Capítulo 04.
La Convivencia con Katia.
Calculé que me llevaría por lo menos una hora limpiar el desastre de la cocina. Dejé el morral colgado de una silla y me adentré en el caos.
—¡Katia! —Grité, mientras veía el enchastre de engrudo que había sobre la mesada de la cocina. Había restos de harina por todas partes y un bol tirado en el piso, boca abajo. Cuando lo levanté me encontré con una gran cantidad de ese engrudo acuoso que fluyó por el suelo de la cocina—. ¡Katia! ¡Vení ya mismo!
Mi hermana apareció detrás de mí, nunca la escuché acercarse. Lo primero que vi fueron sus pies descalzos, manchados de harina y engrudo. Al levantar la mirada me llevé una sorpresa. Tenía puesto un delantal, tan manchado como sus pies… y nada más. Detrás del delantal estaba…
—¿Qué hacés desnuda?
—Es que… es que no traje mucha ropa, y no quería mancharla con harina.
El delantal le daba una imagen entre tierna y pornográfica. Sí era gracioso verla con el culo al aire, pero sus enormes tetas no cabían bien en el delantal, una sobresalía completa por el lado derecho y la otra estaba por salir por la parte de arriba. Ese pezón rosado me miró como si fuera un vigilante diciéndome: “Cuidadito con dónde ponés el ojo”.
—¿Qué es todo este desastre? —Pregunté, apartando girando la cabeza hacia adelante otra vez.
—Perdón, me salió todo mal —por el timbre de su voz supe que estaba apenada en serio—. Quería que vieras que no soy una completa inútil. Sabía que ibas a llegar cansado de trabajar y… bueno, em… se supone que eso iba a ser una pizza.
Pasó junto a la masa de engrudo y fue hasta la pileta de lavar los platos, allí tomó un trapo amarillo, manchado con harina, y comenzó a lavarlo. Yo estaba de rodillas en el piso y su culo quedó cerca de mi cara, a la distancia de un brazo estirado. En ese momento se hizo evidente que Katia no llevaba ropa interior. Sus piernas estaban juntas y no vi demasiado. Sus grandes y redondas nalgas acapararon casi todo mi campo visual, y justo debajo de estas blancas nalgas pude ver un triangulito de vellos oscuros y labios carnosos. Como dije, no se veía tanto; pero un detalle se me hizo innegable. Tenía la concha de mi hermana justo frente a la cara.
Volví a centrarme en el engrudo, agachando la cabeza. Mientras intentaba meterlo dentro del bol, comencé a sentir pena por Katia.
—Te pido perdón, boludo. Soy un desastre. Te juro que seguí la receta, pero… creo que le puse demasiada agua… y cuando quise agregar más harina, se me cayó el paquete. Quise agarrarlo y sin querer le pegué al bol y… bueno, terminó en el piso.
Eso explicaba una parte del enchastre, pero no todo lo demás. Había demasiada harina y engrudo por todos lados como para que esas dos acciones lo hubieran producido, así que imaginé que Katia fue bastante desprolija al seguir la receta.
Se acercó a mí y se arrodilló. Me miró con sus ojitos de cachorro mojado y dijo.
—Perdón, lo arruiné todo —y esa teta asomando de forma tan cómica como erótica.
—No pasa nada. La intención es lo que cuenta. Aunque… no te vendría mal tomar algún curso de cocina. Si alguna vez vas a vivir sola, deberías ser capaz de cocinar cosas simples, como una pizza.
—¿Y por qué voy a querer vivir sola? Si acá estoy bien.
La miré. Ella tenía la vista puesta en el suelo, lo estaba limpiando con el trapo amarillo. Me pregunté si lo había dicho en broma o si de verdad pensaba quedarse a vivir por tiempo indefinido. Decidí no molestarla con ese asunto… por ahora. Ya tendremos tiempo de hablar.
—En fin, limpiemos un poco… y pidamos unas pizzas. Gracias por intentarlo —le dije, aunque por dentro el estrés ya me estaba afectando. No sé hasta cuánto voy a poder aguantar este tipo de situaciones, que con Katia son moneda corriente.
—Gracias por perdonarme —sonrió dulcemente—. ¿Te molesta si me voy a bañar?
—Al contrario, estás hecha un desastre. Andá a darte una ducha… pero antes pasame el desinfectante, está en el bajo-mesada.
