Capítulo 2.
La relación con mi
madre se había deteriorado totalmente. Desde aquel incidente al finalizar la
fiesta ni siquiera me dirigía la palabra. Hasta evitaba mantener contacto
visual conmigo. Vivimos tres días muy tensos, yo estaba muy deprimido, casi no
comía. No podía dejar de culparme por lo ocurrido, me llamaba estúpido a mí
mismo todo el tiempo. ¿Cómo le había hecho semejante cosa a mi madre? Prácticamente
la había violado. Ella debía odiarme.
Hacíamos todo lo
posible por no permaneces juntos en la misma habitación, yo me pasaba horas en
el patio. Cortaba el césped, cuidaba las plantas, juntaba las hojas de los
árboles. Tareas que había aborrecido toda mi vida pero que ahora me mantenían
ocupado y lejos de mi madre.
Al quinto día ya no
podía tolerar más la situación, la noche anterior me la pasé llorando y me
dolía mucho la cabeza. Quería que todo esto se terminara, por eso cuando la vi
sentada con la mirada perdida en el televisor, la encaré.
- Mamá, tengo que
hablar con vos – le dije seriamente, ella me miró como si fuera un zombi, tenía
los ojos rojos, también había estado llorando.
- Te escucho – me dijo
secamente.
- Sé que no vas a
perdonarme nunca por… por lo que te hice – tragué saliva para poder continuar –
por eso te quería avisar que decidí irme a vivir con papá, así podés estar
tranquila… y ser feliz – abrió grande los ojos, mi propuesta la sorprendió
mucho. Se quedó en silencio unos instantes con la boca entreabierta.
- ¿De verdad pensás
que estoy enojada con vos? – una lágrima rodó por su mejilla y se perdió en el
aire cuando cruzó su mentón.
- Creo que eso está
más que claro – le dije conteniendo el llanto – sé que te pasas el día
llorando… y es por mi culpa.
- No es así Nicolás.
No es por tu culpa. Si lloro es porque me siento una pésima persona… una pésima
madre – sus ojos se inundaron de lágrimas – perdoname Nicolás, no quise hacerte
sufrir. Sé que te generé un daño irreparable… por actuar como una estúpida.
- ¿De qué hablás mamá?
– no entendía nada, yo sólo podía pensar en cómo la forcé y la penetré en la
noche de la fiesta.
- Yo perdí el control
hijo. Me puse a hacer locuras adelante tuyo… te incité… te pido disculpas, esa
noche estaba muy borracha y no podía pensar con claridad… sé que no es una
excusa… sólo intento decirte que la culpa no es tuya, sino mía por no
comportarme como una madre normal y estar por ahí haciéndome la putita – apoyó
su rostro contra mi pecho, instintivamente la abracé.
- Pero si vos no
hiciste nada malo mamá, solamente estabas disfrutando de tu vida, recuperando
el tiempo que habías perdido con papá. El que perdió el control fui yo… yo te…
te acabé en la boca y después te forcé… y te… - no podía completar la frase, ya
estaba llorando junto con ella.
- No Nicolás, yo soy
tu madre – su voz sonaba un poco apagada al estar hablando pegada a mí - ¿Dónde
se ha visto que una madre se masturbe delante de su hijo adolescente… y que lo
incite a él a masturbarse con ella? Era obvio que en algún momento ibas a
querer ir por más… y yo como una estúpida me enojé con vos… y te pegué… perdón…
perdón.
- No fue así mamá, yo
sabía bien lo que hacía… tendría que haber parado cuando te enojaste conmigo
por primera vez… cuando te acabé en la boca.
- Te dije que no me
enojé – me miró a los ojos como una niña asustada – la verdad es que en ese
momento me gustó que lo hayas hecho – me paralizó con esas palabras – yo estaba
muy cachonda y te había dicho que me volvía loca el sabor al semen,
prácticamente te estaba pidiendo que me acabaras en la boca. Soy una pésima
madre.
