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Problemas con mi Hijo (2)

Capítulo 2




En los días siguientes la situación empeoró en gran medida. Franco ya no tenía miramientos de dónde y cuándo se masturbaba, lo hacía a cualquier hora y en cualquier lugar, lo único que había conseguido con mis regaños era hacerlo acabar en una servilleta de papel y que cuidara los muebles y la alfombra. A mí me ponía sumamente incómoda verlo haciendo eso.

Pasó el tiempo. Un día estábamos como de costumbre mirando televisión y él se sentó al lado mío en el sofá, a los 20 minutos sacó su verga y comenzó a tocarse. Ya me había acostumbrado a que lo haga, a veces lo miraba de reojo. Lo cierto es que con su terapia de shock me había curado de espanto. Hasta me estaba pareciendo normal verlo masturbándose. Pasaron unos minutos y vi que seguía tocándola con ganas pero no se le paraba.

- ¿Te pasa algo? – le pregunté señalando su pene. Por lo general se le ponía dura enseguida.
- No sé, ni idea. No se me para.
- Ay hijo, es que estás todo el día tocándote, llega un momento en que tenés que dejarla descansar – no podía creer que ya estuviera hablando con normalidad sobre sexo.
- Pero si no me pajeé en todo el día. Y ayer tampoco – era cierto, no recordaba haberlo visto en las últimas horas.
- Mmm, que raro, a tu edad no creo que haya problemas de impotencia, al contrario. Aunque puede ser que la masturbación ya no te estimule como antes. Necesitás algún otro incentivo – me sorprendí a mí misma, sonaba como algo que diría mi amiga Claudia.  
- ¿Qué tipo de incentivo? – me preguntó sin dejar de tocarse.
- No sé, como mirar fotos eróticas o algo así – recordé que su computadora estaba rota y la estaba arreglando el técnico, no podía conectarse a mirar pornografía - Comprate alguna revista erótica, yo te doy permiso, pero que no sea muy zarpada ¿eh? – me reía de mi misma, de pronto me había convertido en una sexóloga, casi me sentía superada.
- No mamá, me da vergüenza ir a comprar esas cosas.
- Yo no la voy a comprar por vos. Agradecé que te doy permiso… y que te di la idea… también me va a tocar darte la plata para comprarla…
- Ya sé cómo podrías ayudarme sin que compremos ninguna revista – me interrumpió - ¿Me dejás ver tus tetas? – la pregunta me tomó desprevenida.
- ¿Mis tetas? Claro que no, soy tu madre, ¿cómo te vas a pajear mirando las tetas de tu mamá? Estás loco Franco.
- Por favor, si yo total imagino que son las de otra persona, al fin y al cabo son tetas, todas las mujeres tienen.
- Pero hijo… no me parece… es algo…
- Es por un ratito nomás, ¡porfis! – me partía el alma verlo insistir tanto.
- ¡Ay Franco! Bueno, está bien, pero sin tocar, mirás desde ahí.

Me quité la blusa quedando en corpiño y él se acomodó para poder verme de frente con la verga en mano. Lentamente puse las manos en la espalda y desabroché mi corpiño, mis tetas son grandes y quedaron colgando delante de él con sus marrones pezones tan marcados. Franco abrió mucho los ojos, comenzó a pajearse y en unos segundos se le paró como solía hacer siempre. Me sonrió alegre porque el método había funcionado. Hasta yo sonreí por ver que se le estaba poniendo dura, toqué mis tetas desde abajo haciéndolas saltar un poco. Él se masturbaba con ganas, parecía estar disfrutando mucho. Para incentivarlo un poquito más subí mi falda un poquito, no se me veía la bombacha pero si las piernas casi en su totalidad, sus ojos subían y bajaban asombrado por lo que veía y se pajeaba cada vez más rápido. Agarré mis tetas y las levanté y empecé a hacerlas saltar otra vez. Veía como con sus dedos llevaba saliva desde su boca a su glande y seguía pajeándose sin darse tregua, yo pellizcaba mis pezones. Debía admitir que todo eso me ponía un poco cachonda.  

