¡La Concha de mi Hermana! [14]

 

Capítulo 14.


Encuentro con Marcela.





Me pasé toda la mañana en reuniones con acreedores, inversionistas y todo aquel que quería putearme. La situación empresarial no era un completo desastre, pero se acercaba cada vez más a uno.

Cuando Irma Taglianessi se plantó frente a mi escritorio, sentí que se me hacía un nudo en el estómago. No era la primera vez que la veía, claro, pero sí la primera vez que se dignaba a detenerse justo ahí, en mi metro cuadrado de trabajo. Es la jefa de mi jefa… y si bajó un piso, no puede ser por nada bueno.

Apoyó un dedo en mi escritorio. Apenas un roce, pero lo suficiente como para dejar en evidencia que no estaba impecable. Yo limpio siempre, siempre, cada mañana. Pero claro… justo hoy. Justo hoy se me pasó. La vi levantar el dedo como si presentara una prueba ante un tribunal invisible, y me dieron ganas de pedirle perdón por existir.

Esos anteojos, tan angulosos como sus rasgos, no son de secretaria glamorosa ni de señora simpática: son de cirujana a punto de cortar. Y detrás de ellos, los ojos de Irma no miran, te abren en canal.

—Está sucio —dijo. Dos palabras, y yo ya me sentía despedido.

Traté de sonreír, de mantener la compostura.

—Emmm… puede ser, sí… pero… ¿eso no debería decírselo al personal de limpieza? —me salió con la voz más finita de lo normal.

—Cada empleado es responsable de la limpieza de su escritorio. ¿Y esto?

Miré donde señalaba y me dieron ganas de golpearme la frente contra el monitor. El informe. El bendito informe.

—Ah… es el que me pidió… —respondí, como si estuviera confesando un crimen.

Lo tomó con la punta de los dedos, como si fueran pañuelos usados. Vi la mueca en su boca, una curvatura mínima pero suficiente para hacerme sentir un idiota.

—¿Y me lo presenta así, con un clip? —preguntó, sin levantar la voz, pero cada sílaba me taladraba.

Tragué saliva. Claro que tenía que ir en carpeta. Siempre en carpeta. Lo sé, lo sé. Pero no me dio el tiempo. Y ahora parecía que había llegado a la oficina con un dibujo infantil para mostrarle a la directora.

—Así se pierden las hojas. Esto debería estar en una carpeta, listo para ser archivado.

—Sí, señora. Le pido disculpas —dije mientras me levantaba de golpe, con el pulso acelerado, para recuperar el informe—. Ahora mismo lo preparo como corresponde.

No contestó. Solo me recorrió con la mirada, de arriba abajo, como si evaluara cuánto tiempo más me iba a soportar la empresa.

Y ahí fue cuando Katia apareció, cargando un termo y un mate. Irma Taglianessi la atravesó con su mirada. Katia se quedó paralizada frente a ella, como una presa frente al cañón de un rifle.

—Señorita… ese uniforme le queda demasiado chico. Es muy… revelador. Resulta una distracción para los demás empleados.

—Em… perdón… es que no tengo dinero para hacerme uno a medida.

Sé que las palabras de Katia no tuvieron ninguna segunda intención; pero Irma no lo interpretó así. Sin darse cuenta mi hermana le dio un golpe bajo. Si algo hace tambalear a Irma es que sus empleados se quejen de los bajos salarios… ya tuvimos juicios por ese tema y la empresa los perdió todos.

—Emm… bueno, hagamos una cosa —anotó algo en un papel—. Esta es una modista amiga, ella me confecciona el uniforme de la oficina. Dígale y que va de mi parte y que anote los cargos a nombre de la empresa.

—Ah… buenísimo —respondió, como si estuviera tomando mates con sus amigas—. Gracias. Me viene bien algo de ropa nueva.

—Y cuanto antes la tenga, mejor —finalizó Irma.

Después giró en silencio y se fue directo a la oficina de Stella, dejándome con la garganta seca y la sensación de que había perdido diez puntos en mi carrera laboral en menos de dos minutos. ¿Y Katia? No sé cómo, pero una vez más cayó bien parada. Como una gata hábil y perezosa.