—Okis.
Katia se puso de pie, dio media vuelta y luego se inclinó hacia adelante. Su enorme culo volvió a quedar frente a mi cara, pero esta vez más cerca… y con sus piernas ligeramente separadas. Pude ver sus nalgas abriéndose al mismo tiempo que sus labios vaginales se separaban. El centro rosado de su vagina me saludó. Pude notar que estaba muy húmeda, de allí salían flujos vaginales que formaban hilitos que colgaban entre los labios. Me pregunté por qué Katia estaba tan mojada. No debía darle demasiadas vueltas, conociéndola seguramente estuvo masturbándose minutos antes de empezar a preparar la pizza. Noté cómo mi verga se sacudía ligeramente dentro del pantalón, como si estuviera anunciándome que había un espectáculo interesante justo delante. Creo que fue un acto reflejo, porque aún estoy caliente por la escena con Stella.
Por suerte la incómoda situación con mi hermana no pasó de ahí. Me entregó la botella de desinfectante y se fue al baño, como si nada pasara.
—En serio, Abel —me dijo antes de desaparecer en el pasillo—. Te pido perdón. Solo quería hacer tu vida un poco más fácil… y al final te la compliqué.
—No te preocupes, Katia —le mostré mi sonrisa más afable, una que no estoy acostumbrado a usar—. Me gusta que estés viviendo conmigo y quiero que te sientas cómoda. No sos un estorbo.
Ella volvió a sonreír y luego dio media vuelta, dándome una última imagen de sus grandes nalgas.
Pedimos pizza y cenamos mirando un partido de la NBA. Ni siquiera sé cómo se llaman los equipos, ni siquiera le presté atención. No podía quitarme de la cabeza las imágenes de la oficina de mi jefa… y su impresionante cuerpo desnudo.
«Con razón tu novia te dejó. No sabés chupar conchas».
Esa frase seguirá atormentándome durante semanas, lo sé.
—¿Alguna novedad del trabajo? —Preguntó Katia, en uno de los entretiempos del partido.
—Oh… casi me olvido de decirte. Stella ya vio tu currículum.
—¿Ya vio…? —Katia abrió mucho los ojos—. ¡Ay, no! ¡Qué vergüenza! Tu jefa me vio toda la concha… y lo demás… ¿vio todo? ¿te dijo algo?
—No me dijo absolutamente nada sobre las fotos y los videos. Pero sí me dijo que quiere entrevistarte para el puesto de trabajo.
—¿En serio? —La sorpresa de Katia estaba llena de confusión—. ¿Después de ver todo eso… aún quiere entrevistarme?
—Sí, aparentemente le caiste bien.
No quise mencionarle las tareas que realizaba la secretaria anterior de Stella. No creo que mi hermana deba hacer lo mismo. Me parece ridículo. Eso es algo que Stella hacía con Cristina solo porque eran buenas amigas… y quizás algo más.
—Oh… ¿esto significa que podríamos ser compañeros de trabajo?
—Así es —dije, dándole un mordisco a una rebanada de pizza—. Espero que no me hagas quedar mal. Realmente me gustaría obtener un ascenso.
—No te preocupes, hermanito. Cuando conozcan a tu encantadora hermana, te van a dar el ascenso. Te lo aseguro.
—Lo único que quiero que me asegures es que vas a hacer todo lo que te pida Stella… y lo vas a hacer bien.
—Excelente. ¿Algún consejo para la entrevista?
—Mmm… llevá un buen escote. Escuché rumores sobre Stella… y creo que es lesbiana.
—Oh, interesante. Veré qué se puede hacer…
———————
Estaba intentando conciliar el sueño cuando escuché ruidos. Lo identifiqué rápido, eran gemidos femeninos. “Otra vez lo mismo”, pensé, poniendo los ojos en blanco. Giré en la cama esperando a que Katia recordara que los vecinos podían escucharla. El ruido siguió. Al final decidí levantarme. Fui con mi remera blanca y mi boxer negro hasta el que solía ser mi cuarto y golpeé la puerta…
—Katia, ¿otra vez te estás… ya sabés?
—Sí —me respondió una voz tenue desde el interior—. Pero… mejor pasá…
—¿Segura?
—Sí, si… entrá.