- No lo sos… sos la
mejor madre del mundo – le dije con sinceridad – vos siempre hacés todo por mí
y esa vez yo quise hacer algo por vos, pero todo me sale mal. Fui muy ingenuo
al pensar que si te la metía no te ibas a enojar.
- No hijo… la ingenua
fui yo al creer que no te afectaría verme en ese estado… si estaba toda abierta
pidiendo a gritos por sexo… para colmo te contaba cómo me la metía Luis… era
una forma inconsciente de pedirte que me la metieras vos también… te pido mil
disculpas… no sé si me vas a perdonar, pero no quiero que te vayas Nicolás.
- No hay nada que perdonar
mamá. No te preocupes, no me voy a ir. Creo que nuestro error es dramatizar
demasiado lo que pasó.
- Tenés razón – se
apartó de mí y se limpió las lágrimas con el dorso de la mano – dejémoslo como
algo que ya pasó y que no se va a volver a repetir. Los dos cometimos errores…
supongo, y los dos estábamos bastante tomados… y excitados. Yo no quiero que me
veas como una puta hijo… yo quiero que me veas como tu madre y también como tu
amiga.
- Siempre te consideré
mi amiga, y sos mi madre desde el día en que nací.
- ¿De verdad me ves
como a una amiga? – me preguntó con una sonrisa.
- Si, me encanta que
me cuentes tus cosas y contarte las mías. Esa noche, antes del incidente, me
alegré mucho porque estabas contándome de tus experiencias sexuales. Eso me alegró
un montón. Sentía que había mucha confianza entre nosotros, que podíamos hablar
de cualquier tema sin remordimientos y sin juzgarnos.
- Que lindas palabras
Nicolás. La verdad es que así es como me gustaría que sea nuestra relación. Que
podamos hablar de cualquier cosa, como amigos, sin remordimientos. Reírnos de
las cosas que nos pasan y apoyarnos cuando estemos tristes, porque ahora que
estamos solos, nos tenemos que cuidar mutuamente.
- Es así. Y no quiero
que te inhibas y dejes de disfrutar tu vida, yo nunca te voy a ver como una
puta, así te cojas mil hombres… o mujeres – me miró sorprendida cuando acoté
eso último pero no dijo nada – y me encanta que me cuentes. No estás siendo
mala madre al contarme, al contrario, me abrís la mente. Así entiendo mucho
mejor el mundo del sexo… yo ni siquiera estuve con una mujer… bueno, solamente
eso… - me refería a la vez que la penetré y hasta le acabé dentro.
- Así que
prácticamente fui tu primera vez – me dijo intentando disimular una sonrisa –
espero que te haya gustado – asentí con la cabeza varias veces – pero en serio
no quiero que se repita – me dio un fuerte abrazo y un cariñoso beso en las
mejillas, no pude evitar emocionarme al sentir sus grandes tetas contra mi
pecho.
Ya estábamos más
calmados y la felicidad estaba volviendo de a poco a nuestro hogar. Decidimos
preparar juntos una rica cena de madre e hijo y poco a poco, con comentarios
humorísticos, la tensión se fue disipando. Cuando terminamos de cenar nos
sentamos en el sillón a mirar televisión. En ese momento recordé algo que me
había dicho la noche de la fiesta justo antes de que yo la penetrara.
- Mamá, vos me dijiste
que esa vez que estuviste con Luis papá llegó justo cuando terminaron ¿qué
pasó? – a ella no pareció agradarle mucho que yo volviera a ese tema, pero se
dio cuenta que si lo hablábamos con normalidad sería más fácil superarlo.
- Casi me muero – me
dijo dramatizando la escena – apenas Luis terminó me dejó ahí sola, contra la
pared y se fue sin decir nada. Yo me quedé recuperando el aliento y me quité
toda la ropa, quería darme un baño. Apenas me desnudé escuché que se abría la
puerta, primero me asusté porque pensé que eras vos, pero cuando lo vi a tu
padre entrando me asusté el doble.
