La Mansión de la Lujuria [11].

 


La Mansión de la Lujuria:

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Capítulo 11.


Espíritus de Sanación.


En el patio trasero de la mansión Catriel se encontró a su hermana Mailén tomando el sol en topless. Él estaba preparando las herramientas necesarias para limpiar el techo, algo que pensaba hacer a pesar de las protestas de su madre. Al ver los turgentes pechos de su hermana, coronados por esos suaves y sonrosados pezones, recordó aquella tarde en su anterior casa, en Rosario. Mailén había decidido tomar el sol, estaba tumbada junto a la pileta mientras él leía una revista de arte de su madre, solo para pasar el rato. De pronto Mailén desprendió la parte superior de su bikini, como si él no estuviera ahí. Por suerte Catriel estaba usando anteojos de sol, de lo contrario su mirada lo hubiera delatado. Durante la siguiente media hora no hizo más que mirar las tetas de su hermana. Y ahora le estaba costando trabajo apartar la mirada.

—¿Qué pasó en el monte? —Le preguntó, haciendo un gran esfuerzo por no mirarle las tetas.

—¿Por qué? ¿Es que ahora sos policía?

—No. Solamente quería saber si habías encontrado algo interesante.

—Hay un estanque, en el medio de la isla. Tiene una piedra grande de superficie plana. Los Val Kavian querían usarla como mesa. —Catriel notó que la parte inferior del bikini estaba más baja de lo habitual, podía ver el vello púbico de su hermana asomando y una tenue línea separaba la piel bronceada del vientre de la piel más pálida del pubis—. Quizás podamos retomar el proyecto. Un jardín en esa zona sería fantástico… y aumentaría el precio de la casa.

—Es posible, aunque no va a ser una prioridad. Che, la mansión no tiene reja perimetral. A veces los del pueblo pasean cerca del arroyo…

—Ajá… ¿y? —Maién ni siquiera lo miraba, ella tenía sus ojos cerrados detrás de las gafas de sol.

—¿Cómo “y”? ¿No te da miedo que alguno te vea en tetas?

Mailén se encogió de hombros.

—Si me ven, es porque están invadiendo propiedad privada.

A Catriel no le estaba gustando nada esa actitud despreocupada y desafiante de su hermana.

—¿Pensás quedarte todo el día tomando sol?

—Estuve toda la mañana arreglando la instalación eléctrica del comedor. Puse focos nuevos. Quedaron muy lindos, andá a ver. Esta es mi hora de descanso, patrón.

Ella sonrió victoriosa. Catriel tuvo que aceptar su derrota. Sabía que Mailén era buena con los artefactos eléctricos (al menos lo suficiente como para no quemar la casa). Seguramente el comedor había quedado muy bien. Esas perillas ni siquiera funcionaban.

—¿Te vas a subir al techo sin arnés? —Preguntó Mailén. Levantó sus anteojos al ver la larga escalera que había traído su hermano

—¿Por qué? ¿Ahora sos policía?

—No, boludo. Si te caés de ahí, te matás. Es muy alto. Y te vas a matar, porque esas tejas están re podridas. Con suerte, vas a terminar entrando a la casa… por arriba. Cuando el techo se desmorone.

—No voy a subir al techo. —Mintió para no quedar como un idiota. Estaba apurado por restaurar la casa; pero su hermana tenía razón. No había calculado lo mal que estarían las tejas allá arriba. Era demasiado peligroso—. Solo quiero ajustar una ventana.

—Ah, bueno… tené cuidado.

Mailén volvió a relajarse. Catriel subió por la escalera y al llegar a la ventana se encontró con un espectáculo muy interesante.

Inara y Lilén estaban acostadas en la cama, completamente desnudas. Inara reposaba boca arriba, y Lilén estaba sobre ella, con la boca prendida a un pezón. Al mismo tiempo le metía los dedos por la concha.

Catriel veía la cama de costado. Se quedó tan atónito que ni siquiera se molestó en disimular. Se olvidó por completo de revisar la ventana. Además, tampoco había mucho para hacer. Quizás limpiar algunas telas de araña y poco más.

