Strip Póker en Familia (5) (Versión Original).



Capítulo 5.



Pensé que la nueva partida de póker se realizaría el sábado siguiente, luego de que yo le diera la confirmación a mi madre de que todos deseaban jugar. Me sentía viviendo un sueño irreal pero este sueño se disipó un poco cuando llegó el fin de semana y no había nada organizado, aguardé ansiosa hasta la noche del sábado pero mi madre actuaba con una normalidad tal que me hizo sospechar que no habría juegos en esa velada. Me animé a preguntarle por qué motivo no había organizado nada y me respondió que tanto ella como mi hermana estaban con el período y no podían jugar en ese estado, comprendí al instante, yo tampoco jugaría al strip póker si tuviera que estar usando una toallita higiénica o un tampón. Ellas solían tener el período muy sincronizado y regular, en cambio el mío era completamente irregular y me dio un buen susto en más de una ocasión que se demoró.

No dejé que este altercado me arruinara la algarabía, sabía que el próximo fin de semana jugaríamos, sólo debía ser paciente, pero esto no era una tarea tan fácil como yo imaginaba. Me di cuenta de que me excitaba mucho, prácticamente todos los días, algo atípico en mí pero culpaba de eso a la gran cantidad de actividad sexual de los últimos días. Intenté concentrarme en mis estudios pero me era jodidamente imposible mantener la concentración durante más de media hora, siempre se me venía a la mente alguno de los momentos sexuales vividos con algún miembro de mi familia, una vez más llegué a temer que me estaba volviendo loca y algo debía admitir, todo lo que pasó fue una gran locura. Llegué a tal punto en el que me paseaba en ropa interior por la casa sólo para sentirme observada y deseada, casi todos mantenían una actitud pasiva ante mis arrebatos de exhibicionismo, solamente Eric aprovechaba para tocarme un poco cuando nadie -nos veía pero yo nunca permitía que los toqueteos fueran demasiado lejos. En cuando veía que a él se le paraba la verga, me alejaba dejándolo con las ganas, él no se enfadaba porque sabía que todo era parte del jueguito.

Una mañana asistí por error a la facultad, por culpa de estar tan distraída pensando en sexo fui a una clase que había sido suspendida con una semana de antelación y lo recordé en el mismo momento en que entré al aula y la vi completamente vacía. Me reí de mí misma por ser tan estúpida y me fui a caminar sin rumbo porque no quería volver a mi casa, ya que no había nadie allí y no tenía ganas de pasarme toda la mañana sola y encerrada. Por mera casualidad me topé con la camioneta de mi padre estacionada en la calle, miré tres veces el número de la patente hasta que estuve segura de que era su vehículo, él no debería andar muy lejos. Inspeccioné la zona y en pocos segundos noté un edificio en construcción a menos de cuarenta metros de mi posición, mi padre debería estar ahí, decidí hacerle una visita sorpresa. En cuanto me acerqué a la obra vi algunos rostros desconocidos y por la forma en que estos hombres me miraron estuve a punto de dar media vuelta y marcharme pero justo cuando estaba por hacerlo divisé la cabeza de mi padre a lo lejos, sonreí y me acerqué, él parecía estar hablando con dos de sus subordinados, les hacía señas con las manos y parecía estar un tanto molesto por algún motivo pero su expresión huraña se borró e cuanto me vio caminando hacia él, me sonrió y se acercó a saludarme.

-Nadia, ¿Qué hacés acá?
-Vine a visitarte, lo que pasó es que suspendieron una clase en la facultad y yo me había olvidado. No sabía que estabas trabajando tan cerca.
-Empezamos hace un par de días.
-¿Y Eric dónde está? –no veía a mi hermano por ninguna parte.
-Él está trabajando en otro edificio, está contento porque lo dejé a cargo de la obra, de todas formas es algo sencillo pero me pareció bien que empiece a tomar responsabilidades –al parecer mi padre notó la mirada libidinosa de alguno de los albañiles- ¿qué te parece si vamos a un lugar más tranquilo?
-Está bien, no quiero molestar, ya me voy.
-No hace falta que vayas, además tengo un rato libre, es lo bueno de ser el jefe –lo seguí hasta lo que parecía ser un departamento a medio construir, supuse que algún día ese sitio sería muy bonito pero ahora tenía las paredes sin revestir y sólo contaba con una mesa en la que mi padre había colocado los planos.
-¿Esta es tu nueva oficina?
-De momento, sí. Pero en cuanto tengan que empezar a revestirla voy a tener que buscar otra, lo bueno es que es que tengo de dónde elegir.
-Qué lindo de ser construir un edificio y después saber que la gente va a vivir en algo que vos hiciste.
-Este no es el único que estamos construyendo –me señaló una ventana por la que se veía buena parte de la ciudad- ¿ves aquel edificio que es solamente un armazón? Ese lo está construyendo uno de mis socios –me acerqué a la ventana y él se puso de pie detrás de mí –más allá está la obra en la que está trabajando Eric, pero no se ve –me sorprendió ver a mi padre tan comunicativo, me di cuenta de que ésta era la primera vez que hablábamos desde que yo se la había chupado en su camioneta, tal vez eso sirvió para romper el hielo en nuestra relación –no sólo tenemos edificios, sino también algunas obras menores en casas de familia –me tomó por los hombros y sentí su bulto apoyándose contra mi cola, me divirtió mucho que se comportara así conmigo- tengo otro socio que se encarga de obras en oficinas y locales comerciales.

Me importaba poco lo que me decía y seguramente a él también, lo que me provocaba era saber que mi papá se estaba excitando, moví un poco mi cadera para que mi cola rozara contra su bulto y supe que se le estaba parando. Él continuaba hablándome pero yo no prestaba la más mínima atención a sus palabras. El sentir el calor de su cuerpo y la rigidez de su sexo me hicieron excitar en gran medida. Supuse que esta vez no era necesario andarme con rodeos, hice un simple análisis, él estaba caliente y yo también, no necesité nada más. Giré y me puse de rodillas tan rápido que él se sobresaltó, bajé el cierre de su pantalón y admiré con deseo lo que salía de él, su gran miembro no estaba completamente erecto pero yo me encargaría de remediar eso, parte de mí sabía que debía esperar a que se celebrara el juego de póker pero por el otro lado no podía esperar, necesitaba darle una nueva probada a ese suculento pedazo de carne. Me tragué el glande y en cuanto lo tuve dentro de la boca cerré mis ojos como si estuviera deleitándome con algo muy sabroso que llevaba mucho tiempo sin probar, él dejó de hablar pero al acariciar mi cabeza me indicó que le agradaba lo que yo estaba haciendo, supe que esto podía pasar entre nosotros si es que no se hablaba al respecto, si actuábamos como si nada ocurriera y eso hice, me limité a mamarle la verga en silencio, pero pocos segundos más tarde un ruidito rompió un poco con la magia del momento, se trataba de su teléfono celular. En cuanto atendió la llamada supe que del otro lado del auricular se encontraba Eric y aparentemente tenía problemas, mi padre le habló a través del alta voz, por lo cual procuré no hacer demasiados ruidos mientras daba lamidas y chupones a esa gran verga oscura.

-¿Cómo pasó eso? –preguntó mi padre indignado mientras yo seguía cabeceando de atrás hacia adelante –ajá… ¿y no pudiste arreglarlo? –lamí todo su tronco con lujuria y pasión- ahora no puedo… -mi hermano jamás adivinaría lo que ocurría allí pero el saber que estaba escuchando me calentaba aún más- bueno, bueno…tranquilo, ya voy para allá, no toques nada –cortó la llamada y nos miramos a los ojos, fue la primera vez que nos miramos directamente y eso me excitó más, era como si se cortara esa capa invisible que separaba a un padre y una hija de dos amantes, sin dejar de mirarlo a los ojos me tragué su verga todo lo que pude, muy lentamente, manteniendo una actitud totalmente provocativa. Él se quedó mirando boquiabierto durante unos instantes y después dijo:- me tengo que ir Nadia, tu hermano rompió algo y si no lo arreglamos hoy mismo se nos va a venir una bien grande –“¿Tan grande como la tuya?” pensé –¿querés que te lleve a casa?
-No te preocupes papá –le dije con la boca chorreando saliva mientras lo masturbaba con una mano, esta situación era tremendamente excitante para mí- yo me puedo ir solita, encárgate de eso rápido antes de que Eric se mande otra cagada, ya sabés cómo es.
-Sí, tenés razón. Bueno, lamento irme pero no tengo otra alternativa –guardó su gran pene como pudo dentro del pantalón y se encorvó un poco para que no se le notara tanto la erección- nos vemos en esta noche en casa –me dio un beso en la mejilla en cuanto me puse de pie y salió de la improvisada oficina.

Me quedé parada en el mismo sitio, sabía que debía tener la conchita mojada pero aquí no podía hacer nada para remediarlo, debía volver a mi casa, allí podría masturbarme tranquilamente. Sólo esperaba que la humedad de mi sexo no se filtrara a través de mi delgada ropa interior y que llegara a traspasar la fina tela de mi calza. No suelo usar este tipo de ropa tan ajustada, pero si lo hago utilizo blusas lo suficientemente largas como para cubrir mi cola, aunque dudaba que este largo llegara a cubrir también mi parte delantera. Estaba dispuesta a irme cuando la puerta de la improvisada oficina se abrió y un hombre desaliñado entró, reconocí en él a uno de los trabajadores con los que mi padre estaba discutiendo cuando llegué.

-¿No estás un poquito joven para ser la mujer de Pepe? –me dijo este extraño sujeto.
-¿Cómo?
-Debés ser la amante –dijo con una libidinosa sonrisa en su grotesca cara- ¿Vos sabías que Pepe es casado?
-¿Y eso qué tiene que ver? –estaba confundida y asustada; por instinto me moví hacia un lado hasta que mi cadera chocó contra el ángulo de la mesa que servía a mi padre como escritorio.
-Lo que pasa es lo siguiente –el hombre era un poco más alto que yo, de espalda ancha, delgado y brazos largos, vi que llevaba un teléfono celular bastante moderno en su mano derecha, cuando estuvo más cerca noté que en la pantalla se estaba reproduciendo un video, abrí la boca por el espanto en cuanto me vi a mi misma chupándole la verga a mi papá- resulta que Pepe es “felizmente casado” hasta tiene hijos… ¿qué pensaría su familia si se enteraran que anda con una pendejita como vos?

