Capítulo 06.
Mensajes Picantes.
Estaba disfrutando de un pequeño momento de descanso antes de ponerme a revisar e-mails. Mientras mis compañeros de trabajo se la pasan perdiendo el tiempo, yo aprovecho el tiempo en casa para sacarles ventaja. Miraba una película en Netflix, solo para mantener la mente despejada, y me interrumpió Katia. Ella venía con su camiseta de los Lakers (espero que de vez en cuando la lave) y nada más. Su vagina peluda asomaba por debajo. Yo estaba sentado en el sillón del living, ella se sentó a mi lado.
—¿Hace cuánto que no cogés?
Giré la cabeza y me la encontré mirándome con los ojos muy abiertos, como una lechuza vigía.
—¿A qué viene esa pregunta?
—¿Te acostaste con alguien después de que cortaste con Rosario?
—Em… no.
—Lo sospeché desde un principio. ¿Eso se debe a tu timidez con las mujeres? —No esperó mi respuesta, siguió con su monólogo como si lo hubiera ensayado—. Se me ocurrió una idea para ayudarte a perder la vergüenza. Tengo una amiga…
—¿Mavi?
—No, otra. Se llama Marcela, era mi profesora en la secundaria. Cuando terminé de cursar… bueno, digamos que nos hicimos íntimas amigas… muy íntimas. Ella tiene más de cuarenta años y no le gusta andar con vueltas. Quiere conocer a alguien con quien tener algunas charlas… ya sabés…
—¿Picantes?
—Exacto. Y, por supuesto, te recomendé a vos. Dame tu celu, así anoto su número. Podés escribirle ahora mismo…
—Mmm… no Katia, no suelo tener ese tipo de conversaciones con mujeres, me daría mucha vergüenza… aunque sea por mensaje.
—Lo sé, por eso se me ocurrió otra idea: No le digas que sos vos. Dale un nombre falso.
—¿Eso no le va a molestar?
—¿Acaso creés que ella se llama Marcela de verdad? Tiene sus motivos para ocultar su identidad.
—¿Es casada? No quiero problemas…
—No vas a tener problemas, porque sabiendo lo tímidos que sos vos… y lo tímida que es ella, probablemente nunca se conozcan personalmente. O sí, no lo sé… ¿vos creés que se conocerían?
—No lo creo.
—Yo le dije que eras un compañero de mi trabajo.
—¿Y te creyó?
—No me creyó cuando le dije que tenía trabajo, maldita desgraciada. Pero cuando le demostré que era cierto, ahí me preguntó si tenía un lindo compañero para presentarle. Obviamente le dije que sí. Inventate un nombre y escribile, decile que te llamás… no sé… Ferguson.
—Ese nombre es claramente falso.
—¿Nicolino?
—¿Estás hablando en serio?
—¡Washington!
—Va a creer que soy uruguayo.
—¿Y qué problema hay? Si hablamos igual que los uruguayos, ni se va a dar cuenta.
—Mejor le digo que me llamo Cristian.
Katia pensó durante unos segundos.
—Sí, Cristian está bien. Es un buen nombre. Dame tu teléfono.
Se lo di. Anotó el número y entró a Whatsapp. Mandó un mensaje, sin siquiera consultarme. Decía:
«Hola, soy Cristian. El compañero de trabajo de Katia. Ella me habló de vos. Me contó que sos re puta y que te encanta la pija».
Y lo envió.
—¡Pará, tarada! ¿Qué hacés? —Le quité el celular de la mano—. ¿Te volviste loca? ¿Cómo le vas a poner eso?
—Pero si ni siquiera sabe quién sos realmente.
—Es igual. Te re zarpaste, pendeja. Va a pensar que soy tremendo degenera…
Llegó un mensaje de esta tal Marcela, decía:
«Hola Cristian. Puedo ser muy puta, pero eso depende del tamaño de la pija. ¿La tenés grande?»
Me quedé boquiabierto. Jamás me imaginé que una mujer pudiera responderme un mensaje con esas mismas palabras. Ni siquiera mi novia me hablaba así.
—¿Ves? Te dije que Marcela no anda con vueltas. Ella solo quiere a alguien que le diga cochinadas y la haga sentir bien por un rato. No busca nada más. —Me quedé mirándola sin saber qué decir—. Mandale una foto de tu verga —dijo Katia, como si hubiera notado que se me quedó la mente en blanco.