Se me hizo un nudo en el pecho al ver a Stella llorando en su oficina. Muchos la señalan como la responsable de que la empresa esté tambaleando. Es cierto, sus informes tuvieron errores, nadie lo niega, pero de ahí a cargarle todo el peso… me parece cruel. Arriba, en los pisos donde se deciden las cosas, hay directivos que jamás van a reconocer sus propios fallos. Y ahora la usan a ella como chivo expiatorio, como si fuera la única culpable.

La pobre Stella está tan mal que ni siquiera quiso que Katia le chupara la concha, para animarla un poco. Aunque al final Katia lo hizo igual. Se arrodilló ante ella, le abrió las piernas y comenzó a darle una chupada enérgica. Al final esto sirvió para que Stella recupere un poco de su buen humor, aunque con mi hermana sabemos que no le durará mucho. Si todos los días la señalan como la culpable de todos los males de la empresa, va a entrar en una crisis de nervios.

Intenté hacer algo por ella. Cuando le llevé el informe a Irma Taglianessi, le expliqué que ya había solucionado los errores de Stella. Ninguno era grave, todos eran simples deslices con la matemática. Porque quizás Stella no usó bien las fórmulas en la planilla de Excel… o bien puso alguna coma donde no iba. Irma me escuchó atentamente, creí que se aburriría con mis explicaciones, pero en lugar de eso me pidió que me sentara a su lado y le explicara uno por uno cada arreglo que hice. Vi este momento como mi oportunidad para demostrar lo que sé hacer.

Empecé a explicar todo, pero había una gran distracción. Mejor dicho: dos grandes distracciones. Porque Irma se queja de que el uniforme de mi hermana es demasiado revelador; pero no toma en cuenta que ella también tiene un busto generoso, que se marca mucho en su camisa blanca.

—Los ojos en la planilla, Abel…

Casi me muero de la vergüenza. Si había ganado algo de terreno, acababa de perderlo, por pajero…

—Perdón, es que…

—Está bien, no te preocupes —dijo, sin ningún gesto aparente en su cara—. Estoy acostumbrada. Solo te recuerdo que yo soy una mujer casada. Espero que no malinterpretes este momento…

—No, no, claro que no… ni siquiera se me ocurrió pensar que… además, sé que usted es una mujer religiosa y…

—Ajá, ¿me vas a decir que estabas mirando la cruz? —Había un pequeño crucifijo de plata entre sus pechos, ni siquiera lo había notado.

—Emm… no, me refería a que entiendo que usted sería incapaz de… ya me entiende.

De pronto puso una mano sobre mi pierna derecha y sonrió. Fue una sonrisa amable, cariñosa… divertida. No había ni una pizca de malas intenciones en ella.

—Tranquilo, Abel… solo te estoy tomando el pelo. No soy la arpía fría y despiadada que ustedes creen. También tengo sentido del humor. Y si bien no me gusta que me anden mirando los pechos, entiendo que es difícil no hacerlo. Pasa lo mismo con los de su hermana, ¿no?

¿Acaso esta mujer me sorprendió mirando las tetas de Katia de forma inapropiada? No, no creo… está generalizando. Tragué saliva y respondí.

—Sí, claro. Entiendo por qué le dijo a Katia que mejore su uniforme. A los empleados se les hace difícil mirar para otro lado.

—Así es… en especial a los más jóvenes —acarició mi pierna con una suavidad casi imperceptible—. Por eso no me voy a enojar si te sorprendo mirándome el busto. Sin embargo… tené cuidado de no hacerlo cuando haya gente cerca. —Otra vez esa tenue caricia, una descarga eléctrica me recorrió la espalda… y otra vez le miré las tetas. Eran dos pelotas, firmes… y noté que se le marcaban un poco los pezones en la camisa blanca—. Ah, y perdón si fui un poco dura con vos. Estoy un poco estresada, porque las cosas no estan yendo bien en la empresa… y a veces puedo sonar demasiado severa.

—No pasa nada. Lo entiendo perfectamente —dije, sintiendo un nudo en el centro de mi cuello.

Irma siguió mi mirada y llegó hasta sus tetas. Las miró detenidamente, como si estuviera buscando alguna mancha en la impoluta tela de su camisa.

—Sí, se me marcan un poco —dijo, como si estuviera leyendo mis pensamientos—. No lo puedo evitar. Si uso corpiños de tela ancha es peor, porque hacen que mis pechos parezcan aún más grandes. Es un problema que me avergüenza mucho.

