La Mansión de la Lujuria [15].

 


Capítulo 15.


Espíritu Supremo.



Nadie se levantó a desayunar. Catriel bajó las escaleras alrededor de las once y media, vistiendo solo un pantalón. Llevaba horas sin comer. Fue el olor de la cocina que lo hizo abandonar la cama, porque realmente se sentía muy cómodo teniendo los cuerpos desnudos de las gemelas a su lado.

Se encontró con Rebeca preparando el almuerzo. Milanesas y papas fritas, al fin una comida decente. Justo detrás de Catriel llegó Mailén cargando una caja.

—Al parecer el bello durmiente decidió despertarse. ¿Podrías ayudarnos con esto? Mamá trajo muchas cosas de la ciudad.

Catriel ayudó a entrar las cajas, la mayoría contenían alimentos. Nadie preguntó dónde había estado Mailén toda la noche, las únicas que habían notado su ausencia eran las gemelas. Pero cuando ellas se levantaron decidieron darle una tregua a su hermana mayor. Ya tendrían ocasión de preguntarle en privado dónde estuvo y con quién. Ellas sospechaban que Mailén ya había encontrado algún novio… o quizás una novia. Rebeca se limitó a decir que se le hizo tarde y Sara recomendó no viajar por el río de noche. Nadie le hizo preguntas.

Narcisa y Soraya se unieron a la mesa cuando el almuerzo estuvo servido. Mientras comían Soraya anunció que la bruja se quedaría a vivir con ellos hasta que se solucionara el inconveniente con los espíritus. No hubo objeciones. Mailén prefería que se quedara allí, para no tener que ir a buscarla por el monte cada vez que la necesitaran. Mientras comentaba esto, intentaba disimular el dolor de culo que tenía. Ciro Zapata había sido muy duro con ella. La mantuvo atada toda la noche, solo tuvo descansos cuando él necesitó recobrar fuerzas, por lo demás, no le dio tregua hasta el amanecer. Mailén pudo ver cómo asomaba el sol por detrás del río mientras Ciro le bombeaba el culo con su dura verga. Perdió la cuenta de la cantidad de orgasmos que tuvo. Incluso llegó a orinarse en varias ocasiones durante algunos de estos orgasmos, el placer anal fue tanto que no pudo contenerse. A Ciro no le importó, siguió dándole sin parar.

Cuando Mailén llegó a su casa, se tambaleaba de dolor. Tenía las extremidades entumecidas y sentía un palpitar en cada uno de sus agujeros. Lo primero que hizo fue tomar agua fría de la heladera, estaba muerta de sed. Había sudado mucho y lo único que tomó durante la noche fue el semen de Ciro. Él se lo dio de tomar en numerosas ocasiones, ella no lo rechazó ni una sola vez, se bebió hasta la última gota.

Estaba tan agotada que se casi se duerme bajo la ducha. Por suerte llegó hasta su cama, donde se quedó profundamente dormida. Ni siquiera se molestó en chequear si su hermano se había recuperado de la caída.

A Mailén siempre le resultó extraño que los días que se acotaba con más cansancio, menos dormía. Se levantó justo antes de que su madre llegara, a eso de las once menos cuarto. La despertó el motor de una lancha. Salió de la mansión y se encontró con Rebeca descargando cajas en el pequeño muelle privado (unas tablas desvencijadas que necesitaban reparación urgente). Y allí vio a Sara. Se quedó deslumbrada por su belleza. La hija de Ciro Zapata sonrió al verla y Mailén se preguntó si sabía de los jueguitos sexuales que llevaba a cabo su padre con algunas mujeres del pueblo. Imaginó que no sabría nada y que Ciro no le contaría lo que había ocurrido. Eso la tranquilizó. Rebeca le presentó formalmente a Sara y dijo:

—Tienen la misma edad, algún día deberían juntarse a tomar algo. Sara, sos bienvenida en nuestra casa cuando quieras.

A Mailén le pareció buena idea tener una amiga de su edad en el Pombero, le prometió que pronto la invitaría para que pudieran charlar y conocerse mejor.

Todos decidieron omitir el accidente de Catriel, no querían preocupar a Rebeca. Al fin y al cabo ya parecía estar todo bien. Si su madre se enteraba de que se había caído de una escalera, no lo dejaría subir a una nunca más… y aún quedaban muchas reparaciones por delante.

Después del almuerzo Rebeca le mostró a su familia una de las cajas que había traído de la ciudad. Las gemelas se lanzaron a abrirlas y quedaron maravilladas con su contenido. Dentro había varios dildos y juguetes sexuales de todo tipo. Gracias a la noche que pasaron juntas, Rebeca desarrolló una gran confianza en Sara, por eso no tuvo problemas en pedirle que la llevara a un sex-shop antes de volver a la isla.

—Me dejás sorprendida, mamá —dijo Mailén, mientras examinaba un dildo color fucsia—. Siempre pensé que si te pedía uno de estos debería pasar semanas suplicando.

—Y quizás en otro momento hubiera sido así; pero ahora tenemos que deshacernos de los malos espíritus que habitan esta casa y Narcisa ya nos dejó en claro qué métodos debemos emplear. Me imaginé que esto podría ser de ayuda.

