¡La Concha de mi Hermana! [07]

Capítulo 07.


Depilación Asistida.






Los primeros días de trabajo de Katia pasaron sin altercados. Ella me comentó que no todos los días debía practicarle sexo oral a su jefa, algunas veces Stella estaba demasiado ocupada. Cuando eso ocurría, Katia podía pasarse la jornada laboral jugando con su Nintendo o mirando videos en el celular. Debo reconocer que esto sigue molestándome. Yo me esfuerzo mucho para ganarme el sueldo, y ella puede estar toda la mañana rascandose la concha. Aunque… Katia no tiene la culpa. Tampoco quiero quejarme, al fin y al cabo gracias a mi hermana, Stella me dio una increíble mamada. Ese suceso no volvió a repetirse y Katia y yo no hablamos de lo que pasó al final.

Llegó el fin de semana, quería aprovechar el sábado para cocinar algo rico: un pastel de papa. Aunque no cualquiera, estaba usando una receta algo compleja que vi en internet. Estaba picando bien las cebollas cuando Katia entró al comedor, como el living, la cocina y el comedor están en un mismo ambiente grande, la pude ver claramente. Estaba completamente desnuda, sus tetas rebotaban con cada paso y su pubis peludo era lo único que rompía con la sonrosada palidez de su piel. Últimamente a Katia le da por andar con poca ropa por la casa, pero desde que entró a trabajar esta es la primera vez que anda sin nada de ropa.

Se acercó a la heladera y tomó la caja de leche, bebió directamente del pico y, haciendo gala de su torpeza, se chorreó toda. El líquido blanco le bañó el cuello y las tetas. Me quedé embobado, mirando esos turgentes pechos cubiertos de líquido blanco.

—Ay, perdón… hice un enchastre.

—Limpialo —Fue lo único que atiné a decir.

—Sí, si… claro.

Sabía que había cometido un error y estaba decidida a enmendarlo. Lo primero que hizo fue lavarse las tetas, usando la pileta de lavar los platos que estaba justo a mi derecha, en la isla central de la cocina. Pude ver como acariciaba sus pechos con las manos cubiertas de agua, y cómo el líquido blancuzco bajó hasta su maraña de pelitos negros. También se limpió ahí. Luego tomó un trapo húmedo y se inclinó hacia adelante. Su culo quedó abierto, apuntando directamente hacia mí. Se le vio absolutamente todo. La concha carnosa estaba húmeda, y no solo por el agua… o la leche. Katia había estado masturbándose, como de costumbre.

—¿Querés que te ayude con la comida? —Preguntó mientras limpiaba el piso.

—No hace falta. Ya tengo todo lo que necesito —en realidad me quedaba mucho trabajo por delante; pero no quería que ella arruinara todo—. ¿Te vas a quedar desnuda?

—Sí —volvió con el trapo a la pileta de lavar y lo enjuagó—. Ahora que tenemos confianza… no necesito usar ropa. Me gusta andar desnuda, es como vivir con mamá otra vez.

Recordé que me había comentado que ella y mi madre tenían la costumbre de andar desnudas en la casa. Quise explicarle que esta situación no es igual, yo soy hombre… sin embargo, supe que Katia no lo entendería. Había desarrollado una confianza plena hacia mí… y debo reconocer que en parte me gusta. No es que me guste ver a mi hermana desnuda, no me refiero a eso. Lo que me agrada es que Katia se sienta tan cómoda conmigo. Me va a llevar tiempo acostumbrarme, será cuestión de tener paciencia.

El sábado no pasó mucho más que sea destacable, el pastel de papas quedó bien, aunque no tan bien como yo esperaba. Katia se lo devoró en segundos, sin apartar la mirada del televisor. Ni siquiera me dio las gracias por todo lo que trabajé para preparar la comida… ni siquiera tuvo la gentileza de vestirse. Después de comer volvió a su cuarto. Junté la mesa y fui a buscar a Katia, me parecía justo que ella lavara los platos. Abrí la puerta de su cuarto y la vi toda despatarrada en la cama. Se estaba castigando la concha con el consolador. Tenía una almohada en la cara, imagino que era para que sus gemidos no se escucharan tanto. Me quedé tildado, mirando como ese pene plástico entraba y salía de la concha de mi hermana. Los jugos vaginales cubrieron todo el dildo. Los dedos de la mano libre de Katia acariciaban su clítoris sin cesar. Sus tetas rebotaban como locas, con todo el movimiento.

