Transferencia Erótica [08].

 


Modelo de la Foto: Kylie Quinn.

Capítulo 8.

Idealización.

—1—




Me senté en el sillón blanco, para que Sabrina y yo diéramos inicio a la sesión del martes. Ella estaba preparando todo lo necesario para tomar unos mates. Me dediqué a admirar su curvilínea figura, embutida en un ajustado pantalón de gabardina blanco. La tela se le pegaba tanto al cuerpo que cuando se inclinó levemente hacia adelante, para alcanzar el termo que estaba en su escritorio, creí que el pantalón iba a estallar. Pensé que su culo tiene un tamaño demasiado grande como para ser contenido por algo tan ajustado; lo que no podía discutir era que le quedaba de maravilla. Para colmo estaba usando zapatos con tacos, lo cual estilizaba aún más su figura, y le levantaba la cola. Casi se me pone dura la verga antes de comenzar con la sesión.

Entre la psicóloga y yo existe una relación de complicidad que crece con cada nueva reunión, por eso le dije:

—Te queda muy bien ese pantalón.

Ella giró la cabeza hacia mí y tensó aún más la cola, como si me estuviera diciendo: “Mirala tranquilo”.

—Muchas gracias, la verdad es que no acostumbro a vestirme de esta forma, por lo general prefiero ropa más cómoda. Me sentía algo incómoda, pero si vos decís que me queda bien, te creo. Sos un tipo honesto.

—Sí, y lo digo muy en serio, te queda de maravilla. —Le estaba mirando el orto sin ningún tipo de disimulo, y a ella no parecía molestarle.

—Ya que sos tan sincero, decime la verdad: ¿Se nota mucho que tengo puesta una tanga?

La pregunta me sorprendió, pero llevarse sorpresas con Sabrina es lo normal. Creo que ya me estoy acostumbrando. Miré sus grandes nalgas y las analicé detenidamente, como si estuviera contemplando una obra de arte… que bueno, se puede decir que ese culo es una obra de arte. Justo encima de sus nalgas se podía ver un triangulito más oscuro que, definitivamente, se trataba de la tanga.

—Sí, tengo que reconocer que se nota, y además parece ser una tanga muy chiquita.

—Es re chiquita, se me encaja toda en el orto —aún me causaba mucho impacto escuchar que hablara de esa manera—. Es un poquito incómoda, pero si me queda bien, tal vez valga la pena.

—Te queda preciosa… y el pantalón también. Todo. ¿Puedo preguntar algo? Sin ánimo de ofender…

—Podés preguntarlo —giró hacia mí, con el mate y el termo, y se sentó en el otro sillón blanco, el que estaba justo frente a mí. Me miró como si fuera una profesora muy severa—. Sin embargo no te garantizo una respuesta. Al menos te puedo decir que no me voy a ofender, preguntá con total libertad.

—Con que no te ofendas, me alcanza. La pregunta tiene que ver con tu profesión, es decir, siempre creí que los psicólogos debían vestirse de una forma… discreta, algo que no llamara demasiado la atención del paciente. Sin embargo últimamente vengo notando que vos te vestís muy sexy, con minifaldas y pantalones muy ajustados. ¿No pensás que eso puede ser contraproducente para la terapia?

—Depende de qué terapia —dijo, con seguridad, luego de tomar el primer mate. Cebó otro y me lo alcanzó a mí—. Normalmente me vestiría de forma muy discreta, de hecho los únicos días que me visto así son los martes y los jueves. Si me vieras un miércoles, estaría vestida como una señora de noventa años.

—¿Y por qué los martes y los jueves? Voy a terminar pensando que te vestís así por mí —me sentí un idiota apenas terminé de decir esas palabras, y más imbécil me hizo sentir la respuesta de Sabrina.

Soltó una risita y dijo:

—No, en realidad me visto así por el paciente que viene a sesión justo antes que vos. —Toda esa ilusión que yo tenía de haber establecido una conexión especial con mi psicóloga, comenzó a desmoronarse.

—Ya veo… ¿acaso te gusta ese paciente?

Otra vez volvió a reírse.

—No, tarado. No haría algo así para “conquistar” un paciente. Te expliqué que mis métodos no suelen ser los más ortodoxos, me considero una psicóloga experimental. Me gusta probar métodos poco convencionales, aunque impliquen vestirme como una prostituta.

—¿El paciente es ese flaco con el que me crucé una vez hace unos días?

—Sí, es ese.

—No entiendo nada. ¿Por qué la terapia requiere que te vistas así para tratar con él? —De pronto empecé a sentir celos de un flaco al que solo había visto una vez, de pasada.

—Sabés que no puedo estar revelando datos de mis pacientes…

—Me contaste de Nacho…

—Sí, pero ese tipo ni siquiera se llama Nacho, y ya no viene a terapia. No tenés forma de localizarlo o de saber quién es. Para vos es un paciente anónimo. En cambio a este ya le viste la cara y sabés que viene a terapia justo antes que vos. Lo siento, Horacio, pero ya te conté más de lo que te podía contar. Al menos no vamos a generar confusiones, me vas a ver vestida de una forma… poco convencional, porque no puedo ir hasta mi casa a cambiarme la ropa. Necesito vestirme así por la clase de tratamiento que estoy llevando a cabo con ese tipo. Él viene dos veces por semana, igual que vos, por suerte vos no me andás acosando ni nada, si me ves vestida así. Por eso te di este horario los martes, antes lo tenía vacío, porque no me animaba a que otros pacientes me vieran vestida de esta manera. Puedo confiar en vos.

