Despedida Lésbica [03]

 Capítulo 03

Mentiras Piadosas.





Sol se relamió el dedo índice mientras agitaba el mazo de tarjetas con la otra mano. El calor del departamento ya no venía del clima ni del alcohol, sino del espesor invisible que cargaba el aire: confesiones sucias, miradas cruzadas, secretos desnudos. Y ahora le tocaba a Paz.

—A ver, mi amor —dijo Sol, con una sonrisa gatuna—. Es tu despedida. Tu noche. Tu turno.

Paz tragó saliva. La tela del vestido se le pegaba a la piel húmeda, los muslos le temblaban sin que se notara, y los labios... tanto los de la boca como los otros... seguían vibrando por el ataque oral de Bianca. Aun así, estiró la mano, como quien mete los dedos en una jaula. Sacó una tarjeta, la leyó en voz alta:

—¿Alguna vez chupaste una concha? ¿Era necesario ponerlo en esos términos? —Y se quedó quieta, pensando.

Paz levantó la vista. Los anteojos le temblaban. El tono con que habló tenía la rigidez ensayada de una actriz amateur:

—Sí. Lamí una vagina.

¡Boom!

Eso fue lo que quiso provocar. Una explosión que sacudiera a todas, tal y como lo había hecho Emma con su falsa confesión. Pero la voz de Paz titubeó tanto que solo provocó silencio. No hubo escándalo. Ninguna exclamó “Ohhh”. Ni siquiera su madre y su tía reaccionaron.

Valentina la miró con tristeza. Como si entendiera la desesperación de ese “sí” fabricado.

—¿Sí? —preguntó Sol, ladeando la cabeza—. ¿A quién? ¿Cuándo?

—Conmigo no fue —dijo Valentina—. Yo se la chupé a ella; pero ella a mí no.

—Digo lo mismo —acotó Bianca—. Nunca me devolvió el favor… la muy maldita.

Emma la fulminó con la mirada, pero se quedó en silencio. Entendió lo que su hija estaba intentando hacer, aunque lamentó que no hubiera funcionado.

Paz titubeó.

—Fue… en un viaje. Una compañera de la facultad. Habíamos tomado vino. Estábamos… jugando.

—Mentira —dijo Sol—. Es todo mentira. Se te nota en la cara, hermanita. No probaste ni una concha en tu vida.

—Como todas las presentes, me imagino —acotó Emma—. Con excepción de Bianca y Valentina —en ese instante se fijó en las tetas de la negra que le sonreía desde el otro lado del living—. Ah, y me imagino que Helenna también lo habrá hecho alguna vez. Las demás nunca hicimos eso.

Ivana ni siquiera la miró, disimuló tocando las perillas de volúmen en la consola.

—Hablarás por vos, hermanita… porque yo… —comenzó diciendo Raquel.

—¡Ay, mamá! No digas esas cosas —la interrumpió Alma—. Ya tomaste demasiado. Estás diciendo boludeces. Sé que te gusta llevarle la contra a Emma, pero esto ya no es gracioso.

Raquel se encogió de hombros, desvió la mirada, ofuscada, y tomó un buen trago de su vaso.

Emma no dijo nada, pero su mirada evaluadora se posó en su hermana.

—Mentís como el orto, hermana —Sol mostró una gran sonrisa—. Quisiste hacer lo mismo que mamá. Evitar el castigo con una respuesta impactante. Te salió mal, lo siento. Nadie te cree.

Paz bajó la mirada. Y entonces la sentencia cayó. Sol levantó la voz, teatral, con el pecho inflado:

—¡Castigo!

—Uy, esto se puso bueno —Bianca aplaudió y chilló—. Hagamos un buen uso de la stripper, que hace rato la tenemos ahí sentada, sin hacer nada.

—Por mí, encantada —la sonrisa blanca de Helenna iluminó la sala.

—Deberías chuparle las tetas —propuso Emma.

—Hey, eso ya lo hizo —protestó Alma—. Ya no tiene gracia. Que haga algo más… zarpado.

Aún contenía la bronca por los momentos incómodos que le hicieron pasar. Quería saborear la venganza a pequeños sorbos, como su daikiri.

—Alma tiene razón —dijo Bianca—. Que le chupe la concha. Así aprende cómo se siente. ¿Eso es lo que querías evitar, Emma? ¿Por eso propusiste lo de las tetas?

—¿Por qué no te vas a la mierda, pendeja? —Los ojos de Emma chispearon. Ya estaba harta de que le faltara el respeto de esa manera—. Mi hija no va a chupar ninguna concha. Ni hoy, ni nunca. Se suponía que esto sería un juego un poquito picante, con alguna pregunta incómoda. No un bufete lésbico.

—¿Acaso tenés miedo de que a Paz le guste la concha y decida no casarse? —La guerra fría entre Raquel y su hermana se intensificó. Sus miradas se cruzaron, cargadas de ira contenida por años.

Las palabras de Emma fueron medidas, cortantes, como si estuviera dictando una orden irrefutable.

—No existe ni la más mínima chance de que a Paz le guste chupar conchas.

—¿Entonces, cuál es el problema? —Preguntó Bianca. No se dejó amedrentar por el carácter hostil de Emma—. Que la chupe y ya está.