Al ingresar la vi acostada, con las tetas completamente al aire. Esos blancos y turgentes pechos de rosados pezones me saludaron con un ligero rebote provocado por el incesante movimiento de la mano de mi hermana. Esta mano se perdía debajo de las sábanas, no podía ver lo que ocurría ahí abajo, pero podía imaginarlo claramente.
Me incomodó saber que Katia estaba totalmente desnuda, y puedo asegurar eso porque cuando se movió para sentarse en la cama, la sábana dejó al descubierto la maraña de pelitos negros de su concha, aunque fue solo por un segundo. Luego ella volvió a cubrirse… aunque no se tapó arriba.
—Hola chicas ¿cómo les va?
—¿Chicas? —Katia me miró confundida.
—Estaba saludando a tus tetas. Parece que ya no tienen vergüenza en mostrarse.
—Ah… ellas —soltó una risita picarona—. Espero que te acostumbres a verlas, porque no me gusta usar corpiño… y en la convivencia con mamá me acostumbré a andar todo el día en tetas. Ella también lo hace. Es lo bueno de vivir…
—¿Con otra mujer?
—Con alguien de confianza. No me importa que me veas las tetas, ya te lo dije.
—Muy bien. Agradezco la confianza. Che, ¿podrías bajar el vol…?
No alcancé a completar la frase porque volví a escuchar un potente gemido femenino. Katia me miró, yo la miré… y ahí entendí lo que estaba ocurriendo.
—No eras vos.
—Eso es lo que intentaba decirte. Me estaba haciendo una paja, pero… en silencio. Los ruidos vienen de acá… —señaló con el pulgar la pared a su espalda.
—¡Ay… sí… sí…! ¡Ay, sí… así… así!
—¿Es Paula?
—Y sí, ¿quién va a ser?
Fue una pregunta muy estúpida, lo sé. Fue lo único que atiné a decir. Los gemidos continuaron, fui entrando de a poco a la pieza, con el oído alerta. No solo se escuchaban gemidos, sino también el traqueteo de la cama. Sentí un nudo en la garganta. Mi vecina, mi hermosa vecina… ¿está cogiendo con alguien?
Me acerqué a la pared de la que provenían los ruidos, justo detrás de la cama. Pegué la oreja y el golpeteo se hizo mucho más potente, al igual que los gemidos. Daba toda la sensación de que Paula se lo estaba pasando en grande.
—Sí, sí… así me gustá… así… mmm… qué rico… garchame… garchame fuerte…
—Carajo…
—Se ve que a tu vecinita le están dando con todo.
—¿Quién será el tipo? —Pregunté, algo celoso.
—Mmm… no creo que esté con un tipo.
Miré a mi hermana, confundido.
—¿Cómo que no?
—Sentate y escuchá bien…
Le dio dos golpecitos al colchón. Me senté en la cama, a su lado, y apoyé la cabeza en el respaldar. Golpeteo rítmico de madera y gemidos que no se detenían.
—¿Qué se supone que debo escuchar? —Pregunté, sintiéndome algo incómodo.
Era raro estar sentado junto a mi hermana sabiendo que ella estaba desnuda y que recientemente se había estado masturbando… y la vecina cogiendo solo hacía que esta situación se sintiera aún más turbia.
—¿No te das cuenta? No hay ningún tipo…
—¿Vos decís que Paula está haciendo todo este escándalo ella solita?
—No, tarado.
—Uy… sí… sí… dame duro… metela toda… así… garchame fuerte…
Se oyó claramente.
—¿Oíste eso? —Dije—. Ahí le está pidiendo al tipo que se la meta…
—Te digo que no es un tipo. Escuchá bien. —Hizo una pausa y los gemidos se oyeron en toda la habitación—. Son dos mujeres.
—¿Qué? Nah… no puede ser. Paula no es lesbiana. Hasta le conocí un novio… aunque ya no anda con él.
—No hace falta ser lesbiana para acostarse con una mujer.
—Muy cierto… podría ser bisexual.
—O podría ser que quiera coger con alguien… y que la única disponible es su mejor amiga.
—¡Dame duro! ¡Metela toda…! ¡Así!
—Nah, definitivamente no es una mina —dije—. Acaba de pedir que se la meta… eso solo puede pedírselo a un tipo.
—No seas boludo, Abel. También se lo puede pedir a una chica.
—¿Pero cómo?
Ella puso los ojos en blanco, como si yo fuera idiota.
—Usá un poco la imaginación.