—Muchas gracias —esas palabras me devolvieron el alma al cuerpo. Tal vez no se vista así por mí; sin embargo reconoce que puede permitir que yo la vea vestida de esa manera.

—Me alegra que haya surgido este tema, era algo que quería hablar con vos, desde hace rato. Porque es posible que tenga que seguir usando ropa como ésta… pantalones ajustados, minifaldas muy cortas, etcétera. No me gustaría que ésto interviniera en nuestra terapia, ni tampoco quiero que confundas las cosas. De lo contrario tendría que volver a liberar el último turno de los martes y los jueves; porque este tipo no puede venir a otra hora.

—No es necesario que hagas eso. Admito que no tengo idea de qué métodos podrías estar usando con este tipo; pero a mí no me molesta para nada que te vistas de esa manera. —Me agradó saber que yo era el único paciente que podía ocupar este horario en particular.

—Muy bien, me dejás más tranquila. En fin, vamos a hablar de vos, que para eso estamos acá. Me tenías que contar algo de Karen, esta chica tan linda con la que tuviste sexo hace unos años. ¿Pasó algo más con ella?

—Sí. Volvimos a acostarnos, fue unos días después de que le chupé la verga a Lucas por segunda vez.

—Ah, bien… al parecer Karen no es de las que cogen y después se arrepienten.

—No, para nada, y eso me sorprendió mucho… porque yo creía que ella era de las que se arrepienten. Pero la segunda vez fue casi un trámite. Ella lo propuso, poco después de llegar a mi casa. Se desnudó sin ningún tipo de vergüenza, y nos fuimos a la cama.

—¿Fue mejor que la primera vez?

—No… peor. Había algo en ella que me inhibía, no me podía concentrar. Ella mostró una actitud sexual que me descolocó totalmente. Lo hacía con mucha soltura, como si estuviera muy experimentada en el tema. Algo que no cuadraba con la Karen que yo conocía.

—Mejor dicho, con la Karen que vos creías conocer.

—Sí, eso es cierto. A veces tendemos a idealizar mucho a la gente, y creo que me pasó eso con Karen. Yo me formé la idea de que ella era una chica dulce, a la que no le importaba el sexo, y que nunca lo practicaba. Me resultó chocante descubrir que, a pesar de tener tanta cara de “buena chica”, el sexo le gustaba… y mucho.

—¿Hubo algún otro indicio, más allá de su actitud?

—Sí, indicios muy claros, que no dejan lugar a dudas. ¿Puedo sentarme al lado tuyo, así te muestro algo en el celular?

—Claro, vení —me hizo un lugar a su derecha, mientras cebaba un mate. Me acomodé y ella pregunto—. ¿Qué me vas a mostrar?

—Sé que las fotos porno están permitidas en esta terapia.

—Sí, claro. Mostralas sin miedo.

Puse en pantalla una foto de Karen sonriendo, tenía las piernas abiertas y se podía ver toda su concha en primer plano.

—Esta foto me la pasó al otro día de haber cogido por segunda vez. Me pidió disculpas porque creyó que estaba yendo demasiado rápido, y que tal vez a mí me iba a molestar que me mandara esas cosas. Obviamente le dije que me encantaba recibir fotos de ella desnuda, y en actitud sexual…

—¿A qué te referías con “actitud sexual”?

—No sé… a que se pusiera en cuatro y se sacara una foto, algo así. Pero Karen se lo tomó de forma más directa. La siguiente foto que me pasó fue ésta… y casi me muero de la angustia.

Le mostré la imagen en cuestión a Sabrina. En la pantalla de mi celular apareció Karen en primer plano, con una gran pija en la boca. Miraba a la cámara y se notaba que estaba muy feliz, sus grandes ojos estaban bien abiertos.

—Upa… algo me dice que esa verga no es la tuya.

—No, para nada. De pronto me enteré que Karen había tenido sexo con otro tipo… y que se trataba de alguien muy bien dotado.

—Sí, la pija es de muy buen tamaño… ella es una chica muy bonita, me gusta la actitud que tiene.

—Es preciosa. No te voy a mentir, a mí me molestó mucho esta foto. Me puse como loco, empecé a caminar por todo el departamento intentando procesar cuándo Karen había hecho semejante cosa. La Karen que yo había idealizado jamás andaría chupando vergas… y menos sacándose fotos al hacerlo.

—Sin embargo la foto es muy real, ella se comió una muy buena pija… y parece que lo disfrutó.

—Eso me quedó muy claro, y fue muy doloroso para mí. Sin embargo cuando ella me preguntó si la foto me había gustado, yo le dije que sí. Hasta le pregunté si tenía más como esa. Karen ni lo dudó, al toque me llegó esta otra foto:

Ahora se podía ver a la bonita Karen sacando la lengua para lamer la punta de esa gran pija, y tenía toda la cara cruzada por espesos chorros de semen.

—¡Apa! —Exclamó Sabrina—. Le pintaron la cara con leche. Bastante putita esta Karen.

—La cosa se puso peor cuando nos juntamos unos días más tarde. Ella quería contarme algo, en confianza, y como un boludo le dije que sí. ¿Y de qué me empezó a hablar? Del tipo que se la estaba cogiendo.

—Eso debió ser un golpe bajo.

