El Fruto del Incesto (Versión Original) [03].

El Fruto del Incesto (Malditas Uvas).

Capítulo 03.

Irrupción.


No cabía duda, inesperadamente mi hija había vuelto a casa; a pesar de tener la costumbre de no regresar hasta la mañana siguiente cada vez que salía a bailar. Miré a mi hijo, que estaba parado incrédulo a mi lado, y sólo pude ver un hombre desnudo, con su gran pene erecto. Yo también estaba completamente desnuda y fui consciente de que esa escena sería muy difícil de explicar. Estaba aterrada, no sabía qué hacer, me sentía como un animal en el matadero, buscando desesperadamente una vía de escape; pero mi cuerpo estaba paralizado y mi mente obstaculizada.
Escuché la risa de mi hija y una grave voz masculina acercándose. Miré una vez más a Fabián intentando encontrar en él alguna solución, pero parecía estar tan desesperado como yo. No habíamos hecho nada malo… supongo; pero si mi hija y su acompañante nos vieran así podrían sacar la situación de contexto e imaginar cualquier cosa. ¿Cómo explicaríamos lo que estaba ocurriendo? Ni siquiera sabía quién estaba con Luisa y no tenía idea de cómo reaccionaría ella.
—¡Qué linda casa tenés! —exclamó la voz masculina desconocida.
—¡Gracias! No es tan grande, pero sí está muy linda...
No había más tiempo para nada, estaban muy pero muy cerca. No podíamos hacer nada para remediarlo, estábamos atrapados, habría que explicar todo de la mejor forma posible y rogar que ellos comprendieran. Tuve que armarme de coraje y enfrentar mi destino, tomé aire y al exhalarlo procuré mantenerme tranquila.
—A mí me encanta el patio —continuaba diciendo Luisa—, es donde más paso el tiemp...
Se quedó petrificada al verme, sus ojos se abrieron tanto que parecían a punto de saltar fuera de sus cuencas. Estaba pálida y boquiabierta.
¡Mamá! —exclamó repentinamente.
—Luisa, ¿qué hacés acá? —fue la primera estupidez que atiné a decir.
—¿Vos qué hacés acá... desnuda?
El muchacho que estaba junto a ella estaba tan sorprendido como un gato que ve a un feroz perro enseñándole una boca espumosa cubierta de dientes afilados, retrocedió un paso y se puso tan nervioso que imaginé que en cualquier momento se echaría a correr. Debía tener la misma edad que mi hija, era un jovencito medianamente apuesto, con barba de unos días, algo delgado, de cabeza fina y alargada y cabello negro peinado con raya al medio, aunque no a la manera antigua, sino que se trataba de un corte más moderno.
Giré la cabeza para buscar apoyo en Fabián y me llevé la sorpresa de mi vida al ver que él no estaba allí. Había desaparecido, como si fuera un fantasma. Antes de colapsar ante las incongruentes explicaciones que paranormales giraban en torno a mi cabeza, me percaté de que a pocos metros, detrás de donde él estaba, se encontraba la puerta blanca que daba a un pequeño pasillo. Me había olvidado por completo de ella ya que era relativamente nueva y nunca la había usado, porque estábamos construyendo un quincho en el patio de la casa y ésa era la comunicación entre la cocina comedor y el mismo. Fabián había pensado rápido y se había escabullido, pero yo estaba tan paralizada que no había pensado ni por un segundo en eso. Me sentía una estúpida al saber que toda esta incómoda situación se podría haber evitado si sólo hubiera podido reaccionar. El problema se había reducido un poco, pero aún estaba yo, sin nada de ropa, frente a ese pibe que ni siquiera conocía. No me importaba tanto que Luisa me viera así, ya que ella era mi hija y varias veces me había visto sin ropa, pero no me agradaba nada la idea de que ese fulano me conociera como vine al mundo.
—Es mi casa... ¿no tengo derecho a andar desnuda? —intenté sonar lo más autoritaria posible.
—Pero... pero... ¿y Fabián?
—Tu hermano se fue... a la casa de un amigo —inventé.
—¿Pero por qué andás así?
—Quería estar cómoda, pensé que vos ibas a volver tarde, Fabián me dijo que me iba a avisar cuando estuviera volviendo —eso, en parte, era cierto ya que mi hijo siempre me avisaba dónde estaba, sólo para dejarme más tranquila.
En ese momento me percaté de que el flaquito, amigo de mi hija, tenía una erección totalmente evidente, que amenazaba con romper su pantalón color beige. Esto me pareció muy raro, era muy poco probable que se le hubiera parado tan rápido, sólo con verme, por lo que la explicación más lógica era que ya la tenía así desde antes. Luisa se percató de que yo estaba mirando a su acompañante y en cuanto ella también notó la erección que este tenía le dijo:
—Pablo, ¿podrías esperarme en la sala? Necesito hablar con mi mamá —ella comenzó a ruborizarse, al menos le estaba volviendo el color a su rostro.
