Intriga Lasciva - El Instituto [24].

 


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Capítulo 24.


Caleidoscopio.




Las chicas dividieron sus funciones para investigar el caso de Mercedes.

Erika y Siara fueron a la oficina de edición de la revista Caleidoscopio mientras Oriana y Xamira se encargaban de revisar todos los videos que les envió la propia Mercedes. No sabían si esta última actividad arrojaría algún dato útil, pero aún así Ori y Xami se mostraron muy entusiasmadas. Se reunieron en la casa de esta última para pasar una tarde completa mirando los videos porno de Mercedes… y todo lo que pudieran ver en Uvisex, al fin y al cabo, como dijo Siara, necesitaban subir de nivel en esa plataforma para poder desbloquear más contenido.


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La revista Caleidoscopio no era muy famosa, pero tenía lectores fieles, en especial aquellos que aman el chisme y la farándula local. El edificio donde tenía lugar la edición era bajito y antiguo, de solo dos plantas, y en la planta baja funcionaban una tintorería y una marroquinería.

Erika y Siara tocaron el timbre y fueron observadas desde una cámara que estaba situada sobre la puerta. Ambas tenían puesto atuendos muy escotados, sabían que un buen escote suele abrir puertas, y así fue. Las dejaron entrar cuando dijeron que venían a pedir trabajo.

Las atendió un hombre desaliñado, de cabello entrecano ondulado y barba de varios días. Se presentó como Armando Aguilar, “Dueño y editor de la revista”, dijo, dándose aires de importancia. Las chicas no se sorprendieron, Caleidoscopio ni siquiera estaba entre las revistas más leídas de la ciudad. Y lo precarias de las instalaciones evidenciaban que se trataba de un medio prácticamente amateur; pero con ganas de destacar… de lo contrario no estarían amenazando a Mercedes con sacar a la luz una noticia tan picante.

Las instalaciones estaban divididas en dos áreas. A la izquierda de la escalera se encontraba la oficina de Armando y todo el resto eran cubículos con computadoras. Parecía un cibercafé de la primera década de los 2000.

Las amigas habían ensayado lo que debían hacer. Mientras una de ellas entretenía al editor, la otra debía interrogar a los empleados y averiguar todo lo que fuera posible.

Armando estaba realmente entusiasmado y no apartaba los ojos de esas preciosas tetas. “¿De dónde habrán salido estas ricuras?”, se preguntaba mientras imaginaba lo divertido que podría ser trabajar todos los días con dos bombones como estos.

La primera en entrar a la falsa entrevista laboral fue Siara. Armando la hizo pasar a su oficina tomándola de la cintura. En ese momento las chicas supieron que el tipo sería fácil de manipular. Tenía una gran debilidad por el sexo femenino.

Siara se sentó frente al escritorio de Armando y comenzó a hablar de ella, de sus gustos, sus intenciones como futura periodista, sus anhelos… pero todo era un invento. Un trasfondo falso que se había inventado para la ocasión. Habló de programas de chimentos que nunca vio con una seguridad pasmosa. Tuvo que pasar un buen par de horas investigando en internet sobre otros medios similares a esta revista y así poder contarle al editor que para ella sería un sueño trabajar en Caleidoscopio. Permitió que los ojos del tipo se quedaran pegados a sus pechos. Por lo general esto le hubiera molestado mucho; pero esta vez se sentía orgullosa de sí misma, de estar haciendo un buen uso de sus armas.

“Si las tengo, las voy a usar de la mejor manera”, se dijo a sí misma.


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Erika aprovechó el momento para acercarse a uno de los pocos cubículos que estaban ocupados. Un hombre calvo con cara de zombie se fijó en su escote sin ningún tipo de interés. “¿Será gay?”, se preguntó la chica. Probablemente lo fuera, o quizás solo no le importaba perder el tiempo con una mocosa que atravesaba un fuerte despertar hormonal.

