Me niego a ser Lesbiana (30)

Capítulo 30

Desvarío Sexual.


Llegué al consultorio de mi psicólogo creyendo que debería aguardar unos minutos antes de ser atendida, me había preparado mentalmente para eso y pretendía utilizar ese tiempo para ordenar mis ideas y decidir cuál sería la forma más apropiada de exponer mis problemas; sin embargo me equivoqué.
Fabrizio abrió la puerta con una radiante sonrisa. Era un hombre muy pulcro, vestido todo de negro, con un mentón cuadrado prolijamente afeitado y peinado con raya al medio; llevaba puestas un par de gafas rectangulares, que le brindaban un aspecto aún más profesional.
Se hizo a un lado, invitándome a pasar, y me pidió que tomara asiento; la sesión iniciaría inmediatamente.
Eché un rápido vistazo al consultorio, era pequeño pero estaba amueblado de forma tan agradable, que daba gusto entrar. Tan sólo había dos sillones para elegir, por lo que supuse que lo suyo no eran las terapias de pareja. Me senté en el que creí sería para los pacientes, ya que era el más cercano a la puerta.  Fabrizio se sentó frente a mí, sin quitar la sonrisa de su rostro, y preguntó:
―¿Qué te trae por aquí, Lucrecia?
La cabeza se me llenó de posibles respuestas, fue como si un camión cargado de problemas mentales vaciara todo el contenido de su remolque dentro de mi cerebro.
―Son muchos motivos ―atiné a decir―. No sé por dónde empezar. Es la primera vez que hago terapia, y creo que tendría que haber comenzado hace mucho tiempo. Quisiera poder decirte algo ahora mismo, pero tengo tantos quilombos en la cabeza que no sé qué decir. Perdón, tendría que haber ordenado un poco mis ideas antes de venir, pero lo pospuse hasta último momento.
Fabrizio cruzó las piernas y entrelazó los dedos de sus manos, seguía sonriéndome con amabilidad.
―Lucrecia, no te preocupes; no importa por dónde comiences, ahora mismo no es necesario que sigamos algún tipo de orden para tus… inconvenientes. Podés limitarte a contarme cuál es el que mayores dificultades te trae ahora mismo, luego vamos hilando con los otros temas que te preocupan.
―Bueno, ahora mismo lo que más me preocupa es Anabella.
―¿Quién es Anabella?
―Una m… mujer, de la que estoy enamorada.
―Dudaste. ¿Tenías miedo de decirme que estás enamorada de una mujer?
―No, eso no me molesta. Dudé porque iba a decir “monja”.
Esta fue la primera vez que noté genuino asombro en el rostro de Fabrizio, y no habían pasado ni treinta segundos desde que inició la sesión.
―Sé que suena disparatado ―continué―, pero es la verdad. Estoy enamorada de una monja. Ya está, lo dije.
―Eso sí que es poco convencional ―dijo rascándose la barbilla.
―Imagino que no vendrán muchos pacientes a decirte que están enamorados de monjas; pero estoy segura de que eso se debe a que nunca conocieron a una monja como Anabella.
―¿Y cómo es ella? ¿Qué la hace tan especial para vos?
Reflexioné durante unos pocos segundos, no sabía cómo describirla, nunca me habían pedido que lo hiciera; pero entre la confusión, llegó a mi cabeza una hermosa melodía, trayéndome la respuesta que buscaba.
―¿Alguna vez escuchaste una canción de Los Beatles llamada “The Inner Ligh”.
―La luz interior… me suena el título, pero no la recuerdo muy bien.
―Bueno, tal vez esto te parezca un poco abstracto, pero voy a intentar explicarme de la mejor manera. Hace poco, escuchando esa canción atentamente, me di cuenta de lo que dice la última estrofa, traducida al español sería algo así como: “Arribar sin viajar; velo todo sin mirar; hazlo todo sin hacerlo”. Cuando capté esas frases noté que Anabella me hacía sentir de esa misma manera.
―No te sigo.
―Te dije que podía ser confuso. Veamos, ¿cómo puedo explicarlo mejor? Para arribar hace falta llegar a un lugar nuevo, o regresar a uno que habías estado antes. ¿Cómo se puede hacer eso sin viajar? Se puede si el movimiento es interno. ¿Se puede ver todo sin mirar? Sí, cuando se mira desde el corazón. ¿Se puede hacer todo sin hacerlo? Sí, usando la imaginación podemos hacer todo lo que deseemos, sin realmente hacerlo. Sé que la canción tiene un sentido aún más místico, pero creo que en parte a eso se refiere con lo de “luz interior”.
―Comprendo, ¿y dónde entra Anabella en todo esto?
―Muy sencillo, ella moviliza todo en mí, sin moverme del lugar; ella me hizo ver cosas que yo ni siquiera sabía que existían, sin necesidad de mostrármelas; ella me lleva la imaginación a límites insospechados. En definitiva, ella es mi luz interior.
Fabrizio no dijo ni una palabra, se quedó muy quiero mirándome fijamente, por un momento creí que se había convertido en una estatua de mármol; pero seguía respirando. Él no había comprendido nada de lo que le dije y me sentí como una imbécil.
―Perdón ―le dije―, creo que me expliqué de forma muy confusa.
―No, no… entendí perfectamente, lo que pasó es que me conmovieron tus palabras; pensé en la persona que amo y me di cuenta de que yo también me siento igual con él.
―Qué bueno que puedas sentir eso con alguien ―dije sonriendo―, y que tengas la posibilidad de estar junto a esa persona.
―Sí, sé que soy muy afortunado. Te hago otra pregunta ¿Cómo conociste a Anabella?
Durante los siguientes minutos le conté, de forma bastante resumida, mi historia con Anabella, partiendo desde la primera vez que nos vimos, dentro de la capilla de la universidad. Le hablé del tiempo que pasamos juntas, de mis deseos por ella, le mencioné todas las veces que ella me ayudó cuando yo me encontré en dificultades, y le conté de las discusiones que tuvimos. Incluso llegué a narrarle, sin dar detalles sexuales, el fin de semana que pasamos juntas.
―¿Y qué es lo que te preocupa? ―fue la primera pregunta que me hizo desde que comencé a contarle todo―. Por lo que veo se llegó a concretar eso que tanto querías.
―Sí, pero al mismo tiempo acordamos que no se repetiría. Prometimos que, luego de ese fin de semana, no volveríamos a tener relaciones sexuales ni tampoco iniciaríamos algún tipo de relación amorosa. Todo debe volver a ser como fue antes.
―¿Y por qué razón llegaron a ese acuerdo? Lo pregunto porque vos no parecés estar conforme con la situación, y sin embargo accediste.
―Accedí porque quiero respetar su decisión. Ella es monja, dice que Dios es el centro de su vida, y que debe continuar dedicándola a Él.
―¿Y vos qué pensás acerca de eso?
―Pienso que, de ser verdad, debería hacerlo.
―¿Y de no ser verdad?
―Entonces no vería razón alguna para que nuestra relación no se pueda llevar a cabo. La verdad es que no creo que Anabella haya sido del todo sincera conmigo; creo que el verdadero problema es que se niega a aceptar la realidad.
―¿Y cuál es la realidad?
―Que es lesbiana.
Aguardé por alguna reacción de Fabrizio, pero no hubo ninguna, este tipo me ponía los nervios de punta, a veces podía parecer un maniquí. Me miraba como si esperase que yo siguiera hablando, pero como me mantuve en silencio no le quedó más opción que hablar él.
―No todas las personas son capaces de aceptarse como son. La sexualidad es un tema complejo.
―Lo sé, por eso mismo no estoy enojada con ella. A mí me costó mucho trabajo aceptarlo, y ni siquiera ahora puedo estar segura de si soy lesbiana o no.
―Este tema me resulta interesante, puede traer muchas cuestiones útiles para la terapia.
―Miré la hora en mi celular, habíamos estado conversando durante unos cincuenta minutos.
―¿Las sesiones no son de una hora? ―pregunté.
―Por lo general, sí; pero por ser la primera, podemos extendernos un poco más, especialmente ahora, que salió un tema tan importante. ¿Por qué dudás de ser lesbiana?
Apreté los labios en una clara señal de que no quería hablar sobre eso; pero le estaba pagando a Fabrizio para que escuchara mis problemas, y mis locuras; mi tarea consistía en hablar de eso con la mayor franqueza posible. Tal vez era justamente eso lo que más me incomodaba, tener que sincerarme con un desconocido y decirle cosas que tal vez ni siquiera se las diría a mis mejores amigas.
―En algunas ocasiones ―dije después de unos segundos― he llegado a pensar que mi “lesbianismo” no es más que una actitud de rebeldía, un intento por encontrar un poco de libertad ―el psicólogo asintió con la cabeza, pero no dijo nada, supuse que quería que yo siguiera hablando―. Hace un tiempo, cuando ni siquiera dudaba de mi sexualidad, me sentía oprimida por mis padres, especialmente por mi mamá. Yo era la típica “niña buena” que siempre hacía caso a su padres y se esforzaba para que ellos pudieran presumir de tener una hija perfecta; pero con el tiempo me harté de esa situación, y mandé todo a la mierda. Por esa razón ya no vivo más con mis padres.
―¿Te fuiste de tu casa?
―No, ellos me echaron ―sentí un nudo en la garganta, de pronto tuve ganas de llorar―. Cuando ocurrió eso no sabía dónde me iba a quedar, pero Lara, que era mi novia en aquel momento, convenció a sus padres para que me albergaran durante unos días; también estuve en la casa de una prima mía, e incluso llegué a dormir en una habitación dentro del convento, gracias a Anabella.
―Lara… no la habías mencionado hasta ahora.
―Sí, es que ella no es un problema, con Lara me llevo muy bien, a pesar de que ya no estamos juntas. Fue mi primera novia, estaba enamorada de ella.