El muchacho no se movió, Luisa tuvo que hacerle un gesto con la mano para que éste reaccionara. Cuando por fin estuvimos solas volvió a mirarme con sorpresa, como si fuese ésta la primera vez que me veía en mi patético estado de desnudez.
—¿Qué está pasando, mamá? No te creo ese cuento de que simplemente querías estar “cómoda”. —preguntó con su dulzura característica.
Ella siempre me hablaba en ese tono cuando quería ser sincera conmigo o cuando quería que yo me sincerara con ella. Era un truco infalible con el que ella contaba.
—Tuve un accidente.
—¿Qué te pasó? —sus ojos se abrieron por el espanto.
—No es tan grave, no te asustes. Es más bien algo… vergonzoso —tuve que bajar la mirada, no me animaba a verla a los ojos.
—Mamá, contame qué te pasó —se acercó a mí y me tomó de las manos.
—Es que yo… —ya se lo había contado a mi hijo y había sido suficientemente vergonzoso, no me agradaba para nada tener que atravesar otra vez por la misma situación; pero tampoco podía mentirle, ella me miraba con genuina preocupación— me sentía un poco sola e hice algo de lo que me arrepiento.
—No seas así mamá, me estás preocupando. Por favor, contame de una vez.
—Bueno… es que… se me ocurrió la estúpida idea de meterme uvas por la vagina —en ese instante sus ojos se volvieron enormes y su boca se frunció y empequeñeció, como si quisiera silbar, pero ningún sonido salió de ella—. No me mires con esa cara, me hacés sentir una estúpida total.
—¡Perdón! Es que… no me esperaba eso. Mamá, no hacía falta que me contaras esas… intimidades.
—Te lo conté porque hay un problema, las uvas quedaron adentro.
—¿Qué? ¿Todavía las tenés adentro?
—Sí, y no las puedo sacar de ninguna forma. Intenté de mil maneras, y no hubo caso. Apenas si pude sacar algunas, pero sé que quedan más adentro.
—¿Por qué no me llamaste mamá? ¿Y Fabián? ¿Dónde está? ¿Él no te ayudó? —esa pregunta me tomó por sorpresa, pero no le iba a confesar a mi hija que había permitido que Fabián hurgara en mí, aunque ella lo viera como una opción.
—No, él se fue a la casa de un amigo —esperaba que me creyera, pero era poco probable ya que él no salía mucho.
—¿Justo hoy tuvo que irse?
—No, justo hoy tuve que hacer esto… es que esperé a que se fuera para probarlo —mentí descaradamente, pero inconscientemente me preocupaba lo que ella pudiera opinar si se enteraba lo que había pasado.
Pablo me trajo en su auto, ¿querés que te llevemos al médico?
Imagino que Pablo es ese chico con el pito duro. Me imagino qué habrán estado haciendo el auto.
¿Te parece que este es el momento para estar echándome eso en cara?
No te lo echo en cara, Luisa. Ya me imagino las cosas que harás, no te voy a juzgar por eso no me sentía en posición de juzgar a nadie. ¿No querés tomar algo, para sacarte el sabor? le dije con una sonrisa, para que comprendiera que mis intenciones eran amistosas.
Ella abrió una vez más su boca, empezó a gesticular con las manos y a balbucear incoherencias. Tomé dos sillas y las coloqué una frente a la otra. Me senté y le hice señas para que ella también lo hiciera. Dudó por un instante, pero luego hizo lo que le pedía.
Sé que fui muy severa con vos durante todo este tiempo comencé diciendo; pero lo que me pasó hoy me hizo recapacitar. Soy una mujer y como tal, tengo necesidades. Vos también las debés tener, especialmente a esta edad, donde las hormonas están más alteradas. No quiero que llegues a ser una vieja amargada como yo, quiero que disfrutes tu vida Luisa me miraba como si yo fuera una extraña. No me molesta lo que hayas hecho con Pablo en el auto, sólo espero que no lo hayas hecho mientras él iba manejando. Eso sería peligroso.
¿Qué… qué te imaginás que hice? parecía confundida.
Me imagino que se la chupaste.
Y suponiendo que lo hice, ¿de verdad no te molestaría?
Ya te lo dije, sólo me molestaría que lo hayas hecho mientras él iba manejando.
―No, esperamos a estacionar acá. En realidad llegamos hace un poco más de media hora.
―¿Y todo ese rato estuviste…?
―¡Ay, mamá! Me da mucha vergüenza que me preguntes esas cosas.
―Te acabo de contar lo más vergonzoso que me pasó en la vida y tu… “noviecito” me vio desnuda porque se te ocurrió hacerlo entrar sin avisarme. Creo que merezco saber qué pasó. Así al menos estaríamos a mano.
―A veces te ponés muy infantil ―lo dijo con una sonrisa, no parecía estar molesta―. Sí, todo ese rato se la estuve chupando.
―Te debe gustar mucho.
―¿Pablo?
―No, chuparla ―su sonrisa se hizo más amplia y noté algún dejo de lujuria en ella.
―Sí, mucho.