Las gemelas estaban tan concentrada en lo suyo que ni siquiera notaron su presencia. Él sabía que estas dos a veces se acariciaban de forma inapropiada; pero nunca las había visto teniendo sexo. Porque de acuerdo a sus estándares, eso que estaban haciendo cuenta como sexo lésbico. Inara y Lilén no lo ven de la misma manera. Para ellas siempre fue, y sigue siendo, “masturbación mutua”.

Inara tenía los ojos cerrados y gemía. Lilén no paraba de mover su boca. Succionaba el pezón de su hermana con fuerza y en ningún momento dejó de meter y sacar los dedos. Era buena masturbando a otras mujeres, lo sabía, y estaba poniendo todo su empeño en esa tarea.

Un potente gemido de Inara llenó la habitación y ahí fue cuando Lilén levantó la cabeza y vio en la ventana una silueta oscura, contrastando con la luz del sol.

—¡Ahhh! ¡Un fantasma! ¡La concha…

—¡Ahhh!

—...de la lora!

—¡Un fantasma!

Todo pasó tan rápido que Catriel ni siquiera tuvo tiempo a entender que cometió un terrible error. Su instinto fue salir corriendo… desde una escalera de obra. Se tambaleó, intentó agarrarse al borde de la ventana, pero cayó hacia atrás, perdiendo todo punto de apoyo. Se precipitó al vacío y todo se puso negro.


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En el pueblo una mujer pelirroja, de grandes pechos, avanzaba a paso firme, captando la mirada de todos los vecinos. Algunos se quedaban boquiabiertos al admirar su anatomía. Otros se persignaron al notar esa melena roja poco discreta. Rebeca prefería ignorarlos. No tenía intenciones de entablar amistad con pueblerinos supersticiosos. Solamente estaba buscando alguien que pudiera ayudarla con un pequeño encargo.

Llegó hasta el mercadito (el único de todo el pueblo) y detrás del mostrador vio a un hombre flaco con una vieja gorra de baseball.

—Qué tal —saludó el hombre, evidentemente nervioso—. Ciro Zapata, para servirle. ¿En qué puedo ayudarla?

—Hola, soy Rebeca Korvacik. De la mansión Val Kavian…

Como si estas hubieran sido palabras mágicas de invocación, una mujer asomó su cabeza por la puerta que estaba detrás de Ciro. Era una mujer regordeta de grandes ojos verdes y cabello castaño. Rebeca se quedó sorprendida por las facciones de esta mujer. Era realmente preciosa y tenía pechos muy grandes, los cuales ocultaba bajo un vestido muy anticuado que llegaba hasta los tobillos.

—¡Ay, dios! ¡Es pelirroja! —La mujer, bajita, se acercó al mostrador a paso rápido—. ¡Fuera… fuera de mi casa! —La ahuyentó sacudiendo el repasador que tenía en la mano.

—Pero… por amor de dios, Cecilia. Tras que hay pocos clientes en este pueblito de mierda, vos me querés ahuyentar a los únicos que pueden tener algo de dinero para pagar.

—Acá no usamos dinero. No nos importa eso.

—Quizás acá no; pero en la ciudad sí. Necesitamos la plata, Cecilia. Tengo muchos encargos de mercadería. Don Cristóbulo dijo que por una botella de buen whisky nos arregla puerta, que está toda desvencijada. Guillermo Garay me pidió habanos y Norma Alberti quiere lana, para tejer bufandas para el invierno.

—Acá no necesitamos bufandas. Nunca hace tanto frío. Solo necesitamos que la gente del mal se aleje de nuestra casa. ¡Usted, señora Korvacomosellame! —Rebeca la miró con los ojos muy abiertos sin saber si reírse o insultarla—. Me dijeron que la bruja anduvo cerca de esa cochina mansión. ¿Están tramando algo con ella? ¿Eh? ¿Acaso quieren echarle una maldición al pueblo? Una vez me echó una maldición a mí… una horrible.

—No conozco ninguna bruja —mintió Rebeca.

—No le haga caso, señora Korvacik. Nadie la maldijo.

—¡Claro que sí! Fue hace muchos años. Porque yo le robé a su pretendiente.

Señaló con el pulgar a Ciro Zapata. El hombre sonrió mientras pasaba su mano por la visera de la gorra. A Rebeca no le parecía que ese flaco desgarbado valiera tanto la pena como para echarle una maldición a alguien.