Salí de ahí cuando noté que se me había puesto dura la verga, además… alguien tenía que lavar los platos.


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Para Katia el domingo empezó alrededor de las tres de la tarde. A esa hora la vi salir de su cuarto, desnuda y con los pelos como nido de caranchos. Caminó restregándose los ojos con el dorso de la mano. Fue directamente al baño y salió varios minutos más tarde con el pelo mojado. Me alegró ver que al menos seguía manteniendo la costumbre de ducharse.

Estaba pasándole un trapo húmedo al piso cuando ella se me acercó, ya estaba completamente despierta. Sus tetas fueron las primeras en saludarme, rebotaron ante mis ojos y no supe cómo hacer para no mirarlas. Si ella lo notó, no le dio importancia.

—Che, Abel… ¿podés hacerme un favor?

—Sí, claro —respondí de forma automática. No tendría que consentirla tanto. Debería ponerme firme y decirle que colabore con los quehaceres de la casa—. ¿Qué necesitás?

—Stella pidió que me depilara —señaló su entrepierna—. ¿Vos sabés algo del tema? Porque yo nunca lo hice. Siempre la tuve así, al natural.

Miré su pubis, tenía el mismo aspecto desalineado que su cabello al despertarse. Era una jungla de vello púbico.

—Yo le depilaba la concha a Rosario —dije con orgullo.

—¿De verdad? ¿Y ella te dejaba?

—Claro, ¿por qué no iba a dejarme?

—No sé, da un poquito de miedo que otra persona esté pasándote una hoja de afeitar por ahí…

—Más miedo le daba hacerla ella misma, porque no podía ver bien ahí abajo. Le daba miedo cortarse.

—Ay, carajo —abrió mucho los ojos—. No había pensado en eso.

—Tendrías que buscar a alguien que te depile.

—¿Por qué?

—¿Pensás hacerlo vos misma?

—No, me refiero a por qué voy a buscar a alguien, si vos sabés hacerlo.

Esta vez el que abrió mucho los ojos fui yo. Me quedé inmóvil, con el palo del escurridor en la mano.

—¿Estás segura?

—¿Te molestaría hacerlo?

—Em… no —solo me resultaría sumamente incómodo; pero no le dije eso, tenía miedo que se lo tomara como un rechazo—. ¿Vos te sentirías cómoda si lo hago?

—Claro… después de lo que pasó en el baño de Stella, yo…

—Está bien, está bien —la interrumpí—. Avisame cuando estés lista y lo hacemos. Tengo una afeitadora muy buena, con una hoja sin usar.

—Excelente… ¿y yo qué tengo que hacer?

—Lo vamos a hacer en la cama —sí, sé que esa frase sonó rara, hablé antes de pensar—. Acostate sobre el toallón… así los pelitos no caen en la sábana. Yo llevo el resto.

—Muy bien.

Unos minutos después yo estaba sentado en la cama con todos los elementos necesarios para la depilación. Katia estaba acostada frente a mí, muy tranquila y con las piernas abiertas, yo me esforzaba por no mirarle la concha.

—¿Está bien? Te noto tenso… y si vos te ponés así, yo me voy a poner peor.

—Em, no pasa nada. Es que… me trae recuerdos de los buenos momentos que pasé con Regina.

—Oh, ya veo. Nunca me contaste por qué te peleaste con ella.

—Fue por varios temas que se acumularon. ¿Empiezo?

—Sí, ya estoy lista. ¿Querés contarme qué pasó? Quizás te hace bien hablarlo con alguien de confianza.

Me gustó que ella destacara la confianza, porque eso es justamente lo que se está construyendo entre ambos. Creo que puedo empezar a sincerarme con Katia. Metí la brocha de afeitar dentro del tarro con jabón y luego fije la mirada en la concha de mi hermana, ya era hora de hacerle frente. Sus labios y ese único ojo que era el clítoris me miraban desde lo profundo de esa selva de pelitos negros. Posé la punta de la brocha sobre el pubis y comencé a moverlo en círculos para formar espuma.

—¡Ay! —Katia se estremeció y sacudió ligeramente las piernas.

—¿Pasó algo? —Pregunté nervioso.

