¡La Concha de mi Hermana! [02]

 

Capítulo 02.


Un Regalo para Katia.






Estaba acostado, mirando el cielo raso, mientras pensaba cómo haría para recuperar el pendrive. Tengo cierta confianza con mi jefa, pero no tanto como para irrumpir en su oficina y sacar algo sin que hiciera preguntas.

Intenté conciliar el sueño cuando escuché un ruido extraño. Al principio pensé que a Katia le había pasado algo malo, me puse tenso y salí de la cama para correr en su ayuda. Me detuve en seco, en mitad del pasillo, al volver a escuchar ese sonido. Ya no me resultó tan extraño. Se trataba de un gemido. Lo escuché una vez más y la piel se me puso de gallina. ¿Acaso mi hermana está…?

Golpeé la puerta de su (mi) cuarto y los gemidos se detuvieron al instante. Esperé por una respuesta, pero solo hubo silencio. Volví a golpear.

—¿Si, qué pasa? —Preguntó la voz jadeante de mi hermana.

—Katia, ¿te estás… em… ya sabés…?

—Em sí… me estoy masturbando. ¿Por qué? ¿Hay algún problema? —me sorprendió su sinceridad.

—Es que… estás haciendo mucho ruido. Se escucha en toda la casa.

—¡Ay! ¿En serio? No me di cuenta… perdón. Es que tengo puestos los auriculares…

Esa no fue la mejor excusa del mundo, ella pudo escuchar claramente cuando llamé a la puerta.

—Está bien, solo… bajá el volúmen. Son más de las once de la noch…

El timbre. Casi me da un infarto.

Hay dos timbres en mi departamento, uno es el que suele sonar más seguido: el que da a la calle. El otro no suena casi nunca… y tiene una estridencia ensordecedora. Ese es el que sonó ahora, el que da directamente al pasillo del piso en el que vivo.

Me acerqué a la puerta principal y espié por la mirilla. Vi una chica delgada, de pelo negro lacio, cortado prolijamente por encima de sus hombros. La reconocí de inmediato.

Abrí la puerta y la saludé.

—Hola Paula, buenas no… ches…

Me costó terminar la frase porque al verla de cuerpo completo me encontré con un atuendo de lo más peculiar. Ella tenía puesta una floja remera blanca, sin mangas. Sus pechos, blancos y turgentes, parecían querer escapar por los lados. No eran tan grandes como los de mi hermana, pero aún así lucían intimidantes, en especial porque sus pezones se marcaban encima de la tela. Y como si esto fuera poco, abajo tenía una diminuta tanga de algodón blanca. Tan pequeña y ajustada que podía ver parte de su depilado pubis. La tela le marcaba claramente la división de la vagina. Ella no pareció notar mi escrutinio, porque estaba mirando hacia el pasillo, como si temiera que alguien la sorprendiera vestida (o desvestida) de esa manera.

—Ay, hola Abel —saludó con una simpática sonrisa—. Disculpá que te moleste a esta hora. Em… no sé cómo decir esto. Se escuchan ruidos en mi departamento. Mi cama está justo al otro lado de la tuya… ¿me explico?

—Ah… emm… sí, sí… entiendo.

No sabía cómo hacer para no mirarla. Hasta centrar mi mirada en sus ojos me resultaba difícil. Paula es una chica muy bonita y siempre me sentí culpable de mirarla. Y no me refiero a mirarla de forma libidinosa. Simplemente a mirarla. Porque Regina, mi ex novia, siempre sintió celos de mi atractiva vecina. Me tenía prohibido hablar con ella.

—Te pido mil disculpas —dije por fin—. No hay excusas.

—No te preocupes, es solo que… mañana tengo que trabajar —se acomodó el pelo y flexionó una pierna, adoptando una pose muy sensual—. Me alegra que hayas vuelto con Regina… hacen linda pareja. Yo sabía que no iban a estar separados mucho tiempo.

—No es Regina.

—Oh… perdón. Qué boluda. Metí la pata. ¿Acaso es la chica esta que vi ayer?

—¿Qué chica?

