¡La Concha de mi Hermana! [13]


Capítulo 13.


Examen Oral.




La mesada parecía zona de guerra: harina, queso rallado, salsa roja como campo de batalla… y yo en el medio, cuchara en mano, concentrado como si estuviera desactivando una bomba. La lasagna no es joda: un paso mal y te queda un engrudo que ni los perros quieren.

Delante mío, en el sillón, Katia estaba tirada como gata al sol. Completamente desnuda, claro. La costumbre de usar ropa en casa ya había desaparecido por completo. Estaba hojeando unas revistas viejas que seguro habían salido cuando los floggers todavía usaban chupines. Pasaba las páginas sin mirar mucho, con esa cara de “qué lindo es rascarse el culo mientras los demás trabajan”.

Yo lagrimeaba picando cebolla, cuidando que no se me queme la salsa, organizando las capas como si fuera arquitecto, y de reojo veía cómo ella se reía con alguna nota vieja de chismes. Me hervía un poco la sangre. Pero ni loco le pedía ayuda: Katia en la cocina es sinónimo de desastre. Te mete azúcar en vez de sal, se le caen cosas adentro de la olla… no, gracias. Prefiero seguir yo solo y mantener el control.

Aunque no lo mostraba abiertamente, sé que mi hermana aún está molesta porque Marcela se acostó con Mavi. Aún no sé cuál de las dos es la que le causa celos. Probablemente sea Mavi, por ser la primera mujer con la que Katia se acostó… y además es su mejor amiga. Sin embargo no sé mucho del vínculo entre mi hermana y Marcela. No sé qué tanto llegaron a intimar. Evidentemente se tienen mucha confianza… aunque no tanta como para compartir amante. Me imaginé que una rica cena haría que Katia se sintiera mejor. En el trabajo se pasó el día en silencio, atendiendo los mandados de Stella. No me gusta verla así.

Mientras acomodaba la tercera capa de pasta, Katia, así como quien no quiere la cosa, dijo:

—Extraño a Paula.

Me quedé duro, cuchara en el aire. ¿Paula? ¿En serio? No tenía idea de que Katia siquiera pensara en ella.

—¿Y qué es exactamente lo que extrañás de ella?

—Nada en particular, solo que… me parece una chica divertida. La paso bien con ella.

—Vamos, Katia… no me mientas. Sé lo que significa ese “la paso bien”.

—Está bien… está bien… me gusta mucho cómo chupa la concha… y no me vendría nada mal una buena chupada de concha —dijo esto mientras se metía dos dedos. Algo que ya no debería sorprenderme, porque desde que está ahí con las revistas en la mano no hace más que acariciarse la vagina y ocasionalmente se mete los dedos—. Pero también me gustaría hacer otras cosas con ella, no solo coger. Quiero conocerla mejor.

—¿Por qué no la invitás a comer? —solté, más por decir algo que por otra cosa.

Katia sonrió como si le hubiera dado la mejor idea del mes. Dejó la revista sobre el sillón, se incorporó y dijo:

—Excelente idea.

Antes de que pudiera decirle que se pusiera algo de ropa, ya estaba en la puerta. Paula ya la había visto desnuda, pero… no es la única vecina del piso. Me dio pánico que alguien más la viera. Ni siquiera conozco a mis otros vecinos, no sé cómo podrían reaccionar.

—¡Pero pará, que…! —alcancé a decir, aunque fue en vano. Katia salió del depto y cerró la puerta.

Y ahí quedé yo, solo con la lasagna, preguntándome en qué quilombo me va a meter mi hermana ahora.

Estaba preparando la lasagna para meterla al horno. Estaba por prenderlo cuando me di cuenta de que ya habían pasado más de quince minutos y Katia aún no había regresado. Dejé la fuente, me saqué el guante de horno y el delantal. Salí a buscar a mi hermana, con la esperanza de que no estuviera haciendo alguna locura.

Toqué timbre en el departamento de Paula y esperé. Nada. Volví a tocar y seguí esperando. Cuando estaba por presionar el timbre por tercera vez, la puerta se abrió.

Paula apareció de pie ante mí y me quitó el aliento. Estaba completamente desnuda y con todo el cuerpo sudado. Me sonrió con picardía.