- ¿Por qué? No era tan
raro que estuvieras desnuda, como mucho podías decirle que estabas a punto de
bañarte y listo.
- Sí lo sé. Ese no era
el problema. El problema era que yo… - meditó un segundo las palabras que iba a
usar - …tenía la concha llena de leche. Luis había acabado un montón y me
estaba chorreando por las piernas – imaginar eso me excitó tanto que mi verga
comenzó a despertarse – y cuando pensé que se armaría la guerra del fin del
mundo, tu padre se acerca, me da un beso frío en la mejilla y se va directo al
cuarto. En lugar de tranquilizarme me enojé mucho, ya era el colmo, ni siquiera
hacía un comentario al verme completamente desnuda… y para colmo ni siquiera
notó cómo tenía la cotorra. Entré al dormitorio y le dije q me iba a bañar,
entonces me agaché para abrir el cajón donde guardo las toallas. Dejé las
piernas algo separadas para que me viera bien la concha, las mujeres podemos
hacer salir el semen si hacemos un poquito de fuerza, hice eso y sentí como una
gran cantidad de leche me salía del agujerito y quedaba colgando entre mis piernas
hasta caer al piso.
- ¿Y papá qué dijo? –
la miré anonadado.
- Me preguntó qué era
eso, y le respondí que era leche. “¿Leche, de quién?” – imitó el autoritario
tono de voz de mi padre – “Tuya no es” le contesté y me fui con una toalla al
baño. Él me siguió hecho una furia, pero yo estaba tranquila, tu padre podrá
ser un pesado y un amargo, pero nunca fue un hombre agresivo. Empezamos a
discutir, yo le dije que si él tenía derecho a coger con todas las putitas que
se cruzaba en el camino, yo también tenía derecho a que me dieran una buena
cogida de vez en cuando. En fin, esa fue la discusión que terminó ocasionando
nuestro divorcio y te juró que fue la mejor decisión de mi vida. Me sentí
liberada – en ese momento se fijó en mi bulto, tenía la verga completamente
parada – supongo que tendré que acostumbrarme a eso – dijo con una sonrisa,
refiriéndose a mi erección.
Al día siguiente
acompañé a mi madre a hacer las compras, me alegraba mucho que nos lleváramos
tan bien otra vez. Ella estaba preciosa, se había puesto una calza negra que le
marcaba muy bien la figura y una remera roja, que si bien no era escotada,
hacía que sus pechos resaltaran bastante. Fuimos hasta la verdulería del
barrio, era temprano por la tarde así que no había clientes, sólo el
propietario. Un tipo morocho de contextura gruesa y cabeza cuadrada y pelitos
como cepillo. Se llamaba Daniel, era un tipo muy simpático y no tendría más de
33 años. En cuanto vio a mi madre entrar a su negocio se puso de pie de un salto.
Quedó hipnotizado por la figura de la mujer, ni siquiera reparó en mi
presencia.
- Buenas tardes
Graciela ¿qué puedo ofrecerle? – preguntó con una sonrisa cordial.
Mi madre comenzó a
pedir algunas frutas, ella amaba la comida natural. El verdulero se apresuraba
por cumplir con las órdenes de semejante mujer y no paraba de hacer comentarios
sobre lo buena que era su mercadería. En un momento mi madre se acercó a un
cajón lleno de tomates y comenzó a mirarlos de cerca, el tipo quedó petrificado
mirándole la cola bien marcada en la tela negra. En cuanto notó que yo lo
estaba mirando con una sonrisa me dijo en voz baja:
- Tu mamita me tiene
loco, un día de estos se me va a ir la mano.
- A que no te animás –
lo desafié. Me miró sorprendido.
- Si me animo, pero no
la quiero ofender… ¿y si se enoja?
