la pija.

Cecilia sabía que se estaba comportando como una vulgar puta; pero su jefa la seguía masturbando… y si su jefa lo aprobaba. ¿Qué problema había?

Giró la cabeza para decirle a Patricia que la estaba pasando muy bien, pero no fueron palabras lo que encontró en su boca, sino la lengua de la propia Patricia. Su jefa la besó sin previo aviso y Cecilia, que ya estaba intoxicada por el morbo, lo permitió. Por primera vez en su vida besó apasionadamente a otra mujer, como si llevaran muchos años siendo amantes.

—Me están cogiendo, Patri… me están cogiendo —dijo, entre jadeos y besos.

—Sí, lo sé. Me encanta verte tan desatada.

—No sé qué me está pasando. Te juro que yo nunca hago estas cosas.

—Eso también lo sé. Esta noche sos mía… sos mi gatita, y vas a hacer todo lo que yo te diga. No te tiene que importar si son cosas que no hacés nunca o si las hacés siempre. Da igual. Vos hacé lo que yo te diga y te aseguro que la vamos a pasar muy bien.

—Sí, señora.

—Así me gusta. Ahora, disfrutá de esa pija.

—Sí…

Cecilia comenzó a dar saltos, le vino muy bien poder apoyar las manos en la mesa, eso le permitió moverse con más soltura. La verga entró hasta el fondo, salió un poco y volvió a clavarse. Esto se repitió con cada salto que dio.

La rubia que estaba frente a ella se agachó y su cabeza se perdió debajo de la mesa. Cecilia creyó que la chica solo pretendía espiar un poco, pero enseguida descubrió que tenía en mente algo mucho más interesante. Vio la cara de la rubia aparecer entre sus piernas y comprendió todo. Debía reconocer que disfrutó mucho cuando Paula lo hizo, y quería volver a sentir algo así, especialmente ahora, que tenía una pija clavada en la concha. La rubia se lanzó contra su clítoris y comenzó a lamerlo. Cecilia la agarró de los pelos y la obligó a quedarse ahí. Se la chupó tan bien que no pudo evitar soltar potentes gemidos, que se escucharon por encima de la música. A Cecilia le dio mucho pudor estar convirtiéndose en el centro de atención. Estaba a punto de arrepentirse de sus actos, justo cuando Patricia la tomó de la mano. Ese simple gesto le devolvió la valentía y continuó saltando sobre la pija.

La chica rubia no se conformó solo con probar la concha de Cecilia. A los pocos minutos se metió entre las piernas de Patricia. La locutora la esperó, abierta y llena de deseo. La rubia se lanzó a comerle la concha con devoción y Cecilia sintió un extraño retorcijón en la boca de su estómago. ¿Eran celos? No, no podía ser. ¿Por qué estaría celosa ella de que una chica le chupara la concha a Patricia, si ni siquiera le gustaban las mujeres? Era absurdo… sin embargo la sensación persistió hasta que, varios minutos más tarde, la rubia volvió a chupar la concha de Cecilia. En esta ocasión lo hizo para reclamar el premio mayor. El tipo que se estaba cogiendo a Ceci acabó una enorme cantidad de semen dentro de esa pequeña concha. Cecilia subió los pies a la mesa y permitió que la rubia succionara todo el semen desde el interior de esa caverna húmeda. De pronto la rubia ya no le caía mal, hasta intercambiaron dulces besos, cargados de semen, cuando todo el acto terminó.

Cecilia comenzó a recorrer el vagón, de la mano de su querida jefa, ansiosa por descubrir qué otras aventuras les esperaban.

—Mirá —le dijo Patricia—. Ahí está la odalisca que conocimos cuando arrancó la fiesta.

La mujer en cuestión estaba sentada, totalmente desnuda, con las piernas bien abiertas, y una gatita chupándole la concha.

—Se ve que la está pasando muy bien.

—Eso parece. Si te digo que vayas a chuparle la concha, ¿obedecerías?