—Lamento lo de su maldición, señora Zapata. No sé nada de eso. Solamente vine porque necesito comprar algunas cosas. Pero… son algo específicas.

—¿Ya ves? ¿Ya ves? —Puso los brazos en jarra y miró a su marido con un gesto de “Yo tenía razón—. Quiere cosas raras, para rituales seguramente. Para hacer rituales con esa bruja maligna.

Rebeca se sintió incómoda. No le gustaba que esa mujer supiera que la bruja la había iniciado en rituales. Ese era un secreto que ni siquiera debería convertirse en un rumor de pueblo.

—Ningún ritual —dijo, con una cálida sonrisa—. En mi casa somos católicos de buena fe.

—Pff… —Cecilia se acomodó un mechón de pelo soplando hacia arriba.

—Lo digo en serio. Mi hermana Soraya era monja.

—Y por algo habrá dejado de serlo.

—Basta, Cecilia —Ciro sonó calmado, casi alegre, como si todo el enfrentamiento fuera una simple broma—. Andá para la cocina y dejá que yo haga negocios con ella.

—Solo quiero pinceles, pintura y algunos lienzos. También podría ser algo de té, café y yerba para el mate. Podría ser algo de arroz, y algunas lentejas. Harina y…

—Algunas de esas cosas las tengo aquí mismo. Por acá la gente no toma mucho café, eso y los artículos para pintar deberá comprarlos en la ciudad.

—¿Y quién podría llevarme hasta allá? Yo no tengo lancha.

—Vino al lugar indicado, señora Korvacik. Mi hija se encarga de visitar la ciudad cada vez que necesitamos comprar algo. Eso sí, al viajecito lo cobra.

—Por el dinero no hay problema.

—¡No vas a mandar a la nena en lancha, sola con esta mujer del mal!

—La nena es lo bastante grandecita para saber cuidarse sola. Ya tiene veinte años. Y no veo que la señora Korvacik sea un demonio maligno. Ya te dije mil veces que yo no creo en esa estupidez de los vampiros pelirrojos.

—No… digas… esa… palabra —Cecilia habló con los dientes apretados mientras le daba golpes con el repasador.

—¡Vampiro, vampiro, vampiro, vampiro! —repitió Ciro, entonando una melodía pegadiza. Rebeca tuvo que contener una risotada. Se tapó la boca con la mano y simuló haber estornudado. Cecilia la fulminó con la mirada—. Disculpe el momento incómodo, señora Korvacik. No le hago perder más tiempo. Si quiere ir a la ciudad, hable con mi hija. Va a encontrar a Sara en el pequeño muelle que hay detrás de la casa. Creo que tenía planeado ir a pescar; pero nunca se niega a ir a la ciudad cuando un cliente está dispuesto a pagar. Y a pagar en efectivo, porque el combustible no crece en los árboles.

—Si me hace este favor, le voy a pagar el doble de la tarifa normal.

—¿Ves, Cecilia? Por eso necesitamos mantener buenas relaciones con los nuevos residentes del pueblo.

La mujer volvió a soplar ese mechón de cabello rebelde y se metió en la cocina refunfuñando. Rebeca esperaba no haber ocasionado una disputa marital seria.


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Catriel no se movía. Mailén lo miraba de cerca, con los senos al descubierto. Ella sabía que su hermano tenía debilidad por sus tetas. Lo sorprendió mirándolas en numerosas ocasiones; pero nunca le dijo nada. Era raro que ahora ni siquiera abriera los ojos, para verlas.

—¿Está bien? —Gritó Lilén, asomándose por la ventana.

—No lo sé.

Las gemelas descubrieron que no se trataba de ningún fantasma cuando escucharon a Mailén gritar “¡Catriel!”, justo antes del “¡Paf!”.

Se sintieron idiotas por haber confundido a su hermano con un ser de ultratumba. La sugestión puede ser muy traicionera.

—Si se murió, mamá nos va a matar —dijo Inara.

—Y el fantasma Catriel va a volver para tirarnos de las patas a la noche, mientras dormimos.

—No digan estupideces —dijo Mailén—. No está muerto. Sigue respirando. Cayó sobre el césped. Aunque… se dio un golpe fuerte. Bajen, tenemos que llevarlo hasta su dormitorio.