- Te apuesto a que no
te animás a arrimarla siquiera… si se enoja le digo que fue idea mía y si
ganás, el premio te lo va a dar ella.
Daniel titubeó durante
unos segundos mientras cerraba una bolsa llena de papas. En ese momento se
decidió. Dejó los tubérculos sobre el mostrador y se acercó a mi madre por
detrás. Escuché que le decía que todos los tomates estaban frescos y eran de
primera calidad mientras acercaba su bulto a esa colita redonda. En cuanto hubo
contacto mi madre me miró de reojo por un segundo y yo le sonreí. Hizo una
pregunta sobre un par de tomates que tenía en las manos y el verdulero ganó
confianza. Primera prueba superada, la mujer no se había enojado. Mientras
respondía decidió ser más audaz y acarició suavemente el muslo izquierdo de mi
madre. Ella se inclinó hacia adelante dejando los tomates en su sitio. Pude ver
como Daniel tenía la verga parada dentro del pantalón y se pegaba mucho contra
la conchita de mi madre, la agarró de la cintura y la arrimó con ímpetu. Me dio
mucho morbo ver como esa vulva se hinchaba ante la presión.
En ese momento miré
hacia la calle y vi a dos de mis amigos pasando en bicicleta. Le dije a mi
madre que me iba con ellos a la plaza, a tomar una cerveza y que la vería más
tarde. Antes de que mis amigos pudieran ver lo que ocurría dentro de la
verdulería, cerré la puerta al salir. Los grandes ventanales estaban cubiertos
con una gruesa lona verde desde el interior, cumplía la función de mantener
lejos los fuertes rayos del sol de la tarde y a su vez impedía que algún
curioso mirara hacia adentro.
Me quedé más de tres
horas con mis amigos hablando de boludeces, riéndonos y bajándonos unas seis
cervezas entre los tres. Cuando ya creí que había otorgado un tiempo prudencial
a mi madre decidí volver a mi casa. La encontré preparando una cena ligera a
base de vegetales, se me revolvió el estómago porque me vería obligado a comer
eso, pero en ese momento poco me importaba la cena. Noté que llevaba otra ropa.
Ahora tenía puesta una pollera corta color verde agua y una linda blusa blanca
que formaba una cruz con la tela sobre sus tetas. Al verme me sonrió y me
saludó con un beso en la mejilla.
- ¿Y… qué pasó? –
pregunté muerto de curiosidad. Se mordió el labio inferior mientras sonreía,
sabía perfectamente a lo que me refería – contame todo, por favor.
Me prometió que me
contaría lo ocurrido después de cenar, y sólo si comía todo lo que había en el
plato. Eso era extorción, pero no podía negarme. Tragué todos los vegetales con
cierta repugnancia, aunque la verdad no estaban tan mal, creo que era sólo
capricho por verme obligado a comerlos. Ya concluida la cena lavé los platos
sin que me lo pidiera, no quería que ponga otra excusa como obstáculo.
Nos sentamos sobre el
sofá de cuero blanco, que era amplio y muy cómodo, en el que entraban
fácilmente cuatro personas. Quedamos enfrentados, uno en cada punta, ella cruzó
una de sus piernas y dejó la otra en el suelo, la corta pollera dejaba ver sus
torneados muslos.
- Bueno, ahora sí.
Contame – le supliqué. Ella me sonrió.