―Hola, yo soy Erika ―saludó ella con simpatía―. Me gustaría trabajar acá, si es que me contratan. Me dijeron que en esta revista siempre trabajan con gente famosa. ¿Ahora están trabajando en alguna nota importante?

―Hola, Erika ―la saludó el hombre, sin mirarla―. No puedo hablar de las notas que estamos escribiendo. Va contra las reglas.

―Ah, lo que pasa es que… tengo información sobre la chica esa que interpreta a Minerva Santos en la tele. ¿Con quién puedo hablar sobre eso?

De pronto el hombre la miró a los ojos, había logrado captar su atención.

―¿Tenés información sobre Mercedes Navarro? ¿Y cómo sé que eso es cierto?

―Em… ―Erika tenía un As bajo la manga, y era el momento de jugarlo―. Yo soy la hermana de Kamilexia, la streamer. ¿Escuchaste hablar de ella?

―Por supuesto ―dijo el pelado, poniéndose de pie―. ¿De verdad sos la hermana?

―Sí, si… la conozco desde que nació. Lo juro. Se llama Camila Arias Ballester. Yo soy Erika Arias Ballester. ¿Acaso no ves el parecido?

El pelado entrecerró sus ojos y escaneó a la chica de cuerpo completo.

―Es cierto, sos parecida. ¿Y Kamilexia te comentó algo sobre Mercedes Navarro?

―Solo voy a hablar con eso con la persona que esté escribiendo sobre ella. Y no me mientan, sé que alguien de esta revista está escribiendo una nota sobre ella.

―Bueno, sí… estás bien informada. Si yo te llevo a hablar con la persona que está haciendo esa nota, ¿me darías una entrevista? Me encantaría preguntarte algunas cosas sobre tu hermana.

―Trato hecho ―dijo Erika, sabiendo que lo lamentaría, porque a su hermana no le haría ninguna gracia que ella estuviera contando intimidades sobre ella a una revista de chimentos.

―Perfecto, mi nombre es Julio ―el pelado le dio la mano y esta vez sonrió… y de paso le dio una buena miradita a sus tetas.

“Al parecer no es gay”, pensó Erika, mientras le estrechaba la mano.

Julio se acercó a otro de los cubículos, allí habló con alguien durante unos segundos y de pronto Erika vio asomándose la cabeza de una chica que parecía ser muy joven, con dos colitas rubias y una camisa blanca. Luego la cabeza desapareció.

Julio se le acercó otra vez y le señaló el cubículo en el que había estado recién.

―Ella quiere hablar con vos.

―Muy bien, gracias.

Cuando Erika se acercó al cubículo se encontró con una chica rubia bajita, muy delgada, con el pecho casi tan plano como una mesa y grandes ojos azules. Parecía una muñeca de porcelana.

―Hola ―la saludó―. ¿De verdad sos la hermana de Kamilexia? Yo me llamo Cándida Zambrano.

―¿Qué edad tenés, Candy? ¿No tendrías que estar… no sé, en el jardín de infantes?

―¿Qué te pasa, tarada? Tengo dieciocho años, y acá es donde trabajo.

―Uy, qué carácter de mierda ―Erika sonrió y acercó para ella una silla del cubículo de al lado, que estaba vacío―. Me caés bien.

Cándida la miró con sus ojazos, sin entender nada.

―¿Estás drogada o algo así?

―No, lo digo en serio. Perdón, no pretendía hacerte enojar. ¿Te puedo decir Candy?

―No. Me llamo Cándida. Así es como podés decirme.

―Muy bien, Candy… quiero hablar con vos sobre Mercedes Navarro. Sé que vos estás preparando un artículo sobre ella. Uno muy… complicado.

―¿Y vos qué sabés de eso?

―Lo sé porque la propia Mercedes me lo contó.

Esas palabras dejaron sin aliento a la pequeña rubia.

―¿Y cómo sabe ella que yo estoy escribiendo esto?

―Dale, no te hagás la boluda. Vos sabés muy bien por qué lo sabe.