Esto no podía estar pasándome a mí, este tipos tenían un video demasiado comprometedor y ni siquiera sabía cómo se las habían ingeniado para filmarlo, pero eso no importaba ahora, no podía permitir que le mostraran ese video a alguien, sería cuestión de tiempo que alguien me reconociera, tenía un solo punto a mi favor, él no sabía que yo era la hija de Pepe y debía mantener esa información oculta.

-Lo que yo haga con Pepe no es asunto de ustedes les incumbe –dije cruzando los brazos frente a mi pecho; debía actuar como si yo fuera su amante.
-Tal vez a mí no me importe, pero a su familia seguro que sí le interesa. Especialmente a su esposa.
-¿Y qué van a hacer? Mandarle el video a la esposa… hagan lo que quieran, a mí eso no me importa –mentí como si se tratara de una partida de póker.
-Podría subir el video a internet y que lo vea quien le importe. Podría hacerlo ahora mismo si quisiera.
-¡No! –mi torpe actitud y mi expresión de pánico me delataron.
-Ves que sí te importa chiquita… ¿qué pensarán tus padres cuando sepan que andás haciéndole petes a un hombre casado que te dobla en edad, podría ser tu padre.
-Pero no lo es –volví a mostrarme enfadada y él seguía acercándose a mí como un león ante una cebra- no seas tan hijo de puta, borrá el video y dejá de molestarme –hasta yo noté el titubeo en mi voz.
-Eso sería injusto –dijo el tipo ya a pocos paso de mi posición- porque a Pepe se la chupa una rica pendejita y ¿yo qué? ¿Ni siquiera puedo quedarme con el videíto? Ahora tengo una ventaja y no tengo ganas de perderla sin llevarme nada a cambio.
-Sos un hijo de puta, eso es chantaje –retrocedí un paso y mi cola chocó contra la mesa que estaba detrás de mí, ésta golpeó contra la pared indicándome que no podría retroceder más.
-Tomalo como vos quieras, nena. Me importa un carajo –la actitud del hombre cambió totalmente, pasó de ser falsamente amistoso a ser verdaderamente hostil- quiero algo a cambio.
-¿Algo como qué? –pregunté asustada.
-Como pasar un buen ratito con vos, parecido al que pasaste con Pepe.
-Sería una violación… -busqué todo argumento que estuviera a mi favor.
-No, violación no –se defendió- es un intercambio, yo te hago el favor de borrar el videíto y vos me haces algunos favorcitos a mí… me parece lo más justo. Se ve que te gusta hacerlos… se te nota en la carita de petera –sonrió bajando el cierre de su pantalón- podemos empezar cuando vos quieras, mientras antes, mejor.

Llegó hasta donde estaba yo, quedó tan cerca de mí que temía tocar su pene por error, por lo que me quedé estática con las manos apoyadas en la mesa. Me temblaba todo el cuerpo y ni siquiera podía asegurar si esta reacción era producto del miedo, de la bronca… o de algún otro sentimiento que no quería admitir.

Podía sentir su olor a hombre, no era a suciedad, lo cual me resultaba raro, tal vez el hombre aún no había comenzado con el trabajo pesado del día, hasta olía a perfume, esto aumentaba su masculinidad. Aparté la cara hacia un costado y quedé mirando fijamente el piso, con el ceño fruncido, él acarició mi cabello con delicadeza, recorriendo uno a uno los mechones que colgaban a los lados de mi cara. Mientras más tiraba mi torso hacia atrás, más se acercaba mi cadera a él. Sentía la dura mesa cruzar a lo ancho mi cola por la mitad.

-Dale chiquita –me dijo con voz calmada- mientras más rápido… terminemos, más rápido vas a poder irte a tu casa… tus papis deben estar muy preocupados por vos, tal vez imaginan que su linda nena está en el colegio, como buena niña… si supieran las cosas que hacés…
-Lo que yo haga con mi vida no es asunto tuyo –le dije apartando su mano de un golpe.
-Es cierto, lo que hagas con tu vida me importa poco, lo que sí me importa es lo que vas a hacer ahora mismo –diciendo esto aferró su pene con una de sus pesadas manos, lo sacudió un poco y pude sentir cómo el glande rozaba mi entrepierna de abajo hacia arriba –admití que te gusta, pendejita- tal vez él no notaba que la expresión de mi rostro era de asco total; un vértigo incontenible se apoderó de la boca de mi estómago- vos estás más caliente que yo, eso se te nota.
-No, por favor, no me molestes más –mientras hablaba podía sentir perfectamente la presión de su miembro, aún flácido pero endureciéndose poco a poco, al deslizarse contra la división de mi vagina.
-No seas tan terca, nena. Se nota que estas cosas te gustan, es sólo cuestión de un ratito. Si me hacés acabar, me voy. ¿Me das una manito?

Intentó hacerse el simpático sonriendo. A continuación agarró mi mano derecha y la guio hasta su pene. La aparté rápidamente pero ya me había quedado esa gomosa sensación en la yema de los dedos, él sostuvo mi muñeca con fuerza y me obligó a tocar una vez más ese miembro que ya apuntaba firmemente hacia adelante.

-Dale nena, con la manito me alcanza, no seas así…

Mordí mis labios y evalué la situación. Este tipo no me dejaría marchar y tenía en su poder algo que podría arruinar por completo a mi familia y acababa de ofrecer una buena oferta, sólo debía tocársela un rato para que toda esta pesadilla terminara. Tomé una decisión y cerré mi mano alrededor de su dura verga. Él se hizo un poco para atrás, dándome algo de espacio sabiendo que yo iba a cooperar en cierta medida. Inicié un desganado movimiento, como si lo estuviera masturbando, procuraba no hacer contacto visual con él.

-Así no vamos a terminar nunca, corazón –me dijo con su falsa simpatía, acto seguido me empujó hacia abajo desde los hombros con tanta fuerza que tuve que ponerme de rodillas ante él- ponete cómoda y hacelo con ganas.

Su verga quedó a medio centímetro de mi cara, justo al lado de mi mejilla derecha, mantuve la calma y retomé el movimiento de mi mano, estiré el prepucio hacia la punta y luego lo hice en el sentido contrario, me resultaba imposible no mirarlo, esa imagen fálica tan explícita me atraía como un imán.

-Si no me la mojás un poquito, me duele –me dijo acariciando mi cabeza.

Sabía muy bien que un pene no lubricaba prácticamente nada de forma natural y que los hombres debían ayudarse de saliva para masturbarse. En contra de mi voluntad deposité un poco de mi propia saliva en la punta de los dedos de mi mano izquierda y con esta humedecí el glande y la base del mismo.

-Así me gusta más, tenés unas manitos muy lindas.

No sólo movía mi mano de atrás hacia adelante sino que a la vez la hacía girar alrededor del duro miembro. Él se bajó el pantalón mostrándome sus peludos testículos, no sé por qué motivo lo hice, pero sin que me lo pidiera agarré uno con mi mano izquierda y comencé a masajearlo. Combiné las dos acciones durante unos cuantos segundos, el tipo parecía estar disfrutándolo. Cuando noté que necesitaba más lubricación, volví a mojar mis dedos y unté su pene con mi saliva. Esta vez aceleré el movimiento.

-¡Eso! ¡Con ganas chiquita!

No sabía por qué, pero sus palabras me incentivaban a esforzarme más. Presioné con un poco más de fuerza sus testículos y lo masturbé con más energía, allí fue cuando cometí un acto fallido. Sin darme cuenta acerqué mi boca al glande y lo chupé, fue sólo un segundo, pero obviamente él lo noto.

-¡Epa! ¿Te gustó, está rica? –se rio.
-Callate –le contesté secamente.
-Sí que te gusto… a las nenitas como vos les encanta la verga.

No le respondí pero podía sentir el sabor amargo del sexo masculino en mi boca, esto aumentó notoriamente mi excitación, no dejé de masturbarlo ni por un segundo, poco tiempo después di un nuevo chupón a la punta de su verga. Luego otro más. Sacudí mi mano tan rápido como pude y no aguanté más. Abrí la boca y me la tragué tanto como pude, la dejé dentro, la envolví con mi lengua. Allí comencé con mi magia, moví mi cabeza de atrás para adelante repetidas veces procurando que el pene no se saliera completo, el tipo me ayudó con esto agarrándome de la nuca con una mano. Conseguí tragarla completa hasta que su vello púbico me hizo cosquilla en los labios. Podía sentir el glande casi contra mi garganta.

-¡Que buenos petes hacés, mamita! Con razón a Pepe le gustan tanto.

Aceleré mi movimiento tanto como el cuello me lo permitía, me esforzaba por no lastimarlo con mis dientes, no podía creerlo, de verdad estaba interesada en proporcionarle una experiencia placentera a este tipo que estuvo amenazándome pocos minutos antes. Me dejó chupársela durante unos minutos y luego me hizo poner de pie agarrándome por las axilas. A continuación me hizo dar media vuelta y se aferró con fuerza a mis tetas, hincándome la cola con su verga.

-Me encantan estas gomas, nunca había agarrado unas tan grandes –se frotó contra mi retaguardia con tanta fuerza que pude sentir los labios de mi vagina abriéndose- ¿lo hacemos más interesante?
-No, no me la vas a meter –le dije de inmediato.
-Nadie habló de meterla… sólo dije hacerlo más interesante.
-¿De qué forma?
-Ya vas a ver.

Arrojó al piso las pocas cosas que había sobre la mesa y luego me obligó a acostarme de  espalda sobre ella. Levantó mis piernas en el aire con tanta facilidad que me sorprendió. El hombre era delgado pero tenía bastante fuerza. Su siguiente acto fue subir la calza junto con la bombacha dejándolas en mis rodillas. Mi cola y mi conchita habían quedado desnudas. Me asusté cuando sentí su pene apoyarse justo en la división de mi sexo.

-Tranquila chiquita, te dije que no te la iba a meter.