—Una que tocó timbre en mi casa… se había confundido de departamento. Linda chica… cabello negro, ondulado… tetas grandes —hizo el gesto con las manos sobre sus propios pechos, lo cual me obligó a mirarlos. Me puse rojo de la vergüenza—. ¡Ay… hola! —Saludó con la mano a alguien que estaba detrás de mí—. Perdón, no quería molestar…

Al darme vuelta vi a mi hermana de pie del otro lado del comedor, en la entrada del pasillo. Tenía puesta una camiseta de básket, color violeta, de sus queridos Lakers. Sus grandes tetas parecían querer escapar de las cintas que sostenían la camiseta de sus hombros. Lo hacían de una forma más grotesca que las tetas de Paula. Las cintas apenas le tapaban los pezones, pero el resto de los blancos y turgentes pechos asomaba por ambos lados. Además no tenía pantalón. Si bien no veía nada… sabía que ahí, debajo de esa tela violeta, estaba su vagina desnuda.

—Hola —saludó mi hermana, sacudiendo mucho su mano y con una sonrisa de lo más simpática—. Todo bien, culpa mía. Perdón si te molestó.

—No pasa nada, entiendo que… bueno, ya saben. No quiero ser pinchaglobos. Con que bajen un poquito el volúmen es suficiente. Bueno, me voy… que la pasen lindo —encaminó hacia su departamento y pude ver el meneo de sus nalgas. Regina siempre le envidió el culo a Paula, solía decir: “Chiquito, redondo y respingon. El culo perfecto”. También se quejaba de que su culo era demasiado grande. Salí del hipnotismo que me provocaban esas nalgas cuando Paula se dio vuelta y me miró a los ojos. Me sentí un boludo, ahora ella sabría que le estuve mirando el orto—. Ah, Abel. Me tiraron un papel por abajo de la puerta, creo que es para vos. Vení que te lo doy.

Asentí con la cabeza y la acompañé. Abrió la puerta de su departamento y el papel aún seguía en el suelo. Paula se inclinó hacia adelante, justo frente a mí, y sus blancas y redondas nalgas formaron un corazón. Ese culazo perfecto me miraba como si me estuviera invitando a portarme mal. La tela de la tanga blanca quedó mordida entre sus labios vaginales, no solo se le marcó más la raya sino que además pude ver como la parte externa de sus labios se asomaba por los lados.

Se puso erguida otra vez, dio media vuelta y me entregó el papel. Todo el proceso tardó apenas unos segundos. Para mí fue eterno.

—Muchas gracias —le dije, intentando no mirar su cuerpo.

—De nada… y uf… qué buena está la tetoncita esa. Regina es preciosa, pero esta chica… uf… está bárbara. Tu nueva novia es una mejora importante. No le digas a Regina que dije eso —soltó una risita.

—No es mi novia. Es mi hermana, Katia.

—Ah… ¿tu… hermana? —Se quedó mirándome de forma muy extraña.

Me sentí un imbécil. ¿Cómo le explico a Paula que los gemidos que provenían de mi cuarto en realidad eran de mi hermana… sin quedar con un degenerado? La puta que lo parió. Esto me pasa por hablar sin pensar.

—Emm… sí, ella se está quedando en mi casa por un tiempo… en mi cuarto… em… este… bueno, le voy a decir que baje el volúmen. Perdón por las molestias… y gracias por el papel. Chau.

—Chau, que descanses…

Caminé derecho a mi departamento, sin girar la cabeza. No quería volver a encontrarme con esa mirada acusadora.

—Qué linda tu vecinita. Creo que te tiene ganas.

—Callate, boluda —le dije a Katia, mientras cerraba la puerta—. En el pasillo se escucha todo.

—¿Y qué problema hay? Deberías invitarla a salir.

—No. Y vos deberías hacer menos ruido —dejé el papel sobre la cómoda del living-comedor sin mirarlo. No tenía tiempo para esto—. Podés hacer lo que quieras… pero en silencio. ¿No te da vergüenza?

—Obvio que me da vergüenza. ¿Acaso creés que me gusta que mi hermano sepa que estuve haciéndome la paja? ¿Y que se enteren los vecinos?

Me fulminó con la mirada, dio media vuelta y se encerró en mi cuarto. En su cuarto. Me sentí un boludo. Una vez más solo pensé en mí y no tomé en cuenta lo que pudiera pensar mi hermana. Para ella debe ser un momento muy humillante, como el asunto de las fotos.

Golpeé la puerta suavemente y le pregunté si podía pasar. Tuve que insistir tres veces, al final ella me permitió entrar.

—Te pido perdón —me dijo, mirándome desde la cama, con sus ojazos bien abiertos—. No debí tratarte así. No es tu culpa. Te juro que no me di cuenta. A veces… me emociono demasiado.

