Capítulo 3
Estaba un
poco desorientada y excitada luego del intenso experimento lésbico al que me
sometió Tatiana. No quería volver a mi casa pero tampoco tenía ganas de entrar a
la facultad, no me afectaría en nada faltar una vez. Comencé a caminar con
rumbo fijo al cibercafé que mencionó mi nueva amiga, donde podría poner a
prueba mis preferencias sexuales.
Caminé un
rato con la mente obnubilada hasta que di con una casita pintada de azul marino
en la que se leían las palabras “La Cueva, Cibercafé” en letras doradas.
El lugar era
oscuro. El ambiente hacía honor al nombre del establecimiento. Las paredes
estaban pintadas de negro, el techo era bajo y el aire estaba viciado. Eso sí, de
café ni hablar. No servían ni un vaso con agua. Era sólo un nido de ratas lleno
de cables y computadoras algo pasadas de moda. El muchacho que lo atendía era
una mezcla entre estúpido total y maniático sexual, no dejaba de mirarme de
forma descarada y me puso un poco incómoda. Por fin logré que me dejara en paz
al pedir una máquina para uso personal, hice hincapié en la palabra “personal”.
Me señaló la que me correspondía y me alegré al llegar a ella, estaba ubicada
dentro de un cubículo con puerta, sólo había tres de esas cabinas privadas, el
resto de las computadoras estaban bastante expuestas.
Me senté
tranquila y de golpe me invadió la paranoia. Si estos lugares eran tan cerrados
es porque la gente hacía cosas raras en ellos, eso me asqueó un poco, lo peor
fue pensar (no sé porque llegué a esa conclusión) que podría haber una cámara
escondida para grabar a dulces niñitas como yo. Revisé el pequeño cuarto
minuciosamente. Todo parecía estar en orden, no había sitio donde esconder una
cámara, por pequeña que fuera. Hasta revisé debajo de la mesa y opté por
voltear hacia la pared la cámara web de la compu, por más que estuviera
apagada. Coloqué la tranca que cerraba la puerta del cubículo desde adentro y
me senté en la silla.
Cuando
recuperé la serenidad comencé con mi investigación. Abrí Google y no sabía ni
siquiera cómo buscar ese tipo de material pornográfico, comencé por la sección
masculina, escribí cosas como “Hombres con grandes penes”, “Chicos desnudos”,
“Penes erectos” y cualquier palabra absurda que se me ocurrió. Me sorprendí
bastante con ciertas imágenes, algunos hombres tenían miembros bastante
grandes, pero la verdad que sólo me generaban sorpresa, nada de excitación.
Nunca había visto cosas de este tipo, todo era nuevo para mí. No podía parar de
inspeccionar, vi hombres haciéndolo con mujeres, lo cual tampoco me despertó
grandes sensaciones, ya me estaba preocupando.
Decidí pasar
a la categoría femenina. Busqué “Lesbianas teniendo sexo” “Mujeres desnudas”. Casi
al instante llegué a un video de dos chicas de mi edad besándose
apasionadamente, parecía estar filmado con un celular por una tercera persona.
Ese beso tan intenso me recordó a lo que viví con Tatiana apenas minutos antes.
Seguramente nos veíamos igualitas a esas chicas. Eso me calentó un poco.
Continué la búsqueda y encontré otro video, me di cuenta que eso era mejor que
ver imágenes. Dos chicas delgadas de cabello negro se encontraban sobre una
cama y una le estaba practicando sexo oral a la otra. Se la estaba chupando con
unas ganas increíbles. Nada que ver a las lamidas que yo le había dado a Lara.
Esto era sexo puro. Miré hacia los costados como si fuera a cruzar la calle, no
había nadie más que yo, pero me disponía a hacer algo sucio y prohibido,
inconscientemente necesitaba asegurarme.
Me levanté
la pollera y fui directo a mi vagina. Ya se me estaba mojando, a pesar del
intenso orgasmo que me había provocado Tati. Froté mi clítoris sin dejar de
mirar la pantalla. En cuanto el video finalizó, busque otro de la misma índole.