―No, flaca… te digo en serio. Las únicas personas que saben de este asunto somos los que trabajamos en esta revista… y como verás, no somos muchos. ¿Cómo se enteró Mercedes?

―Lo sabe y punto.

La pequeña Cándida se puso de pie, con la cara roja de rabia, dio un fuerte golpe a su escritorio con ambas manos y gritó:

―¿Quién fue el hijo de puta que anduvo filtrando información sobre Mercedes Navarro?

Tres personas se asomaron, uno era el propio Julio, otra era una señora regordeta que debía tener cuarenta y pico de años y el otro era un muchacho de piel olivácea, delgado y con anteojos, con el corte rapado a cepillo. Todos la miraron asustados.

―Nadie filtró nada ―dijo la mujer, parecía aterrorizada.

―Yo me tomo mi trabajo muy en serio ―contestó el chico de anteojos.

―Y yo solo intento ayudarte ―se defendió Julio―. No le conté nada a nadie. Lo juro. Solo hablé con Erika dos minutos y la mandé directo con vos.

―Sé que alguien estuvo filtrando información. Y ya me voy a enterar quién fue. Cuando yo sepa quién fue el buchón, les recomiendo que se vayan del país, porque ahí sí que me van a conocer enojada.

La discusión siguió durante unos segundos. Cándida lanzaba acusaciones y sus compañeros se defendían.

Dentro de la oficina del editor, Siara hacía todo lo posible por mantener la atención de Armando.

Erika llamó a la puerta y le pidió a su amiga que se acercara. Le habló en voz baja: “La cosa va muy bien encaminada, pero necesito que ganes tiempo… todo el que puedas”.

Luego volvió a continuar su interrogatorio a Cándida, quien no se había calmado ni un poquito. No sería nada fácil sacarle información a la pequeña rubia. Estaba hecha una furia y parecía dispuesta a morder a cualquiera que la molestara.


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Siara lamentó haberse ofrecido para ser la primera en entrar a esa oficina. Quizás Erika estuviera más dispuesta a pasar un incómodo momento a solas con un viejo baboso que la desnudaba con la mirada. Sin embargo, debía poner de su parte sin chistar, porque sus amigas hicieron grandes sacrificios por la causa… en especial Xamira. Siara asintió con la cabeza y dijo: “Yo me encargo”.

Hizo un pequeño ajuste en su escote y volvió a su asiento. Armando no pudo disimular la sorpresa, sus ojos se abrieron como platos al darse cuenta que ahora podía ver el inicio de las areolas de los pezones de Siara. Se puso rojo y se movió incómodo en su asiento, mientras se manoseaba el bulto. Siara no pudo ver este gesto, pero lo adivinó.

Para esta falsa entrevista, Siara prefirió usar un nombre falso. No quería presentarse como la hija de la famosa diseñadora de moda Verónica LeClerc, justo en una revista a la que le encantan los chimentos. No harían más que preguntarle cosas sobre su madre, empezando por: “¿Qué llevaría a la hija de la adinerada diseñadora a buscar trabajo?”

Distraer a Armando hubiera sido una tarea muy sencilla si le hubiera dicho su verdadero nombre. Sin embargo ahora estaba acorralada en una situación incómoda en la que tenía a un tipo mirándole las tetas sin ningún tipo de disimulo mientras seguía repitiéndole las típicas frases con las que gente como él intenta engatusar a jóvenes ilusas: “Al principio la paga no sería muy buena, pero si demostrás compromiso y fidelidad a la revista, tenés un futuro muy prometedor”.

A su vez, Siara intentaba jugar el papel de “chica con pocas luces”, preguntaba todo dos veces, y hasta simulaba no haber entendido “¿Qué tipo de compromiso debería mostrar?” Ahora con los pezones casi a la vista, el interés de Armando parecía renovado, ya no intentaba dar por concluida la entrevista.