—Me estaba preguntando cuánto tardarías en aparecer —me dijo.

—Emm… ¿está Katia? La estaba esperando para comer…

—Ah, sí, me dijo algo sobre lasagnas caseras. ¡Qué rico! Me encantaría aceptar la invitación, pero… ahora no puedo… estoy con una amiga.

—¿La misma amiga de la vez pasada? —Pregunté, mientras me rascaba la nuca. No sabía dónde poner los ojos. Sus pezones me parecían tan atractivos como su pubis. Me esforcé para mirarla a los ojos y ella sonrió al darse cuenta de mi intento fallido.

—Mirá lo que quieras, Abel… no me molesta. Y sí, es Celeste… ya la conociste…

—¿Y Katia?

—Está ocupada. ¿Podrías retrasar un poco la cena? Nos gustaría que se quede un poco más… vos también podés pasar, si querés.

—Emm… estaba cocinando y…

Me agarró de la mano y me arrastró hacia adentro. Me llevó por un pasillo, en el fondo se veía un cuarto de baño, y a la izquierda una puerta abierta. Nos acercamos a ella y pude ver el dormitorio de Paula. Estaba desordenado y las sábanas eran un caos, sin embargo no fue esto lo que más llamó mi atención. Justo delante de la cama estaba Katia, tan desnuda como al salir de casa. Estaba arrodillada en el suelo y tenía una correa en en el cuello, como si fuera un perrito. Del otro extremo de la correa estaba esa rubia despampanante de grandes tetas. Celeste tenía un pie sobre la cama y otro en el piso. Katia le chupaba la concha como si fuera una posesa. Mi hermana ni siquiera se detuvo cuando me miró de reojo. Siguió moviendo la lengua entre esos labios vaginales.

Esta escena me recordaba mucho a la que encontré en el vestidor de la tienda de disfraces. En especial porque Celeste llevaba puesto un conjunto idéntico de látex negro. Y ahí fue cuando entendí todo. De dónde me resultaba tan conocida la cara de aquella morocha de la tienda. La rubia me miró y sonrió como si hubiera visto su próxima presa.

—Te estaba esperando —dijo, con voz suave pero cargada de autoridad.

Su cabello era rubio y sus ojos celeste, pero no había ni la más mínima duda. No podría confundir esa hermosa cara y ese impresionante cuerpo. Era Gisela. Jugando a la dominatrix con mi propia hermana.

—Em… hola… —la saludé. No sabía con qué nombre referirme a ella. ¿Sabría Paula quién es Celeste en realidad?

—Hola… ¿Abel, cierto? Qué bueno volver a verte —esas palabras me atravesaron como un rayo. ¿Se refería a nuestro encuentro en la tienda de disfraces o la primera vez que nos vimos?

—Em… sí, claro… lo mismo digo —me rasqué la nuca sin poder dejar de mirar su concha. La lengua de Katia parecía una culebra luchando por entrar en su pequeña cueva.

—Me comentó Paula que tenés una relación de mucha confianza con tu hermana. Y veo que es cierto. Ella ni siquiera se sorprendió cuando te vio entrar. —Sonrió con lujuria—. Me gusta que se lleven tan bien entre hermanos.

—Yo no tengo hermano —dijo Paula, envolviéndome con su brazo—. Pero si tuviera uno, me gustaría que fuera como Abel.

Ah… carajo. ¿Acaba de meterme de lleno en la “friendzone”?
No tengo que alarmarme… no todavía. Quizás lo dijo solo porque le caigo bien. No es que esté loco por Paula, pero… no sé, me gusta saber que tengo alguna chance con ella. Es una chica muy bonita que no anda con vueltas a la hora del sexo. Eso me gusta. No me pide que esté “chamuyando” durante horas. Si quiere coger, lo dice y punto.

La mano de Paula me arrancó de mis pensamientos. Entró directo en mi pantalón y me agarró la verga, como si fuera suya. La sacó y comenzó a masturbarme. Miré sorprendido a Celeste, temiendo que a ella pudiera molestarle esta situación de alguna manera; pero la chica de la peluca rubia no hizo más que sonreír. Es tan hermosa que me quita el aliento.