—Lo fue, aunque no me pareció que hubiese mala intención en ella. De hecho me dijo que quería contarme porque me consideraba uno de sus mejores amigos. Y bueno, yo era como un “amigo con derechos”, así que no me hizo sentir mal que me tratara de esa forma. Lo malo vino cuando me contó que el tipo se la cogía tan bien que se estaba volviendo loca. Además me contó que el tipo solo la quería para coger, no era nada amistoso ni romántico. Él la llamaba para pedirle que fuera a la casa, y ella intentaba resistir la tentación, porque sabía que el tipo solo quería cogerla; pero siempre terminaba cediendo. Incluso me confesó algo que me dolió mucho. ¿Te acordás que la vez que se la chupé a Lucas, Karen tuvo que irse?

—Sí, ¿fue porque la llamó el padre?

—Eso me dijo en ese momento. Me confesó que en realidad se fue porque la llamó el tipo este… y ella estaba tan caliente que no pudo decir que no. Fue a la casa del tipo y se dejó coger —puse otra foto en la pantalla, solo se veía el culo de Karen, en cuatro patas, y una ancha pija entrando en su concha—. Esta foto es de esa noche en cuestión. La muy guacha me dejó re caliente y se fue a garchar con el tipo este… y sé que lo hizo porque él la tiene más grande.

—Ah, ya veo… a la putita le gustan las pijas bien anchas. Pero algo me dice que, a pesar de que te molestó que ese tipo se la cogiera… te habrás hecho unas buenas pajas mirando estas fotos.

—Em… sí, eso sí… no lo pude evitar. Es que Karen me calienta mucho, es una piba muy linda.

—¿Y la pija? ¿No pensaste en esto mientras te pajeabas? Es una buena verga… seguramente se parece bastante a la de Lucas.

—Eso fue un golpe bajo de tu parte —Sabrina me sonrió como si dijera: “Lo sé, pero no me importa”—. Sí, lo admito… pensé en la verga. Aunque al tipo no lo conocía, y me caía mal porque se estaba cogiendo a Karen, recientemente había tenido mis primeras experiencias chupando vergas, y me calenté al ver las fotos. Especialmente con ésta —busqué entre las imágenes hasta que di con una foto en la que Karen aparecía en primer plano, con la cara llena de leche, y la verga metida en la boca. Se notaba que debía esforzarse para tragarla—. Me imaginé que el tipo, además de acabarle en la cara, también le tiró semen dentro de la boca…

—Y estoy segura de que Karen se la tomó todita. Tiene carita de santa, pero por lo que me contaste, puedo deducir que en realidad es bastante putita.

—Puede que tengas razón, en ese momento yo no lo quería reconocer. Para mí seguía siendo “la chica perfecta de mis sueños”, una santa que se estaba portando mal porque ese tipo la estaba manipulando. Cuando me junté otra vez a charlar con Karen me contó que el tipo solo la llamaba cuando tenía ganas de coger. La hacía entrar a la casa y, sin siquiera saludar, le decía: “Arrodillate, putita, y empezá a chupar”. Sacaba la pija y se la ponía contra la cara. Se la cogía todo lo que quería y después le pedía que se fuera. La descartaba como si fuera un preservativo usado. El tipo le dejaba bien claro que él no tenía ganas de “pasar tiempo” con ella, solamente le quería meter la pija. Le aseguré a Karen que ella no podía permitir que la tratasen de esa manera. Me contó que varias veces intentó hablar con el tipo, al menos para que la relación sea un poquito más cariñosa. Ella se repetía: “No se la chupes, no se la chupes”... pero cuando estaba ahí, con la pija en la cara…

—La chupaba.

—Sí, sin chistar.

—Me da mucho morbo esa situación. No es algo que haría con cualquiera, pero de vez en cuando me gusta sentirme un poquito “sometida”, como Karen. Que me digan que la chupe, como una puta… y hacerlo, sin pensar. Estuve en situaciones como esas, generan sensaciones muy fuertes… y morbosas. Por eso la entiendo. Yo también me repetía “No lo hagas, Sabrina, resistí la tentación”, y cuando me daba cuenta, ya tenía la pija metida en la boca y la estaba chupando. Eso era solo el primer paso, porque cuando te sometés de esa manera, te dejás hacer de todo. He llegado a entregarle el orto a tipos que apenas conocía, solo porque la situación era muy morbosa… y porque el tipo tenía una pija tentadora. El que se cogió a Karen tiene buena verga, y ella tenía muchas ganas de que se la cogieran. Es la combinación perfecta. Sin embargo este tipo de relaciones generan culpa. Después te arrepentís de haberte portado como una puta. Te sentís usada y humillada. Aunque es una humillación similar a la que experimentás vos cuando Romina te cuenta que le metieron una pija grande.

—Claro, una humillación acompañada de morbo y placer.

—Exacto. Me hice muchas pajas recordando esos momentos de humillación y sometimiento.

—¿Puedo saber de alguno? Digo… si no es molestia.

—Emm… bueno, vos te animaste a mostrarme más fotos de Karen, y eso es de agradecer. Creo que puedo contarte una de esas ocasiones. —Reflexionó durante unos segundos, tal vez estuviera pensando en cuál de todas sus anécdotas contarme, o bien solo estaba ordenando sus pensamientos—. Esto ocurrió poco después de haberle chupado la verga a uno de mis compañeros en el baño.

—¿Al primero o al segundo?

—Al segundo, ese al que se la chupé en la casa, mientras intentábamos hacer un trabajo práctico. Y bueno, a mí me gustó tanto su verga que me la comí unas cuantas veces en el baño de la universidad. En alguna de esas ocasiones a él se le ocurrió grabarme, con el celular. En ese momento no lo vi como algo malo, a mí también me gusta mirar videos sexuales… especialmente si son experiencias de personas que conozco. Lo que no me imaginé es que esos videos iban a terminar circulando por la universidad. Acá es donde la cosa se pone algo rara y todavía no sé exactamente qué ocurrió. El pibe dijo que él no le pasó los videos a nadie, que se olvidó el celular un día en la universidad y al otro día se lo devolvieron. Él sospecha que algunas de las personas que tuvo el celular encontró la forma de sacar los videos y los envió a otras personas.