―Saliste a tu madre ―volvió a mostrar sorpresa―. Aunque hace muuuuucho tiempo que no hago eso ―Luisa se cubrió la cara con las manos y comenzó a reírse bajito.
―Ni siquiera quería saber que vos hiciste eso alguna vez.
―Qué egoísta, vos sí tenés derecho a disfrutarlo, pero yo no.
―Vos tenés todo el derecho del mundo, mamá. Otra cosa es que yo quiera enterarme.
―Chupé varias en mi vida…
―¡Ay, no!
―…y me gusta mucho hacerlo, extraño hacerlo…
―¡No me digas esas cosas! ―la estaba haciendo sufrir y las dos encontrábamos graciosa la situación. Lo sabía porque aunque ella se estuviera muriendo de vergüenza, no dejaba de reírse.
―…no tiene nada de malo, ―volví a sentir el calor en mi vagina, era como si mi excitación reprimida por la repentina aparición de mi hija estuviera aflorando otra vez―. Me gusta chupar vergas.
―¡Ay, me muero!
―Mientras más gordas y venosas sean, más me gustan.
―¡Por favor, mamá! ¡No digas más nada! ―me resultaba sumamente divertido decirle esas cosas, no podía detenerme.
―Me gusta que me acaben en la boca.
Ella de pronto se quedó muda y me miró con un ojo que se asomaba entre los dedos que cubrían su cara. Por un momento creí que había ido demasiado lejos.
―A mi también ―dijo por fin.
Ese instante fue mágico. Nos quedamos mirando con una sonrisa cómplice. Esa barrera que existía entre mi hija y yo parecía haberse desmoronado en tan sólo pocos minutos. De pronto entendí que yo podía ser, además de madre, amiga de Luisa.
―Eso quiere decir que recién… ¿te acabó en la boca? ―Ella asintió con la cabeza―. ¿Estaba rica? ―volvió a asentir―. Me alegro mucho por vos. Hace tanto que no me toca un hombre que… que termino haciendo locuras, como la de esta noche.
―Yo también hago locuras a veces. Por ejemplo, Pablo es mi amigo, no se suponía que se la tendría que haber chupado… pero no me aguanté las ganas.
―Linda sorpresas le diste hoy. Se la chupaste y después me vio a mi desnuda.
―Lo de la chupada no empezó hoy, empezó hace un par de semanas.
―Y yo pensando que mi hija se comportaba al salir ―la expresión de alegría de su rostro se borró súbitamente―. No te lo tomes como un reproche. Te lo digo en serio, vos sos grande y sabés cuidarte sola. Confío en tu criterio y se te gusta este chico tanto como para estar chupándosela, entonces me parece perfecto ―Luisa se mostró más tranquila y la sonrisa volvió a aparecer―. Espero que entiendas que estoy dispuesta a hacer un gran cambio de paradigma con vos. Me di cuenta que al limitarte y al prohibirte cosas sólo consigo que me odies…
―Yo no te odio, mamá ―levanté mi índice, para pedirle que no me interrumpiera.
―…esta es una etapa de mi vida en la que comienzo a darme cuenta lo mucho que desperdicié mi juventud. Tuve mis andanzas, claro, yo no era ninguna monja; pero me hubiera gustado disfrutar mucho más del sexo sin compromisos y no pensar tanto en casarme lo más rápido posible. Por la forma en la que hablaste de Pablo imagino que no hay ningún tipo de compromiso serio entre ustedes, además de una amistad con derecho a roce.
―Sí, es algo así…
―Está bien. Disfrutá todo lo que puedas. Si vas a cambiar de pareja, que imagino que en algún momento lo harás, pensalo bien y dale para adelante. Si querés contarme algo, lo que sea, podés hacerlo.
―Me está gustando esta “nueva mamá”. ¿Te hicieron algún lavado de cerebro mientras yo no estaba?
―Podría decirse que sí, pero me lo hice yo solita ―no le iba a decir que Fabián contribuyó―. Hay una cosa que no me queda clara. ¿Por qué vinieron hasta acá?
―Prometeme que no te vas a enojar.
―Si tenés algo que confesar, este es el mejor momento el que podés hacerlo.
―Pensaba buscar algo de ropa e irme a pasar el resto del fin de semana con Pablo ―abrí grandes mis ojos.
―¿Todo el fin de semana? ¿Y con el permiso de quién ibas a hacer eso?
―Con el tuyo… pero te iba a mentir. Pretendía decirte que me quedaba en lo de una amiga.
―Muy, muy mal Luisa. Pero no te juzgo, entiendo que lo hiciste porque yo siempre me pongo en contra de esas cosas, sin ninguna verdadera razón. Prefiero saber que te vas a coger con un pibe antes de no saber realmente dónde estás. Así me quedaría más tranquila. ¿Este chico es de confianza?
―Sí, lo conozco hace mucho. Íbamos juntos al colegio secundario. Él se queda solo por un fin de semana, porque los padres se van de viaje… y bueno, se nos ocurrió esto.