—Paula me contó que hiciste un trío con ella… y con tu hermana —dijo Celeste, atravesándome con sus falsos ojos claros.

Me sentí un degenerado que hace cochinadas con su propia hermana. Y para colmo Katia estaba allí, toda desnuda y expuesta. Se me hizo raro verla con esa correa en el cuello, pero a ella parecía no molestarle. Chupaba concha como si estuviera metida en un profundo trance.

—No fue tan así… —dije, mientras mi miembro se iba despertando—. Entre Katia y yo no pasó nada.

—Sí, eso también me lo comentó Paula… de todas maneras, me imagino que algún roce habrá habido —me guiñó un ojo.

—Hubo más de un roce —acotó Paula, y sin pedirme permiso (como ya viene siendo costumbre), se arrodilló y comenzó a chuparme la verga.

—Estás exagerando, Katia y yo nunca…

—No pasa nada, Abel —me interrumpió Celeste—. Nadie te está juzgando… y a tu hermana tampoco. A mí me encantan esos jueguitos… y Paula, bueno… dijo que la experiencia que tuvo con vos y Katia fue una de las más excitantes de su vida.

—¿En serio? —Pregunté mirando a Paula a los ojos.

Ella sonrió, sin sacarse la verga de la boca. La estaba tragando casi completa, creo que esa fue la mejor respuesta que pudo darme. Volví a fijarme en Katia, atada y ensimismada. Entendí que, al igual que Mavi, a ella también le gusta experimentar con este tipo de juegos. Quizás por eso disfruta tanto chupándole la concha a Stella cuando ella se lo ordena. Al parecer a Katia le gustan los juegos de sumisión. Nunca me hubiera imaginado esto de mi hermana. Ni tampoco hubiera imaginado que la tímida Gisela fuera una dominatrix tan efectiva; pero no me queda otra que aceptarlo. Ya la vi en acción dos veces.

—Acostate en la cama, Abel —las palabras de Celeste me tomaron por sorpresa, me quedé callado mirándola, como un boludo—. Dale… ¿qué estás esperando?

Estaba tan excitado como confundido. Decidí hacerle caso. No entendía nada de lo que estaba ocurriendo, pero mi curiosidad me pedía que siguiera adelante con todo esto. Me acosté en la cama, boca arriba. Mi verga quedó como un mástil, apuntando al techo. Celeste agarró a Katia y ambas se subieron a la cama. Por un momento me ilusioné con la posibilidad de que esa mujer tan despampanante se montara sobre mi verga.

—Le prometí a tu hermana que la ayudaría a perder la vergüenza con los hombres… y esta es la oportunidad perfecta para hacerlo.

—¿Eh? ¿Qué tenés en mente? —Pregunté, asustado.

—Ya vas a ver… Katia, sentate arriba de tu hermano.

—No, no, pará… esto es una locura.

—Quedate tranquilo, Abel. No vamos a ir tan lejos. Esto es solo un ensayo.

—Vamos, hermano… por favor. No quiero estar toda la vida chupando conchas.

De rodillas sobre la cama, y con las piernas separadas, Katia estaba casi tan imponente como la propia Celeste. Las tetas de mi hermana eran grandes pero blanditas… colgaban como globos llenos de agua. Pero las de Celeste parecían pelotas, firmes, turgentes, con duros pezones que invitaban a portarse mal. Sé muy bien que Katia se acuesta con mujeres porque no se anima a hacerlo con hombres, no porque sean su prioridad. Sé muy bien lo que es sentir timidez ante una persona que te gusta. Ella me ayudó mucho, con locuras y métodos poco prácticos; pero la intención es lo que cuenta.

—Está bien, pero no quiero nada demasiado raro ¿está claro?

—Uy, qué chico tenso… relajate un poco Abel —dijo Celeste—. Intentemos disfrutar de este lindo momento.

No respondí, no quería discutir con ella. Tampoco le pregunté por qué se hace llamar Celeste y usa una peluca rubia. Creo que soy la persona menos indicada para cuestionar eso.
Katia se posicionó sobre mí. Se acomodó siguiendo las instrucciones de Celeste. Mi verga quedó aplastada bajo el peso del cuerpo de mi hermana. Me estremecí al sentir la humedad y la tibieza de sus labios vaginales sobre el tronco de mi miembro. Celeste le apoyó las tetas en la espalda y le agarró las suyas con ambas manos. Ella también se subió encima mío, pero sobre mis piernas. Paula se sentó en el borde de la cama y sonrió, como si estuviera lista para ver un gran espectáculo.