—¿Qué? No, ni hablar. Yo no hago esas cosas.
—¿Nunca mandaste una fotopija?
—No, nunca…
—¿Ni siquiera a tu novia?
—Ella odiaba ese tipo de fotos.
—¿Incluso si venían de su novio? —Asentí con la cabeza—. Ay, qué tarada. Ya quisiera yo tener un novio que me manda fotos de la pija. Dale, no seas boludo, Abel. No te cuesta nada. Bajate el pantalón, yo te saco la foto.
Me arrebató el celular de las manos, se arrodilló frente a mí. Pude ver una de sus tetas asomando completa por el amplio escote de la camiseta de los Lakers. Katia abrió sus piernas, toda la concha le quedó a la vista, peluda, carnosa y… jugosa. Seguramente había estado masturbándose.
—Dale, ¿me vas a decir que te da vergüenza mostrarme el pito… después de que me viste toda la concha?
No se refería a lo que estaba ocurriendo ahora, sino a la entrevista de trabajo que tuvo con Stella. Allí hice mucho más que mirarle la concha. No quiero ni pensar en eso. Prefiero actuar como si nunca hubiera ocurrido. No sé en qué estaba pensando cuando hice esa locura.
Quizás estaba pensando lo mismo que ahora: en nada. Porque sin meditarlo más, me bajé el short y permití que Katia fotografiara mi miembro. El pene dormido no se inmutó, ni siquiera ante la presencia de la concha de mi hermana, y eso me alegró. No quiero que se acostumbre a reaccionar cuando Katia está cerca.
Mandó la foto junto con un mensaje que decía:
«Es suficiente verga para vos?»
Esperé la respuesta con el corazón en la boca.
«Uy, qué linda pija. Me la como toda. Aunque… me gustaría verla bien paradita».
—¿Le gustó? —Le pregunté a Katia, sin subirme el pantalón.
—Sí, boludo. ¿Cómo no le va a gustar? Ni que fuera lesbiana.
—Vos dijiste que pasaron cosas con ella…
—Y con Mavi. Pero… no es lesbiana. Fue solo… para probar.
—¿Tuviste sexo con ella?
—No, no… no llegamos tan lejos. ¿Vos te creés que me voy a animar a coger con una mina así? Lo que hice con Mavi fue porque ella es mi mejor amiga, tenemos mucha confianza. Con Marcela… me quedé con las ganas.
—Oh, qué lástima.
—Da igual —se encogió de hombros—. Quedate tranquilo, a Marcela le gusta la pija, te lo puedo asegurar. Y se ve que la tuya le encantó.
—¿Debería mandarle ahora la foto con la verga… em… parada?
—No, antes debería mandarte algo ella. ¿No te parece?
Escribió el mensaje sin siquiera esperar mi respuesta.
«Antes quiero ver algo interesante… ¿qué tenés para mostrar?».
Marcela no habló, se limitó a mandar una foto. Una mujer delgada de largo cabello negro le daba la espalda a la cámara. Tenía puesta una tanga blanca que se le metía entre sus torneadas nalgas. Estaba de rodillas en la cama, como si estuviera invitándome a la acción.
—¿Y? ¿Qué te parece la flaca?
—Tiene lindo culo —aseguré—. Pero… ¿qué tal es de cara?
—Es como Mario Bross. Tiene bigote, cejas anchas y una narizota así —simbolizó la nariz con la mano. Me quedé mirándola en silencio—. No seas boludo, Abel. Confiá un poco en tu hermana. No te voy a presentar a una mina que sea fea, ni de cara ni de nada. Marcela es re linda, si no te muestra la cara…
—Es porque no quiere que sepa quién es.
—Porque para ella esto no es más que una aventurita que tiene a escondidas. No busques nada serio, y la vas a pasar bien.
—Me cuesta no tomarme las cosas en serio.
—Sí, lo sé. —Katia estaba sentada con las piernas flexionadas, su concha estaba expuesta, como si hubiera salido a espiar. Me va a costar mucho acostumbrarme a verla desnuda, deambulando por la casa—. Ahora sí podés mandarle la foto con la pija dura. Yo te ayudo.