―Igual te digo que tuviste suerte de encontrarme de buen humor; porque no te hubiera creído la mentira de tu amiga.
―¿Por qué no?
―Porque entraste con el pibe con la pija dura. ¿Qué hubiera pensado?
―Bueno, en primer lugar él no iba a entrar; pero como quería hacer pis no me quedó más opción que decirle que pase. Era eso o mearte las plantas de la entrada.
―Agradezco que hayas sido considerada con mis plantas. Está bien Luisa, podés ir, pero quiero que me mandes mensajes diciéndome que estás bien. Voy a intentar no llamarte a cada rato, no me gustaría estar interrumpiendo nada.
―Tampoco vamos a estar… cogiendo todo el tiempo.
―Sí, claro… y yo nací ayer. Tienen 18 años y una casa sola para ustedes. No tengo que ponerme muy creativa, van a estar cogiendo como conejos ―las mejillas de Luisa enrojecieron―. No te olvides de tomar las pastillas anticonceptivas.
―No puedo creer que seas la misma mamá que vi hoy, antes de irme.
―Ni yo tampoco, pero ¿sabes qué pasa? Yo también me harté de la vieja Carmen. ¿Por qué tengo que pasar toda mi vida malhumorada? Lo único que conseguí con eso es que mi hija no me cuente lo que hace y que no confíe en mí ―ella estuvo a punto de decir algo, pero levanté una mano para interrumpirla―. No tenés por qué pedir perdón, yo solita me lo busqué. Sin embargo ya ves que mi actitud, de ahora en adelante, va a ser muy diferente. No quiero prohibirte el sexo, quiero que puedas disfrutarlo de la misma forma que debí haberlo hecho yo. Simplemente te pido una cosa: desde ahora quiero que confíes en mí y me cuentes con quién salís y qué hacés con esa persona. Pero ojo, no te lo digo para prohibirte nada, sino por dos motivos totalmente diferentes: el primero, para quedarme tranquila y saber dónde y con quién estás; el segundo es para que podamos compartir algún tipo de diálogo juntas, hace un montón que no hablamos de nada. Antes éramos muy amigas; pero a medida que vos fuiste creciendo y yo fui volviéndome una vieja amargada, nuestra amistad se perdió ―los ojos de mi hija lagrimeaban.
―A mí también me encantaría que volviéramos a ser amigas ―se lanzó sobre mí y me dio un fuerte abrazo―. Gracias mamá, sos la mejor.
―Ahora sí puedo decir que soy la mejor ―nos quedamos abrazadas durante unos segundos―. ¿Te molesta si hablo un poquito con este tal Pablo?
―¿Por qué? ¿Querés interrogarlo? ―preguntó apartándose de mí.
―Más o menos. Sólo quiero hacerlo sufrir un poquito ―le mostré una sonrisa maliciosa.
―¿Y eso por qué? ¿No dijiste que no me ibas a prohibir…?
―No quiero prohibirte nada, vos lo sabés… pero él no. Sólo quiero divertirme un poquito con él. Al fin y al cabo él me lo debe, por haberme hecho pasar el papelón de mi vida al verme desnuda.
―¿Al menos te vas a vestir para hablar con él?
―No, ya me vio desnuda. No me importa que me vea un ratito más. Además eso le bajaría la guardia, lo haría poner nervioso.
―Sos una maldita ―ella había heredado mi sonrisa de bruja malvada―. Pero me gusta la idea, porque se lo merece. Él me siempre me carga diciéndome que yo me dejé coger muy fácil.
―¿A vos te molesta que diga eso?
―No mucho; pero me gustaría tener algo para reírme un poquito de él, y un interrogatorio tuyo, al desnudo, sería genial.
―Está bien. Decile que pase, ¿podés dejarme un ratito a solas con él?
―Sí, mientras tanto yo voy a estar preparándome el bolso con ropa. Ya lo llamo.
Luisa se fue directamente hacia el pasillo, yo me levanté y tomé un poco de agua; quería tener la garganta clara para hablar con el muchacho que se cogía a mi hija. Si él pensaba meter el pito entre las piernas de mi nena, debía pagar peaje… y yo sería la cobradora.
Tengo que admitir que esa actitud de “madre superada” se deterioró mucho en el instante en que vi a Pablo entrar. Una vez más me sentí desnuda (bueno, realmente lo estaba) y expuesta. Lo único que me ayudó a tomar un poco de coraje fue ver que el chico tenía más miedo que yo. Estaba pálido, sus ojos se movían nerviosos sin saber dónde posarse y aún conservaba una marcada erección. Al parecer el tiempo que estuvo sólo no le bastó para “enfriarse”. ¿Habrá estado pensando en mi desnudez o en la mamada de Luisa? Tal vez en ambas, sumadas a la idea de que pronto se cogería a mi nena. Recordar eso me dio fuerzas para permanecer firme. Lo miré con actitud desafiante, poniendo los brazos en jarra e inflando mi pecho.