—Coincido totalmente. Que nos muestre cómo chupa concha —Alma bebió un trago. Esta era su venganza y la iba a saborear. Si todas sabían que su madre le metió los dedos por el culo, nadie se iría impune. Todas se llevarían una cicatriz emocional, como ella.

Bianca sonrió, girándose hacia la negra. Helenna, sin decir una palabra, se puso de pie. Se quitó la tanga de cuero y mostró un sexo poderoso, cargado de lujuria. Lo tenía completamente depilado, la piel de su pubis brillaba con el movimiento de las luces. Ivana sonrió y puso música sensual, pero sin repetir las canciones que ya habían sonado.

Helenna se paró frente a Paz, con los brazos en Jarra. La tímida novia recorrió con la mirada ese cuerpo escultural, fibroso. Sintió que el corazón le daba un vuelco. Había algo en esa voluptuosa figura que le agradaba. Por las horas que pasó en el gimnasio sabía lo mucho que costaba tener un cuerpo tan tonificado. Sintió respeto por Helenna.

Los ojos azules de Paz se centraron en la vagina de la stripper. Tenía labios gruesos, invitantes. El clítoris se marcaba sutilmente, como si ya estuviera preparado para recibir lengua.

—Vamos, dulzura. Ya sabés como funciona esto. Tus amiguitas ya te lo explicaron.

Paz tragó saliva y se arrodilló lentamente. Aún no había decidido si lo haría o no. Solamente intentaba evitar que la sigan presionando. Helenna subió una pierna a la silla donde antes había estado Paz. Las demás la observaban con la intensidad de un jurado. La concha de la negra había quedado abierta ante los ojos de todas. Incluso Emma había quedado cautivada por esos labios vaginales. Tenían un poder hipnótico.

Los graves de la música hacían vibrar la sala. Ivana bailaba mientras miraba el culo redondo de Helenna. Si se quedaba allí se perdería la acción. Sin pedir permiso tomó un vaso de daiquiri y fue a sentarse justo al lado de Alma, como si fuera una invitada más. Nadie le dijo nada.

—Vamos, nena, sin miedo —dijo Sol, al verla titubear—. Esta es tu despedida de soltera. Solo estamos jugando. Relajate un poco y divertite.

No quiso cerrar los ojos. Encararía esto mirando de frente. Se acercó y titubeó. En el momento en que retrocedió, la invadió el recuerdo de la llamada de Sergio. “Mirá cómo la chupa esta putita”. Una ira controlable se apoderó de Paz. Avanzó decidida hacia la concha de Helenna y le dio una primera lamida, permitiendo que toda su lengua hiciera contacto con esos húmedos labios vaginales. El gustito salado la tomó por sorpresa. Paz no es de las que se chupan los dedos al masturbarse, porque lo considera demasiado obsceno, pero alguna vez lo hizo… y ese sabor familiar que encontró en Helenna activó en ella un instinto dormido. Algo primitivo. Mientras daba la segunda lamida se preguntó si a todas las mujeres les pasaría lo mismo si estuvieran en esta situación.

Sabía que su madre la estaba mirando con reprobación, podía sentir su mirada clavada en la nuca. Eso motivó más a Paz. Quería demostrarle a Emma que ella es dueña de su propia vida y que puede tomar decisiones por sí misma. Volvió a pasar la lengua y recordó lo mucho que le gustó que le chuparan el clítoris. En especial Valentina, ella lo hizo realmente bien. Se prendió al botoncito de Helenna, lo succionó con pasión. Escuchó los aplausos de Sol y Bianca, eran las únicas que vitoreaban. La música se volvió más alegre y sensual, como si Ivana también le estuviera brindando su apoyo. Esto le gustó.

Siguió con los lengüetazos, de arriba hacia abajo. El cuerpo de esa negra era un monumento a la lujuria. Sus piernas le parecían gigantes y sus tetas eran dos montañas más allá del horizonte. Paz levantó una mano y se aferró a uno de esos pezones, sin dejar de chupar la concha. Los jugos sexuales de Helenna le llenaron la boca, y aún así no se detuvo. Bajó la mano con la que había tocado la teta y la guió hacia su propia entrepierna. Todas las presentes vieron como Paz metía dos dedos en su delicada vagina y comenzaba a masturbarse, sin dejar de brindarle placer oral a la stripper.

Por supuesto esto hizo que Sol y Bianca chillaran de emoción. Le dijeron que siga así. Que se tocara mucho, que no dejara de chupar. Y Paz, olvidándose por completo de las miradas inquisidoras de Emma y Raquel, le hizo caso a su hermana y a su amiga. Metió la lengua en el agujero y juntó tanto jugo como pudo. Lo tragó y después fue la propia Helenna, quien tomándola de la cabeza, la guió otra vez hasta su clítoris. La negra le frotó la concha por toda la cara. Paz quedó zambullida en un mar de jugos femeninos. Se le aceleró el corazón al sentir ese calor viscoso contra su boca, sus mejillas y su nariz. Los dedos dentro de su propia concha se volvieron locos. Se estaba pajeando frente a todas y no quería detenerse. Separó más las piernas y levantó la cola, quería que las demás vieran cómo se tocaba. ¿Por qué? No tenía idea. No quería pensar en eso. Solo quería que ocurra.

