Capítulo
14
Bajo la
superficie.
El corazón
me latía descontroladamente y mi cabeza daba vueltas interminables haciendo que
emociones opuestas se atropellen entre sí, por un lado estaba aterrada por
haber golpeado a una profesora, nunca en mi vida había recurrido a la violencia
física, esa no era yo; pero por el otro lado estaba la enorme satisfacción de
haberme hecho respetar, aún podía sentir en mis nudillos la cara de Jimena y
recordaba vívidamente la forma en que cayó desplomada en su sillón, ese golpe
no iba sólo para ella, también iba para mi madre, mi padre y todas aquellas
personas que se habían empecinado en arruinarme la vida, era un golpe contra la
opresión. Las manos me temblaban y no podía dejar de caminar, sabía que si me
detenía en cualquier momento estallaría en llanto y posiblemente me diera una
crisis de nervios.
Los
laberínticos pasillos de la Universidad me llevaron hasta el área destinada al
convento, era mi inconsciente quien me conducía. Al parecer Dios se acordó de
mí luego del terrible momento que me tocó vivir, puso en mi camino a un grupo
de monjitas de las cuáles yo sólo conocía a una. Anabella dejó de hablar con su
compañera en el mismo instante en que me vio, mi aspecto debía ser desastroso,
lo deducía por la expresión de su rostro.
-Buenas tardes
Hermanas –saludé haciendo un increíble esfuerzo por sonar calmada y alegre; las
monjitas me devolvieron cordialmente el saludo- ¿puedo robarles a la Hermana
Anabella por unos minutos? Tengo que hablar con ella de un asunto importante
–noté que la mayoría de las monjas eran viejas y si Dios estaba de mi parte, no
habrían visto mi video erótico ni sabrían nada de mí, pero como todas
titubeaban me vi obligada a mentir- tengo que darle los detalles para una misa
sobre el primer aniversario de la muerte de mi abuelita –sabía que Anabella se
encargaba de organizar buena parte de las misas por lo que hacía perfecta la
excusa.
-Ah sí, ya
recuerdo quién es usted –dijo Anabella corroborando mi teoría de que las monjas
también mienten- pase por aquí y me cuenta todos los detalles, siento mucho lo
de su abuelita.
-Muchas
gracias –le dije simulando pena; la abuelita en la que había pensado para la
excusa llevaba muerta más de diez años.
Caminamos
directamente hasta sus aposentos sin cruzar palabra alguna por miedo a que
alguien nos estuviera escuchando, yo mantuve mi postura lo más tranquila
posible aunque tuviera ganas de gritar, todo estaba muy vivo en mi mente, no
habían pasado ni quince minutos desde que le partí la boca de un golpe a Jimena
Hernández.
-¿Qué pasó
Lucrecia, por qué estás así? –me preguntó apenas nos encerramos en su cuarto.
-¿Así cómo?
–fue una pregunta automática, sabía muy bien a lo que se refería.
-Te veo
tensa y pálida ¿estuviste llorando? –Pasé el dorso de mi mano por mis mejillas
y descubrí rastros de lágrimas- no me digas que te peleaste otra vez con Lara.
-No, esto no
tiene nada que ver con esto… bueno sí tiene, pero no me peleé con ella, de
hecho Lara ni siquiera sabe lo que pasó porque vine directamente a verte a vos,
terminé de arruinar mi vida Anabella, ya no sé qué voy a hacer… todo me sale
mal y sé que en cualquier momento voy a explotar.
-Vas a
explotar si no te serenás un poco.
Me tomó de
las manos, fue como si me hubieran inyectado un sedante, la miré directamente a
sus hermosos ojos mientras mi respiración volvía a la normalidad, me lancé
sobre ella y la abracé con fuerza. Lo necesitaba desesperadamente. Ella tuvo la
gentileza de abrazarme con la misma intensidad.
-¿Ya estás
mejor? –me preguntó en cuanto nos soltamos, luego de varios segundos.
-Sí, mucho
mejor. Gracias por ser tan buena conmigo Anabella. Te quiero mucho –me acerqué
y le di un beso que se estrelló con torpeza en su mejilla.
-Yo también
te quiero mucho, Lucrecia. Sos mi mejor amiga –en lugar de alegrarme, esas
palabras fueron como un puñal en mi pecho pero en ese momento tenía otras
preocupaciones en mente.
-Qué lindo
eso que decís –le sonreí lo mejor que pude.
-Vení,
sentate y contame qué paso, pero hablá despacio, no te atolondres.
-La
paciencia no es una de mis virtudes –admití mientras tomaba asiento.
Le narré
todo lo sucedido sin obviar detalles. Ella escuchó en silencio todo el tiempo,
sabía cómo escuchar a la gente sin interrumpirla. Le hablé de Gladis Rodríguez
y de cómo la mujer fue tan falsa conmigo al sonreírme todo el tiempo, me sentía
una estúpida por haber confiado en ella. A pesar de que Anabella vivía en este
mismo edificio no conocía a esa mujer y tuve que aclararle quién era, también
hice lo mismo con Jimena Hernández, ésta al menos se había mostrado tal como
era, una enferma mental con reacciones totalmente inmaduras, que ni siquiera
yo, a mis veintiún años, las tenía.
-No sé qué
hacer Anabella, me vida se cayó a pedazos –le dije con los ojos llenos de
lágrimas- ¿cómo puede ser que todo esto me esté pasando a mí? Nunca le hice mal
a nadie, sólo me preocupé por ser feliz junto a las personas que quiero.
-No es que
quiera salir con el clásico “Te lo dije”, pero yo hace mucho te hablé y te dije
que tus actos podrían tener graves consecuencias. Te metiste muy rápido en un
mundo que no conocías, pero ojo, con esto no justifico lo que te pasó. Nada de
esto debería haberte pasado, como vos lo dijiste, nunca le hiciste mal a nadie,
más que a vos misma. Me sorprendió que tus padres obraran de esta forma y más
me sorprende que haya gente dentro de la Universidad decida a hacerte la vida
imposible. Me da mucha bronca que sean tan malas personas, perdón que lo diga
así, pero me cuesta horrores entender cómo la gente puede ser tan mala y
desconsiderada.
-Así es el
mundo real Anabella, está lleno de gente de mier…
-Sí, ya
entendí. Puede que sea cierto, pero tenés que buscar el lado positivo.
-¿Cuál sería
ese? Porque yo no puedo verlo, me quedé sin casa, me quedé sin dinero y me
quedé sin educación.
-Pero
todavía tenés gente que te quiere mucho y que te va a ayudar en todo lo que se
pueda. Lara y yo no te vamos a dejar sola –me acarició el dorso de la mano con
la yema de sus dedos- además todavía sos joven Lucrecia, tenés toda una vida
por delante. Nunca sabés qué puede pasar.
-Podrían
empeorar las cosas.
-O podrías
esforzarte para que mejoren y dejar de sentir lástima por vos misma, eso no te
lleva a ningún lado. Sí es feo todo esto que te está pasando, sí vas a llorar y
vas a sufrir, pero está en vos levantarte y seguir adelante.
-Como lo
hiciste vos.
-¿Te estás
burlando de mí?
-No, para
nada. Lo digo honestamente. Vos pasaste momentos terribles en tu vida, pero
saliste adelante, encontraste una vida que te da paz y tranquilidad.
-Eso es
cierto, podrá ser una vida un tanto aburrida, pero también me alimenta el
espíritu. Es cierto que me deprimí mucho, hasta… hasta estuve a punto de
quitarme la vida, pero no lo hice porque sabía que eso no solucionaría nada y
sólo mataría de la angustia a mi madre.
-No sabía
eso –apreté su mano con fuerza- pero me imagino cuál fue el motivo.
-Sí, fue
justo después de la muerte de mi padre… estuve tan cerca que se me pone la piel
de gallina al pensarlo, pero en ese momento vi la cruz de madera que me hizo mi
padre –sacó dicha cruz de su sotana, la tenía colgada del cuello- sentí una
calidez enorme en mi cuerpo, como si mi padre o Dios me estuvieran enviando un
mensaje. En ese momento supe que mi vida no podía terminar allí y decidí
afrontar todos mis miedos. No sólo recurrí a la religión en busca de refugio,
sino que también lo hice para poder ayudar a quien lo necesite.
-Es muy
hermoso lo que me contás, Anabella, aunque últimamente yo estoy un poco enojada
con Dios.
-Vos no
estás enojada con Dios, estás enojada con la gente que hace mal uso de sus
enseñanzas –abrí los ojos sorprendida.
-Tenés
razón, eso es exactamente lo que están haciendo mis padres. Están abusando de
las enseñanzas bíblicas, se llenan la boca hablando de eso pero no miden sus
propias acciones, se fanatizan por pertenecer y agradarle a un sector de la comunidad
ocultando o negando sus propios pecados. Se los perdonan mutuamente para no
tener que contárselos a nadie y… echan a patadas de la casa a su hija porque
ésta interfiere y pone en riesgo todo lo que ellos construyeron –allí fue
cuando vi todo más claro- ¿cómo no me di cuenta antes? –Anabella me miró
ladeando un poco su cabeza- de verdad tenían miedo de que Lara haga público lo
que mi mamá hizo en esa fiesta… lo que hicieron no fue más que un último
manotazo de ahogado.
-¿Qué
fiesta?
-No te puedo
contar ahora. Necesito hablar con Lara, ya sé lo que puedo hacer para
solucionar mis problemas o para destrozar mi vida por completo. Lo que salga
primero.
-No digas
eso Lucrecia –me puse de pie y caminé hacia la puerta- Lucrecia vení, no seas
tan impulsiva- abrí la puerta- ¡Lucrecia! –Escuché que se ponía de pie mientras
yo salía de su cuarto- no voy a permitir que hagas otra locura- podía escuchar
sus pasos detrás de mí.