—Pará… ¿me estás diciendo que internet hay videos tuyos chupando pijas?

Ella sonrió con picardía.

—Sí, es muy probable que estén dando vueltas en algún rincón de internet. Pero ni te molestes en buscarlos, nunca llegué a volverme viral. Tal vez si hubiera sido una chica más bonita…

—Vos sos muy bonita.

—Gracias; pero en internet hay videos de pendejas verdaderamente preciosas, chupando vergas e incluso haciendo más cosas. Mis videos simplemente se perdieron entre la abundancia de material…

—Me imagino que igual la habrás pasado mal, sabiendo que algunos de tus compañeros los vieron.

—No la pasé tan mal. A ver, con mis amigas de confianza nos reímos del asunto, a mí nunca me molestó que ellas me vieran chupando pija. Y en cuanto a los demás… bueno, la mayoría ni se animaba a hablarme. Tengo mi carácter.

—Eso no lo discuto.

—Me gustaría decir que me libré de ese asunto sin penas ni glorias; pero hubo consecuencias. Un día me citaron a la oficina del decano de la universidad. Sabía que tenía que ver con este asunto, ni siquiera tuvieron que explicármelo. Entré en la oficina y me encontré con dos tipos, como no quiero decirte sus nombres los llamaremos Decano y Profesor.

—Perfecto. ¿Era profesor tuyo?

—Sí, me daba dos materias. Al parecer él fue el primero, dentro de las autoridades de la universidad, en recibir mis videos.

—¿Quién se los mandó?

—No sé. Me dijo que los recibió de una fuente anónima; pero dudo que así sea. A mí me parece que el tipo se cogía a una de mis compañeras… y ella le pasó el video.

—Apa… ningún santo el profe.

—Estaba bueno, las pendejas se morían por él. No lo culpo por haberse cogido a más de una. Era un “secreto a voces”. Casi todos en la universidad sabían que el tipo se garchaba alguna pendeja por curso. Nunca falta la que entra con las hormonas alteradas y quiere jugar a la “alumna que se portó mal”. No me sorprendió que él estuviera presente en la reunión a la que me citaron. Apenas me senté me puso en la cara la pantalla de su celular y me dijo: “Mirá lo que encontramos”. Me ví a mí misma, muy contenta, comiéndome una buena poronga. Ese video me daba morbo, si lo miraba sola o con alguna de mis compañeras; pero en ese momento me dio mucha vergüenza. No me agradó que esos dos se hubieran enterado de mis andanzas. Me gusta el sexo y no me siento culpable por disfrutarlo; sin embargo también me preocupaba mi futuro académico, y sabía que eso estaba en peligro. Decano me dijo: “Es obvio que esto ocurrió en las instalaciones de la universidad… en uno de los baños”. Sí, era obvio, no lo podía negar. También sabía perfectamente que había reglas en contra de andar chupando vergas dentro del establecimiento. Profesor dijo: “¿A usted le parece bien que una futura psicóloga ande de petera en los baños de la universidad?”

—¿Te dijo petera?

—Sí, sin vueltas. Yo me quería morir, todavía no estaba tan curtida en el sexo… y que un profesor me diga que soy una petera, me hizo sentir muy sucia. Como si no mereciera convertirme en psicóloga. Claro, en esa época tenía la concepción que suele tener la mayoría de la gente: que los psicólogos somos robots sin sentimientos y que somos incapaces de disfrutar el sexo. Ahora sé que no es así. Por más títulos que tenga, a mí me sigue gustando la pija.

Hizo una pausa y miró hacia mi bulto, la tenía dura y me puse rojo de la vergüenza; pero ya habíamos hablado de ese tema y en el fondo sabía que no debía preocuparme. Ella me sonrió como si me estuviera diciendo: “Está todo bien”, y continuó con su relato.

—Fue un momento que marcó un antes y un después en mi vida. ¿Te acordás que te dije que a mí también me calienta un poco el asunto de la humillación? —Asentí con la cabeza—. Bueno, lo descubrí ese día. El Profesor y el Decano empezarona a interrogarme y en poco tiempo me di cuenta de que sus palabras no eran para nada profesionales. Estaba ocurriendo algo fuera de lo normal. Me quedó más que claro cuando el Profesor dijo: “Hay como cinco videos tuyos chupando verga y en todos terminás con la cara llena de leche. ¿Qué le vas a decir a tus pacientes cuando te vean tragando semen como una puta?”

—Uy, se fue muy a la mierda.

—Sí, totalmente; pero esa era su intención. Al tipo se le estaba poniendo dura la verga… y al otro también. El Decano me miraba con los brazos cruzados, apoyado en el escritorio, podía ver su bulto creciendo. Me dijeron que me expulsarían de la universidad, porque no podían permitir que una alumna se estuviera comportando de esa manera. Especialmente si esos videos llegaban a internet. Yo les dije que me importaba poco que los videos se hicieran públicos. Obviamente no era cierto, pero no sabía cómo defenderme. Me tenían acorralada.

—Vos me dijiste que me ibas a contar sobre una vez que terminaste chupando verga cuando se supone que no deberías haberlo hecho. ¿Te referís a lo que hiciste en el baño con tu compañero, o a algo que pasó en esa oficina?

Ella me mostró una sonrisa pícara.