—Claro que sí —dijo la bruja, con media sonrisa en el rostro—. Compraste cosas muy interesantes, hace años que no veo uno de estos —tomó un pequeño cono metálico.

—Ni siquiera sé que es —aseguró Rebeca.

—Es un plug anal —respondió Lilén—. Mamá, me extraña que seas tan ingenua.

—Y a mi me extraña que sepas qué es un plug anal.

—Claro, como si nunca miráramos porno —la chica puso los ojos en blanco.

Rebeca estuvo a punto darles un sermón diciendo lo que ella pensaba sobre el porno; pero desistió. Ya lo había explicado demasiadas veces y sus hijos se terminarían hartando de ella. Aunque sí aclaró una cosa:

—Vamos a usar estos juguetes hasta que despejemos la casa. Después nos vamos a deshacer de ellos.

—Me parece muy bien —dijo Soraya.

—¿Qué, por qué? —La pregunta de Mailén sonó como una protesta.

—Porque no quiero que se vuelvan adictas a ellos…

—¡Ay, mamá! —Exclamó Inara—. Nadie se vuelve adicta a un dildo.

A Catriel le interesaban muy poco esos juguetes sexuales, sabía que ninguno era para él. Por eso dejó a las mujeres discutiendo y se fue hasta el patio en silencio. Allí observó el arroyo que fluía con un tenue murmullo.

—¿Ocurre algo malo?

El muchacho se sobresaltó porque aún no estaba familiarizado con la voz de la bruja, además la mujer se le había acercado sin hacer el menor ruido. Ella llevaba puesto un corpiño negro de encaje y una larga pollera negra, ambas cosas las había sacado del ropero de Soraya. Nadie le recriminó por no estar usando una blusa, el calor era insoportable y al parecer andar semi-desnuda se estaba volviendo algo normal en la casa. Inara y Lilén almorzaron en tanga y con remeras de colores chillones que les marcaban mucho los pezones.

—Nada, solo estaba calculando dónde conviene iniciar un camino hasta el cementerio. Ya estoy harto de pelearme con las ramas.

—El camino original empezaba ahí, justo entre esos dos eucaliptos.

—Ah, tiene sentido… los árboles forman una especie de portón. Entonces ahí tenemos que empezar a despejar el terreno.

—Va a llevar tiempo. Quinientos metros de maleza no se cortan en un día… y además necesitarías algo para que la hierba no vuelva a crecer.

—Tenía pensado usar piedritas, de esas que se usan para hacer escombro.

—Puede funcionar.

—Sí, va a requerir mucho mantenimiento; pero peor es que no haya camino.

De reojo miraba el vientre de esa mujer. Era increíblemente sensual. Tenía unas ganas impresionantes de acostarse con ella, en especial después de ese sueño tan vívido. Pero no sabía cómo reaccionaría ella si se le insinuaba.

—Bueno, va a ser mejor que me ponga a trabajar.

—Antes… ¿podríamos charlar un rato… en privado? Me gustaría conocerte mejor.

—Emm… sí, claro. Mailén dejó una reposera, si traigo un sillón podemos…

—No, acá no. Mejor vamos al cementerio. Hay algo que me gustaría mostrarte, y de paso podemos seguir limpiando un poco. Ayer con tu tía avanzamos bastante.

Catriel prefería tener listo el camino antes que adentrarse otra vez en el monte, pero la idea de pasar tiempo a solas con Narcisa lo convenció.


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Inara se encerró en una de las habitaciones vacías. La había dejado preparada, con sábanas limpias en la cama, para cuando quisiera leer en paz. Ama a Lilén, pero a veces la chiquilla es un tanto absorbente.

Se acostó completamente desnuda con el diario íntimo de la monja en una mano y un dildo en la otra. Se moría de ganas de probarlo. Eligió uno negro, no demasiado grande. Le gustó porque venía con vibrador incluído. Un pequeño apéndice sobresalía del centro, sabía que eso debía apoyarlo en el clítoris, lo había visto en videos porno y desde ese entonces desea probar uno.

Reanudó la lectura donde la había dejado la última vez. Para entrar en calor comenzó a acariciarse la concha.

Cuando Catriel la sorprendió “jugueteando” con Lilén, ella había estado leyendo. Lo último que llegó a leer antes de que su hermana la interrumpiera fue que hubo un fuerte debate en la mansión (o convento, en ese entonces) porque las monjas consideraban inapropiado tener a un hombre bajo el mismo techo.

«Dorotea Lenguis, cumpliendo con su rol de Madre Superiora, decretó que el muchacho pelirrojo debía marcharse. Pero Sor Mónica y yo insistimos mucho. Le juramos que aún estaba demasiado débil y que Dios nos castigaría si dejábamos desamparado a alguien que necesita ayuda. Le hablé de que el Señor nos trajo a este humilde cordero y que era nuestro deber cuidarlo. Esto pareció convencerla; pero aún sostenía la negativa. Fue solo cuando le dije que cedería mi cuarto para nuestro nuevo inquilino que aceptó. Así fue que el pelirrojo se mudó a la habitación once».