El tipo se puso de pie, caminó alrededor de Siara mientras recitaba el mismo discurso vacío de siempre, hasta que Siara dijo las palabras mágicas:

―Mire, la verdad es que estoy desesperada. Necesito trabajo urgente, estoy dispuesta a hacer lo que sea para obtener un puesto. ¿Usted me entiende, verdad?

―Por supuesto que entiendo ―dijo Armando, con una sonrisa de depredador sexual que heló la sangre de Siara.

“¿En qué quilombo me metí?”, pensó mientras sentía las manos de ese tipo posándose sobre su hombro.

―Sos una chica con grandes… atributos ―soltó el editor―. Sé que podría sacar un buen provecho de ellos.

―Pero… la paga… ¿va a ser buena? ―Preguntó Siara, las manos seguían bajando por su escote.

―Eso se puede arreglar. Hay pagos extra por… servicios extra.

―Ah… este… em… si van a pagar bien, entonces…

No tuvo tiempo para completar la frase. Las pesadas manos de Armando se apoderaron de sus tetas, o al menos intentaron hacerlo.

“Maldito degenerado”, pensó Siara, llena de rabia. Pero no podía echar a perder la oportunidad de Erika. Debía aguantar tanto como fuera posible.

El tipo comenzó a amasarlas sin ningún tipo de consideración por Siara. A ella le dolieron los pechos ante la brutalidad con la que se los estaban apretando; pero aún así aguantó sin chistar, rogando que Erika abriera esa puerta para anunciarle que ya tenían toda la información necesaria y que podían irse.

Sin embargo Erika no apareció y Armando pudo deleitarse manoseando un par de tetas por las que seguramente hubiera tenido que pagar… “y ahora me las está tocando gratis, qué asco”, pensó Siara.

―No te voy a mentir, chiquita ―dijo Armando, liberando por fin sus tetas. El tipo regresó a su asiento y Siara pensó que la peor parte ya había pasado. Se equivocaba―. Ahora mismo las finanzas de la revista no son las mejores. Tendré que pagarte de mis ahorros personales. Pero estoy evaluando seriamente la posibilidad de contratarte. Admiro tu… dedicación. Además sé que pocos se atreverían a decirle que no a una chica tan bonita… y tan dispuesta como vos. Podrías usar… tus encantos para conseguir que ciertos tipos suelten la lengua y te den buenas declaraciones. ¿Estarías dispuesta a hacer eso?

―Por supuesto ―dijo Siara, con una gran sonrisa. No se molestó en volver a guardar sus tetas, fuera del escote eran más provechosas.

―Excelente. Entonces… vení… dame una demostración. ¿Qué estarías dispuesta a hacer para conseguir información valiosa?

Siara se quedó helada. En ningún momento imaginó que la situación llegaría tan lejos. Intentó ganar unos preciosos segundos esperando ahí en silencio; pero Erika no apareció. No le quedó más alternativa que ponerse de pie y acercarse al tipo con un sensual meneo de caderas.

Armando alejó su silla del escritorio y ella se le sentó sobre la falda, de costado. Lo primero que hizo el tipo fue posar una de sus sudorosas manos sobre el muslo de la chica. Siara lamentó haberse puesto una minifalda. Lo hizo solo porque Erika insistió mucho en ese asunto… y en el del escote. “Date cuenta, amiga, no vamos a una entrevista real, solo tenemos que mantener al tipo entretenido mientras hacemos averiguaciones”, le había dicho.

No tuvo mucho tiempo para lamentarse por esta mala decisión, porque de inmediato supo que había cometido un gran error al no guardar sus tetas. Este gesto le dio el mensaje equivocado a Armando, quien aprovechó para lanzarse de boca contra ellas.

Siara se estremeció cuando sintió que uno de sus pezones era atacado por la boca de ese degenerado. En una situación diferente, ella le hubiera dado vuelta la cara de un cachetazo; sin embargo hoy no podía darse ese lujo. Tampoco podía huir, si abandonaba la oficina antes de tiempo podría arruinar el plan de Erika. Al menos Siara sabía que su amiga estaba logrando avances importantes en el interrogatorio a los periodistas.

