Capítulo
17
Lara me
encontró durmiendo en el rincón de mi sala, no había notado lo frío que estaba
mi cuerpo hasta que desperté pero había algo vacío en mi interior que me
impedía lamentarme por esto, simplemente abrí los ojos y miré a mi ex novia,
ella estaba desnuda y me llevó varios segundos recordar por qué, con esto
descubrí que yo tampoco llevaba ropa.
-Lucrecia
¿qué te pasa? ¿Qué hacés durmiendo acá? ¿Estuviste llorando? –El bombardeo de
preguntas me mareó más de lo que ya estaba, me quedé mirándola en silencio-
Lucre… contestame.
-¿Qué le
pasa? –preguntó otra voz femenina, creo que era la de Edith.
-No sé, no
me contesta. ¿Lucrecia? –me sacudió tomándome de un brazo.
-¿Eh?
–Reaccioné repentinamente; fue como si mi cerebro se hubiera activado de
pronto- estoy bien… estoy bien.
-Me
asustaste, boluda. ¿Qué hacés acá?
-Me quedé dormida,
no me di cuenta.
-¿Tan
borracha estabas? –esta vez la pregunta vino de Edith, supe que era ella porque
se paró, con toda su desnudez, frente a mí- ¿estuviste llorando?
-Creo que si
–no pude mentir porque ellas tal vez estaban viendo las huellas que dejaron las
lágrimas en mi rostro.
-¿Por qué?
–volvió a preguntarme.
-Me puse
triste… ni siquiera sé por qué. De pronto me dieron ganas de llorar –esta vez
sí pude mentirles.
-¿Segura que
no pasó nada malo? –si consideraban malo el hecho de haber perdido al amor de
mi vida en tan solo unos segundos, entonces tal vez debería responder que sí.
-Estoy
segura, capaz que fue por todo lo que pasó con mi mamá… no sé… es malo mezclar
penas y alcohol –intenté ponerme de pie, Lara tuvo que sostenerme para que pudiera
hacerlo.
-Está bien,
no te jodo más –dijo la pequeña de cabellos pajizos- pero si te pasa algo más,
no dudes en contarnos. Somos tus amigas, estamos para eso.
-Lo sé… y
que buenas amigas que vienen a despertarme desnudas –hice un esfuerzo increíble
para poder sonreír, ni siquiera sé si logré concretar la mueca.
-Bueno, me
alegra saber que fue una falsa alarma –dijo Lara- no vuelvas a hacerme esto,
Lucrecia –me regañó como sólo ella sabía hacerlo- va a ser mejor que me vaya
antes de que mi mamá haga la denuncia a la policía por mi desaparición.
-¿Qué hora
es? –pregunté de forma automática.
-Las dos de
la tarde –respondió mi ex novia luego de recoger su teléfono celular del piso,
en ese momento recordé haberlo tirado la noche anterior, me alegró saber que
funcionaba.
-¿Tanto
tiempo dormimos? –mientras hablaba intentaba caminar hacia mi cuarto, tenía la
sensación de que mi cerebro funcionaba en cámara lenta y que pronto iba a
estallar.
-Hubiéramos
dormido más si Tatiana no nos hubiera despertado cuando se levantó para ir al
baño –dijo Edith apoyando su mano en mi hombro, creo que intentaba guiarme.
Al llegar a
mi cuarto vi que Samantha y Jorgelina recién se estaban despertando, verlas
desnudas no significó nada para mí, si la situación hubiera sido diferente
hubiera saltado sobre ellas, pero hoy no tenía humor para nada… bueno, para
nada no. Si tenía que morirme ese mismo día lo haría con muchas ganas.
Mis amigas
se vistieron y una a una fueron despidiéndose, saludándome y haciéndome saber
lo bien que la habían pasado al festejar mi cumpleaños, permanecí desnuda hasta
que todas se marcharon ya que les dije que me daría un baño antes de ponerme
ropa limpia.
El resto del
día transcurrió de forma automática.
Ducha: El
agua tibia no logró devolver el alma a mi cuerpo.
Vestimenta: Me
puse lo primero que encontré en mi ropero, literalmente ya que fue una remera
de Lara, la cual guardaba en caso de que ella pudiera necesitarla. Tuve que
escoger otra porque esa no me entraba.
Comida:
Apenas probé bocado, tan solo una porción de pizza que había sobrado de la
noche anterior, me costó mucho esfuerzo no vomitarla. Hice una pequeña nota
mental, esa noche debía tomar alguna sopa o algo similar si es que no quería
morirme de un ataque al hígado.
Cama: Luego
de la sopa en la noche, me fui a dormir.
¿Qué hice
durante los huecos entre cada una de esas acciones? No tengo idea. No lo
recuerdo. Horas que quedaron vacías.
Me desperté
el lunes por la mañana. No tenía forma de ver el paso de los días, mucho menos
si me negaba a abrir puertas y ventanas. Mi casa quedó en penumbras las
veinticuatro horas del día. Me veía a mí misma vagando por los rincones.
Pensando en una sola persona todo el tiempo… tiempo que nunca transcurría.
Había quedado paralizada en un mundo donde los recuerdos más felices me
llenaban los ojos de lágrimas y aquellos pensamientos tristes me sumían en una
depresión tan grande que lo único que podía hacer era dormir. Las migrañas iban
y venían, aprendí a medir el tiempo con ellas. Una vez llegué a estar despierta
luego del transcurso de tres migrañas, la segunda de ellas fue más extensa que
la primera y la tercera juntas, más o menos pude calcular que había estado
despierta durante ocho o nueve horas, creo que fue mi récord.
Pasaba la
mayor parte del tiempo desnuda, sólo me vestía o me cubría con algo cuando
tenía frío. La falta de ropa me hacía sentir más liviana, ya que todo me
pesaba, hasta me pesaba tener que comer. Mi dieta se limitó a las asquerosas
cosas que yo intentaba cocinar, a veces lo hacía con tan pocas ganas y esmero,
que se me quemaba todo y terminaba por tirarlo. Así desperdicié unos buenos
bifes, los cuales quedaron carbonizados y me obligaron a abrir una ventana para
que el humo se fuera, no me importó estar desnuda y que todo el mundo pudiera
verme, a lo sumo habré sido espiada por algún vecino del edificio de enfrente
pero lo dudaba mucho.
Mi depresión
comenzó a transformarse en rebeldía y ese fue el primer pequeño acto, el
segundo fue unas horas después, cuando salí al balcón completamente desnuda y
me quedé apoyada en la baranda mirando hacia abajo durante unos quince o veinte
minutos, al parecer nadie reparó en mi presencia ya que era de noche y las
calles estaban desiertas. No sabía qué hora era pero debía ser muy tarde, tal vez
a mitad de la madrugada.
El tercer
acto de rebeldía depresiva fue el intento que hice por masturbarme, lo hice
sentada en uno de los almohadones de mi sala. Toqué mi clítoris durante unos
segundos y no logré excitarme, al menos no emocionalmente, mi vagina se mojó,
pero no era más que un acto reflejo. Enojada conmigo misma, continué tocándome
con más intensidad, como si se tratara de un castigo hacia mi pobre vagina, por
haberme metido en tantos problemas. No hundí los dedos en ella en ningún
momento, sólo me limité a frotarla como si estuviera intentando prender fuego
por roce. Lo más extraño fue que luego de unos minutos comencé a tener espasmos
en el centro de mi rajita, éstos luego se extendían hacia abajo, llegando a mis
piernas y hacia arriba, llegando hasta la boca de mi estómago. Me doblé en dos
hacia adelante y comencé a jadear, sin dejar maltratar mi clítoris. Mis dedos
se movían de forma automática lo más rápido que podían. De un lado a otro y de
arriba abajo. Un nuevo espasmo. Seguí frotando. Otra pequeña convulsión en mi
interior. Solté un suspiro. Con el siguiente temblor estiré mi cuerpo hacia
atrás tanto como la pared a mi espalda me lo permitió. No sentía verdadero
placer, era más bien como un castigo divino, como si mi libido se estuviera
astillando y estas astillas lastimaban mi cuerpo por dentro. Sentí mis jugos
bajando hasta mi colita, sin pensarlo hinqué dos dedos en mi ano, lo hice tan
fuerte que me dolió, pero era parte del castigo que merecía. Allí grité. Grité
y luego grité más fuerte. Parte de mí quería que todos mis vecinos oyeran que
me estaba masturbando… o que estaba teniendo relaciones sexuales con alguien.
Quedé acostada de lado, con el cuerpo en un almohadón y la cabeza en otro. Una
mano se encargaba de friccionar mi clítoris y la otra cumplía con su trabajo de
torturar mi colita, al menos lo cumplía en forma teórica, porque en la práctica
estaba comenzando a disfrutarlo.
Opté por
llevar el castigo a otro nivel, suspendiendo brevemente mis actividades me puse
de pie y fui prácticamente corriendo hasta mi cuarto, abrí la caja llena de
juguetes sexuales, la cual estaba junto a mi cama, y extraje tres objetos. El
primero que utilicé fue el lubricante, el cual unté en lo que yo llamaba “la
pequeña oruga”, sin medirme ni pensar en las consecuencias, apoyé la base en el
suelo y mientras lo sostenía con una mano, me senté sobre él. Penetró tan
profundamente en mi ano que sentí que se me iba a desgarrar, pero un leve
despojo de cordura me hizo retroceder durante unos instantes y volver a
sentarme, sintiendo puro placer esta vez. No puedo explicar cómo se sintió eso,
el sentirme llena por detrás, el tener consciencia de que prácticamente todo el
juguete había quedado dentro de mí. Dejándolo reposar utilicé el tercer objeto
extraído de la caja, manteniendo las piernas abiertas y en cuclillas, introduje
el vibrador en mi vagina, justo después de encenderlo. El pequeño apéndice que
sobresalía de éste se quedó temblando intensamente sobre mi clítoris. Meneé mis
caderas en círculos y cerré los ojos, comencé a gemir y a forzar la salida del
juguetito que estaba en mi cola, pero luego de un pequeño saltito, volvía a
introducirlo. Esto me brindaba un placer inmenso. Tanto que me llevó al orgasmo
en poco tiempo, un orgasmo prolongado, intenso y para nada relajante. Luego me
sentí culpable, por haber caído tan bajo y masturbarme de una forma tan
desesperada, pero eso era justamente lo que pretendía, pretendía utilizar esa
culpa como la fase final de mi castigo.
Luego de
autocastigarme y bajar un poco los decibeles de mi estado nervioso, me di
cuenta de que estaba muerta de hambre. No recordaba la última vez que había
probado bocado y sabía que las alacenas y la heladera estaban completamente
vacías, ni siquiera me quedaba un poco de arroz. Tuve que vestirme
obligadamente. Extraje algo de dinero de mis magros fondos y al salir a la
calle me lleve una espantosa sorpresa. Era de día.
La radiante
luz del sol se clavó en mis retinas como si fueran mil agujas. Me maldije por
no haber traído mis anteojos de sol, pero no tenía ganas de subir a buscarlos.
Por casualidad me enteré qué día era al ver el diario actual en un puesto de
revistas. Pude leer, con cierta dificultad, la fecha viernes, 1° de Agosto. Me
quería morir. Había pasado casi una semana encerrada y deprimida.
Me
reabastecí con los víveres que compré en el primer supermercado que encontré y
luego de almorzar, o lo que haya sido eso, me acosté a dormir. Esta vez no por
depresión, sino por verdadero cansancio físico.
Desconozco
qué hora era cuando me desperté, supe que ya era de noche sólo porque abrí
levemente una ventana, temerosa de encontrarme con el sol una vez más. Le
sonreí a la luna apenas la vi. Mientras despejaba mi mente luego de extensas
horas de sueño, me invadió una loca idea. Sería un nuevo capítulo en mi terapia
de castigos, los cuales llevaba a cabo con toda la intención de no pensar… en
ella.
El plan
consistía en salir. Visitar algún buen sitio nocturno, posiblemente una
discoteca. También decidí que debía vestirme de forma escandalosa, era un
intento desesperado por asesinar de una vez por toda a los leves vestigios que
quedaban de la vieja Lucrecia, aquella que se preocupaba por todo y por todos.
La nueva Lucrecia no se preocuparía por nadie más que por Lucrecia.
Encontré, de
casualidad, una pequeña minifalda blanca, la cual pertenecía a Lara y eran
parte de esas reservas de ropa que habíamos traído desde su casa por si algún
día fuéramos a necesitarlas, pero seguramente ninguna de las dos llegó a pensar
que sería yo quien usara esa prenda. Era tan diminuta y ajustada que tan solo
al levantar un poco una pierna, mi ropa interior se asomaba por debajo. Me puse
una bombacha de encaje rosa sumamente transparente, mi clítoris resaltaba como
casi como si no llevara nada puesto. Una nueva muestra de odio hacia mí misma.
Me puse la blusa más escotada e indecente que encontré, así y todo ni siquiera
se acercaba a los escotes que solía usar Jorgelina, pero marcaban bien mis
pechos y permitía que parte del corpiño que hacía juego con la bombacha, se
viera. Cuando llegó el momento de maquillarme fui muy cruel conmigo misma. Me
llené la cara de rubor, los ojos de luces y sombras, resalté mi boca con una
pintura de labios color rojo carmesí, la cual casi nunca usaba. La tenía sólo
porque mi hermanita me la había regalado. Para finalizar, até mi pelo con dos
colitas, una a cada lado de mi cabeza. Parecía una extraña mezcla entre Harley
Quinn y una prostituta barata. Me hubiera puesto medias de red, de haber
poseído unas.
Escandalosa
y enloquecida, salí de mi casa. No debía caminar mucho trecho hasta llegar a la
zona en la que se encontraban las discotecas, los bares y los pubs. Allí
recordé mi vieja y querida Afrodita, pero también recordé todo el dinero que
debía allí desde el día en que mi madre había cancelado la extensión a su
tarjeta de crédito. Decidí no acercarme a ese sitio, no porque no quisiera
pagarle a Rodrigo, sino porque no tenía con qué hacerlo. El poco dinero que
tenía lo traía conmigo, dentro de una pequeña carterita en la cual no entraba
absolutamente nada, pero yo había logrado meter los billetes, un paquete de
pañuelos descartables, las llaves de mi departamento, el lápiz labial rojo
carmesí, un lápiz delineador, un pequeño espejito, una tableta de aspirinas que
había comprado ese mismo día en el supermercado y una botellita de perfume, el
cual impregnaba también mi cuello.
La peor de
mis ideas fue salir con tacos altos, no recordaba la última vez que los había
usado pero tenía la sensación de que al primer desnivel de piso con el que me
encontrara, me desnucaría allí mismo.
El primer
sitio al que ingresé era un pub desolado. Lo vi tan vacío que me planteó dos
incógnitas, o era demasiado temprano y la gente aún no había llegado, o era
demasiado tarde y ya todos se habían marchado a algún boliche cercano. Me
acerqué a la única parejita que ocupaba una mesa allí dentro y les pregunté la
hora. Me respondieron que eran las tres de la madrugada. Me maldije a mí misma
porque la mayoría de las discotecas de la zona no permitían el ingreso luego de
esa hora, a no ser que estuvieran prácticamente vacías.
Continué mi
recorrido y encontré una de esas discotecas que pedían clientes a gritos. Nadie
me cobró por entrar pero noté varios pares de ojos analizando mi anatomía.
Acomodándome la minifalda me abrí paso hacia adentro. Lo primero que noté fue
que la música no me gustaba, no pretendía que pasaran algo de Radiohead en una
discoteca, pero tampoco esperaba que me recibieran con un traqueteo
ensordecedor saturado de graves que hacían rechinar los parlantes. El ambiente
era espeso y las luces de colores no llegaban a alumbrar mucho, ya que quedaban
flotando en el aire al rebotar contra la gran cantidad de humo que había,
primero pensé que alguien había encendido una de esas espantosas máquinas de
humo pero luego me di cuenta de que esas nubes no eran producto de ninguna
máquina. Intenté llegar hasta la barra para comprar mi primera bebida de la
noche pero avanzaba tan lentamente que imaginé que llegaría a mi destino cuando
ya todos se hubieran marchado. Allí fue cuando me pregunté por qué me dejaron
entrar, si el lugar estaba tan lleno. Era irracional. Pero dejando mi
ingenuidad de lado llegué a la conclusión de que a los organizadores no les
importaba si eso era un hormiguero, ellos querían mucha gente dentro para ganar
más dinero al vender bebidas.