No me dio tiempo a decir nada, agarró mi miembro. Sus dedos tibios y suaves me hicieron despertar del trance que me había provocado mirar su vagina.
—Pará, Katia ¿qué hacés?
—Te ayudo a pararla. Vos me ayudaste mucho con la entrevista laboral, es lo mínimo que puedo hacer para devolverte el favor.
—No hace falta, yo…
Katia comenzó a sacudir mi miembro, la verga flácida comenzó a sacudirse como una gallina sin cabeza. Ella presionó con más fuerza y movió la mano como si me estuviera pajeando. Y es que… bueno, sí… podría decir que mi hermana me estaba pajeando. La verga se me puso dura en cuestión de segundos. Pero no simplemente dura. Se me puso como un garrote.
—Uy, carajo… es más grande de lo que me imaginaba. ¡Qué pedazo de pija que tenés, hermano! Me hacés sentir muy orgullosa. A Marcela le va a encantar.
Sacó varias fotos y las envió. Tuvo mucho cuidado de que en ninguna se me viera la cara. Esta podría ser la verga de cualquiera, eso me tranquilizó.
—Ahora escribile un mensaje vos —dijo, entregándome el celular.
«¿Te gusta mi verga?» Le pregunté a Marcela.
—Debo reconocer que el anonimato me está ayudando a soltarme —le dije a Katia.
—Ay, Abel. Hasta una monja se zarparía más que vos. Dame eso…
«¿Te entra toda esta pija en la concha, putita?»
—Me sorprende que te animes a decirle esas cosas —aseguré.
—Es que no sabe que soy yo, ella cree que le escribe Cristian. Eso ayuda mucho.
—Bueno, gracias por ayudarme.
—¿Te puedo pedir un favor?
—Sí, claro… —dije con la verga aún dura. Intenté no mirar su concha, pero me resultó imposible.
—¿Me pasás todas las fotos que te mande Marcela? Es que… me gustaría tenerlas… para hacerme la paja.
—Em, sí… claro… ¿a ella no le molestará?
—No creo, tampoco tiene por qué enterarse. Toma, seguí chateando con ella… yo me voy a bañar.
Apenas Katia se levantó del sofá llegó otra foto. Era muy similar a la anterior, pero ahora no había señales de la tanga. Los turgentes labios vaginales de Marcela estaban apretados justo debajo de sus nalgas.
«Acá hay concha para aguantar mucha pija», me dijo.
Aprovechando que estaba solo, comencé a masturbarme. Le agradecí a Marcela por la foto y le aseguré que tenía la concha muy linda. Charlamos un rato, le conté que me llamaba Cristian y que era compañero de trabajo de Katia.
«¿A ella también le tenés ganas?», me preguntó.
«Katia es… una amiga».
«Vamos, no hace falta que disimules conmigo. Sé que Katia tiene unas tetas impresionantes… y un culazo espectacular. No te hagas el monje conmigo. ¿Le tenés ganas?»
«Está bien, lo admito. Si tuviera la oportunidad, me la cogería sin pensarlo».
No lo dije en serio, por supuesto. Fue solo para seguir con el personaje de Cristian, me imaginé que él hubiera respondido eso.
«Así me gusta. Katia está para comérsela toda. Si lo sabré yo. Espero que algún día te la cojas… y si lo hacés, me gustaría verlo. A cambio te puedo pasar algunos videitos que te van a encantar».
«Te prometo que si algo pasa con Katia, vas a ser la primera en enterarte».
Me dio las gracias y me recompensó con una bonita foto de sus tetas. No eran tan grandes como las de mi hermana, pero si estaban muy bien formadas. Eran redondas y con pezones marrones muy bien definidos. Seguí masturbándome y le mandé algunas fotos mostrándole cómo lo hacía.
Debo reconocer que Katia tenía razón, esto de tener una mujer con la que pueda hablar con total soltura
———————
El primer día oficial de trabajo de Katia no empezó tan mal. Ella ignoró a mis compañeros de trabajo, por timidez, y ellos la ignoraron a ella, porque ya todos sabían que se trataba de mi hermana. Ninguno quiere quedar como un baboso frente a mí porque saben que algún día puedo ser su jefe.