―¿Y ya no?
―No lo sé… a veces pienso en ella y me gustaría repetir muchos buenos momentos que pasamos juntas, pero… no sé… ella dejó de atraerme cuando empecé a sentir cosas por Anabella.
―¿La relación con Lara era difícil?
―No, en absoluto. Siempre nos poníamos de acuerdo en todo, incluso cuando no estábamos de acuerdo. Sé que suena contradictorio, pero así era. Ambas intentábamos ceder todo lo posible para adaptarnos a la relación. Lara siempre aceptaba mis locuras, y yo las suyas; de hecho iniciamos y terminamos la relación de muy buena manera. En el momento en que le planteé si ella quería ser mi novia, aceptó inmediatamente y fuimos muy felices; pero después de un tiempo la cosa se fue apagando, yo me enamoré de Anabella y a ella le empezó a gustar otra chica, que se llama Samantha. Ahí fue cuando decidimos separarnos.
Fabrizio volvió a rascarse la barbilla, luego dijo:
―Tengo una teoría, pero no estoy del todo seguro si encaja con lo que te pasó a vos. Normalmente no te diría nada si no estuviera seguro, pero quiero que me ayudes a entender si esta teoría puede estar acertada o no.
―Está bien. ¿Cuál es tu teoría?
―Tu relación con Anabella, según lo que me has contado, siempre fue problemática, además ella te rechazaba constantemente. Por el otro lado tenemos a Lara, una chica que buscaba adaptarse a vos, con la que tenías una relación más sana y menos conflictiva. A lo que voy es que no te costó nada iniciar una relación con Lara, en cambio con Anabella recibís un rechazo tras otro, incluso después del fin de semana que pasaron juntas; volvió a rechazar la posibilidad de formar una relación amorosa con vos. Muchas personas se sienten atraídas hacia el rechazo, porque se empecinan en conseguir aquello que no tienen; pero ignoran lo que ya tienen y no se dan cuenta de que esto a veces puede ser mucho mejor que lo que intentan conseguir.
¡Páfate! Las palabras de Fabrizio fueron como una descarga eléctrica. Me quedé boquiabierta, gesticulando como un pez al que habían sacado del agua. Me sentí igual que la vez que se me cayó la carpeta en plena clase, justo cuando debía entregarle un trabajo práctico a un profesor; me sentía tan avergonzada y estaba tan desconcertada que no podía ubicar el trabajo a entregar entre todas las hojas; lo peor de todo era que el profesor me miraba con impaciencia, de la misma forma en la que me estaba mirando Fabrizio. Él aguardaba por una respuesta y yo tenía todos mis pensamientos desparramados por el piso y no sabía cuál juntar para poder entregárselo.
―No todo fue fácil con Lara ―fueron las primeras palabras que logré articular―. Una vez tuvimos una pelea bastante fuerte, estuvimos un tiempo sin hablarnos. Me enojé con ella por algo que pasó; pero…
―¿Pero? ―no respondí―. Lucrecia, necesito que completes lo que ibas a decir, porque estoy seguro de que ese “pero” esconde algo importante.
«Maldito y perspicaz psicólogo de mármol», pensé.
―Pero al final ella no tenía la culpa de nada, todo resultó ser un mal entendido y la verdadera culpable del problema era otra persona.
―¿Después de eso volvieron a estar juntas normalmente?
―Sí, de hecho diría que nuestra relación mejoró después de esa separación.
―Entonces, ¿pensás que mi teoría es errónea?
―¿Me estás diciendo que debería buscar a Lara y no a Anabella?
―No, yo no estoy acá para tomar decisiones por vos, lo que pretendo es que analices la situación desde otro punto de vista.
―¿Cuál sería ese? ―estaba negada a considerar cualquier posibilidad que me hiciera apartarme de Anabella.
―Vos me dijiste que todavía te cuestionás tu sexualidad, ¿nunca te cuestionaste el por qué de tu fijación con Anabella? Como te dije, mucha gente suele verse atraída hacia aquellas personas que las rechazan, porque quieren aquello que no tienen…
―Ignorando lo que sí tienen ―tragué saliva―. En algo tenés razón.
―¿En qué?
―En que yo ignoré a Lara cuando empecé a sentir cosas por Anabella. Antes Lara estaba en un primer plano para mí, pero luego ese puesto pasó a estar ocupado por la monja. Ella se volvió casi una obsesión, hice muchas estupideces para acercarme más a ella y mientras más conflictiva se volvía la relación, más la deseaba. Incluso llegué a pedirle que dejara los hábitos, cosa que no dio resultado… me siento mal por haberle dicho eso, ahora veo que fue una actitud egoísta; yo sólo quiero que los deje para que esté conmigo, no porque piense que es lo mejor para ella. Además ya sé que ella no los va a dejar sólo porque yo se lo pida.
―Estás ante una situación que vos no podés controlar ni cambiar; pero sí evitar.
―Es cierto, podría evitarla alejándome de Anabella, pero en este momento ella es la razón de mi felicidad… si me alejo de ella me voy a morir de angustia… ya de por sí me cuesta dormir, si no la veo no sé cómo voy a terminar.
―¿Esos problemas de sueño se deben a Anabella?
―No creo, ese es otro problema, y tal vez sea uno mucho más serio que Anabella ―hundí mi cara entre mis manos―. Te dije que estoy llena de quilombos… son muchas cosas, no sé cómo procesar todo junto.
―Es que no tenés que procesar todo junto, sino que tenés que ir de a poco. ¿Cuál es el problema que te complica el sueño? No te lo pregunto para tratarlo ahora mismo, sino para conocerlo. Me gustaría que entre esta sesión y las próximas me expongas los que consideres los problemas más importantes, y luego iremos tratando uno por uno.
Presioné mis ojos con la yema de los dedos, los sentí humedecerse por las lágrimas que afloraban; sentía un profundo dolor en el alma.
―Me violaron.
Inmediatamente después de haber confesado eso, rompí a llorar copiosamente. Nunca creí que tuviera que contarle eso a un extraño, pero confiaba en Fabrizio, no tanto porque él fuera psicólogo, sino por mi maldito problema de confiar en todo el mundo. Quise controlar mi llanto, pero no conseguí hacerlo. Algo suave tocó una de mis manos, al abrir los ojos me di cuenta de que se trataba de un pañuelo descartable. Le agradecí a Fabrizio y comencé a secarme las lágrimas.
―Perdón, te estoy haciendo perder tiempo ―dije, sin poder dejar de llorar.
―No te preocupes, vos tomate todo el tiempo que necesites.
No sé cuánto tiempo me llevó tranquilizarme, pero sé que fueron más de cinco minutos, o al menos así se sintieron. Tuve que usar una buena cantidad de pañuelos para limpiarme las lágrimas y la nariz. Cuando por fin me sentí un poco mejor, dije:
―Desde que me enteré de la violación, estoy sufriendo pánico al intentar dormir. A veces no puedo conciliar el sueño, o me despierto a mitad de la noche con el pulso acelerado.
―¿Sentís miedo al estar sola?
―Sí… no lo había considerado, pero a veces me da miedo quedarme sola en mi casa, por eso siempre intento estar rodeada de gente.
―Hay una cosa que no comprendo. ¿Cómo es eso de que te “enteraste” de la violación?
―Es que no me acordaba. ¿Qué loco, no? ¿Cómo alguien puede olvidarse de un suceso tan importante?
―¿Lo olvidaste por completo o lo reemplazaste con otra cosa?
―Creo que lo suavicé… recordaba haber tenido relaciones sexuales con un chico de mi edad, y también recordaba que él había insistido mucho. En mi memoria era una mala experiencia sexual, y fue la primera de mi vida; pero nunca me imaginé que en realidad la cosa había sido mucho peor. Recordé todo hace poco, justo antes de pasar ese fin de semana con Anabella. Me encontré con este… con este hijo de puta…
―¿Dónde?
―En la discoteca en la que trabajo, Afrodita. Él quería hablar conmigo… el muy hijo de puta quería hablar conmigo y para colmo tenía la caradurez de venir con una sonrisa, como si nada hubiera pasado. ¿Cómo se puede ser tan hijo de puta en la vida? ―apreté los puños y las muelas, tenía ganas de romperle la cara a ese hijo de puta―. De no ser por mi hermana, Abigail, tal vez hubiera ocurrido lo mismo otra vez, pero ella se interpuso. Ella sí recordaba lo que me había ocurrido. No entiendo cómo fue que yo me olvidé de todo.
―Se llama amnesia disociativa, que es, justamente, la incapacidad de recordar hechos o información personal importante, especialmente si están asociados a eventos traumáticos. Hay varios tipos de amnesia disociativa, u caso en particular entraría en lo que se denomina amnesia selectiva, porque vos recordás ciertos detalles de lo que te sucedió, pero borraste los hechos más negativos y traumáticos. Por lo general este tipo de amnesia no dura mucho tiempo, pero hay casos extremos en los que puede llegar a durar años.
―¿Eso significa que estoy loca? Bueno… no es nada que ya no supiera.
―No Lucrecia, significa que viviste una experiencia muy traumática. No quiero adelantarme con un diagnóstico, pero es muy posible que estés sufriendo de estrés post-traumático. Por eso no podés dormir, todo el tiempo estás a la defensiva, creyendo que alguien va a atacarte.
―¿Y eso tiene arreglo?
―Sí, con terapia, sí… pero tenés que seguir viniendo.
―Sí, te prometo que voy a seguir viniendo.
Dimos la sesión por concluída y yo salí del consultorio sabiendo que lo último que le dije a Fabrizio había sido una mentira. No entendía por qué, pero a pesar de haber encontrado útil la charla, me atemorizaba la idea de volver.