- Lo que me pasó esta
tarde fue increíble, todavía me cuesta asimilarlo. Siento que fue un sueño
irreal – esperé con ansias mientras ella ordenaba sus pensamientos – cuando vos
te fuiste de la verdulería supe que algo pasaría. Daniel me estaba arrimando
como si fuera su primera novia. Obviamente yo no le decía nada, al contrario,
paraba la colita para facilitarle la tarea – soltó una risita – para colmo yo
no tenía bombacha, así que podía sentir todo perfectamente y me calentó
bastante. Te digo que el verdulero se zarpaba cada vez más. Me acariciaba las
piernas, pero de forma suave y educada, dentro de todo. En un momento llegó a
pasar su mano contra mi chochito, ahí se dio cuenta que yo no traía ropa
interior, pudo tocar mi clítoris por arriba de la tela de la calza y como me
hice la desentendida, se animó a más. Noté que se movía un poco, estaba
luchando por desprenderse el pantalón y sacar el pitulín. Cuando lo sacó me
arrimó con fuerza otra vez. Te juro que sentía que me lo estaba metiendo con
calza y todo. Para ese momento yo levanté un brazo y le agarré la cabeza,
comencé a frotarme como una gata. Él olvidó las sutilezas y me apretó una teta,
tampoco tenía corpiño, así que los pezones se me marcaban mucho en la tela.
Mientras mi madre
relataba yo la miraba toda, sus pezones se marcaban sobre la tela y el imaginar
la escena y verla tan bonita me provocó una erección que quedó apretada dentro
de mi pantalón.
- Estuvo manoseándome
un rato – continuó – y no paraba de hincarme su miembro. Yo ya estaba muy
mojada y la sensación era increíble. La tela de la calza no me protegía mucho
que digamos, podía sentir que se me estaba metiendo por la concha, raspaba un
poquito pero la sentía cada vez más húmeda y suave. No aguantaba más, estaba a
punto de bajarme la calza cuando Daniel la rasgó usando sus manos, sentí la
tela abrirse y se formó un agujero justo en la zona de mi vagina. Medio segundo
después ya me estaba metiendo la verga.
Mi madre interrumpió
su relato y me miró el bulto. Yo me estaba manoseando por arriba del pantalón
mientras imaginaba todo lo sucedido.
- ¡Ay no Nico! No
tengo que contarte estas cosas, mirá cómo te ponés – señaló mi entrepierna.
- No mamá. Por favor,
contame. A mí me gusta escucharte contando esas cosas. Quiero saber qué pasó…
además me debés una. Daniel se animó a avanzarte porque yo lo desafié.
- ¿De verdad? Ya me
sorprendía que el tipo se hubiera animado, siempre me mira pero nunca me hizo
siquiera un comentario al respecto. ¿No te duele tenerla apretada ahí adentro?
– le respondí que sí, que un poco dolía – entonces sacala, no quiero que te
lastimes – me lo dijo con sincera preocupación. Obedecí y dejé salir mi pene,
que estaba completamente parado y se sacudía con pequeños espasmos – tal vez lo
mejor sea no darle tanta importancia a esas cosas, vos sos un chico vigoroso y
es una reacción normal – parecía estar pensando en voz alta – además es lindo
tener alguien de confianza con quién conversar de estos temas.
Se relajó un poco y
subió ambas piernas al sillón, dejándolas estiradas. Mis piernas estaban
cruzadas y sus pies tocaban mis rodillas. Se acomodó un poco la pollera pero
aun así podía ver buena parte de sus piernas. Le pedí que prosiga con su
relato.
- Bueno. Daniel me la
metió despacito, casi hasta con miedo. No se daba cuenta de que si le había
permitido llegar tan lejos era porque yo también quería que me cogiera. Me
agaché un poco hacia adelante para que entrara mejor. De verdad me hace sentir
como una adolescente esto de estar probando distintas vergas. El verdulero me
agarró fuerte por la cintura y comenzó a darme embestidas suaves pero seguras,
yo ya estaba gimiendo de placer, además la idea de que me estuviera cogiendo
con el pantalón puesto me puso más cachonda. El tipo lo hacía muy bien, me
gustaba mucho, especialmente cuando empezó a darme más rápido. A veces me gusta
que me traten de forma gentil y otras veces prefiero el trato brusco, como el
de Luis. Que me dice cochinadas todo el tiempo y me la mete como si sólo le
importara satisfacerse él mismo, en parte es así pero yo también lo disfruto
mucho. No sé cuánto tiempo estuve cogiendo con Daniel, pero él se movió todo el
tiempo sin parar ni un segundo, hasta tuve un rico orgasmo justo unos segundos
antes de que él acabara. Podía sentir como me llenaba de leche tibia, era una
sensación hermosa. Cuando me la sacó caí a la realidad. Tenía la calza rota y
se me veía toda la concha, apreté las piernas y acomodé la tela intentando
tapar lo más posible, pero igual se veía mucho, era un agujero considerable. El
pobre Daniel me pidió disculpas pero le dije que no se preocupara, que yo me
las arreglaría. Me aseguró que más tarde llevaría todo lo que había comprado a
mi casa y le prometí pagarle cuando lo hiciera.