—Emm… con todo respeto, Irma… no debería avergonzarse. Debería estar orgullosa de tenerlas tan firmes a su edad.

—¿A su edad? —Soltó una risita—. ¿Cuántos años creés que tengo?

Miré la ventana más cercana y sentí el fuerte impulso de saltar por ella. Logré contenerme solo porque estamos en un séptimo piso.

—Este… em… sinceramente no lo sé, es solo que… parece mayor que Stella.

—Ah, sí… soy mayor que ella, de eso no hay dudas. Tengo diez años más que Stella.

—Entonces… ¿cuarenta y pico?

—Sí, dejémoslo en cuarenta y pico. Ah, y decile a tu hermana que no se tome muy a pecho lo que le dije —me dio la sensación de que con el “muy a pecho” intentó hacer un chiste de doble sentido… pero con esta mujer es imposible estar seguro—. Lo que pasa es que hace unos días vi como la ayudabas con un alfiler de gancho, porque se le había roto un botón de la camisa. A mí me pasó lo mismo varias veces… eso es porque estas camisas de oficina no están pensadas para mujeres con busto generoso. —Infló sus tetas, los pezones se marcaron con más fuerza y los botones parecieron a punto de explotar—. Pero… ¿ves? Ya no me pasa. Eso es porque la modista le pone un refuerzo de costura a todos los botones. Estoy segura de que a Katia se le seguirán marcando los pechos, como a mí; pero al menos ya no tendrá accidentes como ese.

De pronto noté que la temperatura del ambiente subía. ¿Quién habrá sido el inconsciente que prendió la calefacción… con el calor que hace? Y la señora Irma… empecé a notar rasgos de auténtica belleza en sus facciones duras. Sus ojos de lince me atravesaban y esa boca… se tornaba mucho más hermosa al sonreír.

—Espero no haberte incomodado con mi charla —dijo, apartando la mano de mi regazo.

—No, por supuesto que no —dije, automáticamente—. Espero que usted no se haya aburrido con mi explicación… la gente tiende a aburrirse cuando hablo.

—¿En serio? No sé por qué decís eso. A mí me pareció de lo más interesante… además aprendí alguna que otra cosita. Sos un chico muy inteligente y aplicado, Abel. Veo mucho futuro para vos en esta empresa. Y si con esto querías demostrar que sos capaz de hacer el trabajo de Stella, lo lograste —me guiñó un ojo—. Bueno, te dejo… tengo que ir a una reunión que empieza… uy, en menos de dos minutos.

Se puso de pie y se alejó meneando las caderas. Noté que de Irma también posee una cola generosa y muy bien formada, elegante, como cada fibra de su ser.
Me quedé un poco mal sabiendo que ella cree que hice esto para serruchar el piso de Stella. Mi intención era todo lo contrario. Quería ayudarla, a que no la echen… pero una parte de mí se alegró al imaginar que podría obtener su puesto y ser el jefe en mi área. Se me aceleró el corazón de solo pensar en la cara que pondrían mis compañeros.

***

Después de una agotadora jornada de trabajo, necesitaba darme una ducha. Podía notar cómo mis problemas se desvanecían con el agua caliente cayendo en mi espalda. El primer momento de relajación del día… y alguien tenía que interrumpirlo, por supuesto.
Katia entró al baño como si fuera su cuarto. Estaba completamente desnuda y traía un toallón colgando del brazo.

—Vas a tener que esperar —le dije, intentando que la mirada no se me quedara bloqueada en sus tetas.

—¿Por qué? Si podemos bañarnos juntos. ¿Qué problema hay?

Dejó su toalla junto a la mía y entró en la ducha sin esperar a que yo aceptara. Comenzó a enjabonarse el cuerpo. Masajeó sus tetas, y a pesar de que lo hizo sin sensualidad, no pude evitar sentir un cosquilleo en mi entrepierna. No sé si alguna vez podré acostumbrarme al estilo de vida de Katia. Me gustaría tener más momentos de intimidad… y situaciones en las que ella lleve la ropa puesta.

—¿Querés que te chupe la pija?

Me quedé atontado, con las manos llenas de shampoo sobre mi cabeza. ¿Acaso escuché bien? Soltó esas palabras como quien te pregunta la hora. Ni siquiera hubo un leve titubeo en su voz.

