El Fruto del Incesto (Malditas Uvas).
Capítulo 04.
Los Celos de mi Hijo.
La reacción de Fabián me puso triste, obviamente estaba
celoso de su hermana... y del “novio” de ésta. Me había propasado, no debió ser
nada agradable para mi hijo ver como se la chupaba a un chico de su edad… y
luego ver como su propia hermana me comía la concha. Fue una completa locura.
Fue muy irresponsable de mi parte comportarme de esa forma, pero algo extraño
me ocurrió cuando admiraba la erección que tenía el muchacho. Me sobrepasó la
increíble necesidad de sentir una verga dura dentro de la boca, poder
saborearla y envolverla con mi lengua, degustar el amargo sabor de los jugos
preseminales... y de que me la metiera toda por la concha.
Volví a mi dormitorio, cerré la puerta y me recosté en la
cama. Sin darme cuenta mis dedos comenzaron a acariciarme el clítoris, la
humedad de mi sexo aún era abundante. En mi mente todavía estaba muy viva la gratificante
sensación que me produjo de ese suculento pene y recordé que tal vez, con un
poco de suerte, las malditas uvas saldrían si es que yo podía llegar al orgasmo...
otra vez. Porque en el preciso momento en que llegué al clímax, luego de que mi
hija me chupara el culo, sentí algo bajando en mi interior; pero en lugar de
pujar, provoqué que el objeto volviera a entrar. Ahora sabía que, de ser
realmente una uva, debería pujar en ese momento, y posiblemente también
necesitaría introducir mis dedos para sacarla.
A esta altura de la noche lo más sensato era ir al
ginecólogo, pero como aún era de madrugada, prefería intentar todo lo que se me
ocurriera; tal vez ocurriría un milagro y me ahorraría la vergüenza de ir… ¿a
quién quería engañar? Sabía que no me quedaría tranquila aunque viera salir
diez uvas más; siempre me quedaría la sensación de que alguna pudo quedar
dentro. De todas formas estaba muy excitada y quería llegar al orgasmo.
Comencé a masturbarme a conciencia, cerrando los ojos
para poder imaginar mejor que se la estaba mamando otra vez a ese chico.
Pasados unos segundos mi imaginación comenzó a
traicionarme, de a ratos me veía comiendo esa misma verga que minutos antes
había estado dentro de mi boca, y en ocasiones veía aparecer el imponente miembro
viril de mi hijo, con la venas bien marcadas y el glande suave y brilloso.
También se cruzaban por mi mente imágenes de mi hija comiéndome el clítoris.
De repente escuché un ruido proveniente de la puerta de
mi dormitorio y regresé a la realidad. Al abrir los ojos vi a Fabián,
completamente desnudo, ingresando. No dejé de masturbarme, eso me produjo una
sensación extrañamente placentera; había llegado al punto en el que podía
hacerme una paja frente a mi hijo como si eso fuera lo más normal del mundo… o
tal vez era porque me calentaba hacerlo. No quería saberlo, cualquier respuesta
a eso me resultaba aterradora. Él se acercó y se quedó de pie junto a mí, me
fijé que su grueso miembro se tambaleaba entre sus piernas, flácido pero aún
con un tamaño envidiable.
Miré a Fabián a los ojos mientras mis dedos seguían
moviéndose entre mis labios vaginales, sin perder el ritmo. Mis piernas estaban
algo separadas y él podía ver claramente cómo me masturbaba, ser consciente de
esto hizo que algo en el interior de mi pecho se revolviera vertiginosamente.
Instintivamente separe un poco más las piernas e introduje dos dedos en ni
concha, iniciando así el mecánico movimiento de meterlos y sacarlos.
—¿Pasa algo? —le pregunté con gran naturalidad, sin dejar
de tocarme. Había un leve tono de madre enfadada en mi voz.
—Em... quería pedirte disculpas, creo que te traté un
poco mal.
—Sí, así fue —el húmedo chasquido de mis dedos invadiendo
mi sexo cubría los pequeños silencios entre las palabras.
—Me pone mal saber que te maltraté injustamente.
Algo que caracterizaba a Fabián era que rara vez se
mantenía enfadado por mucho tiempo. Por lo general solía ser el primero en
pedir perdón, algo de lo que su hermana y yo nos aprovechábamos un poquito.
—Sé que no actué de la forma más coherente del mundo,
pero me sorprende que me hayas tratado de esa forma, después de todo lo que
hablamos.
Sabía que él me estaba mirando, abrí los labios de mi
concha tanto como pude y luego froté mi clítoris formando círculos.
—Lo que pasó es que...
No dijo más nada, se quedó hipnotizado mirando cómo mis
dedos recorrían ávidamente mi sexo. No sabía exactamente por qué me estaba
comportando de esa manera, pero un placentero impulso me obligaba a seguir
adelante, y a ser más osada. Lleve los dedos cubiertos de flujos vaginales
hasta mi boca y una vez allí los separé, un delgado hilo de jugos quedó
colgando entre ellos, lo junté con mi lengua y luego me chupé los dedos
lentamente, una vez terminada mi clara manifestación de calentura, continúe
pajeándome frente a mi hijo, abriendo mi concha, casi como si quisiera decirle:
«Mirá lo mojada que estoy».
—¿Qué es lo que pasa? —le pregunté.
—No importa, no lo entenderías.
—Podrías intentar explicarme al menos.
Se quedó dubitativo durante unos segundos, mirando como
yo me tocaba.
—Tiene que ver con lo que hiciste con ese pibe... y con
Luisa.
—Melo suponía.
—Pero no es lo que vos te imaginás, no me pareció mal que
lo hayas hecho; pero sí me puso un poco celoso.
—Creo que es entendible, al fin y al cabo soy tu mamá.
—Tampoco va por ese lado la cosa. Los celos eran con
todos, con vos, con Luisa, con el chico ese...
—Vas a tener que explicarte mejor, Fabián ―me sorprendía
que le costara tanto expresarse, él solía ser exageradamente práctico para
explicar algo.