Me quedé con la mente en blanco, escuchando los gemidos. Solo podía escuchar el jadeo continuo de una mujer. Me resultaba imposible saber si en realidad eran dos. Quizás lo fueran, aunque los gemidos me parecen similares que lo dudo mucho.
—Sigo sosteniendo que está con un tipo. No puedo imaginarme a Paula en la cama con una mujer. Simplemente no creo que sea esa clase de chicas.
—¿Qué querés apostar?
—Nada, no me gustan las apuestas.
—Si yo tengo razón, me comprás un juego nuevo para la PlayStation.
—¿No acabás de comprar uno?
—Sí, y está buenísimo; pero… me hay otros juegos que tengo pendientes desde hace rato.
—Está bien, lo puedo hacer… solo si esperás hasta el mes que viene, porque todavía tengo que pagar el último que compraste. Pero si yo gano… tenés que limpiar toda la casa durante una semana.
—Trato hecho.
—Genial. ¿Y ahora cómo hacemos para averiguar con quién está Paula? ¿Se lo vas a preguntar maña…?
Me quedé mudo sin poder terminar la frase. Katia salió de la cama, completamente desnuda, y se apresuró a cubrirse con su camiseta de los Lakers. Luego salió de la habitación.
—Ah, no… no… que ni se te ocurra —dije, poniéndome de pie.
—Quiero saber… ahora…
—No, Katia. Es tarde y…
—Y ella vino a interrumpirme en plena paja. ¿Acaso Paula puede tocar timbre por ruidos molestos y nosotros no podemos hacer lo mismo?
—Esto es diferente, ella está con alguien.
Ni siquiera se volteó para verme, siguió caminando hacia la puerta de salida.
—Y también creyó que vos estabas con alguien… eso no le impidió tocar timbre.
Debo reconocer que en eso tiene razón. Podría haber estado teniendo sexo con una chica y Paula me hubiera interrumpido en pleno acto. Aún así, no me sentía cómodo tocándole el timbre a altas horas de la noche, para pedirle que hiciera menos ruido.
No tuve tiempo de reflexionar sobre esto. Katia salió del departamento y sin dudarlo fue hasta la puerta de Paula y tocó el timbre. Esperó unos segundos y luego volvió a presionarlo, dos veces más.
—Pará… va a pensar que estás loca —le dije en voz baja—. ¿Qué pensás hacer? ¿Le vas a preguntar si está cogiendo con una mujer?
—No, ni loca. Soy demasiado vergonzosa como para preguntar eso. —Esa respuesta me tranquilizó—. Se lo vas a preguntar vos. Ahí viene…
Escuchamos cómo la llave giraba en la puerta, Katia se apartó de inmediato, escondiéndose con la espalda contra la pared. Yo me quedé quieto como un boludo, sin poder reaccionar. La puerta se abrió.
—Ah, hola Abel. Me imaginé que eras vos.
La imagen de Paula era impresionante. Me dejó sin aliento. Estaba toda transpirada y evidentemente agitada. Tenía puesta una remera sin mangas muy escotada. Sus pezones se transparentaban, por la humedad, y la tela era tan corta que no llegaba a cubrir del todo la parte baja. Sus labios vaginales asomaban un poco, perfectamente lampiños.
—Oh, hola… perdón… es que…
—Sí, sí… ya sé… me siento una boluda. ¿Hicimos mucho ruido?
Ese “hicimos” ya implicaba que estaba con alguien más. La posibilidad de que hubiera hecho ruido ella solita estaba completamente descartada.
—Más o menos… es que… bueno, no quiero ser un pesado; pero… es tarde.
—Estás en todo tu derecho a reclamar —me dijo, con una afable sonrisa. No sabía cómo hacer para no mirar su vagina, asomando por abajo de la remera—. Yo te molesté cuando escuché ruidos…
—¿Quién es, Pauli? —Preguntó una voz femenina.
De pronto apareció una bella chica, rubia de ojos verdes. A pesar de compartir el color de cabello de mi jefa, no se parecía en nada a ella. Esta chica tenía rasgos más redondeados y las mejillas muy rojas. Sus tetas no eran tan grandes como las de mi hermana, pero rebosaban de energía y juventud. Sus pezones marrones y endurecidos me miraron fijamente cuando Paula se apartó. Pude ver que la chica tenía puesto uno de esos penes falsos que se atan con un arnés, esos que usan las lesbianas en los videos porno. Maldije por dentro. ¿Cómo pude ser tan tonto? Al final Katia tenía razón, tendré que comprarle el puto juego… y seguramente va a pedir uno de los caros.