A Inara se le crispaban los nervios cada vez que escuchaba hablar de esa habitación. ¿Habría sido el muchacho quien la empapeló con fotos obscenas? Algo poco probable, teniendo en cuenta que estaba rodeado de monjas y una Madre Superiora muy estricta.

«No resultó fácil, pero con Sor Mónica pudimos encontrar una forma de visitar a nuestro inquilino sin que las demás hermanas lo supieran. Debíamos hacerlo después de las tres de la madrugada. Sor Jazmín era la última en acostarse, ella tenía por costumbre recitar salmos nocturnos para proteger el convento de las malas influencias».

«Al muchacho pelirrojo le agradó vernos, afirmó que le costaba mucho dormir de noche, que prefería hacerlo durante el día, y que se aburría mucho. Sería agradable tener algo de compañía. Sor Mónica y yo le preguntamos detalles sobre su vida, aunque él no recordaba mucho. Leí novelas con casos de amnesia severa y nunca me imaginé que conocería a alguien que padeciera ese mal. Sin embargo, nuestro nuevo amigo no estaba tan mal, al menos recordaba su nombre: Vasil. Nos pareció un nombre muy extraño, pero él estaba seguro de que se llamaba así. También nos contó que pasó tiempo deambulando por el monte en busca de su familia; pero no encontró señales de ellos. Nos agradeció por salvarle la vida y, para nuestra sorpresa, él recordaba perfectamente el método que habíamos empleado para aliviar su sufrimiento. Sor Mónica le aseguró que si aún se sentía débil, no tendríamos ningún problema en volver a hacerlo».

Inara se metió el consolador en la concha y comenzó a moverlo lentamente. Aún no activó el vibrador, ya llegaría el momento indicado para eso.

«Vasil dijo que le encantaría recibir más de nuestra atención. Estaba recobrando las fuerzas de a poco, pero aún no se sentía bien. Todavía se lo veía demasiado flaco y pálido».

«Fue extraño verle la “verga” estando él despierto. A pesar de eso, con Sor Mónica nos emocionamos mucho. Se la agarramos entre las dos y comenzamos a chuparla. Se le puso dura antes de lo habitual. Vasil se mantuvo en silencio durante todo el proceso, se limitó a acariciarnos el pelo y a acompañar el movimiento de nuestras cabezas con su mano. Nos gustó sentirnos útiles y debo admitir que ya me estoy volviendo una experta en el arte de mamar una verga. Hasta Sor Mónica mejoró mucho. Ya no muestra su timidez inicial».

«Así fue que empezamos a escabullirnos todas las noches al cuarto de Vasil, para chupársela. Lo hicimos siempre con éxito, porque nuestro plan era muy sencillo: no dejar de mamar hasta que vieramos el semen saltando a chorros. A Vasil le gustaba mucho que lo traguemos. A veces nos pedía a Sor Mónica y a mí que nos besáramos mientras teníamos el semen en la boca. No sé de qué forma eso le podrá ayudar a mejorar su salud; pero fue divertido hacerlo. Sor Mónica besa muy bien. Imagino que el resto de las hermanas no aprobarían esto. Me da un poco de miedo ser descubierta… aún así no puedo dejar de presentarme cada noche en el cuarto de Vasil».

Inara cerró los ojos por unos minutos e imaginó a esas hermosas monjas practicando una mamada mientras se brindaba placer con el dildo.


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Narcisa y Catriel llegaron al claro del cementerio y se detuvieron al ver dos jóvenes muchachas rondando entre las lápidas.

—¿Quiénes son esas? —Preguntó Catriel, se detuvo para no asustarlas. Aún no los habían visto.

—Esas son las hermanas Brunardi, la mayor es Lorena, la menor es Camila. ¿Son bonitas, cierto?

Las chicas debían tener entre dieciocho y veinte años, eran muy parecidas entre sí, casi que parecían gemelas. Al primer vistazo le parecieron chicas muy comunes. Lo más llamativo era su cabello de un negro intenso, similar al de la bruja, y los vestidos fuera de época, una de color azul y la otra de un amarillo claro. A Catriel le resultó extraño que dos chicas tan jóvenes se vistieran como si estuvieran en los años cincuenta. Pero al fijarse mejor notó que ambas tenían caras muy bonitas. Nariz pequeña, sensuales cejas angulosas y boquitas tiernas.

—Siento que hay algo especial en vos, Catriel —Narcisa le apoyó las tetas contra la espalda—. Quiero ponerlo a prueba, por eso ayer le pedí a estas dos que vinieran al cementerio después del mediodía. La idea les encantó. Son muy curiosas, se la pasan explorando el monte; pero llevaban tiempo sin visitar esta zona.

—¿Y para que las invitaste? ¿Van a ayudar con la restauración?

—Puede ser. Preguntales. En realidad ellas no saben para qué vinieron. —Una de las manos de la bruja bajó por el vientre de Catriel y se metió en su pantalón. Le aferró la verga sin ningún miramiento. El muchacho se quedó muy rígido, con la mirada fija en esas dos bellezas—. Sos un chico apuesto. Me imagino que cuando estabas en la ciudad, no te costaba encontrar una chica que quisiera ir a la cama con vos. Quiero ver si acá tenés el mismo efecto en las mujeres. Quiero que te acuestes con una de ellas.