—Me refería a algo que pasó en esa reunión…

—Tenías mi atención… ahora tenés mi interés.

Un pitido sonó en algún lugar del consultorio. Me llevó unos segundos darme cuenta de que se trataba del celular de Sabrina.

—Uy, ya se terminó la sesión.

—¿Justo ahora?

—Sí, perdón…

—Pero me ibas a contar lo que pasó en esa oficina.

—Lamentablemente ahora no puedo. Tengo un compromiso. Hay días en los que no tengo nada para hacer y otros en los que se me junta todo.

—Ya veo. Entonces no voy a insistir, las sesiones terminan a determinada hora y voy a respetar eso.

—Es solo porque tengo que hacer algo. Si no tuviera un compromiso, te seguiría contando. Al menos una parte.

—¿Una parte?

—Tal vez no tendría que haber contado tanto. Pero sí puedo decirte una cosa: lo que pasó en esa oficina también quedó grabado en video.

—Apa… ¿y ese video…?

—No, no está en internet. Al menos que alguien lo haya subido sin que yo me entere… lo cual es una posibilidad.

—Ah, es lo mismo que nada…

—¿Por qué? ¿Te ibas a poner a buscarlo?

—Em… no, lo que pasa es que…

—Es un chiste, tarado. Vos me pasaste videos porno de tu ex novia. ¿Te creés que me enojaría si llegás a encontrar alguno de mis videos en internet?

—¿Me estás dando permiso para buscarlos?

—No los vas a encontrar.

—¿Y qué te hace pensar que no? ¿Sabés las horas que me pasé buceando por la pornografía de internet?

Ella se rió a carcajadas.

—¿Tenés un diploma de pajero profesional?

—Todavía no, pero deberían dármelo. Tengo mucha experiencia en el asunto —Me encantaba poder hablar de esto con tanta soltura, sabía que si Sabrina fuera otra persona jamás confesaría sobre mis prácticas de masturbación—. ¡Hey! Vos sos psicóloga, tal vez vos puedas entregar esos diplomas.

—Si pudiera, te lo daría. También tendría que hacerme uno para mí, porque últimamente le estoy dando bastante a la del mono.

Se me puso rígida la verga de solo imaginar a Sabrina haciéndose una paja… y no solo una, aparentemente se la hacía con bastante frecuencia.

—Bueno, te lo dejo de tarea. Si llegás a encontrar los videos en internet, podés mirarlos… y de paso, si podés, haceme el favor de borrarlos de la página en la que estén.

—¿Y cómo haría eso?

—No sé, hay páginas que te permiten denunciar el contenido. Una vez lo hice una, donde estaban mis videos, y los borraron. Eso me dio cierto alivio. Sé que por borrarlos de una página no los hago desaparecer de internet; pero al menos les resto un poco de visibilidad.

—Está bien, te prometo que si los encuentro, hago lo posible para que los borren… no sin antes haberlos bajado. ¿Te molestaría si hiciera eso?

—Mientras los bajes solo para uso personal… no te los voy a pasar yo, pero si llegás a encontrarlos, bueno… te ganaste el derecho de tenerlos. Hagamos un trato… si conseguís que los borren de alguna web… yo te paso algún otro video mío.

—Esa es una oferta más que tentadora. ¿De verdad que no te molesta que yo use tus videos para…?

—De eso hablamos en otro momento. Ahora me tengo que ir.

—Sí, perdón. No te distraigo más.

Salimos rápido del consultorio, Sabrina estaba apurada. Me hubiera gustado quedarme charlando con ella sobre esos videos y sobre lo que ocurrió en la oficina del Decano; pero tampoco podía tentar la suerte.

Esa misma noche me senté frente a la computadora y me pasé horas buscando esos videos porno de Sabrina. No hubo suerte. Lo intenté con todas las combinaciones de palabras que se me ocurrieron, incluso usé su nombre real; pero nada. Ni siquiera encontré algún video de una chica que se pareciera remotamente a Sabrina. Me frustré tanto que ni siquiera me dieron ganas de hacerme una paja.

Pero no me rendiría, si esos videos estaban en internet, pensaba encontrarlos, sin importar cuánto tiempo me lleve... y si tenía que amenazar de muerte al web master, para que los borrara, lo haría.


—2—


El jueves llegué un poco más temprano de lo habitual, al parecer caminé más rápido de lo normal. Esos pocos minutos de anticipación marcaron una diferencia. Toqué timbre y la puerta se abrió al instante. Allí estaba Sabrina, acompañada del flaco alto que asistía a sesión antes que yo. Ese paciente que era la razón por la que ella se vestía de esa manera poco apropiada para una psicóloga.

—Hola, Horacio. Pasá, justo estábamos terminando. Si querés podés ir subiendo…

—Creo que me olvidé la billetera arriba —dijo el flaco.

—¿Estás seguro?

—Si no está arriba, se me cayó en la escalera.

—Bueno, vamos a buscarla. Esperá acá, Horacio.