—Lo que pasa es que... ese pibe ahora debe estar con
Luisa, cogiendo, y vos se la chupaste... y también te cogió… y pasó todo eso.
Luisa también se la chupó. Es decir, todos pueden disfrutar de un momento de
sexo, menos yo. Yo no tengo a nadie.
Me detuve al instante, las palabras de mi hijo me tomaron
por sorpresa y me conmovieron.
—¿De verdad te sentís así?
—Sí. Yo sabía que Luisa no era virgen, pero me jodió un
poquito saber con certeza que esta misma noche iba a tener con quién acostarse,
y yo no... como siempre. También estuvo eso de ver cómo se la chupabas al pibe,
eso fue lo peor.
―¿Estás seguro de que eso fue lo peor? ―la pregunta iba
por lo que ocurrió con Luisa.
―Sí, eso fue lo que más me molestó. Porque él ya tenía a
Luisa y después a vos también. Se la terminaron chupando entre las dos. Yo
nunca pude sentir… bueno, es decir, a mí nunca nadie me la chupó. Perdoname si
me la agarré con vos, sé que no es justo; pero ese fue el motivo por el cual me
enojé. Sé que puede parecer una boludez…
—No hace falta que me pidas disculpas, mi amor ―lo
interrumpí. Me sorprendió que no le molestara lo que había hecho con su hermana
y se centrara más en lo que pasó con el pibe―. Entiendo perfectamente cómo te
sentís. Si bien yo no soy virgen, y vos sos la prueba irrefutable de eso, me
sentí igual que vos en muchas ocasiones, especialmente cuando salía con mis
amigas. Ellas siempre tenían alguna anécdota sexual nueva, o un nuevo admirador
que les andaba atrás y yo, desde que me separé de tu padre, tuve muy pocas
cosas nuevas que compartir con ellas. Aunque lo cierto es que antes tampoco tenía...
en fin, el punto es que muchas veces tuve que volverme sola y triste a mitad de
la noche porque ellas salían con sus parejas. Lo peor de todo era tener que
aparentar que estaba todo bien que era muy feliz estando sola, sin un hombre
que me complique la vida; pero después terminaba llorando en la cama, sola.
Me había sincerado con mi hijo como nunca lo había hecho
con nadie en toda mi vida. Los sucesos ocurridos durante las últimas horas
habían quebrado una gran barrera entre mis hijos y yo. Sentía que podía confiar
totalmente en Fabián y hablar de cualquier cosa, y ya no me inhibía estar
exponiendo mi desnudez ante él.
Fabián me quedó mirando en silencio, tal vez lo había
puesto incómodo con mi confesión sentimental. Pensé rápido en algo que decir,
algo para romper el frío silencio que se había formado entre los dos; pero él
se me anticipó diciendo:
—Siempre creí que tenías muchos hombres atrás tuyo.
—¿Qué? ¿Quién? ¿Yo? —Comencé a preguntar con
incredulidad— ¿Por qué creíste eso?
—No sé… supongo que porque sos una mujer muy linda.
Lo dijo con tanta naturalidad que casi me lo creí, pero
luego comencé a reírme.
—Ay, Fabián, vos decís eso porque soy tu mamá. Es como si
yo te dijera a vos que sos lindo, por más que seas el hombre más hermoso del
mundo, no lo creerías viniendo de mí.
—Tenés razón, no te lo creería.
—Sin embargo tenés algo muy a tu favor, y eso no lo podés
discutir.
—¿Qué cosa? —preguntó arqueando las cejas.
—Bueno —mi mirada se posó en esa especie de trompa de
elefante que le colgaba entre las piernas—, me da un poco de vergüenza; pero te
lo digo como mujer, olvidate por un segundo de que soy tu mamá —me miró como si
me estuviera apurando para que le respondiera—. Es que… tenés una verga bien
grande… y muy linda.
¿Linda? ¿Por qué carajo le dije linda?
—Es decir… —continué—, es de buen tamaño, y eso le va a
gustar a muchas mujeres. Te lo aseguro.
Estaba completamente segura de que me había puesto roja
como un tomate, casi tanto como cuando le pedí que me ayudara con el problema
de las uvas.
—No lo sé, soy muy tímido con las mujeres.
—Lo sé. Pero seamos sinceros, si le mostraras eso —señalé
su pene flácido, pero imponente— a la chica indicada, la tenés rendida a tus
pies… o al menos le vas a despertar curiosidad; la va a querer probar.
—Las mujeres son complicadas, siempre se muestran
distantes cuando se les hace una referencia al sexo.
—No sé en qué chica estarás pensando, pero no todas son
así. Es cierto que hay muchas que son bastante cerradas en cuanto al sexo, pero
otras son mucho más liberales, o simplemente se lo toman con más naturalidad.
Como te dije, es cuestión de que encuentres la chica indicada para que te la…
bueno, para que puedas saber cómo se siente una mamada.
—¡Uf! Hasta que pase eso, me muero virgen.
Me dio mucha pena la forma en la que lo dijo. Me sentí
una mala madre, porque yo sabía que mi hijo pasaba prácticamente todos los días
sólo, y nunca me había presentado una novia; yo decidí ignorar esos factores y
pensar que él era feliz. Estaba tan centrada en mi propia depresión que me
olvidé por completo de los sentimientos y los problemas de mi propio hijo.
De pronto estaba tomando consciencia de todo el daño que
había hecho a mis hijos con mi maldita depresión y me sentí horrible. En ese
preciso instante me prometí a mí misma que ya no les complicaría la vida con
mis problemas; debía estar feliz… por ellos.
