Strip Póker en Familia [06].

 


Modelo de la Foto: RydenGG (En Twitter)



Capítulo 6.


La Juego de Mayra.

Después de la segunda partida de strip póker en familia, hicimos lo posible para volver a la rutina normal… con la ropa puesta. Los siguientes días transcurrieron como si fuéramos una familia normal. Bueno, casi… me refiero a todo lo normal que puede ser una familia que llegó a un punto en el que vernos sin ropa ya no supone un tabú. De hecho, más de una vez me crucé con mi tío Alberto saliendo del baño, después de una ducha, sin llevar puesta una toalla. Incluso a veces caminaba hasta la cocina y se quedaba charlando con mi madre, con las bolas colgando plácidamente. Cabe aclarar que mi madre nunca emitió una queja hacia este comportamiento, aunque mi hermana o yo estuviéramos presentes en ese momento. Llegué a la conclusión de que para Vicky y Alberto eso ya era algo normal.

Pero lo más extraño ocurría por las noches, en el cuarto que comparto con Mayra. Las dos seguíamos masturbándonos abiertamente, incluso hubo veces en las que nos propusimos la una a la otra dedicar algunos minutos a la autocomplacencia. Imagino que para mi hermana era tan extraño como para mí el hecho de compartir con alguien un momento tan íntimo, y eso era lo que lo hacía tan interesante.

Estas prácticas nos ayudaron mucho a forjar una relación de confianza más estrecha, y estoy segura de que por eso Mayra se animó a plantearme una idea que tenía en mente.

—Es una pequeña apuesta; pero sin cartas de por medio —me dijo, mientras las dos charlabamos desnudas en mi cama. Minutos antes nos habíamos hecho una paja espectacular, digna de una película porno—. Si vos ganás, yo tengo que cumplir el desafío que elijas… y si yo gano, vos tenés que hacer lo que digo.

—Bien —dije, sin dudarlo. Era una mecánica muy similar a la que empleábamos en nuestras partidas de póker, la idea me resultaba atractiva—. ¿Y en qué consiste la apuesta?

—Em… lo que pasa es que si te lo digo, te estaría condicionando. 

—No entiendo.

Ella mostró una sonrisa angelical que venía acompañada de cierta chispa picaresca.

—Digamos que tiene que ver con algo que podría pasar o no. Si te digo que és, vos podrías actuar en consecuencia, para ganarme la apuesta. 

—Ah, ya veo… pero me parece un poquito injusto. Si no sé de qué se trata, vos podrías inventarte cualquier cosa.

—Ya sé… yo voy a anotar lo que puede ocurrir (o no), y lo guardamos en un sobre. A ese sobre lo sellamos bien y lo abrimos… em… ¿el viernes de la semana que viene?

—¿Ese sería el plazo máximo?

—Sí. Si lo que yo escribo está errado, vos ganás… si acierto, gano yo. 

—Bien, trato hecho.

Era miércoles, por lo que mi hermana contaba con un plazo de más de una semana para que se cumpliera su predicción. No tenía idea de qué podría ser. Se me ocurrieron tantas locuras que simplemente abandoné la tarea, no iba a adivinar qué estaba pensando esa chica ni en un millón de años. 

Los días siguieron y ese sábado no hubo una partida de Strip Póker. Mi mamá consideró que no era apropiado hacerlas tan frecuentemente, de lo contrario la situación podría degenerarse mucho. Ese día di por ganada mi apuesta con Mayra, estaba convencida de que su predicción debía cumplirse durante alguna de estas partidas de póker, y al no existir una, no iba a ocurrir. A menos que hubiera apostado que este sábado no habría póker… lo cual es posible. Pero no, si mi hermana pensó en algo, seguramente se trate de que algo iba a ocurrir, requeriría alguna acción por parte de algún miembro de mi familia. 

Como estaba convencida de que ganaría, me puse a pensar en posibles desafíos para Mayra. La última vez que jugamos al póker ella especificó, bien clarito, que estaba harta de que la tratemos como una niña. Por eso mi desafío tenía que ser algo contundente. Si ella quería jugar a un juego de adultos… le daría el gusto.


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El jueves fui con Mayra hasta el gimnasio, ella parecía particularmente contenta por reencontrarse con Darío. Al fin y al cabo ese tipo la había hecho debutar en el mundo del sexo. 

Para mi sorpresa, los dos se mostraron distantes, como si recién empezaran a conocerse. Supuse que eso se debía a que yo estaba en el medio. Mayra le sonreía al profesor con una tímida alegría y él intentaba no mirarla fijamente a los ojos durante mucho tiempo. Incluso procuraba que su mirada no se quedada clavada en las nalgas de mi hermanita. Para colmo ella tenía puesta una calza negra super ajustada, que le resaltaba todo el culo. Si el tipo pretendía disimular, ella no se lo estaba poniendo nada fácil.

Conmigo no tuvo tantos miramientos. Cuando empezamos con los ejercicios de elongación y precalentamiento, Darío me arrimó por detrás y me mostró la forma correcta de elongar los músculos de los brazos. No perdió la oportunidad de presionar sus grandes manos contra mis tetas. Tampoco se inhibió ni un poquito cuando sus dedos acariciaron, sin razón aparente, toda mi entrepierna; como si estuviera dibujando la raya de mi concha sobre el pantalón. 