―Bueno, Pablo. Vos y yo tenemos que hablar muy seriamente ―comencé diciendo; esto lo hizo detener en seco, pero yo caminé hasta quedar muy cerca suyo―. Luisa me habló de vos, me dijo que sos un buen chico; pero yo no estoy tan segura de eso.
Su mirada viajaba desde mis tetas hasta mi pubis velludo, una vez que llegaba allí abajo se detenía por un poco más de tiempo antes de volver a subir; separé un poco mis piernas, esto captó su atención de inmediato, se quedó mirándome la concha fijamente y su pene se puso más duro. Admito que me mojé.  
―Yo…
―Esperá, que todavía no terminé ―le dije con severidad―. Sé que Luisa debió estar haciendo algo raro con vos, antes de que entraran. ¿Qué fue lo que pasó? ―ya lo sabía, pero quería escucharlo de él.
―N… no pasó nada.
―Mirá, Pablo, yo soy una mujer grande y tengo mucha experiencia en estos temas ―lo primero era cierto, lo segundo, no―. No me mientas porque es peor. Te vi entrar con el pito duro… es más, todavía lo tenés duro. ¿Me vas a decir que es casualidad?
―Bueno, es que yo… ella… ella quiso, yo no la obligué a nada.
―¿Te la chupó? ―pregunté. Por primera vez me miró a los ojos, pero estaba más confundido que antes―. Contestame. 
―S… sí ―agachó la cabeza otra vez.
―Ya veo. Así me gusta, que digas la verdad ―estaba muy caliente, el pecho me latía muy deprisa, estaba disfrutando mucho del interrogatorio y de sus, poco disimuladas, miradas―. Yo sé que vos te querés llevar a mi nena, para coger con ella ―el chico abrió sus ojos aún más grandes, si es que eso era posible―. Pero no me importa, siempre y cuando me prometas que la vas a tratar bien.
―S… sí, la voy a tratar bien. Lo prometo.
―Bien, bien. ¿Y te la vas a coger bien? ―le pregunté acercándome mucho a él―. Contestame ―él no respondió―. Veo que la tenés re dura ―posé mi mano en su bulto. Me desconocía completamente, ni siquiera sabía qué me impulsaba a actuar de esa manera; pero era un impulso demasiado fuerte como para poder resistirse―. ¿Se la vas a meter toda? ―apreté su verga con más fuerza.
Miré a Pablo con una sonrisa picarona mientras le desprendía el pantalón. Había perdido completamente la compostura. En cuanto su pija quedó liberada, me agaché ante él y, sin darle ningún aviso, me la metí en la boca. No se comparaba en tamaño a la de mi hijo, pero sí estaba muy buena. No quise mirar para arriba, por vergüenza, pero me aferré a ese miembro con una mano y empecé a mamarla como una experta.
No sé cuánto tiempo estuve metiendo y sacando esa pija de mi boca; sólo sé que Pablo no se quejó en ningún momento.
―¡Ah, bueno! Veo que no perdés el tiempo.
Miré a mi derecha, allí estaba Luisa de pie, con los brazos en jarra. Me asusté mucho y comencé a balbucear alguna explicación, pero ella no parecía estar enojada; por el contrario, sonreía.
―Por mí no te detengas ―me dijo.
La quedé mirando y le di una tímida lamida al glande. Ella me hizo una seña con su mano, invitándome a que siguiera adelante. Metí el glande en mi boca y lo lamí. Luisa seguía sin dar señales de enojo. ¿De verdad no le molestaba que le chupara la verga a su…? Allí recordé que en realidad ese no era su novio, sino un “amigo”. Tal vez ella no estaba demasiado vinculada emocionalmente a él, por eso no le importaba que yo le mamara la verga.
Con más confianza, reanudé mi mamada. Hacía mucho que no chupaba una pija, me sentía en la gloria. También estaba muy sorprendida por la actitud de mi hija; sin embargo mi sorpresa no hacía más que comenzar.
Luisa se agachó a mi lado y sacó su lengua. Dio una lamida a la parte del tronco que no estaba dentro de mi boca. Quedé boquiabierta y al hacerlo liberé el pene. Ella aprovechó para tragárselo.
Miré hacia arriba y la sonrisa en la cara de Pablo era indescriptible, nunca en mi vida había visto a alguien tan feliz. Me reí. Él recibiría una mamada a dúo, de una madre y una hija.
Con Luisa comenzamos a turnarnos, mientras ella se la metía en la boca, yo lamía los testículos o el resto del tronco. Luego intercambiábamos lugares. Jamás imaginé que mi hija pudiera chupar pijas con tanta naturalidad… ¡y en frente de su madre! Pero seguramente ella también estaría sorprendida de que yo accediera a hacerlo.
Empecé a masturbarme y a entrar cada vez más en calor. Me agradaba mucho el sexo oral y el compartir de ese momento con mi hija, tenía un gustito extra que me agradaba. Sabía que no deberíamos estar haciéndolo; pero ninguna de las dos mostraba la intención de detenerse.