De nuevo dos chicas comiéndose una a la otra. Ya me estaba masturbando
ávidamente y me imaginaba que era Lara la que me lamía, luego que Tatiana lo
hacía. Fui fantaseando con todas las chicas de mi grupo, incluso aquellas que
no eran tan bonitas. Me cachondeé pensando en las chicas de Acción Católica, un
grupo de la iglesia conformado por puras mojigatas, como yo. Una a una me las violé
en mis pensamientos. Estaba descontrolada. Al dejar fluir tanto mi imaginación
y disponer de tanto material erótico, llegué al orgasmo en poco tiempo. Unos
veinte minutos aproximadamente. Tuve que esforzarme por no jadear de más ya que
con eso le alegraría la mañana al estúpido que atendía.
Acomodé mi
ropa y abandoné el cibercafé pagando de más y sin esperar el vuelto. No quería
que ese degeneradito notara mis mejillas coloradas y mi respiración agitada.
Una vez más me invadió la culpa, intentaba no pensar. Tomármelo a la ligera,
como Tatiana decía. Las chicas se masturbaban todo el tiempo. No era el fin del
mundo, aún no podía asegurar nada. No hasta probar una vagina de la forma
apropiada, porque las lamidas a Lara no significaban nada, eso ni llegaba a ser
sexo oral.
Por ese
entonces estaba desarrollando una increíble capacidad de mentirme a mí misma.
No sabía
cómo llegaría a estar entre las piernas de una chica, tal vez Tatiana se ofrecería
a ayudarme, pero me daba un poco de miedo lo que vendría después, el mirarla
todos los días, ya hasta se me hacía difícil el volver a verla luego de lo que
pasó y eso que no había transcurrido ni una hora. Tragué saliva y seguí
caminando sin rumbo fijo. Mi subconsciente me llevó hasta la puerta de la
capilla, anexo de la Universidad. Era como querer castigarme a mí misma por
todos esos sucios pensamientos. Entré y me senté en un banco tan cerca de la
cruz como me fue posible. No fui a la primera fila porque allí había un par de
viejitas y no quería que me molestaran.
Cuando ya
estaba por ahogarme en mis pensamientos vi que alguien se sentaba a mi lado.
- La Madre
Superiora me dijo que querías hablar conmigo.
Se trataba
de la hermana Anabella, la conocía sólo de vista. Al tenerla tan cerca noté que
realmente era joven, debía tener unos 34 años. Estaba enfundada en sus hábitos
y sólo podía ver su rostro. Sus facciones eran suaves y no había marcas en su
piel, tenía ojos grandes y expresivos. No aparentaba la rigidez típica de las
monjas, su sonrisa era alegre. Era como estar viendo a la Novicia rebelde.
- Hermana
Anabella, buenos días – ni siquiera sabía qué hora era.
- ¿Tu nombre
es Lucrecia, cierto? – Asentí con la cabeza – ah que bien, tenía miedo de
confundirme. Podés decirme Anabella, no me gustan los formalismos – eso lo
había sacado de la Madre Superiora - ¿de qué asunto querías hablar? – preguntó
con suavidad, no me estaba interrogando, sino que me invitaba a conversar.
- Es un tema
un tanto delicado, no sé si éste será el mejor lugar para hablarlo – miré a
Cristo en la cruz como si no quisiera que él me escuchara. La tensión entre Él
y yo iba en aumento.
- Entiendo,
si querés podemos hablar en mis aposentos.
¿Aposentos?
¿Quién usaba esa palabra hoy en día? De todas formas accedí. Caminamos un largo
trecho en silencio, no sabía que hubiera lugares tan amplios dentro de este
lado del edificio. Los “aposentos” de las monjas se conectaban con la escuela
mediante pasillos. Nos detuvimos en uno de estos pasillos. Podía ver varias
puertas. Anabella utilizó una vieja y pesada llave para abrir una. La
habitación parecía salida de un libro de Harry Potter… si también leía Harry
Potter. El techo era alto y los ventanales hermosos, todos terminaban en arco y
aportaban una cálida luz al interior abovedado. Pude ver una gran cama a varios
metros de la puerta de entrada. Anabella también poseía una mesa de madera en
el centro del cuarto. La distribución me recordaba un poco a mi propio
dormitorio, sólo que aquí todo era mucho más amplio y antiguo. Hasta las
paredes eran de piedra, aumentando la ilusión de viaje en el tiempo. Faltaba
que encendiera velas, pero al parecer ya le habían instalado corriente
eléctrica.