—Es Abel, mi vecino. Abel, te presento a Celeste, una amiga.
—Ho… hola celeste. Encantado.
En ese momento Paula asomó la cabeza por el pasillo, quizás para ver si algún otro vecino se había despertado con el ruido, y se encontró con Katia parada junto a la puerta.
—¡Ay… hola!
—¡Holis! —Saludó Katia, con una risita infantil—. Perdón por molestar.
Se acercó a mi y me agarró del brazo. Era obvio que estaba nerviosa.
—¿Esta es la tetona de la que me hablaste?
—Ay, Celeste… callate —Paula se puso roja—. Ella es Katia, la hermana de Abel.
—Hola, Katia. Tenés tetas muy lindas.
—Gracias… emm… vos también —Katia estaba tan tensa que parecía un maniquí. Me apretó el brazo con fuerza y se pegó todavía más a mí.
—¿Volvemos a la cama, hermosa? —Celeste abrazó a Paula por detrás y le pasó los labios por el cuello. Reconozco que fue muy erótico verla haciendo eso.
—Bueno, pero vamos a tener que bajar el volúmen…
—No hace falta —se apresuró a decir Katia—. A mí no me molesta el ruido… y la que duerme en la pieza de al lado soy yo.
—¿Entonces por qué…? ¡Ah…!
No alcanzó a completar la frase. La atrevida mano izquierda de Celeste cruzó por delante de Paula y llegó hasta su vagina. Dos dedos se metieron en su húmedo sexo y mi vecina soltó un gemido de puro placer.
—¿Ya escuchaste, linda? Podemos seguir haciendo ruido… ¿querés que te la meta duro?
—¡Ay, sí! —dijo, con los ojos cerrados—. Uy… perdón —abrió los ojos como si se hubiera enterado en ese momento que nosotros estábamos allí—. Qué desubicada… Celeste, pará un poquito…
—No quiero que te enfries —le dijo mientras la masturbaba.
Katia y yo podíamos ver claramente cómo esos dedos entraban y salían de la concha. Celeste miraba a Katia de arriba a abajo… aunque más abajo que arriba. Porque a Katia también se le veía un poco la concha peluda por debajo de la remera de los Lakers, aunque ella parecía no haberse dado cuenta de este detalle. Miraba a Paula embobada, y casi sin respirar.
—Te voy a dar duro toda la noche…
Al momento en que Celeste dijo esto, penetró a Paula con su pene falso. Lo sé porque Paula se sacudió de golpe, poniéndose en puntas de pie y dejó salir un potente gemido. Estaba clarísimo que su amiga se la había metido.
—Ay, despacito… uf… ahh… mmm… perdón, chicos… sé que no vinieron a ver esto. No quise hacer tanto ruido. Les juro que no me di cuenta. Me siento una bolu… ahhhh fffssssiii uhhh… me siento una boluda. Ay, Celeste… despacito…
—Recién me pedías que te diera duro…
—Pero no delante de mis vecinos.
Noté que Paula miraba hacia mi entrepierna. Bajé la mirada para fijarme y me encontré con una carpa monumental. Mi pene se había despertado sin que yo me diera cuenta. De pronto pasé a estar más tieso y nervioso que Katia. Paula me miró a los ojos otra vez y tuvo la cortesía de no mencionar mi evidente erección.
—Te pido perdón —dijo, mientras su amiga se movía detrás de ella con el característico ritmo del acto sexual. Ese pene plástico estaba entrando y saliendo a gran velocidad—. Voy a intentar no hacer tanto ruido.
—Está bien, no se preocupen… —no sabía qué más decirle, tenía el cerebro en blanco y no se me ocurrió ninguna excusa.
Se formó un incómodo momento en el que vimos como Celeste besaba el cuello de Paula y se movía sin parar. Los ojos de Paula se entrecerraron y su boca se abrió para soltar algunos gemidos.
—En fin, hablamos otro día —dijo por fin mi vecina.
—Sí, sí… claro, por supuesto. No las molestamos más —me apresuré a decir.
—Que la pasen lindo.
—Gracias, Katia. Sos un amor. Perdón si te desperté.