La lengua del tipo se movía recorriendo todo su pezón y en un segundo la situación se puso aún peor. La mano de Armando subió por el muslo de la joven y llegó directo a su vagina. Cuando Siara sintió como ese tipo le acariciaba una parte tan íntima por encima de la ropa interior tuvo que controlar la imperiosa necesidad de asesinarlo. Este maldito desgraciado la estaba profanando sin ningún tipo de vergüenza.

Su mente racional se puso a trabajar y se dijo a sí misma que esto no era tan malo en comparación con lo que tuvo que hacer Xamira para conseguir evidencias durante la investigación del caso Dalma. Xami tuvo que tragarse la pija de Alexis… en dos ocasiones. Y para colmo la segunda vez le pegaron una cogida tremenda. Si Xamira se sacrificó tanto por el club, siendo la integrante más nueva, Siara no podía ser menos, teniendo ella el cargo de “Socia fundadora”.

Estos manoseos eran incómodos, sí… pero no se sentían tan mal si tomaba en cuenta que gracias a esto se sentía menos culpable por lo que Xami tuvo que hacer por el club. Ahora le toca a ella poner su parte.

Armando consiguió librarse de la entrometida ropa interior que le bloqueaba la vía de acceso y sus dedos comenzaron a acariciar directamente el sexo de Siara, el cual ya estaba húmedo, por culpa de tanto toqueteo.

Los chupones en sus tetas seguían.

Los dedos de Armando consiguieron entrar en la concha y Siara tuvo que esforzarse para separar las piernas un poco y hacerle la tarea más fácil, así le dolería menos cuando esos dedos inexpertos y atolondrados la ultrajaran.

“Erika ya está por volver, ya está por volver”, se repetía mentalmente mientras soportaba los toqueteos.

Armando la estaba pajeando. Esto era una paja en toda regla. Siara, con el respeto que siente por su propio cuerpo y por el asco que le dan los tipos como Armando, jamás se hubiera dejado tocar de esa manera. Se sentía humillada. Y aún así no dejaba de decirse cosas como: “A Xamira también la humillaron, y ella aguantó todo sin quejarse. Incluso tuvo que acostarse con Emilia en más de una ocasión”.

Pero Erika no venía. El tiempo seguía avanzando y no tenía ni noticias de su mejor amiga. Lo peor de todo era que ya podía sentir la verga erecta de Armando debajo de las nalgas.

El editor liberó su pene y tomó a Siara por la cintura, con toda la intención de acomodarla para penetrarla. Esto ya no lo pudo soportar. Siara se puso de pie de un salto y se acomodó la minifalda. Sus tetas siguieron a la vista.

Armando la miró con rencor y ya estaba por soltar una protesta, sin embargo Siara pensó rápido.

Se puso de rodillas y comenzó a masturbar la larga verga del editor. No tenía otra alternativa. Si no hacía esto, el tipo se la cogería… y eso sí que no pensaba permitirlo. Este gesto tranquilizó a Armando quien se acomodó en su silla.

―Ah, veo que tenés mejores planes… dale, mostrame lo que puede hacer esa boquita… y te aseguro que acá te espera un futuro brillante.

¿La boca? Siara no pretendía llegar tan lejos. Solo pretendía manosearlo un poco, aguantando las ganas de mandarlo a la mierda, con la esperanza de que Erika entrara por esa puerta de un momento a otro.

Aguantó todo lo que pudo, pero una vez más Armando comenzó a impacientarse.

El tipo tomó a Siara por la cabeza y él mismo la guió para que se tragara una buena parte de la verga. Siara no pudo hacer otra cosa que abrir la boca.

“Ahora sé cómo se sintió Xamira cuando se tragó la verga de Alexis”, pensó.

La recorrió un escalofrío. Una sensación incómoda que al mismo tiempo llegó hasta las zonas sensibles de su cuerpo. La concha se le humedeció aún más. “Será por un acto reflejo”, se dijo a sí misma.