—Em… no —dijo Cecilia, después de dudar unos segundos.

—¿Por qué no? ¿No era que me ibas a obedecer?

—Si querés se la chupo después.

—Después de qué?

—Em… es que… nunca chupé una concha.

—¿Y te da miedo que la gente piense que sos lesbiana?

—Ahora mismo ya no me importa lo que piense la gente; pero… si va a ser mi primera concha, me gustaría que no fuera la de una mujer que no conozco.

Patricia se quedó boquiabierta durante unos segundos, luego sonrió, mostrando sus resplandecientes dientes. Estaba conmovida, de forma indirecta su empleada le estaba diciendo que le quería chupar la concha.

—Entonces no perdamos más tiempo, gatita. Ya mismo te ponés de rodilla y me la comés toda.

—Sí, señora —dijo Cecilia, llena de felicidad.

Con el corazón latiendo al ritmo de la locomotora, se arrodilló frente a su jefa. Se tomó apenas un par de segundos para contemplar ese precioso sexo femenino.

No tenía experiencia lamiendo conchas; pero dos mujeres se la habían chupado esa misma noche y creía haber aprendido lo básico.

Sin darle más vueltas, se lanzó a lo suyo. El sabor de la vagina de Patricia la sorprendió, fue inesperadamente deliciosa, y eso la llevó a explorar hondo en el agujero vaginal, en busca de flujos sexuales. No descuidó el clítoris, no después de que la rubia hubiera hecho un trabajo excepcional con el suyo. Quería brindarle el mismo placer a su jefa. Sabía que había mucha gente mirándolas y que Patricia la estaba filmando; pero todo eso, en lugar de incomodarle, la excitó aún más.

Patricia se meneó como si fuera una bailarina exótica, frotándole la concha por toda la cara. Cecilia no tenía idea de que el sexo lésbico pudiera ser tan fascinante, en especial si se lo hacía con una mujer como Patricia, que era puro fuego y pasión.

Cuando Cecilia dio por concluída su primera experiencia lésbica, se puso de pie, le dio un apasionado beso en la boca a Patricia y le dijo:

—Ahora sí, voy a cumplir con sus órdenes, señora.

Se dirigió hasta la odalisca que, al verla llegar, le pidió a la otra chica que se apartara. Esta chica no tuvo problemas en irse, porque ya había otra bella mujer solicitando sus servicios, solo tuvo que gatear hasta su nueva amante.

—Hola, gatita hermosa. ¿Andás con ganas de jugar?

—Sí —dijo Cecilia, con una simpática sonrisa—. Mi señora me pidió que me porte bien con vos.

—Y tenés que obedecer a tu señora…

—Así es.

—Vení, gatita. Mostrame lo mimosa que podés ser.

La odalisca levantó las piernas y ofreció su concha, de oscuros labios, estaba cubierta de flujo y saliva, por el trabajo de la chica anterior; y esto le encantó a Cecilia. Se lanzó a chuparla con determinación, como si eso de comer vaginas fuera algo de todo los días.

Mientras disfrutaba una vez más del sexo lésbico, Patricia se arrodilló a su lado y comenzó a acariciarla. Primero la espalda, luego bajó hasta la cintura y siguió camino hasta las nalgas de Cecilia. Una vez allí comenzó a tirar lentamente de la colita de gata. Cecilia suspiró de placer al sentir su culo dilatándose cada vez más. Antes de que la parte más ancha del plug pudiera salir, Patricia lo empujó de nuevo hacia adentro. Repitió esta acción tres o cuatro veces hasta que, de un tirón, sacó el plug. Cecilia arqueó la espalda y emitió un gemido de placer que partió desde lo más profundo de su líbido.


Parte 5.


Cuando Cecilia terminó de comerle la concha a la odalisca, su jefa volvió a ponerle la colita de gata, y ella lo agradeció. No había experimentado con el sexo anal, pero debía admitir que se sentía muy bien… y daba mucho morbo.