—No me despertaste. Me estaba haciendo una…
—Katia, mejor vamos yendo —la interrumpí. Comencé a darle empujoncitos para que volviera a mi departamento.
—Ah, sí, sí… claro. Hasta luego…
—Chau… y perdón por el ruido.
Nos alejamos del departamento de mi vecina y ella cerró la puerta. Con Katia volvimos a entrar. Apenas cerré la puerta ella me miró el bulto y dijo:
—Se despertó tu amiguito —sonrió como si le resultara divertido—. Tu vecina te vio encarpado.
—Y a vos te vos te vio toda la concha —señalé hacia abajo.
—Ay, no… no… no me di cuenta, qué boluda.
—Dijiste que las mujeres siempre saben cuánto muestran.
—Eso no aplica para mí, yo soy muy pelotuda.
Le creí. Con Katia esto tiene todo el sentido del mundo. Es la persona más distraída que conocí en mi vida.
Volvimos por el pasillo, estaba por dirigirme hacia mi cuarto (ya me estoy mentalizando de que mi cuarto es el chiquito que está al fondo) cuando escuchamos los gemidos otra vez. Katia se acercó rápidamente a su cama, se puso de rodillas sobre ella y pegó una oreja a la pared. Pude ver la mitad de sus nalgas asomando por debajo de la camiseta de los Lakers, tenía las piernas separadas, por lo que su concha era la protagonista de la escena.
—Uy, siguen cogiendo duro… qué envidia.
—¿Por qué no les pediste que te inviten?
—¿Sos tarado, Abel? ¿Cómo querés que le hable a esas chicas? ¿Vos viste lo lindas que son? No, me muero de la vergüenza.
—Lo decía en broma, pero… siendo sincero, creo que les gustaste. No sé cuánto te gusten las mujeres…
—No es que me gusten las mujeres, ya te lo expliqué. Lo que pasa es que soy muy calentona, me gustaría tener alguien con quien coger todos los días… y los hombres me dan pánico.
Me acerqué a la cama y pegué la oreja a la pared, como lo hacía Katia. Los gemidos y los golpeteos eran tan fuertes como antes. Me imaginé a Paula en cuatro patas, sobre su cama, con Celeste metiéndosela duro por detrás.
—Mañana le va a doler el culo —comentó Katia, luego se sentó en la cama, sin molestarse por cubrir su concha. Se le había bajado una de las cintas de la camiseta y una teta ya asomaba completa.
—¿No querrás decir que le dolerá la concha?
Me miró como si yo fuera idiota. Odio que mi hermana menor haga eso.
—Ay, Abel… ¿en serio no te diste cuenta?
—¿De qué?
Me senté en la cama, junto a Katia, y usé las sábanas para cubrir mi erección, la cual se rehusaba a bajar.
—Pero si viste lo mismo que yo…
—Por eso, no sé a qué te referís.
—Cuando Celeste se acercó por atrás… le metió los dedos en la concha a Paula… así…
No era necesaria una explicación gráfica, pero Katia consideró que sí. Separó un poco las piernas y hundió dos dedos en su vagina. Se le llenaron de flujos sexuales. Mi verga dio un saltito dentro del bóxer.
—Ajá… sí, noté eso…
—Y seguramente notaste que en todo momento siguió haciendo esto…
Katia literalmente comenzó a masturbarse. Los dedos entraron y salieron de su concha al mismo ritmo que había utilizado Celeste con Paula. Tragué saliva, no sabía si debía apartar la mirada o seguir viendo su explicación, por respeto.
—S… sí, eso también lo vi —dije.
—Después Celeste se acomodó y ¡zaz! Le metió el dildo, hasta el fondo…
—¿Cómo sabés que hasta el fondo?
—Por la cara que puso Paula. Casi se le salen los ojos.
Eso era cierto, la expresión de sorpresa de mi vecina fue brutal. Reaccionó como si alguien la hubiera apuñalado por la espalda.
—Puede ser… —dije.
—¿Y no te diste cuenta de un detalle? —Preguntó.
Sus dedos siguieron moviéndose dentro y fuera de la concha. Me quedé embobado con este ritmo hipnótico. La verga me palpitaba y mi cerebro se había quedado completamente en blanco. Después de unos segundos de ver a Katia haciéndose la paja dije:
—Celeste nunca le sacó los dedos de la concha.