Solo dejó de chupar porque Helenna la soltó. La stripper sabía cómo medir a la perfección el clima de una fiesta como esta. Le dijo:

—Lo hiciste muy bien, Paz. Pocas mujeres lo hacen tan bien en su primera vez. Lo disfruté mucho. Pero… la fiesta sigue. Dejemos algo para más tarde —le guiñó un ojo.

Helenna se puso de pie. Paz admiró esa imponente anatomía femenina con las rodillas aún en el suelo. Tenía las mejillas muy rojas, contrastando con lo pálido de su piel, y sus dedos aún se movían dentro de su concha.

—Por ser la primera, no estuvo nada mal —dijo Sol.

—Espero que ésta sea la primera de muchas —acotó Bianca.

—¿Cómo se te ocurre? —Emma habló con los dientes apretados—. Si vos sos tortillera, hacé de tu vida lo que quieras. Pero no metas ideas absurdas en la cabeza de mi hija.

—Ay, Emma —Bianca puso los ojos en blanco—. Solo fue un chiste. No soy lesbiana. Si lo fuera, andaría chupando concha sin ningún problema. Te lo puedo asegurar. Pero nunca tuve sexo con una mujer.

—Con Paz hiciste…

Bianca interrumpió a Raquel.

—Lo que hice con Paz no cuenta. Fue solo un jueguito. Y lo de esta noche tampoco cuenta. Solo nos estamos divirtiendo. ¿No es así, amiga?

—Muy cierto —respondió Paz, mientras se ponía de pie. Se acomodó el vestido, volviendo a guardar sus tetas, pero no se molestó en bajarlo mucho. Cuando se sentó, su vagina aún seguía a la vista—. Y me gustaría seguir con el festejo.

—Si la agasajada así lo quiere… entonces, sigamos —dijo Bianca, levantando las manos. Meneó sus anchas caderas en un bailecito sensual y levantó su vaso de daikiri en señal de brindis.

La música llenaba el espacio, creando una atmósfera vibrante. Los tragos circulaban entre las manos, y la risa de las chicas se mezclaba con la melodía. Helena, la stripper, ya estaba completamente desnuda, bailando con una sensualidad que parecía desafiar cualquier inhibición. Sol observaba con una sonrisa astuta, disfrutando de la atención de todos.

Cuando le tocó el turno a Valentina, sacó una tarjeta del mazo y la leyó rápidamente. Al ver la pregunta, se quedó en silencio por un momento, nerviosa.

—¿Tenés una experiencia sexual de la que nadie sepa nada? —Leyó. Guardó silencio y luego de unos segundos dijo—. No… no tengo nada de eso. Solo relaciones matrimoniales… con mi marido… nada para destacar.

Sol se inclinó hacia adelante, con una mirada juguetona.

—Vamos, Valentina, no digas eso. Le chupaste la concha a Paz…

El color subió a las mejillas de Valentina mientras las demás la miraban expectantes. Su nerviosismo era evidente.

—No quiero contar eso —musitó, bajando la mirada.

Bianca, con su actitud desinhibida, no perdió la oportunidad de provocarla.

—Vamos, Valentina, no seas tan tímida. Ya lo dijiste, no pasa nada. No hace falta que des todos los detalles. Solo queremos saber qué pasó… ¿cómo fue que te animaste a hacer algo así?

Valentina tragó saliva, sintiendo el peso de todas las miradas sobre ella. Finalmente, suspiró, como si se resignara a la presión.

—Bueno... —su voz tembló—. Fue en el vestuario del gimnasio. Escuché un rumor, y… y pensé que Marcos, mi marido, me había engañado. Me enojé mucho. Paz me consoló, me dijo que Marcos era un desgraciado, un hijo de puta, que se merecía que le paguen con la misma moneda. Entonces se me ocurrió una idea: grabar un video para castigarlo. Para que viera que yo también podía hacer algo parecido. Y bueno, lo hice. Paz me ayudó. No quiero contar más sobre eso.

Emma, que hasta ese momento había estado en silencio, no pudo evitar preguntar, con una mezcla de curiosidad y juicio.

—¿Y qué decía ese rumor sobre tu marido?

Valentina respiró hondo y continuó.

—Alguien, de manera anónima, me mandó un video. En él, había un chico que se parecía mucho a Marcos. Estaba teniendo sexo con una chica muy bonita, en una fiesta de fin de año. Era una fiesta que él había organizado con algunos compañeros de trabajo. O al menos eso me decían en el mensaje. Pero… en realidad no tenía forma de comprobar si ese realmente era Marcos. Su cara nunca llega a verse del todo bien.

Sol, con una sonrisa que parecía más bien una mueca, no perdió la oportunidad.

—¿Y qué dijo Marcos cuando le mostraste el video?

Valentina dudó por un momento antes de contestar.

—Me juró que no era él. Hasta se ofendió porque yo dudara. Me hizo sentir muy mal. Y… tiene razón. Fui una boluda al desconfiar de él.

La música, que hasta entonces había llenado el espacio con su ritmo vibrante, comenzó a desvanecerse. El volumen bajó lentamente, tornándose más tenue, como si la misma atmósfera estuviera respondiendo al creciente peso de lo que ocurría en la sala.

—¿Tenés el video? —Preguntó Sol, mirando a Valentina, con una chispa de curiosidad en los ojos.