Después de unos segundos tragando pija se dio cuenta de que ya no tenía sentido resistirse.

“Voy a tener que hacerle un pete a este tipo, no queda otra”.

Ya sin oponerse, agarró la verga de Armando y comenzó a chuparla enérgicamente, de la misma forma en que lo había hecho Xamira con Alexis. Al menos ahora podría decirle: “Xami, te entiendo, yo tuve que hacer lo mismo que vos”. Ya no se sentiría culpable por su falta de aportes al club.

Esos pensamientos la llevaron a chupar con más ganas, como si fuera un castigo que se merecía por haber expuesto a Xamira a semejante humillación. “Ahora te toca a vos, Siara, chupá y no te quejes”, se dijo mentalmente.

Y chupó. Realmente la chupó. Armando disfrutó cada segundo y en varias ocasiones le apretó las tetas.

La puerta de la oficina se abrió de golpe.

Erika miró la escena anonadada. No entendía por qué su mejor amiga estaba arrodillada, con la pija de ese tipo en la boca. Siara la miró sin sacar la verga y en ese momento Armando eyaculó. La boca se le fue llenando de semen, sin embargo Siara no se apartó, se quedó ahí, recibiendo todo dentro, mirando a los ojos de su desorientada amiga.

―Em… mejor nos vamos ―dijo Erika, sin atreverse a entrar a la oficina―. Creo que ya tenemos todo lo que necesitamos… por el momento.

―¿Vos no vas a hacer una entrevista como tu amiguita? ―Preguntó Armando, con una sonrisa estúpida.

―Por ahora, no. Gracias. No estoy tan desesperada por conseguir trabajo.

Siara se puso de pie y sin decir una palabra se acomodó la ropa. Volvió a guardar sus tetas.

Salió junto con Erika. Las dos comenzaron a bajar las escaleras que las dirigían hacia la salida.

―Ay, Siara… no me imaginé que ibas a llegar tan lejos para distraer a ese tipo, perdoname. Si hubiera sabido, entraba antes. Te lo juro, yo…

Siara se lanzó sobre su amiga y la besó. En ese preciso instante Erika entendió todo. Su boca comenzó a llenarse del semen de Armando. Su amiga le estaba diciendo “Esta es tu parte del castigo, por hacerme esperar tanto”. Erika aceptó su castigo. Se unió a su mejor amiga en un beso húmedo y espeso. Sus lenguas se entrelazaron y las dos tragaron una buena parte de leche. La misma pasión del beso provocó que Erika quedara sentada en uno de los escalones. Siara se le echó encima, metió su mano debajo de la minifalda de su amiga y sin pedir permiso comenzó a masturbarla. Erika, por puro instinto, hizo lo mismo. Metió sus dedos en la concha húmeda de Siara y siguieron intercambiando semen y saliva con sus besos.

―Por tu culpa lo tuve que petear.

―Perdón, Siara… perdón. Hago lo que quieras…

―Sacate la tanga. Vas a volver a tu casa sin ropa interior.

―Sí…

―Y además, cuando lleguemos a tu casa, me vas a hacer tremenda paja. ¿Está claro?

―Por supuesto. Lo que sea necesario para que me perdones.

―Hacés eso por mí y puedo hacer de cuenta que esto nunca pasó.

―Muy bien. Te quiero mucho, amiga.

Se dieron un último beso.

Erika se quitó la ropa interior, sabiendo que el camino de regreso a casa sería muy incómodo. Su minifalda era muy corta y bastaba con que se agachara un poquito para que su concha quedara a la vista.

Llegaron a la casa de Erika y ella fue directo a la cocina porque Siara le pidió un vaso de Coca-Cola con hielo, para sacarse el gusto a pija y leche de la boca.

En la cocina estaba Oscar Arias, el padre de Erika. Se había sentado en la cabecera de la mesa con una taza de café caliente a la cual le estaba echando azúcar.