- Mamá, ¿Dónde acabo? No traje la servilleta – me dijo.
- Ay hijo, lo hubieses pensado antes, para colmo a vos te salen doscientos litros de leche. Pero ni se te ocurra tirarme todo en la cara otra vez.
- ¿Y en las tetas? – preguntó, pude ver pos su expresión que faltaba poco para que acabe, ya imaginaba mi hermosa alfombra llena de semen.
- Ay Franco… las cosas que me pedís – medité un segundo – no, para nada. Hacelo en otra parte.
- Dale mamá, no te cuesta nada, ni siquiera tenés que moverte.
- Está bien – suspiré - acabame en las tetas – le dije sin medir mucho mis palabras, me acosté en el sofá y él se puso de pie al lado mío, apuntó su verga y en pocos instantes la tibia leche comenzó a cubrirme las tetas, por lo dura que la tenía y lo fuerte que se pajeaba supe que estaba muy excitado, la leche se deslizaba hasta mi panza y mi cuello y él frotaba su glande contra uno de mis pezones, cuando por fin terminó cayó sentado en el sillón, yo me senté en el sofá y miré mis tetas, las apreté llenando mis manos de leche.
- Me estás haciendo tratamiento en toda la piel – él se rio por mi comentario - ¿Te gusto? – le pregunté.
- Si, me gustó mucho, gracias mamá, sos la mejor – me dio un beso en la mejilla, sentí su verga contra mi brazo, ya se estaba poniendo flácida.
- Bueno, me voy a lavar, ya vengo.

Me encerré en el baño y directamente me saqué la bombacha, me senté en el inodoro y comencé a pajearme mirando toda esa leche en mis tetas. Las lamí y las apreté fuerte. Chupé mis propios pezones tragando espesa leche, estaba más rica que nunca. No me daba cuenta que estaba gimiendo mientras me colaba los dedos y frotaba mi clítoris. En eso escucho que golpean la puerta del baño.

- Mamá, ¿estás bien? – era Franco que seguramente se preguntaba por qué demoraba tanto.
- Si hijo, estoy bien – le dije poniéndome de pie rápidamente. Me apresuré a lavar mis tetas y a secarlas, me puse la bombacha otra vez, aunque estuviera mojada – ya salgo.

Cuando salí él estaba ahí parado mirándome los pechos, le sonreí y le di un beso en la mejilla. Fui hasta mi cuarto y me puse una blusa muy escotada y ya no me puse corpiño. Fue una gran suerte que me haya interrumpido, me hizo recapacitar. No podía hacer locuras como esas, por más caliente que estuviera.  

Al parecer lo que pasó lo dejó tranquilo por cuatro días más o menos. Pensaba que las cosas ya se iban calmando pero cuando se me acercó en la cocina por detrás y me agarró las tetas supe que había vuelto a excitarse. Yo ni siquiera estaba usando el corpiño.

-- ¡Hey! ¿Qué hacés? – le dije apartándolo de mí, vi que tenía el bulto bien grande.
- ¿Me ayudás otra vez? – me preguntó
- Que te haya ayudado una vez no quiere decir q te vaya a ayudar todos los días, y nada de estar agarrándome las tetas – sacó su verga del pantalón y la tenía bien dura.
- Dale, te prometo que no toco.
- No Franco, estoy cocinando, si empezamos con esto ahora nos sé a qué hora vamos a comer.
- Dale mami, lo único que tenés que hacer es sacarte la remera, y nada más – era mi hijo… siempre me terminaba convenciendo.
- Bueno, pero sentate ahí y te quedás quietito – le dije señalándole una silla.

Se sentó y yo me quité la blusa dejando caer mis tetas, él comenzó a hacerse la paja, para no quedarme viendo sin hacer nada continué haciendo la comida, él estaba a un costado así que podía ver bien las tetas. Le miré la verga y seguía sorprendiéndome lo grande que era, su glande brillaba y su prepucio subía y bajaba sin parar, me mordí el labio inferior.

- ¿Te podés sacar el pantalón? – me pidió Franco.
- No, ya me estás pidiendo mucho – me negué.
- Si querés dejate la bombacha puesta, pero quiero verte la cola, la tenés muy linda.
- Que halagador, pero no hijo, ya está toda caída. No es linda.
- A mí me gusta, es mejor que la de Claudia, y eso que ella se mata todo el día en el gimnasio.

Me sentí muy halagada con ese comentario, de hecho yo pensaba igual, aunque nunca se lo había dicho a nadie. Claudia tenía un gran cuerpo pero era producto de horas y horas de ejercicios, yo había salido beneficiada naturalmente en ese aspecto. Esas palabras me ablandaron mucho.

- Ok, está bien. Pero si no te gusta no es mi culpa.

Me quité las zapatillas y me desabroché el pantalón. Lo bajé lentamente, tenía puesta una bombacha negra que no transparentaba pero era algo pequeña y se me metía en la cola. Noté su emoción al verla. Me acerqué un poco a él y me di vuelta mostrándole mi cola, me agaché un poquito pero mantuve mis piernas juntas, escuchaba su respiración agitada.