Valentina, con las manos temblorosas, sacó el celular de su bolso. Rápidamente comenzó a buscar el video, su respiración acelerada. A medida que las demás se acercaban, la tensión aumentaba. El brillo de la pantalla iluminó el rostro de Valentina mientras el video comenzaba a reproducirse. En la pantalla, el chico en las sombras era apenas visible, pero la chica... ella estaba perfectamente clara. Las facciones de la mujer se definían con nitidez, sus ojos brillaban bajo la tenue luz, y la mirada de todas las presentes se centró en ella, cautivas por la imagen que comenzaba a tomar forma ante ellas.

Antes de que el rostro de la joven pudiera verse por completo, la cámara viajó por toda su anatomía. Tenía un vestido rojo ceñido, que era poco más que un cinturón, ya no le cubría ni arriba ni abajo. Sus tetas redondas y firmes rebotaban con cada embestida. Entre las piernas lucía una concha de gajos rechonchos, bien definidos. Estaba completamente depilada y la humedad chorreaba de su agujero al mismo tiempo que la verga bombeaba. Era un pene grueso, venoso. Más de una de las presentes sintió un cosquilleo en la parte baja de su estómago al verla.

—Tu marido está muy bien dotado, Valen —dijo Bianca—. Pensé que te habías casado con él solo porque es lindo… pero ahora me queda claro que te gustan las pijas grandes. Esa te la tenías bien guardada. ¿No es cierto, Paz?

—Em… yo ya sabía del gusto de Valentina por los hombres bien dotados…

Valentina mostró una sonrisa tímida. No había visto ese video muchas veces, por el dolor que le producía pensar que ese podría ser su marido, sin embargo el tamaño de la verga coincidía a la perfección. Sí, le gustan grandes, solo lo confesó ante Paz… y se le revolvió el estómago al ser consciente de que ahora todas lo sabían. Pero no le molestó.

La cámara volvió a subir y se fijó en la cara de la chica, que claramente estaba gozando con la tremenda cogida que le estaban dando. Se sacudía con los codos apoyados en una mesa y jadeaba pidiendo más y más…

El silencio se apoderó del grupo. De repente, las chicas se giraron hacia Ivana, que estaba en la esquina, ajustando el volumen de la música mientras sostenía una bandeja con tragos recién preparados. Sus ojos, sin embargo, no podían apartarse del celular.

Ivana permaneció quieta por un segundo, casi como si el mundo entero hubiera hecho una pausa. Después, con un suspiro apenas audible, continuó con su tarea, pero su atención aún estaba en el celular, como si algo en la escena la hubiera tocado más de lo que quería admitir.

La tensión en el aire se intensificó cuando Sol se giró hacia Ivana, quien seguía ajustando los controles de la música.

—Ivana, tenés que ver esto —dijo, esta vez sin la usual ligereza en su voz, dejando entrever una seriedad inesperada.

Ivana se detuvo un momento, observó la pantalla del celular de Valentina y, con una leve sacudida de cabeza, comenzó a acercarse lentamente. Con un movimiento casi mecánico, entregó la bandeja con los tragos a Helena, quien la recibió sin apartar la mirada. La atmósfera se volvía cada vez más densa. Ivana, sin pensarlo, se asomó al celular. Al ver la imagen de la chica en la pantalla, su rostro cambió al instante. Se tapó la boca con la mano, visiblemente sorprendida.

Las miradas se dirigieron hacia ella. Por primera vez en la noche, Ivana no pudo mantener su habitual postura relajada.

—Sí, soy yo —confesó finalmente, la voz casi ahogada por la sorpresa. Sus ojos, normalmente tranquilos y seguros, ahora estaban llenos de incertidumbre.

Valentina la miró fijamente, aún incrédula, con las lágrimas amenazando en sus ojos.

—¿Cómo...? —tartamudeó Valentina, incapaz de articular más palabras.

Ivana, con la mirada baja, intentó encontrar las palabras para explicar lo que había sucedido.

—Eso fue en una fiesta... en fin de año —dijo finalmente, su tono bajo, casi avergonzado—. No suelo hacer... cosas como esa cuando me contratan para servir tragos o pasar música. Pero esa vez me ofrecieron mucho dinero si lo hacía... y el chico... bueno, el chico me pareció atractivo.

Sol observó en silencio, un destello de satisfacción en sus ojos. Mientras tanto, Emma no dejaba de observar la escena, su rostro serio, como si cada pieza del rompecabezas estuviera encajando.

—¿Y cómo era ese chico? —preguntó Emma, con una calma inquietante.

Ivana tragó saliva, recordando la fiesta y todo lo que había sucedido esa noche.

—Era alto... muy bien parecido —dijo, sin dejar de mirarse las manos, como si intentara no enfrentarse a la verdad—. Rubio, de pelo corto... ojos celestes, cuerpo atlético... sonrisa encantadora. Pero... no recuerdo su nombre.

Con las manos temblorosas, Valentina sacó el celular y buscó una foto de su marido. Su respiración se aceleraba, los ojos fijos en la pantalla mientras pasaba rápidamente por las imágenes hasta encontrar lo que buscaba. Sin pensar, le mostró la foto a Ivana.

—¿Era este el tipo de la fiesta? —preguntó, su voz quebrada por la incertidumbre.

Ivana miró la foto, y la sorpresa volvió a invadir su rostro. Esta vez no pudo disimularlo. Se cubrió la boca nuevamente, sus ojos muy abiertos.