Me invitó a
sentarme frente a la mesa y puso agua a calentar sobre un anafe, pensé que
tomaríamos té, pero llegó con un mate en la mano y comenzó a llenarlo con
yerba. Era un poco gracioso, no sé por qué pero no me imaginaba a las monjas
tomando mates. Yo no era una gran aficionada a esa infusión pero no me
molestaba tomarla. Me mordí los labios porque estaba sintiendo mis pezones
duros, aún no se me había pasado la calentura. Rogaba que la Hermana no lo
notara.
- Ahora sí,
podés hablar con libertad.
- Ni tanta
libertad, hoy casi mato una monja y no quiero hacerle lo mismo a otra. Es que
el tema es un poquito delicado. Tiene que ver con la relación entre mujeres…
relación íntima.
- Ahhhh,
comprendo – eso borró de un zarpazo la sonrisa de su cara.
- La verdad
es que – de pronto me dio por ser sincera, esa mujer me inspiraba confianza –
es algo que me está pasando a mí. Me siento atraída por algunas de mis
compañeras de facultad – en realidad por todas, pero no le diría eso.
- Si es un
tema delicado y no sé si yo sea la indicada para hablarlo – otra vez le iban a
pasar la papa caliente a otra – pero voy a hacer mi mayor esfuerzo. Yo no soy
tan ingenua como parezco, sé muy bien que hay chicas en la Universidad que
hacen esas cosas, pero nosotras no podemos oponernos, menos hoy en día con todo
ese tema de la aceptación de la homosexualidad – escuchar esa palabra me chocó
bastante, nunca me había pensado como “homosexual”.
- ¿Y usted
qué piensa sobre esas prácticas, le parece que están bien, que es algo normal?
- Podés
tutearme Lucrecia – trajo el agua caliente en un termo y comenzó a cebar mates
– para serte sincera no creo que sea algo “normal” yo creo que Dios nos hizo
como somos para que la relación amorosa sea entre un hombre y una mujer, pero
entiendo que los tiempos cambian y la mentalidad de la gente también. Creo que
vos deberías rezar para que Dios te muestre el camino a seguir – me ofreció un
mate, estaba muy rico, a pesar de no llevar azúcar.
- Mis más
sinceras disculpas Anabella, pero la verdad no creo que rezar me ayude mucho,
esto que me está pasando es muy intenso. Ya me conozco todos los sermones religiosos
y la verdad es que necesito alguna respuesta que esté fuera de la fe. Algo
concreto.
- Me lo
ponés difícil – de pronto sonrió, era bonita de verdad – pero voy a hacer una
excepción, vos parecés una buena chica y yo puedo dejar de lado mi devoción al
Señor por unos instantes, para que hablemos como amigas, de mujer a mujer.
- Eso me
agradaría mucho.
En ese
momento me di cuenta que mi vagina aún seguía mojada por tanto dedo
introducido, tenía miedo de estar manchando mi pollera. Que ya era mía porque
no pensaba devolvérsela a Lara, luego le compraría una nueva, esta me gustaba
mucho. Me encontré imaginando cómo sería el cuerpo de Anabella debajo de toda
esa tela, ¿sería bonita? ¿Parecería una anciana caderona? No lograba hacerme
una imagen concreta.
- Si querés
contame cómo empezó todo – me sugirió.
- Está bien.
La cosa empezó hace unos días, cuando vi algo en el celular de una amiga -
extraje mi Smartphone para enseñarle cómo era – acá uno puede guardar muchas
cosas, incluso fotos y videos – me miró como si no comprendiera – tienen cámara fotográfica y filmadora, el de
mi amiga es bastante parecido a este y…
- Puede ser
– me interrumpió – aunque el tuyo está un poco pasado de moda – extrajo un
Smartphone color blanco aún más grande que el mío – esos tienen un sistema
operativo un tanto viejo, en cambio éste te permite instalar más aplicaciones y
tiene más memoria RAM - me quedé
boquiabierta.