—No, no… es que… está frío… no me imaginé que se sentiría… así…

—Ah… em… a Regina le gustaba —tragué saliva, sin poder de mirar fijamente su clítoris—. Ella me pedía que me tomara mi tiempo con esto… que se lo pasara por… bueno, por todos lados. Pero con vos lo voy a hacer más rápido, no es cuestión de…

—Hacelo como lo hacías con ella. —Eso me sorprendió. No supe cómo interpretarlo. Volví con la brocha al tarro con jabón—. Quiero el servicio completo.

—Ja, no Katia. No tenés ni idea de cómo era “el servicio completo” —le dije, con una sonrisa en los labios.

—Vos mandale brocha. Si me molesta, te aviso —Me quedé mirando su vagina, abierta y cubierta de pelitos y espuma de jabón. A mi mente le cuesta procesar cómo debe reaccionar al saber que ese sexo pertenece a mi hermana—. ¿Siempre te ponés nervioso cuando ves una concha, o solo te pasa con la mía?

Me quedé con la brocha a mitad de camino.

—Con Regina no me pasaba.

—¿Por qué no?

—Mmm… porque ella me estaba dando consentimiento para mirar… y tocar. Es diferente…

—¿Y acaso yo no te estoy dando consentimiento? Es mi concha, y si yo digo que la podés mirar, entonces la podés mirar. Hasta te vi con el pito duro, hermano. Creo que ya deberíamos dejar estos silencios incómodos atrás. No me gusta que me mires como si me tuvieras miedo.

—¿Y cómo debería mirarte? ¿Como miraba a Regina?

—No, claro que no. Ella era tu novia, yo soy tu hermana. Y así es como deberías verme. Como una hermana que se siente cómoda estando desnuda frente a su hermano.

Mientras reflexionaba en sus palabras, continué pasando la brocha por toda la zona con pelitos. La espuma se fue formando en cantidad y pude notar cómo la respiración de Katia se entrecortaba cuando la brocha pasaba por alguna zona sensible. La pasé por sus labios, suavemente, intentando que no entrara jabón en el centro. Regina me decía que eso le molestaba y a veces le provocaba un poco de ardor; pero que le gustaba sentir los pelitos suaves de la brocha acariciando sus labios vaginales. Se ve que a Katia también le gustó, porque empezó a frotarse el clítoris.

—No te toques…

—¿Te molesta ver cómo me toco?

—Me molesta que saques todo el jabón…

—Ah, perdón… sí, sí… tenés razón. Es que… uff… la pucha, se siente rico.

Limpió su mano con el toallón y separó un poco más las piernas. Creo que ya no podía abrirlas más. Esta vez llevé la brocha hasta la zona de su clítoris, la moví en círculos y Katia volvió a estremecerse. Soltó un suave gemido y una vez más, supongo que por puro acto reflejo, intentó tocarse.

—¿Por qué mejor no te tocás las tetas? —Le dije en tono irónico.

—Buena idea, no lo había pensado.

Se lo tomó al pie de la letra. Comenzó a masajear sus pechos, mientras presionaba sus pezones. Que ella empezara a “darse cariño” de esa manera, solo aumentó mi incomodidad. No culpa a Katia por esto, entiendo que para ella es importante establecer este vínculo de confianza. Es a mí al que le cuesta. Es así desde que corté mi relación con Regina.

—Una vez Regina hizo un viaje por trabajo —dije, sin dejar de mover la brocha. Katia acomodó las almohadas para poder levantar la cabeza, me miró los ojos. Sus dedos siguieron moviéndose lentamente, trazando la areola de sus pezones—. En ese viaje pasó algo. Me enteré por una foto…

—¿Todavía la tenés?

-Busqué mi celular, lo tenía en el bolsillo del pantalón. Tardé un poco, pero Katia esperó con paciencia. Encontré la imágen y le pasé el teléfono. Ella la miró atentamente, como si fuera un detective en busca de pruebas. Yo había visto esa foto tantas veces que ya la conocía de memoria. Sabía exactamente qué estaba mirando mi hermana.

Una joven de piel morena y chispeantes ojos, tan negros como su lacio cabello. Miraba a la cámara con actitud divertida y desafiante. En su boca se podía ver una verga erecta, pero no cualquier verga…

—Es enorme.

Y Katia no exagera. Me considero un tipo con una herramienta de buen tamaño, pero el tronco de esa verga era ancho como el de un ombú. El glande estaba dentro de la boca de Regina, y se notaba que estaba haciendo un gran esfuerzo para tragarlo.