—Tenés que adquirir la confianza de que podés excitar a un hombre —comenzó diciendo Celeste, mientras amasaba las tetas de Katia—. Movete al mismo ritmo que yo… vamos a empezar suave, con delicadeza.

—Uy, suerte con eso de enseñarle delicadeza a mi hermana.

Katia me fulminó con la mirada, pero no estaba realmente enojada. Se la notó divertida, le mostré una sonrisa para dejarle en claro que estaba bromeando… aunque los dos sabemos que ella no es la mujer más sutil del mundo.

El movimiento me tomó desprevenido. No me imaginé que sería tan… físico. Cuando Katia comenzó a menear las caderas, imitando a Celeste, su concha se deslizo por toda mi verga. La sensación fue maravillosa. Mi ex novia, Regina, nunca hizo eso conmigo. Ella era más práctica en el sexo, y no le gustaban mucho los juegos previos. En cambio a mí me encantan. Me excita mucho eso de ir subiendo la temperatura de a poco, que el deseo arda a flor de piel. Aunque, claro… ahora tengo que mantener presente de que esa es la concha de mi hermana, y no la de mi novia. De pronto esto se volvió raro. Y sí, sé que muchos dirán “¿Encontrar a tu hermana con una correa en el cuello chupando la concha de una dominatrix no es raro?” Y tiene razón; pero la rareza de ese suceso no se compara con tener a Katia frotando su concha directamente contra mi verga.

Para colmo los movimientos se fueron haciendo cada vez más rápidos. Para mi sorpresa, Katia sabía mover muy bien sus caderas… o quizás era todo mérito de Celeste, y mi hermana se limitaba solo a seguir el ritmo.
Paula se sentó a mi lado, abrió las piernas y comenzó a masturbarse mientras miraba la escena. Me encanta que la relación de confianza con mi vecina esté creciendo tanto.

—Me contó Paula que Katia te enseñó a chupar conchas —dijo Celeste, sin mirarme, sus ojos estaba puestos en la vagina de Paula.

—Em… sí. Si te lo contó no tiene sentido negarlo.

—Bueno, hoy te vamos a tomar examen.

Katia fue la primera en sonreír.

—Me parece una gran idea —dijo, sin dejar de moverse—. Vamos, hermanito… vos podés.

—Muy bien… sí, estoy listo para hacerlo —dije, con determinación. Me moría de ganas de probar la concha de Paula otra vez.

—Excelente. Katia… date la vuelta. Vos, Paula… vení para acá. A vos también te voy a tomar un pequeño examen.

—¿Qué? Pará, no… yo creí que…

No tuve ni tiempo a quejarme. Katia se dio la vuelta y puso su culo enorme contra mi cara. Se quedó sobre mí como si estuviéramos dispuestos a hacer un 69.

—Perfecto, así me gusta… —siguió Celeste—. ¿Y vos, Katia? ¿Te animás hacer un pequeño examen oral? Ya sé que te desempeñás muy bien chupando conchas. Pero… ¿cómo chupás vergas?

—Estuve practicando un poco con Abel —dijo Katia, como si nada.

Yo quería que me tragara la tierra, no sabía dónde meterme. Estas chicas terminarían pensando que soy un degenerado que obliga a su hermana chuparle la pija.

—Excelente —dijo Celeste—. Yo también practiqué con mi hermano apenas tuve la oportunidad.

—Wow, ¿en serio? —Preguntó Katia. Toda su concha estaba a pocos centímetros de mi cara y yo no podía hacer más que mirarla—. ¿Te das cuenta, Abel? No soy la única loca.

—Ya les dije que acá no estamos juzgando a nadie —nos recordó Celeste—. Me pediste que te enseñe a ganar confianza, y eso estamos haciendo.

Me imaginé que esa charla la habían tenido en cuanto Katia entró desnuda en la casa. Y una cosa llevó a la otra…

—Mostranos cómo lo hacés, Katia —pidió Paula, muy entusiasmada.