—¿De verdad no te diste cuenta del ruido que hacías?

—No… es que… tenía puesto los auriculares —señaló sus grandes auriculares bluetooth rosa y blanco, con orejas de gato en la vincha. Se los regalé yo cuando cumplió los diecinueve años. Me costaron una fortuna.

—Ah… ¿y escuchás algo en particular cuando… lo hacés?

Se encogió de hombros.

—No sé, lo que venga. Me da igual. Em… ¿Te molestó escucharme?

—No, no… a mí no me molestó para nada —solo me incomodó, pero no quería decirle eso—. Es por los vecinos…

—¡Ay! ¿Creés que me hayan escuchado? Digo… alguien más aparte de la flaquita esa. Me muero de la vergüenza…

—No lo sé, pero ya es tarde… y es un edificio muy silencioso. La cama de Paula está justo detrás de esa pared —señalé la pared detrás de Katia—. Si hacés mucho ruido, se escucha todo.

—¡Ay, no!

Se tapó la cara con las manos. Hizo un movimiento rápido en el que sus piernas se separaron y volvieron a juntarse. En ese instante fugaz vi (aunque no quise hacerlo) su oscuro vello púbico y sus carnosos labios vaginales. Fue apenas un segundo, pero la imagen quedó grabada en mi retina.

—Aunque… es poco probable que te hayan escuchado otros vecinos —dije para tranquilizarla—. Pero mantené bajo el volúmen.

—Está bien —estaba por cerrar la puerta, cuando ella agregó—. Abel… gracias. No sabés lo mucho que me cuesta hablar de este tema con un hombre. Por eso no tengo novio… y creo que nunca voy a tener —agachó la cabeza.

—No creo que vaya a pasarte con todos los hombres. Conmigo no tenés mucho drama en decirme que te estabas… emm… haciendo la paja.

—Ya lo sé, con vos es especial. No sé por qué, pero siento que a vos podría contarte cualquier cosa. Quizás sea porque sos mi hermano.

—Ah, puede ser, sí. A mí no me ves como a los demás hombres. Me pasa igual cuando hablo con vos.

—¿No me ves como a los demás hombres? —Me mostró una mirada de desaprobación muy cómica.

—No seas tarada, Katia. Yo también soy muy vergonzoso con las mujeres.

—Qué raro. Con Regina hablabas normalmente.

—Eso fue diferente. Regina fue la que vino a buscarme. Si ella no hubiera hecho toda esa parte, yo em… bueno, probablemente seguiría siendo virgen.

—Oh… con razón no te animás a invitar a salir a tu vecina. No te preocupes, yo te voy a ayudar. Esa piba vino buscando sexo, lo sé. Acostarte con ella te va a costar mucho menos de lo que imaginás.

—Hablá bajito… que te va a escuchar.

—Que me escuche. Después voy a hablar con ella…

—No, no quiero que arruines todo. Yo tengo que verle la cara a mi vecina todos los días. Si le decís algo inapropiado… ¿con qué cara la voy a mirar?

—Con la misma de siempre. No te preocupes, Abel. Dejalo todo en mis manos. Yo me encargo. Ah, por cierto… este… ¿tenés algo que pueda… em… meterme en la concha?

Ahora el que la miró con los ojos desencajados fui yo. Casi se me disloca la mandíbula.

—Wow…

—¿Dije algo malo?

—Em… no, es solo que… se me hace raro. Katia, ¿por qué sos tan brutalmente honesta con estos temas tan… delicados?

—¿Querés decir el sexo?

—Ajá… ¿siempre hablás así? Digo, con tus amigas…

—Ay, no… nada que ver. Me da muchísima vergüenza hablar de sexo.

—No se nota.

—Ya te lo dije, Abel. Solamente puedo hablar así con vos. Bueno… y quizás con Mavi. Lo digo en serio. Si otra persona me escuchara decir estas cosas, en especial un hombre… te juro que me tiraría de un puente. —No creí que fuera a llegar a tanto… pero entendí el punto—. Con vos puedo hablar así porque sos mi hermano mayor… y sos la persona en la que más confío en el mundo. —Eso me conmovió y me hizo sonreír—. Sé que no vas a pensar mal de mí… ni me vas a juzgar.

—Bueno, gracias.