Vi a Katia entrar y salir de la oficina de Stella, llevando papeles, café y cosas dulces para comer. Sabía muy bien que gran parte de esas tareas eran simple postureo, para enmascarar su trabajo real. Le presté dinero a mi hermana para que se consiga un trajecito de oficina sencillo y discreto, hasta le dije exactamente cuál debía comprar. Y compró ese… aunque con un par de talles menos. Además eligió la pollera más corta, hasta mis compañeras de trabajo tienen dificultades para no mirarle el culo. La camisa blanca parece a punto de estallar, presionada por esas dos grandes tetas, y al parecer Stella le pidió que desprendiera algunos botones, para mostrar un poco de escote. Un poco bastante. Se podía ver el borde de su corpiño de encaje negro.
No sabía que Katia era capaz de caminar con tacos, siempre la consideré torpe; pero alguien debió enseñarle a hacerlo, porque se desempeñó realmente muy bien. Esos tacos aguja estilizaban mucho su figura, dándole la apariencia de una secretaria que escapó de una película para adultos. Hasta yo me sentí incómodo al verla pasar.
En un momento ella entró en la oficina de Stella, cerró la puerta y no la vi salir más. Mi cabeza se llenó con las imágenes de lo que podría estar ocurriendo ahí dentro. Mis compañeros respondían llamadas, tecleaban en sus computadoras y anotaban en sus agendas, ignorando completamente que, en ese preciso instante, dos mujeres estaban teniendo un encuentro lésbico. Tenía unas ganas increíbles de entrar, pero sabía que eso enfadaría a Stella. Ya no me podía inventar excusas.
Como si mis plegarias hubieran sido oídas, el teléfono de mi escritorio sonó y mi jefa dijo: «Entrá a mi oficina, necesito tu ayuda con algo. Cuidado al abrir la puerta, ya sabés por qué».
Colgué y me puse de pie enseguida. Agarré el picaporte de la puerta de la oficina y miré sobre mi hombro, nadie parecía estar fijándose en mí. Entré, casi deslizándome por un pequeña rendija, y cerré la puerta a mis espaldas. Stella estaba completamente desnuda, de rodillas frente a mi hermana. Katia estaba sentada en la silla frente al escritorio con las piernas abiertas. Aún tenía la tanga puesta, pero la minifalda estaba en el suelo. Había desprendido más botones de su camisa y un pezón asomaba por encima del corpiño. Me sorprendió verla con un aparato en la mano, similar a una tablet. Estaba presionando botones y parecía muy concentrada. Stella le acariciaba la entrepierna, los vellos de mi hermana asomaban entre las hendiduras de la tela de encaje negra.
—No suelo tener problemas con las conchas peludas —dijo la rubia—, pero no te vendría mal un pequeño recorte.
—Okis, está bien —contestó Katia, sin mirarla.
Lamenté oír eso. Sabía que a mi hermana le iban a afectar mucho esas palabras, la harían desconfiar de su propio cuerpo otra vez. Se mantuvo impasible, como si no le importara, aunque la noté tensa. Sabía que por dentro debía estar muriéndose de la vergüenza. Cuando notó mi presencia levantó la cabeza y sonrió.
—¡Hey, Abel! ¡Mirá! Stella me regaló una Nintendo Switch. —Me mostró la consola portátil que tenía en sus manos—. Ahora puedo jugar incluso en la oficina.
—Qué bueno —dije, con una sonrisa sin alegría—. Stella, ¿qué era lo que necesitabas?
Miré su culo perfecto y sus labios vaginales asomando debajo. Puedo acostumbrarme a los privilegios que me da ser el hermano de Katia.
—Tengo que ordenar unas carpetas de forma cronológica… y hay que entregarlas hoy. Están arriba del escritorio. —Vi la pila de papeles y carpetas, era intimidante—. A mí me estresa mucho hacer eso… ¿podrías hacerlo vos?
—Mmm… ¿eso no es trabajo para tu secretaria?
—Mi secretaria está ocupada con su otro trabajo. —Katia me sonrió con pena, como si me dijera “Lo siento mucho, hermanito”.