La Lucrecia
rebelde se asustó y temió por su propia seguridad en cuanto sintió una mano
desconocida acariciando la parte posterior de su pierna derecha. Luego, esa
misma mano, consiguió llegar hasta una nalga y de la nalga siguió su camino
hasta encontrarse con una rajita mal protegida por una bombacha de encaje rosa.
Un segundo grupo de dedos consiguió llegar hasta el mismo sitio.
Espantada
repartí codazos a diestra y siniestra. A nadie pareció importarle esto ya que
los toqueteos continuaron. En uno de mis intentos por apartar la gente a mi
alrededor, presioné el seno de una chica con amplio escote que estaba parada
frente a mí, ésta me sonrió de forma libidinosa, pero yo estaba tan asustada
que ni siquiera me importó que pudiera tratarse de la mujer más lesbiana que
había dentro del establecimiento. No quería hacer otra cosa que irme a llorar a
mi casa, como una niña miedosa. No podía creer que hubiera llegado tan lejos.
Volviendo
sobre mis pasos y tolerando nuevos toqueteos y pellizcos debajo de mi
minifalda, logré llegar hasta la salida. En cuanto escapé de ese sitio y me
alejé lo suficiente, miré hacia abajo y descubrí horrorizada que tenía la
minifalda levantada casi por completo y la bombacha apartada hacia un lado. No
quería pensar en eso, pero recordaba haber sentido uno o dos dedos hurgando en
el agujerito de mi vagina. No pude excitarme por eso sino todo lo contrario, el
cuerpo me temblaba y mientras acomodaba mi ropa pensé en cómo la estarían
pasando las mujeres que aún estaban dentro de ese hormiguero lujurioso.
Seguramente más de una estaría siendo ultrajada hasta lo más profundo de su ser
y tal vez ni siquiera le importaba. Allí fue cuando supe que la nueva Lucrecia
tenía sus límites. Eso sí que no podía tolerarlo. Si me dejaba tocar por un
desconocido, al menos quería verle la cara y decidir si le daría o no permiso
para tocarme.
Caminé un
par de cuadras y me senté en el cantero de un edificio que se encontraba en una
esquina. Respiré hondo y me dije a mí misma que no volvería a hacer algo como
eso y mucho menos, vestirme así. Miré mis piernas, prácticamente desnudas y el
terror volvió. Esto no era un juego, si andaba por la calle a altas horas de la
noche vestida de esta forma, podría resultar violada… o algo peor.
-Hola
preciosa –una voz desconocida me llegó desde un auto que había estacionado
frente a mí; ¿sería este el violador al que tanto temía? Miré hacia otro lado y
guardé silencio, rogándole a Dios que este sujeto se marchara -¿cuánto por dos
horas? –me preguntó sin bajarse del coche.
-Te estás
confundiendo –le dije con un nudo en la garganta-no soy de… esas.
-Dale
mamita, no tengo toda la noche para jueguitos. Decime cuánto te va… arreglamos
y nos vamos.
-En serio…
te estás confundiendo. No estoy jugando –no podía enfadarme con él ya que no
era su culpa, vio una chica vestida como prostituta, sentada a altas horas de
la noche en una esquina, hasta yo hubiera llegado a la misma conclusión- estoy
esperando a un amigo –mentí- no me molestes.
-¡Pero
matate… puta de mierda! –me gritó al mismo tiempo que aceleraba su vehículo y
salía volando de allí.
El corazón
me golpeaba todo el interior del pecho, pero eran latidos fríos y cada vez más
dolorosos. No habrán pasado más de dos minutos cuando vi un hombre a pie
detenerse a pocos pasos de mí. Una vez más se me hizo un nudo en la garganta,
como si fuera una horca formada por una soga.
-Hola –me
dijo manteniendo las manos dentro de los bolsillos, pude ver que era un hombre
de unos cincuenta años, pero con cierto atractivo físico; lo saludé con un
simple gesto de la cabeza, no por respeto sino por miedo- ¿cuánto? –este nuevo
“cliente” parecía ser de pocas palabras, pero sus intenciones eran las mismas.
-No soy
prostituta –mi voz chilló más de lo que me hubiera gustado, con eso le mostré
mi miedo- estoy esperando el colectivo –volví a mentir.
-Qué raro,
por acá no pasa ningún colectivo.
-Con razón
no vino nunca. Me habré confundido de calle.
-Qué lindo
eso que tenés entre las piernas –al escuchar esa frase miré instantáneamente
hacia abajo y me di cuenta de que tenía las piernas un tanto separadas y esto
permitía que se viera mi traslúcida bombachita, junté las rodillas tan rápido
como pude- ¿segura que no trabajás? Mirá que puedo pagarte muy bien… así sea tu
primera vez en este… empleo.
-Estoy
segura. Te agradezco la oferta –intentaba mantenerme lo más tranquila posible y
evitaba todo contacto visual con ese sujeto.
-¿Y qué hace
una chica tan linda como vos, vestida de esa forma y sentada en una esquina
frecuentada por prostitutas?
-Hasta hace
un minuto lo único que hacía era estar sentada esperando a alguien que nunca
iba a venir –con un rápido vistazo me percaté de que el hombre estaba teniendo
una erección, eso me atemorizó más de lo que estaba- ¿sería mucho pedir que me
dejaras tranquila?
-La culpa es
tuya, cachorrita. Yo vine con toda la intención de pagarle a una mujer hermosa
y pasar una linda noche junto a ella y cuando la encuentro, ésta me dice que no
acepta transacciones. Tal vez te ofendí al ofrecerte dinero, pero la oferta de
una buena noche sigue en pie, tengo con qué entretenerte –su perseverancia me
estaba haciendo enfadar, pero sabía que debía conservar la calma, no tenía idea
de cómo podía reaccionar este sujeto.
-Le ruego
que no insista –intentaba parecer educada- pero no estoy interesada en hombres.
Mujeres tal vez… pero hombres no.
-¡Ah! Pero
qué interesante. Una chica que prefiere las chicas. Eso pone las cosas más
interesantes. Podríamos buscar alguna amiguita tan linda como vos y pasar una
noche fantástica los tres juntitos -¿por qué cada hombre que se enteraba que
una mujer era lesbiana asumía inmediatamente que iba a formar un trío con ella
y una segunda mujer?
-¿No me
expliqué bien? No me interesan los hombres… en ninguna situación, ni siquiera
habiendo otra mujer presente. Te pido que me dejes tranquila, por favor.
-Está bien,
sé cuándo no me quieren cerca. Me voy con una condición.
-¿Cuál?
–pregunté de muy mala gana.
-Abrí un
poquito las piernas y mostrame lo que tenés ahí abajo, prometo irme después.
-No, ni
hablar. Si le muestro se va a quedar pensando que puede conseguir más.
-Prometo que
no, miro un ratito y me voy.
-Lo siento
pero no. Se va a tener que conformar con lo que ya vio.
-Estoy intentando
ser amable, chiquita, pero vos me la estás poniendo difícil… dura y difícil –se
acercó un par de paso hacia mí, me quedé petrificada- no me gusta irme con las
manos vacías, si querés que me vaya, me vas a tener que dar algo a cambio
–siguió caminando directamente hacia donde me encontraba- te hice una primera
oferta, debiste tomarla. La segunda oferta te va a gustar todavía menos –cuando
ya estaba menos de un paso de mí, bajó el cierre de su pantalón y extrajo su
rígido miembro- chupamela y cuando acabe, me voy –me moría del asco de sólo
verlo, pero el asco era opacado por el terror.
-¡No!
Aléjese, déjeme en paz -intenté alejarme hacia atrás pero estuve a punto de
caer dentro del cantero.
-Dale
mamita, una chupadita y me voy. Si querés te pago, la plata no es problema.
-¡Le dije
que no! ¡Por favor, déjeme sola!
-¡Oiga! ¿Qué
ocurre acá? –preguntó una estridente voz femenina que provenía desde mi
izquierda.
-Le pague a
la puta para que me haga un pete, no se meta, vieja de mierda –contestó el
tipo.
-¡Eso es
mentira! ¡Es un degenerado! –grité.
-¡Váyase o
llamo a la policía! –miré hacia mi rescatadora, era una mujer que aparentaba
tener más de cuarenta años, estaba vestida de forma casual y tenía un gran
teléfono celular en su mano derecha- ya estoy marcando el número. Si no se va
ahora… llamo.
-¿Se cree
que me voy a ir con una amenaza de esas? Llame a quien quiera, vieja puta
–retrucó el infeliz.
La mujer
miró hacia su izquierda, estaba de pie en el vértice que se formaba entre las
dos veredas, por lo que podía ver directamente hacia esa que quedaba oculta de
mi vista y de la del degenerado.
-¡Carlos…
vení un momentito! –Gritó la mujer- ¡vení que acá hay un violador que está
acosando a una chica! –hizo varios gestos con su mano indicándole a ese sujeto
que se apurara.
El
degenerado cincuentón se espantó tanto como lo estaba yo, guardó su asqueroso
instrumento dentro del pantalón y salió de allí caminando a paso ligero y
apretado.
-¡Gracias!
–le dije a la mujer poniéndome de pie- si no hubiera llegado no sé qué hubiera
pasado- estaba al borde de las lágrimas pero haciendo un gran esfuerzo logré
contenerme, al llegar a ella la abracé con fuerza, a pesar de no conocerla,
luego miré sobre mi hombro y vi la vereda hacia la que ella gritó, estaba
completamente vacía, ni siquiera un perro callejero deambulaba por ahí- ¿y su
amigo?
-¿Carlos? No
es mi amigo, es mi ex marido… ahora debe estar en su casa con alguna de sus
nuevas noviecitas.
-Entonces…
-Tenía que
inventarme algo, ese tipo no se iba a ir con lo de la policía, pero creeme que
los iba a llamar en serio.
-Muchas
gracias señora, lo que hizo fue muy valiente.
-¿Valiente?
Casi me orino encima –dijo riéndose nerviosa- allí me percaté de que esa mujer
habrá tenido rasgos muy bonitos de joven, ahora había algunas pequeñas arrugas
decorando la comisura de sus ojos y labios, no era hermosa pero si agradable a
la vista.
-Pero usted
le hizo frente a ese miedo… yo ya no sabía qué hacer.
-Es
increíble… hay degenerados que ni siquiera son capaces de invertir unos billetes…
se creen que las chicas están en estas esquinas por puro gusto, eso me indigna.
-Él me
ofreció dinero, ese no fue el problema.
-Ah… está
bien, bueno… supongo que ustedes también tienen derecho a elegir… si el cliente
no les gusta, pueden decir que no.
-Tampoco… no
soy prostituta –la mujer me miró como si yo le estuviera hablando en suajili- es
la verdad… ni siquiera sabía que esta fuera una esquina de prostitutas, llegué
acá de pura casualidad.
-¿Y ya
estabas vestida así antes de llegar? –su irónica pregunta me hizo reír por
primera vez luego del susto.
-Sí… una de
mis locuras… me avergüenzo totalmente de haber salido así a la calle… fue una
locura, no sé en qué estaba pensando.
-No te
avergüences chiquita, la que debería estarlo soy yo.
-¿Usted, por
qué? Si no hizo nada malo, más que salvarme la vida… si se avergüenza de eso me
voy a sentir muy mal.
-No querida,
me alegra muchísimo el que estés bien y no te haya pasado nada, pero debería
estar avergonzada porque yo venía con las mismas intenciones que ese sujeto.
-¿Eh, usted
también me iba a pedir que le chupe el pene?
-El pene no…
precisamente –la mujer se sonrojó, al bajar su cabeza pude ver el tono pardo de
sus cabellos lacios al ser iluminados por los faroles de la calle- me
avergüenza decirlo, pero yo también venía en busca de una prostituta- esa
confesión me hizo tambalear… o tal vez fueron los tacos altos, lo importante es
que casi me caigo sentada de culo, la mujer tuvo que tomarme del brazo para
ayudarme a mantener el equilibrio.
-Perdone… es
que se me hace muy raro… una mujer… de su clase –por la forma en la que estaba
vestida daba toda la sensación de ser una ama de casa común y corriente- nunca
hubiera imaginado que…
-Sí, lo sé.
Estoy en la misma situación que vos, ni siquiera sé en qué estaba pensando. Fue
un gran error.
-No creo que
sea un error. Usted llegó a esa conclusión por algún motivo.
-No me digas
“usted”, me hacés sentir más vieja de lo que estoy. Si yo tuve un motivo para
salir a buscar una “trabajadora” entonces vos debés tener un motivo para haber
salido vestida así a la calle.
-De hecho,
lo tengo… pero es una historia larga.
-No tengo
nada que hacer durante el resto de la noche… más que desvelarme y mirar el
techo.
-A mí eso me
sale muy bien… después de esta semana podría dar cátedras de desvelo… y de
largas horas de sueño luego del desvelo…
-Al parecer
las dos estamos muy mal.
-Parece que
sí. Le contaría por qué salí así a la calle, pero créame que no quiero pasar ni
un minuto más en esta esquina.
-Comprendo
perfectamente. Yo vivo a media cuadra, mi casa es esa que está allí, la de
puerta de madera –señaló una casa que se encontraba en la vereda de enfrente,
justo en el centro de la cuadra- si querés podemos ir a charlar ahí, además acá
hace mucho frío y vos estás prácticamente desnuda, debés estar congelada.
-Creo que
sí… pero con el susto, ni siquiera me había dado cuenta. ¿No sos ninguna
violadora, cierto?
-¡No, claro
que no! –respondió espantada.
-Era un
chiste… suelo hacer muchos… en los peores momentos… mecanismo de defensa, lo
llamo yo.
-Ah, está
bien. Comprendo. Yo también digo idioteces en malos momentos.
-Sí, ya lo
noté –dije recordando algunas de sus palabras- está bien, podemos ir un rato
hasta su casa. Luego me pido un taxi.
-Por mí está
perfecto… me va a hacer bien tener un poco de compañía –comenzamos a caminar
hacia su domicilio- es decir… alguien para charlar… o sea, no pienses que voy
a…
-Usted me
recuerda mucho a mí –le dije sonriendo.
-Si me decís
“usted” una vez más vuelvo a llamar al degenerado ese.
-A eso mismo
me refiero… yo hubiera contestado algo parecido.
-Con esto te
demuestro que no vas a madurar nunca.
-Es bueno
saberlo, no quiero llegar a vieja y ser una amargada.
-¿Tan vieja
estoy? –no pude hacer otra cosa que reírme.
*****
La casa de
esta mujer estaba repleta de muebles antiguos en muy buen estado y prolijamente
situados, todo brillaba de limpio, me recordaba a la casa de una de mis
abuelitas. Cuando le dije esto me contestó:
-Eso me hace
sentir todavía más vieja. Para tu información, tengo cuarenta y siete años… y
no miento. Si aparento más, entonces es una pena.
-La verdad
que no aparenta tener más que esos –le dije admirándola debajo de la luz blanca
de su living.
-Por lo
general la gente completa esas frases diciendo “de hecho, aparenta tener menos
años”.
-Si dijera
eso te estaría mintiendo –volvió a reírse.
-¿Así que
vamos a ser brutalmente honestas? Entonces te digo que se te ve la cotorrita,
nena. Deberías salir a la calle con ropa de tu talla –al mirar hacia abajo me
di cuenta de que esta mujer tenía razón, una vez más la minifalda me había
traicionado.
-Perdón… es
cierto, no es de mi talla, es de una… amiga… que es más bajita que yo, mucho
más bajita que yo.
Mientras
acomodaba mi ropa admiré la suya, a pesar de ser tan tarde ella vestía de forma
elegante, con una pollera color vino que le llegaba hasta las rodillas, a pesar
de que la tela no se pegaba mucho a su cuerpo pude adivinar la bonita curva que
dibujaban sus piernas, además tenía puesta una camisa blanca, mangas largas, con
algunos detalles que colgaban en la zona del cuello y sus pechos, estaba
maquillada, pero de forma casi imperceptible. Sus facciones no tenían nada de
malo, lo que más resaltaba de su rostro era el fino corte de su nariz, esto le
otorgaba cierta belleza.