No tuve tiempo de decir ni una sola palabra, ella subió las escaleras acompañada de su paciente. Pude haberme quedado de pie junto a la puerta, pero me aburrí y decidí subir hasta el consultorio. Quizás yo pudiera ayudar en la búsqueda de esa billetera. Recorrí el primer tramo de la escalera y cuando llegué al primer descanso, pude ver a Sabrina y al flaco, de pie en el segundo descanso. Me quedé inmóvil, sin hacer ruido. Ellos dos hablaban en susurros, y se reían, como si fueran viejos amigos. Desde mi posición pude ver toda la parte de abajo de la minifalda que llevaba puesta Sabrina ese día. Era muy corta y al estar yo debajo, noté perfectamente cómo la tanga se le encajaba con las nalgas. Me sentí privilegiado de mi posición, hasta que esa mano avanzó…

El flaco posó una de sus grandes manos directamente en el culo de Sabrina, por debajo de la minifalda. Pude ver como sus largos dedos recorrían todo el largo de su concha, como si estuviera marcando la división que existía entre los gajos vaginales. Me sorprendió que Sabrina no le apartara la mano en ningún momento. Ella siguió conversando con él, en voz muy baja, y soltó una risita. Se me puso la cara de todos colores, quería subir y golpear al flaco por sobrepasarse de esa manera con Sabrina; pero todo ocurrió tan rápido que no tuve tiempo a reaccionar.

Ellos comenzaron a bajar, cuando Sabrina me vio se limitó a sonreírme, como si nada extraño hubiera ocurrido. Me vi obligado a bajar las escaleras porque de lo contrario ellos no podrían pasar. Aguardé en silencio, hasta que la psicóloga despidió a su paciente y luego volvió a subir, junto a ella. Ni siquiera me tomé la molestia de mirar por debajo de su minifalda, trepé los escalones en silencio, masticando bronca. Una vez que entramos al consultorio, solté todo.

—¿Por qué no le dijiste nada?

—¿A quién?

—Al flaco ese… ¿por qué no le dijiste nada cuando te metió la mano debajo de la minifalda?

—No es asunto tuyo, Horacio.

—Pero… se sobrepasó con vos, ¿cómo podés permitirle semejante cosa?

—Le permito lo que considero que debo permitirle. Ya te expliqué que con él estoy aplicando una terapia poco convencional.

—¿Esa terapia requiere dejarse tocar el culo de esa manera?

—Tal vez. Pero como te dije, no es asunto tuyo. Si te genera algún tipo de molestia, o rechazo, la metodología que aplico con algunos pacientes, entonces podés retirarte del consultorio. Mañana mismo te derivo a otro terapeuta.

—¿Qué? No… no… no quiero irme. —Sentí pánico, el sudor de mi cuerpo se volvió frío. Me aterraba la idea de suspender mis sesiones con Sabrina, ella significaba mucho para mí. No podía imaginar una terapia con otra persona.

—Entonces, si te vas a quedar, te pido que no te metas en asuntos que no te incumben… y nada de lo que yo haga con mis demás pacientes, te incumbe. ¿Está claro, Horacio?

Era la primera vez que la veía enojada, desde que empecé el tratamiento con ella. Recordé que Sabrina y yo en realidad no somos amigos, ella es mi terapeuta y yo soy su paciente. Me estaba dejando bien en claro que la que mandaba era ella.

—Tenés razón, te pido disculpas. Es que pensé que el flaco se estaba aprovechando, yo solo quería ayudar.

—Horacio. No necesito ningún héroe con armadura brillante que venga a rescatarme. Sé cómo manejarme con mis pacientes, por más que muchos terapeutas no aprueben mis métodos, sé lo que estoy haciendo. Si algún día necesito tu ayuda, para algo relacionado con otro paciente, te la voy a pedir. Pero no vengas a hacerme escenas como esta porque sino vamos a tener que suspender la terapia. No soy tu novia. ¿Está claro?

—Sí, muy claro. Perdón.

—Bien, una vez aclarado esto —se sentó en el sofá, acomodando su minifalda—, podemos empezar con la sesión de hoy. ¿Te parece bien?

—Sí, muy bien —me senté frente a ella, estaba avergonzado por mi actitud. Tenía miedo que esto significara un retroceso en mi relación de confianza con Sabrina.

—Bueno, aclarado el asunto, podemos seguir donde nos quedamos el martes. —Se me nubló la mente, fue como aquella vez que se cortó la luz mientras yo escribía uno de mis libros. De pronto la pantalla se puso negra y perdí el hilo. Abandoné ese escrito porque había perdido horas de progreso, por no haberlo guardado. Ahora, ante Sabrina, ni siquiera podía recordar qué fue lo que hablamos durante la última sesión. Solo podía pensar en la mano de ese flaco tomándose su tiempo para recorrer los labios vaginales de la psicóloga… y ella soltando una risita histérica—. ¿Estás bien, Horacio?

—¿Eh? Sí… sí… —dije, volviendo a la realidad—. Estaba pensando en lo que hablamos el martes. No me acuerdo dónde nos quedamos.

—Me estabas contando de Karen, y del tipo este que visitaba solo para coger.

—Ah, sí… sí… —todos los recuerdos llegaron a mi mente—. ¿Sabés una cosa? Nunca entendí por qué Karen se fijó en alguien como yo.

—Tal vez estaba buscando a alguien que la trate con cariño. Alguien con quien pudiera pasar un buen momento, más allá del sexo.

—Sí, puede ser. —Mi mente volvió a estar en sintonía con mis recuerdos sobre Karen. Ahora que Sabrina había mencionado el tema, quería hablar de eso—. Le aconsejé que ya no viera a ese tipo, le prometí que yo nunca la trataría de esa forma. Es más, hubo noches en las que le preparé una rica cena, miramos películas y después nos fuimos a la cama. Fueron las típicas “veladas románticas”. Sin embargo, la tercer vez que nos juntamos para hacer eso, la llamó el tipo, justo cuando estábamos por sentarnos a comer. Esta vez no lo ocultó, me dijo que era él y hasta escuché parte de la conversación. Karen se mantuvo firme y le dijo al tipo que estaba harta de que la llamara solo para coger, como si fuera una puta barata. Yo le hice señas de asentimiento, para motivarla a seguir. Sacó pecho y mantuvo la frente en alto, le dijo al tipo que ya no quería verlo. Después hubo un rato en el que se quedó callada y escuchó, parecía enojada, como si lo que estuviera oyendo no le gustara. Cortó la llamada y me miró, le pregunté qué había pasado: “Tengo que ir a hablar con él”, me dijo. “Quiere que le diga las cosas en la cara, entonces va a dejar de llamarme”. Le aseguré que a mí la idea no me gustaba nada; pero no podía obligarla a quedarse. Antes de que se vaya le dije: “Mantenete firme, no hagas nada de lo que él te pida”. Me respondió: “Sí, quedate tranquilo, que voy para cortarle el rostro. Vuelvo en un rato”.