-Es mi vida
Anabella y tengo derecho a recuperarla o arruinarla por completo.
-Estás actuando
sin pensar, como siempre hacés.
-¿Me vas a
seguir hasta la casa de Lara?
-Sí, si es
necesario.
-Anabella,
no te lo tomes a mal –le dije sin dejar de caminar a paso ligero- pero a vos no
te afecta en nada lo que yo haga.
-Sí que me
afecta… y mucho. Sos la persona que más quiero, después de mi madre –me detuve
en seco.
-¿Lo decís
en serio?
-Sí, pero no
pienses de más. Te quiero como amiga y sólo eso es lo que intento decir, ya
sabés muy bien por qué te lo aclaro –sus ojos chispeaban- en estos últimos meses
te metiste en mi vida y nunca me había sentido tan bien con otra persona, vos
sos me alegrás siempre que estoy triste o aburrida, sos la que le pone un
condimento extra a mi vida y si vos te caés lo mismo me va a pasar a mí.
- Gracias
por todo lo que me decís, de verdad significa mucho para mí que alguien como
vos me valore tanto. Te prometo que todo va a salir bien Anabella –le sonreí-
voy a pensar muy bien las cosas antes de hacerlas, para eso la tengo a Lara.
-De todas
formas me quiero asegurar que no cometés ninguna locura irracional.
-Todas las
locuras son irracionales, Anabella.
-Sí, pero
las tuyas lo son más. Voy con vos y no se hable más.
-Está bien…
¿me prestás tu teléfono para llamar a Lara?
-Esa fue
buena, pero no voy a caer.
-¿A qué te referís?
-Sabés muy
bien que mi teléfono quedó dentro de mi cuarto, en cuanto la monjita ingenua
vaya a buscarlo, Lucrecia desaparece y tira su vida al tacho.
-Tengo que
reconocer que siempre estás un paso delante de mí –sonreí divertida- me va a
venir bien tener de aliada a alguien tan astuta como vos –me miró con el ceño
fruncido- está bien, lo admito. Me iba a ir en cuanto te des vuelta, pero ya
no. Además no sé dónde está Lara, sería bueno llamarla. Si querés buscamos
juntas el teléfono.
-No quiero
que te alejes de mí, ni por un segundo -¿sabrá ella cuántas veces fantaseé con
que me diga esa frase? Aunque el contexto no era el que yo imaginaba, me puso
feliz escucharla.
Llamé a Lara
y me informó que en ese momento se encontraba en una reunión en la Asociación
Israelita junto a sus padres y me pidió que por favor fuera a rescatarla ya que
no se le había ocurrido ninguna excusa para que no la obliguen a ir. Su apuro
por salir de allí era tal que me dijo que fuera en taxi, ella me prestaría
dinero para pagarlo.
No le dije a
Anabella a dónde iríamos ya que quería ver su expresión al llegar, pedimos el
taxi y en menos de quince minutos nos detuvimos frente a un gran edificio que
llevaba un cartel blanco con una estrella de David en azul. La reacción de la monjita
no fue la esperada, supuse que se iba a incomodar pero se apeó del vehículo sin
preocupación alguna y caminó junto a mí hacia la puerta de la asociación. Había
un número considerable de gente de pie en el hall de entrada y fueron ellos los
que reaccionaron de forma extraña al ver a mi acompañante. Al parecer nadie
comprendía qué hacía una monja en una reunión judía.
-Buenas
tardes señoritas ¿podemos ayudarlas en algo? –nos preguntó un hombre delgado y
con gafas opacas.
-Estoy
buscando a Lara Jabinsky –anuncié mientras el hombre escaneaba de arriba abajo
a la preciosa muchacha enfundada en hábitos católicos, ella le sonreía con
simpatía- no se preocupe, no vino a iniciar ninguna guerra santa –le dije
mientras señalaba a Anabella con el pulgar- es solamente una amiga, me está
acompañando.
-¿Eh? Ah sí,
disculpe. No era mi intención ofenderla, Hermana –lo dijo educadamente, no noté
sarcasmo en su tono de voz.
-No se
preocupe, no me ofendí. Entiendo que puede resultar un tanto extraño verme por
aquí. ¿Se encuentra la señorita Jabinsky? –si de algo sabía Anabella era de
cortesía.
-Déjenme
preguntar, ¿tiene algún parentesco con Lucio Jabinsky?
-Sí, es la
hija. Busque a una chica de unos veintiún años, de cabello negro, de piel
pálida y que tenga el aspecto de estar totalmente aburrida. Esa es la Lara que
busco.
-Entiendo
señorita. Los jóvenes siempre se aburren en estas reuniones, yo también me
aburría a esa edad. Ya vuelvo con su amiga.
-Vaya
tranquilo, le prometemos no convertir a nadie en su ausencia –el hombre sonrió,
a pesar de su aspecto serio parecía tener buen humor.
Esperamos un
par de minutos tolerando la mirada curiosa de todos los presentes, por suerte
el hombre encontró a la Lara correcta y ésta salió a recibirnos con una amplia
sonrisa.
-Me
salvaron, pensé que me moriría del aburrimiento ahí dentro –nos dijo en voz
baja- para colmo había un chico que no dejaba de insinuarme cosas. Un
desubicado total, ni siquiera en una reunión religiosa deja de lado la
testosterona.
-Estás muy
linda Lara- le dije con sarcasmo; llevaba el pelo completamente recogido, una
camisa celeste y una falda negra muy formal.
-Callate
Lucrecia, yo no me burlo de la ropa que usás para misa.
-Sí te burlás.
Decís que parezco la Cenicienta –tenía ganas de saludarla con un beso en la
boca, pero por razones obvias no lo hice.
-Bueno, no
se peleen por eso, sino ¿a mí qué me queda? Estoy todo el día vistiendo estos
hábitos –intervino Anabella.
-¿No era que
te gustaba llevarlos? –le pregunté.
-Sí, pero
ahora me siento un poquito incómoda con todo el mundo mirándome, mejor vamos a
otra parte… donde haya más cruces y menos estrellas.
-Sí, mejor
vamos antes de que la novicia se nos ponga rebelde –les dije iniciando la
marcha.
Mientras
caminábamos le expliqué a Lara que al taxi lo había pagado yo misma, porque
todavía tenía algo de dinero y si todo salía bien podría estabilizarme un poco.
Llegamos a una plaza muy bonita que estaba poco concurrida, nos sentamos en un
banco de cemento que no era muy cómodo pero era eso sentarnos en el suelo.
-¿Qué pensás
hacer Lucre? –me preguntó mi novia.
-Me di
cuenta, gracias a Anabella, que mis padres montaron todo ese numerito por
miedo. Quisieron hacerme entender que no les importaba lo que había en ese
video.
-¿Le
contaste a Anabella sobre el video?
-No sé nada
sobre ningún video… y creo que no quiero saberlo.
-Mejor que
no sepas todos los detalles. Digamos que el contenido del video compromete
enormemente a mi madre, si es que éste llegara a los ojos de los integrantes de
mi familia.
-Y también
de las amigas de tu madre… mejor dicho, de los maridos de estas.
-¿De verdad?
Eso no lo sabía… aunque lo suponía –sonreí con malicia- eso pone las cosas aún
más interesantes, por culpa de mi madre se podría hundir mucha gente.
-¿No
pensarás perjudicar a toda esa gente sólo porque a vos te va mal, cierto? –la
mirada inquisidora de Anabella me avergonzó.
-Es que…
bueno… sí, tenés razón. Esa gente no me hizo nada a mí, pero mi madre no sabe
qué tan lejos pretendo llegar, digamos que puedo hacerle creer que voy a
distribuir copias del video por todas partes.
-Me gusta la
idea del chantaje –acotó Lara- ¿pero qué le vas a pedir a cambio?
-Esperá
–miré a Anabella.
-¿Qué pasa?
–me preguntó.
-Estoy
esperando tu reacción ante la palabra “chantaje” ¿No tenés ningún sermón para
darme?
-Tengo
muchos, pero sé que no servirían de nada, de todas formas lo vas a hacer. No
soy vengativa pero sé que tu madre merece algún pequeño castigo por lo que te
hizo.
-Y dice que
no es vengativa... qué monjita más rara resultaste.
-Podré ser
monja pero tampoco soy una santa. Me molesta mucho que tu madre utilice de esa
forma la palabra de Dios. No debería ser utilizada para perjudicar a la gente…
aunque estas personas piensen de forma indebida.
-No me
vengas ahora con los sermones sobre el lesbianismo –me quejé- estamos hablando
de chantaje. Vamos de a uno a la vez. ¿Estás de acuerdo con que hagamos eso?
-Claro que
no, pero quiero escuchar cuál es tu idea.
-Mi idea es
asustarla un poco, como en el póker o el truco, donde uno intenta hacerle creer
al rival que tiene las mejores cartas, así no las tenga. No quiero publicar el
video realmente, no soy tan mala persona y sé muy bien lo mucho que puede
afectar eso en la vida de una persona, pero sí quiero que ella lo crea. Que
piense que estoy dispuesta a joderle la vida totalmente.
-Bueno, si
sólo es una mentira, está bien.
-Grabala
Lucrecia –sugirió Lara- tenés a una monja admitiendo que está bien mentir,
podés chantajear a todo el Vaticano con eso.
-No se pasen
–dijo Anabella intentando contener su risa- no digo que esté bien mentir. Pero
será posible, no puedo decir nada que todo lo toman por el lado indebido. Lo
que yo quería decir es que si realmente no van a hacerle mal a nadie, entonces
me parece bien. Si no funciona, no pasa nada… pero puede que si tu madre te
cree, puedas recuperar tu vida.