―Hola, hija ―saludó―. ¿Adónde fuiste vestida así?

―A ningún lado, papi. Estaba en la casa de Siara. Ahora nos vamos a quedar acá.

―Ah… ok… ¿quieren que les prepare algo especial para la cena?

―No hace falta…

Erika sirvió dos vasos grandes llenos de hielo y Coca-Cola. Cuando estaba por guardar la cubitera en el freezer, un cubito de hielo cayó al piso, y ella, sin darse cuenta del riesgo, se inclinó hacia adelante y lo junto.

Se quedó petrificada cuando sintió una ligera corriente de aire en su concha. Todo su culo (y su vagina también) había quedado justo delante de los ojos de su padre.

“Ay, no… ¿cómo pude ser tan estúpida?”, se recriminó Erika.

Juntó el cubito y lo tiró a la pileta para lavar los platos. Miró a su padre. Oscar estaba tieso, con la cara roja y los ojos desencajados. Evitaba a toda costa hacer contacto visual con su hija y no dejaba de revolver el café, como si fuera una máquina centrifugadora.

“Me vio todo. No hay dudas. Me vio todo. Me quiero morir”.

―Para cenar podés hacer lasagna, si tenés ganas ―dijo Erika―. Siempre te sale muy rica, y a Siara le encanta.

―Muy bien, habrá lasagna entonces.

Erika salió a toda velocidad de allí, con dos vasos llenos de Coca-Cola.

Entró a su cuarto y le dio uno a Siara, quien bajó de un trago el setenta por ciento del contenido. Erika lo tomó todo y se lamentó de no haberle puesto una buena medida de whisky, o de ron.

Miró a Siara y se percató de que su amiga ya se había puesto cómoda, estaba completamente desnuda.

“Bueno, al menos tengo algo con qué distraerme”, pensó Erika.

Se echó sobre su amiga y la besó en la boca durante largos segundos, mientras le acariciaba el pubis lampiño. Después bajó y empezó a chuparle las tetas.

―Espero que hayas averiguado algo importante ―dijo Siara, durante todo el trayecto ni siquiera hablaron del tema―. Porque a ese tipo le tuve que hacer tremendo pete. Ni a mi ex novio le chupé la pija de esa manera.

―Ahora sé quién te dio de tomar toda la lechita…

―Sí… el hijo de puta del editor de Caleidoscopio… y mi profesor de piano.

― ¿Qué? No sabía que tenías profe de piano.

―Ya no lo tengo. Le chupé la pija varias veces… hasta que mi mamá nos sorprendió. Desde ese día no volvió a ser mi profesor. Sí, es una boludez, no sé por qué no te lo conté antes. Sos mi mejor amiga.

―No me lo contaste porque te dio vergüenza…

―No me dio vergüenza comerle la pija.

―No dije eso. Lo que te dio vergüenza fue que al tipo lo echaran del trabajo. Te sentiste responsable… y quizás lo fuiste.

―Sí, lo sé. Pasó varias veces, ¿sabés? Al principio él me sentaba sobre su falda y me enseñaba a tocar las teclas del piano. Obviamente yo sabía con qué intenciones hacía esto. No soy estúpida. Sin embargo, no me importó. El tipo tenía clase y encanto… aunque también era un poquito “manolarga”. No tardó mucho en empezar a manosearme, al principio lo hizo con las piernas… después subió a las tetas, y cuando se dio cuenta que yo no oponía resistencia, comenzó a tocarme la concha por encima del pantalón… o de la pollera.

―Algo me dice que empezaste a usar pollera en todas tus clases de piano.

Siara sonrió.

―Sí, eso mismo hice. Sinceramente yo no le prestaba atención al piano. Nunca aprendí nada. Ni siquiera sé tocar “Para Elisa” sin errarle a la mitad de las notas. Porque después de los manoseos en la concha empezaron los petes. Fue… raro. Ni siquiera puedo contarte muy bien cómo se dio eso, porque no me acuerdo. Se sintió como algo natura. Simplemente un día empecé a chuparle la pija y ya está.