*****

Tuvimos dos fines de semanas muy exitosos en Afrodita, para los cuales tuve que trabajar mucho. Rodrigo se quejó, porque durante esas noches me vio muy tensa. Insistió en que debía relajarme un poco, bailar con alguien, tomar algo, irme a la cama con alguna chica linda. Le aseguré que ganas no me faltaban, pero que me ponía tan nerviosa porque todo saliera bien, que me costaba mucho disfrutar la noche. Él me hizo prometer que durante la noche de inauguración de Pandora, me lo pasaría bien, aseguró que yo me lo merecía, porque gracias a mí conseguimos la financiación necesaria para terminarlo, sin embargo yo tenía la sensación de que él hacía demasiado por mí. Fue Miguel quien me llevó a hacer esa promesa, porque él me explicó que si no fuera por mi trabajo de organización, Rodrigo estaría desesperado, sin saber por dónde comenzar.
―Si no hubieras aparecido ―me dijo el calvo―, lo más probable es que Rodrigo ya estuviera en bancarrota. Él tiene muy buena voluntad para todo, también puede tener buenas ideas; pero es pésimo organizándose, especialmente cuando se trata de dinero. Su forma de agradecértelo es dándote todo lo que te da. Si él te ve disfrutando de esa noche, entonces lo vas a convencer de que estás contenta al trabajar con él.
―Pensé que eso ya había quedado claro.
―Para mí sí, pero no para él… porque Rodrigo sigue creyendo que él no hizo nada, y que al final todos los problemas los arreglaste vos.
―Si no fuera por él, yo no tendría trabajo.
―Y si no fuera por vos, ninguno de nosotros tendría trabajo. ¿Por qué no te relajás un poquito? Hay días en los que estás como loca, yendo de acá para allá, como si todo se fuera a desmoronar en cualquier momento. Faltan dos días para la apertura de Pandora ¿qué más tenés que hacer ahora mismo? Ya está todo en marcha. No hay ni una sola cosa que dependa de vos, en este momento, porque te ocupaste de que cada uno supiera exactamente lo que debe hacer.
―Bueno… ¿pero si alguno tiene un problema?
―Entonces que lo solucionen lo mejor que puedan, Lucrecia, no podés cargar toda la responsabilidad sobre tus hombros. Vas a terminar estresada, no hoy, ni mañana; pero dentro de un par de años vas a estar con los nervios de punta, y se te va a empezar a caer el pelo. Te lo digo por experiencia, ¿o acaso pensás que me quedé pelado por pura genética?
―¿Vos también tuviste un trabajo estresante? ―sabía muy poco de la vida de Miguel.
―Sí, antes de conocer a Rodrigo. Trabajaba en una oficina muy competitiva, me volvían loco. Fue gracias a Rodrigo que decidí mandar todo a la mierda y empezar a trabajar acá. Por eso escuchá mi consejo, Lucrecia. No te alteres tanto, ya todo está marchando sobre ruedas… disfrutá lo que lograste construir. Cuando vengas el sábado, hacelo con la idea de pasarlo bien, como si vos fueras un cliente más. Después ya vas a tener suficiente tiempo para volverte loca.
―Está bien, voy a venir a divertirme.
―Decíselo a Rodrigo.