- Ahhh, no
pensé que tendrías uno…
- ¿Por qué?
¿Te creés que porque soy monja vivo en la edad de piedra? Casi todas tenemos
uno, yo lo uso básicamente para los jueguitos, me entretienen bastante. Me lo
compró mi madre hace unos días – ¿su madre estaba viva? Pensé como si Anabella
tuviera 70 años – se nos permite tener algunas pertenencias, pero no podemos
tener mucho dinero propio – hizo una pausa - A veces saco fotos también, pero
no como las de tu amiga, eso seguro.
- ¿Fotos
como cuáles? – pregunté automáticamente.
- A ver…
esperá.
Buscó unos
segundos y luego me enseñó la foto de una chica muy bonita, de cabello castaño
rojizo que caía sobre sus hombros en delicadas capas. Lo más destacable era su amplia
sonrisa. La muchacha vestía una remera blanca que hacía notar unos pechos
redondos de tamaño considerable, aunque de forma muy discreta.
- Que linda
chica ¿quién es? – pregunté.
- ¿Cómo que
quien es? ¡Soy yo! – simuló indignación.
Segunda gran
impresión en menos de cinco minutos. No podía creer que fuera tan bonita debajo
de ese sobrio atuendo. Se me aceleró el corazón. ¿De verdad tendría el cabello
tan hermoso? ¿Y esos pechos?
- Pensé que
eras más vieja – no es la palabra correcta para usar con una mujer, no importa
si ésta es monja o no – o sea, que tenías más años.
- ¿Qué edad
pensás que tengo? – su sonrisa fue la de una chica común y corriente, no
encajaba con el marco que ofrecía su vestimenta.
- Entre 33 y
35 años – respondí.
- Tengo 28.
Listo,
tercera conmoción cerebral. Esta monjita me sorprendía a cada minuto.
- ¿Y por qué
una chica tan joven y bonita decidió ser monja?
- Es una
historia un poco triste – en ese momento sonó su teléfono, era como un
recordatorio – uy, tengo que irme, tenemos actividades con los alumnos del
secundario. Vamos a tener que dejar la charla para otro día.
- Está bien,
no hay problema. Me agradó charlar con vos – sonreí – cuando tengamos tiempo
nos juntamos otra vez.
- ¿De
verdad? – su sonrisa era radiante – eso me encantaría. Espero que no te
olvides, las monjas solemos tener buena memoria, especialmente si nos mienten.
- Te prometo
que vamos a retomar la charla. Todavía tengo muchas preguntas.
Me dio su
número de teléfono para que le escriba cuando tuviera ganas de charlar. Era la
segunda amiga que hacía en el día. Me estaba volviendo más sociable. ¿Mis
nuevas inclinaciones sexuales tendrían algo que ver?
En los
siguientes días intenté mantenerme lo más ocupada posible. Estudiaba hasta
quedar agotada o me ponía a leer algún libro que me distraiga, estuve tres días
así. Casi no hablé con nadie, mucho menos si era del sexo femenino. No hice
ningún intento por dilucidar mi condición sexual, la dejé bien almacenadita y
reprimida en el fondo de mi ser.
La tarde del
cuarto día me encontraba tragando libros y apuntes de la facultad a más no
poder, en eso suena mi teléfono. Era un mensaje de Lara: “¿Querés venir a
dormir a casa? Vemos unas pelis” No sabía que contestar, dejé el teléfono
arriba de la mesa y seguí con mis estudios. Diez minutos después me dije que si
no respondía mi amiga se enojaría. Si me negaba a su oferta tal vez creería que
estoy enojada con ella, por el asunto del beso, pero si le decía que sí tal vez
me vería en un aprieto emocional. En ese momento recordé las fotos de ella
desnuda que poseía. Por primera vez desde que las robé se me dio por mirarlas.
Su vagina
era realmente preciosa, bien formadita y rosadita, su piel era suave y blanca
como la leche. En una foto tenía las piernas abiertas y podía ver su agujerito
un poco mojado y el clítoris asomándose. Seguramente se estaba masturbando
cuando capturó la imagen. Ya sin pensarlo más le contesté que si iría.