—Encontré esa foto de casualidad, en su computadora. No estaba espiando, ella me mostraba fotos de ese viaje. Había paseado por las montañas con su compañera de trabajo y visitaron otros lugares interesantes en sus horas de descanso. —Cargué con más jabón la brocha y volví a acariciar con ella la concha de Katia—. Las fotos eran un poco aburridas… hasta que de pronto. ¡Zaz! Aparece mi novia con una enorme pija dura en la boca.

—¡Carajo! Debió molestarte.

—En realidad no supe cómo reaccionar, además la vi solo durante un segundo. Regina cerró la notebook de un golpe y me miró como si yo la hubiera sorprendido robando algo. Entonces le pedí explicaciones, quería saber qué carajo era eso. Ahí empezaron las mentiras.

—Ummm… ya veo por dónde vienen los tiros.

—Creo que esto ya esta listo para empezar —dije, dejando la brocha de lado. Agarré la afeitadora, que ya tenía puesta la hoja nueva—. ¿Estás lista?

—Sí…

—Ahora que lo pienso, tendríamos que haber recortado un poco de pelo, con la tijera. Es que Regina nunca se lo dejaba tan largo…

—¿Me va a doler?

—No, no… solo va a dar más trabajo. No importa, ya fue… lo hacemos así.

Katia se quedó muy quieta, temerosa de que yo pudiera cortarla. Después de tres o cuatro pasadas de la afeitadora, se relajó. Vio que no había riesgos. Tengo experiencia en este asunto, era una de las prácticas favoritas que tenía con Regina, aunque con ella siempre había consecuencias sexuales.

—¿Qué fue lo que te dijo tu novia cuando viste esta foto?

—Su primera excusa fue que la foto se la había sacado antes de que nosotros fuéramos novios y que, por casualidad, se había mezclado entre las fotos del viaje.

—¿Y le creíste?

—Al principio, sí. Porque quería creerle. Cuando acepté esta versión, ella accedió a mostrarme la foto otra vez. Pude verla con mayor detenimiento… sentí una punzada en el corazón cuando me di cuenta de que me había mentido.

—¿Cómo te diste cuenta?

—La blusa que trae puesta —dije, limpiando los pelitos que habían quedado en la máquina, para luego volverla a pasar por el pubis de Katia—. Es fucsia y tiene unos vuelos en las mangas y en el cuello. Es bastante peculiar. Ahí me di cuenta de que su historia no tenía sentido, porque esa blusa se la compré yo mismo, unos días antes del viaje.

—Oh… ¿y por eso se separaron?

—No, no… con eso solo aparecieron nuevas mentiras. Algunas un tanto ridículas. Las creí porque…

—Porque querías creerlas. No querías aceptar que tu novia te había engañado.

—La verdad me dolía tanto que prefería conformarme con una mentira.

—Sí, entiendo. Creo que yo me hubiera sentido igual. Mmm… perdón por lo que te voy a decir, hermano; pero… em… ver a Regina con semejante pija en la boca… me da mucho morbo.

—Está bien, no me ofende. A mí me pasó lo mismo. Regina es una mujer muy hermosa… y siempre la vi como una chica poco aficionada al sexo. No digo que fuera una santa, le gustaba coger… pero me aseguró siempre que eso solo lo hacía en la intimidad, conmigo. Yo era su primer novio. Cuando vi esa foto, no sé… me calentó ver a una chica tan honrada en actitud de puta, con una pija tremenda en la boca.

—Hey, sí… es eso mismo lo que me da tanto morbo. Nunca imaginé que Regina pudiera hacer estas cosas. Es más, yo creí que a vos ni te la chupaba, porque una de las pocas veces que hablé de sexo me dijo que ella no era de las que andan “haciendo petes”.

—Y eso era cierto. Muy rara vez lo hacía. Por lo general yo tenía que insistirle. Y cuando lo hacía, no parecía muy feliz, no le ponía muchas ganas.

—En la foto parece feliz… y se nota que le está poniendo ganas.

—Eso me resultó muy chocante. La primera parte de la depilación ya está —le comuniqué—. Aunque todavía falta. Andá a lavarte, con la ducha de mano, así sacamos los pelitos sueltos, y después seguimos.

Katia fue al baño, yo aproveché para reemplazar el agua que estaba usando. Unos minutos más tarde mi hermana volvió al dormitorio.