-No voy a
recuperar mi vida –agaché la cabeza- conozco a mi mamá, ella es como un perro
rabioso, no piensa, sólo actúa por instinto.
-¿A quién me
hará acordar? –se preguntó la monja.
-No me hace
gracia. No soy como ella. A lo que voy es que se va a defender con uñas y
dientes, a lo sumo voy a poder conseguir algo muy chico, como para dejarme
callada, pero si le pido mucho, siendo tan orgullosa y avara, voy a salir
perdiendo y no me va a dar nada.
-¿Qué pensás
pedirle? –Preguntó Lara- con la beca podés solucionar el problema con la
Universidad y…
-A la mierda
la Universidad, no pienso seguir estudiando. Que se metan la beca en el centro
del…
-¡Lucrecia!
–Me retó la monja- entiendo que estés enojada pero cuidá tu vocabulario, aunque
sea frente a mí.
-¿Qué pasó?
¿Me perdí de algo? –la morocha nos miraba a las dos sin comprender nada.
-Esa es otra
historia. Después te cuento bien, por ahora creeme que no pienso volver a
estudiar en esa Universidad, lo haré en una estatal… de ser necesario cambiaré
de carrera, ya veré.
-Bueno…
-Lara agachó la cabeza- pero después contame bien porque no entiendo ni medio.
-Sí, te
prometo que te cuento todo, ahora necesito que me ayuden con el problema de mi
mamá. Anabella, vos me podrías ayudar a contactar con ella, porque aunque la
llamara por teléfono, ella ni siquiera me contestaría. Tengo que hablarle de
frente.
-¿Por qué no
vas a tu casa… a su casa y le hablás?
-Es que
necesito agarrarla sola, sin que esté mi papá en el medio. Quiero que vos
hables con ella primero, pero solamente si querés hacerlo Anabella, no quiero
que te sientas forzada.
-Está bien,
la verdad es que me gustaría intercambiar un par de palabras con tu madre.
-Entonces
preparate porque este domingo lo vas a hacer.
*****
Tuve que
esperar tres largos días hasta que por fin llegó el bendito domingo. Repasé mil
veces lo que iba a decirle, Lara me ayudó a elaborar un poco mis palabras pero
sabíamos muy bien que la tensión del momento me haría cambiarlas, por eso mismo
ella estaría todo el tiempo junto a mí, para mantenerme centrada en el
objetivo.
Nos reunimos
con Anabella en la puerta de una amplia iglesia a la que mi madre solía
concurrir. La monja todavía parecía un poco escéptica pero cuando comprendió
que ella sólo tenía lograr que mi madre me hablara, se tranquilizó un poco, el
resto del plan correría por mi cuenta y la de Lara. Me puse unos anteojos
oscuros, propiedad de mi novia, y me até el pelo de una forma diferente, por lo
general lo llevaba suelto así que la diferencia era considerable. Sólo
pretendía pasar desapercibida durante un rato, hasta que llegara el momento
oportuno.
Lara y yo
nos sentamos en un cantero ubicado a la derecha de la puerta de entrada de la
iglesia, elegimos este sitio porque las tupidas plantas nos cubrían un poco. Me
puse tensa en cuanto vi a mi madre acercándose y mi novia me tomó de la mano.
La vi regodeándose a cada paso, iba vestida con un conjunto blanco demasiado
lujoso como para una simple misa, en esta iglesia valía más la ropa que uno se
ponía que la pureza del espíritu. Mientras más dinero y lujos poseían uno, más
aceptados eran. Creo que esto disgustó a Anabella porque la vi fruncir el ceño
apenas vio a Adela, pero luego cambió totalmente su expresión por una simpática
sonrisa.
-Buenos días
señora –la saludó la monja apenas se cruzaron a mitad de camino hacia la puerta
de entrada- usted debe ser Adela de Zimmermann.
-Sí, esa
misma soy yo –contestó mi madre con una sonrisa, estaba segura de que le
encantaba ser ella la que hablara con una monja, esto le daría de qué hablar y
presumir ante sus amigas- ¿por qué lo pregunta?
-Es que me
hablaron de usted, de todas las cosas que hizo por esta iglesia y de lo
respetada que es en la comunidad católica.
-En la comunidad
cristiana –corrigió- por más que haya pequeñas diferencias, todos somos hijos
de Dios –al escucharla clavé las uñas en la mano de Lara, tenía ganas de
levantarme y saltar sobre ella, odiaba que fuera tan hipócrita.
-Me
presento, soy la Hermana Anabella –se estrecharon las manos-Tiene mucha razón,
señora. Todos somos hijos y siervos de Dios.
Nosotros no tenemos el poder de juzgar a nadie, aunque esa persona
piense diferente.
-Así es. Hay
gente que se olvida de eso, la discriminación no resuelve nada –decía la muy
hipócrita- hay que ayudar a aquellos que están perdidos en la senda de la vida.
-Coincido
totalmente, hay gente que dice ese tipo de cosas de boca para afuera y luego
hacen todo lo contrario –tenía ganas de besar a Anabella- usted en cambio demuestra
con acciones que está siempre a servicio de Dios.
-Es que las
acciones hablan más que las palabras.
-Es cierto,
por eso no importa cuánto rece una persona o cuánto venga a la iglesia si luego
va a perjudicar al prójimo con sus acciones, eso sería vivir de las
apariencias. Crear una pantalla de luz ante los ojos de aquellos que no pueden
ver más allá de sus propias narices para ocultar los pecados y las malas
acciones. ¿No es cierto?
-Este… sí,
supongo que sí –por primera vez en mucho tiempo vi flaquear a mi madre, la
monjita había sumado un clavo a la cruz que mi madre debía cargar.
-Es así.
Créame. Se sorprendería de cuánta gente hay que esconde tras las Santas
Escrituras, eso lo detesto porque yo amo los Evangelios y me duele en el alma
que se los emplee con malos fines.
-Eso es no
tenerles respeto.
-¿Usted les
tiene respeto señora? –nada de esto había sido planeado, las palabras de
Anabella corrían por su cuenta y me alegraba de poder estar tan cerca como para
escucharlas.
-Claro que
sí, dediqué toda mi vida a amar y respetar a Dios.
-¿Solamente
a Dios?
-¿A qué se
refiere? –sus grandes ojos negros parecían a punto de saltar fuera de sus
cuencas.
-A que Dios
nos enseña a amar al prójimo. Amar a Dios es amar a todas las personas que nos
rodean, especialmente si son nuestra familia. Debemos mantener la familia
unida, para eso existe el lazo sagrado del matrimonio y es un lazo que se hace
extensivo hacia los hijos frutos de esa unión. Uno no puede echarlos a patadas
a la calle sólo porque piensen diferente –en ese momento supe que estaba
perdidamente enamorada de Anabella, mi corazón latía descontroladamente.
Adoraba a esa mujer.
-¿De qué me
está hablando, señorita?
-Sor
Anabella, para usted. Hay alguien que quiere hablarle.
Señaló con
el pulgar el cantero en el que nos encontrábamos sentadas Lara y yo. Mi madre
tardó en reaccionar, desde donde estaba no podía ver mi cara ya que estaba
cubierta tras la vegetación, pero sí podía ver el rostro de la pequeña muchacha
de cabello negro a la que tanto temía. Se puso pálida e intentó caminar en la
dirección opuesta pero Anabella la tomó del brazo.
-Le sugiero
que hable con su hija. Ésta es su oportunidad para demostrar que tiene corazón
y que no es una simple arpía que vive de apariencias.
-¿Cómo se
atreve a…?
-Me atrevo
porque usted me da asco señora. Usted es una de esas personas que arruinan lo
más hermoso que tiene la religión al usarla para su beneficio personal. Como
persona le digo que me parece repulsivo lo que hace, pero como sierva de Dios
debo decirle que debe encontrar esa luz que todos llevamos dentro y debe
hacerle frente a toda esa oscuridad que la carcome. Hable con su hija que ella
tiene algo muy importante para decirle.
-¿De qué se
trata? –mi madre estaba aturdida, como si una bomba hubiera estallado en sus
oídos.
-No lo sé
–mintió Anabella- eso lo puede averiguar hablando con ella. Yo me retiro, que
tenga buen día y que Dios la bendiga.
Tuve que
esforzarme por no llorar mientras veía a Anabella entrando a la iglesia. Me
puse de pie y miré a mi madre a través de las gafas, estuve a punto de
quitármelas pero supe que éstas me ayudarían, así ella no podría detectar
cuándo mis ojos titubeaban.
-Hola Adela
–ya no la llamaba mamá- tengo que hablar con vos y te sugiero que vayamos a
otro sitio.
-No voy a
ninguna parte –ya había activado su instinto canino de defensa- ¿qué querés
Lucrecia?
-Está bien,
no vengas. Lara, mandale el video a Silvina –en cuanto mencioné el nombre de su
amiga mi madre se puso tensa.
-¿Qué video?
–preguntó.
-Sabés muy
bien de qué video hablamos y también sabés que tengo el número de teléfono de
tu amiga –era mentira, lo había quedado estancado dentro de mi celular-
solamente te pido que vengas a hablar conmigo.
-Vas a
terminar muy mal Lucrecia. ¿Dónde querés hablar?
-A media
cuadra hay un bar –lo señalé con el índice- vamos para allá.
Necesitaba
tenerla en un lugar neutral y lejos de cualquier interrupción, entramos las
tres al bar y escogí la mesa más apartada de la entrada, en un rincón. Por
suerte el único cliente del bar era un viejito que estaba en la otra punta
leyendo un diario. Antes de sentarnos le pedí al mozo tres botellas pequeñas de
gaseosa y una pizza bien grande, estaba muerta de hambre y le haría pagar a mi
madre la cuenta.