Estuvimos concentradas bastante tiempo en esa tarea, hasta que yo dejé de chuparle la verga a Pablo. No podía resistirme más, la necesitaba dentro de mí. La calentura me estaba desbordando. Me acerqué a la mesa y me incliné hasta apoyar mis tetas en ella.
―¿Por qué no me mostrás cómo cogés? ―le pregunté.
Miré de reojo, Luisa seguía comiéndosela con ganas, pero se detuvo y me miró. Con una sonrisa y un gesto de la mano le indicó a Pablo que hiciera lo que yo le pedía.
Mi hija ya me había visto chupando una verga, ¡y la habíamos chupado juntas! Estaba tan caliente que poco me importaba que me viera coger.
Ni bien el pibe me la clavó, solté un fuerte gemido. Como tenía la concha muy húmeda y muy abierta, pudo metérmela toda de una sola vez. No me dolió, pero sí la sentí. El gemido no sólo simbolizaba el placer, sino que era también un gran gesto de alivio, por todo el tiempo que me había pasado sin una verga de verdad.
―Cogeme bien fuerte ―le pedí.
Pablo me tomó por la cintura y empezó a darme con todo lo que tenía. Su verga se me enterraba completa y salía con total facilidad. En ese momento no me preocupó que pudieran quedar uvas adentro, ya que estas debían estar bastante profundas y la verga del pibe no llegaba tan lejos.
«¡Al fin, una pija de verdad!», pensaba mientras él me la metía. Tal vez no fuera el mejor del mundo, pero hacía su trabajo, al menos le ponía ganas. Yo sólo quería sentir una buena verga entrando y saliendo de mi concha, lo demás no me importaba.
Sentí una mano apoyándose en una de mis piernas. Giré la cabeza para ver hacia atrás y descubrí que Luisa se había agachado a mi lado y estaba metiendo la cabeza entre mis nalgas y el pubis de Pablo. No tuve que ponerme muy creativa para darme cuenta de que le estaba lamiendo los huevos y, posiblemente, parte de la pija. Pude sentir el cachete izquierdo de mi hija apretado contra mi cola, esto se debía a que Pablo le empujaba la cabeza contra mí cada vez que me penetraba; pero si a ella no le molestaba, a mí tampoco.
Las embestidas del amante de mi hija prosiguieron, yo cerré los ojos y me dediqué a gemir y a disfrutarlas. Hasta que de pronto sentí un húmedo cosquilleo en uno de mis labios vaginales. Abrí los ojos, sorprendida. Ese cosquilleo volvió a producirse, era algo húmedo tocándome. Caí en la cuenta de que se trataba de la lengua de Luisa. Tal vez en su afán por lamer la verga, había tocado sin querer mi vagina.
Cuando el pene retrocedió, volví a sentir ese cosquilleo, y otra vez cuando Pablo volvió a metérmelo. El corazón me dio un vuelco, se sentía muy bien. Sabía que era la lengua de mi hija y que lo hacía sin intención, pero de todas maneras se sentía muy bien. Lamió una vez más, mi concha estaba muy mojada, por lo que Luisa debía estar saboreando mis jugos. Otra más. Gemí. Una lamida más, pero esta vez fue más lenta… y le siguió otra.
Me costaba creer que lo estuviera haciendo sin querer. Pablo se detuvo y sacó casi toda su verga, dejando sólo el glande adentro. La lengua de mi hija volvió a acariciarme el mismo labio vaginal. Me calenté aún más.
Lo más sensato sería pedirle que ya dejara de hacer eso, pero en lugar de eso levanté mi pierna izquierda y la puse sobre la mesa. Requirió un gran esfuerzo hacerlo, pero lo conseguí. De esa forma mi concha quedaba más expuesta del lado en que mi hija estaba agachada.
Pablo reanudó el movimiento, pero lo mantuvo a un ritmo lento, como si quisiera hacerme gozar de cada milímetro de su verga… y lo estaba consiguiendo. Luisa volvió a lamer mi vagina, esta vez se tomó su tiempo, lo hizo lentamente, sin despegar la lengua, partiendo desde el clítoris hasta el otro extremo. Debía decirle algo, sabía que debía; pero no podía. Se sentía demasiado bien.
La puntita de mi lengua me rozó el clítoris y me hizo soltar un fuerte gemido de placer. En lugar de reprocharle su accionar, usé una mano para abrir más mis nalgas. Fue una invitación a pasar, y ella la aceptó. Comenzó a darme rápidas lamidas, de abajo hacia arriba, a todo el largo de la concha, quedándose siempre del mismo lado, porque la verga de Pablo seguía entrando y saliendo y le impedía cruzar. Sin embargo ella pudo lamer cómodamente mi clítoris. De pronto le dio un fuerte chupón a mi botoncito, y me hizo estremecer.
Bajé la pierna de la mesa y me di la vuelta. Luisa se saltó como un resorte y me quedó mirando. Noté miedo en sus ojos.
―Me estaba doliendo la pierna ―dije acariciándome el muslo. No quería que ella se sintiera mal.