—¿Y cómo voy a hacer eso? —La verga se le fue poniendo dura a medida que se le aceleraban las pulsaciones. La mano de la bruja era suave y experta.

—Eso depende de vos. Si mis cálculos son ciertos, no te va a costar mucho trabajo. Ya te dije: tenés algo especial. Las mujeres caen rendidas a tus pies. ¿No es cierto?

—Bueno, nunca lo pensé de esa manera… solo creía que tenía suerte.

—La suerte no existe. Los espíritus forjan nuestro destino, si sabemos cómo complacerlos. —Los suaves dedos recorrieron todo su miembro, Catriel tuvo que contenerse, no quería que las chicas voltearan y lo vieran con una erección—. Dale, andá… no seas tímido. Te aseguro que estas chicas no son vírgenes, y con tu encanto peculiar, debería resultarte muy sencillo.

—¿Tengo que acostarme con cualquiera de ellas?

—No, con cualquiera no. Hacé lo que quieras con Lorena; pero yo quiero que te acuestes con Camila. Voy a estar observando todo. Si lo hacés bien, vos y yo quizás podamos intimar. ¿Te gustaría eso? —Le pasó la lengua por todo el cuello haciéndolo estremecer desde la planta los pies hasta la punta de sus cabellos—. No me defraudes.

La bruja se alejó con un movimiento tan ágil como el viento. Catriel se quedó de pie, evaluando la situación. No estaría mal tener sexo con alguna de esas dos bonitas hermanas; sin embargo, lo que más quería era hacerlo con la bruja. Si este era el precio a pagar, entonces estaba dispuesto a hacerlo.

Se acercó a las chicas y cuando ellas notaron su presencia, las saludó con la mano de forma casual.

—Hola, me llamo Catriel Korvacik. Me mudé hace poco y…

—Ya sabemos quién sos. En el pueblo solo hablan de vos, y de tu familia —lo interrumpió la de vestido azul—. Yo soy Lorena, ella es mi hermana Camila. La otra saludó con la mano, pero su sonrisa no fue tan amplia.

—Un gusto conocerlas. Em… ¿les gustaría ayudarnos a limpiar todo esto? Queremos restaurar el cementerio. Podemos pagarles… y muy bien.

—¿Y qué haríamos nosotras con dinero? —Dijo Camila—. Nunca nos dejan ir a la ciudad.

Catriel comenzó a sospechar de que este pueblo era más hermético de lo que se imaginaba.

—Podríamos pedirle a Sara —dijo Lorena—, aunque tampoco serviría de mucho. ¿Qué podríamos comprar? ¿Caramelos? Ya no los hacen como antes.

“¿Antes de qué?” se preguntó Catriel. Recordó que en El Pombero suele usarse el trueque y el intercambio de favores.

—Podemos darles cosas en vez de dinero.

—¿Cosas como qué? —Camila parecía más curiosa.

—No sé, comida, ropa… lo que ustedes quieran. Además estarían contribuyendo a mantener viva la historia de este pueblo. Me contaron que esta es la familia que lo fundó.

—¿Los Val Kavian? —Lorena se mostró nerviosa—. La leyenda dice que eran vampiros. A nuestros padres no les va a gustar que andemos rondando en un cementerio de vampiros.

Para Catriel esas chicas ya tenían edad de decidir por sí mismas, aunque no conocía las costumbres de El Pombero. Quizás en este pueblo acostumbran obedecer a los padres hasta los treinta años.

—No creo que hayan sido realmente vampiros. Esos son puros cuentos. ¿Acaso tienen miedo? —Se acercó tanto a ellas que quedaron cara a cara, separados por pocos centímetros—. Si es así, no se preocupen. Soy experto matando vampiros.

Las chicas se rieron como tontas, Catriel se relajó porque habían entendido la broma, por un momento creyó que se lo tomarían en serio. No sabía qué tan ingenua podía ser la gente de ese pueblo si es que creían ciegamente en vampiros y temían a los pelirrojos.

—Con vos estando cerca me sentiría más segura —Lorena jugueteó con su cabello.

“Eso fue fácil”, pensó Catriel. Esta jovencita ya estaba coqueteando con él.

—Además estoy seguro de que juntos la podemos pasar muy bien… digo, trabajar acompañado es mejor que hacerlo solo. Sé que las actividades no abundan en este pueblo. ¿Se les ocurre algo mejor para hacer?

—Se me ocurren algunas cosas —dijo Camila, soltando una risita—. Aunque eso no significa que quiera hacerlas con vos.

Catriel tomó esas palabras como un avance, al menos las pueblerinas entienden las indirectas. Ya saben de qué están hablando. Le gustó que Camila fuera tan decidida.

—Con que me ayuden a restaurar el cementerio, me conformo. Va a ser agradable estar acompañado de dos chicas tan bonitas.

Ellas intercambiaron miradas de complicidad y soltaron risitas tontas. Catriel contaba con eso, por más que no sean vírgenes, si nunca salen del pueblo no deben estar acostumbradas a recibir esa clase de elogios.