- ¿Y qué te parece? – pregunté emocionada. Sabía muy bien que se lo preguntaba a mi hijo, pero también tengo mi ego y es lindo sentirse admirada de vez en cuando.
- Está muy linda mamá – dijo pasando su mano por encima de una de mis nalgas – acá se te asoma un pelito – por el borde de mi bombacha de asomaba uno de los tantos pelitos de mi concha, él lo tomó con sus dedos y tiró de él.
- ¡Auch! No hagas eso, que duele – me quejé por el escalofrío que me produjo lo que hizo – su mano recorría mi cola y antes de que llegue al centro me di vuelta – ¿Te falta mucho?
- Casi nada, dejame acabarte en las tetas.

No discutí porque sabía que terminaría convenciéndome pero si suspiré descontenta, la verdad es que mi corazón latía muy fuerte y ya fantaseaba con encerrarme otra vez en el baño a masturbarme y tragarme toda la leche. Pero no, no debía llegar a ese punto, por más que la abstinencia sexual estuviera haciendo mella en mí.

Me arrodillé delante de él y me apuntó con su verga a los pechos, aparté mi largo cabello hacia un lado, para que no lo manchara y espere un buen rato apretándomelas mientras él sacudía su mano, cuando por fin soltó su primer chorro de leche no lo hizo en mis tetas, sino que fue a parar justo contra mi cara, rápidamente cerré los ojos y la boca y sentí como el esperma se me pegoteaba por toda la cara, en mis labios, las mejillas, los ojos, la frente, parecía no parar nunca de salir, como si fuera poco aprovechó para agarrarme una teta. En un impulso defensivo tomé su verga y la apunté hacia abajo, para que ya no tirara más esperma en mi rostro. Suspiré mientras con la otra mano sacaba la leche que había quedado contra mi boca, sentía toda la cara pegoteada y el sabor a semen en mi boca provocándome mucha excitación. De su verga caían las últimas gotitas de leche, soltó mi teta pero yo ni siquiera noté que aún le estaba agarrando el miembro. Vi la mano con la que me había limpiado la cara y estaba llena de esperma blanco y espeso.  
- Chupate los dedos – me pidió mi hijo.
- No, eso sí que no – me negué pero él me miró como si le hubiese dicho que si – de verdad no lo voy a hacer Franco.
- ¿Es porque mi leche tiene mal sabor? – parecía apenado.
- No Franquito, si ni siquiera sé qué sabor tiene – mentí descaradamente - ¿Cómo me podés pedir algo así? ¿Acaso te olvidás de que soy tu madre?
- No me olvido, es que siempre quise ver a una mujer tragando semen.
- ¿Y por qué tengo que ser yo esa mujer?
- Porque sos muy linda y ya tenés las manos llenas de leche. Dale mami, por favor – sabía que me estaba manipulando.
- ¡Ay, está bien! – dije resignada. Sin más remedio acerqué los dedos a mi boca y los introduje, el sabor a semen se incrementó notoriamente, pasé la lengua alrededor de mis dedos mirándolo a los ojos. Pasé los dedos por mi mejilla juntando más leche y también me la tragué disfrutando mucho su sabor, a pesar de que me negaba a aceptarlo.
- No pensé que lo harías. ¿Te gustó? – me preguntó incrédulo.
- Estaba rica – le dije riéndome para hacerlo sentir mejor, él también sonrió. Vi que mi mano seguía sobre su verga, instintivamente la moví un poco como haciéndole una paja, grave error porque al toque se le empezó a parar de nuevo – pero hijo, no pienses que a las mujeres nos gusta hacer esto. Es más, algunas lo consideran humillante.
- ¿A vos te pareció humillante?
- No, a mí no. Pero porque me lo pediste vos, si hubiera sido un desconocido me hubiera enojado mucho. De todas formas ya no insistas con esas cosas.

Me lavé ahí mismo en la cocina para evitar estar sola en el baño y acomodé mi ropa. Estoicamente resistí mi calentura, aunque esa noche me costó un poco conciliar el sueño. Me acaricié el clítoris por arriba de la bombacha pero lo dejé en paz. No quería volverme una adicta a las pajas.

Podrán decir que actué de forma inapropiada desde el primer día en que permití que Franco acabara en mis tetas, pero lo cierto es que verlo feliz me alegraba el día. Después del último incidente fui a trabajar bastante animada por dos días. Sabía que lo había hecho un poco más feliz, en cierta forma, y eso me hacía feliz a mí.

Cuando volví del trabajo fui directamente a darme una ducha. Fue muy refrescante y relajante. Salí envuelta en una toalla y no vi señales de mi hijo, por eso pasé directamente a mi cuarto y comencé a vestirme, me puse una bombacha, nunca me gustaron los llamados “calzones de vieja” prefería algo más ajustado. Arriba me puse una calza negra y aún estaba con los pechos al aire cuando Franco apareció. Fue un tanto imprudente el vestirme con la puerta abierta. Me saludó y se sentó en la cama.