—¿Estás segura? —Preguntó Lilén.

No estaba segura. No sabía qué hacer en una emergencia como ésta. Pero le pareció imprudente dejar a su hermano tirado ahí, a metros de la espesura del monte.

Con ayuda de las gemelas logró trasladarlo dentro. Subir por la escalera fue lo más difícil. Inara y Lilén lo sujetaron por la parte de arriba y ella lo sostuvo desde los pies. Las gemelas debieron subir de espalda a los escalones y dos veces estuvieron a punto de tropezar.

—No nos matamos de milagro —dijo Inara, cuando por fin lograron acostar a Catriel en su cama.

—¿Qué vamos a hacer? —Lilén estaba al borde del llanto—. No se mueve.

—Ustedes quédense acá con él —dijo Mailén—. Yo voy a buscar ayuda al pueblo.

Ahí cayó en la cuenta de que las gemelas estaban completamente desnudas. Les iba a pedir que se pusieran algo de ropa, pero se dio cuenta de que en realidad eso no le importaba. Ella sí debía vestirse. No podía bajar al pueblo en topless y usando solo la parte inferior de la bikini.

Antes de salir, fue a su cuarto y se puso una remera que le dejaba el ombligo a la vista y le marcaba mucho los pezones. Se decidió por uno de sus mini-shorts y se puso unas zapatillas de lona. Luego bajó las escaleras corriendo. Se detuvo junto a la puerta y se preguntó dónde estaría Soraya. Era imposible que su tía no hubiera escuchado todo el escándalo que armaron las gemelas. Rebeca le comentó que iría a la tienda del pueblo a comprar comida. Quizás Soraya había ido con ella.


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En el pequeño muelle había una lancha azul atracada. Era un poco vieja y estaba algo maltratada; pero aún parecía funcionar. Tenía un motor fuera de borda. Se acercó a los tablones, pasando junto a un sauce llorón. Junto al árbol vio un muchacho delgado, dándole la espalda. Vestía un enterito de jean y una sencilla remera blanca por debajo.

—Hola, estoy buscando a Sara Zapata.

—Ya la encontró.

Cuando se dio vuelta ese muchacho demostró que en realidad era una mujer. Por su ropa tan holgada y su delgadez era imposible adivinar cualquier curva femenina. Además el cabello tan corto tampoco ayudaba. Sin embargo, las facciones de su rostro dejaban ver que, sin dudas, se trataba de una mujer. A Rebeca se le cortó el aliento. Era preciosa. Aún más bonita que su madre. Tenía grandes ojos verdes y largas pestañas. Una pequeña nariz recta y respingada. Pómulos altos y una sonrisa radiante, de dientes perfectos.

—Ah, ¿qué tal? Soy Rebeca Korvacik.

—Sí, sé quién es. Mi mamá no para de hablar de usted y de su familia.

—Ah, sí… ya tuve el agrado de conocerla.

—No mienta —Sara se rió, era realmente muy simpática—. Sé que para usted no habrá sido agradable conocerla. ¿Ya le salió con el cuento ese de los vampiros pelirrojos?

—Mencionó algo al respecto.

—Me lo imaginé. De todas maneras, no se preocupe. No todos los pueblerinos creemos en supersticiones y leyendas.

—Me alegra saberlo. —No pudo evitar sonreír. La sonrisa de Sara era contagiosa—. Me dijo tu papá que vos hacés viajes a la ciudad. Yo estoy dispuesta a pagar uno. Necesito comprar algunas cosas.

—Muy bien. Entonces no perdamos el tiempo. Cuanto antes salgamos, mejor. Es bueno ir cuando todavía hay buena luz.

—Apenas son las dos de la tarde.

—Sí, pero toma dos horas ir y venir. Además sé cómo es la gente cuando hace compras. Es fácil perder la noción del tiempo. No es conveniente navegar por el río de noche.

—Tenés razón. No me gustaría estar en una lancha cuando oscurezca. ¿Te pago ahora o al regreso?

—Al pago lo charlamos durante el viaje.

—Muy bien.

Sara Zapata señaló su lancha, invitándola a subir.


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—Tenemos que hacer algo —dijo Lilén—. No podemos quedarnos de brazos cruzados. Catriel necesita ayuda.