Al decir esto comenzó a mover su cadera de atrás hacia adelante, frotando su duro pene a lo largo de mi húmeda concha. Cada vez que pasaba sobre mi clítoris yo me estremecería. Este extraño masaje se extendió a una zona más íntima, la punta de su verga comenzó a hacerme cosquillas en el culo. Por la posición en la que estaba mis nalgas habían quedado muy abiertas, esto le permitía deslizar su masculinidad por mi ano y luego subir hasta mi vagina. Presionó cada vez más en ambos lugares, lo que más me preocupaba era cuando presionaba contra mi cola ya que no lo hacía con el largo del tronco como en la vagina sino que utilizaba la punta de su glande. Con la presión ejercida yo sentía mi culito dilatándose, él debió notar esto ya que lo repetía con mucha frecuencia. A estas alturas yo ya tenía una excitación considerable e incontrolable. No me importaba quién fuera este sujeto, sólo podía pensar en lo mucho que me calentaban sus roces.

En una ocasión ejerció más presión de lo debido contra el agujerito de mi culo y tuve que soltar un grito cuando su glande completo me penetró, no fue un grito de dolor, sino de puro placer.

-Mamita, cómo come este culito, pero prometí no metértela.

Retiró la verga y volvió a friccionarla entre los gruesos labios de mi concha, la cual ya estaba totalmente empapada. Sentí un par de veces la punta amenazando con entrar por el huequito, pero las dos veces retrocedió de inmediato. Luego regresó a mi culito, frotó por fuera y ¡zaz! Otra vez adentro.

-Ups, perdón –dijo riéndose mientras yo soltaba otro gemido.

Cuando volvió a frotarse contra mi clítoris no pude reprimir mis jadeos, con esto sólo empeoraba las cosas, él sabía que yo me estaba calentando cada vez más. Estuvo haciendo eso durante un buen rato, dos veces más me clavó el glande dentro del culo y las dos veces sentí un placer inmenso. Luego colocó el pene en la entrada de mi conchita y lo dejó quieto allí.

-¿Qué hacemos pendeja? –Me preguntó; guardé silencio- decime… ¿qué hacemos? –titubeé, dudé y luché contra mis instintos, pero finalmente fui derrotada.
-Metela.
-¿Cómo? No te escuché.
-Metemela toda –cerré los ojos y aguardé.
-¿Así? –comenzó a penetrarme tan lentamente que me puso nerviosa.
-No, metela toda de una vez –le pedí.
-Como gustes…

Me clavó con tanta fuerza que me vi obligada a aferrarme a los bordes de la mesa para no azotarme la cabeza contra la pared. Solté un enérgico y placentero gemido y el bombeo comenzó de forma inmediata. Rápido, parejo, sin detenerse ni un segundo, me estaba cogiendo y yo, como puta que era, lo estaba disfrutando al máximo. Entre jadeos y gemidos lo incentivaba, le pedía que me la metiera más fuerte y le decía lo mucho que me gustaba. Supe que había acabado dentro de mí cuando el torrente lechoso golpeó contra algún rincón sensible en el interior de cavidad vaginal pero a pesar de esto siguió metiéndomela con fuerza, supe que él estaba tan caliente que no permitiría que una simple eyaculación le pusiera punto final a este increíble momento. Poco después la sacó toda y esto me desagradó un poco ya que yo quería seguir teniéndola dentro, pero me hizo ver que le había sacado por una buena causa cuando la apoyó en la puerta de mi culito.

-¿Y acá que hacemos? –preguntó una vez más.
-Sí, también… la quiero toda adentro. Fuerte.

Estaba descontrolada y él seguramente estaba viviendo la mayor de sus fantasías eróticas, cogerse a una rica pendejita a la que ni siquiera conocía y que ésta le pidiera desesperadamente que la penetrara por todos los agujeritos. El placer anal era muy diferente, pero no menos agradable. La verga entró completa luego de un ratito de estar entrando y saliendo por secciones, disfruté todo el proceso, no sólo la penetración completa, cada vez que retrocedió, cada vez que avanzó, deliré de placer.

-¡Dame, dame! –le supliqué.

Empezó a darme con tanta fuerza que sus muslos comenzaron a chocar estrepitosamente contra mis nalgas, tuve que controlar el volumen de mis gemidos ya que no quería que nadie nos escuchara. Me sentía la mujer más sucia y depravada del mundo, le estaba entregando mi cola a un completo desconocido y en lugar de sentirme culpable, me excité tanto que acabé.

De pronto, la puerta de la improvisada oficina se abrió con un ruido estrepitoso y todo se fue a la mierda. El albañil que estaba gozando plenamente de mi cuerpo se sobresaltó tanto que al darse vuelta casi me hace caer de la mesa. Pude ver un iracundo pero conocido rostro detrás de él. Las venas del cuello de mi padre parecían a punto de estallar. Su pesado puño derecho se estrelló de lleno en la mandíbula de su empleado con tanta fuerza que lo hizo trastabillar y caer.

-¡Hijo de puta, te voy a reventar! –su voz sonó como el rugido de un león.
-¡No pará! –Le grité- ¡Pará, calmate, por favor! –Intenté ponerme de pie pero demoré demasiado tiempo en hacerlo, mi padre propinó otro golpe en la parte posterior de la cabeza del albañil- ¡Pará, pará pap… -estuve a punto de decirle “papá” pero me contuve a tiempo, el haber dicho eso hubiera supuesto nuestra ruina- …pará por favor!

Acomodé mi calza y mi ropa interior lo mejor que pude para cubrir mi húmeda intimidad, vi que el teléfono celular del hombre delgado estaba en el piso, me apresuré a recogerlo mientras veía como él intentaba esquivar la lluvia de puños que caía sobre su cara. Los intentos que hacía por atajarse con las manos eran en vano, mi padre siempre encontraba un hueco por donde hacer entrar sus golpes.

-Basta, por favor –le dije poniéndole una mano en el pecho, esto lo hizo detenerse en seco- ya le pegaste… si le seguís pegando lo vas a matar. Tranquilizate –estaba tan nerviosa que no sabía cómo conseguía gesticular las palabras. Él inhaló una buena cantidad de aire, aún podía ver el odio y la furia en su rostro.
-Subí a la camioneta.
-Pero…
-Subí te digo… y no hables…

Obedecí asustada, mientras salía de la oficina miré una vez más hacia atrás, pude ver que el albañil tenía la cara hinchada y toda manchada de sangre, su pene se había reducido considerablemente. Me atemorizó mucho verlo en ese estado porque no sabía que podía pasarme a mí. De camino hacia la camioneta me encontré con un gran barril metálico lleno de agua y cal, arrojé el celular allí dentro con la esperanza de que esto lo dejara inutilizable.

Una vez sentada en la camioneta aguardé durante un corto período de tiempo, mi padre se había lavado las manos y caminaba dando pasos pesados y rabiosos. Subió al vehículo y azotó la puerta estrepitosamente, lo puso en marcha y aceleró tan repentinamente que me asusté porque creí que íbamos a chocar contra el auto que estaba estacionado delante de nosotros, pero lo esquivamos de milagro. Por la ruta que tomó supe que nos dirigíamos hacia nuestra casa.

-¡Papá, perdón…! –Le dije totalmente apenada por lo que había hecho- ¡no tuve otra alternativa! Te juro que yo no quería… -ni yo creía en mis propias mentiras- ¡Perdón! –no sabía qué otra cosa decirle pero él se mantuvo como una estatua, con la mirada fija en el camino, la mandíbula tensa y sin decir una sola palabra- si no lo hubiera hecho… -estuve a punto de contarle lo ocurrido pero imaginé que eso empeoraría las cosas- por favor papá, hablame… -nada, sólo silencio y la camioneta viajando a toda velocidad.

En cuanto me di cuenta ya nos estábamos deteniendo frente a la puerta de mi casa.

-Bajate –me dijo voz fría sin siquiera mirarme.
-Pero papá… por favor… no fue mi culpa… perdoname –tuve que esforzarme para no llorar.
-Bajate –repitió en el mismo tono de voz.

Supe que cualquier esfuerzo sería inútil, obedecí una vez más y me bajé de la camioneta, corrí hasta la puerta de mi casa y entré.


*****


Apenada y humillada caminé hasta mi cuarto con la esperanza de encontrarlo vacío y tirarme a llorar a la cama. Las lágrimas ya luchaban por salir pero no quería que nadie me viera en este estado. Por desgracia mi cuarto ya estaba ocupado por otra inquilina quien estaba sentada en su cama leyendo apuntes de estudio.

-Hola dulzura –saludé a Mayra intentando que mi voz no se quebrara.
-Hola –la forma en que me saludó me pareció más hostil de lo normal.
-¿Pasa algo? –pregunté mientras dejaba el bolso sobre mi cama.
-No te hagás la pelotuda, Nadia.
-¿Qué, por qué lo decís? –pregunté espantada, no había forma de que ella se hubiera enterado tan rápido de lo que ocurrió con los empleados de papá.
-¿Qué onda con vos? –Me miró con los ojos inyectados de ira arrojando sobre el colchón lo que estaba leyendo- primero me preguntás si me pasa algo con el tío Alberto, te digo me hacés decirte un montón de cosas que no se las diría a nadie y después te lo cogés.
-¿Eh? –no encontré palabras para responder.
-Sos una puta, Nadia. ¡Eso es lo que sos! Y el tío es un pelotudo… primero me dice que me quiere a mí y se va a atrás del primer culo que encuentra –la pequeña estaba llorando de rabia.
-Perdón Mayra… no imaginé que lo apreciaras tanto… yo… no…
-¿Me vas a decir que no te lo cogiste? Te vi Nadia, te vi y vos sabías que yo estaba enojada y ni siquiera fuiste capaz de preguntarme qué pasaba –ahora que lo recordaba, la muchachita había actuado de forma extraña durante los últimos días, pero supuse que se debía a sus frecuentes cambios de ánimo.
-Te juro que no sabía… por favor, perdoname.
-¡Si sabías! Yo te lo conté, pero a vos te importa todo una mierda, con tal de que te la metan –eso me hizo recordar mucho las palabras de mi papá, en ese momento me quebré.
-Puede que sí, que lo único que me importe es coger… váyanse todos a la mierda –salí del cuarto con los ojos llorosos.