- Mamá, otra vez tengo el mismo problema. No se me para – me dijo apenado.
- ¿Viniste para mirarme las tetas? – me enfadaba un poco que recurriera a mi cuerpo para excitarse.
- Quería probar, nada más.

No le dije nada, me senté a su lado un tanto fatigada, sacó su miembro del pantalón corto y comenzó a menearlo para todos lados sin apartar la vista de mis pezones, que estaba duros porque recién había estado lavándolas. Nada. Al chico no se le paraba. Me acarició la teta izquierda, me produjo un escalofrío. Pensé q con eso se estimularía, pero no. Su pene seguía sacudiéndose como el cuello de una gallina degollada.

- Esperá hijo, si te das tan fuerte te vas a lastimar, hacelo con suavidad, así el miembro se va acostumbrando de a poco.

Me quedó mirando como si le hubiera hablado en chino. Segunda imprudencia del día: le acaricié el pene con la yema de mis dedos.

- Así, despacito. No lo maltrates, a veces el pene necesita relajarse y no que lo estén acogotando todo el tiempo – sabía eso por mis experiencias sexuales pasadas.

Continué dándole suaves caricias a lo largo de su flácido miembro, partiendo desde la base hasta la punta y repitiendo la acción una y otra vez. Él apoyó las manos en la cama y se echó un poco hacia atrás.

- Se ve que está funcionando – le comenté al ver que de a poco iba creciendo.

Sentía un calor incontrolable en todo mi vientre, no me sentía así desde mi primera vez con un hombre, hace ya muchos años. Me puse a pensar en todos los conceptos morales que violaba con mi comportamiento actual, pero luego me dije a mi misma que tampoco era algo tan malo, sólo estaba ayudando a mi hijo con su problema sexual, prefería ser yo quien le brindara una mano (literalmente) antes de que vaya a pedírselo a su maestra y que esto genere más inconvenientes.

Apreté levemente su blando pene entre mis dedos, una cosa era tocarlo para bañarlo, como mil veces había hecho en el pasado, pero otra muy distinta era tocarlo con la intención de excitarlo. La verdad es que me alegré al ver que mi trabajo estaba dando frutos, ya la tenía completamente dura.

- Ves, ya se te paró.
- Si, y a ésta la empezaste vos así que la terminás vos – me exigió.

Estuve a punto de negarme pero sentirla tan dura en mi mano me provocó mucha curiosidad, hacía tiempo que no jugaba con algo así. Moví lentamente mi mano de atrás hacia adelante viendo como la piel de su pene cubría el glande y luego lo dejaba a la vista otra vez. De a poco fui acelerando el ritmo, podía escucharlo jadeando, al parecer estaba haciendo un buen trabajo. Con la otra mano empecé a masajearle los huevos, se la sacudí un buen rato apretándola fuerte

- ¿Te gusta? – no sabía por qué le estaba preguntando eso, era mi hijo carajo.
- Si, me gusta más cómo lo hacés vos.
- No es eso, es que se siente diferente si lo hace una mano ajena.
- Las tuyas son mucho más suaves que las mías.

Seguí un ratito más, ya no me parecía tan malo estar haciendo esto.

- Está bien, dejá que sigo yo.
- Ok ¿Vas a tu cuarto?
- No ¿Te puedo ver la cola como el otro día?
- La cola está igual que la otra vez, a lo sumo estará un poco más caída. ¿Por qué no seguís en tu cuarto mejor?
- Dale mami, es un ratito nomás. Solamente tenés que bajarte el pantalón y acostarte en la cama
- Bueno está bien, pero te aclaro que ya me estoy cansando de estas cosas, la próxima hacelo sólo.

Le hice caso, me despojé de la calza y me puse boca abajo en la cama. Su mano izquierda acarició suavemente mi nalga y dio unos leves tirones en la parte baja de mi bombacha.

- Que buena cola que tenés mamá, me encanta y seguramente también tenés una concha re jugosa.
- ¡Franco! – esas palabras me tomaron por sorpresa – no digas esas cosas, no me avergüences más de lo que estoy – su mano surcaba mi ropa interior. Mis piernas estaban levemente separadas.   
- Lo digo en serio mamá, seguro la tenés bien peluda y carnosa – noté que intentaba bajarme la bombacha  – con labios bien gordos y el agujero bien abierto.
- ¡Ay no! qué vergüenza, basta Franco, en serio. ¿Dónde aprendiste esas palabrotas? – la bombacha ya me había quedado a la mitad de la cola.
- En ningún lado, es que de solo imaginarla se me pone más dura ¿la tenés mojada?