Los golpecitos en la cara no habían funcionado. Incluso llegaron a tirarle un vaso de agua en toda la cara. Catriel se sacudió incómodo, dio manotazos como si se ahogara; pero cuando pasó el peligro volvió a sumergirse en un profundo sueño.

—Se me ocurre algo; pero… es un poquito ridículo.

—Cualquier cosa es mejor que esperar sin hacer nada. ¿Qué tenés en mente?

—Antes de que entres a la pieza y empecemos ah… ya sabés…

—Antes de que yo te haga la paja.

—Sí, eso. Yo estaba leyendo el diario de la monja. Una vez encontraron a un tipo pelirrojo perdido en el monte. El pobre estaba muy enfermo. Volaba en fiebre. Parecía que se iba a morir. Ivonne, la monja que escribió el diario, y una de sus amigas, hicieron algo para ayudarlo.

—¿Qué hicieron?

—Lo probaron varias veces. Justamente estaba leyendo eso. La primera vez no funcionó tan bien; pero a la segunda tuvieron mejores resultados. Al tipo le bajó la fiebre.

—¿Pero qué hicieron?

—Después probaron una tercera y una cuarta vez. Antes de que entres a la pieza, estaba leyendo el quinto intento. ¡Y ahí funcionó! El tipo recuperó la consciencia. Y no se acordaba de nada.

—¿Pero qué fue lo hicieron, Inara?

—Emm… le chuparon la verga.

A Lilén casi se le salen los ojos. A su hermana le causó tanta gracia esa mueca de caricatura que empezó a reírse.

—¿Me estás jodiendo?

—No, tarada. Lo digo muy en serio. Ellas aseguraban que, al chupársela al tipo, extrajeron la energía negativa. Le sacaron todo el mal del cuerpo.

—Me imagino que no te creerás semejante pelotudez.

—No, eso no. Pero… ¿y si fueron los espíritus de la casa? —Lilén la miró como si dijera “ok, tenés mi atención”—. Probablemente las monjas no lo sabían. Tal vez, al chupársela, invocaron a los espíritus para que ayudara al tipo. Con Catriel podría funcionar.

—¿Le vas a chupar la verga a tu hermano?

—Yo sola, no. Lo vamos a hacer juntas. Así tenemos más probabilidades de que funcione.


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La lancha avanzó más lento de lo que Rebeca había previsto. Sara Zapata le explicó que prefería ir despacio y llegar completa antes que tener un accidente por chocar contra un tronco u otra embarcación.

—Algunos creen que el río es de ellos y que nunca navega nadie por acá —le explicó sin mirarla. Sus ojos estaban fijos en el camino—. Aceleran a fondo, doblan en un codo y se hacen mierda contra el primero que se les cruza.

—Espero que eso no pase…

Rebeca estaba tranquila y ahora, de pronto, tenía miedo de morir en un absurdo accidente de lancha. Aunque Sara parecía conocer muy bien estas aguas. Estaba sentada en el fondo, maniobrando la dirección con maestría. A pesar de que la pelirroja estaba sentada frente a ella, ni siquiera la miraba. Parecía tener ojos solo para el río.

Mientras avanzaban, Rebeca se preguntó por qué se vestiría así una chica tan hermosa. Como si se avergonzara de su belleza.

—¿Alguna vez pensaste en modelar? —Preguntó Rebeca.

Sara giró la cabeza hacia la derecha y la miró como si dijera “¿Me estás hablando en serio?”, luego comenzó a reírse. Volvió a fijar la mirada en el río.

—No me refiero a modelar en una pasarela. Sino para una pintura. Yo soy artista.

—Yo no entiendo mucho de arte. De caza y pesca le puedo enseñar algunas cositas; pero el arte no es lo mío.

—Pero sí es lo mío. Tengo buen ojo para estas cosas. Creo que serías una excelente modelo. Algún día, si querés, podés pasar por mi casa a…

—¿Estás coqueteando conmigo? —Sara la miró con una sonrisa desafiante. El corazón de Rebeca dio un vuelco.

—¿Qué? No, no… nada que ver. No me malinterpretes. De verdad considero que podrías ser una buena modelo para una pintura. Pero, em… mejor dejémoslo así. No quiero que te hagas una idea equivocada de mí.