—¿Qué? No, Katia… ya hablamos sobre eso, y no me parece…

—Ay, no seas tan rígido, Abel. Lo quiero hacer porque sé que hoy la pasaste mal en el trabajo, por culpa de Irma. Y yo… bueno, me pasé el día sirviendo café y chupándole la concha a una rubia hermosa. Y encima me van a regalar ropa. ¿Te creés que no me doy cuenta de que todo esto te molesta? Mientras vos hacés el trabajo difícil de la oficina, yo me divierto con Stella. —Mientras hablaba sus manos recorrían su entrepierna—. Hoy se la chupé a ella, para que se tranquilice un poco… y funcionó. Entonces se me ocurrió… ¿y por qué no le doy el mismo servicio a Abel?

Sonrió con ternura y con movimientos poco elegantes se puso de rodilla. Su mano se movió más rápido que mi cerebro. No encontré palabras para detenerla. Katia abrió la boca y se tragó toda mi verga. No le costó nada, porque aún estaba flácida. Sin embargo, en pocos segundos, y a base de intensos chupones, logró ponérmela bien dura.

Cada vez que me chupa la pija se siente más raro. Definitivamente no es algo a lo que me pueda acostumbrar. No puedo simplemente minimizar la situación y disfrutar. Que sí, a ver… lo disfruto, porque Katia la chupa realmente bien… y yo no soy de madera. Pero no puedo dejar de pensar que esa tetona petera es mi hermana. La misma Katia con la que discutí mil veces porque deja las medias y los calzones tirados en cualquier parte de la casa.

Desistí de intentar detenerla, sabía que era inútil. Además… tengo que reconocer que ella tenía razón en algo: necesitaba algo para relajarme. Y su lengua le estaba dando a mi verga más de un motivo para olvidar los problemas del día.

Se me ocurrió que podía aprovechar el momento.

—¿Te molesta si te saco algunas fotos? Se las quiero pasar a Marcela… sé que estás enojada con ella, pero yo… em… todavía tengo interés en ver sus videos.

—Mmm… eftá bfien… —dijo, sin quitarse la verga de la boca.

Cerré la ducha, porque no quería mojar el celular, y agarré el teléfono. Le saqué varias fotos mamando verga y hasta la grabé durante unos pocos segundos. Ella incluso sonrió a la cámara, como si estuviera tan entusiasmada como yo. Me conmovió, de verdad me quiere ayudar a caerle bien a Marcela, aunque todavía haya algún conflicto entre ellas.

La mejor parte de las fotos y los videos llegó al final, cuando acabé. A Katia no le molestó en lo más mínimo. Dejó que todo el semen le cayera en la cara y dentro de la boca. Se lo tomó como si fuera una actriz porno… y a veces creo que en eso piensa. Es adicta al porno, le encanta mirarlo durante horas. Seguramente le dará mucho gusto emular a esas actrices… porque cuando se tomó mi leche, lo hizo como una experta.

***

Le mandé a Marcela las fotos que había sacado con Katia y la respuesta fue casi inmediata:

“Cómo me comería esa pija hermosa”.

No aguanté más. Puedo jugar al amigo virtual por un tiempo; pero no eternamente. Recordé las palabras de Celeste. Ella no quiere al aburrido Abel, quiere ver a Cristian… y si voy a adoptar ese alter ego, así sea para divertirme un rato, debo ponerlo a prueba. Con la diablita funciono. Marcela es el paso siguiente más lógico.

“Necesito verte —le escribí—. Entiendo tu situación. No te voy a exigir una cena, ni que pasemos toda la noche en un hotel. Solo te quiero coger… y creo que vos querés lo mismo. Decime cuándo y donde podemos tener un encuentro rápido y discreto. Nadie se va a enterar. Ni siquiera se lo voy a contar a Katia”.

Esta vez la respuesta tardó más en llegar… mucho más. Tuve que hacer tiempo leyendo algunos e-mails del trabajo, mientras veía cómo los minutos pasaban en el reloj. Hasta que, por fin, veinte minutos más tarde, la casilla de mensajes sonó.

“Esta noche. Afrodita. A la medianoche. Voy a estar usando un vestido rojo. Cuando me veas, mandame un mensaje”.