Supuse que él podía ver una mancha de humedad sobre la tela, pero no quería decírselo. Intentó bajarla más lo detuve

- No Franco, eso no. Dejala donde está – intenté sonar severa pero sin enojarme.
- Nunca vi una vagina en persona. Me gustaría que sea la tuya la primera que vea y poder acabar mientras la miro.
- Ay Franquito, creo que ya estás yendo muy lejos. ¿Por qué me pedís esas cosas? Soy tu madre.
- Y también sos la mujer más linda que conozco – parecía muy sincero, me conmovió muchísimo que mi propio hijo lo viera así. A toda mujer le gustan los halagos y recibirlos de una persona que se quiere con locura genera un impacto mucho mayor.
- Sé que me voy a arrepentir de esto… está bien, pero andá más para atrás – retrocedió apenas un centímetro.

Resignada fui bajando mi bombacha de a poco. Cuando me la bajé hasta mis muslos ante sus ojos mi carnosa y peluda concha con el agujero bien abierto, tal como él predijo. Su descripción fue realmente muy acertada. Me daba un poco de vergüenza que viera los pelitos enmarañados, me gustaba mantenerla prolija pero como no tenía a quién mostrársela, dejé de cuidarla tanto. La división de mis labios se distinguía muy bien, y seguramente se vería algo de flujo saliendo de mi agujerito. Lo vi estirando su mano hacia mí pero lo detuve.

- ¡No! Sin tocar – le reproché.
- Solamente quería verla mejor – no dejaba de pajearse rápidamente mirándome toda.

Hice un gesto de impotencia. Separé un poco más las piernas y con dos dedos abrí mi concha enseñándole mi clítoris que ya se asomaba. Podía verla en su totalidad.

- Sí, tenés el agujero bien abierto mamá, y es rosadita por dentro me encanta.

Su mano se posó sobre mi nalga apretándola con fuerza, se acercó tanto que podía sentir la mano con la que se pajeaba pegar contra mi cola cada vez que llegaba a la punta de su verga. Tragué saliva, me sentía incómoda pero curiosa a la vez. Abrió mis nalgas.

 – ¡Uy!, el culito también lo tenés bien abierto, ¿alguna vez te la metieron por ahí?

No tenía en mente responder a esa pregunta pero sentí su dedo pasando suavemente por mi ano y me excité. De pronto me dieron ganas de decir algo sucio.

- Sí, me encanta que me den por el culo – era muy cierto, lo que no entendía era por qué me calentaba tanto que mi hijo lo supiera.
- ¿Y te gusta que te acaben en el culo?

Se acomodó entre mis piernas y posó su verga directamente sobre mi culito, la tenía mojada y muy dura. Sus movimientos me provocaban un cosquilleo agradable. Mis manos actuaron por iniciativa propia y abrieron aún más mis nalgas.

- Si me gusta, pero prefiero que me acaben en la boca – estaba como loca, le confesaba a mi propio hijo mis secretos sexuales más íntimos, podía sentir como mi concha se mojaba cada vez más y el fluido bajaba lentamente entre mis labios.
- Y cuando te la meten por atrás, ¿dónde te gusta estar, abajo o arriba? –

Tendría que haberme enfadado pero debía admitir que sus impertinentes preguntas me ponían muy cachonda, su pene se frotaba con mucha suavidad contra mi ano. Llevé una mano a mi concha y me toqué el clítoris.

- Prefiero estar en cuatro, que me agarren fuerte de la cintura y que me la metan toda.

Apenas dije eso se aferró fuerte a mi cintura con ambas manos. Su verga quedó apuntando directo a mi culito. Me metí dos dedos en la concha, no podía soportar tanta excitación. Presionó con su glande y mi culito empezó a abrirse.

- Si así – dije en un susurro casi inaudible.

A continuación  sentí cómo la punta de la verga se clavaba en mi culo, me dolió mucho porque lo tenía desacostumbrado, esto fue como un rayo en mi interior, me hizo reaccionar. Me aparté de él rápidamente, mi respiración estaba agitada, me volteé para mirarlo. Su rostro era de desilusión total, antes de que él pueda decir algo, hablé.
- Hijo, quiero darme un baño, me siento toda pegoteada, si vos pensás seguir con eso – señalé su pene - podés segur mirando en el baño. No me molesta – esto hizo que al menos se alegrara un poco.  

No era cierto que quería bañarme, ya lo había hecho hacía pocos minutos y él lo sabía, pero fue lo primero que se me ocurrió.