La falta de sutileza del tipo me estaba calentando demasiado. Era como si me estuviera diciendo: “Yo sé que a vos te encanta que te manoseen”. La verdad es que yo no sabía que me gustaba tanto eso. Lo descubrí aquella noche en la que me dejé coger en la discoteca, y me encantaba estar disfrutando de un momento parecido. Aunque Darío aún no se animaba a meterme la pija. Me pregunté si estaría dispuesto a llegar a tanto, y la concha se me humedeció cuando pensé si yo estaría dispuesta a entregarme. 

“Ay, Nadia —me reproché—. No podés ser tan fácil. Tenés que contenerte un poco”.

Pero sabía que eso era inútil, desde que empecé a jugar al strip póker con mi familia, no puedo dejar de pensar en sexo. Aún no se había vuelto una obsesión que me quitara el sueño, aunque sí acaparaba muchas horas de mis pensamientos. 

Unos minutos más tarde Darío me dio una buena arrimada por el culo, mientras yo levantaba unas pequeñas mancuernas. Mayra estaba sentada en una de esas máquinas que permiten ejercitar brazos y piernas a la vez, y me miraba con picardía. 

Darío me preguntó si quería ejercitar alguna parte de mi cuerpo en particular y yo le pedí algún ejercicio para la espalda. No pretendo tener una espalda ancha, como la de un físico culturista; pero imaginé que eso me serviría para soportar mejor el peso de mis tetas. Amo tenerlas tan grandes, pero las muy desgraciadas pesan bastante. 

Me concentré tanto en ejercitar mi espalda, que no me di cuenta de un detalle muy importante: Mayra y Darío habían desaparecido. Me detuve en seco y miré para todos lados, las cortinas del gimnasio seguían cerradas; allí no había nadie más que yo. Sintiéndome una pelotuda me puse de pie y fui hacia el único lugar en el que podría encontrar a esos dos: los vestuarios.

Mi intuición femenina no me falló, pero eso no hizo que la imagen que encontré fuera menos impactante. Sobre un largo banco de madera se encontraba Mayra, estaba en cuatro patas, mirando directamente hacia mí… si es que a eso le puedo llamar mirar. Sus ojos giraban para todos lados, como si se encontrara bajo el trance de una potente droga. Todo su cuerpo se sacudía con violencia hacia adelante en intervalos de pocos segundos. Estaba completamente desnuda y podía ver sus pequeñas tetas, temblando con cada sacudida. Justo detrás de ella se encontraba Darío, sin pantalones. No podía ver lo que estaba ocurriendo detrás de mi hermanita, pero la situación era bastante clara: le estaban dando una buena cogida. 

Pensé que si llegaba a sorprender a un tipo cogiéndose a mi hermana, me enojaría mucho, saltaría hecha una furia a interrumpir todo. Sin embargo, mi reacción fue totalmente opuesta. Me llené de morbo, mi cuerpo ya estaba caliente por el ejercicio físico y por los toqueteos de Darío… y ahora hervía de excitación. La concha se me hizo agua al escuchar los dulces gemidos de Mayra. Puede que sea mi hermana, pero no deja de ser una hermosa mujer en pleno acto sexual, con un tipo de cuerpo musculado. De pronto algo que solo había visto en videos porno, ahora estaba ocurriendo frente a mí, en vivo y en directo.

Darío se puso tenso cuando se percató de mi presencia, aunque seguramente la sonrisa de mi rostro lo relajó bastante, porque no dejó de metérsela a Mayra. 

Me acerqué a mi hermanita y le dije:

—Parece que la estás pasando bien…

Me respondió con un gesto afirmativo de su cabeza, sin dejar de gemir. Mordió su labio inferior y suspiró mientras Darío aceleraba el ritmo con el que se la cogía. 

—¿Te la aguantás si te la meten fuerte? —Le pregunté.

—S… sí… me la aguanto.

El profesor de gimnasia no necesitó escuchar nada más. Agarró a Mayra de los pelos y empezó a enterrarle la pija con una violencia pornográfica. Me dio un poquito de miedo que la lastimara, pero ella no gritaba de dolor, gemía suavemente, de puro placer. Quería ver mejor lo que estaba ocurriendo, por eso me paré junto a Darío. Me quedé sorprendida… sabía que su verga tenía buen tamaño, ya la había sentido; lo que me llamó la atención fue la forma en la que semejante pedazo de carne se hundía entre los tiernos labios vaginales de mi hermana, casi hasta desaparecer por completo. Comprendí por qué sus ojos se ponían en blanco y giraban para todos lados: le estaban llenando la concha de pija, hasta el fondo… me dio mucho morbo imaginar todo el placer que ella debía estar experimentando. 

Guiada por puro instinto sexual, estiré una mano y sujeté los huevos de Darío, como si quisiera calcular cuánto pesaban. Me agradó que fueran tan suaves al tacto y no era de sorprender que un tipo que cuidaba tanto su aspecto físico se depilara completamente la entrepierna, lo que aumentaba su apariencia de actor porno. 

Al tocarlo de esta manera prácticamente lo invité a que hiciera lo mismo conmigo. Sentí una mano recorriendo y apretando mis nalgas, hasta que llegó a mi vulva. Allí se entretuvo durante más tiempo, dibujando una y otra vez la raya que separa mis labios vaginales. 