Me dirigí directamente hacia el baño, abrí la ducha y comencé a desvestirme. Cuando me quité la bombacha tuve la prueba irrefutable de que mi hermana y mi papá tenían razón. Entre mi vagina y la tela de mi ropa interior un líquido espeso formaba unos hilos viscosos, automáticamente toqué mi entrepierna y vi que ese líquido era de un tono blancuzco, eso era el semen del tipo que me había cogido, del cual yo ni siquiera sabía el nombre. ¡Un completo desconocido! ¿Cómo pude ser tan puta? Me odie a mí misma como nunca había odiado a nadie. Me metí bajo la ducha, me senté en el piso y comencé a llorar. Me sentía la peor basura del mundo y sentí mucha pena por haber arruinado las ilusiones de mi hermanita y por haber desilusionado a mi padre… todo por no saber mantener las piernas cerradas.


*****


Luego de la discusión con Mayra y mi padre, pasé a ser un zombie, un espectro de lo que alguna vez fue Nadia. Durante dos días deambulé por la casa sin hablar con nadie. Aquellos con los que había discutido no hacían más que mirarme con odio y colaborar a mi mutismo al no dirigirme la palabra. Las veces en las que había peleado con mi hermanita podía contarlas con los dedos de una mano y habían quedado olvidadas en el pasado. Sin duda éste era el peor conflicto que habíamos tenido. Mi tío Alberto intentó ser simpático conmigo en un par de ocasiones en las que estuvimos a solas mirando televisión en la sala, supuse que sólo pretendía llevarme a su cama, no podía culparlo por eso, yo era una puta que se dejaba coger por cualquiera y era lógico que él me viera de esa forma. Rechacé sus propuestas con indirectas, supuse que eso me daría un par de días más de ventaja.

Las madres siempre saben cuándo sus hijos se sienten mal por algo, por eso no pude quedarme callada con ella. Tuve que inventarle una historia muy convincente en la que le contaba lo mal que me había ido con aquel chico que me invitó a tomar una cerveza. Ella no sabía que esa había sido la primera y la última vez que lo vi, por lo que me sirvió de base perfecta para mis mentiras. Ella me aconsejó como buena madre, me abrazó y me besó en la frente. Allí me sentí asqueada, ¿cómo podía ser que llegara a tener relaciones sexuales con la mujer que me brindaba todo su afecto de madre? En lugar de confortarme, todos sus mimos me hicieron sentir peor, aunque pude disimularlo poniendo la mejor de mis sonrisas y decirle que la amaba con todo el corazón, como una niña normal ama su madre. Necesitaba volver a sentirme normal, aunque sea por un rato.

Pasaron cuatro días desde el conflicto y me di cuenta de que, a pesar de mi deplorable estado de ánimo, había momentos en los que me excitaba. Especialmente en aquellos momentos en los que tenía que soportar algún pellizco en la cola por parte de mi tío o que él mismo me abrazara de forma más “cálida” de lo normal. También mi hermano, Eric, se empecinaba en arrimarme cada vez que tenía la oportunidad. Me enojaba mucho con él pero luego recordaba que la culpa era mía y no me quedaba más alternativa que soportarlo, así sus toqueteos se tornaran más intensos. Este era el precio que debía pagar por mis malas decisiones, me había transformado en una muñequita sexual.

En una ocasión tuve que ser más directa con mi tío Alberto y rechazar la invitación que me hizo, si por invitación entendemos el acto de interceptarme en el baño apenas yo había terminado de ducharme y comenzar a acariciar mis nalgas, obligarme a hacer lo mismo con su bulto y recibir algunos de sus gruesos dedos dentro de mi vagina. Me excité y fue justamente eso lo que me enfadó tanto, no merecía sentirme así de bien y mucho menos con mi tío, ya que sólo arruinaría más mi relación con Mayra. Tuve que apartarlo con un empujón y justo antes de salir del baño lo escuché diciéndome:

-¿Qué te pasa pendeja, estás loca? -Sí lo estaba, pero no le respondí.

Este pequeño evento cambió la actitud de mi tío, se sumó a la guerra muda que estaba batallando con mi Mayra y mi padre. Ya tenía tres miembros de mi familia odiándome y no podía culpar a ninguno de ellos. Cuando Eric volvió a su jueguito que consistía en toquetearme cada vez que tenía alguna oportunidad, empleé el mismo método, lo aparté, pero intenté ser un poco más suave.

-¿Por qué no vas a molestar a otra? –le pregunté luego de quitar su mano de mi entrepierna mientras yo intentaba mirar alguna película en la TV ya que no quería estar en mi cuarto con Mayra.
-¿A quién querés que moleste?
-No sé… pero no me jodas todo el tiempo a mí, le voy a contar a mamá –él pensó que lo decía en broma.
-¿Querés que vaya a molestar a mamá?
-Hacé lo que quieras.
-¿Eso te calentaría?
-No. Posiblemente me reiría si ella te da una cachetada.
-Veremos qué me da…

Diciendo esto se puso de pie y se dirigió hacia la cocina. Su intrépida forma de actuar me quitó momentáneamente de mi letargo fantasmal. Lo seguí, guardando las distancias. Mi madre se encontraba preparando la cena utilizando la mesada que estaba en el centro de la cocina, algo que había hecho instalar años atrás cuando lo vio en un programa de cocina. Llevaba puesto un desgastado pantalón de gamuza gris que marcaba mucho su trasero. Ella estaba de espaldas a la puerta de entrada de la cocina, que es donde me quedé yo. Vi cómo Eric se le acercaba como un gran felino se acerca a una gacela, luego se movió rápido y los dedos de su mano izquierda se hundieron entre las nalgas de mi madre, ésta se sobresaltó pero en cuanto la cara de Eric apareció sobre su hombro, comenzó a sonreír. ¿Por qué esto no me resultaba raro? Viki no le dio ningún cachetazo, sino que hizo todo lo contrario, permitió que su hijo le tocara toda la zona de la vagina por encima del pantalón y lo recompensó soltando el cuchillo con el cual estaba cocinando y poniéndolo sobre el bulto de mi hermano. Él miró hacia donde yo me encontraba expectante y me sonrió, metió la mano dentro del pantalón de mi madre y no tuve que ver lo que ocurría en detalle para saber que estaba metiéndole al menos un dedo en la concha. Ella suspiró y cerró los ojos, presionando más el pene de su hijo. La escena no duró mucho más que eso, Eric dejó en paz a su progenitora sólo para regodearse ante mí. Guardé silencio hasta que llegamos al pasillo que unía nuestros dormitorios.

-¿A vos te parece que está bien hacer eso? –le pregunté.
-Si a ella le gusta… ¿por qué no?
-Porque está mal. Es tu mamá.
-Y vos sos mi hermana –me tomó con fuerza del brazo y me obligó a entrar a su cuarto- y bien que te gusta…
-No Eric, pará un poquito. No tengo ganas –me quejé mientras él intentaba besarme y sus indiscretas manos buscaban mi entrepierna.
-¿Estás segura que no querés o solamente te gusta hacerte la difícil? –Introdujo su mano dentro de la calza que yo tenía puesta y sentí la áspera yema de sus dedos raspando mi clítoris- estás más mojada que mamá –no quería admitir que sus incansables toqueteos y el ver esa escenita con mi madre, me habían calentado.
-Basta Eric, en serio… si te digo que no, es no.

Apenas terminé de hablar su lengua entró en mi boca sin pedir permiso, casi al mismo tiempo uno de sus dedos hizo lo mismo en el huequito de mi vagina. Podía sentir su duro bulto apoyado contra uno de mis muslos. Me empujó hacia atrás hasta que juntos caímos en la cama. Estaba muy excitada. No había remedio para mí, no era más que una puta que se mojaba  ante la primera provocación, aunque ésta viniera por parte de mi propio hermano.

-¡Ay Eric! Está bien –cedí- pero apurate.

No había motivos para negarme, él quería un huequito para descargarse y aparentemente por el mío entraba cualquiera. ¿Por qué no iba a permitírselo una vez más? Giré sobre mí misma dándole las espalda, bajé mi calza hasta que mis nalgas quedaron al aire y me coloqué de rodillas en la cama, incliné mi cuerpo hacia adelante hasta que pude apoyar mi cara en el colchón, utilicé mis manos para abrir mi cola y aguardé. Apenas un segundo más tarde sentí su dura verga entrando en mi húmeda vagina. Logró una penetración completa en pocos intentos, suspiré de gusto y mi cuerpo se llenó de una lujuriosa tibieza. Eric se tendió sobre mí y comenzó a montarme como si fuéramos perros en celo. Me odiaba a mí misma y me decía que no debía disfrutarlo, debía dejar que él se descargara sin gozar, pero no podía. Cada vez que me penetraba me hacía gemir, cada vez que su verga se arrastraba hacia afuera me hacía desear que entrara otra vez. Quería decirle cosas sucias, quería pedirle que se cogiera a mi madre delante de mí y que luego me la metiera hasta llenarme con su cálido semen; pero me abstuve. No quería que mi madre se transformara en su esclava sexual, esa carga debía llevarla yo, por permitir que todo esto sucediera.

Por unos instantes logré llevar mi mente a otra parte, aunque podía sentir algo clavándose en mi vagina ya no era realmente consciente, ese que me la estaba metiendo podía ser cualquiera. Un completo desconocido, daba igual. Pero el muy desgraciado tuvo que hablar y hacerme volver a la realidad.