—Con vos puedo hablar de cualquier cosa… siempre que estés dispuesto a escuchar. Lo cual es raro. Nunca tenés tiempo para hablar conmigo.

Otra frase de mi ex novia. ¿Será que Regina le dio una lista? «Torturá a tu hermano con estas frases. Hacelo por mí, por los años en que fuimos cuñadas».

No lo creo. Regina y Katia nunca fueron tan amigas.

—¿Te molesta que te hable de forma tan directa?

—No, no… para nada —solo me incomoda—. Mientras a vos no te moleste…

—¿Molestarme? ¡Al contrario, boludo! Llevo años esperando poder hablar con alguien de sexo sin tener que medir las palabras. ¿Viste que mamá me mandó a terapia?

—Ajá…

—Ni siquiera con la psicóloga pude hablar de sexo. Pero con vos me sale muy natural. Es muy loco ¿no te parece?

—¿Con tus amigas no hablás así? Digo… además de Mavi.

—¡No! Para nada. O sea, hablo de sexo con ellas, de vez en cuando; pero siempre midiéndo mucho mis palabras. Por ejemplo, a ellas no les diría: “Tengo ganas de meterme algo por la concha”. Ni loca. A Mavi sí, con ella la situación es… diferente.

—Ya veo. Tengo algo que te va a encantar. Dame un minuto.

Entré a la pieza y revisé la parte superior del placard. Saqué una cajita de madera, tipo cofre, y la abrí mostrándole el contenido a mi hermana. Los ojos de Katia volvieron a abrirse como platos.

—¡Epa! ¿Es un dildo?

—No, es un tren sin ruedas.

—¡Tarado! ¿Y por qué tenés un dildo? ¡Ay, no me digas que te gusta…!

—No, no… nada que ver. A mí no me gustan esas cosas —me miró como si no confiara en mí—. Lo digo en serio, Katia. No es mío. No lo compré yo. Esto es… era de Regina. Pero cuando se fue, lo dejó acá. Está sin usar desde entonces. Yo no hago esas cosas, che.

—Ah, ya me parecía raro. ¿Y ahora es mío?

—Y sí, ¿quién más le va a dar un buen uso?

—¡Ay, que bueno! Siempre quise tener un dildo. Ya estoy harta de usar desodorantes y cosas por el estilo. Pero con mamá es imposible tener uno de esos en casa. Lo intenté varias veces… y hubo un tiempo en el que ella estuvo de acuerdo. Pero… después discutimos… y me los sacó todos.

—¿Todos? ¿Cuántos tenías?

—Varios, aunque… no eran míos. Me los prestó Mavi. —Miró la expresión en mi cara y sonrió—. Ah, picarón… ¿te gustaría ver a Mavi usando uno de estos? —Sacudió el dildo frente a mis ojos—. Tengo algunas fotitos de ella usándolo. Y algún video también. Después te paso todo.

Quería decirle que no era necesario pasarme nada. No pude hablar. Me quedé impactado con el uso que mi hermana le daba a sus desodorantes, al escucharlo el corazón se me aceleró. Es muy extraño poder hablar con una mujer sobre sexo de forma tan directa… en especial si esa mujer es mi hermana.

—Mamá me revisaba todo —continuó—. Hasta los calzones. Si llegaba a ver un dildo, desaparecía. A la muy desgraciada no le gusta compartir.

—Acá no va a revisar nada. No quiero que te sientas reprimida. Podés usarlo todo lo que quieras. Es de los que tienen ventosa.

—¿Y para qué es la ventosa? —Preguntó con toda su ingenuidad.

—Regina lo usaba pegado a la pared. Así…

Golpeé la pared frente a la cama con la ventosa del dildo y éste quedó pegado, sacudiéndose. El rostro de mi hermana se iluminó con una amplia sonrisa.

—¡Me encanta! —dijo entre risas.

Se puso de pie y se acercó al dildo. Lo analizó como si fuera un animal peligroso que yacía dormido. Al parecer tenía miedo de despertarlo. Quería decirle que esa camiseta de los Lakers no le tapaba demasiado, podía ver el borde de sus nalgas asomando por abajo y si se movía demasiado podría ocurrir un accidente. Pero no me pareció que fuera a importarle demasiado… no después del episodio con las fotos.

—Es… inmenso.

—Regina lo eligió de ese tamaño… y tampoco es tan grande. Había peores. El que ella quería era intimidante de verdad. Al final se decidió por uno un poco más chico.