Me di cuenta de que Mayra también se movía, acompañando las embestidas; esto provocaba que la pija se le clavara hasta el fondo de su pequeña concha. Quedé sorprendida por el aguante de mi hermana y hasta llegué a sentir un poco de envidia sana. Yo también quería probar ese pedazo de carne.

No aguanté más, estaba demasiado caliente y quería buscar la manera de comunicarle a Darío que estaba dispuesta a entregarme. Lo primero que hice fue quitarme la calza y las zapatillas, quedé usando solamente una tanga muy finita. Él no perdió el tiempo y volvió a manosearme la vulva. Lo dejé deleitarse durante unos segundos y después me puse de rodillas. Este movimiento lo sorprendió tanto que incluso se quedó quieto. Aunque su verga siguió entrando y saliendo de la concha de Mayra, porque ella no interrumpió sus movimientos. 

Agarré uno de los testículos de Darío y me lo llevé a la boca. Empecé a lamerlo y a succionarlo con devoción. Aún no tengo tanta experiencia en sexo oral y es una de las cosas que más me pide el cuerpo. 

Al parecer Darío quería saber qué se sentiría si una puta como yo le comía la verga, porque la sacó de la concha de Mayra y me la ofreció, larga y erecta, para que me la comiera toda. 

Mi hermana se dio vuelta, para averiguar por qué habían dejado de metérsela. Pensé que se quejaría, pero en lugar de eso me sonrió y comenzó a masturbarse, esta vez acostada boca arriba en el banco. Supe que tenía su permiso para probar esa pija, y así lo hice.

Empecé dando suaves lamidas a todo el tronco y en especial al glande, quería demostrarle a Darío que era muy buena en esto de chupar vergas, a pesar de que soy bastante nuevita en este asunto. 

Comencé a tragarla a buen ritmo y justo cuando me estaba preguntando si Mayra sería capaz de meterse todo ese pedazo de carne en la boca, ella se me acercó y empezó a lamerla. Yo estaba chupando el glande y lo liberé para que ella pudiera tragar ese miembro viril. No podía ir muy lejos con su pequeña boca, me resultó casi cómico verla con la boca tan llena y sus grandes ojos bien abiertos; parecía una chica salida de un anime hentai. Al parecer esto le gustó a Darío, porque tomó a Mayra por la cabeza y la alentó a seguir tragando pija. Ella hizo su mejor esfuerzo pero no pudo ir más allá de la mitad. No es culpa de ella, Darío está bien equipado y a mí también me cuesta tragarla, a pesar de que tengo la boca más grande. 

El profesor del gimnasio debía estar en la gloria, tenía a dos hermosas hermanitas chupándole la pija con devoción. Seguramente después le contaría de esta gran hazaña a sus amigos, y posiblemente la mayoría no le creería. 

—Si hubiera sabido que ustedes dos eran tan putas, las hubiera dejado entrar gratis al gimnasio.

Mayra y yo soltamos una risita cómplice. Ninguna de las dos se sentía ofendida porque Darío nos dijera “putas”. Ese tipo no se imagina lo mucho que influenció una partida de póker a que estas dos hermanitas se comportaran de esta manera. Las dos estábamos deseosas de vivir nuestras primeras experiencias sexuales y estoy segura de que a Mayra le agrada estar compartiendo este momento conmigo. 

Llegó el momento de probar esa verga por otro agujero. Estoy segura de que Darío más de una vez fantaseó con verme desnuda, y quería darle el gusto, porque yo también me hice alguna que otra paja pensando en él sin ropa… y no me defraudó en absoluto. Su cuerpo escultural me tenía ardiendo y su pija me volvía loca. Ojalá él pensara lo mismo de mis tetas y mi culo.

Me quité el top deportivo, no tenía nada debajo, por lo que mis grandes tetas rebotaron y aparecieron en toda su gloria; mis pezones estaban duros. Di media vuelta y comencé a bajarme la tanga lentamente, mientras Mayra chupaba pija como una posesa. 

Cuando estuve bien desnudita, me puse en cuatro en el mismo banco en el que había estado mi hermana y, abriéndome las nalgas, dije:

—Yo también quiero.

Pensé que Darío, después de tanto manoseo, me agarraría de los pelos y me metería la pija hasta el fondo, de una. Sin vueltas. Pero en lugar de eso empezó a frotar su glande contra mis labios vaginales, como si yo fuera una virgen primeriza a la que hay que tranquilizar antes de clavársela. Esto se sintió muy bien y durante unos segundos lo disfruté, mientras amasaba mis propias tetas con una mano. Sin embargo el tiempo iba pasando y yo aún seguía sin tenerla adentro. Empecé a impacientarme. Me moví de adelante hacia atrás, buscando que la pija se me metiera, pero Darío siempre evitó que esto ocurriera.

—¡Ay, por favor! —supliqué—. Metemela de una vez.

—Es un maldito —dijo Mayra, entre risas—. A mí me hace lo mismo. Le gusta hacerse rogar. 

—Bueno, si no me la clava ahora mismo…

No tuve tiempo de elaborar alguna amenaza absurda. De pronto sentí algo duro y rígido abriéndose paso en el interior de mi concha. Todos los músculos de mi sexo se relajaron para dar paso a ese miembro viril. Solté un grito de placer.

—Eso también me lo hace —dijo Mayra.