—¡Exacto! Y tampoco vimos aparecer el dildo. Si hubiera entrado en la concha… lo hubiéramos visto.
los gemidos de mi vecina se intensificaron.
—Así, rompeme el orto… sí… ay… duro… duro… cogeme…
—¿Escuchaste eso? ¡Le está dando por el culo!
No lo podía creer. Esta actitud simplemente no encaja con la Paula que yo conozco. Todavía tengo que procesar que puede acostarse con mujeres, algo que me parece super morboso… y encima ahora sé que le gusta el sexo anal. No voy a poder quitarme nunca de la memoria la expresión de su cara cuando fue penetrada… por el culo.
—Wow… qué locura. ¿Celeste se la metió por el culo… delante nuestro?
—Eso es lo que intento decirte, hermanito. A tu vecinita le están rompiendo el orto.
Katia había cerrado sus ojos, se estaba masturbando copiosamente, no tuvo ni el más mínimo gesto de cubrirse la concha con las sábanas. Al contrario, separó más las piernas y siguió dándose duro.
Por los incesantes gemidos de Paula, y por la escena que se estaba dando en su cuarto, yo tenía unas ganas tremendas de masturbarme.
—¿A tu novia le gustaba el sexo anal? —Preguntó Katia sin mirarme, y sin dejar de pajearse.
Esa pregunta me sorprendió, no tanto por la pregunta en sí, sino por mi reacción. Siempre creí que si alguien me preguntaba algo tan íntimo, me molestaría. Sin embargo no me molestó que Katia quisiera saber sobre ese tema. También me di cuenta de que yo necesitaba hablarlo con alguien.
—Ese es un tema complicado —le dije—. Regina era… bueno, complicada. Tuvimos discusiones por eso.
—¿Vos querías darle por el culo y ella no quería?
—Mmm… más o menos… pero no era tan así. Es largo de explicar. Fue uno de los motivos por el que terminamos la relación.
—Oh, ya veo… bueno, cuando quieras contarme, podés hacerlo. ¿Cuáles son las cosas que más te calientan? ¿Poder darle por el culo a una linda chica?
Me dejó paralizado con su franqueza, con su forma tan directa de decir las cosas. Luego recordé que en realidad es muy tímida (porque lo es), sin embargo conmigo no. Me conmovió que se animara a hablar de estos temas tan delicados con tanta soltura.
—El sexo anal me gusta mucho, sí. Pero también me calienta mucho ver dos mujeres teniendo sexo.
—Oh… con razón estás tan encarpado… —Abrió los ojos y señaló mi bulto, el cual sobresalía bastante, a pesar de las sábanas—. ¿Le propusiste a Regina un trío lésbico?
—Le propuse muchas cosas. Sin embargo Regina sostenía que ella no era una “chica sexual”. Que el sexo no le despertaba mucho interés. Su meta en la vida era “hacerse respetar”, como mujer y como profesional.
—¿Acaso piensa que si a una mujer le gusta el sexo… ya no es respetable?
—Eso mismo, sí…
—Qué boluda. No sabe de lo que se pierde.
—Ajá… sí, supongo.
—¿Y por qué no le proponés un trío a tu vecina? Es obvio que esa chica te tiene ganas.
—¿Por qué no se lo proponés vos? —le dije—. Tenés más ganas de coger que yo.
—Me encantaría. Paula me parece re linda —durante unos pocos segundos aceleró el ritmo con el que se masturbaba, luego volvió a bajarlo—. Me encantaría acostarme con ella. Pero no me animo. Te juro que no me animo. ¿Podrías ayudarme?
Su propuesta me tomó por sorpresa.
—¿Querés que te ayude a acostarte con una chica?
—Sí, eso mismo. Porfis… de verdad me gustaría coger con ella. Pero no sé cómo encararla.
—Ok, no te prometo nada… pero haré lo posible.
—¡Gracias! ¡Sos el mejor hermano del mundo! Mirá, te voy a mandar un regalo. Capaz que te parece medio raro, porque ahí salgo yo… en concha y todo eso. No le des bola a esa parte. Vos centrate en Mavi. Sé que te calienta mucho Mavi… y si te excita el sexo lésbico, esto te va a encantar. —Mientras hablaba agarró su celular y tocó la pantalla como si estuviera escribiendo algo—. Listo. Te mandé un video…
—¿Es uno de los que estaba en el pendrive?