—Wow. Una vez Mavi llevó uno así de grande a casa, pero yo no llegué a usarlo. Mamá se encargó de eso. Definitivamente es más grande que los desodorantes que usaba. Me compro de los chiquitos, ¿sabías que los hacen con formas fálicas para que las chicas los usen como dildos?

Dudé que eso fuera cierto, pero no tiene sentido discutirlo con mi hermana. Katia lo seguirá creyendo, sea cierto o no.

En ese momento dio media vuelta y apoyó sus nalgas contra la punta del dildo. La camiseta de los Lakers me tapó todo, pero no me quedó ninguna duda de que ahora la cabeza del consolador ahora estaba entre los labios vaginales de mi hermana… más menos.

—Quedó muy alto —dijo apartándose—. Me apunta al culo. No voy a meter eso por el culo. Ni loca.

—Emm… lo bajamos… —despegué el dildo y volví a pegarlo apenas un poco más abajo—. Fijate ahora.

—A ver…

Se dio vuelta rápidamente y volvió a apoyarse…

—¡AY! —Exclamó y sus tetas subieron hasta apuntar al techo.

—¿Qué pasó?

—Emm.. ahora sí… digamos que apunta exactamente donde tiene que apuntar. Uf.. emm… —podía ver el pene plástico metido debajo de la camiseta de los Lakers, este se perdía entre las nalgas de mi hermana—. La pucha… eso dolió —me miró a los ojos y me quedé paralizado—. Qué boluda, me apoyé y… ¡zaz! la punta entró. Sentí que la concha se me abría como una flor —ilustró el gesto con sus manos—. Fue rarísimo. Como si me hubieran desvirgado por segunda vez. Nunca me había metido algo tan grande. —Me quedé mudo, no supe qué decir—. ¿A Regina también le dolía?

—No realmente. Ella se lo metía de un saque… por lo menos hasta la mitad. Después al resto lo iba metiendo de a poco.

No sé por qué me puse tan detallista con la explicación. Creo que fue por los nervios, o quizás se me está contagiando la forma de hablar de Katia.

—Wow… qué aguante. Em… muchas gracias por el regalo. Le voy a dar un buen uso.

—Bueno, me imagino que querés estrenarlo ahora mismo. Te dejo sola.

—Sí. ¡Gracias otra vez! —Me mostró su sonrisa más simpática—. Después te cuento qué tal fue la experiencia… bah, siempre y cuando quieras saber.

—Sí, claro… podés contarme lo que quieras. No soy tan egoísta como pensás. Me gusta charlar con vos.

Después de decir esto salí del cuarto, dejándola sola.

Apenas unos segundos más tarde empecé a escuchar sus gemidos otra vez. Eran más potentes que antes. Ahora no sonaba como si se estuviera masturbando. Parecía que se la estuvieran cogiendo.

Mi verga empezó a dar pequeñas sacudidas dentro de mi pantalón. La muy desgraciada tenía ganas de despertarse y salir a divertirse un rato. No se lo permití.


———————


Me levanté a mitad de la noche con unas tremendas ganas de mear. Miré el celular, eran más de las tres de la madrugada. Me levanté y medio tambaleando fui hasta el baño. Al abrir la puerta me encontré con ella.

Katia estaba justo frente a mí, completamente desnuda. Estaba en cuatro patas, dentro del receptáculo de la ducha. No tengo bañera, así que la podía ver perfectamente. Sus tetas colgaban como globos llenos de agua, parecían más grandes que nunca. Ella apretaba y masajeaba su teta izquierda con una mano. A la otra mano la tenía ocupada con la ducha. La había desprendido y la había bajado hasta meterla entre sus piernas. Sabía perfectamente hacia dónde se dirigía ese chorro de agua. No podía ver la concha de mi hermana, pero sí pude ver claramente el dildo pegado a la pared. Katia se meneaba lentamente, haciendo que el dildo entre y salga. Ella no me vio, ni siquiera se dio cuenta de que abrí la puerta. Tenía los ojos cerrados y la boca abierta. Gemía suavemente y con dificultad, como si estuviera haciendo un gran esfuerzo para contener sus gemidos. Y tenía puestos sus auriculares de orejas de gato, por eso no me escuchó entrar.