Empecé a sentirme realmente bien por mi hermanita, me alegraba que ella también hubiera experimentado estas hermosas sensaciones. Ahora entendía por qué Mayra tenía los ojos en blanco cuando entré al vestuario, probablemente yo estaba igual que ella, como drogada. 

Tenía la impresión de que estos tipos hipermusculados que se pasan todo el día en el gimnasio eran pura postura y que, en realidad, de complacer a una mujer no saben nada. No puedo hablar por todos los tipos que encajen con esa descripción, pero al menos puedo decir que Darío sí que sabe cómo hacer que una chica pase un buen rato.

El movimiento de su cadera era firme y constante, no me daba tiempo ni a cambiar el aire antes de una nueva penetración, lo cual hacía que mi respiración se convirtiera en jadeos que se sincronizaban con las embestidas. Aunque no lo hacía de forma consciente. 

En ese momento descubrí que yo no era la única que había tenido una impresión equivocada. Sin dejar de cogerme, Darío dijo:

—Pensé que eras una de esas pendejas calienta pija que cuando se la quieren meter se ofende. 

—No… yo quiero que me la metan —aseguré. Estaba tan cachonda que agregué—. Me encanta la pija. 

No sabía por qué decía esas cosas. Empecé a sentir que tal vez estaba dando demasiada rienda suelta a mis deseos sexuales. Está bien disfrutar un poco, pero ante los ojos de Darío yo estaba quedando como una puta que se deja coger fácil… y probablemente Mayra también.

Más adelante me gustaría tener una charla con mi hermanita sobre el sexo y sobre qué imagen le estamos dando al mundo al comportarnos de esta manera. 

Sin embargo, ahora mismo no podía hacer otra cosa más que disfrutar. 

Un deseo morboso empezó a crecer en mi interior. Llevaba latente mucho tiempo y mi cuerpo no dejaba de decirme “Ahora es cuándo”. Si aún no había quedado como una puta fácil ante los ojos de Darío, definitivamente lo conseguí con lo que dije a continuación:

—Quiero que me la metas por el orto.

—¡Wow! ¿De verdad vas a entregar el culo?

—Y dale sin miedo —dijo Mayra—, porque ese culo no es virgen. Ya se estuvo metiendo un desodorante bien grande.

—Ustedes dos tienen una relación muy peculiar.

—Nos contamos todo —aseguró Mayra.

Me invadió una mezcla de vergüenza y morbo. No me gustaba que ese tipo supiera algo tan íntimo de mi vida sexual; pero al mismo tiempo me calentaba saber que me estaría mirando el culo, imaginando cómo yo me había dado placer anal con un desodorante. 

Sin mediar más palabras, pasamos a la acción. Separé mis nalgas para recibir el grueso miembro de Darío y me preparé para disfrutar de mi primera experiencia real de sexo anal… al menos la primera con un pene de verdad. 

Al principio dio trabajo, porque la verga se rehusaba a entrar, o bien mi culo se negaba a ceder. A Mayra se le ocurrió ayudarme, metiendo un par de dedos en mi agujero posterior. Mientras hizo esto, se puso de rodillas y se deleitó chupando esa venosa pija. Algo que le agradezco, porque su saliva sirvió como lubricante.

Cuando Darío volvió a intentarlo, obtuvo un mejor resultado. La dilatación fue suficiente como para permitir que la verga entrara casi hasta la mitad. De ahí en adelante solo me quedaba aguantar… que no era algo tan fácil. Algunas de las penetraciones de Darío me producían un dolor agudo en el anillo del culo; pero sabía que eso era pasajero, lo había experimentado de una forma parecida con mi improvisado consolador. Si Darío no forzaba la entrada demasiado pronto, la cosa se iría dando sola… y así fue.

Darío demostró ser un tipo paciente. 

Cuando la verga pudo entrar y salir completa, sin que a mí me doliera, empezó la parte que yo tanto estaba esperando. Me agarró fuerte de los pelos y de lo más hondo de mi alma salió un suspiro:

—¡Ay, sí… rompeme el orto! Partime al medio. 

“¿Qué estás haciendo, Nadia?”, me preguntó la voz de mi consciencia… que se parecía mucho a la de mis amigas, hablando al unísono. Ellas me juzgaron por mi comportamiento en la discoteca, la vez que me dejé coger por aquel tipo… ya él también le supliqué que me partiera al medio. Mis amigas no podían concebir cómo yo fui capaz de decir semejante cosa, en una discoteca, con la pija de un extraño metida en la concha. Y ahora estaba ocurriendo de nuevo, aunque Darío no era tan extraño… y la pija la tenía bien metida en el orto. 

Estoy orgullosa de mi culo, espero que el profe de gimnasia haya disfrutado del panorama mientras me la clavaba. 

No sé qué hizo Mayra en todo ese momento, porque dejé mirar hacia atrás. Estaba enfocada en disfrutar del momento al máximo. El placer que sentí cada vez que me metí el desodorante, se amplificó por dos… o por tres. Ésta era una experiencia única y me alegraba estar entregándole mi agujero a un tipo que sabía lo que hacía. 

Grité, gemí, jadeé… y supliqué por más. Nunca dejé de pedir que me diera con más fuerza. Cuando mi instinto femenino me dijo que el final se acercaba, dije:

—Llename el culo de leche. 