- ¿Y qué hiciste
después? – le pregunté mientras me masturbaba frente a ella.
- Una estupidez. Salí
a la calle con el pantalón roto y fui caminando con las piernas bien apretadas,
como si me estuviera haciendo pis. Por suerte no veía a nadie en la calle y yo
rogaba poder caminar las cuatro cuadras hasta casa sin que nadie me viera. Eso
era algo imposible, en este barrio siempre hay alguien dando vueltas. No hice
ni una cuadra cuando justo veo salir a Betiana de su casa – Betiana era una chica
rellenita de cabello negro que tenía unos 34 años, era bastante bonita, con mis
amigos la mirábamos siempre con ganas pero teníamos miedo de que su marido se
enterara – ella se quedó como una estatua al verme – continuó mi madre – era
más que obvio que se me veía todo, así que le dije “Tuve un pequeño accidente”
e intenté sonreírle.
Mi madre me contó que
Betiana la invitó a pasar a la casa para ayudarla con su problema. Ellas solían
tomar mates juntas ocasionalmente así que había cierta confianza. Yo me
imaginaba la cara de la gordita al ver a mi madre con toda la conchita al aire.
En ese momento mi mamá flexionó una de sus piernas y eso levantó la pollera, me
alegré al ver su conchita pulcramente depilada y con esa franjita de pelitos y
me puso más caliente el notar que estaba mojada.
- Lo primero que hizo
Betiana fue sentarse en una silla y mirar lo rasgada que estaba la tela de la
calza, - siguió con su relato - la movía para todos lados intentando buscar la
forma de arreglarla. Seguramente notó lo húmeda que estaba, ella decía que
podía intentar poner algún alfiler de gancho y sus dedos rozaban
involuntariamente mis labios vaginales. Yo ya la estaba mirando con otra cara…
- se quedó callada unos segundos y me miró – no sé si contarte esto… me da mucha
vergüenza. No sé qué vas a pensar de mí.
- Sí mamá, contame –
yo no paraba de pajearme y de mirarle la concha – lo cierto es que la noche de
la fiesta vi lo que hacías en el baño con esa rubia tan linda – abrió los ojos
como platos.
- ¿De verdad me viste?
Ay me muero de la vergüenza.
- Pero no mamá, si
estuvo re bueno lo que hiciste, me alegra que hayas decidido probar cosas
nuevas. No sé de dónde sacaste a esa rubia, pero estaba re buena.
- Si lo hice por eso,
sólo por probar, pero no soy lesbiana… fue sólo curiosidad… y me gustó, me
pareció excitante. La rubia es una prostituta que contrató mi amiga Zulma ¿te
acordás que llegó con ella a la fiesta? Le pagó a la chica para que justamente
me dejara probar. Yo quería saber qué se sentía pero no quería la carga moral
de tener que dar explicaciones o generar confusiones en otra persona.
- Entonces está todo
bien mamá. Contame lo que pasó con Betiana – yo estaba muy impaciente y
apretaba mi verga con fuerza.