—No te preocupes, Fabián. ¿Querés que sea lo más sincera
que puedo ser? —él asintió rápidamente con su cabeza. Suspiré y le dije lo que
tenía en mente—. Tenés que animarte más con las mujeres. Te aseguro que algún
día vas a encontrar una putita que se vuelva loca al verte la pija. Tal vez te
cueste creerlo, pero es la verdad. Ni siquiera vas a tener necesidad de
hablarle que la vas a tener arrodillada a tus pies, chupándotela toda —a medida
que hablaba una fuerte ola de calor subía por mi cuerpo ¿por qué me resultaba
tan excitante decirle esas cosas a mi hijo? Lo mismo me había pasado al ser
directa con Luisa; lo peor era que no me podía quedar callada, de mi boca
seguían saliendo frases con contenido sexual explícito—. Creeme, yo sé lo que
te digo, tengo amigas que han estado hablando mal de algunos hombres, incluso
los trataban de idiotas aburridos, pero cuando vieron la pija que tenían, ya
estaban con la concha abierta esperando a que las claven —mi mano se dirigió
hacia mi entrepierna por voluntad propia
y comencé a acariciarme el clítoris suavemente.
—¿De verdad?
—Claro que sí Fabián. Como te dije, hay mujeres de todo
tipo, simplemente tenés que encontrar alguna que se ajuste a tus necesidades,
ya sea que prefieras algo serio o sólo coger. Si sabés buscar, lo vas a
encontrar ―volví a clavar la mirada en su miembro―. Lo más lindo de tu verga
—mi otra mano, que también pareció moverse por voluntad propia, se dirigió
directamente hacia su pene, mis dedos se cerraron alrededor de ese blando
cilindro de carne—, lo más lindo es que es bien ancha —mi pecho se aceleró, al
igual que la mano que acariciaba mi entrepierna—. Lo bueno de una verga grande
no es que sea larga, sino ancha… es hermoso sentir cómo la concha se te va
abriendo mientras te la van enterrando poco a poco —comencé a masajear el pene
de mi hijo mientras miraba fijamente cómo se sacudía entre mis dedos.
―¿De verdad pensás que puede ser tan fácil?
―Claro que sí ―una fugaz ráfaga de placer me recorrió el
cuerpo cuando toqué mi clítoris de la forma apropiada; eso me dio coraje para
sincerarme aún más―. Confieso que yo también caí en la tentación que provoca
una verga de buen tamaño. Antes de conocer a tu papá tuve un noviecito que no
me resultaba muy interesante, pero con el que me animé a tener relaciones
sexuales. Cuando le vi la verga por primera vez quedé encantada, y eso que no
era tan grande como la tuya; sin embargo en aquellos tiempos yo no había visto
muchas vergas y esa me pareció muy grande —lo que se estaba poniendo grande era
el pene de mi hijo, que se endurecía bajo la juguetona presión de mis dedos—.
La primera vez que me la metió me hizo ver las estrellas, al principio me dolió
un poco, pero cuando entró toda…. ¡uf! Quería que me cogiera durante toda la
noche. Con él supe lo que era recibir una BUENA cogida —mientras más hablaba
más me calentaba y mis manos ganaban confianza, los dedos de mi vagina movían
mis labios de forma descontrolada y mi hijo ya tenía la verga completamente
dura debido a que, prácticamente, lo estaba masturbando a él también—. Él me
levantaba las piernas hasta que mis rodillas quedaban a la altura de mi cabeza,
me dejaba bien abierta y después me la clavaba hasta los huevos… cuando me
acostumbré a su tamaño le pedía que me la metiera toda de una, porque adoraba
sentir cómo se me abría la concha ante semejante pedazo. A mí me gustaba que me
hiciera lo que quisiera, a veces me calentaba tanto que me daban ganas de
pedirle que me pusiera en cuatro y que me diera por el culo…
Me quedé callada al instante y mis manos se detuvieron,
en ese momento me di cuenta de que había hablado de más.
—¿Y qué pasó? —preguntó mi hijo con naturalidad.
Lo miré a los ojos y no vi ninguna señal de vergüenza en
ellos. ¿Acaso no le molestaba que su madre le contara semejantes anécdotas
sexuales y que además confesara que le gustaría probar el sexo anal? Pasados
unos pocos segundos me vi obligada a seguir hablando, para romper el incómodo
silencio.
—Eh… al final no sucedió, cortamos antes de que pudiera
animarme a pedírselo. Aparentemente consiguió una mina que cogía mejor que yo.
Sé que me dejó por otra, aunque me haya dicho que no.
—Qué triste.
—No, eso no es lo más triste, lo peor es que poco tiempo
después conocí a tu padre y mi vida sexual se fue al caño.
—¿Tan malo era el sexo con papá?
—Al principio no, tampoco era grandioso, pero estaba
bien. Yo creía estar muy enamorada de él, pero después, cuando llegó la vida de
casados, todo se volvió rutina, mal humor, discusiones… yo intenté muchas pero
muchas veces restaurar la pasión en la cama, pero nada fue suficiente.
—¿Con él si llegaste a hacerlo por la cola? —preguntó con
la tranquilidad de un periodista haciendo una aburrida entrevista. Me irritaba
esa tranquilidad; pero estaba tan excitada que no me importó mucho.
—No, nunca llegué a pedírselo, tal vez haya sido por
rencor; algo en mí me decía que él no merecía hacerme la cola. Siempre me quedé
con las ganas de probarlo —no podía creer que le estuviera contando eso a mi propio
hijo. Sentía más confianza con él que con todos los hombres de mi vida.
—¿Después de papá no estuviste con nadie más?
—Hubo algunos intentos, a los que les puse muchas ganas,
pero la mayoría no pasaron del sexo oral.
—Se ve que te gusta eso…
—Bueno, sí —sonreí—, nunca me negué a hacer un buen pete
—de nuevo la calentura se apoderó de mí—. Sé que a muchas mujeres no les gusta,
pero para mí es una de las sensaciones más lindas que hay en el sexo… tener una
pija bien dura adentro de la boca, chupar unos buenos huevos… tragarse toda la
leche.
—No te imaginaba haciendo eso —me sorprendía cómo su voz
podía ser tan monótona.