—Nena ¿te animás a hacer algo muy atrevido? —Le preguntó Patricia, mientras bailaban muy apretadas.

—¿Más atrevido que todo lo que hice?

—Sí… porque esto puede tener repercusiones en tu vida personal —Cecilia se puso pálida, pero igual escuchó atentamente—. Antes de decirte lo que tenés que hacer, quiero que veas algo. —Le mostró la pantalla de su propio celular, estaba abierta la cuenta de Twitter—. Mirá las fotos que subió Paula.

Al verlas a Cecilia casi le da un infarto. La primera foto era la más decente, aunque medio subida de tono, estaba ella de rodillas, junto a su jefa, y nadie podría adivinar que no llevaba puesta la tanga, porque se cubría con sus propias piernas. En cambio la segunda foto, la que Paula no debió subir, era directamente pornográfica. Cecilia estaba de espaldas, casi como si estuviera en cuatro patas. Se le veía toda la concha y era obvio que la colita de gata era un plug que tenía bien metido en el culo.

El cuerpo se le enfrió, casi se desmayó al ver los comentarios de la gente. El que le decía “puta” era el más suave. Sin embargo la mayoría de la gente parecía apoyar la decisión de Cecilia a subir ese tipo de material.

—Me parece que ya conseguimos esa publicidad que tanto buscábamos —le dijo Patricia—. No te pongas mal, chiquita. Si querés la podés borrar, es de madrugada y no la debe haber visto tanta gente. Pero… antes de que la borres, quiero que hagas algo. —Cecilia la miró con los ojos muy abiertos—. Tenés que elegir una foto, de todas las que yo te saqué, y subirla a Twitter. Así sea por unos minutos, después podés borrar todo.

—Pero… este…

—¿Qué va a pensar la gente? ¡Que piensen lo que quieran! Sos una chica preciosa, Cecilia. Mirá, muchos se mueren de ganas de ver más. Dales el gusto; pero no lo hagas para que nosotras consigamos publicidad. Hacelo por vos… y por mí, porque yo te lo estoy pidiendo. Y sé por qué te lo pido. ¿Confiás en mí?

—Sí.

—Entonces elegí una foto y subila a Twitter.

Cecilia estaba mareada, no podía pensar bien, pero de pronto toda esa confusión se convirtió en morbo y fantasía. Se mojó toda al pensar en cuánta gente le vio la concha y si Patricia lo pedía, ella les mostraría más.

Sin mucho preámbulo, seleccionó una foto y la subió a Twitter, con el corazón golpeando como un tambor.

—Ya está —dijo, entregándole el teléfono a su jefa—. Lo hice. No me importa nada. Confío en vos.

Patricia le dedicó una gran sonrisa y luego la besó en la boca.

—¿A ver qué fotito subiste? ¡Apa! ¡Qué picarona! En la pantalla aparecía Cecilia, muy sonriente, con la pija erecta en la mano. Se la veía como a una gatita feliz, por tener una buena verga para disfrutar. Los comentarios no tardaron en llegar.

—Vení, vamos a hacer otra cosa. Después te permito borrar todo —le dijo Patricia.

Cecilia la siguió, obedientemente; mejor dicho, se dejó llevar, por la correa de su ama y señora. Pasaron unos minutos charlando con gente, especialmente con hombres, al parecer Patricia estaba buscando a la persona indicada para la siguiente prueba de obediencia de Cecilia.

Encontró a un tipo que se estaba cogiendo a una mujer madura, algo entrada en carnes, pero con un cuerpo sumamente atractivo. Sus grandes tetas se sacudían encima de la mesa. El hombre era joven y tenía el cuerpo tan musculoso como el que se había cogido a Cecilia.