Las miradas de todas las presentes se centraron en ella, una presión insostenible llenó la habitación. Ivana no podía escapar. Un leve suspiro escapó de sus labios, como si no pudiera evitarlo más.

—Sí... ese es el tipo de la fiesta —confesó finalmente, su voz apenas un susurro.

Un silencio pesado se instaló en la habitación. Las palabras de Ivana flotaron en el aire, mientras el peso de lo dicho comenzaba a calar en las mujeres presentes. Valentina no pudo evitarlo más. Sus ojos se empañaron y las lágrimas comenzaron a caer con rapidez. La revelación la golpeó de lleno, un dolor profundo y desconcertante que la recorrió como una descarga. Su respiración se volvió irregular, y su voz tembló al intentar hablar.

Se cubrió la cara con las manos, buscando esconderse de lo que acababa de escuchar, como si el simple gesto pudiera hacer desaparecer lo que acababa de desmoronarse. Los sollozos que la envolvían eran la única señal de lo inmenso que era el dolor que sentía, como si todo en su interior se hubiera quebrado de golpe.

Paz, al ver a su amiga tan vulnerable, no lo dudó ni un segundo. Se acercó y la abrazó, envolviéndola con suavidad. La cercanía de Paz parecía ofrecerle algo de consuelo, una especie de refugio momentáneo del caos que se había desatado en su interior. Valentina se dejó abrazar, sin decir una sola palabra, el llanto envolviendo su pecho, sin poder liberarse.

El resto de la sala permaneció en silencio. Nadie quería interrumpir, pero las miradas estaban fijas, cada una con sus propios pensamientos. Después de un largo rato, Paz rompió ese silencio pesado con una voz suave, casi susurrada, pero llena de sinceridad.

—Bueno, ya no tenés que sentirte tan mal por lo que pasó en el vestuario —le dijo, acariciando su espalda con delicadeza, como si intentara aliviar el peso de sus emociones.

Bianca, siempre dispuesta a buscar una reacción, rompió el momento con su característica picardía.

—¿Y por qué no le mandás a Marcos el video que grabaste con Paz? —preguntó, con una sonrisa de complicidad que no pasó desapercibida para nadie.

Sin embargo, Valentina negó con la cabeza, la tristeza reflejada en sus ojos.

—Lo borré —respondió, sin levantar la vista—. Por la culpa… no podía quedarme con eso.

Se hizo silencio. Sol, con su típica actitud desafiante, vio la oportunidad de transformar el conflicto en algo… divertido. Se inclinó un poco hacia Valentina, mirando la situación como si fuera un juego más.

—Entonces, grabá otro —sugirió, como si fuera lo más natural del mundo—. Podrías hacerlo con Ivana. Si Marcos puede tener sexo con ella, entonces vos también. Es lo justo, ¿no?

La propuesta de Sol hizo que varios se tensaran. Emma, con su postura recta y seria, no tardó en intervenir, visiblemente contrariada.

—¿Te volviste loca, Sol? —protestó, su tono firme y tajante—. Le estás pidiendo que mantenga sexo lésbico… es una mujer casada. Una dama no debería comportarse así, mucho menos por rencor. Deberías buscar una forma más madura de resolver este conflicto, no caer en la provocación.

Raquel, que había estado en silencio, pero que siempre encontraba la manera de ir contra la corriente, no pudo evitar lanzar un comentario sarcástico.

—Aunque no estoy de acuerdo con el sexo lésbico, sí me parece una buena idea. Así ese tipo va a aprender a no mentirle en la cara a su esposa.

—Además ya le dio una buena chupada de concha a Paz —recordó Bianca—. No estaría haciendo nada nuevo.

El grupo parecía dividido, pero Paz, con un suspiro profundo, miró a Ivana, buscando algo de certeza en sus ojos.

—¿Estarías dispuesta a ayudar, Ivana? ¿Y cuál sería tu tarifa? —preguntó, esperando una respuesta sincera.

Ivana, tranquila, pero con un dejo de culpa en su mirada, asintió lentamente.

—Lo voy a hacer sin cobrar nada extra —dijo, su voz firme y decidida—. Me siento culpable por todo esto. Y Marcos… Marcos es un pelotudo. Me dijo que era soltero, incluso me pidió el número de teléfono para que nos veamos otro día —Valentina se puso tensa—. Se merece este castigo.

—¿Y se lo diste? —Preguntó Emma. Ivana se quedó en silencio—. Tu número… ¿volviste a verlo?

—Sí, le dí mi número. Me llamó varias veces; pero no volví a encontrarme con él. Lo juro.

—¿Por qué no? —Insistió Emma—. Dijiste que te parecía un tipo lindo.

—Porque solo me quería para pasar el rato. Yo no soy una puta para usar y tirar. Si hice eso en la fiesta fue porque creí que tenía una chance seria con él. Fui una boluda. Perdón, Valentina… te juro que yo no sabía que era casado.

La aludida siguió con la cabeza gacha, en silencio. Sol, con una sonrisa aún más ancha, se giró hacia ella y desbordando energía vengativa, preguntó:

—¿Lo vas a hacer, Valentina? —todas las miradas se posaron sobre ella. La atmósfera era de pura expectación, como si el destino de la noche dependiera de lo que ella dijera a continuación.