Estuve a punto de dar media vuelta, pero… realmente necesitaba orinar. Di dos pasos hacia adelante y ahí fue cuando Katia giró la cabeza y clavó su mirada en mí. Me quedé petrificado, y ella también. Su mano izquierda sostenía la teta como si ésta fuera a caerse. Abrió más la boca.

—Perdón…

—¿Qué? —Preguntó sacándose los auriculares, los dejó colgando desde su cuello. Al soltar la teta, ésta se sacudió bajo su propio peso.

—Em… dije que te pido perdón. No sabía que estabas en el baño, lo juro. Yo solo… vine a hacer pis. Y realmente necesito hacer… no hay otro baño.

—Está bien… es tu casa, boludo. No tenés que pedirme permiso para usar el baño. —Sus mejillas estaban muy rojas, no sé si esto se debía a la excitación o a la vergüenza—. Dale, mea tranquilo.

—Este… em… ¿no querés salir un momento?

—Si salgo es peor. Me vas a ver todo… al menos sé que si me quedo quieta, no se me ve la concha. —Eso era muy cierto—. Aunque ya la viste en la foto… igual me da vergüenza. Más si tengo este coso metido adentro…

—Entiendo… entiendo… em…

—Ay, a mí no me va a molestar verte el pito —dijo, como si me leyera la mente—. Si a vos no te molesta…

—No, no… no me molesta. No aguanto más…

De verdad ya no podía aguantar ni un segundo más. Saqué el pene de adentro del bóxer y comencé a orinar. Quedé de costado, ante la perspectiva de mi hermana, así que ella podía ver mi miembro perfectamente.

—Epa… qué grande lo tenés —noté que volvía a moverse, el dildo, que sobresalía un poco, se perdió entre sus nalgas, luego volvió a aparecer.

—No es tan grande.

—¿Ah no? A mí me parece que sí. Aunque… todavía está dormida. —Soltó una risita—. ¿Cómo es de grande cuando se pone dura?

—¿Y vos por qué querés saber eso? —Le pregunté intentando no mirarla demasiado, pero me resultaba imposible.

—Solo quiero saber si Regina compró un dildo más grande o más chico que tu… que tu cosa. —Señaló mi pene como si fuera un bicho raro.

—Es exactamente igual al dildo —respondí.

—Ay… uy… de pronto esto se puso raro.

«Hace rato que se puso raro», pensé.

—¿Por qué lo decís?

—Porque ahora sé que el coso que tengo metido en la concha es igual a la pija de mi hermano. Así se sentiría si…

No quiso completar la frase y agradecí que no lo hiciera.

—Eso es solo una casualidad. Vos no lo elegiste.

—Cierto. ¿Te desperté con el ruido?

—No, ni siquiera te escuché.

El meneo de Katia era lento, pero rítmico. La ducha seguía proyectando su chorro hacia su entrepierna y el dildo desaparecía, como por arte de magia, y luego volvía a aparecer. El ritmo del movimiento se iba acelerando de a poco, creo que Katia no era consciente de eso.

—Me alegra que te haya gustado tanto el regalo —le dije, mientras sentía que ya estaba terminando de orinar.

—Uf… no me gustó…

—¿No?

—No… me encantó. Es el mejor regalo que me hicieron en mi vida. Creo que con esto ya no necesito un novio —soltó una risita picarona—. Solo necesito aprender a hacer asado y ya está, puedo ser una mujer independiente.

Pensé que antes necesitaba conseguir trabajo, pero no quería molestarla con ese tema… porque eso es lo que hubiera hecho mi mamá... y yo no soy mi mamá.

Katia gimió, mi verga se sacudió y el chorro casi se va fuera del inodoro. Por suerte ya era el último. Me la sacudí y salí de allí lo más rápido que pude. La erección era inminente.

Cuando llegué a mi cuarto ya tenía la verga completamente dura. Palpitaba como si tuviera vida propia. Tuve que tenderme en mi cama para hacerme una paja, de lo contrario no podría conciliar el sueño.

Mientras me masturbaba pensé en mi ex novia, en las tetas de Mavi y en el culo de mi vecina. Paula se llevó la mayor parte de la dedicatoria, sin embargo de vez en cuando me atacaron pensamientos intrusivos. La imagen de la concha de Katia pasó varias veces por mi cabeza y no podía dejar de verla desnuda, en cuatro… en la ducha… el dildo… esas tetas.

Acabé pensando en esas grandes tetas. Fue pura casualidad. Estaba intentando pensar en las tetas de Mavi, pero las de mi hermana se metieron sin avisar.