-Todavía no
me contaste por qué te vestiste de esa forma. Por cierto, mi nombre es
Evangelina, pero me dicen Eva.
-Mi nombre
es Lucrecia y me dicen que parezco prostituta.
-Lo parecés…
y mucho. ¿Querés tomar un cafecito? –acepté su ofrecimiento y nos sentamos
frente a una pequeña mesa cuadrada que estaba contra una de las paredes de su
cocina.
-Bueno Eva…
-dije para dejar el sonido de su nombre en mi memoria- si yo te cuento por qué
salí vestida así a la calle, vos me tenés que contar qué era todo eso de buscar
prostitutas.
-Una especie
de terapia mutua. Me parece bien.
-Sí, algo
así. Bueno, te voy a hacer una versión resumida. Me enteré que el… amor de mi
vida, si puedo llamarlo así, conoció a otra persona y… se acostó con esa
persona. Eso me dejó muy traumatizada y depresiva. Por consecuencia llegué a
hacer esta locura… para ser sincera, me vestí de esta forma con la intención de
acostarme con la primer… persona que viera, pero por suerte recobré parte de mi
cordura y me di cuenta de lo peligroso que era hacer eso. Aunque no lo crea,
nunca me visto de esta forma, ni siquiera como juego.
-¿Qué edad
tenés, chiquita?
-El domingo
pasado cumplí veintidós.
-Feliz
cumpleaños.
-Gracias, el
cumpleaños sí fue muy feliz, lo arruinó lo que pasó después… cuando me enteré
de lo que te conté.
-Entiendo…
pero vos sos una chica muy joven. ¿Qué te hace pensar que esa persona era el
amor de tu vida? No te ofendas, pero vos recién estás empezando a vivir.
-Puede ser…
-Creeme que
sí. Puede que hayas quedado muy dolida por lo que te pasó con este chico, pero
hay muchos hombres en el mundo, solamente que vos no conocés a todos. Te
sorprenderías ver lo mucho que te puede gustar alguien que aún no conocés y que
puede aparecer en tu vida en cualquier momento.
-Ahí te
equivocás…
-No me
equivoco, lo sé por experiencia… hay miles de hombres buenos en el mundo.
-No era una
hombre… era una mujer –la dejé boquiabierta con mi confesión- sí señora, soy
lesbiana y ya lo tengo asumido.
-Eso sí que
no me lo esperaba… bueno… pero el ejemplo se aplica igual, también hay muchas
mujeres hermosas y buenas dando vuelta por ahí… sin nadie que las quiera.
-Como vos…
-Hablaba de
mujeres lindas… no de mí.
-Vos –me
esforzaba por no llamara “usted”- sos muy linda y sabés que no te estoy
mintiendo… que parezcas de cuarenta y siete no quiere decir que no seas bonita.
-Bueno,
gracias… tendré que creerlo –sonrió y su rostro se iluminó restándole un buen
puñado de años.
-Ahora me
tenés que contar sobre vos… porque de verdad no entiendo nada.
-Te soy
sincera, el que me hayas dicho que sos lesbiana me deja mucho más tranquila. Al
menos vas a poder entenderme… eso espero. Mi historia comienza cuando era aún
más joven que vos, al quedar embarazada de mi primer hijo. Tuve que casarme con
el hombre que me embarazó, prácticamente por obligación. Luego vino mi segundo
hijo. Amo a los dos con toda mi alma y son lo más hermoso que me pasó en la
vida, pero nunca llegué a amar al hombre que fue mi marido.
-Carlos…
-Sí, Carlos.
Él nunca me gustó como hombre, no teníamos nada en común… me acosté con él por
pura calentura… con la gran desgracia de quedar embarazada al primer intento… a
ver, ya que estamos en confesiones… y como no creo que vayas a hablar nunca con
alguien de mi familia, te cuento otra cosa. Por favor jamás lo menciones.
-Palabra –le
dije levantando la mano derecha.
-Ni siquiera
estoy segura de que mi primer hijo sea de Carlos, porque yo había tenido
relaciones con otros dos hombres en el transcurso de esa misma semana.
-¿Dos más?
Eso quiere decir que cualquiera de los tres podría ser el padre de su hijo.
-Exactamente,
pero como él fue el último… y fue del que mi familia se enteró… tuve que decir
que sólo había estado con él. Fue una etapa muy rara en mi vida, sentía que
había descubierto el sexo por primera vez y quería disfrutarlo a pleno, pero yo
era muy ingenua y ni siquiera usé protección.
-Te entiendo
perfectamente Eva… a mí me pasó lo mismo. Hasta principios de este año yo me
había acostado con un solo hombre… una experiencia bastante desagradable, pero luego
vinieron las mujeres… y allí me desperté, sexualmente hablando, y tuve
relaciones sexuales con muchas de ellas, incluso con algunas que ni siquiera
conocía. La diferencia entre usted y yo es que las mujeres no me pueden dejar
embarazada… al menos hasta donde sé… si descubrieron que sí se puede, entonces
estoy jodida… porque no sabría a cuál de todas cargarle el hijo –ella comenzó a
reírse.
-Eso quiere
decir que sos bastante promiscua.
-No es algo
de lo que esté orgullosa, pero sí. Muchos dirían que soy una puta y tal vez
tengan razón.
-No digas
eso. A mí me han dicho puta y es un adjetivo muy feo. Si un hombre se acuesta
con veinte mujeres en un mes, entonces dicen que es un ganador, un ídolo, un
genio… en cambio si una mujer se acuesta con veinte hombres… o mujeres,
entonces la califican de puta. Eso me parece sumamente injusto.
-Es la
sociedad en la que nos tocó vivir.
-Que nos
haya tocado vivir acá no quiere decir que tengamos que estar de acuerdo con
todo. A mí me parece que una mujer tiene derecho a disfrutar del sexo tanto
como los hombres, sin que le estén dando adjetivos hirientes.
-Brindo por
eso –le dije levantando la tacita de café y vaciando el resto del contenido de
un trago- ¡mierda! Me quemé. ¡Está caliente! –Eva se apresuró a traerme un vaso
con agua de la canilla, el cual también bajé de un trago- gracias –le dije con
voz ronca.
-Sos
bastante idiota, Lucrecia –me dijo sonriéndome.
-Gracias por
eso también, nunca me habían dicho algo tan lindo.
-Es que no
te puedo mentir… estamos siendo sinceras ¿te acordás?
-Por
desgracia sí, me acuerdo –miré hacia la derecha y vi un grueso mechón de
cabello castaño claro colgando a mi lado, miré hacia la izquierda y vi otro
igual- no me acordaba que tenía el pelo atado así, con esto debo parecer más que
idiota.
-Puede ser…
pero no te lo quites, te queda lindo. Te hace ver más…
-¿Juvenil?
-Iba a decir
puta, pero si querés podemos decirle “juvenil”.
-¡Hey! ¿No
habíamos quedado en que ese adjetivo era muy feo?
-Bueno… eso
depende de cómo se lo use, ahora no lo estoy diciendo como un insulto, sino
como un halago.
-Me estás
mareando… ¿qué tiene de bueno ser puta?
-A ver
Lucrecia… ¿nunca te hiciste “la puta” con alguna de tus parejas?
-Este… no
exactamente, pero sí he actuado de forma… descontrolada.
-Ves, es porque
lo hacés con alguien de confianza, a quien querés… es como un jueguito. Es
decir que vos podés ser una “puta” en la intimidad con otra persona, pero sólo
para complacer a esa persona y a vos misma. Si yo te veo vestida así asumo que
estás jugando un jueguito sexual que incluye disfraces, por ejemplo.
-¿Y vos por
qué sabés tanto de esas cosas? ¿Alguna vez jugaste esos jueguitos?
-No, pero lo
intente… con mi ex marido. Le sugerí la idea de usar algún conjunto erótico
pero él me miró con una cara de culo que daba miedo y decidí no hacerlo.
-Tu ex
marido es un idiota, yo hubiera pagado por verte dentro de un conjunto erótico.
-Vamos
Lucrecia, yo no soy una mujer con la que vos puedas llegar a fantasear…
-¿Por qué
no? Tenés un buen cuerpo, buenas curvas –recordaba que su trasero era bastante
voluminoso pero estaba erguido- y tu delantera también está muy bien- sus
pechos eran de un tamaño similar a los míos, sólo que estaban un poco más
abajo, pero la piel que podía ver sobre el escote se mantenía tersa y suave-
acordate, honestidad brutal. Si yo te viera en un conjunto erótico, me
excitaría mucho.
-Bueno,
muchas gracias –sonrió apenada- es un lástima que nunca llegara a comprar ese
conjunto.
-Sí, es una
lástima –me quedé pensando en cómo se vería con un atuendo como ese, luego
recordé algo- ¡esperá! Todavía no me contaste por qué fuiste hasta esa esquina.
-Lo sé…
esperaba que te olvidaras –achiqué mis ojos, mirándola con fingido desprecio-
está bien, te cuento –terminó de tomar lo que quedaba en su tacita de café-
como te habrás dado cuenta, nunca quedé satisfecha sexualmente con mi marido.
Ese hombre nunca tuvo talento para la cama, él hacía lo suyo y listo… a mí que
me parta un rayo. Le importaba muy poco si yo quedaba satisfecha… todavía me da
bronca recordar su cara de felicidad el día que le dijeron que tenía que
casarse conmigo, porque él no es un tipo especialmente lindo, y no es por ser
egocéntrica, pero yo a esa edad era muy bonita.
-Sí, puedo
imaginarlo, porque todavía lo sos.
-Gracias
–esta vez no contradijo mis palabras- a mí se me vino el mundo abajo, pero
igual me casé con él y aguanté estoicamente durante años, hasta que mis hijos
crecieron y se independizaron. Mi hijo menor tiene tu edad y se fue a vivir al
extranjero hace cinco años porque le ofrecieron un buen empleo, allí me tuve
que quedar sola con Carlos. Pasé dos años de tortura, él me ignoraba
prácticamente todo el tiempo y yo no tenía otra distracción que mi trabajo. Soy
visitadora médica.
-¿Y eso qué
es?
-Soy esa
persona que visita los consultorios médicos para informarles sobre nuevos
medicamentos y encargarme de que no les falten los que ya utilizan. Es una
profesión muy linda si te gusta estar al tanto de los avances en medicina,
además te hace sentir importante, porque tenés autorización legal para portar y
difundir información de nuevos medicamentos.
-Deben pagar
muy bien.
-Digamos que
no me puedo quejar del sueldo, de hecho nunca me quejé de eso, mis
insatisfacciones vienen por parte de mi ex marido. En una de mis tantas consultas
me hice amigo de un médico, él también tenía que tolerar un matrimonio infeliz…
y bueno, ya te imaginarás lo que pasó.
-Sí, pero
prefiero que me lo cuentes.
-Está bien,
pero no me juzgues.
-Te prometo
que no lo voy a hacer, podés contarme sin miedo.
-No hay
mucho que decir. Un día concretamos vernos extraoficialmente, fuimos a cenar y
terminamos en un hotel. Fue una noche increíble, ambos pudimos saciar esa sed
sexual y afectiva que tanto nos quemaba por dentro. Esa noche hice cosas que ni
me imaginaba, no voy a entrar en detalles pero creeme que la pasé muy bien. Lo
malo es que después de esto el doctorcito se sintió culpable y terminó
confesándole a su mujer, para colmo, el muy idiota, le dio mi nombre completo.
La mujer averiguó mi dirección y vino hasta acá a hacer el escándalo de su
vida.
-Y Carlos se
enteró de eso.
-¿Cómo no se
va a enterar si él le abrió la puerta a la mujer? De más está decir que ahí
pasé a ser “la puta rompe hogares”, me sentí para la mierda. Fue el peor día de
mi vida, me maltrataron y me humillaron hasta más no poder. El caradura de mi
marido me pidió el divorcio y yo sabía muy bien que él tenía sus amoríos por
ahí, pero claro, no es algo que yo haya podido probarle.
-¿Y cómo es
que no perdiste la casa?
-Porque hice
una sola cosa inteligente antes de casarme, la cual la agradezco cada día de mi
vida. Le hice firmar un contrato prenupcial, la casa era mía antes de casarme
con él, porque me la había regalado mi papá, él poseía tres propiedades en ese
entonces, cada una de las cuales regaló a sus tres hijos. Yo fui la primera en
recibir una. Si bien él estaba muy enojado y desilusionado conmigo por haber
quedado embarazada, es un hombre que siempre se desenvolvió bien en los
negocios y cuando de dinero se trata, no hay quien lo estafe. Él me sugirió lo
del contrato prenupcial, de esa forma, todo lo que yo poseía antes de casarme,
iba a seguir siendo mío aunque me divorcie. Ese fue el acuerdo y Carlos tenía
que aceptarlo si quería poseer lo que había entre mis piernas.
-Un tipo con
visión de futuro tu papá.
-Sí, él me
obligó a casarme para ahorrarse la vergüenza de tener una madre soltera como
hija, pero no era ingenuo, sabía que mi matrimonio tenía fecha de caducidad,
hasta se sorprendió de que haya durado tantos años. Bueno, a donde iba… y
prometo no dar más rodeos. Dentro de todas mis insatisfacciones sexuales
siempre estuvo el deseo oculto de ir a la cama con una mujer, algo totalmente
descabellado para una madre de familia, casa y con dos hijos.
-O para una
chica de familia sumamente católica… -agregué.
-¿Ese es tu
caso? –asentí con la cabeza- creo que las dos estuvimos limitadas por nuestro
entorno.
-Sí, pero yo
terminé destruyendo mi entorno, ahora vivo sola y nunca veo a mi familia… sólo
a mi hermana, muy de vez en cuando.
-Mi vida
tampoco está mejor, a mis hijos no los veo desde que mi divorcié, que te digan
puta es horrible… pero que te lo digan tus hijos… es sumamente doloroso –pude
ver una lágrima cayendo por su mejilla.
-No llores
Eva, vos no sos ninguna puta –le dije tomándola de las manos- sos una mujer muy
linda a la que no supieron dejar satisfecha, vos no tenés la culpa de nada.
-No lo sé…
yo pude haber terminado el matrimonio de otra forma, pero por cobarde no lo
hice. Al menos hubiera mantenido el respeto de mis hijos.
-Tus hijos
te deben respetar y querer mucho, Eva. Solamente se habrán enojado con vos,
pero al fin y al cabo sos la madre y van a querer siempre –se me hizo un nudo
en la garganta- hasta yo tengo que confesar que a veces extraño a mi mamá… y
ella es una bruja que me echó de mi casa como si yo fuera un perro sarnoso.
Ves, ahora estamos llorando las dos, eso es por tu culpa.
-Perdón, no
intentaba ponerte triste –me alcanzó una servilleta mientras ella se secaba las
lágrimas con otra- mejor termino de contarte así nos olvidamos de todo esto
–asentí con la cabeza- luego del divorcio pasé más de un año sin acostarme con
nadie y como te habrás dado cuenta, la esquina en la que vos estabas suele ser
frecuentada por prostitutas, si no viste ninguna es porque ya habrán conseguido
clientes, pero todas las noches yo paso y veo dos o tres chicas… y bueno, se
visten de formas tan provocativas que… cierto que sos lesbiana y vas a
entender… la cosa es que me excitaba al verlas, a pesar de que esa clase de
mujeres no me gusta… pero estaba tan pero tan necesitada que llegué a pensar
muchas veces en pagarle a una para que me hiciera compañía durante una noche.
No te das una idea de la cantidad de veces que caminé hasta esa esquina y
termine dando media vuelta escuchando a las chicas murmurando sobre mí.
Seguramente ellas sabían cuáles eran mis intenciones, pero al menos tuvieron la
decencia de respetarme.
-¿Así que
nunca llegaste a contratar una?