Casi al instante pude sentir potentes chorros de líquido tibio y espeso llenando mis entrañas. Fue tanto que por un momento llegué a pensar en la absurda idea de que me saldría por la nariz, como si yo fuera un personaje de esos dibujos animados japoneses que le gusta mirar a Mayra. 

Eso no pasó, pero sí me quedó el culo chorreando leche, literalmente, cuando Darío sacó la verga. Mientras disfrutaba de ésto, me pajeé tanto que llegué a un corto pero profundo orgasmo. Cuando terminé de autosatisfacerme, me di vuelta y vi que Mayra ya le estaba chupando la pija a Darío.

—Ah, no perdés el tiempo, putita —le dije.

Ella no me contestó, porque es de mala educación hablar con la boca llena; pero pude notar que estaba sonriendo. 

No sé qué momento habrá sido el más placentero para Darío, porque en esos minutos dentro del vestuario pasó de todo. Sin embargo algo me dice que la parte que más disfrutó fue el final, teniendo a estas dos hermanas putitas de rodillas ante él, comiéndole la pija con una sincronización casi perfecta.

¡Uf, cómo me calentó hacer esto con mi hermana! 

Me di cuenta de que la fantasía de chupar una verga junto a otra mujer la tuve mucho tiempo en mi mente; pero nunca imaginé que la concretaría acompañada de Mayra. 

Siempre creí que ella era pura e inocente, creo que por eso me dio tanto morbo verla tragar pija como una petera profesional. 

Darío eyaculó por segunda vez y en esta ocasión dejé que mi hermana se llevara el gran premio. Ella recibió varios chorros de semen en toda la cara. Estoy segura de que esa cantidad no era nada en comparación a lo que terminó dentro de mi culo. 

La pasamos de maravilla con Darío. Volvimos a casa tan agotadas que nos fuimos directo a la cama, a dormir. 


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Al otro día, después de darme un baño refrescante, me estaba poniendo una diminuta tanga cuando recordé la apuesta que había hecho con Mayra y me dio la impresión de que la había perdido. Aún no sabía exactamente por qué, pero imaginaba que tenía que ver con Darío y las clases de gimnasia. 

—Che, Mayra —le dije, sin molestarme en cubrir mis tetas. Ella estaba recostada en su cama, mirando algo en su celular. 

—¿Qué pasa? —preguntó sin apartar la vista de la pantalla.

—¿Qué pasó con la apuesta que hicimos? 

—Todavía quedan unos días…

—¿Segura? Porque me parece que ya perdí.

Ella bajó el teléfono y miró con una sonrisa pícara.

—Puede ser. No iba a decirte nada hasta que pasara el fin de semana; pero creo que ya podés abrir el sobre. 

Caminé hasta la mesita de luz, abrí el cajón y me encontré con el sobre sellado. Lo rompí y al leer el papel empecé a reírme como una boluda.

—¡Sos una hija de puta! ¡Si esto pasó fue porque vos lo provocaste!

—Hey, cada una hace su lucha… y nadie te obligó a hacer nada. En ningún momento te dije que hicieras lo que dice ahí.

Volví a mirar el papel, había una sola frase escrita con la bonita caligrafía de mi hermana: “Nadia se va a dejar coger el culo por Darío”. 

—Maldita desgraciada —dije entre dientes—. Si me dejé coger fue porque vos empezaste… 

—Como ya te dije… nadie te obligó a hacer nada.

En eso tenía razón. Hice memoria y Mayra jamás sugirió la idea de que yo entregara la cola. 

—¿Cómo supiste que lo haría? —Le pregunté.

—Me pareció bastante obvio, después de lo mucho que disfrutás meterte cosas por el culo. Estaba segura de que la próxima vez que cogieras con un tipo, ibas a pedir que te la metieran por el orto. 

La enana maldita me había leído como si yo fuera un libro. Era muy cierto, yo me moría de ganas de recibir una buena cogida por el culo… y Darío me dio el gusto. Aunque eso me hizo perder una apuesta.

—Está bien, vos ganaste —dije, resignada—. ¿Cuál va a ser el desafío? 

—Ya lo tengo pensado… y no podés negarte. 

—Dale, decime de una vez. ¿Qué tengo que hacer?

—Tenés que chuparle la verga a Erik. Hasta el final. 

Me quedé boquiabierta. Era un desafío similar al de las partidas de póker; pero acá no había un cronómetro delimitando el tiempo. Si lo tenía que hacer “hasta el final” significaba que no podría dejar de chuparla hasta que Erik hubiera acabado. Ni loca hubiera ido a buscar a mi hermano para chupársela, sin embargo tener una excusa para hacerlo me produjo un extraño calorcito en la entrepierna.

—¿Lo vas a hacer? —Preguntó mi hermana.

—No tengo otra alternativa… una apuesta se respeta. —Ese debería ser el nuevo lema de la familia. 

Salí de mi pieza, vistiendo solamente mi diminuta tanga, y golpeé la puerta del cuarto de Erik. 

—¿Quién es? —Preguntó desde adentro.

—Nadia. Necesito hablar con vos. ¿Puedo pasar?

—Bueno…

Abrí la puerta y lo encontré acostado en su cama, mirando televisión… bueno, eso es lo que estuvo haciendo antes, porque desde el momento en que yo entré a la pieza no hizo otra cosa que mirarme las tetas, con los ojos desencajados. 