*****

Llegó la noche tan esperada, Pandora ya no era un sueño o una posibilidad; era una realidad. Llegué temprano, un par de horas antes de que se abrieran las puertas del establecimiento, y Rodrigo me interceptó en cuanto estaba dirigiéndome hacia una de las barras.
―¿No dijiste que no ibas a trabajar esta noche? ―me preguntó el rubio.
―Sí, eso dije.
―Entonces ¿Por qué viniste tan temprano?
―Porque le dije a mis amigas que vinieran temprano ¿puedo hacerlas entrar antes, cierto?
―Ah, ok. Si es eso, sí. Pueden pasar. Si más tarde no te veo bailando, le digo a Miguel que te eche ―se fue, dejándome con una sonrisa en los labios.
Reanudé mi camino hacia la barra y allí me encontré a Edith y a su madre, estaban repasando el inventario de bebidas.
―¿Cómo va todo? ―pregunté.
―¡A la mierda! ―exclamó Edith al verme―. Parecés una modelo.
―¿Te gusta? ―sonreí y giré para mostrar mi atuendo. Me había comprado un vestido color vino, muy ceñido al cuerpo, y un par de tacos negros; por lo general me hacen ver demasiado alta, pero como esa noche no tenía cita con ningún enano, no me molestó usarlos. Me había pintado los labios del mismo color que el vestido y había vuelto a la peluquería, para que volvieran a darle forma a mi cabello, además agregué un pequeño mechón plateado, del lado derecho.
―Me re gusta lo que te hiciste en el pelo, si yo me hago algo como eso, parezco un zorrillo.
―No seas tarada, Edith ―su madre se rió, pero no con malicia, al parecer ella tenía una relación muy cercana con su hija, casi como si fueran amigas―. ¿Vos te vas a quedar trabajando?
―Sí, quiero ayudarla a mi mamá…
―Pero sólo un ratito ―intervino ésta―, ya le dije que no la quiero toda la noche detrás de la barra. Quiero que se divierta un rato… ¡y nada de tomar alcohol!
―Pero mamá, ¿cómo me voy a divertir si no puedo tomar alcohol?
―Quédese tranquila ―le dije a la madre de Edith… ya me había olvidado de su nombre―, no le vamos a permitir tomar alcohol. Ahora tenés que cuidar el bebé, Edith, así que te la bancás.
―¡Ufa! ―me daba mucha ternura verla hacer pucheritos de nena chiquita.
Diez minutos después llegaron mis primeras invitadas, Lara y Samantha, las dos estaban preciosas; la primera tenía un vestido negro bastante cortito, que le marcaba mucho el culo, la segunda estaba vestida de verde esmeralda, lo cual quedaba muy bien con su cabello rojo; tenía ganas de decirle que parecía un elfo salido de alguna novela de fantasía épica, pero no quería amargarle la noche… aunque fuera el elfo más sexy del mundo.
Me arrepentí de haberme puesto los tacos ni bien me paré junto a Lara, había olvidado que ella era cortita como patada de chancho.
Me miró de arriba abajo y me dijo:
―Si hubiera sabido que venías con tacos, me traía los zancos. Al lado de ustedes voy a parecer un enano de jardín.
―Un enano de jardín con el culo más lindo del mundo ―le aseguré.
―Exacto, nena ―dijo Samantha―. ¿Vos te creés que a alguien le va a importar tu estatura? A mí no me importa, y soy tu novia… no veo la hora de arrancarte el vestido ―le guiñó un ojo. «¡Qué buena estás, colorada ―pensé―, arráncame el vestido a mí!». Pero eso no podía ser, los juegos entre parejas y amigas ya se habían terminado.
Tomamos asiento junto a una mesa que había preparado especialmente para mis amistades, estaba muy entusiasmada ya que había pasado mucho tiempo desde la última vez que estuvieron todas juntas. Más tarde se hicieron presentes Alejandro, Lorena, y la cara de culo de Lorena; si alguna vez veía sonriendo a esa chica, pensaría que es porque se acerca el fin del mundo.
Lorena y Lara se llevaron fatal desde el primer momento, ya que ambas estaban vestidas prácticamente igual, y tenían casi la misma contextura física… y a Alejandro no se le ocurrió mejor idea que decir que parecían hermanas gemelas. Tuve que hacerle señas para que me siguiera, y cuando estuvimos lo suficientemente lejos le dije que dejara esos chistes, porque sólo conseguiría que las dos enanas se arrancaran los ojos, y que después le cortarían las bolas a él. 
Tatiana me dio una inmensa sorpresa al llegar junto a mi hermana, corrí a darle un fuerte abrazo a las dos.
―No me imaginé que fueras a venir ―le dije a Abi, con una sonrisa.
―Tu amiga me convenció, creo que me tiene ganas.
Miré a Tatiana y la morocha se puso de todos los colores, parecía la bandera de orgullo gay.
―No… no… yo… no la traje por eso… nada que ver…
―Mirá, Tati ―la señalé con un dedo―, vos te pasás de viva con mi hermanita, y yo te meto un taco aguja en el orto.
Un par de horas más tarde el sitio ya estaba lleno de gente, me alegró mucho ver a mi hermana bailando, o al menos haciendo el intento. Eso sí, lo hizo sola, y en un rincón… tal vez junto a ella bailaban algunos de sus “amigos imaginarios”. Sin embargo no se quedó todo el tiempo sola, después de un rato Lara y Samantha se le unieron. Por alguna razón Tatiana no se le volvió a acercar en toda la noche.
A medida que yo consumía tragos, la noche se me hacía cada vez más turbia. La estaba pasando de maravilla, bailé con muchas personas, la mayoría mujeres. Un pibe intentó tocarme el culo, mientras bailábamos, pero no alcanzó a acercar la mano que yo ya le había dado un cachetazo. Se avergonzó tanto que se alejó de mí sin mirar hacia atrás.
A pesar de tener la mente obnubilada por el alcohol, logré hilar la suficiente cantidad de palabras necesarias como para robarles algunos besos a algunas chicas muy bonitas. No tengo ni puta idea de cómo se llamaban, creo que ni siquiera se los pregunté, pero les mandé tanta mano como ellas a mí.
En un momento de la noche Lara se me acercó y me dijo que se iba a su casa. Ella también estaba algo tomada, vi que tenía la pintura de labios corrida y que Samantha estaba más o menos en el mismo estado. Era obvio que las dos querían irse a coger lo antes posible, por eso las despedí y les agradecí por haber venido.
Poco después miré mi celular. Encontré un mensaje de Abigail en el que decía que necesitaba mi ayuda con un tema muy importante, lo más raro era que junto al mensaje me enviaba el número de uno de los cuartos de Afrodita.
No entendía nada, pero de todas formas me apresuré; tenía miedo de que le hubiera pasado algo malo.
Entré a la habitación y me llevé una de las más impactantes sorpresas de mi vida. Apenas a un par de metros de la entrada, estaba la cama. Sobre ella había tres personas, completamente desnudas. La del medio, en posición de “perrito”, era Abigail. Justo frente a ella había un muchacho joven, con un grueso y venoso pene, el cual entraba y salía rítmicamente de la boca de mi hermana. Detrás de ella, en la misma posición que el primero, había otro pibe que debía tener más o menos la misma edad. Él se balanceaba de atrás hacia adelante, enterrando todo su miembro erecto dentro de la húmeda vagina de Abigail.