Las chicas esperaban que la timidez de Valentina se impusiera, que la culpa la dominara; pero algo en su interior había comenzado a arder. La ira que llevaba dentro, esa rabia contenida, estalló con una fuerza inesperada. Levantó la cabeza, con la mirada fija en todos los que la observaban, y con una determinación que la transformó ante sus ojos.

—Sí —dijo, con voz firme, casi gutural—. Lo voy a hacer... Ese hijo de puta va a ver de lo que soy capaz. Conmigo no se jode.

La sala quedó en silencio, los ojos de todas las presentes en ella, pero Valentina ya no era la misma. En ese momento, dejó atrás la timidez y la duda.

Helenna, siempre segura, dio un paso al frente. Su cuerpo era imponente, una figura que llenaba el espacio con su presencia. La piel negra, suave y radiante, se veía ligeramente húmeda por el sudor, brillando bajo la luz tenue de la habitación. Cada uno de sus movimientos transmitía confianza, como si estuviera completamente en su elemento.

—Si te vas a vengar, yo también me sumo.

—Cuantas más mejor —Valentina miró a la stripper, su sonrisa nerviosa fue reemplazada por algo más decidida.

Las mujeres se quedaron calladas, sorprendidas por la audacia de Valentina. Ninguna esperaba esa respuesta. Bianca, con una sonrisa de aprobación, se acercó, el celular ya en las manos, lista para grabar.

Ivana, en un gesto rápido, asintió.

—Lo que sea que decidan, yo estoy aquí.

Valentina se puso de pie y fue la propia Paz quien la ayudó a quitarse el vestido. Este gesto de complicidad reforzó la confianza de Valen. Cuando su cuerpo desnudo quedó ante la mirada atenta de todas las presentes, se sintió hermosa. Sus pechos pequeños le brindaban una figura esbelta, delicada. Tenía el pubis prolijamente recortado y sus abdominales se marcaban muy tenuemente, producto de los meses de ejercicio. Su cabello castaño formaba ligeras ondas y le llegaba hasta la parte baja de la espalda. Le daba la imagen de una Eva que se había escapado del Jardín del Edén.

Bianca se apresuró a encender la cámara de su celular. No pidió permiso, la acción debía comenzar porque el video ya estaba en marcha. Enfocó a Valentina, radiante, desnuda y dijo:

—Mirá, Marquitos… esta hermosura es tu esposa. Ella ya sabe lo que anduviste haciendo en la fiesta de fin de año… y ahora te va a mostrar lo que ella es capaz de hacer. Porque con ella no se jode.

Valentina sonrió con malicia y avanzó con una seguridad que no parecía propia de ella. Todo el alcohol el sangre la ayudó mucho a desinhibirse.

Valentina se acercó a Ivana, la mirada fija en la cámara, y una sonrisa cargada de malicia se dibujó en su rostro. El alcohol en su cuerpo parecía haberse convertido en una llama que la desinhibía por completo. Avanzó con seguridad, como si cada paso fuera una reivindicación. La cámara seguía su movimiento, capturando cada detalle. Bianca, con su tono provocador, no dejaba de guiar la escena.

—Mirá, Marcos... ¿te acordás de ella? —dijo Bianca, mientras Ivana saludaba a la cámara con una sonrisa.

Valentina, sin apartar los ojos de Ivana, se acercó aún más, hasta quedar frente a ella. La atmósfera cambió, cargada de una tensión palpable. En ese momento, Valentina ya no era la mujer temerosa que había llegado a esa fiesta. Su cuerpo se movió con una confianza renovada, como si estuviera tomando el control de todo lo que hasta entonces le había sido ajeno.

Bianca habló nuevamente, su voz aguda, casi sarcástica.

—Ahora, Valentina se va a divertir con Ivana. Porque es lo justo. Ahora le toca a ella.

El corazón de Valentina latía con fuerza, su respiración algo entrecortada, pero no de nervios, sino de rabia contenida. Estaba frente a la misma mujer con la que su marido había sido infiel. Y ahora, en un giro cruel, era ella quien tomaría las riendas de la venganza.

Sin decir una palabra más, Valentina se acercó a Ivana y, con una decisión rotunda, la besó. El contacto de sus labios fue intenso, lleno de furia reprimida y de un deseo de restitución. El beso no fue tierno ni suave. Fue directo, un choque de emociones, como si Valentina quisiera que Ivana sintiera todo lo que había estado guardando durante tanto tiempo. El acto no solo era una liberación personal, sino un mensaje claro: ella no sería la mujer débil que había sido engañada. Ahora, era la mujer que controlaba su destino, que usaba la misma mujer que había destrozado su confianza como un instrumento de venganza.

El beso fue largo, y en cada segundo, Valentina sentía cómo se quebraban las últimas barreras que aún quedaban dentro de ella. Ya no pensaba en su marido, en lo que él había hecho. Ahora solo importaba lo que ella estaba dispuesta a hacer.

Pero no se quedó ahí. Bajó el cierre en la espalda de Ivana y su vestido cayó al suelo. Las dos mujeres quedaron completamente desnudas. El cuerpo de Ivana era más bronceado, firme y atlético. Producto de años jugando al hockey de forma semi-profesional. Sus piernas captaron la atención de Valentina, que las acarició con una mano, mientras con la otra tomaba firmemente el cuello de Ivana.

Bianca, con el celular en mano y la cámara apuntando a Ivana y Valentina, sonrió con malicia mientras la tensión en la sala aumentaba. Sin apartar la mirada de la pantalla, habló directamente a la cámara, como si Marcos estuviera viéndolo todo en ese momento.