-Te explico
cómo es la cosa –le dije antes de que empezara a ladrar- al principio me creí
todo ese versito de “la esposa perdonada” y del “no me importa el video”, pero
si conozco a papá la mitad de lo que creo conocerlo, él no te perdonó nada,
debe estar tan enojado con vos como lo estoy yo. Él actuó de esa forma sólo por
interés, sabe que si el video sale a la luz vos perdés tu reputación en los
negocios y él queda perjudicado donde más le duele… en el bolsillo, por eso
habrá accedido a respaldarte. Me arriesgaría a suponer que él ya no se queda
tanto tiempo en la casa, debe estar viviendo en otro lado… hasta debe estar
pasándola bomba con alguna otra mujer –vi que sus ojos centelleaban de furia,
estaba en lo cierto- ¿quién será? Podría ser Matilde, esa chica tan bonita que
siempre lo ayudó con los negocios. Deberías verla Lara, esa chica tiene un
culito precioso –mi novia sonrió, sabía que sólo lo decía para enfadar más a mi
madre- además lo tiene bien firme, porque es joven.
-¿Viniste a
hablarme de esto Lucrecia? Porque si sólo estás acá para regodearte de mí
sufrimiento, entonces me voy.
-¿Tú
sufrimiento? –Me enojé tanto que me saqué los anteojos para mirarla
directamente a los ojos- ¿tú sufrimiento decís? ¿Qué hay del mío? ¿Acaso tu
egocentrismo no te deja ver que tu hija mayor no tiene dónde vivir?
-Eso lo
hubieras pensado antes de…
-¿Antes de
qué? ¿De acostarme con mujeres? ¿Tanto te jode que lo haga? ¿Tan mal está?
¿Acaso tus errores no son mucho peores que los míos? Me tiraste a la calle como
a un perro sarnoso ¡Soy tu hija carajo! –El mozo que venía con las bebidas dio
media vuelta de forma disimulada y esperó a que la situación se calmara un
poco- vos no sos nadie para juzgar los errores de los demás, hasta una monja
puede ver que sos una mierda de persona. Nunca pensé que diría esto, pero me
duele en el alma saber que sos mi madre. Esta actitud no te la voy a perdonar
nunca. No importa si algún día te arrepentís y querés que vuelva, no lo voy a
hacer. Te voy a sacar de mi vida por completo, como vos lo hiciste conmigo,
pero antes voy a reclamar lo que es mío, por derecho o por decisión propia,
pero mío al fin. Me importa una mierda si tu vida se destroza en mil pedazos o
si le pasa lo mismo a la vida de tus amigas, todas ellas se van a acordar muy
bien de vos cuando el famosos video esté circulando por todas partes ¿qué va a
pensar nuestra familia cuando sepan lo puta y mentirosa que sos.
-¡No me
digas así Lucrecia!
-Es la
verdad. Mentiste a todo el mundo diciendo que yo te robé no sé qué cosa, eso te
jugó en contra porque nadie te lo creyó, ahora todo el mundo debe estar
diciendo “Adela echó a su hija de la casa porque es lesbiana” y a mí no me
importa que la gente sepa eso, a la que le va a importar mucho es a vos
–agradecí silenciosamente a Lara porque ella me sugirió que le dijera eso y
había causado el impacto deseado- así que después vas a tener que lidiar con
eso, te guste o no. También vas a tener que lidiar con la amante de papá y con
Abigail.
-¿Qué pasa
con ella? –estaba con la defensa baja, casi abatida.
-Te va a
hacer la vida imposible. La conozco, sé que no te va a dejar pasar ni una.
Estoy segura de que ya te habrá hecho algunas cuantas cosas para arruinarte el
día. Así que miralo de esta forma, o terminas en banca rota con una crisis
nerviosa y un montón de gente odiándote o sólo te quedás con la crisis nerviosa
y me das lo que yo te pido. Después de eso no me ves más… no quiero verte más.
-Te guste o
no, siempre voy a ser tu madre.
-No, para mí
mi mamá se murió el día en que me cerró la puerta en la cara. Tiene que tener
como mínimo tres habitaciones, sino no hay trato.
-¿De qué
hablas?
-Del
departamento que vas a poner a mi nombre. No me mires con esa cara, a vos no te
cuesta nada desprenderte de una propiedad. Hacé de cuenta que te moriste y esa
es tu herencia para mí, de ahí en adelante no hace falta que nos veamos más y
nadie va a saber lo que hiciste en esa fiesta. Ni siquiera me imagino qué
podrás haber hecho –este era el pie para la entrada de Lara.
-Hizo
asquerosidades inmundas –dijo la pequeña- nunca pensé que tu mamá pudiera ser
parte de algo como eso… entre tanta gente… con tantos hombres… y mujeres,
porque también hubo mujeres.
-¡Bueno
basta! No voy a permitir que me hagan esto.
-¿Qué pensás
hacer al respecto? Esto ya no tiene arreglo Adela –le dije con voz calmada para
aumentar su presión sanguínea- pero podes disminuir el impacto. Te doy una
semana para que lo pienses, si el lunes de la siguiente semana no tengo una
respuesta, todo el mundo va a ver lo que hacías en esa cochina fiesta, también
te voy a poner una denuncia por haberme echado a la calle.
-Ya tenés
veintiún años y sos mayor de edad…
-Sí, pero
también soy estudiante y vos eras mi tutora. Eso cambia las cosas. Ah, en la
denuncia también voy a incluir difamación, por acusarme de robar. Puede que
también quiera comprobar si es cierto que papá está cometiendo adulterio, él
también podría caer.
-Si hacés
eso también le arruinarías la vida a tu hermana.
-No lo creo,
ella es inteligente y también te odia. Saldría ganando. ¿Qué querés apostar?
Hablamos en una semana. Ah, casi me olvidaba. También quiero todo lo que hay
dentro de mi cuarto, porque esas son mis cosas. Mirale el lado positivo Adela,
pude haber pedido mucho más, pero no soy ambiciosa. Ahora si querés podes irte,
pero antes pagá la cuenta del bar, que queremos almorzar tranquilas.
-No te
conviene tenerme de enemiga Lucrecia.
-No te
olvides que no estoy sola. Te sugiero que vuelvas rápido a la iglesia, no vaya
a ser que la gente comience a preguntarle a Sor Anabella de qué tema hablo con
vos que te afectó tanto –en ese momento estuvo a punto de levantarse- Ah
esperá, también necesito plata para pagar algún lugar decente dónde dormir, no
quiero seguir abusando de la gentileza de los padres de Lara, ellos sí son
buena gente, tal vez vos elegiste la religión equivocada.
-No digas
eso Lucrecia –intervino Lara- ¿qué te hace pensar que nosotros querríamos a una
mujer como tu madre en nuestra religión?
-Es cierto,
ninguna religión la querría. Sólo lo decía porque tal vez así hubiera aprendido
a ser mejor persona… pero bueno, tal vez la maldad es algo innato en ella.
Arrojó una
considerable cantidad de billetes sobre la mesa y abandonó el bar hecha una
furia, sé que tuvo que morderse la lengua para no decirnos algo pero ella sabía
muy bien que si hablaba de más podría empeorar la situación. Lara me tomó de la
mano y eso me tranquilizó mucho, incliné la cabeza hasta apoyarla sobre la suya
y sonreí. Quería besarla porque estaba feliz, pero no quería darle semejante
espectáculo al mozo.
*****
Horas más
tarde nos reunimos con Anabella en la puerta de sus aposentos en el convento,
nos recibió con una radiante sonrisa que me derritió hasta los huesos.
-¿Cómo les
fue? –nos preguntó mientras nos invitaba a pasar; nos esperaba con el mate
preparado.
-Creería que
nos fue bien –tomé asiento- mi mamá casi se muere de un ataque cuando le dije
que no me importaba lo que pasara con la familia, al fin y al cabo ya me habían
excluido de la misma. Le di una semana para que lo piense.
-¿Por qué
una semana? –preguntó la monjita mientras cebaba los primeros mates.
-Para que
pueda contarle a mi papá. Él lo va a pensar bien, no es tan impulsivo como mi
madre.
-O como su
hija… -acotó Lara con una sonrisa.
-Es cierto,
Abigail puede ser muy impulsiva a veces –eludí su comentario pero las dos se
rieron de mí- por suerte también me dio algo de dinero, voy a poder rentar
algún lugar pequeño donde pasar estos días.
-No te
preocupes Lucrecia –intervino mi novia- sabés que podés seguir quedándote en mi
casa y Samantha ya te dijo que no tiene problemas en que estés en la suya.
Desde el
trío que tuvimos con la pelirroja sólo pasé una noche en casa de Sami, esa vez
estuvimos solas y respeté el nuevo acuerdo que tenía con Lara, no hubo sexo. No
me costó tanto contenerme ya que horas antes de ir a su casa tuve un rato libre
con mi novia en el cual me dejó muy satisfecha, pero no podía decir si para
Samantha fue tan simple, en un momento de la noche tuve la certeza de que se
estaba masturbando a mi lado y sólo me contuve porque tenía mucho sueño, me
sentía culpable por hacerle eso, a ella le estaba gustando mucho esto del sexo
con mujeres y sabía perfectamente lo incómodo que podía ser dormir con una
mujer y no poder tocarla, más si ya te habías acostado previamente con ella,
por eso decidí no torturar más a la pobre.
-De verdad
ya no quiero molestar Lara, me encanta pasar las noches con vos pero tus padres
van a terminar sospechando que pasa algo raro –miré de reojo a Anabella, ella
se ponía muy incómoda cuando hablábamos de estos temas- prefiero alquilar algo
barato, es sólo una semana.