-Soy una
mujer profesional, tengo una carrera laboral que mantener y debo cuidarme
mucho… pero no dije que no haya llegado a contratar una. Hará cosa de un mes me
animé a hacerlo, hablé con una chica
preciosa, que habrá tenido más o menos tu edad, rubia… un angelito… hasta me
sentí una vieja degenerada… pero todas las chicas de esa esquina suelen ser
jóvenes. Acordamos un precio, bastante alto por cierto, ya que ella no quería
hacerlo con mujeres. Cuando estuvimos acá, en mi casa, llegué a pedirle que se
desnudara… y me sentí sumamente extraña admirando la desnudez de una chica tan
joven. Me avergoncé de mi misma, no sólo porque ella fuera joven, sino por ser
vieja yo. Al pensar en que debía quitarme la ropa frente a ella me inhibí
completamente, yo ya no tengo ese cuerpo que tenía a los veinte años. No me
quedó más alternativa que pagarle, pedirle disculpas y decirle que debía
marcharse. La chica fue muy respetuosa y me dijo que no quería el dinero, pero
le insistí y al final acordamos que se llevaría la mitad de la suma total, por
haber venido hasta acá y por haberse quitado la ropa. Al menos me quedó esa
imagen…
-Para
masturbarte… -abrió los ojos tanto como pudo- perdón, es que yo adquirí la
maldita costumbre de hablar de sexo de forma muy abierta, no pretendía
avergonzarte. Sé que recién me conocés.
-Recién te
conozco pero ya te conté cosas de mi vida que no sabía nadie más que yo… y no
te das una idea de lo bien que se siente poder decirlas.
-Yo también
me sentí muy bien al contarte sobre lo que me pasó –asintió con la cabeza y nos
invadió un silencio muy incómodo.
-Sí lo hice…
-me dijo ella después de unos segundos.
-¿Qué cosa?
-Sí me
masturbé cuando la chica se fue –le sonreí- que loco se siente esto, jamás me
había confesado sexualmente con nadie… ni siquiera con mis mejores amigas.
-Es porque a
mí no me conocés.
-No
Lucrecia, es porque tengo la sensación de que puedo confiar en vos… es algo que
tenés, que me hace ver que sos una buena chica. Debés tener mucha facilidad
para hacer amigas.
-La tengo…
pero también tengo la misma facilidad para perderlas.
-¿Lo decís
por esta chica que se acostó con un hombre?
-Sí.
-¿Hablaste
con ella?
-No.
-¿Por qué
no?
-¿Qué caso
tiene? Ella ya eligió otro camino.
-Eso no lo
sabés. Volvamos al tema que hablamos hace un rato… si una mujer se acuesta con
muchos hombres o mujeres… tal vez ese hombre sólo fue uno de muchos, no quiere
decir que la hayas perdido, puede que aún estés a tiempo de entablar algo con
ella.
-Este no es
el caso… creeme si te digo que esta mujer no se acuesta con muchos hombres… y
con ninguna mujer.
-¿No es
lesbiana?
-No… no lo
sé… ya no sé qué pensar.
-A ver
Lucrecia, necesito más información. ¿Alguna vez pasó algo con esta chica que te
lleve a pensar que podría ser lesbiana?
-Sí
–contesté con cierto entusiasmo- nos besamos... en más de una ocasión.
-Bueno, eso
ya es un buen indicio. ¿Por qué llegaron a besarse? Es decir ¿cuál de las dos
tomó la iniciativa?
-La mayoría
de las veces fui yo… pero una vez ella lo hizo por iniciativa propia, yo sólo
se lo sugerí… pero no es lesbiana. Ella me aclaró que me besó sólo porque
estaba necesitada de afecto y cariño, se sentía muy sola y yo era lo único que
tenía al alcance de la mano… o mejor dicho, de la boca.
-Que me
disculpe tu amiga, pero esa no se la creo.
-¿Por qué
no?
-Mirá
Lucrecia, yo sé lo que es sentirse sola, como dijiste vos, podría dar cátedra
de soledad, porque sentirse sola teniendo a alguien al lado es el punto máximo
que puede alcanzar la soledad. Así y todo… no andaría besando mujeres, a no ser
que me gustaran. A mí me atraen, ya te lo confesé y es por eso que llegué a
pensar y planear la posibilidad de estar con una… y no es por sentirme sola.
-Pero el
caso de esta mujer es muy diferente…
-No entiendo
por qué.
-Si te lo
digo me vas a matar.
-No puedo
pensar en algún motivo que me llegara a matarte… a no ser que… ¿qué edad tiene
ella?
-Veintinueve,
es mayor que yo.
-Ah, con más
razón… ya no entiendo por qué debería enfadarme… si es casada lo voy a
entender, dalo por hecho.
-Eso depende
de con quién esté casada.
-Me parece
que eso da igual. ¿Con quién está casada?
-Con Dios. Es
monja –Eva me miró como si yo fuera un loco peligroso que acaba de fugarse de
una institución mental.
-¿Monja? Es
decir… ¿monja?
-Sí… monja
de ser monja. Esas señoras que van de iglesia en iglesia vestidas como Batman.
-Eso sí que
no me lo esperaba. Supongo que eso cambia un poco las cosas… ¡No, pará! No
cambia nada las cosas.
-¿Cómo qué
no?
-Me dijiste
que se acostó con un hombre… eso quiere decir que le importa un carajo el voto
de castidad. Si se acostó con él, nada le impide hacerlo con vos.
-Nada más
que un regimiento de Curas y Cardenales… tal vez hasta el mismo Papa venga a
darme una patada en las posaderas.
-Lo mismo le
darían al tipo que se acostó con ella –al oír eso se me achicharraba el
corazón- insisto en que tenés que hablarle. Al menos para estar segura.
-No puedo…
si la veo otra vez me muero del dolor.
-No seas
cobarde Lucrecia, yo perdí muchas cosas por ser cobarde… vos no tenés que
cometer el mismo error.
-Algo
parecido le dije yo a ella… que es una cobarde… por no permitirse expresar sus
sentimientos.
-Con más
razón, tenés que ir a demostrarle lo valiente que sos. Así te vaya para la
mierda, al menos lo intentaste.
-Tenés razón
Eva, muchas gracias. Te prometo que voy a juntar fuerzas y un día de estos voy
a hablar con ella.
-Nada de “un
día de estos”, tenés que hablarle lo antes posible. Mañana mismo, si es que se
puede. Si seguís esperando podrías perder una gran oportunidad.
-Está bien,
mañana voy a hablarle y que sea lo que Dios quiera.
-Yo que vos
dejaría a Dios de lado… no vaya a ser cosa de que se ponga celoso porque le
querés robar una de sus tantas esposas –me reí con su comentario.
Esta mujer
me recordaba cada vez más a una versión de mí misma, pero más vieja. Hasta
llegué a pensar que estaba viendo un futuro alternativo de lo que pudo haber
sido mi vida si yo quedaba embarazada del estúpido que me desvirgó. Me dio un
escalofrío de sólo pensarlo.
-Gracias por
todo Eva, me abriste los ojos. Recién te conozco pero ya te digo que te ganaste
un rinconcito muy especial en mi corazón.
-Gracias a
vos dulzura, no te das una idea de lo mucho que necesitaba un poco de compañía.
Al menos para charlar un rato. Por cierto ¿no tenés hambre? Con esto de los
desvelos tan frecuentes tengo todos los horarios cambiados, me estoy muriendo
de hambre.
-La verdad
es que yo también, hace muchas horas que no como nada.
-Está bien,
voy a ver qué puedo cocinar… no prometo gran cosa, porque tengo que
arreglármelas con lo que hay en la casa.
-Cualquier
cosa que cocines va a ser un millón de veces que lo que yo pueda cocinar. Esta
semana no me morí de hambre porque Dios inventó las sopas instantáneas.
-Pensé que
había sido un suizo el que las inventó –dijo riéndose- ¿no sabés cocinar?
-No, nunca
aprendí. Te juro que si hago un huevo duro, se me quema.
-Entonces yo
puedo enseñarte. La cocina siempre se me dio muy bien. Al menos podés mirar lo
que hago y tal vez aprendas un poquito.
-Me encanta
esa idea ¿qué vamos a preparar?
-Veremos…
Nos pusimos
de pie casi al mismo tiempo y Eva comenzó a revisar sus alacenas y la heladera.
Decidió que el menú para esa noche blanca sería una tarta de verduras, porque,
según ella, era fácil y rápida de preparar. Para mí era tan sencilla como la
física nuclear. Primero extrajo de la parte baja de su heladera una planta de acelga,
la lavamos juntas mientras ella me explicaba por qué era tan importante limpiar
los vegetales antes de utilizarlos, esta tarea no me significó un gran
problema. Luego me enseñó que debía cortar el cabo de la planta, si es que no
me agradaba utilizarlos dentro de la tarta. Me paré detrás de ella, debido a
una considerable diferencia de altura, yo podía ver perfectamente sobre su
hombro. Me obligó a rodearla con los brazos y me hizo sujetar firmemente el
cuchillo para explicarme algo tan básico como cortar la verdura, cosa que
parecía mucho más sencilla cuando te decían cómo hacerlo sin rebanarte un dedo
en el intento.
Sin pecar de
soberbia puedo decir que Eva aprovechaba cada oportunidad que tenía para mirar
en mi escote o mis piernas, magramente cubiertas por la minifalda, no la
culpaba, ella había ido con la idea de conseguir una prostituta para pasar una
noche de placer, por lo que debía estar excitada, no hubiera salido de su casa
de no estarlo, estaba segura de que eso fue lo que le dio coraje. Para sumar
más puntos a su defensa debía decir que a mí se me veía casi todo, bastaba con
dar un paso en falso o agacharme de más para enseñarle más de lo prudente. Comencé
a sentirme culpable, mientras ella me enseñaba amablemente detalles básicos de
la cocina me di cuenta de que había arruinado sus planes para esta noche. Si yo
me sentía sola luego de una semana sin mis amigas, no quería imaginar cómo se
sentía ella luego de meses lejos del que fuera alguna vez su marido y de sus
hijos. Llegué a pensar que a ella en realidad no le importaba si su compañero
de cama era hombre o mujer, no porque realmente le gustaran las mujeres, sino
por tener a alguien y una mujer prostituta era mucho más fácil de contratar que
un hombre.
Por la
diferencia de altura yo podía mirar todo lo que hacía en la mesada por arriba
de su hombro derecho, si bien ella ya parecía un ama de casa madura común y
corriente, podía notar cierto encanto juvenil en su forma de hablar. Apoyé mi
barbilla en su hombro mientras ella ponía el relleno sobre una de las tapas de
la tarta, pude sentir el calor de su cuerpo y dejé mis pechos se apoyaran
contra su espalda, ella seguía hablando y dándome consejos de cocina pero pude
notar que estaba nerviosa, su cuerpo temblaba y no elegía bien las palabras o
las repetía una y otra vez. La tomé por la cintura, noté que el ritmo de su
respiración aumentó, me conmoví al verla así, era evidente que había pasado
mucho tiempo sin contacto humano. Ella había sido una buena mujer conmigo, me
había salvado de ese degenerado, me había invitado a su casa sin conocerme y
había escuchado todos mis problemas, debía devolverle el favor y sólo se me
ocurría una forma para hacerlo. En cuanto giró su cara hacia mí, la besé.
No vi su
reacción ya que actué con los ojos cerrados pero si pude notar su aceptación ya
que separó un poco sus labios permitiendo que uno de los míos calzara
perfectamente entre ellos, su boca estaba seca pero la humedad de la mía la
contagió en pocos segundos. Lentamente ella fue girando hasta que quedamos
enfrentadas, la abracé poniendo las palmas de mis manos a la altura de sus
omóplatos, ella me rodeó sus brazos por la cintura. Era evidente que ella
estaba muerta de miedo, todo su cuerpo vibraba, no era lo mismo para una chica
adolescente besar por primera vez a una mujer a que lo haga una mujer madura
que creía tener su vida y orientación sexual definida, por más que ella dijera
que hacía tiempo sentía atracción por las mujeres, cosa que yo no me había
creído del todo.
Una de sus
manos se deslizó por mis nalgas llegando hasta el sitio en el que la minifalda
terminaba, luego la apartó rápidamente como si hubiera tocado algo
extremadamente caliente.
-Sin miedo
–le susurré casi sin apartarme de su boca.
Sus dientes
dieron un leve mordisco a mis labios y una vez más esa mano bajó, pero esta vez
la acompañó la otra, ambas me sujetaron con fuerza las nalgas y levantaron la
minifalda hasta que quedó como un cinturón.
-¿Querés que
vayamos a…? –no se animó a completar la pregunta.
-Sí, vamos.
Te sigo.
La tomé de
la mano y le indiqué que comenzara a caminar, la pobre ni siquiera se animaba a
mirarme a los ojos, sin acomodar mi ropa la seguí hasta un dormitorio que
poseía una amplia cama antigua, muy hermosa y prolija. Con un respaldar de
madera oscura lustrada y sin marcas que la deterioraran.
-Qué lindo
cuarto –le dije honestamente con la intención de alivianar la tensión.
-Estoy
nerviosa…
-Es lógico,
yo también lo estoy.
-Pero vos ni
siquiera deberías estarlo… ya has hecho esto… con mujeres… y sos joven y
hermosa, en cambio yo… no me siento cómoda con mi cuerpo, después de tantos
años.
-A mí me
parecés una mujer muy bonita. Acordate que no hago esto por dinero, sino porque
así lo quiero. Hacé de cuenta que los años no pasaron, que tenés la misma edad
que yo.
-Cuando yo
tenía tu edad, vos ni siquiera habías nacido, Lucrecia.
-Está bien,
fue un mal ejemplo. ¿Y si imaginás que yo tengo la misma edad que vos?
-Si llegás a
mi edad con ese cuerpazo, pasame el número de teléfono de tu cirujano plástico.
-Me estás
dejando sin argumentos, Evangelina –era como discutir conmigo misma.
-Lo siento,
es que de verdad estoy muy nerviosa…
-A ver,
contestame una cosa, con total sinceridad. ¿De verdad te gustan las mujeres?
¿Te excitas viendo sus cuerpos?
-No sé… creo
que sí.
-Esa chica
que se desnudó para vos… ¿te excitó?
-No.
-Pero te me
dijiste que te masturbaste.
-Pero no lo
hice pensando en ella.
-Entonces
vos no querés una mujer, querés un compañero de cama.
-Tal vez así
sea… pero muchas veces pensé que algo me atrae de las mujeres, me produce
cierto morbo, creo que es por verlo como algo prohibido, algo que nunca hice,
pero no es algo que me pase con todas.
-Agradezco
tu sinceridad, pero ya no me mientas. No tenés razones para hacerlo, yo no te
voy a juzgar.
-Está bien,
perdón.
-Pero hace
un rato me dijiste una gran verdad, por eso deduzco que, aunque no seas del
todo consciente, sí te gustan las mujeres. Por más sola que te sientas no
andarías besando a otra mujer… y acabás de besarme. ¿Lo hiciste sólo porque te
sentías sola? –por alguna extraña razón sentía que estaba interrogando a
Anabella.
-No, lo hice
porque quería besarte. Vos si pudiste despertar ese sentimiento en mí.
-¿Te gustó?
-Mucho.
-¿Lo harías
de nuevo?
-Sí.
-A mí
también me gustó mucho y lo haría otra vez, pero quiero q seas consciente de
que si lo hacés una vez más, terminamos en la cama –ella titubeó y se quedó en
silencio por unos segundos.
-¿Te puedo
pedir algo, Lucrecia?
-Menos que
me vaya… podés pedirme cualquier cosa.
-No quiero
que te vayas, quiero que te saques la ropa. ¿Lo harías por mí?
-Claro que
sí.
Con cuidado
y poniendo un poquito de suspenso, fui quitándome la ropa, cuando quedé en ropa
interior noté que la expresión en los ojos de Eva cambiaba. Desprendí mi
corpiño y cuando lo quité cubrí mis pechos cruzando un brazo sobre ellos. Me
acerqué un par de pasos hacia la mujer, quien ahora me miraba sentada en el
borde de su cama y liberé mis tetas, éstas dieron un saltito y volvieron a
quedar erguidas en su posición natural. Mis pezones estaban duros y no era sólo
producto del frío de la madrugada. Luego comencé a bajar la tanga permitiendo
que mis senos colgaran ante los ojos de Eva, cuando me reincorporé lo hice con
las piernas juntas, ella tan sólo podía ver el pequeño colchón de pelitos que
cubría mi pubis.