Ella me vio, de reojo, pero no se detuvo en ningún momento. Continuó mamando ese pene, como si yo no estuviera allí. Tuve unos breves instantes de sobriedad, fue como si todo el alcohol de mi cuerpo se hubiera evaporado repentinamente. Estuve a punto de gritarle a los pibes que dejaran en paz a mi hermana, pero resultaba obvio que ella estaba disfrutándolo mucho.
«¡Se están cogiendo a mi hermana… entre dos!», el estridente grito resonó dentro de mi cabeza.
De pronto el pibe que le brindaba el pene para la boca, eyaculó de una forma que yo sólo había visto en películas pornográficas. Abigail recibió esas potentes descargas de semen, con la boca abierta. Pude ver cómo tragaba parte del mismo, pero mucho cayó fuera, manchándole la cara con grotescas líneas blancas, que colgaban de su mentón.
Luego ella se apartó, y con total naturalidad bajó de la cama y se acercó a mí. Me quedé petrificada ante su total desnudez, sus pechos eran iguales a los míos, y su pubis estaba completamente depilado. El semen aún estaba esparcido por su rostro, usando una mano lo sacó de allí y lo embadurnó sobre sus tetas, como si intentara deshacerse de él.
―No tengo nada para limpiarme ―aseguró.
―¿Qué… qué estás haciendo, Abi? ―no podía creer nada de lo que estaba ocurriendo, debía ser parte de alguna horrible pesadilla.
―¿Son de verdad?
―¿Qué cosa?
―Los chicos, boluda ―miré a los pibes de la cama, ellos no parecían estar demasiado preocupados porque mi hermana los hubiera abandonado, se besaban como si fueran viejos amantes―. ¿Son de verdad?
―¿Eh? ¿Para eso me llamaste?
―Sí, es que quiero saber si no me los estoy imaginando.
Ella podía llegar a inventar personas y situaciones completas. Su mente le jugaba malas bromas. En más de una ocasión me había hablado de amigos o amigas, luego descubrimos, con pesar, que eran puras creaciones de su enfermedad.
―S… sí, Abi, son de verdad.
―¿Cuántos ves?
―Dos.
―Bien. Son los mismos que veo yo ―dijo con una amplia sonrisa.
―¿Pero… pero por qué estás haciendo esto, Abi? No creí que vos…
―Lucre, hay algo que siempre quise decirte, pero no sabía cómo hacerlo. Es mejor que te lo diga ahora, y espero que puedas comprenderme. Soy consciente de que yo tengo fecha de caducidad. Mi enfermedad me va a ir deteriorando la mente cada vez más, y va a llegar un momento en que no voy a saber si vivo en la realidad o no. Por eso quiero disfrutar de estas cosas, antes de perderme por completo. Quiero disfrutar del sexo.
―Pero… ¿con dos a la vez?
―¿Qué tiene de malo? ¿Acaso vos no estuviste en una orgía, llena de mujeres?
Me quedé pasmada.
―¿Quién te contó eso?
―Tatiana. Ella me dijo que vos pasaste por un largo período de experimentación sexual. ¿Por qué yo no puedo hacer lo mismo?
―¿Así que todo esto fue idea de Tatiana?
―Más o menos. Ella me ayudó un poco.
Una vez más ella sugestionaba a alguien para que experimentara su sexualidad. Ella era una maquiavélica titiritera sexual.  
―Pero... ¿de dónde conocés a estos dos? ¿Qué pasa si te contagian con alguna enfermedad?
―No creo que eso pase. Me los presentó tu amigo, Rodrigo. Él dijo que son “chicos sanos”… y que tienen la pija gorda ―sonrió―. Esa última parte ya la comprobé.
―Voy a matar a Rodrigo.
―¡No! ―pareció enojarse repentinamente―. ¿Por qué vos podés coger con cualquiera y yo no?
Estuve a punto de empezar una discusión, pero luego me serené. Comprendí lo que dijo acerca de tener “fecha de caducidad”. Sabía que eso podía ser cierto, pero nunca quise admitirlo. Ella merecía disfrutar su vida, y yo no era nadie para impedírselo.
―Está bien, tenés razón. Estás en todo tu derecho… además, parece que la estás pasando bien ―intenté sonreírle, pero se me hizo un poco difícil.
―La estoy pasando de maravilla. Para ser gays, estos pibes cogen muy bien.
―Imagino que ésta no es tu primera vez…
―No, no lo es.
―Nunca me contaste nada sobre eso.
―Podría hacerlo, pero en otro momento. Ahora quiero que me sigan cogiendo.
Sin decir más, regresó a la cama. Los dos muchachos la recibieron con una amplia sonrisa, y las vergas bien duras. Me sorprendió que el chico que había eyaculado ya tuviera otra erección. Abi se colocó como perrito, igual que antes, pero esta vez lo hizo mirando hacia el otro extremo de la cama.
Debí marcharme en ese preciso instante, es más, tuve la intención de hacerlo, pero en cuanto vi lo que ocurrió, volví a quedarme petrificada. El muchacho que antes había eyaculado apuntó su gruesa verga al culo de Abigail, y se la enterró. Ella soltó un largo suspiro de placer. Por la enorme facilidad con la que ese pene se deslizó dentro de ella, imaginé que antes de mi llegada, ya la habían penetrado por detrás.
«¿También le dan por el culo?», me pregunté. Pero no tenía autoridad moral para quejarme, yo misma sabía lo agradable que podía ser el sexo anal. No me quedó más remedio que alegrarme por ella, tal vez algún día su mente se perdería en un profundo abismo, pero al menos ya sabría lo que es el sexo. Comenzó a mamarle el pene al otro muchacho. No podía culparla por participar en un trío, yo misma había participado en algunos, con mujeres; pero Abi no tenía ningún interés en mujeres, por lo que era completamente lógico que prefiriera dos hombres para cumplir sus fantasías eróticas.
Algo en esa escena me resultó muy extraño, y no era exactamente el hecho de que le estuvieran rompiendo el culo a mi hermanita, o que ella lo estuviera disfrutando tanto. Lo que me llamó la atención fue la enorme similitud que Abigail tenía conmigo. Todo su cuerpo, e incluso los gestos de su rostro, parecían una copia bastante precisa de mí misma. Su cabello se asemejaba mucho al que solía tener antes de mi cambio de look. Fue como verme a mí misma dentro de una realidad alternativa. Esa podría haber sido yo, si no me hubiera interesado por mujeres. Hubiera hecho exactamente eso. Me hubiera metido en la cama con dos hombres… y hubiera entregado la cola. Esta vez pude sonreír con mayor naturalidad, al parecer mi hermanita y yo somos más similares de lo que creía. 
De su vagina, hinchada y sonrosada, colgaba una gotita de flujo. La verga entraba y salía de su culo con gran potencia, mientras ella se concentraba en la que tenía dentro de la boca.
―Disfrutalo, Abi… yo haría lo mismo, me alegro mucho por vos ―ella me respondió con una sonrisa extraña, ya que no dejó de mamarla en ningún momento.
Salí de la habitación sabiendo que mi hermana pasaría una gran noche. Lo único que quería para ella, era felicidad… y si dos vergas se la podían dar, entonces bienvenidas sean.
Por mi parte, iría en busca de mi propia alegría para la noche. Quería tener sexo, con alguien que me resultara interesante. En ese momento recordé el mensaje de Dani. «Es hombre, pero… ¿qué importa? Es buena persona, y se muere por coger conmigo», me dije mentalmente. Debía probarme a mí misma que no era una prejuiciosa que sólo se interesaba por alguien si era mujer.
«¿Todavía estás en el hotel? ―le pregunté, en un mensaje de texto―. ¿Puedo ir?»
Recibí la respuesta casi de forma inmediata.
«Por supuesto que podés venir. Me alegraste la noche» ―cerró el mensaje había una carita sonriente. 