-Eso si tus
padres acceden a darte el departamento –acotó la monja.
-Además
tenés que tener en cuenta que no te lo van a dar ese mismo día, seguramente
pase otra semana hasta que te puedas mudar.
-Tenés razón,
no lo había pensado de esa forma, pero bueno, creo que podré pagar por algo
económico durante dos semanas, mi mamá me dio más dinero del que yo creía.
-Lo hizo
para humillarte, ella quería demostrarte que tiene tanto dinero que no le
importa tirarlo a la basura.
-Sí lo sé
muy bien, pero no me importa. Lo bueno es que ya lo tengo, nada viene con
buenas intenciones cuando se trata de mi madre. Por cierto Anabella, me encantó
todo lo que le dijiste, la verdad es que te pasaste –la bella monjita sonrió.
-La que
tengo que agradecerte soy yo, de verdad me encanta “desenmascarar” falsos
cristianos. No es la primera vez que lo hago. Quería decirle muchas otras cosas
a tu madre pero me las callé porque soy una monja, de lo contrario se las
hubiera dicho. Por cierto, creo saber dónde podés alquilar algo para pasar
estos días.
-¿Dónde?
-Aquí mismo.
En el convento hay habitaciones que se alquilan a bajo costo a los estudiantes,
creo que todavía quedan algunas libres.
-¿De verdad?
No sabía eso. Bueno, es que tampoco las necesité, pero ahora sí… el problema es
que ya no soy estudiante de la Universidad.
-Sí lo sos
–dijo Lara con firmeza- hasta que el mes no termine todavía sos estudiante,
tenés la cuota de este mes paga.
-Pero en
esta Universidad todos me odian…
-Es que la
Universidad no puede opinar sobre el alquiler de las habitaciones –aseguró
Anabella- eso es algo que brinda la
iglesia y creeme que son muy económicas. Tenés que hablar con la Madre
Superiora, ella te va a ayudar, a vos te adora.
-Me adora
porque piensa que me llevo bien con mis padres.
-Pero eso no
tiene por qué saberlo –dijo mi novia- me parece una idea estupenda, podrías
quedarte acá y tendrías una amiga con la que pasar el rato.
Las dos
tenían razón, ésta era mi mejor opción. No sólo tendría dónde dormir sino que
podría pasar más tiempo con Anabella, la idea me pareció estupenda, en ese
mismo momento Anabella decidió acompañarme para hablar con Sor Francisca, la
Madre Superiora. Era imposible que la viejita hubiese visto mi cara es ese
video pornográfico que todavía daba vueltas por toda la Universidad, no sólo
porque ella no tenía un celular de última generación sino también porque nadie
en su sano juicio se atrevería a mostrarle semejante cosa a tan dulce
viejecita. Me sorprendió lo baratas que eran las habitaciones, parecía ser lo
único económico en todo el establecimiento Universitario donde uno llegaba a
pensar que también te cobraban por el aire que respirabas. Le aseguré a Sor
Francisca que necesitaba una habitación cuanto antes, de ser posible para ese
mismo día. Ella me preguntó si había algún problema y me inventé una excusa un
tanto mala pero efectiva, le dije que iban a remodelar mi casa y que toda mi
familia se iría a vivir a un hotel durante un tiempo pero yo no quería que esto
me atrasara con los estudios, por lo que prefería quedarme lo más cerca posible
de la Universidad. Me dio pena que la monjita comprara inocentemente mis
mentiras pero tampoco podía contarle la verdad, Anabella ni siquiera se enfadó
conmigo, decía que Sor Francisca ya estaba dando sus últimos pasos por el reino
terrenal del Señor y que era mejor no arruinarle el poco tiempo que le quedaba.
Tenía mis dudas sobre eso, no sé qué edad tenía la Madre Superiora pero ella
debía haber pasado los ochenta años y
seguía viéndose fuerte y vigorosa. En mi opinión esta mujer viviría hasta los
ciento veinte años o más.
Gracias a
Dios pudimos realizar todos los arreglos en el transcurso de esa misma tarde,
pagué al contado la primera semana de alquiler y luego fui a buscar mis pertenencias
a la casa de mi novia, ella se quejó un poco porque debía guardar durante dos
largas semanas la caja llena de juguetes eróticos debajo de su cama pero no
podía arriesgarme a llevarla al convento, ahí sí que me crucificarían. Ella
terminó cediendo cuando comprendió mis argumentos y nos despedimos con un rico
beso en su cuarto.
-Ojito con
lo que hacés con la monjita –me advirtió señalándome acusadoramente con el
índice.
-Es una
monja Lara, por más que quisiera hacer algo, no podría.
-Sí, lo sé.
Pero de todas formas acordate de nuestro nuevo contrato nupcial.
-No sabía
que estuviéramos casadas –sonreí.
-Es como si
lo estuviéramos, así que portate bien.
-No te
prometo nada –le dije eso sólo para molestarla un poco- nos vemos Lara… si en
las noches me extrañás mucho podés ponerte a jugar con uno de los dildos de la
caja, son muy buenos.
-Creeme que
lo voy a hacer, estoy esperando a que te vayas para meterme todo esos juguetes
por todos los agujeritos… y vos te lo vas a perder.
Le di otro
beso, a veces no podía ganarle con argumentos, ella siempre encontraba algo
para salir victoriosa, me fui imaginando si realmente haría esas cosas con los
juguetes sexuales, ya me la podía imaginar de rodillas en la cama con la cara
hundida contra la almohada para opacar sus gemidos, un vibrador metido hasta el
fondo de su húmeda vagina y otro dildo entrando y saliendo rápidamente de su
colita, por suerte el taxista no podía leer mi mente ni ver lo mojada que se
estaba poniendo mi entrepierna mientras me llevaba hasta la Universidad.
*****
No podía
negar que al recorrer esos conocidos pasillos me sentía un tanto incómoda por
saber que ésta sería mi nueva casa durante unos días, también persistía un
problema, seguía perdiéndome. Si bien podía entrar y salir de los aposentos de
Anabella sin problemas, encontrar el que sería mi propio cuarto fue todo un
desafío, estuve varios minutos vagando entre columnas y puertas que se repetían
una y otra vez, cuando llegué a una marcada con el número catorce la abrí con
desconfianza empleando la llave que la Madre Superiora me había entregado. Mi
habitación era la última de un largo pasillo y no tenía idea de quiénes podían
estar ocupando las otras ya que todo parecía estar desierto.
Mi nueva
habitación no era más grande que el baño que estaba dentro de mi dormitorio
anterior pero me las arreglaría. De no ser por la luz eléctrica hubiera pensado
que había viajado en el tiempo hasta la época del renacimiento, algo similar a
lo que me ocurría al entrar al cuarto de Anabella, aquí todo era menos
espacioso, la monjita contaba con varios metros cuadrados completamente vacíos,
a mí era justamente lo que me faltaba, espacios vacíos. Todo estaba en su sitio
exacto y me di cuenta que sentarme frente al pequeño escritorio no sería muy
cómodo para una persona con piernas tan largas como las mías ya que el espacio
entre la silla y la cama era muy estrecho. El cuarto contaba con un pequeño
ropero de roída madera marrón café que estaba decorada con aleatorios manchones
producidos por la humedad, al parecer habían decidido decorar las paredes y el
techo al mismo estilo. De todas formas seguía siendo mejor que dormir en casa
ajena, no me agradaba molestar a la gente, aunque se tratara de la familia de
mi novia.
Mi querida
amiga Anabella parecía muy entusiasmada por tenerme viviendo tan cerca de sus
aposentos. Me visitaba a diario y se quedaba largas horas conversando conmigo,
como siempre las charlas eran muy interesantes, aprendí mucho sobre sus
diferentes puntos de vista sobre la gente en general y casos particulares de la
sociedad, no hubo necesidad de que me explicara qué sentía respecto a los gay y
lesbianas ya que me hacía una clara idea de eso. Vi a Lara sólo en dos
ocasiones en la cafetería de la Universidad y me puso al tanto sobre los chismes
que tan poco me importaban, lo único que me interesó fue cuando me contó que
Tatiana había conseguido el empleo que habíamos solicitado juntas, me alegré
mucho por ella y le pedí a Lara que me preste el teléfono para llamarla. Luego
de felicitarla regresé a mi cuarto en penumbras pero en lugar de entristecerme
me sentía feliz porque sabía que pronto tendría un sitio propio donde vivir y
que a pesar de que mi vida se había ido al caño, podría encontrar alguna nueva
en algún lugar. El suave golpeteo a la puerta me informó que Anabella me estaba
buscando, ella tenía una forma particular de llamar y ya había aprendido a
distinguirla de las otras monjas que a veces me visitaban para preguntarme si
necesitaba algo. Más de una vez quise decir que lo que necesitaba era un baño
propio ya que no me agradaba para nada tener que compartir el que estaba
destinado para los estudiantes que rentaban cuartos pero ese problema lo
solucionó mi amiga la monjita al prestarme su propio baño cada vez que lo
necesité, debo admitir que me sentía un tanto incómoda bañándome completamente
desnuda… bueno, ¿de qué otra forma me iba a bañar? Pero el hacerlo tan cerca de
ella, saber que estaba a pocos metros, que bastaba con abrir la puerta para
enseñarle toda mi desnudez me hacía sentir una pervertida sexual, pero por
suerte logré contener mis instintos.
Abrí la
puerta de mi cuarto y Anabella, enfundada en sus hábitos, me sonrió
alegremente.
-Hoy te
tengo una sorpresa –me dijo entusiasmada como pocas veces la había visto.