Llegué a su
casa una hora después de recibir su mensaje. Eran como las 8:30 de la noche y
sus padres ya me esperaban con la comida lista. La comida kosher me estaba
gustando cada vez más, aunque algunas
cosas eran bastante simples, tenían platos muy sabrosos. La cena transcurrió de
forma alegre, con Lara nos limitamos a comparar conocimientos sobre algunas de
las materias de la facultad y a esclarecer dudas. La chica estaba tan bonita
como siempre, con sus ojos negros bien abiertos y el cabello lacio del mismo
color me transmitían paz. Además al ser tan menudita y bajita inspiraba cierta
ternura.
Miramos dos
películas, una detrás de la otra. Ambas estuvieron muy buenas, las había
seleccionado ella misma. La primera fue una del Señor de los Anillos, yo nunca
había visto esa película, pensé que sería una bobería, pero me sorprendió
muchísimo. Lara me dijo que también estaban los libros, que ella los había
leído y eran muy buenos. Es más, hasta me prestó el mismo libro en el que
estaba basada la película. Le prometí que lo leería y luego seguiría con el
resto de la saga. La segunda peli fue una comedia romántica que no era gran
cosa pero que nos hizo reír bastante, al menos nos sacó esa pesadez que dejó la
primera película.
Se hicieron
como las tres de la madrugada y ya estábamos liquidadas. Fuimos a su cuarto.
Ella se quitó el pantalón y vi sus blancas y redondas nalgas comiéndose la tela
de una diminuta tanga negra. ¡Madre mía, que culito tenía la nena! Eso jamás lo
hubiera dicho en voz alta. Para colmo esa vez también se quitó la remera,
quedando con un corpiño haciendo juego con la tanga. A mí se me estaba poniendo
la cara de todos colores. Tímidamente me desvestí. Cualquiera diría que esta
vez vine mejor preparada, con una bombacha menos transparente, más discreta,
más de vieja, pero no. En un arrebato de inconsciencia me puse una colaless
apretada y de tela delgada que traslucía los pelitos de mi entrepierna. Tuve
que quitarme también la remera, mi corpiño era bastante discreto ya que no creí
que tuviera que enseñarlo.
Nos
acostamos. Miré el techo por un largo rato rogando que el aburrimiento me
hiciera dormir, no entendía por qué no podía conciliar el sueño si hacía apenas
unos minutos los ojos se me cerraban solos.
Maldita
Lara, ella se durmió ni bien apoyó la cabeza en la almohada. Estaba de lado con
su cola apuntando hacia mí. Simulando estar acomodándome en la cama, le rocé
suavemente una nalga. Estaba fría, de verdad era como tocar porcelana. De golpe
recordé todos esos videos lésbicos con los que me había masturbado, los
toqueteos y besos con Tatiana, la masturbación de mi amiga en video, sus fotos
desnudas, el sabor de su vagina. Y sí… me mojé.
Posé la mano
en su nalga y le susurré su nombre al oído. Quería que se despertara, algo en
mi macabra imaginación me hacía creer que si despertaba terminaríamos haciendo
el amor apasionada y locamente, así como si nada. Volví a llamarla por su
nombre y la acaricié, bajando por la colina de porcelana hasta llegar al cañón.
Toqué la división de sus labios por arriba de la tanga, me pegué más a ella y
la llamé un poco más fuerte. Nada. Una tumba hubiera sido más comunicativa. Con
el dedo mayor recorrí toda esa hendidura mágica. Me estaba mojando cada vez más
y a ella le estaba pasando lo mismo. Sentí la tibieza de su sexo y apoyé mi
boca contra su cuello. ¡Se movió!
Luego de
escupir mi corazón junto con gran parte de mis pulmones y haciendo un esfuerzo
inhumano por no gritar, me di cuenta que sólo había girado en la cama, seguía
tan dormida como siempre. Quedó boca arriba con la cara mirando hacia mí, su
respiración era pausada y sus ojos estaban bien cerrados. Esperé unos segundos
y volví a las andanzas lésbicas. Esta vez busqué su boca, hice que nuestros
labios se tocaran, podía sentir su respiración. Eso me confirmó que dormía
plácidamente. Sus piernas habían quedado bastante juntas. A rastras llegué
hasta ellas y las fui separando lentamente, siempre atenta a cualquier cambio.