-¿Te gusta?
–le pregunté.
-Mucho –me
miraba como si yo fuera una escultura en un museo.
-Podés tocar
si querés.
Asintió con
la cabeza y estiró su mano hasta acariciar mi vientre, subió lentamente hasta
que el dorso de su mano tocó uno de mis pechos, el cosquillo me excitaba y más
me excitaba estar desnuda frente a ella. Luego su mano bajo y no se detuvo
hasta hacer contacto con mi vello púbico.
-¿Te
calienta? –continué con mi interrogatorio.
-Sí, me
gusta mucho tu cuerpo.
-Si te
excitás sólo con verlo es porque un poco deben gustarte las mujeres.
-Es lo que
yo decía… admito que exageré un poco en algunas cosas, no me siento lesbiana,
pero no me molestaría serlo.
-¿Lo decís
en serio?
-Si mi vida
tiene que tomar un rumbo nuevo, entonces que lo haga de una vez.
Al decir
esto se puso de rodillas en el suelo, acarició mis muslos y yo los separé
lentamente, permitiéndole ver lo que ocultaba entre mis piernas. Parecía estar
decidida y no quise decir otra palabra para no hacerla dudar, la dejé actuar y
lo hizo sin perder el tiempo, supe que ésa sería su prueba de fuego y quería
pasarla de una vez por todas. Humedad, tibieza y suavidad envolvieron mi
clítoris al instante, cerré los ojos y exhalé la ráfaga de placer que cruzó mi
cuerpo, coloqué una mano sobre el cabello de Eva y separé un poco más las
piernas, dando más lugar a su lengua que ya estaba obrando con gran destreza
entre los labios de mi vagina. Sus lamidas se fueron tornando tan intensas que
me costaba mantenerme en pie, mis rodillas me estaban traicionando con cada
espasmo de mi cuerpo, me vi obligada a sentarme en el borde de la cama, al
hacerlo subí mis pies, apoyando la planta de los mismos sobre el acolchado y
separándolos uno del otro tanto como pude. Mi almejita quedó totalmente
expuesta para esa mujer que no dudó ni un segundo más y pegó la boca a ella y
comenzó a succionar como si de allí tuviera que sacar el veneno dejado por una
víbora al picar, un veneno que podía quedar dentro de su cuerpo y crecer tanto
que ya no volvería a ver las mujeres de la misma forma, el mismo veneno que me
convirtió en lo que soy.
Me recosté
la cama y amasé mis pechos, quienes pedían cariño a gritos. Una nueva y
gratificante descarga eléctrica me invadió cuando toqué la punta de mis tiesos
pezones, justo al mismo tiempo el que Eva succionaba con fuerza mi clítoris por
primera vez, eso me demostraba que estaba decidida no sólo a probar una vagina
sino también a practicarme sexo oral del bueno y llevarme al clímax. Había
tenido relaciones sexuales con mujeres a las cuales no conocía para nada, pero
extrañamente no me sentía así con Evangelina, me daba la sensación de haberla
tenido como amiga durante muchos años.
-¿Estás
lista para llegar más lejos? –le dije acariciando su cabello.
No me
respondió con palabras sino con actos, trepó poco a poco por mi cuerpo, sin
dejar de lamerlo, dedicó unos segundos a chupar cada uno de mis pezones, y
luego llegó a mi boca, mientras nos besábamos comencé a desprender uno a uno
los botones de su camisa, no podía ver nada pero ella me ayudaba y pudimos
quitarla en poco tiempo, a continuación desabroché su corpiño y busqué el
cierre trasero de su pollera, ella misma se despojó de ella, no dejamos de
jugar con nuestras lenguas ni por un segundo, ya no veía en ella la dulce ama
de casa que me había rescatado, sino a una amante feroz y apasionada. Lo
primero que noté al aferrarme a sus nalgas es que, si bien no eran como las de
mis amigas, estaban mucho más firmes y suaves de lo que había imaginado pero no
me quedé mucho tiempo concentrada en ellas, quería quitar su última prenda de
vestir cuanto antes, la impaciencia me mataba.
-Todavía no
–me detuvo ella- quiero sentir esto por un rato más… quiero abrazarte y
besarte.
Comprendí a
qué se refería, la soledad le pesaba mucho, necesitaba sentir el calor y el
afecto humano, ya me había demostrado que no tenía problemas en acostarse con
una mujer, ahora yo le demostraría que no debía sentirse tan sola y desdichada.
La abracé con fuerza y la hice girar sobre la cama, quedando yo arriba de ella.
Repartí besos por toda su cara, procurando que cada uno sea prolongado e
intenso, también hice lo mismo por todo su cuello, el cual olía a un perfume
delicioso. Su piel se sentía un tanto diferente, no era como besar a mis amigas,
en Eva había huellas por la edad, minúsculas y de poca importancia, pero allí
estaban. No me molestaban en lo más mínimo, al contrario, me recordaban que me
estaba acostando con una mujer madura y eso producía un morbo especial en mí.
Luego del ataque de los besos, permanecimos unos minutos abrazadas, mirándonos
a los ojos, sonriéndonos como dos viejas amigas, sin decir nada.
-Además de
ser hermosa, sos una chica muy buena, Lucrecia –me dijo rompiendo el silencio-
te voy a agradecer este momento toda mi vida.
-La que
tendría que estar agradecida soy yo, porque me hayas permitido estar acá con
vos –le di otro beso en la boca- ¿estás lista?
-No, para
nada… pero no importa… vayamos por más.
-Me gusta tu
actitud.
En un solo
movimiento descendente llegué hasta su bombacha, la sujeté y se la quité del
todo, luego admiré sus piernas y su gran mata de vello púbico, todo era una
obra de arte para mis ojos, me encantaba el cuerpo de esa mujer y me producía
mucho morbo el verla de esa forma. Deslicé la palma de mis manos subiendo por
sus muslos y acerqué mi cabeza hasta el centro de ellas, olfateando y
deleitándome con el aroma a sexo que inundaba mis fosas nasales. Acaricié todo
su pubis sin tocar sus labios, aún no podía verlos bien ya que tenía las piernas
juntas, pero poco a poco las fui separando hasta dejar el camino hacia su
vagina completamente libre. Ésta estaba evidentemente húmeda y sus labios
carnosos me recordaron un poco a los de Tatiana, aunque más pequeños. Imaginaba
que en algún momento Eva había recibido sexo oral, pero ésta sería su primera
vez con una mujer por lo que debía esmerarme.
Avancé como
una fiera ante su presa, lamí el centro de esa rajita procurando que mi lengua
se hundiera un poco dentro del orificio y recolectara el viscoso jugo sexual,
el cual me pareció delicioso de textura cremosa y suave, luego dirigí mi lengua
hacia el clítoris que sobresalía de su capullo, lamí la puntita tan sólo por un
instante y comencé una serie de lengüetazos desde abajo hacia arriba siguiendo
el arco que dibujaban los labios vaginales, los gemidos de Eva eran intensos y
sinceros, como si al exhalarlos intentara quitar toda la frustración sexual que
llevaba acumulando durante años. Comenzó a masturbarse y esa imagen de mujer
cachonda me hizo delirar de morbo, admiré durante unos segundos cómo ella se
tocaba para mí, abriendo y cerrando su vagina, metiendo y sacando sus dedos.
Ocasionalmente le daba una lamida o succionaba su clítoris durante unos
segundos. Pocas horas antes Eva era una completa desconocida para mí y ahora
era la mujer con la que compartía uno de los momentos más íntimos en los que
pueden participar dos personas.
Giré
colocando mis pies a la par de su cabeza y me acosté sobre ella, comprendió
perfectamente lo que buscaba con esto, su lengua se hincó de inmediato en mi
almejita y yo comencé a chupar la suya con tal entusiasmo que la obligaba a
dejar de lamer para poder dar gritos y gemidos de placer, su voz atravesaba mi
pecho y hacía tintinear mi corazón, su actitud hacia el sexo era maravillosa.
Lo que
siguió después fueron varios minutos, más de cuarenta, por lo que pude calcular
al ver el radio-reloj sobre su mesita de luz, en los que estuvimos chupándonos
mutuamente, con mayor o menor intensidad, tuve tiempo de recorrer y memorizar
cada pliegue de su vagina y ella hizo lo propio con la mía.
Detuve la
hermosa escena al apartarme de ella, no porque ya no quisiera lamérsela sino
porque quería seguir probando cosas con ella.
-¿Y ahora
qué? –Me preguntó Eva mientras recuperaba el aliento- creo que lo malo del sexo
entre mujeres es que no ofrece muchas variantes.
-Eso es lo
que vos pensás, pero si te las ingeniás podés hacer muchas cosas muy buenas, no
sólo sexo oral.
-¿Cómo
cuáles?
-Te voy a
mostrar algo que a mí me gusta mucho. Vení, ponete de rodillas –le dije
mientras yo hacía lo mismo- ponete muy cerca de mí –nuestros pechos se
tocaron-, dame tu mano –la sujeté con firmeza y la llevé hasta mi vagina-
tocame como si te estuvieras masturbando, enseñame cómo lo hacés y yo te voy a mostrar
cómo lo hago yo.
Lo que me
resultaba más interesante de esa práctica de sexo lésbico es que cada mujer
tiene una forma particular de estimular su vagina, eso lo había aprendido en mi
primera experiencia con Tatiana. Como ella ya estaba lubricada y dilatada,
comencé por penetrarla con mis dedos, en cambio ella prefirió presionar mi
clítoris con fuerza, lo cual me gustó mucho. Uní nuestras bocas en un beso ya
que eso aumentaba considerablemente la pasión. Sus rápidos movimientos parecían
llegar a cada rincón de mi vagina al momento ideal, nunca nadie me había tocado
con tanto esmero y destreza, ni siquiera Tati. Mientras nos masturbábamos
mutuamente nos turnábamos para chuparnos alguna teta o para besar nuestros
cuellos.
-¡Qué bien
lo hacés Eva! –exclamé entre jadeos, sentía que estaba muy cerca del orgasmo.
-Si hay algo
que sé hacer es masturbarme –dijo sin dejar de tocarme- imaginá que llevo
muchos más años de los que vos tenés de vida masturbándome… con mucha
regularidad.
-Eso me
calienta mucho –el saber que esta mujer era adicta a la masturbación me causaba
un morbo inmenso.
Me penetró
con dos dedos y comenzó a darme con fuerza, yo me esmeré de la misma forma para
que llegáramos juntas al gran clímax una vez más, pero no logré que así sea, mi
calentura me traicionó y acabé primero con fuertes espasmos y jadeos, luego
tuve que seguir masturbándola durante unos minutos mientras ella permanecía
acostada boca arriba con las piernas abiertas. Me encantó verla jadear,
retorcerse, gemir, pedir más. Cuando llegó al momento culmine lo hizo de una
forma sumamente jugosa, su vagina comenzó a expulsar líquido salpicando todas
las sábanas, no quise desperdiciar la oportunidad, me lancé entre sus piernas y
me prendí al huequito recibiendo el resto de esos jugos dentro de mi boca,
tragándolos y disfrutándolos a pleno.
Quedamos
agotadas, nos tendimos en la cama para recuperar el aliento.
-Ya no estoy
para estas cosas –dijo Eva- los años pesan mucho.
-Lo hiciste
muy bien Eva, me encantó y lo volvería a hacer con todo gusto con vos –giró su
cara hacia mí y sonrió.
-Gracias,
Lucre. Jamás pensé que tener sexo con una mujer pudiera ser tan intenso y
excitante. Superó ampliamente mis expectativas.
-Y sólo fue
la primera vez de muchas que vendrán.
-Vos tenés
tu vida, no podés quedarte pegada a una vieja por más sola que se sienta.
-Hey, con
quien elija pasar el tiempo y acostarme es cosa mía, si quiero hacerlo con vos
y vos estás de acuerdo, entonces lo voy a hacer. Además no me refería a mí
sola, hablaba de las mujeres con las que podrías terminar en la cama. ¿No tenés
alguna amiga que te parezca linda? ¿No conocés a alguna que tengas
inclinaciones lésbicas?
-Bueno,
pensándolo de esa forma, tengo una amiga con la que he fantaseado en más de una
ocasión… cuando necesitaba estímulos para masturbarme, es dos años menor que
yo, pero parece que tuviera diez menos.
-¿No era que
no te masturbabas pensando en mujeres?
-Nunca dije
eso, no me masturbé pensando en la prostituta que vino a casa, porque ella no
llegó a excitarme, pero sí lo he hecho muchas veces, con amigas, clientas,
conocidas, etc.
-¿Pensás que
tu amiga pueda tener inclinaciones hacia las mujeres?
-Sé que se
ha acostado con mujeres en un par de ocasiones.
-Entonces ya
está, ahí tenés tu nueva compañera sexual.
-Lo veo
difícil, ella es casada.
-Ah, ya veo.
Si es casada no te lo recomiendo… a no ser que… organices un trío con ella y su
marido. ¿Te parece lindo el marido?
-¿Un trío?
–me miró sorprendida.
-¿Nunca
estuviste en uno?
-Más o
menos… pero nunca con una mujer en el medio.
-¿Cómo es
eso de más o menos?
-Nada, dejá…
en otro momento te lo cuento.
-Pero yo
quiero saberlo ahora –un rugido leve, como si se tratara del cachorro de un
león, salió de mi estómago y Eva comenzó a reírse.
-Te estás
muriendo de hambre chiquita, vamos a terminar con la tarta, esta vez sí vamos a
comer.
-Está bien,
pero no me voy a olvidar de lo que me dijiste. Algún día vas a tener que
contarme.
*****
Estaba
hambrienta y agotada, la bata que me prestó Eva para cubrir mi desnudez, me
parecía de lo más cómoda y cálida, no sabía si dormirme de cara contra la mesa
de la cocina o aguardar a que la tarta estuviera lista, por suerte la mujer
demostró ser buena conversadora, lo que me mantuvo despierta. Hablamos de las
cosas que habíamos hecho en la cama e intercambiábamos opiniones y gustos, en
un momento mencionó un hecho que me pareció curioso:
-Por suerte
no me insististe con algo como sacar fotitos con el celular, muchos jóvenes
hacen eso hoy en día y a mí me da bastante miedo.
-Eso ya me
trajo más de un problema, a veces pienso que es lindo tener algún recuerdo, una
fotito o un video, pero ya sé qué consecuencias puede haber si eso llega a las
manos equivocadas.
-Qué pena me
da escuchar eso.
-Pero bueno…
puedo sacarte fotos ni aunque quisiera, hace varios días que se me rompió el
teléfono dejándome prácticamente incomunicada.
-¿Y no tenés
uno de repuesto?
-No, nada…
no puedo permitirme comprar uno ahora, ni siquiera de los baratos… porque no
son nada baratos tampoco.
-Yo te puedo
dar uno. Todavía guardo mi teléfono viejo, no lo quería cambiar porque funciona
de maravilla, pero un día pensé en que debía modernizarme un poco y compré otro
teléfono, de esos nuevos, los Smartphone.
-Te
agradezco pero no tengo para pagártelo.
-¿Y quién dijo
que me lo tenés que pagar, Lucrecia? Es un regalo.
-Pero…
-Nada de
peros. A mí no me sirve de nada, tampoco es una joyita de la tecnología, te va
a servir para lo más básico, llamadas y mensajes de texto, no pidas más. Ya te
lo traigo, vigilá que no queme la tarta –habrá notado mi cara de desconcierto
porque luego cambió de opinión- mejor… no hagas nada, no toques el horno…
quedate sentada, nada más.
Le sonreí y
asentí con la cabeza, ella se fue y a los pocos segundos me trajo una cajita de
cartón en la que aún guardaba su viejo teléfono, me mostró que allí estaba todo
lo necesario para hacerlo funcionar y luego nos dedicamos a lo más importante.
Alimentarnos. La tarta estaba exquisita, y no lo digo sólo por el hambre que
tenía, ni siquiera en mi propia casa había comido algo así de rico. Debo haber
devorado la mitad yo sola.
Casi media
hora más tarde y ya saciada, decidí que era momento de regresar a mi casa y
dejar que esta pobre y amable mujer descansara también.