-¿Vas a hacerme
un baile erótico? –fue un chiste arriesgado.
-No, no
traje el portaligas, lo dejamos para otro día –no lo podía creer, se lo había
tomado con gracia, esto significaba que tanto tiempo juntas había desgastado un
poco esa gruesa capa de hielo que separaba a Anabella del mundo real.
-Entonces
¿Cuál es la sorpresa?
-Te voy a
mostrar algo que nunca le mostré a nadie.
-No me hagas
contestar a eso Anabella porque vamos a terminar las dos en la…
-¿Vos
siempre lo relacionás todo con el sexo?
-No, pero te
acabo de hacer un chiste sobre ese tema y me salís con esa frase… no creo que
seas tan ingenua como aparentás –la miré entrecerrando mis ojos- lo dijiste a
propósito.
-Eso nunca
lo vas a saber. Bueno, ¿vas a venir o no?
-¿No me lo
podés mostrar acá en el cuarto? Digo, es más íntimo, podemos sentarnos las dos
en la cama y…
-No te pases
Lucrecia.
-Está bien…
está bien, al parecer el sentido del humor de las monjas tiene un límite.
-Y vos
siempre te las ingeniás para rebasarlo. Seguime.
Caminamos
juntas por los pasillos del convento y a medida que avanzábamos más me sentía
en una máquina del tiempo ya que las paredes de cemento gastado comenzaron a
tornarse cada vez más oscuras y manchadas por la humedad, luego de varios
metros pasaron a ser de piedra maciza y pesada. Llegamos a una puerta que daba
directamente a una escalera, bajamos varios escalones y nos encontramos en otro
pasillo mucho más oscuro, sin ventanas y con el techo más bajo. Estaba
levemente iluminado por focos que emitían una luz amarillenta y fantasmal.
-¿Dónde
estamos? –pregunté mirando las puertas de madera gastada.
-Estamos
entrando al subsuelo del convento.
-No sabía
que tenía uno.
-Te
sorprenderías de la cantidad de cosas que no sabés de los edificios antiguos.
Las ciudades pueden ser mucho más interesantes bajo la superficie.
-De eso no
hay duda, pero ¿qué hay de especial aquí abajo?
-¿Te asustan
los fantasmas?
-No me
vengas con esas cosas ahora Anabella, yo soy de las que miran una película de
terror y no duermen en una semana.
-Te
imaginaba más valiente.
-Pues no lo
soy –comencé a mirar para todos lados, hasta la propia monjita me ponía
nerviosa portando esos negros hábitos que cubrían sus pies, parecía que
estuviera flotando a mi lado.
-Entonces no
te va a gustar lo que te voy a mostrar –abrió una pesada puerta que rechinó tan
estrepitosamente que pensé que Drácula saldría a recibirnos.
-¿Qué es
esto?
-Estas son
los viejos dormitorios de las monjas –me dijo cuando entramos a una pequeña
habitación que parecía estar completamente vacía y en penumbras, sólo se veía
una estantería con libros viejos y enmohecidos- sé que te gusta leer, por eso
te traje. A veces saco libros de los estantes que están acá abajo –me acerqué a
la biblioteca y comencé a acariciar el lomo de esos antiguos volúmenes.
-¿Por qué
los dejan acá? Se van a arruinar con la humedad.
-Son ideas
de la Madre Superiora, ella cree que las almas de las dueñas anteriores los
están cuidando y que si los trasladamos las haríamos enfadar.
-No me la
imaginaba creyendo esas cosas. ¿Vos pensás que es así?
-No, yo
pienso que Dios tiene un lugar reservado para nuestra alma, no nos quedamos
vagando por aquí. No creo en fantasmas.
-¿Puedo
llevarme un libro? –pregunté fascinada.
-Después,
primero te muestro las otras habitaciones, hace tiempo que no las reviso.
¿Quién sabe qué podríamos encontrar?
-¿Tal vez
alguna rata muerta?
-O alguna
viva… eso sería más interesante.
Recorrimos
los otros cuartos, todos eran similares
pero algunos tenían viejos muebles en buen estado, teniendo en cuenta lo
antiguo que eran y el sitio en el que estaba, Anabella me aseguró que ella
misma se encargaba de limpiarlos a veces, cada día me sorprendía más por lo
aburrida que era la vida de esta mujer pero debía reconocer que había cierto
misticismo en todo este lugar.
-Qué raro…
-dijo cuando entramos a una habitación que estaba mejor iluminada y en mejor
estado que las demás.
-¿Qué pasa?
-La
cama… está tendida.
-¿Y eso qué
tiene de raro?
-Que aquí ya
no duerme nadie desde hace años, a todas las monjas les aterra un poco pasar
una noche solas en un dormitorio de éstos.
-Tal vez se
quedaron sin lugar y enviaron a alguien aquí.
Miré hacia
el lado izquierdo de la habitación, un amplio ropero cubría toda la pared, éste
era el mueble mejor conservado que había visto hasta el momento, tenía un
diseño bastante pasado de moda, las puertas parecían macizas a no ser por unas
rendijas verticales que permitían que el aire entrara, seguramente los insectos
entrarían por el mismo sitio y esto explicaba por qué ese diseño había dejado
de utilizarse y evidenciaba lo viejo que debía ser ese mueble. Me acerqué y
abrí la gran puerta del centro.
-Está vacío
–por un momento imaginé que lo encontraría lleno de telas de arañas y
cucarachas pero parecía que lo habían limpiado recientemente.
-Esto es muy
raro, tendré que preguntarle a la… -enmudeció y abrió grande los ojos-
¿eschuchás? –me susurró.
-No me
asustes Anabella –mantuve la voz baja sólo por miedo- yo no escucho… -pude oír lo que parecían ser pasos y una voz
suave, posiblemente de una mujer- mi Dios, ¿quién es esa?
-No sé
–Anabella se asomó apenas por la puerta- son dos Hermanas –me dijo mirándome a
los ojos como si hubiera visto el fantasma de Judas.
-¿Y qué
problema hay?
-Es que… ¿no
te dije que iba a tomar riesgos en mi vida?
-Hablá claro
Anabella –me estaba impacientando.
-No se puede
bajar acá sin permiso.
-¿Por qué,
qué problema hay?
-La Madre
Superiora… lo de las almas que descansan acá… todo eso… vienen para acá.
-¿Las almas?
-Las monjas
Lucrecia. Si me ven acá le van a contar a Sor Francisca.
-¿Por qué
harían eso? Te pueden cubrir al menos una vez.
-No lo van a
hacer –me miró angustiada- digamos que no soy muy querida en el convento.
-¿Eso por
qué?
-No hay
tiempo, ahí vienen…
Pensé
rápido, mejor dicho, no pensé. A veces mis impulsos podían ser útiles, apagué
la luz de la habitación, tomé a mi amiga del brazo y tiré de él hasta que
quedamos las dos de pie junto al amplio ropero luego la empujé hacia adentro,
ella forcejeó un poco porque se negaba a entrar pero cuando las voces de las
Hermanas se acercaron no tuvo más remedio. Entré detrás de ella y cerré la
puerta de madera, tuvimos que intentarlo entre las dos ya que no había forma de
sujetarla desde adentro pero luego recordé las rendijas en la parte superior,
las puntas de mis dedos pasaron entre ellas y esto me permitió asirme mejor
para poder cerrar. Pocos segundos después pude ver, a través de estas
canaletas, que una de las hermanas entró en la habitación y volvió a encender
la luz.
-Es Sor Ana
–susurró Anabella a tan bajo volumen que de no haberla tenido tan cerca de mí,
no la hubiera escuchado.
La monja
escudriñó la habitación pero prestaba más atención a la cama, prolijamente
tendida, que al ropero en el que nos escondíamos. Apenas podía ver a mi amiga
junto a mí pero podía notar lo tensa que estaba, sólo le faltaba temblar. A mí
todo este juego del gato y el ratón me divertía, no tenía miedo de lo que
pudieran hacerme un par de dulces monjitas. La segunda en entrar parecía ser
algo más joven que la primera. Calculé que Sor Ana debía tener unos cuarenta
años y su acompañante unos treinta y cinco.
-Esa es Sor
Melina –nuevamente susurró como si se tratara del sonido del viento- ¿qué hacen
acá?
Pero la
respuesta a esta pregunta llegó a nosotras casi al instante. Sor Ana se giró
para mirar a su compañera y la tomó de las manos, ambas sonreían en
complicidad, de pronto la mayor avanzó y pegó sus labios a los de Sor Melina.
Me quedé boquiabierta, al parecer habíamos encontrado el nidito de amor de dos
monjas bastante cariñosas, me causó cierta gracia imaginar lo que estaría
pasando por la cabeza de Anabella en este instante, seguramente estaría más
asombrada que yo, a mí ya no me parecía raro ver mujeres besándose pero tengo
que admitir que ver a dos monjas haciéndolo en su hábitat natural era muy
diferente.
Mi
curiosidad de Pandora deseaba ver más y las Hermanas parecían decididas a
mostrármelo. Fueron acercándose juntas a la cama lentamente hasta que Melina se
sentó en ella, su amante se colocó a su lado y comenzó a acariciarle las
piernas por encima de la negra tela de los hábitos. Noté que Anabella se movía
incómoda a mi izquierda pero también se esforzaba por mirar entre las rendijas
de la puerta.
-Te noto
nerviosa –el corazón se me subió a la garganta cuando escuché claramente esas
palabras pero luego supe que era Sor Ana hablando con su amante.
-Sigo
pensando que esto no está bien.
-Lo está si
es que hay amor entre nosotras, el amor es un sentimiento tan puro que ni
siquiera Dios puede oponerse a él, creéme Melina, yo te amo con todo mi
corazón.