Hicieron el resto del trayecto prácticamente en silencio. Sara habló solo para explicarle dónde había algún pequeño pueblito cercano o cuáles eran buenos lugares para la pesca del surubí. Rebeca disfrutó de esa pequeña “guía turística”. Estuvo a punto de preguntarle si algún día le podría enseñar a pescar. No lo hizo. Temía que Sara volviera a malinterpretar sus intenciones.

La lancha se detuvo entre dos sauces llorones que se asomaban por la orilla y parecían querer beber el agua con sus ramas. Rebeca se preguntó si había un problema con el motor, pero sin decir una palabra Sara le dejó en claro que no se trataba de eso.

La jovencita desprendió su enterito y lo dejó caer. Luego se quitó la remera blanca y las zapatillas. Ni siquiera llevaba ropa interior. Esta vez sí mostró todo su encanto femeini. Un cuerpo delgado y fibroso, con una cintura bien definida. Sus pechos no eran mucho más grandes que los de las gemelas, le brindaban una estética encantadora. Rebeca pensó que sí, incluso podría ser modelo en una pasarela… quizás si fuera un poco más alta. Tenía el pubis cubierto por una prolija almohada de vellos oscuros.

—Hora de un cambio de atuendo —comentó Sara, con una radiante sonrisa.

Sacó un vestido amarillo de un bolso deportivo. Era de una sola pieza, muy sencillo. Se aferró a su cuerpo a la perfección. Le dejó los pezones marcados y cubrió apenas unos diez centímetros por debajo de su sexo. Rebeca pensó que si Sara no era cuidadosa, con un movimiento en falso podría mostrarle la concha a todos los curiosos que anduvieran cerca. Por suerte allí no había ninguno. Estaban completamente sola.

Retomaron el viaje. Estaban a pocos minutos del puerto de la ciudad. Cuando atracaron Sara sacó un par de zapatos de taco alto, completando su atuendo. Luego tomó un lápiz labial y comenzó a pintarse. Mientras se maquillaba, mirándose en un espejito de mano, dijo:

—Espero que no tengas mucho apuro. Podemos pasear un poco. Conozco un lindo lugar donde podemos tomar un café.

—Un buen café me vendría muy bien.

Rebeca sonrió. Sintió que el viaje lo había terminado junto a una persona totalmente distinta a la Sara que conoció en El Pombero.


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Inara y Lilén observaban en silencio el pene de Catriel. Le habían quitado toda la ropa. Lo hicieron sin tener mucha consideración, porque justamente la intención era despertarlo. No lo hizo. Siguió sumergido en un profundo sueño.

Su miembro flácido era imponente, en especial para los inexpertos ojos de las gemelas. Parecía un animal dormido, algo similar a una serpiente. Aunque no tan larga, obviamente. El glande sobresalía como si fuera la cabeza de ese animal. Lilén lo tocó con la punta de su dedo dos veces, en un intento por hacerlo reaccionar.

—¿Alguna vez chupaste una verga? —Le preguntó a su hermana.

—Si lo hubiera hecho, vos hubieras sido la primera en enterarte.

—¡Oh… qué amor! —Abrazó a Inara—. Yo también te hubiera contado antes que nadie.

—¿Tenés idea de cómo empezar con esto?

—La que leyó el diario de la monja fuiste vos. Además… no creo que sea tan difícil. Solo hay que metérsela en la boca y ya está. La cuestión es animarse.

Se acercaron aún más al pene, una por cada lado de la cama. Comenzaron a darle toquecitos, como si temiera que ese animal despertara de pronto y les diera un tarascón. Catriel ni siquiera reaccionó a esto.

—Bueno, ¿quién empieza? —Preguntó Lilén.

—Las dos al mismo tiempo. Yo no lo voy a hacer si vos no lo hacés conmigo.

—¿Creés que Catriel se va a enojar si se despierta y nos ve con su pija en la boca?

—No lo sé. La que sí se va a enojar es mamá. Es mejor hacerlo cuando no está.

—¿Y la tía?

—Tampoco está en casa. Sino ya hubiera aparecido.

—¿Dónde estará?

—Ni idea. Lo importante es que demore en volver. Ojalá sea así. Porque esto… esto podría llevar su tiempo.

—Ay, pero… ¿cuánto tiempo tenemos que estar haciéndolo?