La voluptuosa mujer se dio por satisfecha y le dijo a este vigoroso amante que ya podía dejar de enterrarle la verga hasta el fondo de la concha. Ahí fue cuando Patricia hizo su gran entrada. Saludó al tipo y le agarró la pija, que aún estaba bien dura. Él la recibió agarrándole una nalga. Entre ellos intercambiaron palabras que Cecilia no pudo oír, pero supo que hablaban de ella, porque no dejaban de mirarla de reojo. El tipo asintió con la cabeza, miró a Cecilia como si fuera un lobo feroz ante un inocente corderito, y se sentó en uno de los bancos que estaban adheridos a la pared del tren, pero con las piernas orientas hacia el pasillo.

—Ahora sí, Ceci… llegó el momento de hacer tu gran debut.

—¿Qué debut?

—Acercate a ese muchacho, él te va a explicar todo lo que necesitás saber.

Cecilia estaba más preocupada por lo que podrían estar diciendo sus seguidores en Twitter, por lo que obedeció a su jefa. Se sentó arriba del tipo, dándole la espalda, y se dejó manosear toda. No le importó cuando le metieron la pija en la concha, se lo vio venir. Incluso hasta lo disfrutó. Montó esa pija con una expresión constante de placer y permitió que Patricia le sacara más fotos.

La sorpresa se la llevó cuando el tipo la levantó y orientó su verga hacia el otro agujero, ese que Cecilia nunca había usado para estas cosas…

Casi se le salen los ojos de las órbitas cuando la pija empezó a entrar. Primero fue un poquito, pero de pronto sintió un gran pedazo de pija en el interior de su culo. La única explicación que encontraba era que el plug anal le había dilatado tanto ese agujero que ahora la ancha verga de ese tipo podía entrar sin dificultad.

Con la boca abierta miró a Patricia, mientras el tipo empezaba a bombearle el culo.

—Disfrutá, nena —le dijo su jefa al oído—. Es hermoso que te den por el orto, te lo digo por experiencia.

Cuando empezó el verdadero desvirgamiento anal, Cecilia permitió que el tipo le levantara las piernas. Todos los presentes en el vagón pudieron ver cómo le entraba la pija por el orto. Ella gemía, suspiraba y sonreía a su jefa, que ya le estaba sacando fotos.

Pero esta vez Patricia no se limitó a cumplir con el rol de fotógrafa. Pasó a la acción. Se puso de rodillas frente a su pupila y le demostró que ella también era una experta en el arte de comer conchas. Así Cecilia supo que Patricia tenía por costumbre acostarse con mujeres, quizás tanto como lo hacía con hombres. Esto le gustó. Nunca había tenido planteos lésbicos en su vida, pero ahora tenía muchos… y cada vez le gustaban más.

Recibir una chupada de concha, de su propia jefa, mientras le rompían el orto, fue lo máximo. La hizo llegar al clímax.

Uno de los tantos hombres del público se acercó a Patricia por detrás y le clavó la pija en la concha, mientras ella seguía chupando la de Cecilia. Para Patricia fue una grata sorpresa que la penetraran, ella estaba tan caliente como su pupila y también quería recibir un buen pedazo adentro.

A partir de ese momento la fiesta se terminó de descontrolar y comenzó la verdadera orgía. Si a Cecilia le hubieran preguntado todo lo que hizo después de que le dieran por el culo, no sabría decir qué pasó ni en qué orden. Solo sabía que se llevó a la boca todas las pijas que tuvo delante, y que su jefa hizo lo mismo. Las dos entregaron el culo y disfrutaron de dobles penetraciones. Incluso se besaron mientras cada una de ellas era cogida por dos tipos.

Por supuesto también chuparon conchas, y en gran cantidad.

El descontrol fue tal que en un momento de la noche Cecilia terminó acostada boca arriba en una mesa, y los hombres desfilaban por su concha o su culo (a libre elección del consumidor). Mientras tanto Patricia, sentada en la cara de Cecilia, recibía lamidas en la concha de su pupila y una buena pija en el orto de cualquier hombre que quisiera metérsela.

Cuando Cecilia despertó, muchas horas más tarde, estaba sola, en una cama inmensa. No reconoció el lugar y se asustó mucho, creyendo que había terminado en la casa de algún desconocido.