—¿Creés que Valentina es incapaz de hacer esto? —dijo, con un tono desafiante, manteniendo la cámara fija en el beso de las dos mujeres—. Puede que sea tímida, pero no es ninguna boluda. No va a permitir que le falten el respeto de esa manera, Marcos. Y ahora vas a ver que tu esposa tiene mucho más coraje de lo que vos pensaste.

La cámara siguió grabando, mientras Bianca dejaba que esas palabras calaran hondo, sabiendo exactamente el peso que tendrían para el hombre al que iban dirigidas.

Los dedos de Valentina buscaron la concha de Ivana, a todas les sorprendió que ella fuera la que tomara la iniciativa en esto. Bah, a todas menos a Paz. Ella sí que sabía lo que Valentina era capaz de hacer cuando estaba enojada. Y encima ahora, además de enojada, también estaba borracha.

No se entretuvo mucho metiéndole los dedos. Quería pasar a la acción de inmediato, para que Marcos sintiera el impacto justo en el medio de su pecho. Se arrodilló y sin previo aviso, le pasó la lengua a la torneada vagina de Ivana. La bartender levantó un pie y lo apoyó sobre una silla. Así Valentina tuvo vía libre.

—Mirá, Marquitos… mirá cómo chupa concha la putita de tu esposa.

A Valentina no le ofendió que le dijeran “putita”, al contrario, la hizo vibrar por dentro. Aceleró el ritmo de las lamidas. Ivana acompañó la secuencia meneando la cadera con sensualidad. Mientras esto ocurría, Helenna se acercó, con pasos firmes y decididos. Sus tetas redondas eran una declaración de seguridad y erotismo.

—Y no se va a comer una sola —siguió comentando Bianca—. Ahí tiene otra concha espectacular con la que divertirse.

Como si Valentina fuera una actriz porno esperando por la señal indicada, ni bien Bianca terminó de hablar, se lanzó contra la concha de Helenna. La chupó con osadía, como quien sabe que no es su primera experiencia lésbica. Los jugos vaginales de ambas mujeres se mezclaron dentro de su boca.

De a poco las tres mujeres fueron bajando hacia la alfombra, entre besos, lamidas y caricias. Ivana también besó a Helenna, no iba a desperdiciar esa oportunidad.

Valentina quedó tendida boca arriba en el suelo. La suave alfombra blanca le acarició la espalda. Ivana se posicionó entre sus piernas, generando el roce entre sus vaginas. Comenzó a moverse con seguridad y sensualidad. Helenna se puso de rodillas, dejando su concha justo encima de la cara de Valentina. Ella comenzó a chuparla de inmediato. Se prendió con locura y desenfreno, como si en cada una de esas chupadas estuviera clavando una aguja en la cara de Marcos.

—Mirá cómo cogen, Marquitos. ¿Sabías que a tu esposa le calientan tanto las mujeres? Mirá cómo le gustan…

Por un momento Valentina pensó que Bianca se estaba excediendo. Ella no hacía esto porque le gustaran las mujeres. Sin embargo, la sola idea de imaginarlo le generó mariposas en el estómago. ¿Y si jugaba a ser lesbiana, al menos por un rato? Aunque sea para joder a Marcos.

—Mmm… me encanta la concha —dijo en voz alta, para que todas puedan escuchar—. Y no es la primera vez que me como una, Marquitos… si supieras lo mucho que me gusta comer concha, no me dejarías tener amigas tan lindas.

Alma, casi invisible en su rincón del sofá en L, observaba la escena en silencio. Con su daiquiri en mano, mantenía las piernas firmemente cruzadas, como si tratara de dormir lo que sucedía dentro de ella, de reprimir la turbulencia que la invadía.

La escena cambió, a petición de Bianca. Ahora era Valentina la que hacía tijereta con Helenna. La negra acostada de lado en el suelo se movía como una campeona del sexo lésbico. Ivana, de pie ante Valentina, le ofrecía su concha con mucho gusto. Valen se prendió a las nalgas de la bartender y le metió la lengua tan adentro como pudo.

—Eso, mamita… seguí así… chupasela toda.

Ante los vítores de Bianca, Valentina se encendió aún más. Meneó con fuerza su cadera, provocando húmedos roces entre su concha y la de Helena. Los jugos vaginales de Ivana le chorreaban por el mentón y parecía decidida a seguir lamiendo hasta que llegara el fin del mundo.

Pero cuando vio que Bianca se le acercaba con el vestido levantado, no pudo resistirse. Dejó a Ivana de lado solo por unos segundos y aceptó la ofrenda de su amiga. Le dio un fuerte chupón en el clítoris.

—Uy, mirá cómo me chupa la concha la putita de tu esposa… ufff… sí, hermosa… chupamela toda. ¡Qué rico!

Valentina estaba prendida a la vagina de Bianca con la misma desesperación que mostró aquella vez en el vestuario, y Paz lo sabía. Recordaba cómo su amiga se la había chupado con la misma intensidad. Este fogoso recuerdo la llevó a meterse los dedos en la concha con más énfasis. Su madre intentó apartarle la mano, pero Paz la rechazó. No quería que nadie interrumpiera este momento de éxtasis incomprendida.