El corazón se me puso a mil. De verdad estaba pasando.

—Sí, carajo… Sí… —festejé como si hubiera metido un triple en un importante partido de NBA. Se me está pegando ese maldito deporte.

Pensé que sería difícil salir de mi casa sin alertar a Katia, en especial si lo hacía con una peluca rubia y barba postizas. Sin embargo, a mi hermana se le da por pasarse muchas horas encerrada en su cuarto, jugando videojuegos. Salí sin despedirme, apenas faltaban treinta minutos para la medianoche.

En una rápida búsqueda en internet averigüé que Afrodita es una discoteca gay bastante importante en la ciudad. Por un momento me pareció un gran riesgo presentarme en un sitio como ese. Luego entendí que era el mejor lugar para pasar desapercibido. Dudo mucho que alguien que me conozca esté ahí… a menos que a Stella se le de por ir. Lo cual es poco probable. ¿Y Paula? Mmm… carajo. ¿Y Cristina? La ex secretaria de Stella también tiene ciertas inclinaciones lésbicas.

Mierda. Ya me estoy poniendo paranoico. Basta, Abel. Basta. Nadie te va a reconocer con la peluca y la barba. Excepto la chica lesbiana de la tienda de disfraces…

La puta que me parió. Odio racionalizar todo. Es una de las cosas más difíciles de ser Abel. Todo lo tengo que analizar cuarenta veces, hasta que me agarra el pánico y termino huyendo.
Pero no esta vez. No voy a perder la oportunidad de pasar una noche increíble con una mujer como Marcela.

Entré en la discoteca diez minutos antes de la medianoche. Estaba repleta. Había tanta gente que no podía distinguir a nadie. Eso me tranquilizó… aunque me haría difícil localizar a Marcela. Vi varias mujeres con vestido rojo y ninguna se parecía a ella, al menos de contextura física, porque ni le conozco la cara.

“Estoy cerca de los reservados”.

El mensaje hizo que el corazón me diera un vuelco. Por primera vez estábamos los dos en el mismo lugar, a tan solo unos metros de distancia.

“Buscá un tipo rubio, de barba. Ese soy yo”, le escribí mientras me acercaba al sector que decía “Reservados”.

Había muchas mujeres besándose con mujeres… y eso me distrajo. En especial una flaca de pelo castaño largo que bailaba con una petisa con un culo infernal. Se comían la boca y se manoseaban por debajo del vestido, para el deleite del público.

“Te estoy viendo”.

Aparté la mirada del celular y busqué a mi alrededor. No había señales de Marcela. Seguí acercándome a los reservados. Eran una especie de cabinas con cortinas rojas, y fue justamente esto lo que hizo que Marcela se camuflara en el entorno. La distinguí por su cabello oscuro y anteojos de sol. Solo alguien que quería pasar de incógnito llevaría anteojos negros a medianoche. Me hizo una seña con la mano y no me esperó. Desapareció detrás de la cortina que tenía detrás.

Me acerqué empujando gente. Algunos me putearon, pero no les dí importancia. Estaba desesperado, necesitaba hacer contacto físico con esa mujer… urgente. Entré al reservado y me encontré con la imagen más espectacular que vi en mi vida. Marcela se había levantado el vestido. Tenía las manos apoyadas en una mesita ratona, que estaba rodeada por sillones rojos. Y su culo al desnudo, completamente expuesto, apuntaba hacia mí. Una gata en celo lista para la guerra. Esta puta no quería perder ni un minuto. Supuse que su marido no debía saber de esta escapada, y que no tendríamos mucho tiempo.

Descubrí que ya tenía la verga dura. Supongo que fue gracias a esas dos lesbianas que bailaban en la tarima, o quizás ocurrió en un segundo, al ver el tremendo culo de Marcela. Lo importante era que ya estaba listo para la acción… y ella también.

Liberé mi pene erecto y lo acerqué a los labios vaginales. Marcela giró apenas su cabeza y me mostró una sonrisa que era pura lujuria. Apenas se fijó en mí, y eso me dio ánimos para seguir adelante. A ella no le importaba saber la historia de mi vida, estaba acá para coger.
Me tomé tan solo un segundo para disfrutar del espectáculo visual. Ella se abrió las nalgas, invitándome a pasar.