—Está bien, aceptamos —dijo Lorena—. Ya vamos a pensar de qué forma podés pagarnos. Va a ser interesante dejar este lugar como antaño. ¿No te parece, Cami?

—Me incomoda un poco. ¿Y si las leyendas son ciertas? ¿Qué pasa si algún vampiro se levanta para mordernos y unirnos a su clan?

—Uf… yo iría encantada —aseguró Lorena—. Sería lindo ser un vampiro. Mientras no me maten, que hagan conmigo lo que quieran —miró a su hermana desafiante—. Lo-que-quieran.

El corazón de Catriel se aceleró, si Camila le parecía decidida, Lorena era directamente un tornado. Entendió por qué la bruja eligió a Cami para el “desafío”. La hermana menor no sería tan fácil de convencer como la mayor. Pero estaba decidido a intentarlo.


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Intuyendo que ahora venía lo bueno, Inara encendió el vibrador. El cosquilleo la tomó por sorpresa, no se imaginó que su vagina recibiría tanta cantidad de estímulos al mismo tiempo. Gimió sin poder controlarse y cuando apoyó el apéndice sobre su clítoris, el placer se magnificó. De pronto tuvo dudas sobre lo que le había dicho su madre. Este juguetito es espectacular, podría volverse adicta a él. Para colmo ni siquiera era necesario moverlo con su mano, el vibrador se encargaba de todo. Volvió a la lectura sintiendo cómo su concha se llenaba de jugos.

«Una noche me quedé dormida esperando a que dieran las tres. Me desperté a eso de las cuatro menos cuarto. Salté de la cama y fui a paso ligero hasta la habitación once, al abrir la puerta me encontré con una escena muy peculiar: Sor Mónica estaba completamente desnuda, boca abajo en la cama. Vasil sostenía sus brazos detrás de la espalda y le estaba metiendo todo su miembro erecto por la vagina. Lo hacía muy duro y a un ritmo constante. Me sorprendió que un muchacho de su contextura pudiera mostrar tanta fuerza. Mónica mordía una almohada para no gritar y al verme entrar pude ver súplica en sus ojos. Intentó zafarse, pero Vasil no lo permitió. Sabía que el pelirrojo no se detendría, por lo que me senté en la cama y acaricié el cabello de Mónica, indicándole que estaría con ella todo el tiempo. Me resultó impresionante ver cómo el miembro viril de Vasil se abría paso dentro de la apretada vagina de mi amiga. Sus gemidos ahogados me despertaron sensaciones extrañas. Sé exactamente cómo se sintió Mónica, porque yo estuve en una situación muy parecida».

«Vasil siguió metiéndola hasta que el semen comenzó a salir de su verga, lo descargó casi todo dentro de Mónica, pero reservó una parte para mí. Me metió la verga en la boca y me pidió que tragara el resto. Yo obedecí».

«Cuando vi el semen acumulándose en la vagina de Sor Mónica, Vasil me dio una orden directa: “Limpialo con tu lengua”. No sé por qué lo hice. Sé que está mal… y no se me ocurre de qué forma puede contribuir con su mejora. Pero lo hice. Pasé la lengua por la vagina de Sor Mónica una y otra vez, tragando todo el semen que salía de ella. Esto pareció tranquilizar a mi amiga, ella separó más las piernas permitiéndome hacer mejor mi trabajo y no se movió hasta que terminé. En la boca me quedó un intenso sabor a semen y a jugos femeninos. Fue muy extraño… aunque no diría que me desagradó».

«Después de esto volví al cuarto que compartía con Sor Mónica. Ella se sentó en mi cama y me abrazó. Vi lágrimas cayendo por sus ojos y me contó que Vasil ni siquiera le había pedido permiso para “poseerla”. Simplemente le pidió que se desnudara y la penetró. Decidí que era momento de contarle sobre mi historia con Norberto. Le conté con más detalles cómo, al igual que hacíamos con Vasil, yo chupé su verga en numerosas ocasiones, para aliviar su dolor. Yo llegué a sentirme cómoda al hacer esto e incluso disfrutaba poder ayudarlo; pero había algo que no estaba teniendo en cuenta: mi propio cuerpo. A Norberto le gustaba tocarlo, y yo creía que eso lo aliviaba. En realidad causaba el efecto contrario. Mi cuerpo era una fuerte tentación para él. Yo estaba ahí, comiéndome su verga casi todos los días, y no le brindaba acceso a nada más. Pobre, debió sufrir mucho conteniéndose durante tanto tiempo. Hasta que llegó un momento en el que no aguantó más, ya no pudo luchar contra su instinto masculino».

«Me arrojó sobre la cama y dejó salir su animal interior. Arrancó toda mi ropa, me sujetó con fuerza del pelo y me clavó su gran miembro en la vagina. El dolor agudo me hizo chillar. Yo también tuve que morder la almohada para no gritar. Fue tremendo. Su verga entró violentamente en mi vagina y se apoderó de ella. En cuestión de segundos mi cuerpo pasó a ser enteramente suyo. Yo estaba confundida y asustada, intenté zafarme; pero fue inútil. Norberto es un hombre muy fuerte. Logró sujetarme y mientras me la metía me dijo: “Esto es lo que te merecés por ser tan puta”. A Sor Mónica le impactaron mucho esas palabras. En especial cuando le aclaré que Norberto estuvo metiéndome la mucho tiempo, quizás más de una hora. Me hizo sentir dolor, pero también placer».