Ella fue a ponerse en el lugar que había ocupado mi hermana, pero no se apoyó sobre mi verga. Katia, que parecía haber encontrado dos mujeres tan locas como ella, no dudó ni un instante. Agarró mi verga y se la tragó hasta la mitad. Luego empezó a subir y bajar la cabeza a toda velocidad.

—Uy… cuánto entusiasmo —dijo Celeste, aunque no pude ver la expresión de su cara. El culo de mi hermana me tapaba todo el paisaje—. A ver cómo lo hacés vos, Abelito —odio que me digan “Abelito”, pero ella puede decirme como quiera—. Katia nos va a decir qué tan bien lo hacés.

Me quedé mirando los carnosos y húmedos labios vaginales de Katia. Me parecía demencial chuparle la concha a mi propia hermana. Sin embargo quizás no era para tanto… al fin y al cabo esto es solo un ensayo ¿no? Y ella está de acuerdo… a veces no hay que pensar tanto las cosas. Al menos sé que Cristian no perdería el tiempo pensando dos veces antes de actuar. Y… ni que fuera la primera vez que le paso la lengua a la concha de Katia.

Le di la primera lamida, solo para ganar algo de confianza. El sabor salado de la vagina hizo que mi verga se pusiera aún más tiesa dentro de la boca de Katia. Imagino que esta es una respuesta natural e involuntaria al sexo femenino. Con la segunda y tercer lamida ya me mostré más decidido. Luego fui en busca de su clítoris, que asomaba curioso como si quisiera sumarse a la fiesta. Cuando empecé a lamerlo con la punta de mi lengua, Katia me dio unos fuertes chupones en la pija. Tan fuertes que casi me hacen acabar; pero logré contenerme. Sí, sé que todo esto es una locura; pero al menos es una locura divertida… y excitante.

Estuvimos brindándonos placer oral el uno al otro durante un buen rato, hasta que Paula se decidió unirse a la diversión. Se posó sobre mi verga y bajó hasta que se le metió toda en la concha. Luego inició el mismo meneo que había hecho Katia. Seguramente Celeste la estaba guiando… y éste era el examen de Paula. Su concha estaba apretada, pero aún así la verga logró entrar completa. Pude sentir la lengua de Katia, lamiendo entre el clítoris y mi miembro. Yo seguí chupando sin parar. Esto ya no se parecía a la vez anterior, donde solo le dí unas pocas lamidas rápidas. Ahora directamente le estaba comiendo la concha a mi hermana.

—¿Qué tal lo hace? —Le preguntó Celeste.

—Mmm… no tan mal.

—¿No tan mal? ¿En serio? —Pregunté, ofendido.

—Ay, hermano… es que ya me la chuparon varias chicas… y todas lo hacen mejor que vos. Digamos que ahora mismo, en el ránking de sexo oral experimentado por mí, estás en el último puesto.

—Carajo… es que… no sé si puedo competir con una mujer en esto. Ustedes se conocen mejor las conchas.

—Sí, por eso somos tan buenas haciéndolo —aseguró Paula, sin dejar de dar saltos sobre mi verga—. Aunque algunas mujeres no saben chuparla tan bien como otras.

—¿En qué puesto estaría yo en tu ránking? —Quiso saber Katia.

—Mmm… segunda. Justo después de Celeste.

—Wow, esos es un montón. Y me encantó cómo Celeste me chupó la concha, definitivamente yo también la dejo en mi primer puesto.

Carajo, me perdí el momento en que Celeste le chupó la concha a Katia… y con lo que me calienta ver mujeres teniendo sexo lésbico.

—¿Y quién tenía el último puesto antes que yo? —Pregunté.

—Mmmm… eso no te importa.

No me esperaba esa respuesta. Creí que ella estaría entusiasmada de contarme; pero se ve que Katia aún reserva algunas cosas para ella misma. Y eso no hace más que despertar mi curiosidad.

Estuvimos en esa misma posición, cogiendo sin parar, durante un largo rato. De vez en cuando Paula sacaba la verga de su concha y dejaba que Katia la chupe. Y fue justamente en una de estas ocasiones cuando alcancé mi límite. Todo el semen comenzó a saltar… directamente dentro de la boca de mi hermana.