―Y también lo disfrutaste.

―Obvio. Me sentí… rebelde. Sabía que estaba haciendo algo inapropiado, y aún así no pude parar. Cada clase de piano yo terminaba de rodillas frente a él y le comía la verga. Hasta que un día nos sorprendió mi mamá. Esa vez sí que pasé vergüenza.

―¿Verónica se enojó mucho?

―Sí. Nunca la vi tan enojada conmigo. Armó un escándalo tremendo. Al tipo lo echó a patas. Pobrecito, la cara de derrota que tenía cuando se fue me partió el alma. Para colmo mi mamá usó su influencia para joderle la carrera al tipo. Me enteré que lo echaron del conservatorio en el que trabajaba.

―Uy, mejor no hacer enojar a Verónica.

―No conviene. Mi mamá es un infierno cuando se enoja. Una vez fui a pedirle perdón por lo que hice. Ella me miró por encima del marco de los anteojos y lo único que dijo fue: “Tendría que haber contratado a una profesora”.

―Eso debió doler.

―Sí, porque me quedó la sensación de que ella ya no volvería a confiar en mí si había tipos dentro de la casa. Pero a mí no me enloquece la verga… solo, me gustó el pianista. Era elegante, educado (sin considerar que me manoseaba todo el tiempo) e incluso divertido.

―Se nota que no te obligó a chupársela.

―Para nada. Lo hice porque quise. Todos los manoseos los disfruté un montón. Yo amaba que me tocara toda. Y tenía buena pija. Me encantaba chupársela. Me daba morbo… porque lo veía como una figura de autoridad. Además tenía rica leche.

―Igual que Armando…

―Mmm… a ver, el tipo es un desaliñado; pero no voy a negar que tiene buena pija… y sí, la leche estaba rica.

―Sos tremenda puta tragaleche…

Erika metió los dedos en la concha de su amiga y comenzó a chuparle las tetas.

Le hizo esa paja que tanto quería, sin ningún tipo de asco. También ofreció sus tetas para su amiga, Siara no dudó en empezar a chuparlas. Succionó esos pezones de la misma forma en que Armando había succionado los suyos.

―Estás super mojadita ―dijo Erika, mostrando sus dedos cubiertos por una película viscosa.

―Metetelos en la boca. Consideralo como parte de tu castigo por demorar tanto.

Erika asintió con la cabeza y sin dudarlo se lamió los dedos, saboreando los jugos sexuales de su amiga. Luego sonrió.

―Hacelo otra vez ―exigió Siara.

―Okis…

Los dedos volvieron a entrar en la concha y salieron tan llenos de flujos como antes, Erika los lamió con delicadeza durante unos segundos y después se los metió en la boca. Repitió toda la acción una tercera vez, sin esperar órdenes de su amiga.

Siara se apiadó de Erika y decidió que no estaría mal masturbarla un poquito, al fin y al cabo no era la primera vez que se tocaban de esa manera. Ya había confianza suficiente entre ellas como para que esta acción no se viera tan rara.

Introdujo dos dedos en la concha de Erika y descubrió que estaba tan húmeda como la suya. Luego se llevó los dedos a la boca mientras su amiga le frotaba el clítoris.

El nivel de calentura de Siara fue en aumento constante a partir de ese punto. Las dos amigas se metieron los dedos la una a la otra, se chuparon las tetas y entrelazaron sus lenguas tanto como pudieron. Así Siara consiguió acabar, entre espasmos y gemidos ahogados contra un buen par de tetas.

A Erika le gusta saber que es capaz de provocar orgasmos en sus amigas… en especial con Siara.

Dentro de unas horas su padre le anunciaría que la cena ya estaba servida, de momento solo tenían que esperar, y hacerlo acostadas, desnudas y abrazadas parecía un buen plan para el resto de la jornada.


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