-Yo también
te amo Ana.
Volvieron a
besarse, la escena me empalagaba tanto que me daban ganas de vomitar pero luego
imaginé que así nos veríamos Lara y yo en nuestros momentos románticos. La
escena fue dejando las cursilerías de lado para ir tornándose más caliente
lentamente cuando Ana se paró a un lado de la cama y comenzó a levantar los
hábitos de Melina mostrando un par de bonitas piernas enfundadas en medias de
nylon blanco común y corriente. Al parecer la mujer no contaba con más ropa
interior que esta porque vi aparecer su pubis desnudo transparentándose bajo la
tela. Sor Ana miraba hacia abajo mientras besaba ocasionalmente la boca de esa
mujer que la observaba maravillada. La mano de Anabella rozó contra la mía y de
pronto fui consciente de lo pegadas que estábamos, ella estaba obligada a
observar todo sin decir una palabra a arriesgarse a interrumpir a las monjas,
sabía que no lo haría, tal vez por cobardía o por curiosidad. El pubis de
Melina estaba coronado por un triangulito de pelos negros, cuando vi que su
amante los acariciaba ya me podía imaginar lo que seguiría después, rogaba a
Dios que permitiera continuar a estas dos mujeres apasionadas, me encontraba en
una situación inmejorable y me moría de ganas por ver lo que ocurriría.
Sor Melina
separó las piernas y Sor Ana se agachó frente a ella, tiró la tela de nylon
hacia abajo mostrando cada vez más la entrepierna de su amada, en ese momento
me percaté de que la mayor de las monjas no sólo tenía los labios pintados de
rojo sino que sus uñas también lo estaban, al principio no me había resultado
extraño pero nunca había visto a Anabella luciendo maquillaje, supuse que Sor
Ana quería verse bien para la ocasión y eso me provocó mucha ternura. En ese
momento una de las manos con uñas rojas se sumergió entre la tela de las medias
de nylon y comenzó a acariciar la entrepierna de Melina, no puedo negar que ver
eso tuvo una fuerte reacción en mi cuerpo, no sólo me aceleró el pulso sino que
también me produjo mucho morbo, al parecer la agasajada encontró agradables las
caricias ya que cerró sus ojos y mantuvo su boca abierta para poder jadear, por
su reacción supe que ésta debía ser la primera vez que alguien lo tocaba de esa
forma o que al menos no la habían tocado durante mucho tiempo. Una vez más la
mano de Anabella rozó la mía y tuve la impresión de que la estaba buscando,
giré los dedos hacia ella y sentí cómo los suyos acariciaban levemente la palma
de mi mano, volví a sobresaltarme ¿con qué intenciones hacía eso? ¿Quería
tomarme de la mano como amigas o…? ya no sabía qué pensar.
Toda esta
situación me estaba poniendo como loca, sabía que no debíamos estar ahí,
invadiendo la privacidad de estas mujeres pero no teníamos otra alternativa, ya
estábamos escondidas y no sería buena idea salir a saludar ya que provocaríamos
un gran problema, si es que antes no matábamos del susto a alguna de las
monjas, pero en realidad yo agradecía tener la oportunidad de espiarlas y que
Anabella estuviera a mi lado. A través de las rendijas pude ver claramente como
Sor Ana acariciaba la vulva de su amante mientras ésta suspiraba de placer.
-¿Te tocaste
pensando en mí? –preguntó Ana, me sorprendió mucho que lo hiciera pero me
alegró que mi monjita amiga lo escuchara.
-Sí, muchas
veces –aseguró Melina- pienso todo el tiempo en vos.
Hice un leve
pero arriesgado movimiento, acerqué mi mano izquierda hacia Anabella y ésta se
posó suavemente sobre una de sus nalgas, la gruesa tela de sus hábitos sumados
a la ropa interior me no me permitían sentir tan bien la curva de su cola,
tampoco quería presionar demasiado para no incomodarla pero mi corazón
palpitaba cada vez más rápido al saber que ella no me apartaba. Las medias de
nylon de la monjita tendida en la cama fueron bajando hasta sobrepasar sus rodillas,
ella mantuvo las piernas separadas y tuve una buena vista de los dedos de Ana
jugando con los pliegues de esa vagina, tuve la loca idea de que esa podría ser
yo haciendo lo mismo con Anabella y fue allí que noté que mi entrepierna se
estaba humedeciendo, me acaricié instintivamente pero de todas formas cuidaba
el ritmo de mi respiración, no quería que nos oyeran, aunque tal vez creerían
que éramos ratas. Dos ratas a las que les gustaba espiar monjas lesbianas.
Por la forma
en que Sor Ana introdujo los dedos por el hueco de esa rajita deduje que Sor
Melina no era virgen, al menos no de forma física, mi calentura me llevó a
explorar más y comencé a deslizar la
palma de mi mano por la nalga de la monjita que estaba a mi lado, ella dio un
respingo como si recién se percatara de que la estaba tocando y se apresuró a
apartar mi mano dándome un leve golpecito en ella, en lugar de molestarme su
negativa me divirtió, la pobre estaba encerrada conmigo en un espacio tan
reducido sin la oportunidad de salir o hacer ruido, no podía dejar pasar esta
oportunidad, quería divertirme un poco con ella.
Ana
masturbaba enérgicamente a la otra monjita, el viscoso ruido que producían los
dedos al entrar llegaba hasta nuestros oídos, esperaba que Anabella estuviera
disfrutando de la escena tanto como yo aunque no se animara a expresarlo. Volví
a hacer un intento por acariciarla pero esta vez fui más sutil, apoyé mi mano
izquierda en la mitad de su espalda y la acaricié lentamente, ella no se quejó
o tal vez estaba absorta mirando cómo Ana se lamía los dedos llenos de fluido
vaginal y volvía a introducirlos en esa rosada cuevita. Aproveché para bajar mi
mano lentamente hasta que llegué al quiebre de su cadera, justo donde comenzaba
la cola y me detuve. Melina levantó más sus hábitos y separó las piernas
produciendo una imagen de morboso contraste. La parte superior era una monja
común y corriente, con su velo aún puesto y de la cintura para abajo era una
lujuriosa mujer con la vagina abierta y completamente mojada. La mano derecha
de la monjita a mi lado se posó frágilmente sobre mi muslo, supuse que esto
había ocurrido por casualidad y no le importancia, sin embargo me concentré en
deslizar mi mano marcando el relieve de sus curvas, apenas toqué una de sus
nalgas ella se movió incómoda, por lo que tuve que volver a subir para que no
me apartara, mi corazón latía con tanta fuerza que por un momento llegué a
creer que las monjas en la cama lo escucharían pero obviamente esto no podía
ocurrir.
Sor Ana se
detuvo y rodeó la cama para subirse a ella desde el lado de los pies, me tensé
porque imaginé lo que vendría, Melina la espero con las piernas tan separadas
como pudo, se veía increíblemente apetitosa y su amante se lo hizo saber.
-Sos hermosa
Melina, te juro que vas a recordar este momento toda tu vida –dijo mientras
gateaba hasta posicionarse justo en el centro de esas piernas.
La primer
lamida fue contra uno de los muslos pero rápidamente comenzó a acercarse hacia
el punto principal, cuando la lengua surcó la vagina sentí que Anabella
presionaba levemente mi pierna, lo entendí como una reacción por la sorpresa o
por la impotencia que le producía la situación, tal vez quería detener a esas
monjas y acusarlas con la Madre Superiora, sea el motivo que fuera aproveché la
ocasión para deslizar una vez más mi mano hasta que quedó en el centro de una
de sus redondas y macizas nalgas. Me quedé tan quieta como una estatua, casi no
respiré, temí hacerla enfadar pero ella no me apartó, aparentemente la escena
lésbica la tenía atrapada. Mi cabeza iba entre lo que hacían las monjas y lo
que pensaba hacer con Anabella, las manos me sudaban y mi entrepierna se
humedeció tanto que ya podía sentir lo mojada que estaba mi ropa interior.
Mientras Ana
lamía con ganas la vagina de su amada y hacía tintinear el clítoris con la
punta de la lengua fui acercando mi cara a la de mi amiga. Como teníamos
prácticamente la misma altura y estábamos tan cerca una de la otra que bastó
con girar la cabeza hacia un lado. Perdí de vista a las amantes por unos
segundos y como no podía ver nada dentro del ropero, cerré los ojos. Mi mano en
la cola de Anabella comenzó a formar pequeños círculos y mi boca buscaba
desesperadamente algún punto de apoyo. Lo encontró en la mejilla de la monjita,
ella no se movió que noté que sus músculos se tensaban. Los gemidos de Melina
generaban un clima de sensualidad y placer, sentí que la mano en mi muslo
presionaba con más fuerza pero luego noté duda, como si ella quisiera
apartarse, para evitar esto presioné su mano con la mía dejándolas a ambas
contra mi pierna. Continué acariciando su nalga y fui deslizando mi boca hacia
la suya, como pidiéndole permiso, imaginé que se apartaría pero ella permaneció
estática, cuando estuve cerca de rosar lo que creo que era la comisura de sus labios,
ella giró la cabeza pero lo hizo hacia mi lado.
Quedamos
enfrentadas, nuestras narices se tocaban. Podía sentir su aliento contra mi
rostro, la tenía tan cerca… pero no pude pensar en ella, en ese momento llegó a
mí la súbita imagen de Lara ¿qué pensaría ella? Ahora nuestro acuerdo de
noviazgo era muy diferente pero la calidez de la piel de Anabella me atraía
como si se tratara de un potente imán, presioné su nalga con los dedos sobre
capas de tela negra y me preguntaba cómo le explicaría todo esto a mi novia
¿qué excusa le daría? Los labios de la monja se posaron a pocos milímetros de
mi boca, tenía el corazón en la garganta y justo cuando había tomado la
decisión de apartarme escuché un fuerte gemido de placer proveniente de la boca
de Melina. Fue como activar un interruptor que apagó nuestros cerebros y dejó
sólo el instinto lésbico encendido. Ladeé mi cabeza hacia la derecha y estrellé
mis labios contra los de Anabella.