—Uy… no quiero ver ni una sola gota de semen asomándose afuera —dijo Celeste, que seguramente había notado que yo estaba eyaculando.

Y Katia cumplió. No dejó salir ni una sola. Tragó toda la leche con confianza y soltura… y bueno, no es la primera vez que lo hace. Y no va a dejar de parecerme raro que mi hermana se trague mi leche. Esto algo que algún día tendré que resolver en terapia. Me pregunto qué pensaría mi madre si supiera…

Decidí apartar a mi madre de mis pensamientos y disfruté cuando Paula volvió a meterse la verga en la concha. Ya no salía semen, pero aún la tenía dura.
Seguimos cogiendo un rato más hasta que yo empecé a perder rigidez. Ahí me liberaron de mis deberes. Me aparté de ellas y no se dieron ni por enteradas. Se entrelazaron en besos y toqueteos al instante.

Celeste nos observaba sentada cerca de los pies de la cama. Al ver que yo me ponía de pie, ella hizo lo mismo.

—Acompañame, Abel… vamos a buscar unas cervezas bien frías.

La idea de tomar algo bien fresco y con alcohol me encantó. Era el momento indicado para hacerlo. Salí del cuarto acompañado por Celeste.
El departamento de Paula era idéntico al mío en diseño, pero su decorado carecía de sentido y había un evidente desorden. Pude ver un par de tangas tiradas en el piso… aunque seguramente eran las que se habían quitado recientemente. Aunque eso no explicaba la pila de revistas… ¿porno? Sí… me acerqué a las que estaban sobre una cómoda junto al sofá y pude ver claramente que eran revistas de porno lésbico. ¿Quién compra revistas porno en la era de internet? Y éstas parecían nuevas. Ni siquiera sabía que siguieran saliendo.

—A Paula le gustan los relatos que traen esas revistas —dijo Celeste, como si hubiera leído mis pensamientos—. Ella incluso escribió algunos que se publicaron ahí.

—¿En serio? No tenía idea de que a Paula le gustara escribir.

—Sí, le encanta… y es muy buena haciéndolo. Aunque le cuesta publicar en el formato tradicional. Sus historias son demasiado porno. —Celeste soltó una risita pícara—. Una de mis hermanas también publicó algunos relatos en esas revistas. Pero mejor no digo más, porque se supone que es un secreto.

Nos acercamos a la heladera y Celeste sacó una botella de cerveza, la destapó y llenó dos vasos, hasta el borde. Me dio uno y me dijo:

—Brindemos… por un futuro encuentro.

Tomé un sorbo sin poder dejar de admirar su cuerpo desnudo e imponente.

—¿Esto va a volver a pasar? —Pregunté.

—Quizás… eso depende de vos.

—Pensé que solo te interesaban las mujeres.

—Prefiero a las mujeres, sí —tomó otro trago de cerveza—. Aunque de vez en cuando también me acuesto con hombres. Pero vos… —me miró de arriba a abajo, como si fuera un policía buscando pistas para resolver un crímen—. Sos un poco aburrido.

—Oh… otra vez eso. No es la primera vez que me lo dicen.

—Me gustaría conocer al otro.

—¿A quién?

—A Cristian. ¿Así se se llama? —Se me paralizaron los músculos de todo el cuerpo—. Mi amiga, la de la tienda de disfraces, me contó lo que hiciste con esa diablita —me guiñó un ojo—. Me comentó que te presentaste con el nombre de Cristian. —Se me hacía irreal estar hablando de esto con ella y con tanta soltura. Con esta actitud tan confiada y relajada no se parecía en nada a la Gisela que conocí en la tienda de disfraces—. Y sé por experiencia que esa diablita puta no es nada fácil de complacer.

—¿Por experiencia?

—Yo también estuve en esa fiesta de disfraces… aunque esa noche era una enfermerita trola. Al disfraz de diablita todavía no se lo vi puesto. En fin, no es de ella de quien quiero hablar. Estoy más interesa en Cristian —sentí un cosquilleo recorriendo todo mi pene, eran sus uñas, acariciando mi miembro suavemente—. Vos y yo tenemos más en común de lo que te imaginás…

—Emm… este… ¿puedo preguntar algo personal?