Al penetrarla sentí que todas las malas energías acumuladas en mi cuerpo se desvanecían al instante. Algo así como esas alineaciones de chakra de las que habla mi vieja.
El calor de esa vagina envolvió mi verga, y rápidamente se llenó de flujos. Esta no era cualquier concha. No se sentía igual al resto. Había un morbo latente. Mi mente se inundó con los recuerdos de los videos porno que me mandó y ya no pude quedarme quieto. La tomé de la cintura y empecé a bombear con fuerza. Cuando vi que ella no se quejaba, empecé a darle más duro. Quería demostrarle que Cristian es un amante vigoroso, de esos que no andan con vueltas —como el aburrido Abel—. No soy el tipo más experimentado del mundo, pero tampoco soy ningún virgo. Sé que puedo hacerla gozar como una puta.

Los gemidos de Marcela se escucharon tenues entre la música estridente; pero ahí estaban. Ella soltaba un grito agudo con cada penetración. Me pareció escucharla decir que quería más… y si no dijo eso, fue algo parecido. Comenzó a menear sus caderas, tomándome por sorpresa. “Carajo —pensé—. Esta puta sí que sabe coger”. No era un ente pasivo. Sabía moverse, demostrando sus años de experiencia. Si llego a desarrollar un fetiche por las mujeres maduras, ya sé quién es la responsable de eso.

Marcela se alejó de mi, pero fue solo por un segundo. Se puso en cuatro en uno de los sillones y yo me apresuré a seguirla. Me coloqué detrás de ella otra vez y le metí la pija con toda la furia del mundo. Esta vez sí que la escuché gemir. Fue un grito largo, proveniente de lo más hondo de su ser. Los movimientos de su cadera se volvieron más intensos… más salvajes. Sus nalgas rebotaban como solo había visto en algún video porno. Ninguna de las mujeres con las que estuve se movía así… ni siquiera la diablita.

—Por el culo… dame por el culo… —dijo, con los dientes apretados.

Se me subió la calentura a la cabeza. Por extraño que parezca, no había tomado en cuenta esa posiblidad. Me sentí un boludo, porque con la afición de Marcela a meterse dildos por el culo… es obvio que iba a querer por atrás.

Mi verga estaba bien lubricada, gracias a sus jugos vaginales. Añadí un poco de saliva y comencé a presionar su agujero, mientras ella se abría las nalgas con ambas manos. Tenía la cabeza apoyada contra el sillón y estaba completamente entregada.

Empujé lentamente y ocurrió algo casi mágico. Mi verga fue tragada por su culo. No completa, claro está. Solo mi glande. Entró con una facilidad enorme, seguramente porque la muy puta estuvo dándose con algún dildo poco antes de venir, quizás ensayando la escena.

—¡Ay, sí… sí! —Escuchaba, entre la estridencia de la música—. ¡Dame… dame!

Le dí como si no hubiera un mañana. No sabía si algún día volveríamos a encontrarnos, por lo que no tenía que guardarme nada. Me aferré otra vez a su cintura y comencé a hundir mi verga. Cuando esta entró hasta la mitad, inicié el bombeo rítmico. Este agujero estaba mucho más apretado que su concha, se sentía de maravilla. Pero por los videos sabía que ella no tendría ningún problema en aguantar toda mi verga.

—Rompeme el orto… —chilló, con los dientes apretados—. Partime el culo al medio… que me encanta…

Uff… cómo me pone escucharla decir esas cosas. Noté mi verga palpitando, de puro entusiasmo, cada vez que lograba ir más hondo. Solo tardé unos cuantos bombeos en meterla completa. Este culo sí que está preparado para la batalla. Cuando noté que ya podía meterla y sacarla con facilidad, retomé el mismo ritmo frenético que había usado al darle por la concha. Ella comenzó a gemir y a chillar, sus nalgas rebotaron con esa danza pornográfica que tan bien sabía realizar.

Supe que ya no volvería a meterla en su concha, al menos no por el resto de la noche. Sería su culo quien se llevaría toda mi atención. No necesitaba guardar nada para después, solo debía mantener un buen ritmo constante. Lo más difícil era no acabar antes de tiempo, ya que esta era, sin lugar a dudas, la cogida más excitante de mi vida. Aún así logré mantener la suficiente frialdad mental como para no eyacular.