—El que sea necesario. Dale, Lilén. Dejemos de dar vueltas.

—Perdón, es que estoy nerviosa.

—¿Y cómo creés que estoy yo? Estoy a punto de meterme en la boca la pija de mi hermano.

—Va a ser la primera verga que probemos. ¿Te imaginás cuando estés casada con un tipo y le digas…?

—La primera verga que chupé fue la de mi hermano —Inara completó la frase—. Lo sé. Suena ridículo. Pero prefiero hacerlo, con tal de ayudar a Catriel.

—Espero que tengas razón.

Las gemelas por fin tomaron coraje. Se acercaron al pene dormido de su hermano, una por cada lado de la cama, y posaron sus labios sobre él. Sintieron en sus labios la tibieza y la suavidad de la piel. Se miraron a los ojos, estaban tan cerca que podían besarse… y para animarse, lo hicieron. Intercambiaron un beso apasionado, que hubiera escandalizado a cualquiera con un poco de moral. Y sin más dilaciones, pasaron la lengua desde la base hasta la punta. La primera en llegar fue Inara, por eso ella tragó el glande. Lo tuvo dentro de la boca sin hacer nada durante unos segundos. Su hermana la miraba como si le preguntara “¿qué tal se siente?”. Inara soltó el glande y luego Lilén lo metió dentro de su boca. Ella movió un poco la lengua, siempre sin apartar la mirada de los ojos de Inara.

El miembro comenzó a despertarse, aunque su dueño seguía dormido. Al mismo tiempo que se ponía dura, Inara lamió el testículo que tenía más cerca. Su corazón estaba muy acelerado. No era como el diario de Ivonne. Esto ya se sentía demasiado real.

Fue a buscar la punta de la verga cuando su hermana la soltó. Inara tragó todo lo que su inexperiencia le permitió. Lilén dio lamidas a todo el tronco. Sabía que su hermano tenía un miembro viril importante, lo había visto en varias ocasiones… incluso erecto. Pero nunca lo había tenido tan cerca. Por extraña que fuera esta situación, comenzó a excitarla. Metió una mano entre sus piernas y comenzó a masturbarse. Como si Inara hubiera detectado esto por percepción extrasensorial también acarició su clítoris. Se dio cuenta de que le hacía mucho más fácil el trabajo.

—Ahora es cuando tenemos que empezar a chuparla en serio —le dijo a su hermana.

Lilén asintió muy seria con la cabeza. Como Inara fue la que propuso la idea, sintió que debía ser ella en dar el primer paso en esa “chupada en serio”.

—Tenemos que hacerlo bien —dijo—. Por todas las pajas que nos hicimos mirando porno.

Y se metió la verga de su hermano en la boca. Tragó hasta la mitad y tuvo que dejarla salir, porque se ahogó. Empezó a toser e Inara se rió de ella. Pero la pequeña no desistió. Volvió al ataque, esta vez fue más precavida. No la tragó tan rápido. La introdujo en su boca lentamente, moviendo un poco la lengua de acá para allá, tanteando terreno.

Al sacarla se la cedió a su hermana, con un gesto de la mano le dijo: “Ahora te toca a vos”. Inara no lo dudó. Si Lilén se animó, entonces ella también lo haría. Tragó con cuidado y al darse cuenta que podía contenerla, dio varios chupones firmes. Sus ojos sonrieron al cruzarse con los de su hermana, quien emitió una risita de complicidad.

—Tu turno —cedió Inara.

Esa fue la última vez que hablaron durante todo el proceso. En poco tiempo aprendieron a coordinarse. Mientras una la tragaba, la otra lamía donde podía, ya fuera en la base del pene o en los testículos. Catriel se sacudía en sueños. Más de una vez las gemelas pensaron que despertaría; pero no fue así. No importaba lo fuerte que la chuparan, él no abría los ojos. Aunque sí había una reacción física.

Imitaron todo lo que habían visto tantas veces en videos porno. Rememoraron esas tardes en las que pasaban largos minutos en la cama, masturbándose juntas.

Usaron mucha saliva para lubricar el miembro de su hermano y empezaron las lamidas mutuas. Los besos impúdicos entre hermanas. Chupaban y se besaban. Se besaban y chupaban. Era un baile coreográfico de lenguas.