Emma parecía perdida en sus propios pensamientos, como si su mente se hubiera desconectado por completo. Observaba a esas mujeres con una mezcla de fascinación y desconcierto, como si fueran figuras de otro mundo, algo que no podía encajar en el orden que había construido en su vida. El acto que se desarrollaba frente a ella se sentía ajeno, fuera de su alcance, como si su visión del mundo no pudiera abarcarlo.

Coordinaron una nueva escena. Esta vez Valentina sentada en el sofá, con las piernas bien abiertas. Ivana arrodillada ante ella, chupándole la concha. La bartender no se inmutó al lanzarse de cabeza al sexo lésbico. Eso le dejó claro a todas las presentes que lo había hecho en más de una ocasión… o que si era la primera, estaba dejando salir alguna fantasía reprimida.

La que filmaba la escena ahora era Helenna, sostenía el celular con firmeza. Fue subiendo desde la concha de Valentina hasta enfocar las tetas, y luego más arriba.

Sobre la cara de Valentina, de rodillas en respaldo del sillón, estaba Bianca. Su concha había quedado justo al alcance de la boca de su amiga, y ésta se la chupaba con ganas. Valentina tenía los brazos estirados sobre el respaldo, y con las piernas tan abiertas parecía una emperatriz lesbiana. Paz sintió cómo se le mojaba la concha al ver a su tímida amiga mostrando tanta seguridad y compromiso. Esa misma seguridad que mostró aquella tarde en el vestuario.

Emma se dio cuenta de que otra vez Paz estaba masturbándose. Esto le irritó mucho. ¿Acaso su hija estaba perdiendo la cabeza? Estos jueguitos lésbicos estaban llegando demasiado lejos.

—Bueno, creo que ya es suficiente. ¿No les parece?

Helenna detuvo el video y dijo:

—Con esto tenés material más que suficiente, Valen. Si después querés grabar más, seguimos.

Cuando Bianca bajó del sillón, le devolvió el celular.

El ambiente había cambiado. La fiesta seguía su curso, pero algo en la energía del grupo se había transformado. Valentina ya no estaba tan nerviosa, y la decisión de grabar el video había liberado una parte de ella, aunque las consecuencias seguían pesando en su mente.

Bianca estaba sentada en uno de los sillones, el celular en las manos, su dedo sobre la pantalla mientras miraba el video una vez más. La impaciencia en su rostro era evidente, pero sabía que el control estaba en manos de Valentina. Miró a su amiga, esperando una señal, un gesto que le diera la autorización para enviar el video a Marcos.

—¿Se lo mando a Marcos? —preguntó Bianca, sin ocultar el brillo travieso en sus ojos.

Valentina, que estaba de pie cerca de la ventana, miró el celular que Bianca sostenía. Por un instante, sus ojos se encontraron y luego se desvió hacia el horizonte, como si algo estuviera debatiéndose en su interior. El alcohol de la noche había pasado a un segundo plano, y las emociones más profundas de Valentina empezaban a aclararse.

—No —respondió finalmente, con una firmeza que parecía renovada—. Esperá.

Bianca la miró, sorprendida, sin esperar ese giro en la conversación. La sonrisa provocadora desapareció momentáneamente de su rostro.

—¿Pero qué esperás? —insistió, con un tono de incredulidad—. Marcos se lo merece, Valentina. Después de todo lo que hizo, ¿por qué no dejarle claro lo que pasó?

Valentina la miró, respirando profundamente. Algo había cambiado en ella, como si la rabia que había sentido antes se hubiera calmado un poco. Sus manos, que antes temblaban, ahora estaban quietas.

—Ese video podría poner fin a mi matrimonio —dijo, la voz un poco más tranquila, pero cargada de una tristeza que aún estaba presente—. Mejor lo pienso bien. Porque si lo mando, no hay vuelta atrás.

Emma, que había estado observando en silencio desde un rincón, se acercó con una sonrisa ligera, pero con una mirada que reflejaba cierto respeto.

—Bueno, al menos ahora estás pensando con la cabeza —comentó, sin poder evitar felicitarla. Aunque no estaba de acuerdo con muchas de las decisiones que Valentina había tomado esa noche, ver que se detenía a pensar la hacía sentir un poco más tranquila—. Aunque llegaste tarde, es algo.

Bianca frunció el ceño, pero en su mirada había una aceptación silenciosa. No dijo nada durante un momento, solo observó a Valentina. Finalmente, guardó el celular en su bolso, como si dejara en suspenso la posibilidad de enviar el video.

—Por el momento, no lo voy a mandar —admitió, con un tono menos desafiante, aunque la chispa de su actitud no había desaparecido del todo—. Pero espero la orden para hacerlo en cuanto vos decidas, Valentina.

El ambiente se transformó por completo. Aunque la fiesta seguía en marcha, ya no era la misma. Algo en el aire había cambiado: las risas sonaban más sueltas, los cuerpos se movían con más libertad, y el alcohol comenzaba a hacer efecto. Algunas de las mujeres se sentían más osadas, más relajadas, como si el peso de lo sucedido las hubiera liberado. El brillo de las luces parpadeaba al ritmo de la música, pero la tensión previa se había desvanecido, dejando espacio para una nueva energía que flotaba en el ambiente. La noche no había terminado, y aunque todo parecía más liviano, algo seguía pulsando bajo la superficie, prometiendo más.


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