—¿Qué? ¿Chupando vergas?
—No, tragándote la leche.
—Uy sí, eso lo hice muchas veces. No sólo porque sé que a
los hombres les fascina ver como una mujer se la traga toda, sino porque yo
también lo disfruto, me encanta… especialmente cuando sale bien espesa y
cremosa —mis manos retomaron el trabajo masturbatorio, tanto en mi concha como
en la verga de mi hijo—. Poco después de haberme separado de tu papá le di una
sorpresa muy grata a un tipo con el que salí a cenar. Era un hombre sumamente
correcto y con muy buenos modales, de anteojos, peinado con la raya al costado;
el típico Nerd de escuela secundaria. Me lo habían presentado mis amigas porque
era un “buen tipo”. Como me estaba aburriendo y estaba muy caliente, lo
convencí para que fuéramos al baño del restaurante y ahí nomás, sin darle
tiempo a lamentarse, me arrodillé y empecé a comerle la pija. Mientras se la
chupaba yo lo miraba con cara de puta viciosa; el tipo no lo podía creer —vi
que mi hijo sonreía, lo cual era muy raro en él, eso me animó a seguir
contándole y a ser más explícita—. Le hice de todo, me metí las bolas en la
boca y al mismo tiempo lo pajeé con fuerza —al decir esto la mano que
masturbaba a Fabián se aceleró durante unos instantes—, me la tragué completa…
la tenía re dura, justo como a mí me gustan. Cuando le pasaba la lengua por la
cabeza de la verga le empecé a decir cosas chanchas, como «Me vas a dar de tomar toda la lechita», ó «¿Vamos a un telo y me partís la concha?»; me acuerdo que también le
dije: «Hoy estoy re puta, quiero que me
den bomba toda la noche». Ahí fue cuando el tipo acabó y yo, como había
prometido, me tomé toda la lechita; y fue bastante, se notaba que él llevaba
largo tiempo sin descargarse. Tengo que admitir que la disfruté mucho, estaba
muy rica. Me puse contenta porque al tipo no se le bajó, así que me paré y me
saqué la bombacha, puse las manos contra la pared y le pedí que me cogiera. Él
me levantó el vestido, yo estaba re mojada así que la verga entró muy fácil ―al
decir eso me metí dos dedos en la concha y me alegré de que mi hijo me viera
hacerlo―. Le pedí que me diera con fuerza y él obedeció, la estaba pasando muy
pero muy bien cuando al muy pelotudo se le ocurre acabar otra vez. Para colmo
estaba tan agitado que parecía que se iba a morir de un infarto. Me enojé y me
fui del restaurante, sin bombacha. Tuve que volver a casa a hacerme una paja.
La noche no terminó muy bien, después me sentí culpable por haber actuado de
esa manera, pero estaba muy resentida por haber desperdiciado tanto tiempo con
tu padre.
—No creo que hayas hecho mal.
—¿Te parece?
—Sí, hiciste lo que hubieras querido hacer con papá. Te
liberaste…
—Sí, yo creo que sí, a pesar de que no haya salido tan
bien, tengo que admitir que fue una de las noches más calientes que tuve, me
gustó eso de sentirme una puta por un rato. Y a eso es a lo que me refería con
lo que te dije, Fabián. Si un tipo que me cayera simpático me ofreciera una
pija como ésta, no dudaría ni un segundo en comérmela toda. ¿Sabés cuantas
putitas peores que yo andan dando vuelta? Si lo que vos querés es ponerla podés
encontrar una mina buena con la que tener una linda relación; pero si eso tarda
mucho en llegar estás en todo tu derecho de cogerte a la primer putita que se
cruce en tu camino.
Mi mirada se perdió en el punto que se dibujaba en el
centro de la reluciente cabeza de la verga de mi hijo. De allí caía una gotita
de líquido preseminal y algo en mi interior se prendía fuego de deseo, si bien
hacía pocos minutos había estado disfrutando de una rica pija en mi boca, había
algo me hipnotizaba y me atraía hacia esta. Un repentino cosquilleo en mi parte
baja me despertó de ese trance tan obsceno, curiosamente se trataba de los
dedos de Fabián, que rápidamente se estaban introduciendo por el húmedo
orificio de mi vagina. Lo miré sorprendida.
—Todavía tenemos que sacar esas uvas —me dijo con esa
calma tan propia de él.
—Ah, sí, sí… tenés razón
Para ser honesta, me había olvidado por completo de esas
uvas. Ya estaba convencida de que sólo meter los dedos no ayudaría en
prácticamente nada; pero la sensación que me provocó sentirlos entrando en mi
cavidad fue tan hermosa que me nubló el sentido común. Lo único que hice fue
abrir las piernas y recostarme sobre la cama. Fabián hincó una rodilla en el
colchón y su verga quedó, aún aferrada por mí, a unos centímetros por encima de
mi pecho. Sus dedos fueron aún más profundo en mi vagina y se me escapó un
suspiro cargado de placer.
Permanecí acostada, con los ojos cerrados, permitiendo
que mi hijo hurgara dentro de mi vagina con total libertad. Sus dedos parecían
haber adquirido cierta destreza, o tal vez se trataba de que lo estuviera haciendo
con mayor seguridad; los toqueteos no se limitaban a las paredes internas de mi
sexo sino que también estaba su pulgar haciendo un trabajo maravilloso sobre mi
clítoris.
Él era demasiado bueno conmigo y yo comprendía sus celos
a la perfección, es más, si yo hubiera estado en su lugar me habría puesto
igual de celosa. No es una linda sensación saber que todos a tu alrededor
tienen una persona con la que disfrutar del sexo y vos tengas que quedarte
mirando o, peor aún, irte sin siquiera poder ver lo que van a hacer. No tenía
idea de que Fabián, a sus veinticuatro años, aún seguía siendo virgen y, para
empeorar las cosas, ni siquiera le habían chupado la verga… esa verga que ahora
estaba erecta bajo la fuerte presión de mis dedos que se negaban a soltarla.