*****

Dani me esperaba en la misma habitación en la que habíamos cenado tiempo atrás. Vestía uno de sus acostumbrados trajes lujosos, pero éste era azul… del mismo azul petróleo que el vestido que me regaló. Al parecer ese era su color favorito. Lo saludé con un beso en la mejilla. Él era muy hermoso, lesbiana o no, debía admitir que era un hombre muy atractivo y pulcro. Eso lo acompañaba con una simpatía natural y buenas acciones, que lo hacían ver incluso más interesante. «¿Qué importa si es hombre?», me dije.
Acepté la copa de bourbon que me ofreció. Había olvidado el exquisito sabor de esa bebida. Me tomé todo en dos tragos. Sabía que al día siguiente tendría una fuerte resaca, pero no me importaba.
―Estás muy sexy esta noche ―dijo admirando mi corto vestido.
―Y no tengo nada abajo ―lo levanté, enseñándole mi vagina, que aún estaba húmeda.
―Por lo visto estás… caliente.
―Muy caliente ―me acerqué a él, hasta que nuestros rostros casi se tocaron―. Dani… vos fuiste muy bueno conmigo, desde el día en que te conocí. Sé que te conozco poco, pero es la primera vez en mi vida que siento esta clase de atracción hacia un hombre. También sé que vos te morís de ganas de coger conmigo, me lo dejaste muy en claro la última vez que estuvimos acá.
―¿Vos me estás diciendo que puedo…?
―Sí, Dani. Podés cogerme. No me importa que seas hombre ―el alcohol me desinhibía mucho, y me forzaba a decir las cosas de forma muy directa―. Quiero coger con vos, ahora mismo.
―Me halaga muchísimo eso que decís. ¿De verdad no te importa mi género?
―No, para nada. Me resultas sexualmente atractivo, eso es lo único que me importa ―me acerqué a la cama y me puse en cuatro sobre ella, levantando mi vestido―. Quiero que me la metas toda ―abrí mi vagina con los dedos, ofreciéndosela.
―Me muero de ganas de acostarme con vos, Lucrecia, pero tenía en mente algo diferente…
―¿Diferente en qué sentido? ―volteé para mirarlo.
―Vení para acá.
Confundida, me le acerqué. ¿Por qué simplemente no me la metía de una buena vez? De pronto noté cierto brillo en su mirada, y comprendí todo.
―¿Vos querías algo más romántico? ―lo tomé de la cintura.
―¿Acaso tiene algo de malo?
―No, para nada. Me gusta el romance, pero no es lo que tenía en mente para esta ocasión.
―Sé que no hay ningún sentimentalismo de tu parte. Vos estás caliente y querés sexo, no me querés a mí como tu pareja.
―Exacto. Sé que te puede parecer frío, pero prefiero ser honesta.
―La honestidad es muy importante. Por eso te digo que no me estaba refiriendo a algo más “romántico”.
―¿Entonces?
―Desprendeme el pantalón ―me guiñó un ojo.
―Ah… vos querés que te la chupe… picarón ―luché contra la hebilla de su cinto―. Está bien, admito que mi estilo era demasiado directo, podemos tener un poquito de juego previo ―una vez desprendido su cinto, desabotoné el pantalón―. De todas formas, espero que se te ponga dura rápido, porque no tengo ganas de estar “jugueteando” toda la noche ―le bajé el cierre y su pantalón cayó. Dani se bajó la ropa interior y sonrió―. Si lo que querés es que empiece por un pete, primero te advierto que no sé hacerlos bien, ya que tengo poca experiencia; pero me las arreglaré ―lo miré a los ojos, con mucha sensualidad.
―Te vas a llevar una “gran” sorpresa.
―¡Apa! ¿La tenés grande? ―pregunté con una libidinosa sonrisa.
―No sé… ¿por qué no me lo decís vos?
Miré para abajo y mi sonrisa se desvaneció al instante. Ni siquiera las indirectas de Dani pudieron prepararme para semejante sorpresa. Algo en esa escena no encajaba, en absoluto. Estaba anonadada, confundida, sentía que el destino me estaba jugando una mala broma. Dani no tenía pene, ni grande ni pequeño… tenía vagina, una muy hermosa y completamente depilada.
―¿¡Qué carajo…!? ―exclamé, me sentía como si… como si a un tipo le hubieran cortado el pito, y le hubieran puesto vagina― ¿¡Qué carajo!?  ―No había otra forma para expresarlo.
―Te dije que te ibas a sorprender.
―Pero… pero… ¿qué mierda pasó? ¿Dónde tenés el…?
―No tengo pene, Lucrecia. Nunca tuve. ¿No habías dicho que no te importaba mi género?
―¿Qué? ¿Quién? ¿Yo? ¿Cuándo? ―balbuceaba estupideces incoherentes.
―Eso mismo dijiste, hace menos de dos minutos ―movió sus pies, apartándose de la ropa, se quitó los zapatos y las medias―. ¿Acaso no lo decías en serio?
―Eso lo dije porque yo… yo creía que… yo creía que eras hombre.
―Lo sé. Me dijiste “Daniel” en más de una ocasión.
―¿No te llamás así? ―era demasiada información junta para una mente turbada por el alcohol… y por altas dosis de pelotudismo crónico.
―Nunca dije que me llamara Daniel. Simplemente dije “Dani”. Mi nombre es Daniela… Daniela Metzler, encantada de conocerte ―me tendió la mano, y yo la estreché automáticamente―. Te noto muy pálida, espero que no estés enojada.
―¿Enojada? No Danie, primero debería ser capaz de asimilar todo esto, antes de enojarme ―tambaleándome me acerqué a la cama y me senté en ella―. Dani tiene concha… ―dije con un susurro.
―Sí, tengo concha. Siempre la tuve, nací con ella, al igual que vos ―se sentó a mi lado, dejando su pantalón tirado en el piso―. También tengo tetas ―se quitó el saco y la camisa―, aunque son chiquitas ―sus pechos eran blancos y menudos, similares a los de Lara, pero un poco más pequeños―. Resulta muy sencillo esconderlos debajo de la ropa.
―Pero… pero cuando te dije Daniel, ¿por qué no me dijiste que te llamabas Daniela?
―Porque era más divertido que me vieras como Daniel. Hacía todo esto más “estimulante”.
―¿Todo esto? ¿Más estimulante? No entiendo un carajo Dani… el… ela… como carajo te llames.  
―No te voy a mentir, Lucrecia ―sus ojitos eran preciosos, de pronto caí en la cuenta que sus pestañas eran demasiado bonitas como para ser hombre―, desde el momento en que te vi en el club, fantaseo con la idea de acostarme con vos. Sé perfectamente que mucha gente piensa que soy hombre, y normalmente no me molesto en corregirlos, es algo con lo que aprendí a vivir. Soy mujer, y me gusta serlo… pero quiero serlo a mi estilo, al estilo que más me gusta, y resulta que ese estilo es un poquito masculino.
―Un poquito bastante, diría yo.
―Puede ser, pero no es que pretenda ser hombre ni nada por el estilo, simplemente me gusta vestirme así, me gusta ser así. Con el tiempo aprendí a disfrutar de ese “juego” que se establece con las personas que piensan que soy hombre. ¿Te das una idea de lo que cuesta excitar a un hombre heterosexual… si él te cree hombre?
―Imagino que vos lo hiciste ―aún estaba aturdida, pero de a poco iba comprendiendo todo.