—Perdí una apuesta con Mayra —le dije. No quería darle demasiadas vueltas al asunto, para que él no se pusiera a pensar cosas raras—. Ella me puso un desafío, y eso te incluye a vos. ¿Podés venir a mi pieza?

—¿Qué me van a hacer? —Preguntó, atemorizado.

—Nada que no te guste, quedate tranquilo. 

Antes de darle tiempo a agregar algo más, regresé a mi dormitorio. Mayra y yo esperamos en silencio unos pocos segundos, hasta que Erik se dignó a aparecer. Le dijimos que cerrara la puerta y nos quedó mirando como si fuéramos dos brujas salidas de un cuento de terror. 

Estaba buscando las mejores palabras para explicarle lo que yo debía hacer; pero la cruel de mi hermanita se me adelantó:

—Nadia perdió una apuesta conmigo, y ahora te tiene que chupar la pija. 

La miré como si yo estuviera llena de ira asesina y Mayra empezó a reírse. Su risa era tan grácil y adorable que me resultaba imposible enojarme con ella.

Erik nos miró confundido, parecía un pez fuera del agua, abriendo y cerrando la boca, sin decir nada.

—Me imagino que vos no te vas a negar —dijo Mayra—. Sé que a vos te encanta ver a Nadia humillada. —De pronto la estupidez de la cara de mi hermano pareció difuminarse, él y Mayra intercambiaron una sonrisa cómplice muy maquiavélica. 

—Hey, para mí no es ninguna humillación chupar una pija —dije—. A mí me gusta hacerlo.

—Sí, ¿pero también te gusta hacerlo con la pija de Erik?

No quería responder eso. Lo cierto es que no me gusta que mi hermano sienta que le estoy haciendo un favor, lo único que se me ocurrió decir fue:

—Lo voy a hacer porque perdí una apuesta, nada más. Tengo mi orgullo. 

—Está bien, menos charla y más acción —dijo la pequeña—. Empezá a chupar de una vez.

—Sos muy cruel, enana. 

Ella volvió a reírse, aunque esta vez sí sonó como una malvada bruja salida de un cuento de terror. 

Erik, quien ya había entendido que su parte en el asunto lo beneficiaba enormemente, se acercó a mí y se quitó el pantalón y la ropa interior. Su gran verga quedó al desnudo, colgando frente a mis ojos. La seguridad que sentí con Darío, aquí no existía. No sé qué pensará Erik de estos jueguitos sexuales, pero me da la impresión de que los disfruta demasiado. ¿Le gustará la idea de que alguien le chupe la verga, o más le agradará que ese alguien sea yo?

No quería ponerme a pensar en que mi hermano pudiera tener un interés sexual hacia mí por, de tenerlo, yo lo estaba alimentando al acceder a este morboso juego. 

—Bueno, voy a empezar… pero el trato dice que yo solamente la tengo que chupar, así que nada de tocarme las tetas. ¿Está claro?

—Sí, muy claro —dijo Erik, con una sonrisa socarrona que significaba: “No me importa qué condiciones pongas, igual me tenés que chupar la pija”.

Agarré el miembro de mi hermano, resignada. No quedaba nada más por hacer, así que encaré la tarea con la frente en alto. Me llevé la verga a la boca y empecé a chupar. Mi primera tarea consistía en que se pusiera dura, no podía hacerlo acabar si primero no tenía una erección. Eso fue lo más fácil, al parecer a Erik le agradó el contacto con el interior de mi boca, porque pude sentir cómo crecía. Fue bastante… curioso. Tengo que reconocer que hay algo encantador en sentir una erección formándose dentro de la boca.

Cuando ya estuvo bien dura, empezó el verdadero desafío. Estoy sumando experiencia en esto de chupar vergas y cuando lo hice con Darío presté atención a sus reacciones, así que con Erik busqué lamer esos puntos que consideraba más sensible, y jugué mucho con mi lengua alrededor del glande. Mayra me miraba desde su cama… y la muy guacha se estaba quitando toda la ropa. To-da. 

Quedó completamente desnuda y, sin ningún miramiento, empezó a hacerse una paja. Sus deditos se movían a toda velocidad. Erik aún no se había percatado de ésto, porque él le estaba dando la espalda, pero estoy segura de que la escena le hubiera encantado. 

No lo quería admitir, pero chuparle la verga a Erik me estaba causando mucho más morbo que haberlo hecho con Darío. Es que se supone que yo no debería estar chupándosela a mi hermano. Me causaba un poco de gracia pensar que, dentro de muchos años, él podría decir “Hermana, ¿te acordás de la vez que me chupaste la pija? ¿y aquella noche de póker en la que te acabé en la concha”. Definitivamente la nuestra no era la típica relación entre hermanos. Ya había marcas que formaban parte de nuestras vidas y no podíamos hacer nada para borrarlas.

A pesar de mis dudas internas, no dejé de chuparla. Además lo hice esforzándome para que él disfrutara lo más posible. Si Erik me dijera: “Qué buenos petes que hacés, hermanita”, no me molestaría tanto como si me dijera: “No sabés chuparla”. Eso sí que no lo toleraría. Ante todo, mi orgullo. 

Le demostré a mi hermano que era capaz de tragar toda su verga… bueno, casi toda. La tiene tan grande que no me entra completa en la boca, ni siquiera aplicando técnicas que aprendí mirando porno y tragando… bananas. Sí, lo admito, alguna vez practiqué petes usando bananas. Una se las tiene que arreglar con lo que consigue. Aunque, pensándolo bien… tal vez de ahora en adelante ya no necesite practicar con bananas, teniendo tantas pijas en casa.