—¿Volvió?

—Emm… yo me quedé esperando durante más de una hora. Estuve a punto de llamarla, cuando sonó el teléfono. Era un mensaje de ella. Decía: “Perdón, amigo… no voy a poder ir… soy una boluda, no aprendo más. Me estoy portando mal. Intenté aguantar todo lo que pude, pero terminé cediendo, como siempre”. Justo después del mensaje había una serie de fotos y un video.

Me senté en el sofá junto a Sabrina y le mostré las imágenes. En la primera se podía ver a Karen de rodillas, chupando la verga, miraba a la cámara con preocupación, como si supiera que no debería estar haciendo eso. Después se la veía desnuda, con las piernas abiertas, esperando a que la penetraran. Por supuesto había fotos de ella con la pija bien metida en la concha. También un par, que ella misma sacó, montando la verga, con una expresión de dolor y placer muy morbosa.

Se me puso dura la verga y Sabrina lo notó, pero no dijo nada. Por supuesto que yo me avergoncé; pero preferí hacer de cuenta que no pasaba nada.

—Al final resultó ser bastante putita esa Karen. Cómo le gusta que le metan la pija... se le nota en la cara. ¿Por qué te mandó esas fotos?

—No lo sé… creo que lo hizo el tipo, para darme celos.

—O tal vez fue para que perdieras la fe en ella; para demostrarte que ella ya había elegido un rumbo y que no iba a volver con vos. ¿O a caso volviste a estar con ella después de esa noche?

—Em… no. Fue la última vez que estuvimos juntos, de ahí en más solo hablamos por mensajes de texto. Intenté llamarla más de una vez pero no me respondió. En los mensajes me contaba lo bien que la estaba pasando con el tipo, y ya no le importaba mucho que fuera solo sexo. Lo estaba disfrutando. El tipo se la cogía muy bien y ella quería seguir visitándolo. Incluso me mandó estas fotos:

Le mostré a Sabrina una secuencia de imágenes que mostraban a Karen muy sonriente, con la cara cubierta de semen; con las piernas abiertas y la pija enterrada en la concha; y alguna que otra de ella mirando hacia atrás, donde estaba la cámara, y un buen primer plano de su culo siendo penetrado por una gruesa verga.

—Una vez me dijo: “Me encanta que me rompa el orto, tiene mucha pija”. Me engañé a mí mismo pensando que ese mensaje lo había escrito el tipo…

—Pero en realidad sabés que fue ella.

—Sí, ya no tengo dudas. Es solo que en aquel momento no quería ver la verdad… hasta que me llegó este video, junto con la frase: “Perdón, Horacio, lo nuestro ya se terminó. No me escribas más”.

En la pantalla del celular comenzó a reproducirse un video en el que Karen aparecía completamente desnuda, de rodillas ante la cámara.

—Decime una cosa, putita —la voz llegó del parlante del celular, era la del hombre que estaba grabando toda la escena—. ¿Te gusta comer pijas?

—Sí, mucho… me encanta la verga. —Respondió ella, sonriendo. Si hubiera sido un perro, la hubiéramos visto sacudir la cola con alegría—. Especialmente si son grandes… como la tuya.

—¿Te gusta mi verga?

—¡Me encanta!

—¿Te la vas a comer toda?

—Sí.

—¿Te vas a dejar llenar la cara de leche?

—Sí, quiero que me des de tomar la lechita.

Acto seguido ella empezó a chupar la verga con devoción, lo hizo durante largos minutos, poniéndole mucho énfasis. Intentaba tragarla completa, pero era tan ancha y larga que no podía. Adelanté el video, porque era largo y repetitivo. Cuando llegó el momento del final el semen empezó a saltar a grandes chorros de esa pija, y Karen lo recibió en toda la cara, con una sonrisa. Abrió la boca, para que las últimas descargas cayeran sobre su lengua.

—Así me gusta verte, putita —dijo el tipo—. Mostrale a ese pelotudo cómo te tomás la leche.

Ella miró a la cámara, y habló con dificultad, por el líquido que tenía en su boca:

—Mirá, Horacio… me llenaron de leche.

Se tragó el semen y volvió a sonreír.

—Uf, eso es muy fuerte —dijo Sabrina—. No me extraña que te haya afectado.

El video no había terminado. A continuación pudimos ver a Karen en cuatro, con su precioso culo en pompa. Se abrió las nalgas y esperó a que el tipo le clavara toda la pija.

—¿Quién es mi puta? —Preguntó el sujeto, mientras se la enterraba en el orto.

—Yo… yo soy tu puta, cogeme todo lo que quieras.

—¿Ah sí? ¿Querés mi pija por el culo?

—Sí, rompeme la cola que me encanta —la verga ya había entrado y los movimientos se intensificaron tanto que seguramente a Karen le habrá dolido un poco, sin embargo ella gimió de puro placer—. ¡Ay sí, cómo me gusta!