Estuvieron largo rato chupando, sin tener noción del tiempo. Cuando agarraron el ritmo, entraron en una especie de trance, donde el mundo entero dejó de importar. Si habían pasado diez, quince o veinte minutos, daba igual. Lo importante era que esa verga seguía rígida y por lo tanto ellas debían seguir chupando.

Cuando el semen comenzó a saltar sobre sus caras, ni siquiera detuvieron la lujuriosa coreografía de sus lenguas. Lamieron el semen como si fuera el premio mayor, la recompensa por haber prestado un servicio tan importante. Lilén limpió con la lengua la cara de su hermana y luego Inara le devolvió el favor. Se besaron, aún con semen en sus bocas y volvieron a la carga, porque de ese pene todavía salía un poco de leche. No pararon hasta tragar la última gota.

A pesar de todo su esfuerzo, Catriel no despertó.


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Inara y Lilén estuvieron deambulando por la casa durante horas, sin saber qué hacer. Se quedaron desnudas porque eso les daba una hermosa sensación de libertad. Además hacía mucho calor. Al principio disfrutaron de la soledad e intercambiaron comentarios de los diarios que estaban leyendo. A Inara le resultó fascinante que esa tal Larissa Val Kavian afirmara ser un vampiro.

Las horas pasaron y empezó a oscurecer. A las gemelas ya no les agradó tanto estar solas. Chequearon varias veces que Catriel estuviera bien. Él seguía durmiendo plácidamente. No había señales del resto de la familia. Mailén no volvió del pueblo con la ayuda que prometió. Rebeca supuestamente iba a comprar comida, y aún no tienen noticias de ella… ni de la comida. Tuvieron que alimentarse con sobras del almuerzo. Algo de carne fría y un poco de puré recalentado. El paradero de Soraya era un misterio total. No la escucharon salir, tampoco la vieron entrar.

—Lástima que nuestro intento no funcionó —dijo Inara, cuando fueron a chequear el estado de Catriel por enésima vez.

—¿Y si se la chupamos otra vez? —Propuso Lilén—. Digo… para hacer algo.

—No podemos hacer otra cosa —dijo Inara, encogiéndose de hombros.


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Catriel tuvo un sueño maravilloso.

Soñó que alguien le chupaba la verga. Una boca fantasmagórica se apoderaba de su miembro y se lo succionaba con fuerza. Luego otra… sí, otra. No podía ser la misma que antes. Se sentía ligeramente diferente. Y había dedos… muchos dedos recorriendo todo su miembro. Demasiados dedos como para tratarse de una sola persona.

La oscuridad se fue disipando lentamente, para darle paso a la penumbra. Pudo detectar dos melenas rojas, como si fueran llamas danzando ante sus ojos. Dos preciosas pelirrojas de piel pálida le estaban dando la mejor mamada de su vida. Tragaban con decisión y chupaban… lamían… succionaban. Se turnaban para poder cumplir con todas estas tareas.

Esas dos hermosas mujeres eran sospechosamente parecidas a su madre y a su tía. Sí, estaba (casi) seguro de que se trataba de ellas. Estaba disfrutando de un sueño vívido en el que Rebeca y Soraya le chupaban la verga. Aunque… se trataba de versiones más jóvenes. Catriel no cuestionó esto, al fin y al cabo los sueños son así… incoherentes, a veces irreales. Abrazó la idea de que versiones adolescentes de su madre y su tía le estuvieran comiendo la pija y… uf… hasta se tragaban la leche. Toda su leche, la cual saltaba con potentes chorros, salpicándoles toda la cara. Catriel quería agarrar la cabeza de ambas y conducirlas durante esa espectacular mamada; pero no podía mover sus brazos. El incoherente sueño le había arrebatado ese poder. Aún así no se desesperó. Lo mejor era relajarse y disfrutar. Las dos mujeres sabían lo que debían hacer.

Le costaba diferenciar cuál era Rebeca y cuál Soraya. Eran tan… idénticas. A veces hasta parecían la misma persona.

Al finalizar este erótico y vívido sueño, estas dos hermosas mujeres, completamente desnudas, se acostaron a su lado. Apoyaron las cabezas en su pecho y durmieron con él.  


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Comentarios

Nokomi ha dicho que…
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