Tampoco quería que la cogida que me estaba dando Pablo, se terminara. Me senté en el borde de la mesa y separé las piernas. No tuve que decirle nada al pibe, él se acercó y me clavó otra vez. Luisa también se acercó, dubitativa. Me miró con sus ojos muy abiertos e hizo un amague por bajar la cabeza. Era muy tarde para arrepentirse. Puse una mano en la parte posterior de su cabeza y la guié hasta mi concha. Ella comenzó a jugar con mi clítoris, utilizando la punta de lengua, la cual estaba muy estirada fuera de su boca. Se me entrecerraron los ojos, por el placer. No quería pensar en lo que realmente estaba ocurriendo, sólo quería disfrutarlo. Esta vez mi calentura fue aún mayor, porque podía verla lamiéndome la concha. Aunque su lengua no sólo se interesaba en mi sexo, sino que también recorría el pene de Pablo, recolectando el flujo vaginal que éste extraía de mi cuevita.
Nunca en la vida había experimentado algo similar, mi cuerpo apenas podía contener tanta calentura. Mi hija cerró sus labios alrededor de mi clítoris y comenzó a chuparlo.
―¡Ay, sí! Así… así ―empecé a repetir.
La verga abandonó mi concha y Luisa aprovechó ese instante para metérsela en la boca. La saboreó durante unos segundos y luego la liberó. Ésta volvió a clavarse en mi agujero y la boquita de mi hijita regresó a mi clítoris.
Gemí descontroladamente.
―¡Chupá, chupá! ―Comencé a alentarla.
Ni yo podía creer mis palabras, no estaba pidiéndole a Pablo que me cogiera con más fuerza, sino que le estaba pidiendo a mi hija que me comiera el clítoris.
El pibe retrocedió, sacando toda su vega. Luisa se agachó delante de mí y hundió su cabeza entre mis piernas. Su lengua se encerró en mi húmedo huequecito y comenzó a moverla. Ya no se trataba de brindarme algún “estímulo extra”, ahora lo único que recibía eran las chupadas de mi propia hija. No podía pedirle que se detuviera. No quería que se detuviera. Nunca me la habían chupado de esa manera, y me volvía loca.
Bajé la mirada y me encontré con los grandes ojos de Luisa, nos quedamos mirando fijamente. Ella tenía su boca pegada a mi concha y chupaba sin despegarse. Sólo con la mirada le di a entender que me gustaba mucho lo que hacía.
Pablo se quedó de pie a mi lado, mirando la escena con una gran sonrisa. Apuesto toda mí casa a que nunca se imaginó que esa noche vería algo como esto.
Luisa continuó chupándome la concha con alevosía, los minutos pasaban y ella no me soltaba; yo tampoco dejaba de gemir. Nunca me había imaginado que una de mis mayores experiencias sexuales pudiera provenir de la boca de mi propia hija.
―Pará, pará, Luisa ―le dije cerrando las piernas. Ella se puso de pie.
―Mamá, perdón, yo sé que está mal pero…
―Es muy incómodo estar sentada en esa mesa ―le dije, ignorando sus palabras―. Mejor me siento en el sillón.
Me acerqué hasta el gran sofá que había contra la pared, y me dejé caer en él. Levanté mis piernas y posé los pies sobre los suaves almohadones. Le hice señas a mi hija para que se acercara, ella sonrió y sin decir nada, se arrodilló una vez más frente a mí y comenzó a chuparme la concha. También le indiqué a Pablo que se nos uniera. Agarré su verga y la llevé a mi boca. Comencé a mamarla al mismo ritmo en que mi hija me comía la raja.
Con un ojo miré hacia abajó y noté que ella también tenía las piernas abiertas, la corta pollerita se le había levantado y había hecho a un lado la tanga. Se estaba masturbando copiosamente.
Pasados unos minutos Pablo anunció:
―Estoy por acabar.
―Mejor ―le dije―. Quiero tomarme toda la lechita.
―Yo también quiero.
Luisa dejó de chuparme la concha para llevar su cabeza hasta la verga. Una vez más nos vimos las dos mamando juntas ese falo; pero esta vez tenía sus ágiles dedos masturbándome. No podía ser tan egoísta y no devolverle el favor a mi nena. Con mi mano izquierda acaricié su cola y busqué su concha. Sin asco, se la acaricié. La tenía muy caliente y mojada. Le metí dos dedos y éstos entraron con facilidad. Ella chupaba la pija de Pablo con los ojos cerrados, mientras yo hacía lo posible por lamer el tronco.
De pronto ella sacó la verga de su boca y ésta comenzó a escupir leche en grandes cantidades. Nuestras lenguas se peleaban por recolectar la mayor cantidad posible. Tragué todo lo que pude y luego sentí la lengua de mi hija en mi mentón. Ésta subió hasta mis labios y se coló dentro. Comenzamos a besarnos y a intercambiar semen, sin dejar de masturbarnos mutuamente.
Cuando el apasionado y húmedo beso terminó, le dije:
―¿Me das otra chupadita? Ya estoy por acabar.