Una disparatada idea se me cruzó por la cabeza, estuve a punto de comentársela
a mi hijo, pero me atemoricé. Dos segundos más tarde me dije a mí misma que no
era tan mala idea, era una pequeña retribución a la enorme ayuda que me había
prestado; pero seguía sin animarme a decírselo. Dudé una tercera vez y está vez
busqué convencerme con el argumento de que Fabián no sólo se lo había ganado
sino que también se lo merecía, por todos los años de espera. Además había
permitido que su hermana me chupara la concha. Esto solamente sería una muy
pequeña muestra de… afecto, para que él pudiera tener aunque sea una pequeña
anécdota para contar si alguien le preguntaba sobre ese asunto. Anécdota que
obviamente debería contar evitando unos cuantos detalles, pero confiaba en su discreción.
El corazón me palpitaba con fuerza por la incertidumbre, al final dejé de
racionalizar tanto el problema y decidí actuar.
—Fabián…
—¿Si?
—Cerrá los ojos un ratito.
—¿Para qué?
—Vos hacelo, confiá en mí.
—Está bien —dejó caer sus parpados con suavidad. Yo miré
fijamente hacia sus velludos testículos.
—Ahora quiero que pienses en alguna chica que te guste
mucho.
—No sé en quién pensar…
—Fijate, tiene que haber alguna chica de tu facultad que
te parezca sexy.
—Emm… sí, Yamila —había visto una vez a esa tal Yamila,
era una chica muy bonita, con cara de angelito, pero con unas tetas que
infartarían a cualquiera. Además era caderona y culona, lo que la hacía un imán
para las miradas, ya sean masculinas o femeninas.
—Esa nena está muy linda, y te aseguro que debe tener su
lado de putita atrás de esa carita de mosquita muerta. Bueno, pensá bien en
ella, imaginala lo mejor que puedas.
—Listo —dijo él sin abrir sus ojos.
La mente me quedó en blanco, simplemente actué. Acerqué
mi cabeza hasta su sexo, lo dejé apuntando para arriba y, sin perder ni un
segundo, abrí mi boca e introduje uno de sus arrugados testículos. Me pareció
demasiado grande, pero de todas formas me las ingenié para pasarle la lengua y
darle un buen chupón. Fabián no dijo ni una palabra, tampoco abrió los ojos.
Luego me incorporé en la cama, quedando sentada, aún con
los dedos de mi hijo dentro de la concha. Volví a abrir la boca, saqué la
lengua y ésta comenzó a danzar en círculos sobre el brilloso glande,
recolectando las amargas, pero excitantemente agradables, gotitas de líquido
preseminal. No me entretuve mucho con esa tarea, a pesar de que me resultaba
sumamente agradable. Estaba muy nerviosa ya que no podía dejar de pensar que se
trataba de la verga de mi propio hijo; una verga que yo no debería estar
chupando. Sin embargo, ya lo estaba haciendo… y quería darle una grata
experiencia, aunque fuera de pocos segundos. Junté más coraje aún, abrí mi boca
tanto como pude, incluso sentí la tensión en la comisura de mis labios, y me
metí esa dura pija tan adentro como me fue posible. A pesar de mis esfuerzos
solo llegué a tragarme el glande y un poco más. Bajé la cabeza y conseguí
engullir otro poco, pero luego tuve que sacarla para tomar aire. Inspiré con
fuerza y volví a comérmela, llenándola con mi saliva e intentando acariciarla
con mi lengua, pero no tenía mucho lugar para moverla. Los dedos dentro de mi
concha se movieron en círculos, casi como si me alentaran a seguir, y de hecho
lo consiguieron, ya que mi intención era dar por terminado el “obsequio” a mi
hijo en ese momento. Él ya sabía lo que sentía tener la verga dentro de una
boca y yo podía (o debía) detenerme; pero no pude hacerlo. Comencé a mover mi
cabeza de atrás hacia adelante, dejando que esa gran verga se deslizara por mis
labios y se posara completa sobre mi lengua. La saliva me chorreaba por los
lados, pero ni siquiera eso me detuvo. El no haber chupado pijas durante años
había hecho mella en mí, y si bien esa era la segunda que me comía en el
transcurso de la noche, un extraño revoltijo en mi interior me producía la
sensación de que era la primera vez que chupaba una. Estoy segura de que eso se
debía al inmenso morbo provocado por el hecho de que esa pija, además de ser de
gran tamaño, era la de mi propio hijo.
La saqué de mi boca, busqué rápidamente uno de sus
testículos y le di unos buenos chupones para luego subir por todo el tronco,
lamiéndolo lentamente. Cuando llegué a la cabeza volví a tragarla. Me sentía
una sucia petera… y me encantaba. Nada me importaba, me encantaba sentirla dura
dentro de mi boca, estaba re caliente. Sin dejar de mamarla, tomé la mano que
mi hijo tenía en mi entrepierna y la presioné más hacia adentro. Sus dedos se
pusieron a jugar en el interior de mi húmeda y dilatada concha. Me sentía una
estrella porno dándole chupones a la cabeza de la pija mientras saltaba saliva
para todos lados. Apoyé esa verga contra mi cara y mientras me la restregaba
por las mejillas y la boca, lo masturbé con fuerza. Luego volví a engullirla
para dejármela dentro de la boca varios segundos, saboreándola todo lo que me
fuera posible.
Este morbos acto sexual parecía tenerme absorbida por
completo; sin embargo en cuanto lo escuché gemir a mi hijo, volví a la
realidad. No podía estar haciéndole eso a Fabián, era irresponsable e insensato
de mi parte. Me detuve en el acto y me dejé caer en la cama, hasta que mi
cabeza chocó contra el colchón. Respiré de forma agitada para recuperar aire,
aunque no se debía solo al haber mamado una pija tan grande, sino a los incesantes
dedos que se movían dentro de mí.