-¿Te gusta, Nadia?
-¿Eh? –Jadeé- sí… sí me gusta –respondí de forma automática siendo traicionada por mi subconsciente- cada vez lo hacés mejor –eso era cierto, se movía con más decisión, su pene ya no se salía, como ocurría a veces y bombeaba con tanta rapidez que me sorprendía que no se agitara.
-Aprendí a hacerlo con vos.
-Sí, lo sé –sabía que yo era la única mujer con la que este animalito tenía relaciones sexuales, además de aquella vez que le dio a mi madre por la cola- ¿qué fue todo eso con mamá, por qué dejó que la tocaras? –sabía la respuesta pero quería hablar de algo que me hiciera olvidar lo que estábamos haciendo.
-Es un jueguito que tenemos desde hace tiempo, yo la toco y ella a mí… pero ninguno de los dos dice nada… pero no te pongas celosa hermanita. Yo te amo a vos y a nadie más.
-¿Qué?
-Sí… a nadie más.
-¿Qué vos qué?
-¿Estás sorda? Dije que te amo –se inclinó más hacia adelante y me besó en el cuello.
-No Eric, salí –intenté zafarme pero no pude, su verga seguía entrando una y otra vez en mi conchita y yo estaba peligrosamente cerca del orgasmo- no quiero Eric… ¿cómo vas a decirme una cosa así? Soy tu hermana.
-Pero no sos como cualquier hermana, no todas las hermanas se acuestan con su hermano… a mí no podés mentirme, Nadia. Te conozco. Sé que vos sentís lo mismo  por mí –sus palabras me asqueaban, no podía creer que mi propio hermano estuviera confesándome su amor.
-¡No, basta! Salí te dije… no quiero… no quiero.
-Bueno, bueno… tampoco es para que te pongas a llorar –ni siquiera supe cuándo comenzaron a brotar mis lágrimas.
-Por favor, salí… -le dije completamente desconsolada.
-Un ratito más… ya termino…
-No pelotudo, salí –comencé a empujar hacia atrás apoyando los brazos en el colchón, por suerte él retrocedió, de lo contrario me hubiera sido imposible ponerme de pie.
-¿Qué te pasa Nadia? –me miró y yo solo podía ver su dura y oscura verga apuntando hacia mí, empapada por mis jugos sexuales.
-Sos mi hermano… ¿cómo me vas a decir eso? ¿Estás loco? –hablé sin poder levantar la vista, no podía tolerar el contacto visual con él.
-¿Yo estoy loco? Pero si vos… yo nunca… esto lo hicimos porque vos querías…
-¡Vos me insististe!
-¿Tanto te molesta que te diga que te quiero? La única vez en mi vida que te lo digo y te ponés así. ¿Qué te pasa?
-No me dijiste que me querés… me dijiste que me amás.
-¿Y qué pasa si es así?
-No soy tu mujer Eric, soy tu hermana… no podés enamorarte de mí.
-Es muy tarde para que digas eso.
-¡No, callate!

Lo empujé sin llegar a moverlo más de quince centímetros, acomodé mi calza y salí corriendo de su cuarto directamente hasta el mío. Me tiré a la cama, a llorar. Mayra estaba en su cama, como casi siempre, pude escuchar que el televisor estaba encendido, lo cual me venía bien ya que opacaría un poco el ruido de mi llanto. Aparentemente a mi hermanita le preocupó poco mi estado ya que ni siquiera me preguntó qué me pasaba, continuó mirando la tele como si yo no estuviera allí y su total indiferencia fue como un puñal para mí.

-Perdón –le dije sin dejar de llorar.

La espié por arriba de mi brazo, el cual estaba usando como almohada. Ella ni siquiera giró su cabeza pero pude ver una lágrima cayendo de su ojo. Mi familia se había arruinado por mi culpa y por culpa de un maldito juego de cartas.

Pasé de ser un zombie a ser una momia que ni siquiera salía de su cama. Me pasé el tiempo llorando, durmiendo y soportando la indiferencia de mi hermana. Para complicarme el estado anímico, mi período menstrual comenzó. De todas formas esto me sirvió como excusa para quedarme en mi cuarto todo el tiempo durante los días que siguieron. No quería ver a nadie de mi familia y ya casi me estaba acostumbrando a la sombra que era mi hermana cuando ésta estaba en el cuarto. Para muchos hubiera resultado gracioso vernos pasar horas las dos juntas allí dentro sin que nos dirigiéramos la palabra o sin siquiera mirarnos. Tres veces tuve que soportar que se masturbara estando yo presente. Las dos primeras veces lo hizo con cierto disimulo, debajo de sus sábanas, pero a la tercera ya no tuvo reparo alguno en desnudarse por completo, abrir las piernas y comenzar a toquetearse. Hice mi mayor esfuerzo por no mirarla siquiera. El estar con mi período activo y la tremenda depresión que me invadía, me impedían excitarme, pero esa tercera vez que Mayra se masturbó, sentí un revoltijo agradable en la boca de mi estómago. La chica gemía de una forma muy sensual, casi como queriendo decirme que podía gozar de un buen momento a pesar de que yo estaba allí o a pesar de que yo hubiera arruinado las cosas entre ella y mi tío. Sospeché que a él tampoco le dirigía la palabra. Si de guerra silenciosa se trataba, Mayra era imbatible. Aún recordaba aquella vez en la que se había peleado con mi madre porque no la dejó asistir a un recital de rock. Estuvo casi tres semanas sin saludarla siquiera. A mi madre casi le da un ataque de desesperación.

Uno de esos tortuosos días que pasé encerrada con Mayra y mi período cometí un gran error. Le había anunciado a mi madre que comería en mi cuarto porque no me sentía muy bien. Busqué un plato de comida y serví uno para Mayra. Regresé a mi cuarto y le dije que le había traído algo para comer. Ella se encontraba ensimismada en los apuntes de la facultad y ni siquiera levantó la mirada. Supe que me había oído y con un nudo en la garganta tuve que aceptar la derrota. Dejé el plato que había traído para ella sobre la mesita de luz que separaba nuestras camas pero mi hermanita ni siquiera lo miró. Luego de unos quince minutos escuché a mi madre llamando a Eric a los gritos para que fuera a comer “de una puta vez”. Allí Mayra se puso de pie y salió del cuarto, supe que se uniría a la mesa con el resto de mi familia, dejándome sola con más alimento del que yo podía consumir.

Cuando ella volvió, casi media hora más tarde, salí del cuarto para guardar en la heladera toda la comida que me había sobrado, por la angustia casi no toqué mi plato, a pesar de que el menú era ravioles con salsa y estofado, uno de mis platos predilectos. En la cocina me crucé con mi madre quien se me acercó con una amplia sonrisa.

-Te tengo buenas noticias…
-¿Cuáles? –pregunté sin mucho entusiasmo.
-Estaba esperando que pasara tu período para hacerlo…
-¿Hacer qué?
-El juego de póker, Nadia –me había olvidado por completo de eso- ¿no te pone contenta? –No pude responder- mañana mismo lo hacemos.
-¿Mañana es sábado? –no tenía idea de qué día de la semana era.
-Sí… y voy a necesitar de tu ayuda para organizar todo. Espero que ya te sientas mejor. Bueno, me voy a dormir porque ya es tarde y mañana quiero estar lúcida –me dio un beso en la mejilla- hasta mañana.
-Hasta mañana –le respondí de forma automática.

Permanecí de pie en la cocina con la mirada perdida, no tenía ni el más mínimo entusiasmo por jugar a esa partida de póker, no ahora, que la mitad de mi familia me detestaba. No sabía cómo iban a reaccionar conmigo al verse forzados a jugar ese juego tan peligroso. Rogué que algo sucediera pronto, cualquier cosa, siempre y cuando impidiera que juguemos.

Al parecer mis plegarias fueron oídas y hasta llegué a sentirme un poco mal por mi madre, quien se había pasado toda la tarde haciendo compras para el gran juego de la noche. Su entusiasmo era tal que había adquirido un nuevo paño de póker con fichas y bajas nuevas. Compró un gran surtido de bebidas alcohólicas que pudieran satisfacer los gustos de todos y algunos snacks por si alguno llegaba a tener apetito mientras jugábamos. Hasta recordé que la pobre había planeado nuevas reglas de juego, para hacerlo más difícil y entretenido. Para su desgracia y mi fortuna, todos estos planes se vieron alterados por una visita inesperada.

Analía, la hermana de mi papá, decidió hacer acto de presencia justo esa misma noche, para colmo trajo con ella al imbécil de su hijo, es decir, mi primo. Un pibe un tanto egocéntrico que solía sacarnos de nuestros cabales a mi madre y a mí, hasta la pequeña Mayra sentía un rechazo hacia él.

Como si esto fuera poco, mi efusiva tía se auto invitó a cenar, con lo que supimos que no se iría hasta muy tarde en la noche. A mi papá siempre le molestó mucho esa actitud de su hermana, de llegar a la casa sin previo aviso y apoderarse de ella como si fuera la dueña. En general nadie hacía mucho caso a sus pedidos, de hacerlo nosotros seríamos sus súbditos y ella nuestra reina y señora, dejando a mi primo Ariel como nuestro príncipe. El pedante muchacho se llevaba bastante bien con mi hermano, esto no era de extrañar ya que ambos tenían el cerebro particularmente pequeño.

Apenas estábamos sirviendo la cena y el imbécil de Ariel ya se jactaba de ser el único rubio de la familia, esto se debía a que su padre lo era, a pesar de que el hombre nunca se hizo cargo de él ni de su madre, él agradecía haber heredado su color de cabello y piel y no el de su madre, quien era morena, como mi papá. Normalmente termino discutiendo con él cuando comienza con estos comentarios racistas, pero esta noche no tenía ganas de llamar la atención, sabía que con sólo tener que tolerarlos, ellos me salvarían de tener que jugar al póker con mi familia.

Luego de cenar mi madre fue hasta la cocina a buscar un rico postre que ella misma había preparado, me levanté con ella para ayudarla y cuando estuvimos solas noté una angustia en su rostro que me conmovió. La pobre estaba realmente ilusionada, como si fuera una niña ante la promesa de recibir una inmensa casa de muñecas para ella sola y de repente esa promesa se disolvía en el aire. Todo y cuando había hecho durante ese día estaba destinado a pasar un gran momento durante la noche, un momento un tanto perverso y tal vez hasta enfermo, pero un momento en familia al fin.