Apareció en el baño totalmente desnudo. Mientras yo abría la ducha él se sentaba sobre la tapa del inodoro con la verga dura en mano. Comencé a ducharme y eso me relajó mucho pero no enfrió mi cuerpo. Mi calentura fue descendiendo lenta y gradualmente. Franco no dejaba de pajearse y mirarme, a pesar de que me había acostumbrado a verlo así, todavía me producía cierto calor en mi interior. Me mojé el pelo y le puse champú, también puse un poco en los pelos de mi concha, froté hasta que se hizo espuma y me la enjuagué, de vez en cuando me agachaba un poco disimuladamente para que él mirara un poco más. Me cepillé los dientes sólo para mantener las manos ocupadas, me di cuenta que me estaba tocando demasiado el cuerpo. Después de un rato él se acercó y se metió bajo el agua. Todavía tenía la verga parada. Lo miré pero no le dije nada. Comenzó a lavarse la cabeza, yo me puse champú en la mano y le agarré la verga, limpiándola bien, me agaché delante de él y pasé mi mano por todo su tronco y sus testículos, me preguntaba cuándo acabaría, decidí ayudarlo un poco y seguí haciéndole la paja, a él le gustaba pero el tiempo pasaba y no acababa, entonces me rendí y me puse de pie, tomé una toalla y salí de baño, él hizo lo mismo detrás de mí y en lugar de ir hasta su cuarto me siguió hasta el mío. Me sequé bien y me senté en la cama, él hizo lo mismo y siguió pajeándose. ¿Acaso iba a estar así todo el santo día?

- ¿Puedo seguir mirándote? – rompió el silencio.

Ya no gasté saliva en argumentos innecesarios, asentí con la cabeza y me acosté sobre la cama con las piernas bien separadas. Abrí la concha con la ayuda de mis dedos, él me acariciaba un muslo sin dejar de mirarme. Podía escuchar cómo se daba duro.

- Hace un rato vi que te metías los deditos ¿Vos también te masturbás?
- Emm, si hijo. A veces sí.
- ¿No querés hacerlo junto conmigo? No, no importa. Sé que vas a decir que no – lo sentí como un desafío.

Mordí mi labio inferior y me metí dos dedos en la concha tan adentro como pude soltando un gemido, empecé a moverlos y a frotarme el clítoris. No podía creerlo, ahí estábamos los dos masturbándonos juntos y a mi comenzó a apenarme que la cosa haya llegado tan lejos pero inevitablemente mi concha se estaba mojando cada vez más. De pronto sentí su verga contra el agujero de mi concha y rápidamente lo aparté de un manotazo.

- ¡No! Eso no, eso ya si es demasiado – él pareció entender, pero no se alejó.

Agarró una de mis tetas y siguió con su paja mientras apretaba mi pezón, puso su verga contra mi panza, luego se animó a más y la frotó contra mis tetas, yo seguí colándome los dedos cada vez más rápido y gimiendo cada vez más. No lo quería admitir pero éste me pareció uno de los momentos más excitantes de mi vida.

- Es muy lindo ver que te estás pajeando conmigo mamá – no lo había visto de esa manera, pero eso es exactamente lo que estaba pasando, me estaba pajeando delante de mi hijo.
- Yo también necesito descargarme de vez en cuando  - dije sin dejar de tocarme.

Acercó su verga a mi cara, me la acarició con la punta. Lo dejé hacerlo porque me calentaba mucho sentir su pene tibio contra mis mejillas, pero él de a poco fue buscando mi boca, sentí su glande contra mis labios y me preocupé. Necesitaba desviar su atención. Aparté un poco la cara y le pedí que me mirara. Abrí bien de piernas levantándolas un poco, mientras me pajeaba con una mano llevé la otra hasta mi cola, él se acercó para ver mejor. Mi ano estaba recibiendo parte del flujo que manaba de la vagina. Moví el dedo en círculos sobre él y luego lo introduje lentamente pero sin detenerme hasta que entró completo.

- ¿Te gusta mamá? – me preguntó poniéndose de rodillas entre mis piernas, me ayudó sosteniendo una de ellas con su mano libre. ¿En qué momento había pasado de ser una madre común y corriente a estar desnuda y abierta ante mi hijo?
- Si me encanta – le dije con una voz de puta que hasta me dio vergüenza.