Pero al salir de la habitación se encontró con Patricia, desnuda, tomando café.

—Hola, bombón. Nos despertamos casi juntas. Ya te estaba por llevar una tacita de café.

—¿Estamos en tu casa?

—Sí. ¿No te acordás que nos trajeron unos amigos?

—No. No me acuerdo de nada. Me duele mucho la cabeza.

—Agradecé que al menos nos dimos un baño apenas llegamos, porque sino además estarías toda pegajosa. No sé cuánta leche te tiraron encima.

—¡Ay, dios! ¿Qué mierda hice?

—No pasa nada, nena. Fue una linda fiesta, no te sientas mal…

—No, no me refiero a eso. No me arrepiento de todas las pijas que me comí, ni de las conchas que chupé. Mirá…

Cecilia le alcanzó el celular a su jefa. Patricia revisó el contenido de Twitter con creciente asombro. Cecilia no había borrado la foto que subió, con la pija en la mano; pero eso no era todo… todas, absolutamente todas las fotos que tomó Patricia por la noche, habían sido subidas a Twitter. Incluídos los videos. Cualquier persona que entrara al perfil de Cecilia podría verlas enfiestadas, comiendo pijas, recibiéndolas por el culo, chupando conchas, teniendo sexo entre ellas…

—Ay… la puta madre —dijo Patricia.

—Perdón… te juro que no sé por qué las subí. No me acuerdo de nada… pero sé que las subí yo. Fue una locura… me dio…

—¿Morbo?

—Creo que sí. ¿Y ahora? ¿Qué vamos a hacer?

Patricia miró fijamente a Cecilia a los ojos.

—Definitivamente encontramos la publicidad que tanto buscábamos. No podemos deshacer lo hecho y estoy segura de que nos van a quitar el espacio en la radio; pero siempre podemos hacer un programa por nuestra cuenta. Hoy en día hay muchos medios para hacerlo. Nena, en este tren estamos juntas. ¿Te subís conmigo?

Cecilia quería llorar, pero el discurso de su jefa le devolvió el alma al cuerpo. Vendrían tiempos difíciles, seguramente miles de personas la tratarían de puta; pero nada de eso parecía tener mucha importancia si Patricia estaba a su lado.

—Sí, señora —le respondió, sacando pecho.

—Así me gusta. Entonces, ¿sos mi gatita?

—Soy tu gatita.

—Bueno, gatita… ponete de rodillas y mostrame lo obediente que sos. Vamos a darle a nuestros seguidores algo lindo con qué empezar el día.

Cecilia sonrió, se puso de rodillas, como buena gatita obediente, y empezó a comerle la concha a su ama y señora.

FIN.



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Comentarios

kurai ha dicho que…
Esperando la continuación de curiosas y viciosas nos encontramos con este regalito.
Simplemente grandioso, tus historias son atrapantes por como van evolucionando los personajes con cada nuevo capítulo, pero hay q decir q tus OneShot's son simplemente de otro mundo
Luis ha dicho que…
Primera vez que leo uno así en un tren y me gustó mucho y estoy de acuerdo con Kurai sobre el OneShot
Unknown ha dicho que…
Tienes que hacernos más regalitos así, enserio eres la mejor en esto. Te amo
Anónimo ha dicho que…
Me encantó el relato. Un par de cosas que quería señalar, que Patricia comienza el relato llamándose "Paulina" y que no se describe en qué momento pierde la "colita" antes del debut.
Salvando eso fue perfecto.

Espero no ser una molestia con los detalles pero tienden a sacarme de ambiente. Por suerte son de los primeros que veo en tus relatos, sos muy cuidadosa.

Gracias
Patacon13 ha dicho que…
Excelente relato! Es buenísimo! Que tremenda eres!
Uknown ha dicho que…
Me encantó cuando Cecilia se puso celosa al ver a otra chica lamiéndole la vagina a Patricia.

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