―Sí. Lo hice más de una vez. No te das una idea del alivio que sintieron esos hombres al ver que tengo concha. Hubo uno que se largó a llorar de la emoción, porque tenía miedo de ser “maricón”. Pobrecito… lloraba como maricón… igual lo atendí muy bien. A mí me encanta seducir a la gente, a veces lo hago como mujer… cuando se trata de mujeres heterosexuales. Otras veces lo hago como hombre, como en tu caso, que te interesan las mujeres.
―Es un quilombo… pero creo que ya voy entendiendo el juego… y yo caí, como una boluda.
―Sí. No te voy a mentir, eso me alimenta el ego. Por eso lo hago. Sé que éticamente no está bien, pero al fin y al cabo, les doy una lección a esas personas que logro “engatusar”.
―Como lo hiciste conmigo.
―Sí. Te gusté cómo hombre, y eso me alegra mucho. Ahora la pregunta es: ¿también te gusto como mujer? Porque, lamentablemente, no me puedo poner un pene para acostarme con vos, al menos no uno real.
―De hecho… me tranquiliza. No sé por qué, pero siento un gran alivio. Me siento como el maricón que lloraba de emoción.
―Tal vez fuera porque no estabas del todo segura que quisieras tener sexo con un hombre.
―Sí, fue por eso. Es que estoy algo borracha y excitada… además vi a ―no quería decirle que vi a mi hermana desnuda― una amiga, teniendo sexo con dos hombres. Eso fue justo antes de escribirte a vos. Fue lo que me hizo decir: “Tal vez no sea tan malo tener sexo con hombres”. Mi primera opción fuiste vos.
―Me halaga escuchar eso.
―Y a mí me alegra que seas mujer. Sé que mañana me hubiera arrepentido de hacerlo con un hombre. A veces pierdo la poca cordura que tengo, y actúo sin pensar. No quiero andar mirando a la gente por su género, pero todavía me hace un poco de ruido una mala experiencia que tuve con un hombre… no me molestan los hombres; pero antes de acostarme con uno, debería superar ese trauma… incluso empecé terapia para solucionarlo.
―Qué bueno que lo puedas analizar de una forma más sensata. Siendo ese el caso, considero que no deberías intentar acostarte con hombres, mucho menos de una forma tan forzada.
―Sí, actué como una estúpida. Es que creí que al hacerlo con un hombre, de pronto se me curaría ese trauma.
―Lamento decirte que la mejor forma de que hagas eso, es con tu psicólogo. No con una pija.
―Lo sé, lo sé…
―Te conozco poco, pero sé que estás dañada por dentro. A vos te pasaron muchas cosas, de las cuales yo sólo sé una pequeña fracción. Ahora me acabo de enterar de otra, y por eso mismo insisto con el terapeuta, no dejes de ir.
―Gracias. No voy a dejarlo. Me harté de tener tantos mambos en la cabeza, y de querer curarlos con sexo atolondrado y sin compromisos.
―Me parece muy bien, aunque eso signifique que no vayamos a tener sexo.
―¿De verdad lo decís?
―Claro. El juego ya terminó, conseguí lo que quería. Espero que no te lo hayas tomado a mal, porque pude haber jugado con mi género, pero todo lo demás que dije fue cierto. Al igual que todo lo que hice por vos. Fue con la mejor intención del mundo. Mil veces me dije a mí misma que si el juego llegaba a una situación que a vos pudiera lastimarte, le iba a poner fin inmediatamente; pero bueno, todo llegó a su fin en cuanto vos accediste a acostarte conmigo. Con eso me basta. No necesito nada más.
Me perdí en sus preciosos ojos, de pronto su belleza pareció incrementarse, sus rasgos me parecieron mucho más hermosos, ahora que podía atribuirlos a una mujer. Me abalancé sobre ella y comencé a besarla en la boca. Poco después descendí por su cuello, hasta llegar a uno de sus pezones. Lo chupé.
―¿No era que no querías usar más el sexo como terapia? ―me preguntó.
―No lo estoy usando como terapia. Sé que esto no me va a curar ni va a hacer desaparecer mis problemas. Lo hago porque quiero, y punto.
Lamí su vientre, hasta llegar a su lampiño monte de Venus. Pude sentir el embriagador aroma a sexo femenino, ella estaba excitada.
―Daniela, me alegra que tengas vagina ―le aseguré.
―No vayas a empezar a llorar como maricona…
―No, tenía otra cosa en mente.
Luego comencé a chupársela, con fervorosa pasión. Era deliciosa. Todo su menudo cuerpo se arqueó y soltó un suspiro agudo. Fue la primera vez que la sentí mujer al escucharla… porque su timbre de voz era tan neutro, que resultaba imposible distinguir el género.
Mis labios se mezclaron con los suyos y mi saliva con sus flujos.
No voy a mentir diciendo que coger con Daniela fue lo mejor que me pasó en la vida, de hecho fue un acto sexual como muchos otros; sin embargo tuvo algo de especial, y no estuvo en el sexo en sí… sino en lo que significó. Por primera vez me sentí atraída sexualmente hacia un hombre… que resultó ser mujer. Lo más importante de la noche me lo dijo justo después de que terminamos de coger:
―Si alguna vez dudaste de tu sexualidad, desde que reconociste ser lesbiana, dejame decirte que tu interés por los hombres no es más que fálico.
―¿Cómo estás tan segura?
―Porque te vi cogiendo con una mina, que tenía puesto un pene de plástico, y es evidente que disfrutás de la penetración, pero más disfrutás de la mujer en todo su contexto… eso te lo puedo decir por lo que pasó ahora. La forma en la que me chupaste la concha, la forma en la que te comiste mis tetas… cómo me besaste, cómo frotaste tu cuerpo contra el mío… no te imagino haciendo nada de eso con un hombre; porque a vos lo que te gusta de la mujer es, justamente, su sensualidad, su encanto femenino. Eso no lo vas a encontrar en cualquier hombre… tal vez en uno gay…pero en uno heterosexual, no. Por eso te sugiero que no te compliques la vida por una verga, hay reemplazos… no serán perfectos, pero te va a ahorrar muchos problemas. Si alguna vez te querés coger a un hombre, estás en todo tu derecho; pero no lo hagas de la manera atolondrada en la que viniste a buscarme a mí, porque la pasarías mal, y al otro día te sentirías culpable.
―Tenés mucha razón, Daniela ―la abracé y le di un beso en la mejilla―. Gracias, me ayudaste mucho. Más de lo que te imaginás.
―Me alegra haberlo hecho antes de irme.
―¿Te vas?
―Sí, mañana mismo. Tengo negocios que atender.
―¿Vas a venir a visitarme?
―No soy de esas personas que se aferran a los demás…
―Entiendo, ya sé lo que querés decir.
―Espero que no te lo tomes a mal.
―No, para nada, al fin y al cabo yo también cogí con mujeres que después no volví a ver nunca más. Nada nos ata, Daniela, vos seguí con tu vida, y yo voy a seguir con la mía. Si volvés, porque me imagino que lo harás, sé que va a ser por negocios.
―Gracias por comprenderlo.
―Gracias a vos, por todo lo que me diste.