La idea de cargarme con más trabajo para cubrir el puesto de mi hermana no me gusta nada. Ya suficiente tengo con mis responsabilidades. Sin embargo accedí a hacerlo por dos motivos: porque es el primer día de trabajo de mi hermana, y no quiero arruinarlo… y porque, al fin y al cabo, era una excusa perfecta para quedarme dentro de la oficina, mirando todo lo que pasa.
Me senté detrás del escritorio y comencé a acomodar todo. Era un trabajo sencillo, pero tedioso. Solo había que mirar la fecha de las carpetas y enumerarlas. Luego meter los papeles sueltos en la carpeta correspondiente. Mientras yo hacía esto Stella le quitó la tanga a mi hermana y se lanzó a comerle la concha sin el más mínimo preámbulo. Se la chupó con voracidad, como si fuera su novia y llevaran meses sin estar juntas. Katia estuvo a punto de dejar la consola sobre el escritorio cuando Stella le dijo:
—Seguí jugando. Me calienta chuparte la concha mientras jugás.
—Oh… está bien.
Katia volvió a concentrarse en su jueguito mientras la lengua de Stella se le metía en la concha. Debo reconocer que me molesté mucho. Mucho de verdad. Yo tengo que trabajar doble mientras Katia juega con la Nintendo ¡y Stella le chupa la concha! ¿Qué más va a pasar? ¿Va a entrar un negro fisicudo y le va a hacer masajes en los pies? ¿Le van a traer langosta para almorzar? ¿Champagne para brindar?
A pesar de la bronca, seguí con mi trabajo, aunque me costó mucho más de lo que imaginaba. No podía dejar la forma en que Stella le lamía la vagina. Esos labios carnosos de mi hermana se llenaron de jugos vaginales y saliva. Katia gemía suavemente y su respiración era más agitada que antes, aún así se mantenía tranquila, con la mirada fija en la pantalla de la consola. A veces ponía los ojos en blanco y jadeaba, cuando eso ocurría, mi verga comenzaba a moverse dentro del pantalón.
La escena duró tanto tiempo que terminé con una erección muy potente, me sentí mal por eso y luego recordé que tanto Stella como Katia ya me habían visto con la verga dura y no les molestó. Entonces ¿por qué me avergonzaba tanto?
—Tenés la concha más rica que probé en mi vida —dijo Stella—. ¿Me escuchaste, Katia?
Mi hermana estaba completamente roja, con la mirada fija en la pantalla de la consola.
—Es su forma de decir gracias —le respondí—. Es mucho más tímida de lo que vos te imaginás. No está acostumbrada a recibir este tipo de halagos.
—Oh, eso es un pecado, con lo linda que sos, deberías recibir halagos como estos todos los días —le dijo Stella.
—Gracias.
Fue un “gracias” casi imperceptible, sé que a Katia le costó mucho decirlo y que en el fondo de ese palabra se esconde una gratitud mucho más grande. Ojalá esto ayude a compensar el mal momento que pasó cuando Stella le pidió que se depile un poco la concha.
—¿Te vas a poner tímida si me la tenés que chupar? —Preguntó la rubia.
—No, porque sé que ese es mi trabajo. Lo voy a hacer… y lo voy a hacer bien.
Ella me miró a los ojos y le respondí con un asentimiento. No quise expresarle mi enojo por estar haciendo el trabajo de una secretaria mientras ella se lo pasa en grande. Sé que está muy nerviosa y no quiero que pierda su única oportunidad de trabajo.
Katia se puso de pie, dejó la consola sobre el escritorio. Miré su concha, peluda e imponente, chorreaba jugos vaginales. Conociéndola, sé que está muy excitada. Eso le va a ayudar a mantener la confianza. Stella se sentó en su lugar, con las piernas bien abiertas. Mi verga se sacudió al verla. ¡Qué mujer, por favor! Es… impactante. Me resulta imposible mirarla sin sentir una tremenda calentura. Aunque ella a mí ni me miró. Le sonrió a Katia y mi hermana, demostrando seguridad, se puso de rodillas frente a ella. Stella abrió su concha con los dedos, invitándola. Katia pasó la lengua suavemente, por los laterales de la vagina, y luego empezó a jugar con el clítoris de su jefa.
Seguí trabajando, aunque siempre con un ojo atento a la concha de Stella. La erección me estaba doliendo, mi verga clamaba por ser liberada. Ya no le quedaba lugar dentro del pantalón.