Cuando saqué el dedo de mi cola él soltó su verga y sentí cómo me acariciaba el agujerito. No podía dejar de pajearme, me estaba metiendo tres dedos a la vez por la concha cuando sentí que un dedo se me metía por el culo. Mi gemido fue largo y profundo, como la penetración del dedo. No pude decirle nada, lo sacó hasta la mitad y me lo metió otra vez. Con la mano izquierda busqué a tientas su verga, me costó poder agarrarla firmemente pero cuando lo hice comencé a masturbarlo. Más que nada tocaba su glande, que era suave pero muy duro. Mi calentura era tremenda. Siguió moviendo el dedo en mi interior y me hizo gemir de placer. No lo había notado pero Franco se estaba acercando cada vez más a mí. Sacó el dedo de mi ano y lo miré a los ojos poseída por el placer, seguía pajeándolo y sentí su verga contra mi pierna derecha. Fui yo misma quien la llevó hacia el centro dejándola justo contra mi agujerito trasero. No podía dejar de masturbarme. Ya no pensaba, actuaba por puro instinto sexual. Su glande comenzó a hacer presión y podía sentir como el ano se iba dilatando. En mi cabeza resonaba la frase “Le vas a romper el culo a tu mamita”.

Era obvio que quería clavármela de una sola vez pero no solté su verga .Sentí como me abría un poco más. Él comenzó a balancearse lentamente de atrás hacia adelante provocando que el pene retroceda y vuelva a avanzar. Todas las trabas morales se habían esfumado para mí. Ya resignada solté su verga, cerré los ojos y me preparé para lo que tenía venir.

Su glande me penetró como un cuchillo a la mantequilla, no pude reprimir un gemido. Avanzó hasta que la mitad de su palo sexual estuvo dentro de mi culito y en ese preciso instante sentí la tibia descarga de semen en mi interior. Me pajeé más rápido, la tremenda avalancha de emociones y sensaciones me provocó un tremendo orgasmo. Mi vagina soltó mucho líquido mientras su verga hacía lo mismo dentro de mí. Recapacité, me sacudí y lo aparté de mí, mi clímax sexual apenas estaba terminando pero de todas formas me fui corriendo al baño y me senté en el bidet. Lo abrí para que el agua me lavara el semen.

Mi respiración estaba más que agitada y yo misma podía percibir la tremenda máscara de preocupación que era mi rostro. Franco se asomó por la puerta del baño y me dijo:

- Eso fue genial mamá.
- Que bueno – dibujé una tímida sonrisa en mi rostro que más que dibujo era un mamarracho.

Cuando se fue me quedé con la cabeza entre las manos, no podía creer lo que había hecho. Me sentía pésima, como madre, como mujer y como persona.

Esa noche no pude dormir pensando en lo que había pasado. Me creía la peor madre del mundo y una loca total, me angustié mucho pero al final decidí no darle más importancia al tema, al fin y al cabo no podía deshacer lo ocurrido. Logré conciliar el sueño pero tuve horribles pesadillas.

Al otro día cuando llegué de trabajar lo vi pajeándose en el sofá, me pidió que me acerque. Lo hice con naturalidad, enseguida me agarró una teta. Ya no me pedía permiso, pero no me disgustaba, al fin y al cabo la culpa era mía, yo lo había ilusionado, era mi forma de pagar por mis errores. Me pidió que me quitara la blusa y el corpiño, accedí sin chistar, pero cuando me dijo que me quitara el pantalón lo detuve.

- No, hoy estoy indispuesta – él entendió pero quedó desilusionado.
- Pero tenía ganas de verla, entonces… ¿me hacés la paja vos? - Como me sentía apenada, accedí. Me puse de rodillas entre sus piernas y comencé a sacudírsela con fuerza desde un principio, él comenzó a gemir.
- Espero que no tardes mucho en acabar, tengo hambre y todavía no comí nada.
- Ya estoy por acabar – me dijo cerrando los ojos – si tenés hambre podés tomarte la lechita. Tanto que te gusta.

Sonreí por su ocurrencia pero no le dije nada, seguí pajeándolo, él permanecía con los ojos cerrados, por eso abrí grande la boca y la acerqué a su verga. Casi al instante un cargado chorro de leche cayó sobre mi lengua, seguí pajeándolo con fuerza y dejé el glande apoyado sobre mi labio inferior, tuve que ir tragando la leche que entraba porque de lo contrario no podría retenerla toda, estaba muy rica y a pesar de haberse pajeado el día anterior, salió mucha. Tragué una gran cantidad.

- ¿Te la tomaste toda? – me preguntó incrédulo.
- Es que tenía hambre – le di un besito en la punta de la verga y luego me fui a mi cuarto a ponerme ropa más cómoda.

No pensé, bloqué todas las imágenes relacionadas con lo que había hecho y me mantuve ocupada con los quehaceres domésticos hasta quedar agotada. Esa noche pude dormir mucho mejor.

Me sorprendió que al otro día mi hijo estuviera tan tranquilo. Pasamos momentos de madre e hijo comunes y corrientes y me alegraba ver algo de normalidad, pero al tercer día todo cambió bruscamente. Yo estaba en mi cuarto mirando televisión cuando él se me acercó con el celular en la mano.