———————


En la mañana me encontraba tomando un café con tostadas cuando Katia salió de su cuarto (sí, ya estoy empezando a aceptar que es suyo). Tenía puesta la camiseta de los Lakers y una de las cintas se había movido, la teta derecha estaba completamente a la vista. Se restregó los ojos con las manos y la camiseta se levantó. Respiré aliviado al ver que tenía puesta una bombacha blanca.

—Qué raro que te despiertes tan temprano —le dije.

—No me desperté. Ni siquiera dormí. Me quedé toda la noche jugando a Monster Hunter… y haciéndome la paja. Uf… debo tener la concha paspada de tanto dildo.

Aún no me acostumbro a que mi hermana hable de esa manera en mi presencia. También me molestó que ella pudiera pasarse toda la noche jugando videojuegos y masturbándose, mientras yo tengo que madrugar para ir a trabajar.

Se sentó a desayunar conmigo. Se sirvió un poco de café con leche.

—¿Te vas a quedar con esa ropa? —Pregunté mirando su teta derecha. Era obsceno que estuviera completamente fuera de la ropa. Ese pezón rosado, de areola grande, me miraba como si se estuviera burlando de mí.

—¿Qué tiene de malo? Tu vecina puede venir a tocarte el timbre en tanga… ¿y yo me tengo que vestir?

—Vos… sos mi hermana. Y se te ve una teta.

—Ya sé. Anoche viste más que esto —dijo, encogiéndose de hombros.

—¿Y la vas a dejar ahí afuera?

—Sí. ¿Sabés por qué? —Negué con la cabeza—. Para que entiendas que una mujer siempre sabe cuánto se le ve y cuánto no. Tu vecina vino en tanga, porque quería que la vieras en tanga. ¿Me explico?

—Yo creo que estaba durmiendo, cuando vos la despertaste. Vino así porque vive al lado…

—Pudo ponerse un pantalón. No cuesta nada.

—Lo dice la que no se puso uno.

—No me lo puse porque sos mi hermano, y no me molesta que me veas… bueno, solo la concha… pero eso me molesta de todo el mundo. No me gusta mi concha.

No entiendo por qué a una mujer podría no gustarle su propia concha. Decidí dejarlo pasar. No me siento preparado para tener un debate sobre la concha de mi hermana.

—Te digo que lo de Paula fue casualidad. Lo único raro fue cuando se agachó para darme el papel.

—Ah bue… —Katia detuvo la tostada a mitad de camino hacia su boca—. ¿Se agachó delante tuyo? ¿En tanga? —Asentí—. Y a ver… ¿cómo se agachó?

—Simplemente se agachó y agarró el papel…

—¿Lo hizo así?

Katia se puso de pie, luego flexionó las rodillas, con delicadeza femenina, y simuló estar recogiendo algo del piso.

—No… no fue así.

—Uy, hermano… no me digas que te mostró todo el orto. ¿Lo hizo así?

Esta vez Katia adoptó la misma posición que Paula. Su enorme culo (más grande que el de mi vecina) quedó frente a mis ojos, como si fuera una blanca luna conformada por dos voluptuosas (pero firmes) nalgas.

—Em… sí… así fue —intentaba no mirar el culo de mi hermana. Era imposible, ella estaba justo a mi lado. Hasta hubiera podido tocarla con apenas mover mi mano derecha—. Aunque a ella se le veía un poco más.

—Claro, tenía una tanga re chiquita. Te aseguro, hermano, que una chica sabe perfectamente cuánto va a mostrar el culo si tiene puesta una tanga. Si se le vio algo, ella sabía perfectamente que se le estaba viendo.

—No creo —Seguí comiendo tostadas como si nada. Me atraganté cuando Katia tiró de su bombacha, haciendo que se le metiera más entre las nalgas.

—¿Se le veía así?

—Umm… no… se le veía más… —tuve que bajar la tostada con abundante café con leche.

—A ver, decime… ¿qué se le veía exactamente? ¿El agujero del culo? ¿Eso se le veía?

Recordé la escena como si estuviera ocurriendo frente a mí en ese momento.

—Sí, se le asomaba por los lados.

—¿A mí se me ve?

—Em… no… bueno, apenitas asoma…

—¿Así se le veía a ella?

Volvió a tirar de la tanga, esta vez una buena parte del agujero de su culo se asomó por los lados de la tela. Le dije que sí, así se le veía a Paula.