—Ahora ya sabés cómo se siente —le dije; esta vez sí
abrió los ojos, me miró fijamente y la vergüenza me invadió.
—Eso no me lo esperaba —parecía confundido, alterado. Desvié
la mirada, centrándome en un punto imaginario del techo.
—Tomalo como un pequeño regalito por todo lo que me estás
ayudando. Espero que hayas pensado todo el tiempo en Yamila.
—S… Sí… gracias —parecía genuinamente contento. Eso me
devolvió un poco la calma.
—Como madre, te digo que estoy muy agradecida con vos,
porque me estás ayudando con un tema tan delicado, y te merecías un regalito a
cambio. Como mujer te digo que tenés una pija muy rica, que da gusto chupar
—estaba demasiado excitada, las palabras salían de mi boca sin filtro alguno—. Mirá
que me he comido varias pijas a lo largo de mi vida, pero nunca una que no
pudiera tragar completa. Ni me quiero imaginar la cantidad de leche que saldrá
de esa manguera cuando acabás…
—Bueno sí, a veces sale bastante —ese comentario me sacó
una perversa sonrisa.
—Si te buscás una putita que le guste tragarse toda la
leche, como a mí, la vas a hacer muy feliz. A la edad de Yamila las minas
suelen andar con las hormonas alteradas, y aunque no lo demuestren, se mueren
de ganas de coger.
—Parece que vos también tuviste tus momentos de… putita,
en tu juventud —dijo esas últimas palabras con timidez. Pero como y seguía
caliente y sus dedos aún seguían en mi húmeda y dilatada vagina, no me dio
pudor contestarle, al contrario, me daba cierto gusto hacerlo.
—¡Claro que sí! Pero no tuve tanto sexo como me hubiera
gustado; sin embargo estando sola he llegado a hacer varias locuras.
―¿Qué tipo de locuras? ―noté genuina curiosidad en
él.
―Como
la que hice esta noche.
―¿O
sea que ya habías probado antes con uvas?
―No,
eso no; pero sí había probado con otras cosas.
―¿Cómo
qué?
―Me
da vergüenza.
―Con
todo lo que me contaste, ¿ahora me venís con que te da vergüenza?
―Imagino
que debe parecer contradictorio; pero esto es diferente…
―Está
bien, no te voy a obligar a que me cuentes nada, sólo preguntaba por mera
curiosidad.
En ese momento sus dedos comenzaron a entrar y salir del
agujero de mi concha. Instintivamente me recosté y separé más las piernas.
Realmente me acaloraba mucho tener a alguien tocándome de esa manera, aunque
ese alguien fuera mi hijo… pero, tal vez… eso hacía que me calentara aún más,
porque sabía muy bien que nada de esto debería estar pasando. Así como tampoco
debió pasar lo que hice con Luisa.
Sin querer las cosas habían llegado demasiado lejos, y no
me apetecía volver atrás. Mi calentura era como una montaña rusa, con altibajos
y emociones vertiginosas sorpresivas; a una de estas sensaciones la tuve cuando
volví a sujetar firmemente la gruesa verga de Fabián y la tuve erecta e
imponente justo sobre mi cara, a escasos centímetros de mi boca. Tenía unas
ganas locas de volver a tragármela otra vez, de volver a disfrutar de su
rigidez, de pasarle la lengua de punta a punta… pero no podía hacer eso; ya me
había excedido con el “obsequio” que le di. La idea era que él supiera qué se
siente que alguien se la chupe, no hacerle un pete completo. No correspondía
que yo le estuviera haciendo petes a mi hijo. Debía ser honesta conmigo misma,
ya no tenía motivos para estar mamando esa verga. ¡Era la de mi hijo! No podía
comportarme de esa manera. Logré contenerme, pero toda esa calentura acumulada
debía ser canalizada hacia otro lado, por eso es que le confesé qué era eso
“diferente” que había experimentado.
―Cuando
era joven y no tenía novio ―comencé
diciendo mientras acariciaba el venoso falo―,
me gustaba masturbarme usando zanahorias ―hice
una breve pausa pero Fabián no dijo nada―.
Sé que te parecerá una locura, pero a mí me encantaba; especialmente cuando me
las metía por el culo.
Al decir esto último sentí una vez más esa vertiginosa
ola de calentura, inconscientemente apunté la verga hacia mi rostro y el glande
de mi hijo se deslizó por mi mejilla y por la comisura de mis labios, dejando
allí un amargo pero sabroso líquido preseminal.
―A
esta altura ya no me sorprende…
―¿No?
―No
mucho. Es que después de que me dijiste lo de las uvas imaginé que no era la
primera vez que experimentabas con alguna fruta o una verdura ―él decía cosas tan
íntimas como esas en un tono tan calmado que hacía que pareciera lo más normal
del mundo―. Lo que
sí me sorprende un poco es que también lo hayas probado por la cola… ¿por eso
es que te gusta el sexo anal?
―Yo
creo que sí. Tenía unos veinte años la primera vez que me animé a meterme una
zanahoria por el culo. Si te digo la verdad, al principio no me agradó mucho,
me ardía y sentía que nunca la iba a poder meter; sin embargo seguí
insistiendo. Me embadurné el culo con una crema de manos y volví a probar… no
te puedo explicar lo mucho que me gustó sentir cómo se deslizaba hacia adentro ―mientras hablaba recibía
los dedos de Fabián dentro de mi concha y yo seguía sujetando firmemente su
verga y frotándola contra mi cara―.
Por ser la primera vez usé una zanahoria bastante delgada y no estuve mucho
rato haciéndolo, sin embargo cuando me fui acostumbrando a la sensación me
animé a probar con una bastante más gruesa. La sensación fue mucho mejor, me
gustó tanto que me pasé toda la noche dándome por el culo con eso… imaginando
que un hombre pijudo me poseía y me hacía su puta.