-Es una pena que la tía haya venido otra vez sin avisar –le dije mientras la ayudaba a servir el postre.
-Qué se le va  a hacer… es la hermana de tu papá, no puedo echarla.
-Como poder, podrías. Como aquella vez que echaste a los amigotes del tío Alberto.
-Eso fue muy distinto, ni siquiera conocía a esos tipos y estaban borrachos… me bastó escuchar que uno hacía un comentario aludiendo a la cola de Mayra para que los rajara a la calle a escobazos.
-De haberlo escuchado el tío, él mismo los hubiera echado –aseguré- no le gusta que nadie se meta con su querida Mayra –mi madre notó el doble sentido de mis palabras pero no dijo nada al respecto.
-Espero que sepan jugar al póker –parpadeé dos o tres veces y miré fijamente a mi madre para asegurarme de haber oído bien lo que dijo.
-¿Pensás seguir adelante con el jueguito?
-¿Por qué no? –esa mujer no parecía mi madre, quien siempre empleaba la lógica, me di cuenta de que algo ardía en su interior, no podía culparla ya que yo había sentido lo mismo, estaba cegada por la sed de morbo y placer.
-Porque es una locura… mamá, ese jueguito que hicimos no es muy normal que digamos.
-¿Te creés que no lo sé? Sin embargo todos lo disfrutamos. Hay dos opciones, o tu tía se rehúsa a jugar y se va, o decide participar en el juego.
-O llama a la policía y nos denuncia a todos… por incesto.
-Ella no haría semejante cosa.
-¿Cómo sabés eso? Esa mujer es una arpía cuando se lo propone.
-No es tan mala. Hasta puede ser divertida si la situación lo requiere. Le gusta la fiesta.
-¿La fiesta?
-Bueno… no me refiero a “ese” tipo de fiesta. Habló de las fiestas normales, con amigos, tragos, música, etc.
-Pero mamá, poné los pies en la tierra, ya suficientes problemas trajo el haber jugado entre nosotros.
-¿Problemas? ¿Qué problemas? –allí sonrió maliciosamente y me miró a los ojos- Nadia, yo me entero de todo lo que pasa en esta casa. No soy tan ingenua como vos pensás y si te digo que podemos jugar es porque podemos hacerlo, pero para conseguirlo necesito tu ayuda.
-Me parece una locura.
-Tu tía se va a ir. Estoy prácticamente segura de eso.
-Pero mamá, vos la conocés. No es una mujer a la que le guste irse temprano a su casa, menos en un fin de semana.
-Y si no se va temprano, se va a ir más tarde. Lo importante es que los demás quieran jugar.
-No van a querer –agaché la cabeza- si sabés todo lo que pasó entonces ya te habrás dado cuenta de que… me odian.
-Nadie te odia, hijita. Vení, vamos a llevar el postre. ¿Confiás en mí? –Me limité a mirarla- respondeme Nadia, ¿confiás en mí?
-Sí.
-¿Me vas a ayudar?
-Sí.

Tomamos los platitos en los que habíamos servido el rico tiramisú que había preparado mi mamá y regresamos a la sala de estar, el pecho me latía casi con la misma fuerza que solía hacerlo cuando tenía relaciones sexuales. Este vértigo que me producía el riesgo me estaba despertando de mi letargo poco a poco.

A Viki se le ocurrió acompañar el postre con una copita de coñac, lo cual me dio a entender que ya estaba planeando embriagar a más de uno, esa copita sería la primera de muchas más. De hecho esto la inspiró para una nueva idea, la cual me contó mientras lavábamos los platos luego de la cena.

El primer paso era el más sencillo, permitir que las horas pasaran, tal vez mi tía decidiera poner fin a su visita y se marcharía. Aproveché el rato que pasaba mi familia charlando de forma natural en la sala, para darme un baño. Una de las quejas de mi madre fue debido a mi atuendo, que era triste, aburrido, viejo y gastado. Parecía salida de un hospital psiquiátrico. Me dijo que si quería dejar atrás la depresión, debía arreglarme un poco ya que esa vestimenta no tenía nada propio de mí. Bajo la ducha pude despejarme un poco, dejé que el agua recorriera a gusto las curvas de mi cuerpo, acaricié mis senos con enorme delicadeza y permití que mis dedos juguetearan con cada rincón de mi anatomía dejando la mente lo más blanca posible, si debía pensar intentaba traer a mi mente recuerdos agradables, hasta eróticos y poco a poco me fui dando cuenta de que ya no quería sentirme tan agobiada, mi vida era mía y yo podía hacer con ella lo que quisiera, si a los demás le molestaba, era problema suyo, aunque se tratara de gente de mi propia familia.

Salí desnuda del baño llevando una toalla en mi mano y dejando que el agua goteara por todo el piso, en el corto trayecto hasta mi cuarto nadie pudo verme, pero ya sentía un leve cosquilleo revigorizante producto de haberme permitido semejante proeza, ya que en mi mente imaginaba que me cruzaría con mi primo, me hubiera encantado ver la expresión de su rostro al descubrir que su pequeña e insoportable primita, ya era toda una mujer. Debo agradecer este nuevo cambio en mi actitud a las palabras de mi querida madre, justo antes de que yo fuera a bañarme me dijo “Si pensás que todos te odian, al estar depresiva sólo les das la oportunidad de detestarte más, porque te ven débil. Demostrales lo feliz que podés ser a pesar de todo y los vas a ver trastabillar”.

Una pequeña tanga de encaje roja y un corpiño haciendo juego conformaron mi apretada ropa interior. Busqué en lo más profundo de mi armario hasta que di con lo que buscaba, una calza blanca que había usado tan sólo dos veces en mi vida y fue dejada de lado debido a lo indiscreta que me veía con eso puesto. La elástica tela se adhería a mi anatomía como si se tratase de una capa de pintura, aquellas pocas veces que la utilicé, lo hice con algo que cubriera mi voluminoso trasero, pero ésta vez hice todo lo contrario. La frutilla de este postre llamado Nadia era el top blanco y negro que utilicé para cubrir mis grandes pechos. Decir “cubrir” es un mero formalismo ya que el top era tan pequeño que dejaba a la vista todo mi abdomen, levantaba mis senos aún más que sólo usando el corpiño y los transformaba en dos globos redondos que sobresalían por el escote. Sacudí mi húmedo cabello haciéndolo flotar por el aire y dejé que éste colgara y se secara de forma natura, sabía muy bien qué efecto produciría esto, me dejaría con una melena de cabello castaño similar a la de mi madre. Admiré mi creación al espejo y tuve un pequeño desliz narcisista, pero a la vez objetivo. Esa chica que estaba de pie frente a mí parecía una bomba sexual. Para aumentar este efecto deslicé la ajustada calza hacia abajo un par de centímetros, esto permitía que se viera el contorno de mi cadera y justo en el centro de ella, mi pubis dibujaba un suave tobogán que llevaba hasta aquel pequeño rincón oculto bajo mi tanga. Me había depilado recientemente y no había línea que dividiera mi cintura de la parte baja de mi anatomía, este efecto jugaba un papel morboso ya que aquel que analizara detenidamente las proporciones de mi cuerpo, se darían cuenta que podían ver perfecta y nítidamente parte de mi pubis, aquella que debería estar cubierta de pelitos. Procuré que mi vagina no mordiera la tela de la calza, no quería dar esta imagen… no todavía. No me molesté en maquillarme ya que quería aparentar cierta normalidad morbosa, como si tan sólo me hubiera puesto un atuendo cómodo después del baño nocturno. Para no salir descalza de mi cuarto me calcé un par de chinelas y regresé a sala.

El efecto fue inmediato. Desde un sillón, en el punto más alejado de mí, los ojos de mi hermano se clavaron en mi cuerpo. Al notar esta reacción, mi primo, quien estaba sentado frente a mi hermano, casi se disloca el cuello al girar su cabeza para mirarme, caminé hacia el sofá, en el cual estaban sentados mis padres y me senté junto a mi mamá. La única que continuaba hablando sin cesar era mi tía Analía, al parecer estaba narrando el pequeño viaje a Uruguay que hizo en sus últimas vacaciones, nadie le prestaba atención. Mi padre me miraba de reojo cada cinco segundos y mi tío Alberto se estiró en su asiento para admirarme cómodamente, él tenía el mejor ángulo ya que podía verme directamente de frente. A mi derecha, sentada en una silla, que había sido llevada hasta allí, estaba mi hermanita, quien tuvo la reacción más inesperada.

-Me voy a bañar –dijo con severidad al mismo tiempo en que se ponía de pie.

Noté cierto disimulo de sonrisa en el rostro de mi madre, al parecer a ella no le sorprendía para nada la actitud de Mayra. Un par de minutos más tarde mi tía se dio cuenta de que nadie prestaba atención a su monólogo y decidió ponerle fin de forma sutil.

-Por cierto, que rico estaba ese tiramisú, ¿se podrá probar un poquito más?
-Yo te traigo, tía –me ofrecí sólo para poder ponerme de pie.

Antes de dirigirme a la cocina les obsequié una buena visión de mi parte trasera, ya que todos quedaron a mis espaldas. Busqué el postre en la heladera y en cuanto me di vuelta me sobresalté al ver a Eric.

-¿Qué querés? –le pregunté con poca simpatía, él sonreía con su mejor cara de bobo.
-Te vine a ayudar con el postre.
-No es tan difícil servirlo en un platito, Eric –se me dificultaba mucho hablar con él luego de que me había confesado su amor, pero había decido mejorar mi actitud, por lo que dejé de estar tan tensa.
-Ya sé, pero cuando vos te fuiste Ariel pidió más… y papá y el tío también.
-Bueno, está bien. Alcanzame los platos.

Dejé la bandeja con el postre sobre la mesada del centro de la cocina y poco después Eric se acercó desde atrás y uno a uno fue depositando los platos junto al tiramisú, al hacer esto aprovechó para pegarse a mi cuerpo de forma indiscreta, no sabía qué tenía este chico en la verga, parecía ser un interruptor que la paraba en cuestión de un segundo, cuestión que pude sentir la punta de su rígido garrote clavándose entre mis nalgas. Recordé que debía ayudar a mi madre y sabía que si el muchacho estaba excitado, colaboraría conmigo, por lo que presioné hacia atrás con mi cadera indicándole que me gustaba lo que estaba haciendo. Lentamente fui sirviendo el postre en cada uno de los platos levantando la mirada a cada segundo, en cuanto viera a alguien aparecer por la puerta de la cocina le daría un codazo a mi hermano para que se apartara, pero de momento estábamos completamente solos.