- Mirá que linda saliste – me dijo mostrándome la pantalla. Allí pude ver una foto mía tendida en la cama totalmente desnuda, también había fotos de mis tetas y tremendos primeros planos de mi concha.
- ¿Cuándo sacaste esto? – le pregunté atónita.
- Anoche, mientras dormías. Tenía pensado mostrárselas a mis compañeros en la escuela.
- ¿Cómo se te ocurre hacer eso? Soy tu madre – me inquieté tanto que me senté en la cama – además si te ven con esas fotos en la escuela, te pueden echar… y si se enteran que son mías… no sé qué podría pasar.
- Si pero ellos no saben que sos vos, seguro les gusta.
- ¡No, borralas! No me hagas esto.
- Las borro con una condición.
- ¿Qué condición?
- Haceme un pete – dijo al mismo tiempo que sacaba el pene del pantalón, ya lo tenía duro.
- No, estás loco, no te la voy a chupar.
- Dale, si seguro te gusta chuparla, ¿me vas a decir que nunca hiciste un pete? Además el otro día te tragaste toda la leche. Vos me la chupás y yo borro las fotos. Todos contentos.

Miré su verga y pensé en el escándalo que se armaría en su escuela si él se pusiera a divulgar fotos de mujeres desnudas y peor aún si descubrían que esa mujer era su propia madre. Acerqué mi cara y saqué la lengua, le di una pequeña lamida al glande, mi hijo tenía razón en algo, si había hecho muchos petes a lo largo de mi vida y disfrutaba haciéndolos.

Decidí ponerle buena actitud a todo esto, tampoco podía olvidar que pocos días atrás había dejado que me acabe en la boca, me parecía lógico que ahora me pidiera eso. Ya no quería pensar más, decidí actuar de una vez. Abrí mi boca y la engullí toda, moví la lengua en círculos y la saqué de mi boca solo para volver a sumergirla otra vez. La tenía tan grande que no podía comérmela toda.

- Así mamá así, que rico que la chupás.

Comencé a mover mi cabeza de atrás para adelante rítmicamente intentando tragar tanto como podía.

- Que bueno saber que mi mamá es una buena petera.

Esas palabras me incentivaron y empecé a chupársela con más ganas y a lamerle los huevos, no dejé de mover mi lengua para todos lados, siempre buscando sus puntos más sensibles. Si le iba a hacer un pete a mi hijo quería que lo disfrutara mucho. No pasó mucho tiempo hasta que me llenó la boca de leche.

- Dale mamá, tragátela toda – empecé a tragar lo que me parecieron litros de semen y lo que no pude tragar terminó en mi barbilla chorreando hasta mi cuello, se la chupé hasta que ya no salió una gota más.
- Espero que te haya gustado – lo dije con sinceridad, aunque me sentía culpable por haber llegado a ese punto con mi hijo.

Él no borró las fotos pero al menos prometió no mostrarlas si yo “obedecía”. No me gustó el tono de esa palabra, pero no podía hacer nada. Ese mismo día más tarde, cuando me disponía a preparar la cena se me acercó con la verga en la mano.

- Antes de comer la comida te vas a comer otra cosa – me dijo.

Resignada y sin quejarme me agaché ante él y empecé a comerla. Me agarró de los pelos y comenzó a ensartarme por la boca, la sentía hasta el fondo de mi garganta. Intentaba tomar aire por la nariz mientras él me sacudía. Eso podría haberme hecho enojar muchísimo y si fuera una madre normal tendría que haber parado todo, darle una buena cachetada a mi hijo y castigarlo, pero yo no era una madre normal. Esa agresividad me calentó muchísimo, me hizo chupársela con más ganas, quería decirle cosas como “Me quiero tomar tu lechita” pero ni siquiera me permitía sacar la verga de mi boca por un segundo. Lo agarré fuerte de las nalgas mientras se la comía toda. Mi concha se estaba mojando mucho. Estuvo varios minutos metiéndomela frenéticamente por la boca hasta q me soltó cuando la leche comenzó a brotar.

- ¿Te gusta tomar la lechita? – me decía mientras yo me la tragaba toda. Casi me ahogo pero él la saco y el semen saltó para todos lados, tragué lo que tenía en la boca, tomé aire y seguí mamándole la verga hasta dejársela bien limpita.


Supe que mi hijo ya se estaba descontrolando conmigo y me tenía a su merced, esos dos no serían los únicos petes que debería hacerle. 


Fin del Capítulo 2. 
Continúa en el Capítulo 3. 

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