—¡Ay, sí… seguí… no pares!

Si ella quería más, le daría más. Mi respiración también estaba agitada, por el esfuerzo físico. Sentía el sudor bajando por mi cuello y mi pecho. Las manos también se me estaban llenando de sudor, no sé si era el mío o el de ella. Porque también había gotitas bajando por el canal de su espalda, justo debajo del vestido rojo.

Estuvimos cogiendo así, sin parar, durante varias canciones. Eso era lo único real que me permitía medir el paso del tiempo, porque dentro del reservado el timpo parecía haberse detenido. Solo había una repetición cíclica, de mis bombeos contra el culo de Marcela.

De pronto Marcela se puso de rodillas y tragó mi verga hasta el fondo de su garganta. Esta puta sí que sabe cómo comer pija. Me aferré a sus cabellos, cerré los ojos y disfruté de sus chupones voraces.
Exploté de placer. Todo mi semen comenzó a saltar a chorros y con cada espasmo estrujé con más fuerza el pelo de Marcela… hasta que sentí un movimiento extraño… como si el pelo se saliera de su lugar. Miré hacia abajo y…

No puede ser.

Tardé un poco en reconocerla, porque tenía la cara llena de semen —mi semen—, y la peluca aún seguía en su cabeza, aunque desalineada. Ella estaba concentrada en lamer cada rastro de leche que quedara en la punta de mi verga. Cuando miró para arriba nuestros ojos se encontraron. Me mostró su sonrisa más lujuriosa y lamió sus labios, tragando el semen que había en ellos.

—¿Mamá? —Pregunté, con la voz cortada. Me quedé con su peluca en una mano.

Mi cerebro estaba al borde del colapso. Esto no tiene ningún sentido. No puede estar pasando.

Marcela —o Patricia— se puso de pie con expresión de terror en sus ojos. Pegó un tirón a mi barba y otro a mi peluca. Cuando la sorpresa se apoderó de ella no pude dejar de notar que aún quedaban abundantes rastros de mi semen, entrecruzados en su cara.

—¿Abel?

Su confusión fue tanto un alivio como un martirio. Por un lado me tranquilizó que ella estuviera tan confundida como yo, pero por el otro… sigue siendo mi madre.

—Ay, no… no, no… no carajo, no… ¿Qué es esto? ¿A qué están jugando?

—A nada, mamá… te juro que yo no sabía…

—No, no… no… —repetía, como si fuera la única palabra que pudiera salir de su boca—. No, no… todo esto es culpa de ella. La voy a matar…

—Tenemos que hablar… —le dije, en un intento por tranquilizarla.

Sin embargo el pánico se apoderó de ella, pude notarlo en sus ojos. Soltó la barba y mi peluca, agarró la suya y, como pudo, se acomodó el cabello. Salió del reservado tan rápido que ni siquiera tuve tiempo a decirle que su cara aún estaba cubierta de semen.

Al abrir las cortinas me di cuenta de que era inútil perseguirla. Ella ya se había perdido en la multitud. Me quedé sentado en el sillón, abatido, sin saber cómo carajo ocurrió esto. “No pude ser —pensé, mientras me agarraba la cabeza con ambas manos—. Le metí la pija en el orto a mi mamá”.

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Comentarios

Nokomi ha dicho que…
El Capítulo 15 de "La Concha de mi Hermana" ya está disponible para los que me apoyan en Patreon.
Malachyah X ha dicho que…
Sabía que el momento llegaría, aunque quedé tan sorprendido como ellos, jejeje. Ahora tiene sentido el enojo de Katia porque Marcela se cogiera a Mavi.
DaniPerez ha dicho que…
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ha dicho que…
Ay la puta madre si quisieras mantenerme esclavizado leyendo relatos tuyos sin parar lo podrías hacer sin problema, como logras que quiera más siempre, un abrazo
Unknown ha dicho que…
Cuando subes el 15 aquí
Unknown ha dicho que…
Para cuándo estará disponible aquí?
Nokomi ha dicho que…
Gente, ya no publico los relatos siguiendo un cronograma con fechas. Los subiré al Blog cuando los haya corregido y considere que están listos. De momento los capítulos 15 y 16 de "La Concha de Mi hermana" están disponibles solo para los que me apoyan en Patreon.

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