«Admito que me quedé enojada con él, por haberme poseído de esa manera. Sin embargo, el mismo Norberto me explicó unos días después lo difícil que fue para él luchar con la tentación. Mi cuerpo es demasiado femenino, invita al pecado. Ahí fue cuando se me pasó el enojo. Lo comprendí. La culpa era mía. Estuve provocando deseos impúdicos en él durante meses y nunca me digné a ofrecerle mi vagina, para que pudiera descargarse. Entendí todo. Incluso me alegré de que Norberto me la haya metido de esa forma, sin pedir permiso. Que haya tomado lo que por derecho le pertenecía. Que me la haya metido sin misericordia y que me haya dado muy duro, por todo el tiempo que llevaba conteniendo sus deseos sexuales. Me alegré de que me haya sujetado el pelo con fuerza y me haya sometido a su voluntad. Porque la culpa es mía, mi cuerpo invita al pecado. Y le expliqué a Sor Mónica que el de ella también. Es muy hermosa. Cualquier hombre se moriría de ganas de poseerla. Por suerte Sor Mónica lo entendió, dejó de llorar y acarició mis pechos desnudos. Me besó en la boca y me dijo: “Yo también me alegro de que Vasil me haya poseído. Pobre chico, él tuvo que resistir a la tentación de dos mujeres a la vez. Espero que sus deseos hayan quedado complacidos”».

«Me preguntó qué había hecho yo con Norberto después de que él me la metió. Le conté que a partir de ese momento cedí mi cuerpo a Norberto, para que él lo use cuantas veces quisiera. Ni siquiera debía pedirme permiso. Le bastaba con sacarme la ropa y arrojarme sobre la cama. Yo me quedaba dispuesta a que me penetrara, a que invadiera mi cuerpo con toda su masculinidad. A veces forcejeaba un poco con él, porque sus penetraciones eran potentes y a veces algo dolorosas. Sin embargo, Norberto siempre lograba contenerme. Me alegro que lo haya conseguido. Pobre, encima de que yo le provocaba estos deseos impúdicos, además luchaba por alejarme. Tonta de mí que no sé cómo complacer a un hombre. Por suerte Norberto sí sabía cómo dominar a una mujer».

«Cuando terminé de contarle esto me fijé que la vagina de Sor Mónica estaba muy mojada. Metí dos dedos y salieron cubiertos de viscosos jugos femeninos y rastros de semen. Bajé hasta colocar la cabeza entre sus piernas y empecé a chupársela otra vez…»

La concha de Inara estalló en un potente orgasmo. Se quedó tendida en la cama, intentando recuperar el aliento. El vibrador seguía moviéndose dentro de su sexo y en las sábanas había quedado una gran mancha de humedad.


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Catriel hizo de guía para las hermanas Brunardi. Les mostró los sitios del cementerio donde habían hecho buenos avances y dónde más era necesario trabajar. Ellas atendieron a todos los detalles con entusiasmo. Incluso intercambiaron comentarios al leer los nombres de las lápidas.

Entraron a la cripta. Allí había una tumba de piedra que parecía una mesa. Estaba mucho más limpia de lo que Catriel la recordaba. Imaginó que su tía se había tomado el trabajo de limpiarla.

—Mirá, Cami… esta es la tumba de Lucio Val Kavian —miró a Catriel con brillo en sus ojos—. La leyenda cuenta que Lucio estaba destinado a ser el gran maestro vampiro…

—No, gran maestro no —corrigió su hermana—. Iba a ser el Vampiro Supremo.

—Bueno, eso. Es más o menos lo mismo. Es una pena que esté muerto. Me hubiera gustado conocerlo. Le hubiera mostrado lo que soy capaz de hacer.

Las dos hermanas se rieron.

—Si ánimo de ofender —dijo Catriel, viendo una oportunidad—, ¿pero qué pueden saber del tema dos chicas que nunca salen de esta isla?

Por un momento creyó que había sido un error jugar esa carta, las hermanas lo fulminaron con la mirada. Era obvio que éste era un punto sensible para ellas. Sin embargo, Lorena sonrió desafiante.

—Oh… porque el chico de ciudad sí sabe mucho “del tema” —dijo en tono irónico.

—Sé más que vos, eso te lo puedo asegurar. En fin, no vale la pena seguir discutiendo por tonterías, mejor vamos a trabajar.

Les dio la espalda y cuando se estaba alejando de ellas, Lorena dijo:

—Dale, si sabés tanto, mostrame. ¿O tenés miedo?

Media sonrisa se dibujó en los labios de Catriel. Había sido más fácil de lo que se imaginaba. Quizás la bruja tuviera razón. Aunque Narcisa le había dicho que debía acostarse con Camila, no dejaría pasar la oportunidad de hacerlo con Lorena.

—Si te animás, te lo muestro ahora mismo. Acá nadie nos va a interrumpir. Pero si sos de las que solo hablan, no me sorprendería.