Mi corazón latía a un millón de revoluciones por segundo. Esto no podía ser
nada bueno para mi salud.
Cuando por
fin logré abrir sus piernas me quedé encantada con lo que vi. Su vagina estaba
mordiendo la tanguita, como si fuera a tragarla toda. A esta altura mi estado
de locura era importante, para demostrarlo me quedé en pelotas. Me despojé de
mi corpiño y de mi colaless, como si inconscientemente quisiera ser atrapada.
Lo primero que hice, al quedar desnuda, fue ponerme de rodillas y comenzar a
masturbarme mientras admiraba el cuerpo de Lara, agradecía enormemente que la
ventana estuviera abierta y que la luz fuera buena, pero yo necesitaba ver más.
Interrumpí mis toqueteos para encender una lámpara en la mesita de noche. La
apunté hacia una pared para no alterar a mi amiga. Ahora se veía todo muchísimo
mejor. Regresé a mi posición. Ya tenía la entrepierna empapada y fue un alivio
el poder meterme los dedos. Últimamente me estaba masturbando más de lo que lo
había hecho durante toda mi vida.
Bajé la
cabeza lentamente hasta darle un besito en la zona del clítoris a mi amiga. Me
sobaba las tetas mientras admiraba cómo la tanga se le metía. Con un leve
movimiento pude hacerla a un lado y allí quedó todo ese manjar expuesto para
mí. ¿Cómo podían ser tan hermosas las vaginas y yo nunca lo había notado? Al
menos hasta ahora. Aparté mi largo cabello y lo dejé caer hacia la izquierda.
Me acerqué más, ese olorcito a almejita me estaba volviendo loca. Con la
puntita de mi lengua toqué su botoncito sexual, el cual asomaba erguido. De a
poco, intentando no despertarla, fui lamiendo como lo había hecho aquella
noche.
Si quería
confirmar mi gusto por la vagina, debía ir más allá. Sabiendo que Lara no se
despertaría, di una lamida firme, pegando mucho mi lengua a la división central
de sus labios. ¡Cómo había extrañado ese sabor! Lamí unas cuantas veces más sin
dejar de toquetearme, frotarme el clítoris o meterme los dedos. La calentura me
estaba nublando el juicio, la culpa ya había quedado olvidada. Con dos dedos en
mi sexo fui saboreando los jugos que fluían de mi querida amiga.
Perdí la
cabeza por completo, seguramente se debía a años de reprimirme y dejar salir
toda mi sexualidad de golpe. Me las ingenié para poner mis rodillas a los lados
de su cara sin moverme demasiado. Bajé la vagina hasta que prácticamente tocó
su boca y me masturbé locamente. De pronto noté los suaves labios de su boca
rozar contra los de mi vagina, transmitiéndole mis fluidos. Miré hacia abajo,
ella ni se movía. ¿Estaría soñando con sexo lésbico otra vez? Temí llegar
demasiado lejos y despertarla, por lo que me aparté, pero aún seguía excitada.
Más que nunca.
Volví a su
vagina y esta vez comencé a chuparla. No a lamerla, sino a chuparla de verdad.
A comerla. A engullir todo su sexo y succionar sus jugos. Le di un chupón a su
clítoris sin pensar en nada. Me pegué a su sexo como una sanguijuela
succionadora de flujos vaginales. Cerré mis ojos y me dejé llevar por el enorme
placer.
En ese
momento, como Lázaro que se levanta entre los muertos, Lara se sentó en la
cama. Miré hacia arriba y me encontré directamente con sus ojos, abiertos como
platos, intentando comprender lo que pasaba, pude leer el terror en su mirada.
Ni siquiera atiné a quitar la boca de su vagina. Si yo hubiera sido un espía de
la KGB, ese era el momento preciso en el que debía tomarme la pastilla de cianuro.
Fin del Capítulo 3.
Continúa en el Capítulo 4.
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