Noté
incertidumbre en ella pero no me eché para atrás sino todo lo contrario. Puse
su labio inferior entre los míos y la besé con pasión, la mano que ella tenía
contra mi muslo se acercó tímidamente a mi entrepierna, nuestras bocas se
entrecruzaron y ahora era ella quien parecía tomar las riendas, aproveché para
deslizar mis dedos entre sus nalgas, deleitándome la perfecta curva que se
formaba bajo los hábitos. Un nuevo gemido proveniente de las monjas en la cama
y yo podía imaginar cómo Sor Ana estaba succionando la vagina de su amada
incansablemente pero lo que más me emocionaba en este momento era poder besar a
Anabella. Intenté introducir la lengua en su boca y ella lo permitió, casi al
instante sentí el contacto húmedo que me enamoró, como si esto no fuera
suficiente sus dedos habían encontrado el punto justo en el que mi hinchado
clítoris reposaba. No me pude contener, dejé de ser sutil y excavé entre sus
nalgas hasta que sentí una suave vulva bajo mis dedos ¡Cómo me hubiera gustado
que no llevara esos molestos hábitos! Aunque debía reconocer que sumaban morbo
a la situación, estaba en un sitio apretado y oscuro besando y tocando a una
monja. Presioné la mano que estaba entre mis piernas para sentir mejor el
contacto con esos delicados dedos, me dio la impresión de que uno de ellos
acarició el canal que se formaba en el centro de mi vagina, estimulada y
excitada busqué ese mismo canal debajo de la cola de Anabela, la gruesa tela me
impedía sentirlo pero sabía que estaba tocándolo y eso me inundaba de gozo.
-¿Ahora
querés probar vos? –la voz de Sor Ana nos sobresaltó tanto que nos vimos
obligadas a separar nuestras bocas y observar lo que ocurría.
-Sí, no sé
si lo haré bien pero quiero intentarlo –dijo Sor Melina mientras se
reincorporaba.
Continué
masajeando las partes íntimas de Anabella mientras veía cómo Melina cedía su
lugar a su amante y cómo ésta se levantaba la sotana hasta mostrar una bonita
bombacha de encaje, era obvio que todo esto lo había planeado con antelación.
Se quitó la prenda mostrando su jugosa almejita, Melina ya no llevaba puesto el
velo y lucía un cabello rojizo, similar al de Anabella, pero más corto. En
cuestión de pocos segundos se lanzó de boca contra esa vagina que ansiaba por
ella, apenas vi que la lamía con gusto volví mi cara hacia Anabella. Intenté
volver a besarla pero esta vez ella me rechazó haciendo la boca a un lado pero
no dejé que esto me apenara, continué acariciándola todo lo que podía y comencé
a dar tiernos besos en su cuello, pude escuchar cómo su respiración de
aceleraba al mismo tiempo que mis dedos hacían lo propio entre sus nalgas.
Perseveré e
insistí, trepé con mi boca por su cuello hasta llegar al lóbulo de su oreja, lo
lamí con la punta de la lengua obligándola a retener un suspiro, sus dedos se
apretaron contra mi sexo, la tela de mi ropa interior raspaba mi clítoris pero
estaba tan húmeda que no me producía molestia alguna sino puro placer.
-Besame
–susurré a su oído con una voz tan queda que ni siquiera yo pude oírla.
Supe que me
había escuchado cuando bajó su cabeza y unió sus labios a los míos, volvimos a
fundirnos en uno de los besos más dulces que recibí en mi vida, no podía creer
que después de tanto fantasear con este momento realmente se estuviera
cumpliendo, quería demostrarle todo mi aprecio por lo que detuve mis toqueteos
sexuales y la sujeté por la cintura obligándola a girar hacia mí, luego la tomé
por la nuca apretando su velo entre mis dedos y entrelacé mi lengua con la
suya. Llegó hasta nuestros oídos el enérgico gemido de ambas monjas, no podía
ver lo que ocurría pero supuse que se estaban masturbando mutuamente porque
podía escuchar el típico chasquido que producían los dedos al entrar y salir de
una vagina bien lubricada.
No quería
que este momento terminara nunca pero por desgracia escuché a las monjas llegar
al orgasmo. Las felicito, bien por ellas, pero para mí era una desgracia ya que
significaba que pronto terminaría todo y Anabella lo supo. Cortó el beso en un
instante y espió por las rendijas para ver como esas mujeres se reían, se
besaban y acomodaban sus hábitos, se las veía felices y enamoradas y me alegré
por ellas una vez más. Pocos segundos después las vimos abandonar el cuarto,
estaban tan apuradas por marcharse que olvidaron apagar la luz. Quise salir del
ropero porque me estaba sofocando allí dentro pero Anabella me detuvo, pensé
que quería más acción pero inmediatamente me dijo.
-Esperá que
se alejen un poco.
Aguardamos
unos segundos más hasta que las risitas dejaron de oírse y salimos. Anabella
tenía el velo inclinado hacia un lado y varios mechones de cabello castaño
rojizo caían sobre su cara, sus mejillas estaban sonrosadas y una amplia
sonrisa se dibujó en su boca, mi corazón dio un respingo al verla, ella estaba
encontrando toda la situación muy divertida. Casi al instante me arrojé sobre
ella y volví a besarla, la empujé lentamente hasta que cayó en la cama y yo caí
sobre ella. Me senté en sus piernas y enderecé mi espalda, ella me miró con los
ojos bien abiertos y con la cabeza apoyada en el colchón. Me despojé de mi
remera tan rápido como pude y sin dejar de moverme desprendí mi corpiño,
liberando mis pechos con grandes pezones para que ella pudiera verlos. Ambas
respirábamos agitadamente pero ella no se movió, me vi obligada a tomar una de
sus manos y dirigirla hacia mi teta derecha. Ella la presionó suavemente. Luego
me incliné hacia adelante y comencé a darle muchos besos en sus prominentes
pómulos, en su recto mentón, en su respingada nariz, en sus carnosos labios
mientras ella masajeaba mi seno.
-Esperá
Lucrecia… calmate –me dijo entre jadeos- Lucrecia, por favor –la ignoré y seguí
besándola- Lucrecia, no te olvides que tenés novia –esas palabras me hicieron
detener al instante.
-Es que… -no
encontraba una buena excusa que justificara mis actos.
-Es que
nada… no podés engañarla, lastimarías a Lara.
-No quiero
lastimarla… yo… la a… yo la quiero mucho.
-Creo que
estás confundida Lucrecia… y yo también lo estoy, demasiado. Como nunca en mi
vida, así que por favor te pido, terminemos con esto, no quiero hacer algo de
lo que después me arrepienta.
-Yo tampoco
–le dije avergonzada, ella tenía razón, había hecho una promesa a Lara y por
más que Anabella me volviera loca, no podía fallarle.
Me puse de
pie y tomé mi corpiño intentando cubrir mis pechos, la monjita se paró detrás
de mí y me ayudó a abrocharlo, luego volví a colocarme la remera y caminé fuera
de ese cuarto inundado de lujuria y malos pensamientos. Anabella se me unió en
pocos segundos, luego de acomodar su atuendo y apagar la luz, caminamos por el
antiguo pasillo sin decir una palabra. Así lo hicimos hasta que llegamos a mi
cuarto de alquiler, la invité a pasar sólo por cortesía ya que estaba segura de
que se negaría pero esta mujer no dejaba de sorprenderse, entró conmigo y se
sentó en mi cama.
-¿Qué fue
todo eso? –arrojó una pregunta al aire.
-Dos mujeres
amándose.
-Eran monjas.
-No lo decía
por ellas –me miró un tanto asustada.
-¿Así lo
sentiste vos?
-Sí
–confesé.
-Pero tenés
novia Lucrecia.
-Lo sé, por
eso me siento tan mal –daba vueltas dentro del pequeño cuarto como un león
enjaulado- no sé cómo le voy a contar esto a Lara.
-Deberías
contárselo con la verdad, no me agradaría que le mientas, es una buena chica y
se nota que te adora.
-Te prometo
que le voy a contar –mi cerebro retrotrajo la conversación- ¿cómo sentiste vos
lo que pasó?
-Como un
error.
-¿Nada más
que un error?
-No sé…
tengo que pensar, por favor Lucrecia, no me lo pongas más difícil ¿sabés qué
significa eso para mí?
-No deberías
darle tanta importancia, sólo caíste ante la tentación, nada que rezar unos
cuantos Rosarios no cure.
-Espero que
sea sólo eso... –susurró.
-¿Tenés algo
más para decirme?
-No, mejor
me voy –se puso de pie y caminó hacia la puerta.
-Esperá
Anabella –la tomé del brazo y cuando se volteó para mirarme noté la palidez de
su rostro- la pasé muy bien con vos… hablo de todo, el paseo en general, me
divertí mucho. Gracias por venir a buscarme –me sonrió tímidamente y la dejé
ir.
Me quedé
dentro de ese diminuto y húmedo cuarto sentada en la cama mirándome las manos
con los dedos entrelazados como si estuviera sosteniendo mi corazón entre
ellas, un corazón que estaba dividido en dos, entre Lara y Anabella y no sabía
cuál de las dos poseía una mayor fracción.
Fin del Capítulo 14.
Continúa en el Capítulo 15.
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