“Nadia, no podés estar chupándole la verga a todos los hombres de tu casa”, me dijeron las voces de mis amigas. Ellas no saben nada de mis juegos de póker en familia, pero estoy segura de que eso es lo que me dirían si lo supieran. 

Después de un rato de estar meta tragar pija como una campeona del sexo oral, Mayra dijo algo que generó una fuerte discordia:

—Acordate que también te tenés que tragar la leche.

—¿Qué? —Pregunté, sin soltar la verga—. Vos no dijiste nada de eso.

—¡Claro que sí!

—No… estoy segura. Vos dijiste “Tenés que chuparla, hasta el final”.

—Por eso… tenés que tragarte la leche.

—No, nena. Tengo que hacerlo acabar, pero no significa que tenga que tragar el semen. 

—¡Lo tenés que hacer! —me señaló, enojada. 

—¡No, porque vos no lo aclaraste!

Elevamos tanto la voz que eso puso en alerta a otro miembro de mi familia. La puerta del dormitorio se abrió y entró mi mamá.

—¿Se puede saber qué está pasando acá? —Preguntó con ese tono autoritario que tienen las madres cuando saben que sus hijos se están portando mal.

Yo aún tenía la verga de Erik en la mano. El muy cobarde no dijo absolutamente nada, dejó que nosotras manejáramos el asunto. 

—¡Nadia perdió una apuesta! —Se apresuró a decir Mayra. 

Y como si estas fueran las palabras mágicas, la cara de enojo de mi madre se borró al instante y fue reemplazada por una pícara sonrisa.

—Ya veo —dijo Vicky—. ¿Por eso le estás chupando la verga a tu hermano?

—¿Cómo sabés que la estoy chupando?

—Ay, Nadia… sentada en la cama, con la pija de tu hermano en la cama… y tanta saliva chorreando por la boca… si no le estás haciendo un pete, yo soy la reina Victoria de Inglaterra… y esa ya está muerta. ¿Por eso estaban discutiendo? 

Cerró la puerta, para evitar futuras interrupciones.

—Sí —dijo Mayra—, porque Nadia no quiere cumplir con todos los requisitos del desafío. 

—Es que ella se explicó mal, no es mi culpa.

—A ver… a ver… así no entiendo nada. ¿En qué consiste el desafío, exactamente? —Le preguntó a Mayra.

—Le dije a Nadia que si perdía la apuesta tenía que chuparle la verga a Erik, hasta el final.

—Ya veo… —al parecer, mientras hubiera una apuesta de por medio, a mi madre no le resultaba extraño que yo estuviera haciéndole un pete a mi hermano.

—El problema —intervine—, es que ella dice que “hasta el final” incluye tragarse la leche, y yo digo que no. Hasta el final quiere decir que lo tengo que hacer acabar, nada más.

—Mm… —supe que Victoria estaba poniendo en funcionamiento su cerebro de jueza imparcial—. Nadia tiene razón —sentenció al fin.

—¡Ufa! —Gritó Mayra, dándole un golpe al colchón con ambos puños—. Pero yo quería que se tragara la leche… esa era la parte más importante del desafío.

—Pero no lo especificaste —dijo Vicky—. Sin embargo, para que sea más justo, si querés que Nadia se trague la leche, entonces ella tiene que ponerte otro castigo a vos. 

—Interesante —dijo la pequeña, con una sonrisa maquiavélica.

—¿Vos que pensás, Erik? —Le preguntó mi mamá.

—Pienso que si opino, estas dos me cortan las pelotas.

—Tiene razón —dijimos Mayra y yo, al unísono… y empezamos a reírnos como taradas.  

—Por eso digo que mejor me quedo callado.

—Bueno, ¿entonces las dos acceden? Si Nadia se tiene que tragar la leche, hay un castigo para Mayra. De lo contrario, no.

—Por mí está bien —dijo mi hermanita.

—Mmm… bueno, está bien. Accedo solo porque se me ocurrió el castigo perfecto. 

—¿Qué tengo que hacer?

Ahora sí, Mayra iba a tener la oportunidad de jugar como una adulta.

—Tenés que chuparle la concha a mamá.

—Apa… —dijo Vicky—, ya me metieron en el quilombo. 

—Vos te metiste sola, mamá —le dijo Mayra—. Está bien, acepto… si es que Vicky no tiene problema con eso.

—Por mí está bien —respondió ella—. Al fin y al cabo yo no tengo que hacer nada. 

—Entonces, nena… menos charla y más acción —le dije, empleando sus propias palabras—. Ponete a chupar esa concha.

—¿Y después van a estar diciendo que soy lesbiana? —Preguntó Mayra.

—No, para nada —dijo Vicky—. Yo le chupé la concha a Nadia y eso no me hace lesbiana. Era parte del juego. 

Mientras ellas hablaban y mi mamá se quitaba la ropa, yo volví a la tarea, no quería que Erik se enfriara demasiado. Noté que la verga había perdido un poco de rigidez, pero la recuperó luego de que mi lengua se encargara del asunto. 