—Abel, no sé si esto sea la mejor idea. No me gusta cómo está quedando.

Su pubis era un desastre, tenía partes depiladas casi al completo y otras en las que claramente se notaba el vello púbico que aún no había sido cortado.

—Hey, te dije que no terminé.

—No me refiero a eso. Es que… mirá.. —se señaló entre las piernas y se acercó a mí. Yo estaba sentado en el borde de la cama. Su concha quedó a pocos centímetros de mi cara—. ¿Notás algo?

Miré detenidamente sus rugosos labios vaginales y el clítoris.

—Em… más allá de que faltan partes por depilar, em… no, no veo nada raro.

—Los labios… ahora parecen más grandes. Me quedan… colgando.

—Ah, eso…

Sí, era cierto. Ahora sus labios vaginales eran más notorios, aunque tampoco colgaban demasiado. Solo un poco. Pero para Katia un poco es un montón, en especial cuando se trata de su propio cuerpo.

—Me queda horrible.

—No, al contrario. Creo que hace tu concha más… apetecible —le acaricié los labios con el dedo índice de la mano izquierda—. Esperá al veredicto final, te aseguro que a Stella le va a encantar.

—Mmm… bueno…

—Hay que seguir depilando… no podemos dejarlo así.

—Sí, sí… en eso tenés razón. ¿Vas a seguir contándome de Regina?

—Un poco, sí. —Esperé a que ella volviera a acostarse en la cama, ya no me incomodó tanto verla abriendo las piernas—. Tengo que pasar otra vez la brocha con jabón.

—Ay, sí… la mejor parte —dijo, con una gran sonrisa—. Tomate todo el tiempo que quieras con eso.

—Solo si prometés no tocarte la concha.

—Entonces… esperá…

Katia acarició sus labios, se frotó el clítoris y metió dos dedos en su concha. Los dedos comenzaron a entrar y salir rápidamente. En el proceso se fueron cubriendo por jugos vaginales. Mi cara estaba a pocos centímetros de esta acción. Me quedé mirando embobado. Hacía tiempo que no veía a una mujer masturbándose tan cerca de mí. Me recordó a mis buenos momentos con Regina. Siempre me resultó fascinante la masturbación femenina… o, dicho en criollo: me calienta ver a una chica linda haciéndose una paja. A veces le pedí a Regina que se tocara, para que yo pudiera verla. A ella no le hacía mucha gracia esto. Me decía “Ya estoy grande como para hacerme la paja”. Una frase que me dejaba un poco descolocado, teniendo en cuenta que ella tenía veintipocos años. Aún así, de vez en cuando accedía, al menos por unos minutos.

La paja de Katia era frenética, con genuinas ganas; nada que ver a cómo lo hacía Regina.

—¿Por qué te gusta tanto tocarte? —Le pregunté.

—Humm… no sé —se frotó el clítoris y volvió a meter los dedos—. ¿Será porque es la sensación más maravillosa del mundo? Me encanta lo que siento al masturbarme.

—¿Dirías que te gusta más que el sexo?

—No sé, nunca cogí con nadie.

—Con Mavi y Stella…

—Con mujeres no cuenta. Para mí eso es como hacerse la paja con la ayuda de otra chica. Me calienta, sí… hasta me puedo calentar chupando una concha; pero… no lo veo realmente como sexo. Para mí tener sexo es que te metan la pija. Y eso nunca me pasó.

—¿El consolador tampoco cuenta?

—Claro que no. ¿Cómo va a contar? Si es un pito de plástico.

Mientras ella se frotaba el clítoris, aproveché para pasar suavemente la punta de la brocha por sus labios vaginales. Katia se sacudió y gimió. Seguí con el movimiento, de arriba hacia abajo, una y otra vez. Primero en el labio a su izquierda, luego el de la derecha. Ella se frotó con más ganas y luego metió los dedos en la concha.

—Tené cuidado —le dije—. Si te entra jabón, después te puede arder.

—¿En serio?

—A Regina a veces le producía un poco de ardor, aunque no siempre. Por las dudas es mejor evitarlo.

—Mmm… está bien…

—Sacá los dedos.