Para demostrarle que ella no era solo palabras, Lorena se desprendió la pollera. Acto seguido se quitó la bombacha, mostrando su vagina completamente depilada. Esto tomó por sorpresa a Catriel. Imaginó que las pueblerinas tendrían una selva entre las piernas. El efecto fue inmediato. Al ver esa concha tan bonita, su verga comenzó a despertarse. Lorena le mostró su cuerpo en una actitud desafiante y él no se quedaría atrás. Sacó la verga y le agradó ver cómo las dos hermanas abrían mucho sus ojos.

—Bueno, bueno… parece que el chico de ciudad viene bien equipado. Espero que la sepas usar, porque sino sería un gran desperdicio. Dale, vení… que no te tengo miedo.

Lorena se acostó sobre la tapa de la tumba y abrió las piernas. Se acarició la concha con la yema de los dedos. Sin perder el tiempo, Catriel se acercó con su verga en mano. Frotó su glande sobre los labios vaginales, para humedecer a Lorena y para darle tiempo a su verga a ganar rigidez. La chica miró maravillada como ese miembro crecía entre sus piernas.

—Interesante… interesante… ¿no te recuerda a la verga del tío Ciro? —le preguntó a su hermana.

—Es parecida —respondió Camila.

Catriel no preguntó por qué estas chicas sabían cómo tenía la verga su tío. Quizás simplemente lo habían visto desnudo. No venía al caso. Él estaba concentrado en otra cosa. Presionó con su glande y éste entró con gran facilidad, demostrando que Lorena no es virgen y que, probablemente, ya tiene bastante experiencia sexual. Catriel la agarró de las piernas y empezó a menear su pelvis. Entraba y salía apenas un poco, jugando con la punta de su miembro dentro de la concha.

Camila se quedó de pie junto a Lorena sin decir nada y sin apartar la vista de la acción. No parecía incómoda, por lo que Catriel dedujo que no era la primera vez que veí a su hermana teniendo sexo con otra persona.

Catriel decidió que ya era momento de darle una muestra de lo que él era capaz de hacer. Impuso un ritmo más brusco a sus bombeos, metiendo la verga casi por completo. La enterró una y otra vez. Lorena luchaba por mostrarse inalterada, pero le fue imposible. El placer comenzó a apoderarse de ella, se le notaba en la cara y en la respiración agitada.

—Parece que te gusta —dijo Catriel.

—Mmm… bueno, sí… tengo que admitir que tenés linda pija.

—¿Querés más?

—Obvio.

—Entonces vas a tener que hacer algo por mí…

—¿Qué cosa? —Parecía haber captado su interés.

—¿Alguna vez chupaste una concha?

Ella soltó una risita picarona.

—Sí, claro… aunque no le cuentes a mis padres, si se enteran me matan.

—Te prometo que no le digo a nadie. ¿Y a tu hermana, alguna vez se la chupaste? —Incluso Camila abrió grandes los ojos.

—¿Qué? No, a ella no… o sea, es mi hermana…

—¿Y se la chuparías? Digo… si querés que te la siga metiendo, eso es lo que me gustaría ver.

—Te volviste loco —a pesar de lo peculiar de la petición, Lorena no parecía ofendida. Hasta se podría decir que la propuesta le divertía—. ¿Cómo se la voy a chupar a mi propia hermana? A una prima, quizás… se la chupé a Sara. Mi prima es lesbiana. Ella también me la chupó a mí. Pero… mi hermana, me parece mucho.

—Qué lástima. Entonces esto no podrá ser.

Catriel sacó la verga y, como pudo, la guardó dentro de su pantalón. Le dolía tenerla tan apretada y se moría de ganas de volver a penetrar esa preciosa concha; pero quería dejar en claro su punto.

—No, esperá… —Lorena miró a su hermana—. ¿Te animás?

—Estás loca.

—Ay, dale, boluda. Hicimos cosas peores.

—No creo que sean peores que chuparle la concha a tu propia hermana.

—Eso depende de cómo lo veas. Yo diría que sí.

—¿De verdad me la vas a chupar?

—El pibe coge lindo, tiene buena pija. Además… estoy aburrida. Es raro que en este pueblito de mierda pase algo interesante.

—Bueno —Camila se encogió de hombros—, pero la que va a chupar sos vos. Yo no, ni loca.

—Con Sara no tuviste problemas en hacerlo.

—Sara es mi prima, no mi hermana. Es diferente.

Camila se quitó la pollera y la bombacha. Se subió a la tumba y se quedó de rodillas justo sobre su hermana. La concha le quedó a escasos centímetros de la boca de Lorena. También la tenía completamente depilada. Si Catriel las hubiera visto en fotos, hubiera pensado que se trataba de la misma concha.

—Ahí tenés… ahora metela —pidió Lorena.

—Todavía no te veo chupando.

Ella volvió a desafiarlo con la mirada, como si le dijera: “Estás jugando con fuego”. Se aferró a las piernas de su hermana y le dio una buena lamida a la concha, con determinación, sin titubeos. Catriel volvió a sacar la verga y no esperó a que se lo pidieran otra vez. Penetró a Lorena y le dio más duro que antes. Era increíble, la había convencido de practicarle sexo oral a su propia hermana. Nunca antes había llevado tan lejos esos juegos de seducción.