Katia cumplió con su palabra, lamió la concha sin detenerse ni por un segundo. Aún me resulta raro ver a mi hermana en un acto lésbico. Ahora entiendo mejor que no son las mujeres lo que la atrae, sino la posibilidad de tener sexo con alguien… aún así no puedo evitar sentir un poco de morbo al verla comer concha.
—Ya terminé —anuncié.
Las carpetas frente a mí estaban perfectamente acomodadas, una sobre la otra, en tres columnas de similar altura. Stella sonrió y me miró.
—Sos un amor, Abel, muchas gracias. Me ahorraste un gran dolor de cabeza.
—De nada.
«¿Debo hacer algún otro trabajo para el que no me están pagando?», lo pensé pero no lo dije. Tendría que haberlo dicho, por respeto a mí mismo. Me mordí la lengua para no complicar a Katia. Me puse de pie y las dos giraron la cabeza para ver la marcada erección en mi pantalón. Actué como si nada ocurriera, quería salir de allí con mi orgullo intacto.
—¿Puedo pasar al baño? Me gustaría que esto baje, antes de salir de la oficina.
—Sí, claro…
—Esperá —dijo Katia, luego miró a su jefa—. Abel te ayudó con las carpetas… y ese trabajo ni siquiera le corresponde. ¿No creés que se merece una recompensa por haberte ayudado?
—¿En qué estás pensando? —Preguntó Stella.
—Creo que deberías chuparle la verga. Es obvio que él tiene ganas… se lo merece, no solo porque te ayudó hoy, sino porque estoy segura de que siempre te ayuda cuando lo necesitás.
—Eso es muy cierto. Abel es un chico muy aplicado, nunca huye de una responsabilidad. Está bien, vení… vamos a darte la recompensa que te merecés.
Me quedé quieto, reflexionando sobre lo que acababa de pasar. El enojo que tenía con mi hermana se disipó en un instante. Ella nunca dejó de pensar en mí y considera justo que yo sea recompensado por mi labor extra curricular. En cuestión de minutos Katia logró algo que yo llevaba meses esperando: convenció a Stella de que me chupe la pija.
Reaccioné cuando vi a mi hermana lamiendo la vagina, eso me hizo poner los pies en la tierra otra vez. No podía dejar pasar esta oportunidad. No me importó la vergüenza ni nada más. Estaba ante una oportunidad de oro. Rodeé el escritorio y me paré a la izquierda de Stella. Ella misma se encargó de desprender mi pantalón. Mi verga, tiesa como pan del mes pasado, rebotó ante los ojos de mi jefa.
—Tenés una verga preciosa, eso no lo puedo negar.
Pensé que diría algo más, que habría un poco de preámbulo. Olvidé que Stella es una mujer muy segura de sí misma, decidida y llena de confianza. Abrió la boca y se tragó todo el glande de una vez. Inmediatamente sentí una succión que creí que me iba a deshidratar. Esto me impactó tanto como la primera vez que vi la concha de mi hermana. Nunca me la habían chupado así. Rosario lo hacía bien, aunque a veces sentía que no le ponía ganas. Stella parecía una petera profesional, como si fuera una experta en el tema. Me sorprendió mucho, teniendo en cuenta que es lesbiana. Es como estar en medio de una crisis de fe y que un ateo te ayude a recuperarla.
Stella tragó la verga sin dificultad. La chupó al mejor ritmo que pudo mantener con la cabeza inclinada hacia el costado. Me gustó ver que mientras me la mamaba, se tocaba el clítoris. Al mismo tiempo Katia le metía la lengua en la concha.
La lengua de mi jefa no solo se centró en el largo de mi miembro o en el glande, también atacó los testículos, algo que mi ex novia casi nunca hacía y que a mí me encanta. Stella chupó mis huevos durante un largo rato, como si hubiera entendido lo mucho que me gusta esto. Después volvió a tragar la verga. Mi cerebro intentaba no pensar en Katia ni en lo que significaba estar con ella en la misma escena sexual. Simplemente reprimí cualquier análisis al respecto, ya tendría tiempo para sobreanalizar y martirizar más adelante.
—Chupame las tetas —le pidió Stella a Katia.