A medida que le iba contando a mi hijo uno de mis más
íntimos secretos, éste no dejaba de mover sus dedos dentro y fuera de mi
concha… sí, por fuera también. No se limitaba a penetrarme sino que también,
esporádicamente, se tomaba la molestia de acariciar frenéticamente mi clítoris.
Cada vez me resultaba más difícil resistir la tentación; de mi boca seguían
escapando palabras imprudentes.
―Desde
aquella vez siempre tuve ganas de que me montaran por el culo, pero nunca
encontré un hombre que me inspirara la confianza suficiente como para
pedírselo. Se debe sentir hermoso que te claven una buena verga por atrás ―mi lengua furtiva escapó
de mi boca por un segundo y fue directo a acariciar la punta del glande,
recolectando así ese meloso líquido preseminal―.
¿Te imaginás metiéndosela por el culo a Yamila? Ella es bastante culona, pero
con este pedazo la vas a partir al medio… la vas a hacer feliz ―volví a darle
otra lamida―. A mí me haría muy feliz que me metieran una pija bien gruesa por
el culo ―una lamida más―. Me gustaría que me agarren de los pelos y me monten
por el culo, como a una yegua ―volví a lamerlo; no podía controlar mi boca, en
ningún sentido―. Quiero que me rompan el orto, y me lo dejen bien lleno de
leche.
Allí fue cuando perdí la escasa compostura que aún me
quedaba. Actué prácticamente por acto reflejo, como si mi cerebro ya no
estuviera a cargo de mis movimientos.
Cerré los ojos, porque no quería verlo a la cara. Abrí la
boca y le di un fuerte chupón a la punta de la verga de Fabián.
―Hasta me da un poco de envidia ―continué―. A esa putita de
Yamila, ya le deben haber hecho la cola unas cuantas veces ―mi lengua acarició
la pequeña rayita en la punta de la verga―. Pero vos no te preocupes, Fabián,
cuando vos le metas todo esto, se va a sentir virgen otra vez.
Como si ya nada
importara, comencé a chuparla otra vez. Esta vez no tenía excusa para hacerlo,
simplemente lo hice.
Me resultaba un poco frustrante el no poder tragarla
completa, pero me esforcé por meterme un buen pedazo, aunque la boca me
doliera. Al estar acostada debía subir y bajar la cabeza, como si estuviera
haciendo abdominales; a mi edad esto también podía resultar un tedioso.
―Vení
―le dije a mi hijo
al mismo tiempo en que me apartaba de él―,
sentate en la cama ―él
obedeció rápido, se sentó en el borde, dejando sus pies en el suelo, y al suelo
fui yo, a ponerme de rodillas―.
Ahora vas a saber lo que es un pete de verdad.
Le di un leve empujón en el pecho, él cayó de espaldas
sobre el colchón y yo volví a aferrarme a su dura pija. Estaba exaltada y no me
demoré ni un segundo en volver a tragármela, pero esta vez pude hacerlo con
mayor comodidad, bajando la cabeza para engullirla. Debido al largo que tenía,
se me facilitaba mucho la tarea de masturbarlo mientras se la mamaba. En ese
momento no me importaba en absoluto que mi hijo me viera como una petera
durante el resto de su vida; de hecho yo estaba decidida a darle una mamada
que, justamente, pudiera recordar durante el resto de su vida.
No perdí la oportunidad de lamer sus huevos y
engullirlos, pero principalmente me concentré en el glande, que era la parte
que más me gustaba y la que menos me costaba chupar.
Mecanicé mis movimientos, subí y bajé mi cabeza
rápidamente, teniendo cuidado de no atragantarme con toda esa carne, pero
engulléndola lo máximo posible. Con una mano lo masturbaba constantemente y con
la otra le acariciaba los huevos. Los segundos pasaban y mi boca se
acostumbraba cada vez más a ese ancho falo. Era la mejor pija que me había
comido en toda mi vida. De a ratos la sacaba de mi boca y me golpeaba la cara
con ella, me gustaba sentirla tan dura; pero más me gustaba tragarla y sentirla
palpitar dentro de mi boca.
―Qué rica está, me encanta ―dije jadeando. La lamí como
si fuera un helado, desde los huevos hasta la punta―. Siempre quise comerme una
así de grande.
Puse esa dura pija entre mis tetas y las apreté. La punta
sobresalía para que yo pudiera chuparla cómodamente. Había pasado mucho tiempo
desde la última vez que había usado mis pechos de esa forma y estaba temerosa
de hacerlo mal, sin embargo la respiración agitada de mi hijo me indicaba que
lo estaba disfrutando.
―¡Uf! Comerme todo esto me pone re caliente. Si así de
rico se siente chuparla, ni me quiero imaginar lo que se debe sentir tenerla
dentro de la concha. Se me abre toda de sólo imaginarlo.
Estaba completamente loca; me carcomía la cabeza de morbo
al decirle esas cosas a mi hijo, y no quería detenerme.
Tuve que dejar mis tetas fuera del juego sólo porque
necesitaba una de mis manos para masturbarme. De todas formas me mantuve
chupando ávidamente mientras mis dedos surcaban mi concha. Le di una intensa
lamida a su glande.
―¡Ay, Dios! Qué linda cabeza, para tenerla metida en el
culo.
Estaba diciendo las peores guarangadas de mi vida, y lo
peor de todo era que lo decía acerca del pene de mi hijo. Me la tragué otra
vez, mi concha era una catarata de flujos.
Noté que la verga de mi hijo palpitaba con mayor
intensidad.
―¿Estás por acabar? ―lamí su glande―. No te preocupes,
quiero ver esa lechita saltando. Dejá salir toda la lechita, que yo me encargo.
Me la comí otra vez y lo masturbé con mucha fuerza.
―Dame la lechita, que me la voy a tomar todita.