La chupada de concha que estaba recibiendo Camila era espectacular, casi tan buena como las que le dio su prima Sara. Catriel notó el placer en su cara. La chica se meneó lentamente, acompañando la lengua de su hermana y miró fijamente a los ojos de Catriel. Él le sostuvo la mirada, sin parpadear y sin dejar de metérsela a Lorena. Por fin Camila cedió ante sus encantos y a la calentura, aprovechó que estaba cerca de Catriel y se lanzó sobre él, para besarlo.

Inconscientemente Camila replicó los movimientos de la lengua de su hermana, pero en la boca de Catriel. Él se entusiasmó mucho y se la metió tan duro a Lorena que la hizo chillar de puro gusto. Los gemidos se escucharían a varios metros a la redonda; pero allí no había nadie para oírlos… a excepción de la bruja, que debía estar escondida en algún lugar cercano.

Esta secuencia se mantuvo inalterable durante largos minutos. La verga entrando y saliendo de la concha de Lorena, su lengua moviéndose entre los labios vaginales de su hermana y Catriel luchando contra la lengua de Camila.

Al final, pasados largos minutos, fue la propia Camila quien rompió la monotonía del acto sexual. Ella se colocó en cuatro, ofreciendo su retaguardia a Catriel. Lorena entendió que ahora le tocaba el turno a su hermana, por lo que se deslizó hacia atrás. Estuvo a punto de bajar de la tumba, pero la misma Camila la detuvo. Con tan solo mirarla a los ojos Lorena entendió lo que su hermana quería hacer… y le pareció fascinante.

Catriel no esperó recibir ninguna orden, sabía que Camila ya estaba entregada, lo había conseguido. Apuntó su verga y se maravilló al notar lo mojada que estaba la más joven de las dos hermanas. La verga le entró con la misma facilidad. Casi al mismo tiempo en que se produjo la penetración, Camila metió la cabeza entre las piernas de su hermana y comenzó a chuparle la concha. No necesitaba que nadie le explicara qué tenía que hacer, había practicado con Sara en más de una ocasión. Las chicas se aburren mucho en el pueblo y a veces, si nadie las descubre, se ponen juguetonas entre ellas. Lorena pensó que quizás, de ahora en adelante, Camila se pondría juguetona con ella también. Había experimentado el incesto; pero era la primera vez que lo hacía con una pariente cercana. El morbo que sintió fue brutal.

Catriel también lo sintió. Era fascinante ver cómo esas dos hermanas se comían la concha la una a la otra mientras él le metía la pija. A Camila le dio aún más duro que a Lorena, porque ella era su premio. Cumplió con el desafío impuesto por la bruja, esperaba que ella mantuviera su palabra. Aunque poder tener sexo con estas dos hermanas ya era paga más que suficiente. Pasaron los minutos y él se mostró incansable, no se detuvo ni por un segundo. Camila tampoco dejó de chupársela a su hermana y lo hizo tan bien que le provocó un jugoso orgasmo.

Cuando por fin llegó el momento del clímax, Catriel acabó dentro de la concha de Camila, con una idea fija en la cabeza.

—Limpiala con tu lengua —le pidió a Lorena.

Y ésta obedeció sin chistar. Las dos hermanas formaron un magnífico 69. Catriel las observó maravillado. Eran realmente hermosas estando medio desnudas y practicando un morboso acto sexual entre ellas.

Unos minutos más tarde las hermanas se dieron por satisfechas y comenzaron a vestirse.

—Tenemos que irnos —dijo Camila—. Nuestros padres ni siquiera saben que estamos acá. Se van a preocupar.

—Sí, y cuando se preocupan se ponen insoportables —aseguró Lorena—. Empiezan a imaginar cosas ridículas, como que nos están cogiendo en el medio del monte o algo así.

Las dos soltaron una risita picaresca y salieron de la cripta antes de que Catriel tuviera tiempo de despedirse de ellas.

Narcisa entró apenas unos segundos después, con su sensual meneo de caderas y ese vestido que no cubría prácticamente nada. Miró la verga aún erecta de Catriel y la acarició suavemente con sus uñas. Avanzó como si flotara por el aire, se sentó sobre la tumba con las piernas abiertas y atrajo a Catriel hacia ella. El chico se sorprendió al notar que su verga se hundía dentro de la concha de la bruja. Ella lo atrajo con más fuerza, hasta que la penetración fue completa. Luego lo besó en la boca.

—Acá tenés tu premio mayor. Dame duro, me encantaría conocer todo el potencial de este miembro viril. Me alegra no haberme equivocado con vos, Catriel. Estás destinado a cosas muy grandes. Ya vas a ver, con mi ayuda vas a llegar muy lejos.

Volvió a besarlo en la boca, él empezó a darle con toda la energía que aún le quedaba en la reserva. La concha de Narcisa le pareció aún más deliciosa que las dos que acababa de probar.

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Comentarios

Juan ha dicho que…
Delicioso capítulo, como siempre desbordas sensualidad en cada palabra.

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