Mi hermana obedeció, como lo haría una buena empleada. Sí que se toma en serio su trabajo. Se prendió a los pechos de su jefa y yo comencé a sentirme más incómodo. Mi verga pasó a estar muy cerca de la cara de Katia, apenas a la distancia que hay entre los pezones de Stella y su boca. Katia miró de reojo mi verga, seguramente con la misma incomodidad que yo. Para colmo esta secuencia fue larga. Pensé que Stella se conformaría con unos segundos de atención a sus tetas, pero Katia siguió lamiendo esos duros pezones sin parar… y sin que le dieran la orden de bajar. En un momento intentó volver a la concha, pero Stella la detuvo.
—Seguí con las tetas, por favor.
Y Katia siguió. Mi verga comenzó a palpitar y Stella no dejaba de tragar. Se me puso más dura que nunca, sentí el calor recorriendo todo mi cuerpo y una ola de placer que nació en lo más profundo de mi ser y llegó hasta la punta de mi verga.
Justo antes de eyacular, Stella inclinó la verga hacia adelante y todo el semen salto, como si hubiera explotado un sachet de leche, y fue a parar a la cara de Katia. Todo, cada gota de ese líquido blanco y espeso terminó en la cara de mi hermana.
Katia me miró con los ojos y la boca muy abierta, las líneas de semen parecían un mapa en su cara.
—Uy, perdón —dijo Stella entre risitas—. Fue sin querer.
No soy tan imbécil como para creer que eso lo hizo sin querer. No sé si esto es parte de una broma de mal gusto para mi hermana, o si Stella solo busca cumplir alguna de sus morbosas fantasías. De lo que no tengo dudas es que lo hizo a propósito. Apuntó y disparó.
Katia, que aún estaba shockeada, boqueaba como un pez fuera del agua. Me miró a mí y sentí terror. Espero que no piense que esto fue idea mía. No quise decirlo en voz alta, porque acusar a mi propia jefa es como pegarme un tiro en el pie. Se lo puedo explicar en otro momento, cuando lleguemos a casa. Ahora tengo que aguantar que me mire como diciéndome: «¿Qué hiciste tarado? ¿Te volviste loco? ¡Soy tu hermana!»
—Te queda linda la lechita en la cara —aseguró Stella.
La rubia dio una última chupada a mi verga, tragando el poco semen que aún no había salido. Luego se acercó a Katia y comenzó a lamerle la cara. Mi hermana se quedó petrificada, como si hubiera recibido una descarga eléctrica. La lengua de Stella recolectó todo el semen que encontró a su paso y luego lo tragó.
—Vos y yo nos vamos a llevar muy bien —le dijo a Katia. Luego la besó en la boca.
El beso fue largo, intenso y apasionado… al menos por parte de Stella. Katia simplemente se quedó quieta, casi sin respirar. Miró fijamente mi verga, como si fuera la culpable de todos los males del mundo.
—Em… me voy a lavar —dije, solo para poder salir de ahí.
Fui al baño, lavé mi verga en el lavamanos, me refresqué la cara y esperé hasta que mi verga volviera a dormir. Cuando estuvo en reposo otra vez, volví a la oficina.
Katia tenía la cabeza entre las piernas de Stella y le chupaba la concha como una poseída, movía la cabeza para todos lados mientras su jefa se retorcía de placer. Decidí dejarlas solas, yo había recibido mi recompensa y ya no tenía nada más que hacer.
Lo más difícil de toda esta situación fue volver a mi escritorio y seguir trabajando, como si nada. No lo conseguí. Estuve distraído durante el resto de la jornada y no pude lograr un avance genuino con mi trabajo. Sin embargo, estuve todo el día con una sonrisa en la cara.
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Comentarios
Me alegro por este juego de los mensajes en el que se ha metido Abel, eso le ayudara a ir dejando atrás las ideas conservadoras que tenia su novia.
Y que decir de Katia, salvando la patria y asegurándose que su hermanito tenga una recompensa. Aunque hay que ver que malvada que es Stella, se nota que busco aquel accidente, se nota que la prende el tema del incesto… Aunque, por otro lado, creo la nueva secretaria disfruto mucho de ese facial.
¡Gracias por el capítulo y por el buen trabajo, sigue así!