-Mejor me
pido un taxi, ya es tarde –le dije.
-¿Vas a
subirte a un taxi con esa ropa?
-¿Con la
bata?
-No, con la
ropa que trajiste… ni bien te sientes en el asiento trasero de taxi, el
conductor te va a ver toda la cotorra, nena.
-Y bueno,
puede que quiera cobrarme más barato en agradecimiento.
-O puede que
intente violarte… mejor te llevo yo.
-¿En qué?
-En auto. Lo
tengo guardado en el garaje. En mi trabajo tenés que tener auto o sino vas a
tener que caminar muchísimo o dejar un presupuesto en taxi.
-No te
quiero molestar.
-Lucrecia, basta
con eso de que molestás o que no querés… si yo te digo algo es porque quiero
hacerlo o quiero dártelo… ahora quiero llevarte hasta tu casa en el auto, de
esa forma voy a poder dormir más tranquila.
-Está bien
Eva, te lo agradezco mucho.
En pocos minutos
yo ya estaba vestida con el atuendo que había elegido para esa noche y sentada
en el asiento del acompañante, le indiqué cómo llegar hasta mi casa, por suerte
no era nada lejos. Me despedí de ella y volví a agradecerle todo lo que hizo
por mí, me bajé del auto y comencé a caminar hacia el edificio, ella pretendía
quedarse allí hasta que yo entrara, pero luego de unos tres o cuatro pasos di
media vuelta y regresé al auto, ella bajó el vidrio de la ventanilla.
-Eva… ¿no
tenés ganas de subir? No quiero dormir sola… y creo que vos tampoco querés
hacerlo.
-¿Estás
segura? –preguntó con una amplia sonrisa.
-Sí, las dos
estamos solas… ahora nos hicimos algo de compañía y la pasamos muy bien ¿por
qué motivo tenemos que dormir solas si podemos hacerlo juntas?
-Está bien,
acepto tu propuesta.
Esa noche
tuve, después de muchas noches, alguien que me acompañe en la cama. Lo mejor de
todo fue no fuimos a dormir directamente sino que nos entretuvimos durante un
rato largo. Una sola noche con Evangelina y ya la sentía parte de mi vida.
*****
No tenía
idea de qué hora era cuando desperté pero supuse que ya había pasado el
mediodía. Al salir del cuarto encontré a Evangelina barriendo el piso de la
sala.
-¿Eva, qué
hacés?
-Limpio un
poco, no puede ser que vivas así, dulzura. Que estés sola no quiere decir que
tu casa sea un chiquero… uno curiosamente vacío –miró alrededor donde no había
más que algunos almohadones tirados en el piso.
-No tengo
muebles.
-Ya veo. No
te preocupes, Lucre, en un ratito me voy y no te jodo más, sólo quería ayudarte
un poquito.
-Te lo
agradezco un montón Eva, en serio. Te juro que no sé cómo hice para ensuciar
tanto el departamento.
-Yo me
pregunto lo mismo, pero a mí me gusta limpiar, me distrae.
-Te voy a
contratar de mucama entonces. He visto algunos conjuntitos muy sexy que te
quedarían muy bien.
-Por lo poco
que te conozco sé que pasaría más tiempo sin el conjuntito…
-Es lo más
probable –le sonreí- bueno, me voy a bañar. Gracias otra vez, sos un amor.
Luego de
darme una ducha despedí a Eva, le insistí para que se quedara todo el tiempo
que quisiera pero me dijo que tenía obligaciones que cumplir. Después de eso me
pasé diez minutos buscando la pequeña cajita de cartón en la que había guardado
los pedazos de mi antiguo teléfono celular, no entendía cómo en tan poco tiempo
había logrado ocasionar tanto desorden en mi armario, las cosas parecían
cambiar de sitio por voluntad propia. Coloqué el chip de mi línea telefónica en
el aparato que Evangelina me obsequió y lo encendí. En cuanto vi aparecer la
luz en pantalla supe que volvía a estar conectada con el mundo una vez más.
¿Cómo habrá hecho la gente en la antigüedad para sobrevivir sin teléfono
celular? Para poder comprobar que todo funcionaba perfectamente, llamé a Lara.
-Hola… ¿Lucrecia?
–me saludó ella, como el número seguía siendo el mismo ella podía ver mi nombre
en pantalla.
-Hola
hermosa, sí soy yo.
-¿Pudiste
arreglar tu teléfono?
-No, pero
conseguí otro. Es un tanto viejito pero al menos funciona para llamar y enviar
mensajes.
-Qué bueno,
al menos vas a estar comunicada. Che… me llamaron varias veces preguntando por
vos.
-¿Quién te
llamó?
-A ver…
empiezo por lo más importante. Te llamaron de esas dos agencias donde
presentaste tu Currículum.
-¿Hubo
suerte?
-No, mi
vida. Lo siento mucho pero en los dos lugares dijeron que ya habían tomado a
otra persona.
-Lo cual es
una muy mala respuesta teniendo en cuenta que en ninguno de los dos sitios
buscaban contratar a nadie. Al menos hubieran sido honestos conmigo.
-¿Vos creés
que el responsable de esto es ese tipo de la Universidad?
-No lo sé,
pero hay algo raro y ya me estoy hartando. Bueno, me imaginaba que no iban a
contratarme. ¿Quién más te llamó?
-Me llamó
ese chico, Rodrigo Pilaressi…
-¿El dueño
de Afrodita?
-Ese mismo.
Me dijo que quería hablar con vos.
-Ay, qué
vergüenza…
-¿Por qué,
pasó algo?
-Es que le
quedé debiendo un montón de plata, yo cargaba todo a la extensión de la tarjeta
de mi mamá y después ella la canceló.
-Pero al fin
y al cabo la deuda está a nombre de tu mamá…
-Sí, lo sé.
Pero ella no la va a pagar, así tenga que poner un abogado, vos ya viste cómo
es. No le va a importar la plata en sí, sino que va a buscar joderme la vida.
-Entiendo,
pero vos deberías hablar con él. Eran amigos… o algo así.
-Sí, pero no
le tengo tanta confianza como para quedarle debiendo tanta plata.
-No te
preocupes Lucrecia, yo te puedo prestar algo. Siempre tengo algunos ahorros.
-Vos ya me
diste mucho Larita, mucho más de lo que debías.
-Tranquilizate
Lucrecia, se va a solucionar todo. En serio a mí no me molesta prestarte para
pagar eso. Sé que no es tu culpa.
-Mejor
hablamos de eso en otro momento. ¿Llamó alguien más?
-Esta semana
estuviste bastante solicitada, pensaba ir esta tarde a tu casa y pasarte los
mensajes… pero ya que llamaste te lo digo ahora. Tatiana me preguntó por vos…
por el tema de la mudanza.
-¡Cierto!
–golpeé mi frente con la palma de la mano- me había olvidado completamente de
eso.
-Ella quiere
mudarse cuanto antes, me llamó ayer y le prometí que te preguntaría.
-Esta semana
fue muy difícil para mí –no quería contarle lo de mi depresión- me cuesta
agarrar el ritmo si no tengo nada que hacer en todo el día y busco distraerme
–eso era mentira, me había pasado la semana por los rincones de la casa, como
un hongo- por eso me olvidé de Tati.
-De Tati y
de todas tus amigas. Anabella también preguntó por vos –al escuchar ese nombre
me quedé paralizada- me dijo que habían acordado verse durante estos días pero
que nunca fuiste. ¿Pasa algo Lucrecia? Cada vez que la monjita te invita a
visitarla salís corriendo atrás de ella.
-Sí, lo sé…
pero quiero cambiar eso. Escuché atentamente tus palabras y tenés razón, no
puedo estar todo el tiempo pendiente de ella. Cuando la vea le pediré disculpas
–dije con un nudo en la garganta.
-En eso
estoy de acuerdo, te va a hacer bien apartarte un poco de ella, verla con menos
frecuencia… especialmente ahora que… estás sola.
-Sola no
estoy, las tengo a ustedes –aunque fue una sonrisa triste, me salió de forma
natural.
-Eso seguro,
ni se discute. Vamos a estar para todo lo que necesites.
-¿Y cómo van
las cosas con Samantha?
-Complicadas.
-¿Por qué?
¿La chica no admite todavía que le gustan las mujeres?
-No, ese no
es el problema. Charlamos sobre eso y ya no le quedó más remedio que aceptarlo,
el problema ahora es que se siente culpable por lo que pasó en tu casa… siente
que fue muy lejos.
-Yo la vi
muy entretenida y a gusto.
-Yo también,
creo que fue una de las que más disfrutó con toda esa… “fiestita” pero ella
asegura que es normal que se sienta mal. Siempre le pasa.
-¿Y vos cómo
te sentís?
-¿Yo? De
maravilla, a mí me encantó lo que hicimos, a pesar de que fue tu cumpleaños,
también lo tomé como un regalito para mí. Fue alucinante.
-Entonces
eso es lo que tenés que hacerle entender a Samantha, vos viviste lo mismo,
estuviste en el mismo lugar que ella al mismo tiempo. Demostrale que no tiene
por qué sentirse mal.
-Lo voy a
intentar.
-No vengas
hoy a mi casa, andá a visitarla a ella. Hablale bien.
-¿Y le pido
que sea mi novia? –preguntó con una risita.
-Tal vez sea
un poco pronto para eso…
-Sí, lo sé.
Nosotras cortamos hace muy poco tiempo, no está bien que ya esté pidiéndole a
otra chica que sea mi novia.
-No tonta,
no lo dije por eso. Si vos te ponés de novia con ella hoy mismo, yo voy a estar
muy contenta por las dos. No me importa si pasó poco o mucho tiempo desde que
cortamos. Lo digo por ella, tal vez no se sienta preparada para una relación
estable con una mujer. Imaginate que la chica no vivió la misma situación que
nosotras, ella tuvo como pareja a un hombre durante bastante tiempo… el tener
que rearmar su vida y pensar que puede tener como pareja a una mujer debe ser
muy difícil para ella.
-Tenés
razón. Lucrecia, hay algo que nunca entendí de vos.
-¿Qué cosa?
-Sos muy
buena analizando y resolviendo los problemas de los demás… pero a la vez sos un
desastre con tus propios problemas. ¿Por qué no empleas un poquito de ese
análisis en vos misma?
-Nunca lo
había pensado, pero creeme que es más fácil ver los problemas de los demás que
los propios. Tengo muchos, lo admito… pero a la mayoría los reprimo.
-Como
Anabella –otra vez esa fría puñalada en mi pecho- esa chica te saca de órbita
Lucrecia, y no lo digo como algo bueno.
-Lo sé. Hoy
mismo voy a hablar con ella.
-¿Con qué
intensión? –no quería contarle nada de lo que me había enterado sobre la
monjita.
-No lo sé.
No tengo idea. Veré qué pasa.
-Ese no es
un buen plan.
-Pero es el
único que tengo. ¿Qué otra cosa puedo hacer?
-No lo sé…
sólo puedo desearte suerte.
-Me
desilusiona un poco ese “no lo sé”. Vos siempre fuiste más inteligente que yo
Lara, pensé que ibas a ayudarme.
-No te
ofendas Lucrecia, pero no puedo ayudarte a conquistar una monja porque no estoy
de acuerdo con eso. Te ocasionarías demasiados problemas, más de los que ya tenés.
-No pretendo
conquistarla… ya no.
-¿Segura?
-Sé que ya
no tengo oportunidad con ella.
-En realidad
nunca la tuviste… conste que estoy actuando como amiga, te estoy siendo lo más
sincera posible para que no te mientas a vos misma. Si querés quitártela de la
cabeza, yo puedo ayudarte con eso, por empezar te diría que salgas más, no
estés todo el tiempo sola, tenés que ver amigos y amigas.
-Sí, eso
estoy intentando hacer, ayer conocí a una nueva amiga.
-Vos siempre
con amigos nuevos, no sé cómo hacés. A la única “amiga” que hice sin que estés
vos de por medio fue a Jimena… si es que la puedo llamar amiga… y la tipa me
demostró estar totalmente loca.
-¡Ahí te
agarré! –Di un pequeño salto triunfal- ¿vos podés acostarte con tu profesora y
yo no puedo hacerlo con una monja?
-Este… sí,
exactamente así.
-A vos
también te trajo problemas, y no te importó.
-Porque
estaba sola y necesitada…
-Yo estoy
igual.
-Pero… pero…
no Lucrecia, no es lo mismo. Es una
monja…
-No te
asustes Lara, solamente te estoy tomando el pelo. Creeme que a Anabella la
perdí. No sé si alguna vez la tuve, pero sé que ya no la tengo.
-Eso quiere
decir que hoy vas a visitarla en carácter de amiga… ¿sin segundas intenciones?
-Así es.
-Eso me
agrada… y me tranquiliza. Ya vas a encontrar a alguien que te enamore de
verdad.
-A vos te
amé de verdad –noté que los ojos se me humedecían, estaba demasiado sensible.
-Lo sé… y de
la misma forma te amé a vos –su vos sonó entrecortada, Lara solía ser mucho más
fuerte que yo.
-Larita, si
te ponés a llorar me vas a hacer llorar a mí.
-Sí, ya sé…
no estoy llorando… así que no llores.
-¿Vos pensás
que el amor se puede desvanecer tan rápido?
-No creo que
nuestro amor se haya desvanecido, Lucrecia. Sólo pienso que cambió de forma. Ya
no es el amor que se tienen dos personas que conforman una pareja. Es algo…
diferente. No sé si tiene algún nombre.
-Creo que no
lo tiene. Digamos que nos queremos en una forma muy especial.
-Sí, eso
mismo.
-Siempre vas
a ser una persona sumamente importante para mí. Con vos aprendí a querer.
-Yo aprendí
lo mismo… y… y… sos una boluda Lucrecia… me hiciste llorar.
-Perdón
–dije con los ojos llenos de lágrimas- no fue mi intención. Es que estoy muy
sensible. Todo me pone mal.
-Mejor lo
dejamos ahí. Andá a hablar con tu amiga la monjita…
-Y vos hablá
con Samantha… te deseo mucha suerte con ella. Se nota que te gusta mucho.
-Me vuelve
loca… de una forma muy particular.
-Sí, sé cómo
se siente eso… bueno Larita, te mando un beso enorme. Mañana hablamos… si es
que no decidiste pasar la noche y todo el resto del domingo con Sami.
-No sería
una mala idea… pero dudo que ella quiera. Gracias por todo Lucre. Te adoro.
Nos
despedimos y tuve que ir directamente al baño a lavar mi cara, me miré al
espejo y me encontré con la terrorífica mirada de una muchacha con grandes
ojeras, ojos inyectados de sangre y el cabello todo despeinado, también noté
que estaba más pálida de lo normal… y más delgada. Si seguía por este camino en
un mes pasaría a ser un zombie de película. Desafiando mi propio malestar, me
maquillé sutilmente, tan sólo para tapar un poco las ojeras, y me vestí con
colores vivos y alegres. Extrañaba escuchar Radiohead que, a pesar de lo
tétricas que podían llegar a ser sus melodías, siempre me ponía de buen humor,
pero aquí no tenía con qué hacerlo ya que mi madre había confiscado el equipo
de audio que tenía en mi cuarto y el celular se había roto en mil pedazos.
Tuve que
salir de mi casa sin música, pero al menos iba decidida. Ni siquiera quería
imaginar cómo sería mi conversación Anabella, intenté mantener la mente en
blanco durante todo el trayecto en colectivo hasta la universidad. Sin pedir
permiso ni saludar a nadie caminé directamente hasta los conocidos aposentos de
la monja y golpeé su pesada puerta con fuerza. No había vuelta atrás. Esto me
iba a doler… y mucho, pero debía hacerle frente.
-Aguarde un
momentito –gritó una dulce voz desde el interior- ¿quién es? –tenía un nudo
triple en la garganta que me estaba asfixiando.
-Lucrecia
–me esforcé para hablar.