―Sí.
Se agachó una vez más y reanudó su excepcional trabajo. Metí la verga de Pablo en mi boca y limpié de ella los últimos rastros de semen.
―¿Te chupo el culo también? ―la pregunta de Luisa me descolocó; pero no podía responderle de otra manera.
―Sí.
―Entonces date vuelta.
Hice lo que me pidió. Me puse de rodillas en el sofá y apoyé mis brazos en el respaldar. Casi de inmediato Luisa hundió su cara entre mis nalgas. Su lengua buscó rápidamente mi culo, éste se resistió un poquito, pero terminó cediendo ante las incesantes lamidas. Era la primera vez que me chupaban el culo y me lo estaban haciendo de maravilla. Luisa demostró ser una experta en sexo oral. Su lengua no se olvidó de mi concha, ya que ésta también recibió muchas lamidas. Comencé a masturbarme mientras ella volvía a centrarse en mi culo.
No pasó mucho tiempo hasta que pude comenzar a gozar de una seguidilla de orgasmos, algunos de los más ricos que experimenté en toda mi vida. Mi hija no dejó de lamerme ni por un segundo.
Cuando me di la vuelta, ella estaba con los ojos cerrados, masturbándose intensamente. La miré con una gran sonrisa en la cara y la dejé acabar. Sabía, por la expresión en su rostro, que ella estaba disfrutando de un intenso orgasmo.
Acumuló aire en sus pulmones y por fin lo dejó salir, en forma de un hermoso suspiro de placer.
―Eso fue de locos ―dijo entre jadeos―. De locos, pero mal.
Comencé a sentirme avergonzada por la forma en que había actuado y por lo permisiva que había sido con mi hija. No quería que ella se sintiera de la misma manera, por eso hice el comentario más positivo que se me ocurrió:
―A mí me gustó.
Ella me miró y me regaló una cálida sonrisa.
―Me alegro. Pero…
―Pero nada. Ustedes tienen que irse. Yo no quiero robarles más tiempo.
―Pero…
―Nada, Luisa. Vayan tranquilos ―intenté mostrarme lo más alegre posible―. Además, después de esto estoy fundida. Necesito dormir.
Todo era una treta para que ella se fuera lo más rápido posible. Sabía que habíamos sido partícipes de algo demencial, y no quería hablar del tema en ese preciso momento. No quería que nada me arruinara la hermosa experiencia que había tenido.
―Vayan ―volví a decirles―. Después me cuentan qué tal la pasaron.
Luisa se resignó, pero no se enojó. Se despidió de mí con un fuerte abrazo y me dio otro beso en la boca. ¿Esa sería la forma en la que nos saludaríamos de ahora en adelante? Pablo también quiso darme un beso, pero me aparté. Riéndome le dije que se los reservara para mi hija. Él no comprendió, pero Luisa lo jaló del brazo y lo arrastró fuera de la cocina-comedor.
Poco después los escuché salir de la casa.
Me quedé sentada en el sillón, con la cabeza a punto de estallar. Debía procesar demasiada información. De pronto recordé las malditas uvas y a mi hijo.
―¡Fabián, ya podés salir! ―grité.
Él salió, completamente desnudo, pero su verga estaba flácida y se hamacaba como la trompa de un elefante. Soy su madre y puedo reconocer cuando mi hijo está enojado. Él estaba furioso. Imaginé que le molestaba haberse quedado tanto tiempo escondido, como si fuera un criminal.
―¿Me vas a ayudar a sacar las uvas? ―le pregunté, con la intención de calmarlo.
―¿Por qué no le pedís a Luisa y a su noviecito que te las saquen?

Al decir esto pasó caminando delante de mí, se dirigió hacia su cuarto y se encerró en él, dando un fuerte portazo.  

Continuará...

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Al fin, como esperaba está serie.sos como el vino con el tiempo escribís mejor.Saludos y no dejes de escribir
Nokomi ha dicho que…
Gracias! Y sí, es lógico que con el tiempo escriba mejor. Si luego de haber pasado TANTAS horas escribiendo, no empezaba a hacerlo mejor... debería darme una patada en la nuca xD.
Anónimo ha dicho que…
¡Qué buenas series de relatos que armaste! No te vuelvas a desaparecer tanto tiempo, por favor :(
Anónimo ha dicho que…
Gracias Nokomi por continuar con las series, fiel seguidora de tus relatos, excelente como siempre saludos, att:M.P.
Nokomi ha dicho que…
Muchas gracias por los mensajes, me alegra que les gusten mis relatos :)
XSuicideBoyX ha dicho que…
¡Como ansíaba esta serie! Me encanta la manera en la que narras, es tan sútil y explícita. Me ha encantado esta continuación.
Anónimo ha dicho que…
Hola amiga cuando saldra el nuevo capítulo de strip poker en familia tus relatos son exelentes te felicito
Anónimo ha dicho que…
Me masturbe dos veces pensando en cogerme a mi hija gracias hermosa

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