—Bueno, bueno, pero vos… mandá brocha. Dale…

Le hice caso. Ataqué directamente su clítoris, moví la brocha en círculos, permitiendo que se formara abundante espuma. Katia gimió y pataleó. Arqueó la espalda y se agarró las tetas, supongo que hizo esto para no tocarse la concha. Seguí pasando la brocha por todos lados, pero hice especial énfasis en sus labios y en su clítoris.

Después de unos segundos, volví a usar la afeitadora. Me centré más que nada en la parte de su pubis, hasta que ya no quedaron rastros visibles de pelitos. Luego encaré los laterales de su vagina…

—Te aviso que para depilar esta parte voy a tener que tocar un poco.

—Y hacelo, ¿cuál es el problema? Tocá todo lo que quieras.

Posé la yema de mi pulgar sobre uno de sus labios vaginales y lo aparté para poder pasar la afeitadora. Repetí la acción del otro lado. Al principio me sentía raro tocando la vagina de mi hermana, pero pasado un rato me di cuenta que debía hacerlo, de lo contrario no terminaría nunca. Seguí apartando sus labios cada vez que fue necesario, hasta quitar todos los pelitos.

—Listo, andá a enjuagarte y volvé. Solo faltan los detalles finales.

—Okis…

Katia se fue al baño. Aproveché para limpiar todo y volver a cambiar el agua que usaba para limpiar la afeitadora. Luego de unos minutos me di cuenta de que mi hermana estaba tardando. No quise molestarla. Esperé pacientemente, mirando la foto de mi celular. Regina seguía allí, con un brillo alegre en los ojos y una verga enorme en la boca. Aún se me acelera el corazón al ver esa foto, porque sé todo lo que significa.

Katia no volvía, así que fui a buscarla. La puerta del baño estaba entreabierta, me asomé y la con la ducha de manos entre las piernas, frotándose la concha.

—¿Otra vez con esto? Hace media hora que te estoy esperando —era una exageración, como mucho habían pasado diez minutos.

—Ay, perdón… es que… la ducha… cada vez que apunto esto a la concha… uf… me caliento un montón.

Ver a mi hermana haciéndose una paja ya es impactante, ahora también tengo que hilar eso con la certeza de que ella está caliente. Sexualmente excitada. Con ganas de coger.

—Volvé a la pieza, así terminamos con esto de una vez.

—Bien, bien… ahí voy.

Dejó la ducha en su agarradera y se secó rápidamente con un toallón. Fue directamente a la pieza y se acostó en la cama. Cuando llegué, ella ya estaba masturbándose otra vez.

—No me imaginé que depilarme la concha me calentaría tanto.

—Ya te dije, con Regina terminábamos cogiendo cada vez que la depilaba.

—Hablando de ella —dijo, sin dejar de meterse los dedos en la concha—. ¿Qué te dijo cuando supiste que te había mentido?

—Me dijo que todo fue parte de un juego. Ella y su amiga habían perdido una apuesta con un tipo que conocieron por ahí…

—¿El tipo de la foto?

—Sí, ese —mientras hablaba no podía dejar de mirar el rápido movimiento de los dedos de Katia, tenía su concha tan cerca que podía oler su fragancia sexual—. Lo conocieron durante una cata de vinos, ellas habían bebido más de la cuenta; aunque no se podía decir que estuvieran borrachas. Solo algo entonadas. El tipo era simpático y les cayó bien al instante. Se notaba que las miraba con ganas, según lo que me contó Regina. Ellas no le dieron mucha importancia a sus indirectas, hasta que el tipo les hizo un desafío: si entre ellas conseguían terminar una botella de vino antes que él, entonces les pagaría dos mil dólares a cada una; pero si él terminaba antes su botella…

—¿Le tenían que chupar la verga?

—Así es. Y además debían sacarse fotos mientras lo hacían.

—Me parece poco creíble eso de la apuesta.

—Lo sé, pero Regina me mostró un papel, escrito y firmado por el tipo, donde detallaba los términos de la apuesta. Ella le pidió que hiciera este pequeño contrato improvisado por la cantidad de dinero que había en juego. Incluso hablé por teléfono con la mujer que organizó la cata de vinos, ella no quería problemas, no quería meterse en el asunto; pero cuando Regina le dio permiso, la mujer contó que había presenciado la apuesta… y que las dos chicas habían perdido.

—Wow… ¿el tipo solo se tomó una botella más rápido que ellas dos juntas?