La puerta se
abrió de inmediato tan sólo lo justo y necesario como para que ella pudiera
asomar su cabeza. Estaba hermosa, con la melena rojiza despeinada y esponjosa,
con sus ojos brillosos que resaltaban como estrellas en la noche y su boca
entreabierta con labios sonrosados y húmedos, me partió el alma ya que en mi
imaginación pretendía verla fea, detestarla, despreciarla y por fin poder
olvidarla, pero no. Allí estaba, tan hermosa como siempre atravesándome con su
mirada.
-¡Lucre!
–sonrió- pasá, por favor… pero no abras mucho la puerta.
Entré tal
como me lo pidió y me encontré con una imagen todavía más impactante, la
hermosa mujer se encontraba envuelta en una toalla blanca y no había otra
prenda de vestir que la cubriera. Ese delicado manto blanco sólo alcanzaba para
cubrir sus partes más íntimas, pero permitía ver sus suaves hombros y el
perfecto contorno que dibujaban sus piernas, en lugar de excitarme con esta
escena, sentí un golpe en el pecho. Sólo pude imaginar que se había acostado
una vez más con ese sujeto y que el hombre acababa de irse, inmediatamente giré
mi cabeza y miré hacia donde estaba su cama… la cual estaba completamente
desaliñada, otro golpe en el pecho. Continué observando el entorno, como un
detective que busca una razón para suicidarse. Vi ropa interior femenina tirada
en el piso, justo a un lado de la cama, tercer golpe y cada vez me costaba más
no salir corriendo de allí. No sabía dónde más buscar, estaba mareada y
aturdida, volví a mirar a la cama y ésta vez presté más atención a las sábanas
revueltas. Noté una gran mancha de humedad en una de ellas… eso sólo podía
significar una cosa… eso no era agua, no era orina… eso era producto de un
orgasmo. Todo cuadraba… sólo faltaba ese hijo de puta. Miré la puerta del baño,
la cual estaba a pocos metros de la cama y me percaté de que había vapor
saliendo por debajo de ella. Alguien se estaba duchando. Esto no podía ser.
¿Por qué me abrió la puerta si estaba con ese tipo? ¿Tan cruel podía ser
Anabella? Tal vez con esto quería matar la última esperanza a la que yo pudiera
aferrarme. Mis ojos giraron por toda la habitación sin rumbo fijo hasta que se
detuvieron en algo que me aterrorizó aún más que todo lo demás. Había algo en
el viejo y gastado piso, un objeto gomoso de color ámbar, casi transparente.
¡Era un preservativo usado! Miré de inmediato a Anabella, ella parecía no
haberse percatado de mis descubrimientos ya que todo había ocurrido muy rápido.
-Justo
estaba por darme un baño –me dijo- perdón que te reciba así… está todo hecho un
desastre –caminó hacia el baño y se quedó quieta de golpe- Lucrecia… ¿podés
esperar un ratito afuera?
-¿Por qué?
–pregunté secamente.
-Para
limpiar un poco –supe que había encontrado el preservativo pero intentaba no
mirarlo, al parecer ella no sabía que había quedado allí.
-¿Y no podés
hacerlo estando yo presente? Te puedo ayudar a limpiar.
-Preferiría
que esperes afuera.
-No me
molesta, de verdad. Si querés andá a bañarte y yo mientras limpio un poco.
-¿Cómo vas a
hacer eso? Sos mi invitada.
-Soy tu amiga,
Anabella. No tiene nada de malo que te de una mano –me acerqué a la cama y
estiré una de las sábanas exponiendo la gran mancha de humedad en el centro,
luego miré fijamente la pequeña bombacha negra que estaba hecha un ovillo en el
piso.
-Puedo
explicarlo todo –dijo ella sabiéndose acorralada.
-¿Le vas a
decir que salga del baño?
-¿A quién?
-No sé… al
que esté ahí adentro.
-¿Adentro?
-Alguien se
está bañando…
-No, es sólo
el agua… ¿cómo va a haber alguien adentro?
-Vamos
Anabella… no me gusta que me mientan.
-¿Qué te
pasa Lucrecia? Te digo que no hay nadie –se acercó a la puerta del baño y la
abrió de par en par- fijate si querés. Si encontrás a alguien entonces me voy a
asustar mucho.
Me acerqué
dubitativamente y me asomé al pequeño baño, que era el sitio más moderno de los
aposentos de Anabella, sólo pude ver azulejos blancos y los típicos objetos de
baño. El agua de la ducha caía tibia sobre el piso. No había nadie allí.
-Entonces ya
se fue…
-¿Quién se
fue? Lucrecia, no me hables así… que soy muy miedosa… a mi esas idioteces de
fantasmas me asustan…
-¿Fantasmas?
–ahí me di cuenta que la chica era muy buena mentirosa o realmente no tenía
idea de lo que le estaba hablando- no dije nada sobre ningún fantasma.
-Entonces no
entiendo a quién te referís.
-Al tipo…
ese que estuvo con vos… es obvio que ya se fue –me miró con los ojos como
platos.
-¿Tipo? ¿Qué
tipo?
-El que
estuvo con vos el sábado a la noche… o domingo a la madrugada… no sé… me da
igual. Mejor me voy, no me siento nada bien.
-Esperá Lucrecia
–me tomó del brazo en cuanto di el primer paso- vení, sentate. Tenemos que
hablar.
-No hace
falta Anabella, ya entendí todo… -estaba a punto de llorar pero no quería
hacerlo frente a ella.
-No,
justamente por eso quiero hablar con vos. Porque no entendiste nada… nada de
nada. Ni un poquito –la miré y mi mente quedó en blanco- por favor, sentate
donde quieras, pero vamos a hablar.
Entre dudas
y lágrimas a punto de desbordar mis ojos, me senté en uno de los bordes de la
cama, justo donde estaba la bombacha tirada en el piso. Anabella se sentó a mi
lado sosteniendo su toalla.
-A ver
Lucrecia, me voy a aventurar un poquito en tus pensamientos –comenzó diciendo-
y voy a intentar exagerar, porque es la única forma en que entienda lo que te
pasa por la cabeza. Vos, por algún motivo, ¿creíste que yo me… acosté… con un
hombre?
-Me sobran
los motivos para creer eso Anabella… lo escuché hablándote… esa noche en la que
te llamé.
-¡Estás loca
Lucrecia!
-¿Ahora me
vas a decir que estabas sola y escucho voces?
-No dije
eso. Si estaba con alguien esa noche… con un amigo. Del que te quería contar.
Pero no me acosté con él.
-Estaban en
la cama Anabella, lo escuché decir eso.
-Sí, pero no
estábamos haciendo nada malo. Solamente charlando… es más, ni siquiera
estábamos solos. También estaba Sor Anahí con nosotros.
-¿Y esa
quién es?
-Una monja
con la que empecé a llevarme bien durante estas últimas semanas, ella me
presentó a este nuevo amigo. Al principio yo no estaba muy entusiasmada con la
idea pero recordé tus palabras. Yo necesitaba tener contacto con hombres… así
sea como amigos, eso me ayudaría a perderles el miedo.
-O sea que…
¿no te acostaste con él? –sentí que mi fracturada alma comenzaba a unir y a
soldar los pedazos de a poco.
-¡Ay
Lucrecia! Como si no me conocieras –se enfadó- ¿en qué cabecita perversa entra
la idea de que yo pude haberme acostado con un hombre al que apenas conozco?
¡Pero mujer, soy monja! no voy a irme a la cama con el primero que me lo
proponga… y con el último tampoco.
-¿Entonces
qué carajo es todo esto? –Señalé a mi alrededor- acá obviamente pasó algo, esto
la hizo bajar la guardia- ¿y con qué intenciones te ve este… “amigo”?
-No lo sé…
lo único que sé es que a mí me hace bien hablar con él, es un buen chico y sólo
pretendo quitarme el miedo a los hombres… no con intención de acostarme con
uno, eso está claro. Sino para poder tener a algún buen amigo que me haga
compañía.
-¿Y si de
esa compañía sale algo más?
-Entonces
intentaré afrontarlo de la forma menos problemática posible. Ay Lucrecia… tengo
un desastre en la cabeza… gran parte es culpa tuya, no te lo voy a negar… pero
asumo mi responsabilidad. Yo dejé que todo esto pasara… yo me permití llegar a
este punto… y ahora no puedo volver atrás. Estoy dudando de todo, hasta de por
qué me pongo los hábitos todos los días. Siento que le estoy fallando a Dios.
-Dios te
falló a vos el día en que permitió que un hijo de puta abusara de vos… ¿y vos
que hiciste a cambio de eso? Le juraste fidelidad y serviste a sus propósitos.
Así que en lo que a mí respecta, vos sos una mujer sumamente buena y ya
cumpliste con creces ante Dios… ahora tenés que cumplirte a vos misma. Como
persona, como individuo y como mujer –Anabella me quedó mirando con los ojos
vidriosos.
-¿Vos pensás
que puedo justificar todo lo que hago a pesar de que saber que está mal?
-Tal vez no
todo… pero no sé a qué cosas te referís exactamente –la tomé de las manos- si
te sirve de algo… podés contarme qué pasó hoy.
-Hoy… apoyó
la cabeza sobre mi hombro izquierdo… hoy cometí otra de mis tantas locuras. Caí
en la tentación como nunca lo había hecho antes… lo peor de todo es que fue
premeditado, no fue un acto espontáneo como suele ocurrir. Esta vez lo pensé,
lo planeé y lo llevé a cabo… y todo esto pasó poco antes de que vos llegaras.
-¿Por qué me
abriste la puerta?
-Porque me
puse muy contenta de saber que habías venido y te abrí sin pensarlo. Te
extrañaba –esas palabras me derretían.
-Bueno, ya
estoy acá… ahora contame qué fue lo que hiciste.
-Ya te lo
imaginarás…
-Me imagino
que te masturbaste… eso explicaría la ropa tirada en el piso y la mancha en las
sábanas.
-Sí, así
fue.
-¿Y cómo
explicás el preservativo que está tirado en el piso?
-Me da mucha
vergüenza… mucha…
-Pero a mí
podés contarme… no te voy a juzgar, yo también hago muchas locuras. Más de las
que te imaginás. Lo que no me explico es de dónde pudiste haber sacado un
preservativo. ¿Lo compraste?
-No, ni
loca. Lo… saqué de la enfermería. Ahí siempre tienen… los reparten de forma
gratuita a los estudiantes de la universidad o a quien los solicite.
-Ah sí,
había escuchado de eso… nunca los necesité… ¿para qué lo querías vos? Sigo sin
entender.
-Para eso
–señaló su mesita de luz, sobre ella pude ver un envase blanco y rosado de
desodorante femenino.
-O sea que…
le pusiste el preservativo a eso y… te masturbaste –hundió su cara en mi pecho.
-Sí… me
muero de la vergüenza. Quiero llorar. ¿Cómo pude hacer semejante cosa?
-Yo me
metido cosas más grandes que esa y no estoy llorando como una tonta –levantó la
cabeza y me miró a los ojos- sí Anabella, no tenés por qué avergonzarte. Te
calentaste… querías sentir algo adentro y lo hiciste. No va a venir Dios y te
va a fulminar con un rayo.
-El de los
rayos es Zeus, no Dios.
-Siempre
creí que Dios era algo así como una mezcla de todos los dioses griegos y
romanos… pero che, no me cambies de tema.
-Perdón… es
que me apena mucho hablar de eso.
-Ese es tu
problema… y creeme que te entiendo, yo pasé por lo mismo, yo no llevaba hábitos
pero me sentía prácticamente una monja, pensaba que todo era pecado, hasta
mirarse desnuda en el espejo. Pero después aprendí que no es así, que esos son
miedos infundados por una sociedad que pretende preservar valores antiguos,
pasados de moda… donde una chica no pueda expresar libremente su sexualidad,
donde la juzguen hasta por masturbarse… y ni hablar de si ésta se acuesta con
hombres o mujeres… y hablo en plural. A mí me enseñaron que el sexo es algo
sucio, pecaminoso y enfermizo. En poco tiempo pude descubrir que no es así, es
algo hermoso y que, en muchas ocasiones, puede estar sujeto directamente al
amor. Si el mundo cree hay algo de malo en que dos personas se expresen todo su
amor en una cama… entonces el mundo está enfermo.
-Pero vos
decís todo esto porque no tenés que cumplir con un voto de castidad.
-Un voto que
tomaste siendo muy joven, hace ya diez años. Cuando eras una chica ingenua,
lastimada y aterrada. Te refugiaste en la iglesia porque no viste otra
alternativa. Vos tenés necesidades como mujer… necesidades que la iglesia no
comprende –mis palpitaciones aumentaron de forma incontrolable- vos sos una
mujer fantástica que merece… -me esforzaba por contenerme pero me resultaba
imposible- …que merece ser amada y… -no lo soporté más, estallé en llanto- ¡ay
Anita! –la abracé con tanta fuerza que casi la sofoco- cómo me hiciste sufrir…
te juro que tenía una angustia enorme… creí que me iba a morir.
-¿Angustia?
–Me abrazó con firmeza- ¿Angustia por qué…? No llores Lucrecia… -me sentía una
maricona, últimamente lloraba por todo.
-Es que yo
pensé que… que… que te había perdido para siempre.
-¿Por qué
pensaste eso? –me acarició la espalda y yo hice lo mismo con la suya, la cual
estaba al desnudo, su suave y cálida piel me transmitió una paz inmensa.
-Porque creí
que te habías acostado con ese tipo.
-Eso no
tiene sentido, ya te lo expliqué. Además, ¿por qué te angustiarías por eso?
Hasta hubiera jurado que pretendías que me acostara con alguien.
-No, no dije
eso… cuando escuché la voz de ese tipo… te juro que me quería morir –presioné
mis labios contra su cuello intentando contener el llanto- se me partió el
alma.
-No entiendo
nada Lucrecia… me estás confundiendo… creo que me querés decir otra cosa y no
sé si estoy lista para escuchar algo así.
-Pero es
así… -al decir esto hice hacia atrás mi cabeza lo suficiente como para que la
suya quedara adelante y nuestras frentes quedaran pegadas, pude ver que ella
también estaba lagrimeando.
-No
Lucrecia… no te confundas…
-No estoy
confundida… al contrario, nunca estuve tan segura de algo en toda mi vida… te
lo tengo que decir, no lo aguanto más.
-Basta
Lucrecia, por favor… date cuenta que yo nunca voy a tener nada para dar… ni a
vos ni a nadie. No soy nada… no soy nadie… soy solamente una monja que no sabe
nada de la vida.
-Eso no es
cierto, tenés mucho para dar, sos la persona más maravillosa que conocí en mi
vida –sus ojos tintineaban, sus lágrimas se acumulaban cada vez más, su boca
temblaba, mis dedos se entrelazaban a sus cabellos- tenés que entender que esto
es algo que pasó… que no lo pude evitar… porque sos maravillosa… me enamoré de
vos Anabella –soltó el llanto en un espasmo- te amo.
-Nunca nadie
me había dicho una cosa así… -dijo sollozando.
-Yo no sólo
quiero decírtelo, te lo quiero demostrar.
Como si
fuera la primera vez, volé hacia ella hasta que nuestros labios chocaron y
caímos juntas sobre el colchón, continué sujetándole la cabeza con una mano y
con la otra acaricié su espalda, deleitándome con su desnudez, mientras mi boca
recorría la suya pude adivinar que la toalla que la cubría había liberado su
cuerpo. Sus lágrimas encontraron la forma de llegar hasta su boca, podía
saborear el mar en sus labios y su cabello entre mis dedos me recordaba a la
brisa más cálida de un apacible verano. Ahora que sabía que había ocurrido
realmente con ella y que había podido aclarar mis sentimientos, la vida había
vuelto a tener sentido.
Anabella
estaba sumisa, su cuerpo no estaba tenso, tal vez había decidido dejarse llevar
por la corriente y si yo me lo proponía, podía ser una tormenta entre sus
sábanas. Entre besos y caricias, mi mano derecha llegó hasta el límite de uno
de sus pechos, acaricié toda la delimitación inferior del mismo y justo al
momento de introducir mi lengua en su boca, subí la mano, apoderándome por
primera vez de ese seno que tantas veces había imaginado. Lo primero que la
palma de mi mano sintió fue una pequeña protuberancia, su pezón estaba duro y
firme, contrastando en gran medida con lo suave que era el resto de su seno.