*****

En cuanto salí del hotel miré mi teléfono celular, tenía un mensaje sin leer, era de Lorena. Ella me preguntaba dónde me había metido, porque estaba aburrida en la discoteca. Le dije que me dirigía hacia allá.
Pocos minutos más tarde me la encontré sentada, con su característica cara de culo, tomando un trago. Tomé asiento a su lado y, con una sonrisa, me cedió su vaso. No sabía qué carajo estaba tomando, pero tampoco me importaba.
―¿Dónde se metió Alejandro? ―pregunté.
―No sé, se fue hace un rato con unos amigos.
―¿Y por qué no tirás de la correa, para ver si aparece?
―No lo tengo atado con correa ―frunció el ceño.
―Pero te morís de ganas por saber dónde está ahora mismo… debe estar con cinco trolas, enfiestado a más no poder.
―Sos una pelotuda. Confío en él…
―Sí, tanto como yo le confiaría las llaves de un auto a mi hermana.
―Hablando de tu hermana… hace como una hora la vi bailando con dos pibes, la estaban manoseando toda…
―Sí, lo sé, e hicieron más que meterle mano.
―¿No te molesta?
―No, ella tiene muy buenas razones para hacerlo. Quiere disfrutar un poco de su vida… vos deberías hacer lo mismo, no podés pasarte la vida con cara de haberte sentado sobre un clavo oxidado.
―Lo sé ―bajó la cabeza, me sorprendió mucho esa reacción―. Alejandro se enojó conmigo, no se fue con unos amigos, se fue a casa… me dijo que si yo iba a estar toda la noche con cara de culo, prefería irse a dormir ―de pronto sentí pena por ella, y la abracé.
―No te preocupes, sonsa, a él se le va a pasar… ya sabés que Alejandro no puede estar enojado por mucho tiempo, menos con vos, porque te adora.
―Sí, eso es cierto.
―Se me hace raro que no te hayas ido.
―Es que quería hablar con vos…
―¿Por qué motivo?
―Quiero que me ayudes a soltarme un poquito… a no ser tan rígida. ¿Se podrá?
―Sí, claro que sí… y el alcohol nos puede ayudar ―apuré el contenido del vaso―. Vení, vamos a buscar otro trago.

*****

Regresé a la vida alrededor de las tres de la tarde, al menos eso me pareció ver fugazmente en la pantalla de mi celular. No lo había perdido, esa era una buena señal.
Una aguda punzada atravesó mi cabeza y emití un agónico quejido, estaba sufriendo la peor resaca de mi vida. Todo me daba vueltas, inclusive mi estómago. Temí vomitar, por eso mi primera acción fue arrastrarme, casi literalmente, hasta el baño.
Abracé el ídolo de porcelana y aguardé. Todo parecía estar volviendo a su lugar, como un rompecabezas de un millón de piezas ensamblándose lenta y dolorosamente. Tomé aire, que era lo único que podía tomar sin vomitar, y me puse de pie, tambaleándome. Miré hacia el espejo y una prostituta despeinada, ojerosa y con toneladas de maquillaje corrido, me devolvió la mirada. Le sonreí y ella me dedico otra sonrisa igualmente estúpida. Me caía bien esa chica, estaba por decirle que, a pesar de su estado decadente, seguía siendo bonita: pero el revoltijo que tenía en mi estómago me obligó a voltear rápidamente y a ponerme de rodillas junto al inodoro. Esta vez sí le di un buen uso.
Varios minutos más tarde, luego de haberme lavado los dientes tres veces seguidas, salí del baño. Mi estado había mejorado bastante, especialmente por haberme lavado la cara con agua fría. Aún me atormentaba mi cerebro, que flotaba en restos de bebidas alcohólicas, pero al menos era consciente de lo que ocurría a mí alrededor. Miré hacia abajo y me encontré con mi vagina completamente depilada, hice un gesto de sorpresa levantando las cejas.
«¿Pero quién carajo me la dejó pelada?», me pregunté, confundida.
Nunca la había usado de esa forma, se veía rara… mi clítoris parecía ser un poco más grande de lo que recordaba, y mis arrugados labios vaginales resaltaban más de lo habitual.
«Pobrecita, te dejaron toda desnudita», le dije mentalmente a mi vagina.
Este era un mal indicio, ya que no podía recordar parte de la noche. Lo último que podía recordar era haber vuelto a Afrodita, con Daniela. Allí me encontré, una vez más, con Alejandro y Loren, ellos me dieron un trago y… nada. Vacío. No podía recordar nada más. Ni siquiera recordaba el sabor del trago.
Caminé de regreso a mi cuarto y, por primera vez, me percaté de que alguien había pasado la noche conmigo. Esto se ponía cada vez más confuso. Podía ver una blanca espalda femenina y cabello oscuro arremolinado, cubriéndole el rostro. Me acerqué cautelosamente, sabía que no se trataba de Daniela, ya que ella tenía el pelo corto... entonces... ¿podría ser?
¡No! ¿Acaso era...?
No podía ser… pero se parecía mucho.
«¡Ay, no, Alejandro me va a matar!»… si era ella, él no me perdonaría jamás.
Acerqué la mano izquierda a la muchacha que dormía de lado.  Cuidadosamente, fui quitándole la sábana que la cubría. Su cuerpo era menudo, pero bien formado. Tragué saliva, se parecía mucho a Lorena... demasiado. Ya casi no cabían dudas...
¿Había pasado la noche con ella?
Mi vagina reaccionó ante el morbo que me producía esa situación; pero al mismo tiempo me sentí culpable y una terrible amiga. ¿Cómo le explicaría esto a Alejandro?
Aparté lentamente el cabello de su cara y... ¡se despertó!
Salté hacia atrás.
Estaba por empezar a escupir una serie de disculpas cuando miré atentamente a la mujer de mi cama, ella me sonrió somnolienta.

―¿Lara, qué carajo hacés acá? ―pregunté anonadada.

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