—Sí. Regina y su amiga Romina no estaban acostumbradas a tomar tanto alcohol. El tipo, al parecer, sí. Al principio Regina me contó que fue Romina quien se la chupó al tipo y que ella solo se sacó la foto.

—Y le creíste.

—Le creí porque me mostró un video que ella misma filmó…

Busqué el video en cuestión en mi celular y le alcancé el teléfono a Katia. Allí ella pudo ver a una chica morena, bonita y algo regordeta, de cabello negro. Romina se tragaba buena parte de la verga del tipo y luego la sacaba de su boca, jugaba con la lengua en el glande y volvía a tragar.

—Oh… cómo chupa pija esta piba.

—Sí, y sé que ella también tenía novio. Aunque no lo conozco, me sentí mal por él. Yo me quedé tranquilo porque el video dura como quince minutos, y en ningún momento aparece Regina chupando. Ella se limitó a grabar todo.

—Pero al final cortaste con ella. Algo más debió pasar.

—Eso te lo cuento otro día. Quedate con la idea de que, hasta ese momento, creía en sus palabras. Me jodía que se hubiera sacado una foto con la verga de otro tipo en la boca; pero… no era nada más que eso. No quería romper mi relación con ella por culpa de una apuesta tonta en una noche de alcohol.

—Se nota que la querías mucho.

—Así es.

—¿Es? ¿Todavía la querés?

—No sé —dije, encogiéndome de hombros—. Es la única novia que tuve, y a veces la extraño…

Sin darme cuenta comencé a acariciar el pubis de Katia, estaba suave pero aún se notaba la raíz de algunos pelitos asomando. Luego acaricié sus labios vaginales y los laterales de la concha.

—¿Ya terminaste con eso?

—Uy, perdón… emm… no creas que estoy tocando por puro gusto o algo así…

—No pensé eso. Se nota que quedaron algunos pelitos…

—Sí, eso estaba buscando. —Pasé una vez más la afeitadora, esta vez sin jabón. Fui quitando los pelitos cortos que habían quedado por aquí y por allá, luego la limpié con la punta humedecida del toallón—. Ya casi…

—Seguí buscando. No quiero que queden pelitos cortos. No se ven, pero pinchan… a Stella no le van a gustar.

—Con Regina teníamos un método muy bueno para encontrar esos pelitos…

—¿Cómo era?

Me quedé en silencio. Hablé sin pensar, no pretendía proponer ese método, no me parecía apropiado. Igual se lo conté.

—Es una tontería. Yo le pasaba la lengua…

—Ay, sí… tiene sentido. La lengua es más sensible que los dedos. Dale, hacelo… fijate si me quedó suavecita o no.

—No, Katia. No lo voy a hacer… ¿cómo te voy a pasar la lengua por la concha?

—En el baño de Stella no te importó.

Pensé que ella se había olvidado de ese asunto, o que ambos fingiríamos no recordarlo.

—Eso fue diferente. Lo hice para ayudarte a entrar en confianza.

—Y funcionó. Ahora necesito que lo hagas para ver si la depilación fue perfecta. Vamos, hermano… mi trabajo depende de esto. No quiero que Stella me eche por culpa de unos canutos.

—No te va a echar…

Me di cuenta de que era inútil tratar de convencerla. Ella ya se había hecho la idea de que su empleo corría peligro y no cambiaría de parecer. Miré fijamente su concha, sus labios me parecieron más carnosos que antes. Me recordaron un poco a los de Regina. Quizás si me mentalizo y pienso en ella…

—Mmm… está bien, pero solo lo hago por eso. ¿Está claro? No quiero que pienses en nada raro.

—Sí, sí… quedate tranquilo. Sé que lo hacés para ayudarme, además… te lo estoy pidiendo. Así que no des más vueltas. Pasá la lengua…

Me quedé quieto durante unos segundos, sin poder dejar de mirar su vagina. Había realizado esta tarea varias veces, si no fuera mi hermana no me resultaría difícil. Lo hice porque no quería que ella pensara que soy un cobarde… o que me gusta dejar las cosas sin terminar.

Pasé la lengua por un lateral de su vagina, sin tocar los carnosos labios. Luego repetí la acción por el otro lado. Seguí subiendo, con distintas lamidas, y llegué al monte de venus… muy cerca del clítoris. Pasé la afeitadora por las zonas que había lamido, quitando los pelitos que había encontrado. La limpié con la punta del toallón y repetí toda la tarea. Katia miraba pacientemente, como si yo fuera su empleado. En la segunda tanda de lamidas noté más suavidad en su piel. Estaba quedando muy bien. Seguí pasando la lengua por el pubis. Afeité, limpié y volví a lamer.