Las inquietas manos de Eric no tardaron en caer sobre mi tenso abdomen, al mismo tiempo apoyó su barbilla en mi hombro derecho y yo meneé la cola como una perrita feliz, casi podía hacerme creer a mí misma que eso se sentía bien. De hecho su pene estaba rozando una parte muy sensible de mi cuerpo y resultaba imposible no reaccionar favorablemente. Sus ásperos dedos prácticamente rascaron mi vientre al deslizarse hacia abajo. Me incliné un poco y solté un leve suspiro cuando tocó la zona púbica que estaba al descubierto. No podía criticar su “interruptor” para poner dura la verga, al parecer yo tenía uno similar, para mojar calentar y mojar mi vagina. Él palpó toda mi entrepierna ejerciendo presión con sus dedos y con la palma de su mano obligándome a separar las piernas un poco. Comenzó a besar mi cuello con una delicadeza impropia de él, como si quisiera demostrarme que sus intenciones iban más allá de lo sexual. Necesitaba cortar esta pasión de alguna forma, transformarla en algo pura y netamente sexual.

-Chupame la concha –le susurré.

Él se apresuró tanto que casi me hace tirar un plato al piso, se agachó detrás de mí y me bajó de un tirón la calza y la tanga hasta la mitad de los muslos. Su boca se acercó a mi vagina como ésta fuera un imán atrayendo metal. Lo primero que sentí fue el choque de sus labios contra los míos seguido de su lengua, que desde el primer momento intentó colarse por el agujerito. Continué sirviendo el postre muy lentamente simulando que nada pasaba, esto era más arriesgado, si bien la persona que entrara a la cocina, sea mi primo o mi tía, no podría ver a mi hermano ya que la mesada lo ocultaba, sería muy difícil mantenerlo de esa forma y deberíamos dar muchas explicaciones sobre qué hacía el ahí abajo y por qué yo estaba medio desnuda. La temeridad del momento me hizo excitar mucho más. Separé las piernas tanto como pude y me dejé hacer todo lo que él quiso hacerme con su boca. Chupaba de una forma apasionada, como si realmente hubiera extrañado mi conchita. Este entretenimiento le duró apenas unos segundos, volvió a ponerse de pie y sin darme tiempo a nada, ni siquiera a pensar en lo que iba a hacer, me clavó.

El desgraciado había sacado su verga mientras me chupaba la vagina y en tan solo un intento la introdujo por mi huequito hasta que sus huevos impidieron que fuera más adentro. Proferí un bufido  y casi tiro al piso todo lo que tenía delante de mí, tuve que apoyar mis manos contra el borde de la mesada. Lo peor no fue sentir mi vagina dilatándose vertiginosamente, ni sentir la rigidez de ese trozo de carne en lo más hondo de mi anatomía, lo peor de todo fue lo mucho que me gustó. Tal vez se debía a mi corto período de abstinencia sexual pero allí, de pronto, como si hubiera despertado de un sueño, recordé lo bien que se sentía ser penetrada y más si llegaba por parte de alguien tan cercano a mí, como mi propio hermano, a esto debo sumarle la sorpresa. Debía felicitarlo, el que me haya tomado tan desprevenida fue un gran acierto de su parte. Cuando recibí una segunda y luego una tercera embestida no aguanté más, debía decirle algo que demostrara el placer que estaba sintiendo.

-¡Ay por dios, cómo me gusta! –esta exclamación lo hizo acelerar el ritmo.
-¿Te gusta, hermanita? –él seguía siendo un poco estúpido, acababa de decirle lo mucho que me gustaba y me lo estaba preguntando otra vez, pero no quería discutir con él.
-Me gusta muchísimo, pero tenemos que parar. Nos pueden ver –el traqueteo constante contra mi chochito me impedía hablar y pensar con claridad.
-No quiero parar.
-Ni yo quiero que pares… pero hay que hacerlo.
-Sólo si me prometes una cosa –aprovechó para seguir dándome, me incliné más hacia atrás para que las penetraciones fueran más profundas- después lo vamos a seguir en mi pieza.
-Lo seguimos –suspiré, jadeé, gemí- lo seguimos donde vos quieras. Te lo prometo.
-Perfecto –se apartó y su verga se deslizó con un sonido viscoso hacia afuera, mi conchita quedó goteando juguito.

Tuve que tomar una servilleta de papel para limpiarme la entrepierna ya que tenía miedo que mi abundancia de flujo sexual traspasara la delgada dela de mi ropa. Pensé rápido, yo debía irme de la cocina lo más rápido posible antes de que alguien sospechara, pero mi hermano tenía una terrible erección, la cual no podría disimular.

-Eric –le dije mientras acomodaba mi calza- yo llevo los platos con el postre, vos esperá a que eso se te baje –miré su tiesa verga y me mordí el labio inferior lamentando no poder comérmela en ese preciso instante- en la heladera hay algunas botellas de vino, destapá un par y después llevalas, con algunas copas… no rompas nada.
-A vos te voy a romper –se acercó repentinamente y me dio un cortito beso en la boca.
-Eso lo vamos a ver después –dije dibujando una mueca libidinosa en mi rostro- ahora hacé lo que te digo.

Colocando los platos entre mis manos y mis brazos, como si fuera el mozo de algún bar, salí de la cocina mirando muy bien por donde caminaba rogando que las chancletas no me hicieran tropezar. Cuando regresé a la sala lo hice de frente a mi primo, él no me sacó la vista de encima ni por un segundo. Sus ojos parecían un radar equipado con rayos X que le permitían ver a través de la ropa, seguramente se estaba imaginando cada centímetro de mi cuerpito. El primer plato se lo alcancé con una sonrisa a mi tía, inclinándome hacia adelante, al hacer esto mi cola quedó prácticamente contra la cara de mi padre y por el rabillo del ojo pude ver como a mi primo le saltaban los ojos hacia afuera, luego giré y le di otro plato a él, las bolitas de sus ojos cayeron dentro de mi escote y se perdieron allí. Simulé no notar esto y una vez repartido el último plato, me senté a la derecha de mi madre. Ella seguía con su sonrisa intacta y yo sentía que mi energía sexual se revigorizaba cada vez más.

Mientras mi padre y mi tío mantenían una conversación sobre algún partido de fútbol que solamente ellos dos habían visto, Mayra regresó. La pequeña estaba impecable, con su cabello húmedo cayendo sobre uno de los lados de su cara, lo que extrañamente intensificaba el efecto hipnótico que poseían sus grandes ojos. Tenía una pequeña blusa verde claro sin mangas que permitía adivinar la sutil loma de sus pequeños pechos y una minifalda de jean algo vieja y gastada, pero sumamente cortita. En cuanto se sentó en su silla, miré con disimulo a Ariel, él podía verla directamente de frente y si yo podía notar la bombachita blanca que se asomaba entre las piernas de ella, seguramente mi primo también podía verla. No me extrañaría en absoluto si el pobre llegaba a tener una erección en cualquier momento, hasta me pareció notar que mi tío Alberto cruzaba sus piernas para disimular un bulto que crecía lentamente dentro de sus pantalones.

Casi al mismo instante Eric regresó cargando dos botellas de vino, había tenido la brillante idea de traer una de vino blanco y la otra de tinto. Las colocó, sobre la mesa ratona que estaba en el centro, rodeada por los sillones, y preguntó cuántos querían tomar. Todos dijeron que sí por lo que tuvo que volver a buscar ocho copas. Yo había imaginado que él intentaría traer todo en un solo viaje y que posiblemente destruyera algunas copas o incluso alguna de las botellas, pero me demostró que no siempre era un completo idiota.

El vino fue un arma de doble filo, por un lado hizo entender a mi tía que la reunión familiar iba a durar mucho más tiempo, por lo que supe que no se iba a ir, y por otro lado comenzó a menguar la cordura de varios de los presentes. Mi tío Alberto hizo uno de sus típicos chistes picantes, pero éste fue un tanto más fuerte de lo habitual. Cuando me paré y luego me incliné hacia la pequeña mesita para volver a llenar algunas de las copas con vinos, le regalé a varios una amplia vista de mi trasero enfundado en la tela blanca de la calza.

-Hermana, deberías controlar más a tu hija –comenzó diciendo el panzón- ese culo no lo hizo sentada en una silla. Ahí debe haber varios metros de trabajo forzado.

Los primeros en reírse fueron mi hermano y mi primo, para mi sorpresa mi tía Analía también encontró graciosa la broma. Estaba segura de que a mi tío le cachondeaba decir eso porque él había sido uno de los que trabajó forzosamente contra mis nalgas.

-Hey, lo que yo haga con mi culo no les importa –mi miedo era que mi papá se enfureciera al recordar lo ocurrido con su empleado, pero al levantar la vista pude ver que tenía los brazos cruzados delante de su pecho, pero sonreía agradablemente.
-Confesá Nadia, seguramente ya le diste un buen uso –la voz vino desde detrás de mí, aunque sabía de quién era volteé para mirarla; mi hermana sonreía con una simpatía tan natural que me fue imposible determinar si lo dijo con malicia y bronca o si realmente se estaba sumando a la diversión familiar.
-¡Epa! –Exclamó Ariel- no te tenía en esas andanzas, primita –volví a sentarme, estaba un tanto disgustada pero me mantuve lo más animada posible.
-Bueno, sí –dije sin dejar de sonreír- se podría decir que le encontré una utilidad que resultó ser bastante… entretenida –sabía que este comentario dispararía el morbo de más de uno de los presentes.
-¡Ay che! Hoy en día hacen cada cosa –exclamó mi tía ruborizada- en mi época se disfrutaba mucho sin necesidad de usar lo de atrás.
-En tu época eras peor que las chicas de hoy en día –dijo mi papá riéndose de su hermana- yo perdí la cuenta de los novios que tuviste.
-No era mi culpa ser tan… solicitada –noté cierto tono de orgullo en sus palabras.