Había desmentido un mito popular, las tetas de las monjas no eran nada frías,
de hecho ésta era la más tierna y cálida que había agarrado en toda mi vida. Entre
tanto entusiasmo y fulgor había olvidado algo muy importante que me había dicho
Anabella, ella no volvería a permitir que la fuercen a hacer algo que ella no
quisiera y por más ganas que yo tuviera de expresarle todo mi amor en una cama,
debía contenerme, así tuviera que emplear una fuerza de voluntad divina. Dejé
de besarla, a pesar de que ella lo hacía afanosamente.
-No voy a
seguir –le dije dejando nuestras frentes unidas y mirándolo a sus ojos
empapados con lágrimas- sólo quería que supieras que te amo.
-Nunca nadie
me había dicho eso.
-Y yo lo
digo con todo el corazón, con toda sinceridad. No jugaría nunca con algo así.
Sorpresivamente
me tomó de la nuca y me acercó a ella dándome un intenso beso en la boca, el
más intenso que había recibido de su parte, sentí sus labios más pegados a los
míos que nunca, hasta me dolieron las encías por tenerla tan cerca pero no me
importó, le respondí de la mejor forma posible y me puse a jugar con su pezón
con dos de mis dedos. Mi amor por esta mujer se intensificaba con cada segundo
que permanecíamos juntas. Comencé a deslizar lentamente la mano que tenía en su
pecho, acaricie su vientre siguiendo la curva que me marcaban sus huesos y sus
músculos, me acercaba temerariamente a ese tesoro que Anabella escondía para mí
entre sus piernas. Justo al momento en el que esperaba sentir el inicio de su
vello púbico me topé con una leve protuberancia que parecía dibujar una línea.
-¡No! –gritó
ella sacudiéndose con fuerza- ¡No, soltame! ¡No! –sus piernas golpearon contra
las mías, intenté sujetar sus manos pero sólo empeoraba las cosas.
-Calmate
Anita… no hice nada…
-¡Soltame!
–me gritó mirándome a los ojos con ira.
Me aparté de
ella gateando hacia atrás en la cama ni siquiera alcancé a ver su cuerpo
desnudo, se cubrió con una sábana tan rápido que me dio la impresión de que le
había hecho aparecer por arte de magia.
-No me
toques –me dijo respirando agitadamente.
-Anita…
perdón… yo… -no sabía qué decirle, no era la primera vez que la acariciaba y no
sabía por qué había reaccionado de repente de esa forma- me quedo acá… no te
toco –levanté las manos para demostrarle que hablaba en serio. Tranquilizate,
te vas a hiperventilar. Respirá despacio.
No entendía
nada pero no quería que ella sufriera un ataque de nervios, por suerte se fue
calmando lentamente, me miraba con sus pupilas contraídas mientras sus pechos
subían y bajaban aminorando la marcha. Era como si hubiera visto un fantasma.
Varias veces intenté decirle algo pero supuse que lo mejor sería esforzarme por
guardar silencio hasta que ella se hubiera relajado. Calculé que pasaron unos
cinco minutos en los cuales no dejamos de mirarnos fijamente ni por un segundo,
como dos gatos asustados que están listos a saltar sobre el otro a la menor
señal de hostilidad.
-Perdón
–dijo ella rompiendo el silencio.
-¿Qué pasó
Anita? –me puse de rodillas en la cama y gateé muy lentamente acercándome a
ella con sumo cuidado.
-Hacía
tiempo que no me pasaba eso.
-¿Te sentís
mejor?
-Ahora sí…
te pido disculpas, no pude evitarlo. Me asusté mucho.
-¿Por qué?
Sabés que podés confiar en mí –me acerqué un poco más- yo jamás te lastimaría.
-Lo sé… pero
es algo que no puedo controlar. Me aterra que me toquen… ahí abajo.
-¿Es por lo
que te pasó? –no hacía falta ser más específica, ambas sabíamos a qué nos
referíamos.
-Si… y por
las marcas que eso me dejó.
-Me imagino
que debe haber dejado muchas marcas psicológicas en vos, Anita.
-No me
refiero solo a ese tipo de marcas –permitió que me sentara una vez más a su
lado, a pocos centímetros de su rostro.
-¿Entonces a
qué?
-Es muy
difícil para mí… esto lo sabe muy poca gente… ¿puedo confiar en vos?
-Eso ni
siquiera tenés que preguntármelo, mi amor. Claro que podés confiar en mí
–asintió con la cabeza.
Dejó caer la
sábana que la cubría, ella estaba sentada sobre sus talones con las rodillas
flexionadas, la tela blanca cayó liberando sus grandes y redondos senos, eran
perfectos, sin marcas y con pezones sonrosados que me parecían los más hermosos
que había visto en mi vida, su entrepierna quedó cubierta por completo pero
justo arriba de la sábana pude ver algo que me dejó boquiabierta. Comprendí
inmediatamente a qué se refería con la palabra “marcas”. Una larga cicatriz
cruzaba su pelvis en diagonal, de izquierda a derecha bajando hasta perderse
bajo una mata de vellos negros.
-Y no es la
única q tengo.
Procurando
que su sexo permaneciera totalmente cubierto por la tela separó su pierna
derecha mostrándome otra cicatriz igual en la cara interna de su muslo, eran
cortes limpios y no muy largos pero por lo abultada que estaban las cicatrices
supe que debieron ser profundos.
-Pero… yo vi
una foto tuya… y no tenías esto.
-¿La que te
pasé cuando me regalaste la ropa? La saqué de espalda, ahí no tengo marcas.
-No, me
refiero a una que me llegó por teléfono, a través de Tatiana, en la época en la
que no nos hablábamos.
-¿De qué
hablas Lucrecia?
-No te hagas
la sonsa Anabella, sé que eras vos. Era la foto de tu vagina… al natural.
-¿Cómo te
voy a mandar una foto de mi vagina? ¿Estás loca? Además… si no tenía esto
–señaló el corte de su muslo- no pude haber sido yo, tengo estas cicatrices
desde… desde los dieciocho años.
-Entonces…
si no eras vos… ¿quién carajo era?
-Qué se yo
Lucrecia, la foto te llegó a vos.
-Igual eso
no importa ahora. Perdón Anita, no pensé que podía llegar a asustarte, te
entiendo perfectamente. No sé qué mente enferma pudo haberte hecho algo así. Es
inhumano… una violación ya es una atrocidad… pero esto es un exceso –vi que sus
ojos se estaban llenando de lágrimas otra vez.
-Lo hizo…
porque yo me resistí. Porque no quería… pero al final lo hizo igual –dos líneas
paralelas se dibujaron en sus mejillas al mismo tiempo, no iba a decirle que no
debía llorar, esa era su forma de descargarse.
-Lo siento
muchísimo Anabella –la abracé con fuerza pero sin ninguna mala intención, este
era un abrazo de consuelo- te juro que mientras más sé del tema más ganas me
dan de que ese hijo de puta estuviera vivo, para que pague por todo lo que te
hizo.
-Yo prefiero
saber que está muerto y que no va a volver a ponerme un dedo encima.
Mientras
permanecíamos abrazadas hice memoria, recordaba perfectamente esa vez que
Anabella se desvistió frente a mí, jamás podría olvidar un momento así, pero no
había visto ninguna cicatriz, pero nunca la había visto sin bombacha ni con las
piernas separadas. También recordaba que ella me impidió rotundamente ver su
cuerpo desnudo en su totalidad luego de quitarse toda la ropa, pensé que había
sido por pudor, pero no. Había algo que ocultar… y yo lo había descubierto de
la peor forma posible para ella, tocándola y haciéndole rememorar el momento
más traumático de su vida.
-¿Cuántas de
esas cicatrices tenés? –le pregunté alejándome un poco.
-Tres, la
otra está más abajo… no te la voy a mostrar.
-No, claro…
está bien… pero… ¿no te lastimó la…?
-Me la
lastimó lo que te la lastima una violación, pero no, justo en ese sitio no me
cortó ni nada por el estilo.
-Perdón, yo
te hago hablar de estas cosas y a vos te hace mal.
-Está bien,
Lucrecia. Tal vez esa sea la solución, hablarlo con alguien. Nunca pude hablar
abiertamente sobre este tema… la que más sabe al respecto sos vos.
-Eso me hace
sentir halagada.
-Te lo dije
muchas veces, sos una persona muy importante para mí.
-Pero no soy
el centro del mundo…
-No, ni del
mío ni el de nadie.
-Eso lo
entiendo, Anabella.
-A veces
parece que no lo entendieras. ¿Te molesta si me voy a bañar de una vez? –supe
que intentaba cambiar de tema, pero se lo permití- El agua sigue corriendo y me
van a mandar a barrer todo el Vaticano para pagar la cuenta del agua que le va
a llegar al convento.
-Más agua
debe gastar el Cura haciendo agua bendita. Las viejas del barrio se la roban
todo el tiempo.
-Eso es cierto
–dijo mientras se ponía de pie enseñándome sus bellas nalgas respingadas- hay
una en especial a la que siempre tengo que estar vigilando porque pretende
llevarse agua bendita hasta para lavar la ropa.
-¿No será mi
mamá?
-No, es una
viejita muy dulce y simpática, pero le encanta robar agua bendita. Por suerte a
tu mamá no he vuelto a verla.
-Por suerte
yo tampoco la vi. Bañate tranquila Anabella, yo te espero acá.
Le alcancé
la toalla que había quedado tirada en el suelo, sin darse la vuelta se envolvió
en ella. Tomó algo de ropa de su armario y en cuanto abrió la puerta del baño
una espesa nube de vapor la envolvió.
-Mi Dios,
esto parece un baño turco.
-Nunca
estuve en uno de esos ¿Puedo entrar con vos?
-Dale.
-¿Qué? ¿De
verdad?
-¿Y por qué
no? Puedo confiar en vos… eso me dijiste.
-Prefiero
quedarme acá –dije rechazando una oportunidad inmejorable de verla
completamente desnuda- yo no confío en mí misma –en ese momento giré la cabeza
y me encontré con el moderno teléfono celular de Anabella sobre la mesita de
luz.
-Revisalo
tranquila si querés, no vas a encontrar nada interesante –me dijo desde el
umbral del baño.
-No haría
tal cosa.
-Vamos,
Lucrecia. Soy monja pero no soy tan ingenua como pensás, te lo dije más de una
vez. Vos te morís de ganas de revisarlo para ver con cuántos hombres me acuesto
todos los días.
-¿Qué te
pasa, Anabella? –le pregunté con una sonrisa- estás rara… recién te sentías mal
y ahora… todo lo contrario. Hasta me tomás el pelo.
-Prefiero no
pensar en lo malo y tener presente lo bueno. Es la mejor forma de no
deprimirse.
-Si por lo
bueno te referís a los besos que te di, te digo que tengo muchos más para darte
–me sonrió con gran dulzura.
-Te
agradezco, pero no me refería a eso.
-¿Entonces a
qué?
-Me quiero
bañar, Lucrecia. No me retengas más.
-Contestame.
-No.
-Dale.
Cerró la
puerta del baño tras de sí.
-Hija de p…
-¡Lucrecia!
Te estoy escuchando –luego de retarme comenzó a reírse.
Decidí hacer
algo productivo antes de que mi bocaza me metiera en problemas una vez más, al
fin y al cabo estaba feliz, había vuelto todo a la normalidad… bueno, tan
normal como puede ser una relación caótica entre una monjita de dudosa
inclinación sexual y una estudiante lesbiana.
Comencé por tirar a la basura el preservativo que aún estaba en el piso,
el solo pensar que estaba cubierto por los flujos vaginales de Anabella me hizo
estremecer, pero rápidamente me dije a mí misma que no podía ser tan asquerosa
de pensar algo así y lo arrojé al cesto. Luego comencé a tender su cama con sábanas
limpias que encontré en el armario, mirando a cada rato el teléfono celular que
quemaba mis retinas, pero conociendo a la monjita, lo más erótico que podría
encontrar allí dentro sería algún pasaje bíblico sobre el Jardín del Edén.
Como si Dios
quisiera que ya no luchara contra la tentación, alguien golpeó la puerta del
cuarto poniéndome inmediatamente alerta, casi dos segundos después Anabella
asomó su cabeza abriendo un poco la puerta del baño, ambas nos miramos
intrigadas sin decir ni una palabra. Volvieron a golpear.
-¿Qué hago?
–le susurré a la monjita acercándome a ella- ¿abro la puerta?
-¿Juntaste
todo? –preguntó al ver que estaba tendiendo su cama.
-No, queda
tu ropa interior.
-Escondela y
abrí la puerta, yo ya salgo.
-¿Estás
segura? ¿No vas a tener problemas si me ven acá con vos? –una vez más el
insistente golpeteo alteró nuestros nervios.
-Más líos
voy a tener si no abrís rápido, van a pensar algo malo.
-¿Algo como
qué? ¿Cómo que estuvimos besándonos en la cama?
-Lucrecia
–dijo apretando fuerte los dientes- no es momento de ponerse a pavear, abrí la
puerta.
Volvió a
desaparecer dentro del baño, me apresuré a hacer desaparecer la ropa interior
dentro del ropero, di un último vistazo al cuarto, por las dudas guardé dentro
del cajón de la mesita de luz el desodorante que Anabella había utilizado como
dildo y abrí la puerta. Esperaba encontrar un grupo de monjas grises aguardando
impacientes pero en lugar de esto me devolvió la mirada un hombre alto, de
hombros anchos y cabeza rapada casi al ras, tenía cejas gruesas y nariz ancha,
me miraba con el ceño fruncido como si yo fuera el mismo Satanás y él el
Arcángel Miguel.
-¿Está
Anabella? –me preguntó con un fuerte vozarrón.
-¡Ya voy, un
momentito! –El grito llegó desde el baño- ¡decile que pase!
-Adelante
–le dije un tanto intranquila, no es que el hombre se viera verdaderamente
amenazante, sólo no me gustaba la forma en la que me miraba.
Me senté en
una silla y él permaneció de pie junto a la puerta sin dirigirme la palabra,
como yo tampoco quería hacer alardes de mis buenos modales, decidí ignorarlo.
Por suerte Anabella apareció en poco tiempo para cortar el incómodo momento,
vistiendo una de sus típicas polleras grises y una camisa blanca.
-Hola
–saludó con una sonrisa y un beso en la mejilla al recién llegado- perdón por
la demora, justo me estaba bañando.
-Está bien,
Anabella, no te preocupes –como si se hubiera tratado de un milagro de Cristo,
la expresión en el rostro de ese hombre cambió completamente, ya no fruncía el
entrecejo, sonreía ampliamente y hasta llegaba a parecer simpático y amigable-
vine porque Sor Anahí me preguntó si querías cenar con nosotros esta noche.
-Estaría
encantada –respondió la bella mujer- ah, disculpen mis modales, te presento a
mi amiga Lucrecia –me puse de pie y me acerqué esforzándome por esbozar una
sonrisa- él es el amigo que te había mencionado –me dijo señalando al grandote.
-Un gusto
–dijo el tipo con su mejor sonrisa- Luciano Sandoval, para servirte.
Me detuve en
seco a mitad de camino, si bien mi memoria no es infalible, supe que conocía
ese nombre ni bien lo escuché y mis sentidos se alertaron, ese nombre no me
transmitía nada bueno. Exprimiendo un poco más mi cabeza a tiempo récord
recordé quién me había dicho ese nombre, fue la novia de Alejandro, justo
después de hacer la llamada telefónica a la Universidad. Éste era el
desgraciado que hablaba mal de mí cada vez que alguna empresa llamaba a pedir
referencias, y además… además era el hijo de puta que estuvo esa noche con
Anabella. Una mecha se encendió en mi interior, una mecha tan corta que detonó
el explosivo casi al instante.
-¡Hijo de
puta! –Le grité señalándolo con el índice- ¡sos vos, hijo de puta! –el tipo
simuló de muy mala manera que le impactaban mis palabras, la verdadera sorpresa
se la llevó la monja quien me miró con pánico en su rostro. La gran alegría que
tenía por haberle confesado mi amor a Anabella se disipó transformándose en
odio y rencor hacia ese imbécil.
Fin del Capítulo 17.
Continúa en el Capítulo 18.
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