Me coloqué en paralelo a la cama de mi hermana, y para eso tuve que arrodillarme en el suelo. No me importó, ya que desde esa posición podía ver directamente hacia la concha de Victoria. Ella se había acostado, completamente desnuda, con las piernas bien abiertas. Su sexo, coronado por una desprolija mata de pelitos, aguardaba impaciente. 

Mayra me miró, como si buscara una confirmación para lo que tenía que hacer. No le respondí, seguí chupando. Ella entendió que todo estaba bien, solo estábamos jugando. Miró la concha de mi mamá, se mordió el labio inferior y acercó la cara. 

No hizo nada más que mirar fijamente esos carnosos labios vaginales. Victoria no la apuró, seguramente Mayra necesitaría tomarse un tiempo para aclarar su mente, antes de ponerse a comer la concha de su progenitora.

Este suspenso me generó tanta ansiedad que aceleré el ritmo al que le estaba comiendo la verga a mi hermano. Recordé que los testículos son una zona muy sensible para los hombres, así que dediqué una mano a masajearle los huevos. Esto funcionó de maravilla, pude notar que su verga daba una pequeña sacudida, como si me estuviera diciendo: “Eso me gustó”. 

Mayra juntó el coraje suficiente y le dio una lamida a la concha, desde abajo hacia arriba, y siguiendo con la inercia, lamió el clítoris formando pequeños círculos con la lengua. Mi madre soltó un erótico gemido y al parecer esto le dio más seguridad a mi hermanita, porque empezó a chuparla de la misma forma en que lo hubiera hecho una lesbiana: sin asco. 

Como ella estaba cumpliendo con su castigo, yo no podría rechazar el esperma de mi hermano. Pero esto, en lugar de molestarme, empezó a generarme mucho morbo. No me detuve y no dejé de mirar lo que hacía Mayra.

Al parecer Victoria lo estaba disfrutando mucho, tenía los ojos cerrados y suspiraba como una mujer sexualmente feliz. 

—Seguí así, Mayra. Lo estás haciendo muy bien.

Estas palabras de aliento provocaron que la pequeña empezara a dar fuertes chupones a los carnosos labios y, en especial, al clítoris. Los gemidos de Vicky se incrementaron, y yo, impulsada por el morbo, me tragué la pija casi completa. Mi hermano, que se cansó de ser tan pasivo, me agarró de la cabeza y empezó a cogerme la boca. Lo miré a los ojos y puse mis manos sobre mis rodillas, como diciéndo: “Haceme lo que quieras”. 

Me quedé allí, como buena puta sumisa. Ese era mi hermano y mil veces nos habíamos peleado por estupideces, no teníamos la mejor relación del mundo; pero habíamos encontrado una nueva forma de comunicarnos… y de llevarnos bien. A mí me gustaba chupar pijas y a él le gustaba que se la chuparan. 

La situación se extendió a lo largo de varios minutos, se volvió mecánica, pero no dejó de ser placentera… y muy morbosa. 

Mi hermana y yo seguimos chupando, como si estuviéramos en un trance, hasta que los gemidos de Victoria se volvieron más intensos y fueron acompañados por violentas sacudidas.

—No dejes de chupársela —le dije a mi hermana. 

Ella siguió mi consejo, se prendió a la concha de su madre con más ahínco y le succionó el clítoris. 

—¡Ay, por favor! —Exclamó Vicky, aferrándose a las sábanas. Su hija más pequeña la había hecho llegar al orgasmo. Debería sentirse orgullosa.

Como si los gemidos de mi madre hubieran activado una válvula en el interior de Erik, él empezó a soltar cargados chorros de semen. Los recibí con la boca bien abierta, sin dejar de masturbarlos. La mayor parte cayó dentro de mi boca, pero varias líneas blancas se dibujaron en mi cara. Eso me calentó muchísimo, seguramente parecería una actriz porno. 

Después de tragar el semen, cumpliendo así como la parte final del desafío, volví a chupar la pija de Erik, solo para asegurarme que no hubiera más semen dentro. Salió un poquito más, el cual también tragué, y finalmente él quedó seco. 

Perder en este juego con mi hermana sin duda fue lo más interesante que me pasó en toda la semana… y estoy contando el pseudo trío que hicimos con el profesor de gimnasia. Eso fue espectacular, pero nada se compara al morbo de “jugar” a esto acompañada de tu familia.

Para coronar el espectáculo, Mayra se arrojó sobre mí y empezó a besarme en la boca. En sus labios había un intenso sabor a concha, que me embriagó. Ella empezó a lamer los restos de semen que quedaban en mi cara. Nos pasamos largos segundos comiéndonos las bocas mutuamente. En algún momento Erik y mi mamá abandonaron la pieza, tal vez consideraron que lo mejor era dejarnos solas. 

Mayra cerró la sesión de besos lésbicos entre hermanas dando un fuerte chupón a uno de mis pezones. 

—Te quiero mucho, hermana —me dijo, con la más dulce de sus sonrisas.

La abracé fuerte, nuestras tetas se acariciaron mutuamente.

—Yo también te quiero mucho, Mayra. Me gustó participar en tu juego y me alegro mucho de haber perdido.




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Comentarios

Pipps ha dicho que…
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
CheBrenn93 ha dicho que…
Hola, me han gustado mucho tus historias, la versión original de esta historia se queda ahí o seguirás publicándola, me han gustado las dos versiones, aunque la original es un poco mas fuerte.
Mucho éxito en tus historias.

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