Mi tía no es una mujer fea en absoluto, cada rasgo de su cuerpo y de su rostro son señal de que años atrás fue una mujer muy bonita, aún lo seguía siendo sólo que ya tenía la cara un tanto ajada, pero hasta las pocas arrugas que podían verse realzaban sus bonitas facciones. Otro detalle que podía jugar a favor o en contra, depende del gusto del que lo viera, es que ahora estaba un tanto entrada en carnes, no era mucho, pero sí tenía las piernas y la cadera más anchas de lo que yo recordaba haber visto varios años atrás.

-Eso es cierto, eras la morocha más linda del barrio –agregó mi papá.
-Y lo sigo siendo.
-Mentira –intervino Ariel- la mejor de todas es Magali, esa pendeja sí que está buena. Está para secuestrarla y violarla durante todo un mes.
-Che, que Magali es mi amiga –me quejé.
-¿Y eso qué tiene que ver? No quita que esté buena… y que esté para cogerla.
-¡Ariel! –lo retó su madre- más respeto che, así no se habla de una dama.
-¿Dama? Pero si debe ser más puta que las gallinas, todos los pibes del barrio se la quieren voltear.
-Para tu información –comencé diciendo- ella no le da bola a la gran mayoría de esos pibes, ha tenido un par de novios, sí, pero no anda con cualquiera… esa mala fama que le hacen ustedes es porque asumen que al ser linda ya debe ser puta.
-Doy fe de eso –dijo mi hermano- yo reboté como diez veces con ella.
-¿Intentaste levantarte a Magali? –preguntó Ariel sorprendido.
-Sí, varias veces, pero no me dio ni la hora.
-Todo muy lindo, ya sabemos que la mina no es puta y que Nadia entrega la cola –dijo mi tío con su gran vozarrón- pero ¿cuándo empieza la timba? –obviamente se refería a la partida de póker, me sobresaltó un poco que el tema saliera a la luz de una forma tan directa.
-Si quieren busco ahora mismo las cartas –mi mamá estaba entusiasmada por empezar a jugar lo antes posible.
-¿A qué van a jugar? –preguntó mi tía.
-Al póker –le respondió mi hermana- ¿sabés jugar?
-¡Claro que se! Y soy muy buena –mi primo había heredado la soberbia de su madre y ella lo estaba demostrando- ¿juegan por plata? Sino no tiene gracia.
-Hay algo que tiene más gracia que la plata –dijo mi hermano, tuve que reprimir el impulso de arrojarle una botella por la cabeza, me aterraba qué pudiera pensar mi tía de nuestro morboso jueguito.
-¿Qué cosa?
-Por ropa –miré a Eric con unas frías ganas de asesinarlo.
-¿Ropa? –Mi tía dudo y miró para todos lados- no es mala idea… espero que nadie tenga un calzón agujereado y viejo porque los voy a dejar pelados.

Comenzó a reírse de su propias palabras, me sorprendía su reacción favorable, pero me di cuenta de que ella creía que sólo llegaríamos a quedar en ropa interior, lo cual no era tan malo para una familia, uno siempre ve a algún pariente en calzoncillos deambulando por la casa y no se escandaliza, pero este caso era diferente, nosotros pretendíamos llegar mucho más lejos.

-Me gusta el juego, yo me sumo –dijo Ariel con algarabía mientras miraba a su alrededor, estaba casi segura de que ya podía imaginarnos a mi hermana a mi madre y a mí en ropa interior.

Nos llevó varios minutos organizar todo en nuestra querida mesa de vidrio hexagonal, pero esta vez, al ser ocho, tuvimos que sentarnos mucho más apretados. A mi izquierda se instaló Ariel, antes de que alguno se le anticipara y el asiento a mi derecha lo ocupó mi hermana, supuse que lo hizo para impedirle a Alberto sentarse allí, él ocupó el sitio a la derecha de Mayra.

Mientras distribuían el nuevo paño y preparaban el nuevo mazo de cartas mi madre nos explicó las nuevas reglas que tendría el juego, las cuales consistían en una fusión de dos estilos de póker y hacían el juego mucho más entretenido y agresivo. Para comenzar, quitó del mazo toda carta que fuera menor a un ocho, a excepción de los As, lo cual dejaba una variante de juegos mucho menor. Cada uno recibiría dos cartas en la mano, las cuales debían estar incluidas si o si en cualquier juego que se desee armar, y se pondrían otras cinco boca abajo sobre la mesa. Aquel que no confiara en sus cartas podía retirarse ni bien las recibía, luego se darían vuelta tres cartas, allí debíamos decidir si seguir o no en el juego, ya que era la última oportunidad para retirarse. Luego llegaba el momento más interesante. Se daban vuelta las últimas dos cartas, habría un ganador y tantos perdedores como participantes que hayan decidido seguir jugando y allí es cuando este nuevo reglamento aumentaba la importancia de ganar o perder, ya que el ganador decidiría que prenda de vestir deberían sacarse los que hayan perdido. La parte de la habilidad para mentir entraba en la última fase del juego, luego de que las cinco cartas de la mesa estuvieran boca arriba, allí  un jugador podía levantar la apuesta a dos prendas asegurando que tenía mejores cartas que los demás, al hacer esto concedía una nueva chance de retirarse a los demás jugadores, pero él debería quedarse hasta el final. Si todos se retiraban ante esta amenaza, entonces el ganador podía volver a ponerse una prenda que ya se hubiera quitado. Al parecer mi madre se había pasado un buen rato pensando el nuevo reglamento y este esfuerzo valió la pena, ya que todos quedaron encantados con la nueva modalidad de juego.

Para equiparar el juego tuve que sumar ropa a mi atuendo, me puse una remera mangas cortas sobre mi pequeño top y una gorra con visera que le robé a mi hermano y no pensaba devolverle nunca más ya que me quedaba muy bonita. Para igualdad de condiciones todos debían tener algo en la cabeza y la misma cantidad de prendas de vestir.

La partida inició y todos estaban muy entusiasmados, hasta ese momento mi tía ni siquiera sospechaba nuestras perversas intenciones. El alcohol no se hizo extrañar, mi madre nos mostró el abundante surtido que había comprado, yo decidí probar un vino espumante con sabor a frutilla que resultó ser delicioso. Lo primero que volaron fueron los sombreros y el calzado, ya que los ganadores fueron bastante piadosos, pero cuando llegó el momento en que mi tío Alberto se levantó triunfal humillando con sus cartas a mi hermana, a Eric y a mi padre, decidió ser un poco más agresivo con la sentencia y los obligó a despojarse de sus pantalones y minifalda, en el caso de Mayra. No hace falta que aclare que el centro de atención fueron las redondas y blancas nalgas de mi hermanita que quedaron apenas protegidas por una tierna bombachita blanca con detalles en color rosa.

El juego siguió su curso con música de fondo y vasos que se llenaban y vaciaban a velocidades vertiginosas. Llegué a quedar tan sólo en ropa interior, mi primo casi sufre desprendimiento de retina al intentar adivinar lo que había debajo de mi pequeña ropa interior semitransparente. En su defensa debo decir que no era el único que aprovechaba cualquier oportunidad para clavar su mirada en mí, además mi madre ya estaba en corpiño y sus pechos también eran bastante llamativos. Mi tía conservaba casi toda su ropa ya que solía abandonar en casi todas las rondas, evitando así perder.

Llegaron buenas cartas a mi mano y mientras jugaba miraba a mi primo y a mi hermano, los cuales ya estaban en bóxer y se les notaba un leve bulto creciendo en el interior de los mismos, desconocía que tan bien equipado estaba mi primo, pero por lo poco que podía ver, no sería nada despreciable. Cuando llegó el momento de dar vuelta las últimas dos cartas me di cuenta de que estaba en un mano a mano contra Ariel, ya nadie quería perder más prendas de vestir por lo que abandonaban apenas veían que sus cartas eran malas.

-Doblo la apuesta –dijo mirándome de reojo con arrogancia, era la primera vez que alguien hacía eso, miré una vez más mis cartas y las de la mesa, tenía un full, lo cual me parecía realmente bueno.
-Acepto –dije al mismo tiempo en que ponía mis cartas boca arriba.

El muy desgraciado destrozó mi juego con un póker de reyes, por apurada no había notado que sobre la mesa había dos reyes y él podría tener los otros dos en mano. Había perdido.

-¿Con qué va a pagar Nadia? –preguntó mi tía con cierta ingenuidad.
-Con ropa, ¿con qué más? –afirmó mi primo relamiéndose.
-Pero si no tiene más ropa.
-¿Cómo qué no? Le quedan justo dos prendas.
-Pero es la ropa interior.
-Que se joda, por apostar de más.
-No Ariel, no te excedas –la madre del muchacho parecía preocupada- que pague con plata.
-Yo no quiero plata –aseguró el rubio- quiero que muestre la conchita.
-¡Ariel, es tu prima!
-Sigue siendo una mujer… una que se arriesgó demasiado. Que muestre –todos en la mesa me miraron fijamente.
-Si es el precio que hay que pagar… -dije poniéndome de pie, los ojos de mi primo me acompañaron todo el tiempo.
-¿Qué tan lejos pretenden llegar con esto? –Analía estaba espantada.
-Estoy dispuesta a llegar tan lejos como haya que hacerlo.

Luego de decir esto llevé las manos a mi espalda y desprendí mi corpiño, mis grandes tetas dieron un leve saltito y volvieron a su posición original, mis duros pezones apuntaban hacia arriba, producto de la excitación. Di media vuelta, dándole la espalda a todos y lentamente fui bajando mi tanguita roja, agachándome poco a poco mientras lo hacía y regalándoles una impactante vista de mis abultados labios vaginales que seguramente estarían brillando por el líquido que manaba de ellos. Una vez desnuda por completo, volví a mirarlos de frente, lo primero que noté fue la brusca erección que había tenido Ariel, su verga parecía estar a punto de agujerear la tela blanca de su bóxer, mi tío y mi hermano estaban en circunstancias similares, el único que pudo contenerse fue mi padre. Miré a mi tía y pude ver el terror ilustrado en sus ojos negros. Ella no tenía idea de que esto era sólo el comienzo.


Fin del Capítulo 5.
Continúa en el Capítulo 6.


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