Tal vez estas palabras lo relajaron, porque luego de
seguir chupando durante unos pocos segundos un pequeño chorro de semen cayó
sobre mi lengua. Anticipándome a lo que estaba por venir, me alejé un par de
centímetros de la verga y abrí la boca. Tal y como lo había imaginado, el
segundo disparo de leche fue mucho más potente, vino bien cargado y espeso; la
mayor parte cayó dentro de mi boca, pero también sobre mi mentón. Mientras me
tragaba ese blanco néctar sexual, una nueva descarga cayó de lleno contra mi
cara y otra más impactó sobre el puente de mi nariz. Volví a abrir la boca para
dejar entrar la leche; me sorprendía que salieran tantos chorros tan cargados,
pero yo los recibía con todo gusto, ya sea dentro de mi boca o en cualquier
parte de mi rostro. Incluso el semen llegó a chorrerar por la mano con la que
sostenía la verga.
Pude haber dejado de chupar en el mismo instante en que
la última gota salió, sin embargo el tragarla me había dejado tal euforia.
―¡Uf! ¡Cuánta lechita, qué rico! Bien espesa y calentita,
justo como a mí me gusta.
Reanudé la mamada, incluso con más ímpetu que antes, sin
dejar de pajearme. Como una puta adicta al semen, lamí el dorso de mi propia
mano, también me pasé la verga por la cara, recolectando el esperma que yacía
allí y tomándomelo con mucho gusto. Di suculentos chupones a la punta de esa
pija y luego me la metí en la boca todo lo que pude. Comencé a subir y bajar mi
cabeza frenéticamente.
No podía dejar de chupar, en parte porque me agradaba
mucho hacerlo y también porque no sabía con qué cara miraría a mi hijo luego de
lo ocurrido. Sin embargo ese miembro tan viril comenzó a morir lentamente, poco
a poco fue perdiendo su rigidez y el glande fue refugiándose dentro del
prepucio. Extendí la acción todo lo que pude, dando constantes lamidas a todo
el tronco, pero llegó un momento en el que supe que debía detenerme y encarar
la situación.
Sin mirar a Fabián me senté en la cama, a su derecha, y
como si fuera lo más natural del mundo tomé la punta de la sábana y limpié con
ella el exceso de semen que quedaba en mi rostro; de todas formas tendría que
lavarlas, por lo que no me importó ensuciarlas. Me quedé en silencio escuchando
la agitada respiración de Fabián, éste aún permanecía acostado, con los brazos
extendidos, mirando el techo como si se tratara del mismísimo paraíso. Podría
estar muerta de vergüenza por mi alocado comportamiento; pero a mí la calentura
no se me había pasado, por lo que no me importó.
―¿Qué
tal estuvo? ―me
animé a preguntarle, para romper el silencio.
―Fue
mucho mejor de lo que me imaginaba.
―Supuse
que merecías tener la experiencia completa, no me gusta dejar las cosas a
medias ―era una excusa
muy mala, pero fue la única que se me ocurrió.
―Muchas
gracias. Al menos ahora sé cómo es, ya no me siento tan mal. Aunque tengo que
admitir que nunca me imaginé que llegarías a tanto.
―Yo
tampoco. Pero te pido que no le demos muchas vueltas al asunto ―me atemorizaba
que él empezara a hacer algún tipo de análisis de la situación―. Simplemente tomalo
como un regalito, y nada más.
―Bueno, está bien ―al parecer él también prefería hablar
lo menos posible sobre lo ocurrido.
―Ahora necesito acabar yo, porque de lo contrario voy a
explotar.
Posiblemente Fabián ya había tenido suficiente con el
“regalito” que le di, pero yo seguía estando igual de caliente, tal vez más
incluso, debido al sabor a semen que inundaba mi boca. Me acosté en la cama,
boca arriba, separé mis piernas y reanudé la masturbación con total soltura. No
sólo le había hecho un pete a mi hijo y me había tragado su semen, sino que
ahora estaba haciéndome un paja justo delante de él, indicándole que mi
intención no era otra que acabar. Todo eso generaba un inmenso cúmulo de morbo
en mí.
―¿Necesitás ayuda? ―me preguntó sentándose en la cama.
Por supuesto que debía decirle que no, ¿por qué motivo él
debería ayudarme a masturbarme? Pero lo que salió de mi boca fue:
―Sí, meteme los dedos.
Acto seguido flexioné mis rodillas y separé las piernas
tanto como pude, froté mi clítoris intensamente y los dedos de Fabián volvieron
a introducirse con absoluta facilidad; pero brindándome mucho placer. Él los
flexionó, acariciando internamente el techo de mi cuevita.
―Ay, eso me gusta ―dije acelerando el ritmo.
Repitió la acción varias veces, por mi parte yo me
dedicaba a imaginar que todavía le estaba chupando la verga.
―Fijate si podés meterme otro dedo ―le supliqué.
Fabián obedeció sin poner peros. El tercer dedo me dilató
aún más la concha, pero entró con relativa facilidad.
Allí estaba yo, con mi hijo pajeándome a tres dedos,
luego de haberme llenado la boca con su espeso semen. La calentura fue tanta
que no pude soportarlo más, estallé en un fuerte orgasmo. Solté varios gemidos
acompasados y froté mi clítoris mientras los dedos de Fabián entraban y salían
rápidamente. Me retorcí en la cama, arqueé mi espalda. Un flujo de goce bajó
por el interior de mi concha, mis músculos se estremecieron y mi corazón se
aceleró tanto que temí que me diera un infarto; por suerte esto no ocurrió. Esta
vez recordé pujar.
Mientras yo intentaba recobrar la compostura Fabián soltó
un gritó de júbilo:
―¡Mirá! ¡Pude sacar otra uva!
Con la sonrisa de un niño inocente me mostró el
endemoniado fruto cubierto por mis flujos vaginales. Me contagió con toda su
alegría.
―¡Qué bueno! ¡Yo sabía que esto tenía que funcionar!
Mis esperanzas de quedar completamente liberada de esas
putas uvas, volvió. La fruta había salido, pero mi calentura aún permanecía
prácticamente intacta.
―¿Me vas a seguir ayudando? ―pregunté.
―Obvio.
Continuará...
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