—Em… sí… seguramente tu jefa ya lo vio. Espero que lo disfrutes.
—No sé, me pone algo nervioso si estás vos…
—No seas boludo. Yo te doy permiso para que lo mires. Imaginate que estás viendo a Mavi con una chica que no concés. Quizás eso hace las cosas más fáciles. Y hacete una buena paja, hermano… te va a explotar la verga.
Llegué a mi límite. Ya no podía seguir escuchando a Katia hablando de mi verga de esa manera. Me despedí de ella, le deseé una buena noche y volví a mi cuarto (el de la cama pequeña).
Cuando estuve acostado revisé el celular. Efectivamente, Katia me había mandado un mensaje con un video incluído. Lo abrí y la acción comenzó al instante. Vi a mi hermana chupando con ganas el pezón de una gran teta… y justo arriba de esta teta, la carita más bella que vi en mi vida. Esos ojazos, entre tiernos y sensuales, esas mejillas tersas, la nariz perfecta, la boca pequeña y sensual. Mavi me calienta desde que la vi en bikini hace unos meses. No podía cree que la mejor amiga de mi hermana estuviera tan buena.
Saqué la verga del bóxer y comencé a masturbarme mientras veía ese bello par de tetas. Luego fueron las tetas de mi hermana las que llenaron la pantalla. Ahí pude ver a Mavi chupándole los pezones, entre risas. Las dos parecían estar divirtiéndose mucho.
Por suerte la cosa no se quedó ahí. Mavi fue bajando, hasta llegar a meter la cabeza entre las piernas de Katia. No lo dudó ni un segundo, lo que me llevó a pensar que ésta no era la primera vez que lo hacían. Mavi comenzó a chupar esa concha con una destreza que jamás le imaginé. Esto era demencial, esa chica hermosa… comiéndo una vagina. Mi cerebro estaba a punto de estallar, y mi verga también. Por suerte pude aguantar un poco más.
Me costaba ignorar el hecho de que esa concha le pertenecía a mi hermana; sin embargo ver a Mavi en pleno acto lésbico me puso a mil. ¡Cómo la chupa! Esto me llevó a pensar que quizás la chica si es lesbiana, porque se nota que le gusta mucho. ¿Tendrá algún interés en hombres? ¿Tendré alguna oportunidad con ella? Pensé en todo esto mientras imaginaba que le llenaba su hermosa carita con semen.
—Ahora te toca a vos —dijo Mavi, en el video, pasados unos minutos.
La cámara me dio el gusto de enfocar la concha de Mavi. Era perfecta, lampiña, labios suave y abultados. La concha más linda que vi en mi vida. Aceleré el ritmo de masturbación y vi a Katia pasándole la lengua entre los labios, lentamente.
Ahí fue cuando mi pija explotó. No sé por qué mi cerebro hizo cortocircuito en el momento en que vi a mi propia hermana en un acto lésbico. No fue por ver la concha de Mavi siendo lamida. La idea que explotó en mi cabeza es: A Katia le gusta comer concha.
Y sí que se la comió. La leche saltaba a borbotones por la punta de mi verga. No dejé de masturbarme. Se me llenó la mano con semen y lo usé como lubricante. La lengua de Katia se metió entre los labios vaginales de Mavi y luego le chupó el pequeño y simpático clítoris. Mavi comenzó a gemir, eso contribuyó a mi calentura; pero la segunda descarga de leche llegó cuando Katia dijo:
—¡Dios! ¡Cómo me gusta comer concha! Si algún día me defino y me hago lesbiana, me voy a casar con vos.
Mavi soltó una risita.
—¿Es una promesa?
—Sí, lo prometo.
—Oh, qué linda que sos. Me encanta coger con vos. Sos la persona que más me calienta en el mundo.
Eso me conmovió y me hizo reflexionar. ¿Está bien que me guste la misma chica que podría ser la futura esposa de mi hermana? Aunque… esto lo dijeron en un momento de calentura. Probablemente no hablaban en serio. Además Katia me aseguró que no es lesbiana, solo está buscando a alguien con quien coger.
El video terminó poco después de esto. Limpié todo el enchastre con pañuelos de papel y, agotado, giré en la cama y me quedé dormido.
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Comentarios
Lo de la vecina no me lo esperaba… Y el nombre de Celeste me trae agradables reminiscencias de una historia anterior.
Excelente capitulo. Saludos.