—Entre ese peluto y yo… ¿a quién preferís?

—A vos… a vos…

—¿Por qué?

—Porque tenés una pija enorme… ¡Me encanta!

—¿Estás segura?

—Sí… Horacio ni sabe coger… vos me partís al medio cada vez que me la metés.

—¿Sos mi puta?

—Sí, soy tu puta… cogeme todo el orto…

Poco después de esto el video finalizó.

—Mmmm… interesante material, —dijo Sabrina—. Funciona muy bien a un nivel pornográfico, me quedé re caliente. Pero también funciona para la terapia.

—¿Por qué lo decís?

—¿No es obvio, Horacio? Puede que acá haya comenzado tu fetiche con la humillación. Esa piba, tan dulce y angelical, te demostró que en realidad es tremenda puta y prefirió a un tipo pijudo que cogiera bien, antes que a vos. Lo dijo ella misma, mientras le rompían el orto. Me imagino que la primera vez que viste este video habrás sufrido mucho…

—Sí, así fue. Me dolió un montón.

—Pero también puedo aventurarme a decir que, con el tiempo, habrás aprendido a disfrutar al ver estas imágenes. Estoy segura de que te habrás hecho como un millón de pajas mirando este video.

—Eso es cierto.

—Karen fue la precursora de lo que experimentás ahora cuando ves cómo se cojen a Romina. Lo que buscás es repetir la mezcla de emociones fuertes que te provocó el video de Karen.

—Es muy posible.

—Ahora lo tenés más trabajado y asumido; pero en aquel entonces no lo habrás entendido muy bien.

—Sí, es verdad. Cuando empecé a masturbarme, al mirar este video, me sentí un imbécil. Me repetía a mí mismo: “Horacio, ¿cómo te vas a pajear con esto si Karen te lo mandó para demostrarte que ya no quería estar con vos?”. Pero aún así… me calentaba. Al principio creí que me excitaba Karen… es decir, es preciosa, y verla coger es siempre un espectáculo de lujo. Sin embargo…

—La humillación.

—Sí. Eso mismo… ahora entiendo que también me calentaba que dijera que prefería la pija de ese tipo antes que la mía.

—A mí me dio un morbo tremendo este video. Lo que más me gusta es ver cómo esa chica, de apariencia tan inocente, terminó siendo una pervertida.

—¿Querés que te pase el video?

—Sí, por favor. Esta pendeja me vuelve loca, tiene una actitud tremenda. Ya le dediqué algunas pajas a las fotos que me pasaste.

—A ver… em… tengo muchas preguntas acerca de eso y no sé si puedo hacerlas.

—Hacelas, pero no esperes que yo las responda. Aunque estoy dispuesta a responder algunas.

—Bien… primero: ¿de verdad te masturbás con las cosas que yo te paso?

—Sí, ¿por qué no? Nunca viene mal una buena paja después de un largo día de trabajo. Estas fotos y videos ayudan bastante.

—Y segundo: Me sorprende que te masturbes mirando fotos de mujeres desnudas. No sabía que…

—¿Que tuviera tendencias lésbicas?

—Em… sí, eso.

—¿Y quién dice que las tengo?

—Vos lo dijiste…

—No, yo solo dije lo que vos estás pensando.

—Pero, si te masturbaste mirando las fotos de Karen….

—En algunas fotos Karen está chupando vergas, y haciendo otras cosas…

—Sí, pero en otras está ella sola, desnuda.

—Nunca aclaré cuáles fueron las fotos que usé para mis sesiones de paja.

—Está bien, ahí me agarraste. Yo asumí cualquier cosa. Saqué conclusiones apresuradas. Pero me hizo un poco de ilusión que tuvieras tendencias lésbicas.

—¿Y eso por qué? ¿Te daría morbo que tu psicóloga tuviera tendencias lésbicas?

—No es por eso… lo que pasa es que la semana que viene probablemente venga a terapia con Romina. ¿Te acordás?

—Sí, me acuerdo.

—Y bueno, tal vez si vos tuvieras ese tipo de tendencias, podrías hablar con Romina… como amiga, para que no piense tan mal de los homosexuales… o de la gente que disfruta teniendo alguna interacción sexual con personas del mismo sexo.

—No necesito ser lesbiana para hablarle sobre eso. A ver, yo soy psicóloga y no me gusta manejarle las creencias a la gente; pero si descubro que ella sufre por ese tema, entonces la ayudaría.

—Creo que sufre, porque de verdad se enoja mucho cuando ve dos mujeres o dos hombres besándose.

—Bueno, lo veremos la semana que viene. Si la situación es propicia, voy a intentar charlar sobre ese tema, como si fuera ocurrencia mía.

—Te agradecería mucho que hicieras eso, y por favor, no le cuentes lo de Lucas.

—Ni lo de Lucas ni lo de nadie. Yo solamente voy a hablar de los temas que vos mismo menciones. De lo contrario me voy a quedar callada.

—Muchas gracias, Sabrina.

Pasamos el resto de la sesión conversando sobre otros temas menos importantes. Eso me ayudó a despejar la cabeza. Le conté sobre el nuevo relato de terror que estaba escribiendo y de cómo pensaba construir los personajes. Ella me dio algunos consejos, desde el punto de vista psicológico. Sabrina es una mujer verdaderamente interesante, si no hubiera un reloj dictaminando el final de nuestras sesiones, me podría pasar días charlando con ella.

Me fui del consultorio pensando en cómo serían las próximas sesiones, teniendo a Romina como compañera de terapia.

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