Ya con el sistema en marcha, repetí las acciones una y otra vez. Siempre evitando las zonas más sensibles, como los labios y el clítoris. Aunque era difícil, a veces mi lengua rozaba alguna de estas cosas. Podía sentir el aroma a sexo femenino entrando por mis fosas nasales.

—Acá también tenés que buscar… hay pelitos… —dijo Katia, acariciándose los labios.

—Em… sí… claro…

Sé por experiencia que ahí también pueden quedar algunos pelitos, aunque en menor cantidad. Junté coraje e intenté pensar en Regina. Pasé la lengua por uno de los labios y luego por el otro. Pasé, con mucho cuidado, la afeitadora por ellos, y repetí la acción.

—No pares hasta que todo haya quedado bien suavecito —me pidió Katia.

Por eso seguí pasando la lengua, una y otra vez, por los mismos lugares. Cuando encontraba algo que pinchaba, lo quitaba con la afeitadora, limpiaba y seguía. Mi lengua comenzó a comportarse de forma instintiva, las lamidas pasaban cada vez más tiempo en los labios y se acercaba peligrosamente al clítoris.

En un momento pasé la punta de la lengua por ese botoncito. Katia se estremeció, pero no dijo nada. Ni siquiera emitió sonido. Seguí lamiendo todo y la segunda vez que lamí el clítoris lo hice con más intensidad. Noté cómo la verga se me ponía dura de a poco. Volví a los labios y pasé la lengua por la zona central. Saboreé los jugos vaginales de mi hermana, muy similares a los de Regina. Aunque también me imagino que con todas las mujeres será más o menos así. Esto desbloqueó muchos recuerdos eróticos, la verga se me puso aún más dura. Seguí pasando la lengua y antes de que me diera cuenta ya le estaba dando un buen chupón al clítoris. Esta vez Katia arqueó la espalda y soltó un gemido. Eso me hizo volver a la realidad.

—Em… creo que ya está —le dije, con la cara roja de vergüenza—. Quedó perfecto. Stella no va a encontrar ni una incomodidad.

—¿En serio? Mirá que si todavía falta… podés seguir…

—No falta nada —dije, con la pija engarrotada dentro del pantalón—. Ya está perfecto —repetí—. Em… este… bueno, yo te depilé… ahora vos limpiá esto. Guardá la afeitadora, enjuagá bien la brocha y poné el toallón a lavar.

—Ok…

—Me voy a acostar un rato.

Huí del dormitorio de Katia, con el celular en la mano, intentando que ella no notara la carpa en mi pantalón. Me encerré en mi cuarto y me desvestí rápidamente. Una vez que estuve tendido en la cama comencé a hacerme tremenda paja. Para sacarme la imagen de la concha de mi hermana de la cabeza, miré la foto de Regina con la pija en la boca y el video de Romina mamándosela al señor pijudo. También miré algunas fotos y videos que no le mostré a Katia.






Comentarios

ha dicho que…
La concha de mi hermana! Qué rápido se me pasó :(
Lola ha dicho que…
No sé si es idea mía o confundiste los nombres Regina y Rosario.

Por lo demás, genial. Abel me recuerda a Renzo de otro relato tuyo.
Joandigo ha dicho que…
¡Un nuevo capítulo!

Estuvo chévere, muy intima y muy picante la escena de depilación… Me gustaría pensar que Katia lo disfruto bastante.

Por otro lado, me siento un poco mal por Abel: no creo que Regina fuera una villana, quizá nuestro amigo fuese demasiado inexperto o demasiado flojo en algunas cosas. Aun así, y teniendo en cuenta que solo tenemos el testimonio de Abel, creo que el es quien se llevo la peor parte de la relación… Digo, parecía realmente enamorado y Regina… pues no sé.

Tengo fe en que esta historia será un periplo vital para ayudarlo a sanar, experimentar y mejorar… No digo que se vuelva el super macho alfa, pero que por lo menos aprenda a conectar mejor con la gente y disfrutar de las mujeres, que son vida.

Gracias por el capítulo y el buen trabajo.

Un abrazo por un mundo en donde haya mas escenas de protas comiendo concha xD

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