—Preguntá lo que quiera. Queda en mí si te respondo o no.

—Este… em… ¿Paula lo sabe? De vos… y Gisela.

—No, ella solo me conoce como Celeste… y prefiero que siga siendo así —presionó mi verga, no me hizo doler, sino excitar. Se me puso como un garrote al instante—. Y si vos no querés que Paula sepa nada de Cristian, lo puedo entender. No hace falta que ella esté presente… pero sí quiero que esté tu hermana.

—¿Katia? No sé… me parece que con lo de hoy…

—No estoy negociando, Abel. Esas sos mis condiciones. Si te gustan, bien… sino… bueno, me busco otro con quien divertirme. No me va a costar mucho encontrarlo.

En eso tiene razón. Esta mujer, se llame Gisela o Celeste, es capaz de excitar a cualquier hombre o mujer. Solo le basta con su presencia.

—Lo voy a pensar…

—Deberías pensar menos y actuar más. Es el mejor consejo que te puedo dar, siendo que estamos en una situación parecida.

—¿Y por qué lo hacés? ¿Por qué Celeste?

—Si me estás preguntando eso es porque todavía no entendiste nada, Cristian.

Se arrodilló ante mí, acarició mi verga erecta y se la metió en la boca. El placer fue instantáneo. En cuestión de segundos esta hermosa mujer me estaba dando una de las mejore mamadas de mi vida. Dios… qué actitud tiene. Me vuelve loco. Esa confianza, esa seguridad… ese magnetismo sexual. Amaría ser como ella. Y no este Abel soso y aburrido.

Celeste estuvo chupando mi verga apenas unos minutos. Me dolió mucho verla ponerse de pie y alejarse con la botella de cerveza en la mano y su vaso en la otra. Me quedé con el miembro duro mirando cómo se bamboleaban sus nalgas.

Entendí que esto había sido un pequeño anticipo, para motivarme a seguir adelante con esa locura de Cristian. Y, a decir verdad… una mina como esta vale la pena una y mil locuras. La seguí con mi vaso en una mano y la verga en la otra. No quería que se me bajara, imaginé que dentro del dormitorio aún quedaba algo de acción.

Encontré a Paula montada sobre Katia, estaban haciendo una tijereta lésbica muy energética… en especial por parte de Paula. Katia era más bien una muñeca estática que permitía a su amante hacer lo que sea con ella.

Ni siquiera pedí permiso. Subí a la cama y me puse de rodillas detrás de Paula. Su concha estaba demasiado cerca de la de mi hermana, y eso era un riesgo. Pero estaba tan caliente que no me importó. Penetré a Paula y ella suspiró. Ahora sus movimientos no solo hacían frotar su concha contra la de Katia, sino que además provocaban fuertes penetraciones… por supuesto, acompañadas por mi movimiento. Empecé a darle duro mientras Celeste le convidaba un poco de cerveza a cada una de las chicas y luego llenaba mi vaso.

—Ustedes sigan, yo voy a buscar otra —dijo, cuando la botella estuvo vacía.

Volvió pocos segundos más tarde con una segunda cerveza bien helada y la vagina tan húmeda que me quedé mirándola como bobo. Eso me hizo perder la concentración… ¿y quién no la perdería frente a una mujer como Celeste?

Y ahí ocurrió la tragedia. Mi verga salió de la concha de Paula y fue a parar directamente a la de…

—¡AY! ¡Ay… ay… carajo! ¡Ay!

—Perdón, perdón… fue sin querer. Lo juro. Se salió y…

—Por dios, hermanito… qué grande tenés la pija. Dios… casi me partís la concha al medio…

—Fue sin querer, lo juro…

Lo sorprendente fue que mi verga entró completa, hasta el fondo de la concha de Katia. Al parecer ella estuvo jugando con el dildo un rato antes… o quizás siempre dilata así de bien cuando está excitada. De lo contrario no le hubiera entrado tan fácil.

—No te preocupes, Abel —dijo Celeste—. Estos accidentes pasan. Lo sé por experiencia.

—Uy… ¿tu hermano también te metió la pija? —Preguntó Paula—. Quiero saber más detalles sobre eso.