—Uy, se le veía un montón… y te juro que ella lo sabía perfectamente. ¿Y la concha? ¿Se le veía algo?

—Algo, sí… asomaba por los lados…

Tiró una vez más de la tela, sus labios vaginales la mordieron y pude ver una buena parte de ellos, asomando con un montón de pelitos negros. Mi verga comenzó a despertarse… de forma involuntaria, por supuesto. Los gajos que asomaban estaban muy húmedos, parecían dos babosas llenas de pelitos… aunque… era mucho más agradable que ver una babosa peluda. No sé si me explico.

—Si la tengo mojada, es porque recién me hice la paja —dijo Katia, como si supiera lo que yo estaba pensando—. ¿La de Paula estaba mojada?

Recordé que la concha de Paula también mostraba signos de humedad… aunque quizás la memoria me esté jugando una mala pasada.

No, ninguna mala pasada. Lo recuerdo perfectamente.

—Sí, se notaba que la tenía mojada.

—¿Así como yo la tengo ahora? —Se acarició los carnosos labios con dos dedos en “V”.

—Em… sí, más o menos así. Pensé que te daba vergüenza que te viera la concha.

—Y me da vergüenza; pero también quiero ayudarte a entender que esta chica te estaba provocando. Sos medio boludo. ¿Y lo rosadito? ¿Se veía?

—¿Qué “rosadito”?

—Lo de la concha, Abel… lo rosadito de la concha… ¿se llegó a ver en algún momento?

—Em… —volví a hacer memoria—. Justo antes de agarrar el papel Paula flexionó las rodillas y enderezó las piernas de golpe. En ese momento la tanga se le metió un poco más y… sí, vi un poquito de “lo rosadito”

Katia dio un nuevo tirón a su tanga y ésta se metió más en su concha. Parte de esa piel interna, húmeda y rosada, se llegó a ver, en el lado izquierdo de la tela. Asomaba con timidez, como ocurrió con Paula, pero era perfectamente visible.

—Emm… sí, así se le veía —dije, antes de que ella lo preguntara.

—Y decime, Abel. ¿Qué notás?

—Bueno, que te vendría bien una depilada.

—Hey, no te metas con mis pelitos, que me gusta tenerla así.

—Ok, ok… fue solo un chiste. No sé a qué te referís —dije, sin poder de mirar esa concha que se abría lentamente, dispuesta a morder toda la tela de la tanga.

—Que si notás algo particular, ahora que se ve lo rosadito. Mirá bien.

Se me acaloró todo el cuerpo. Mi hermana me estaba pidiendo que mirase fijamente su concha.

—¿Estás segura?

Giró la cabeza hacia atrás, para mirarme a los ojos.

—Sí, boludo… mirá tranquilo, que te estoy dando permiso. Si yo te digo que podés mirar… entonces podés mirar sin culpa. ¿Está claro? A eso se le llama consentimiento.

—Sí, me quedó claro.

Tiene razón, si ella me lo permite, no tengo por qué sentirme culpable de mirar. Aunque igual me sentía raro… y un tanto incómodo. Miré fijamente su concha, en especial “lo rosadito”. Solo pude detectar una cosa:

—Se nota aún más que la tenés mojada.

—Exacto. Porque recién estuve haciéndome la paja. La concha sigue lubricando. ¿Así la tenía Paula?

—Em… sí, se le notó mucho que la tenía mojada cuando se le asomó “lo rosadito”.

—Eso es porque se estaba clavando tremenda paja antes de venir a tocar el timbre. —Al decir esto metió un dedo dentro de la tanga y lo hundió en “lo rosadito”—. Tu vecinita vino buscando pija.

La verga se me puso dura. No podía dejar de mirar la concha de Katia. Este va a ser un largo día. Y justo hoy… que tengo que recuperar ese maldito pendrive de la oficina de mi jefa.

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Comentarios

kurai ha dicho que…
este man se parece a Renso, es un poco atontado en custiones de sexo, por lo menos esta la hermana q lo va a espavilar
Joandigo ha dicho que…
¡Jajaja, Dios! No sé si Katia es así de tonta-despreocupada o solo se hace, pero de verdad que me hace reír. Por otro lado, interesante el personaje de la vecina, se siente que su presencia va a tener cierto peso en los acontecimientos por venir.

Gracias por el capítulo.

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