—Fue un accidente —dije, como si me estuviera disculpando por mí y por el hermano de Celeste. Es decir, el hermano de Gisela. Dios, ya ni sé qué estoy diciendo.

Saqué lentamente la verga, Katia suspiró. Me quedó completamente cubierta con sus jugos vaginales.

—No pasa nada, hermanito —me dijo—. Ya entendí que fue sin querer. Sabíamos que esto podía pasar y lo mejor es no hacer tanto estándalo. Solo que… me dolió un poquito. Entró muy fuerte. Nunca me imaginé que mi primera pija sería la tuya —soltó una risita como si todo fuera un chiste inocente.

En cambio yo, me quedé paralizado. ¿La primera verga de mi hermana fue la mía? Uy, carajo… otro trauma para tratar en el diván. ¿Por qué estoy sintiendo la mirada inquisidora de mi madre si ella ni siquiera está acá?

Quise hacerle el macho cabrío frente a Celeste, para mostrarle lo bueno que puedo ser en la cama… y me llevé de regalo un trauma para toda la vida. Ya no tuve ganas de seguir cogiendo. Me senté en el borde de la cama y me puse a tomar cerveza, para bajar la temperatura de mi cuerpo. Celeste se sentó a mi lado y juntos miramos cómo Paula y Katia se revolcaban en la cama como si estuvieran poseídas por algún espíritu lésbico. Sus gemidos inundaron la habitación. Si bien las mujeres no son la primera opción para mi hermana, ella no puede negar que le gustan mucho. Se puede notar una pasión lésbica que se suelta mientras más se excita.

Pensé que Celeste se les sumaría, pero como si quisiera castigarme por mi error, no me dio el gusto de verla cogiendo con Paula y Katia.
Al menos el show lésbico estuvo bueno.

* * *

Paula aceptó la invitación a comer lasagna, y cuando le pregunté a Celeste si quería unirse a nosotros, me dijo que no podía porque “mi amiga Gisela me está esperando”... y me guiñó un ojo. Katia, con toda su delicadeza, preguntó si esa tal Gisela estaba buena. Este fue un momento extraño, porque de pronto Celeste se sonrojó y bajó la mirada. No respondió nada y Katia, que seguía insistiendo con la pregunta, guardó silencio solo cuando yo le hice el gesto de cerrar la boca, deslizando los dedos por mis labios. Más tarde, cuando estuvimos solos en mi departamento, esperando a que llegara Paula a comer, Katia me preguntó por qué la había mandado a callar.

—¿Qué tiene de malo? Solo le pregunté si Gisela tenía buenas tetas… y si era lesbiana, como ella.

—Fuiste desubicada, Katia.

—¿Desubicada? ¿Yo? Pero… si estábamos cogiendo. Creí que ya teníamos confianza suficiente como para hablar de esas cosas.

—¿Y cómo andás con Marcela?

Esta vez fue Katia la que enmudeció, aunque ella no se puso nerviosa como Celeste. Solo se enojó.

—No te metas en un tema que no entendés —me soltó.

—¿Ves? A eso me refiero. No tenés idea de cómo es la relación entre Celeste y Gisela. Así que no insistas.

Mi hermana abrió grandes los ojos, como si de pronto hubiera descubierto un billete tirado en el piso.

—Oh… bueno, sí… tenés razón. No pensé en eso.

Iba a decirle “¿Y cuándo pensás?”, pero eso hubiera sido un poco agresivo. No quiero pelear con ella. No después de todo lo que pasamos juntos. Decidí desviar el tema y le pedí ayuda para poner la mesa.

Paula llegó pocos minutos después, con varias cervezas frías en una bolsas. Debo admitir que pasamos una linda velada, charlando de trivialidades. El principal tema de conversación fueron los relatos que publica Paula en revistas porno. Katia aseguró que se los leería todos y que “mañana mismo me compro tantas de esas revistas como pueda”. Al menos ahora lo hará con su propio dinero, y no con el mío.
Katia y Paula se quedaron desnudas durante toda la cena. Creo que puedo acostumbrarme a esto. A veces ser Abel no está tan mal. Pero… si quiero tener chances con Celeste…


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