- Está bien, te sigo
contando. No sé qué estaría pensando Betiana en ese momento pero su mano estaba
peligrosamente cerca de mi vagina, para colmo yo sentía algo calentito bajando
por el canal. “Beti, voy a necesitar un trapito” le dije anticipándome a lo que
iba a ocurrir “¿Para qué lo querés?” me preguntó pero ya era tarde, no pude
contenerlo más, hice una leve presión hacia afuera con mi entrepierna y un
chorro de espeso semen blanco cayó sobre la mano de la chica. Ella dio un
pequeño grito y se desesperó, en lugar de apartar la mano intentó taparme el
agujerito con la yema de sus dedos, pero sentir los deditos ahí fue aún peor.
Dejé salir más leche que fue cayendo sobre su mano y goteando hasta el piso. No
te voy a mentir, me gustó hacerlo, estaba muy excitada y en ese momento no me
preocupaba qué pudiera pensar ella. Lo mejor era que Beti intentaba limpiarme
la concha a medida que el líquido salía. Me di cuenta que yo había empezado a
gemir. Ella tenía los cachetes colorados y respiraba deprisa. Sentí sus dedos
contra mi agujerito, entonces me agaché un poco separando las piernas. Se me
metieron dos dedos a la vez. Ella me miró asombrada mientras el semen y mis
jugos chorreaban por su mano. “¿Esto es semen?” me preguntó sin sacar los
dedos. Le dije que sí y la noté algo asustada “Graciela, ¿No me vas a decir que
te violaron?” preguntó la muy ingenua. Tuve que aclararle que no era el caso,
que había sido un acto sexual consentido.
Vi que mi madre
llevaba una mano hasta su conchita y se frotaba suavemente el clítoris, se
detuvo en seco cuando recordó que yo estaba frente a ella. Se mordió el labio
inferior preocupada.
- Está todo bien mamá
– le aseguré – podés hacerlo tranquila – yo no dejaba de pajearme, tenía toda
la verga ensalivada y largando gotitas de líquido preseminal.
- Es que… la otra vez…
- sabía que su preocupación era que volviera a ocurrir lo de antes.
- Ya acordamos que no
hubo nada de malo con lo que pasó la otra vez. Fue la locura del momento y no
quiere decir que vaya a ocurrir de nuevo. Me agrada mucho que nos tengamos
tanta confianza y podamos hacer juntos estas cosas, no te olvides que además de
mi madre, te considero una amiga – eso la ablandó mucho – no quiero que te
reprimas nada. Yo no soy como papá – di en el clavo al nombrar a mi padre.
- Tenés razón, con él
me tenía que reprimir todo.
Con esa frase tomó
coraje, abrió las piernas y se coló dos dedos bien adentro, cerró los ojos y
suspiró. Era un sonido liberador y a mí me puso a mil. Me masturbé más rápido
mirando como ella se tocaba. Además le pedí que continuara, quería saber cómo
había reaccionado Betiana al enterarse que mi mamá había tenido relaciones
recientemente.
- Ella no se alteró
demasiado – dijo mi madre mientras se masajeaba su botoncito de placer – al
contrario, se lo tomó como algo natural. Se fue hasta la cocina a lavarse las
manos y de paso me preguntó con quién había estado. Le conté que fue con el
verdulero y vi una sonrisita en su cara “Ese chico es lindo” me dijo mientras
se acercaba con un trapito blanco en la mano. Volvió a sentarse delante de mí y
comenzó a limpiarme ella misma la zona íntima. Mientras tanto yo le relataba lo
ocurrido, me alegró que se lo tomara todo con gracia, ella es una chica muy
buena y de mente abierta, aunque lleve cinco años de casada con un estúpido
total que me hace acordar a tu padre. La cosa es que la chica me estaba
calentando pasando tantas veces el trapito por mi concha y le pedí que parara
porque si no me iba a mojar más todavía. Ella comenzó a reírse y se puso de pie
“Es que vos te mojás mucho Graciela” me comentó dejando el trapo sobre la mesa,
así que me acerqué diciéndole “Vos debés estar igual que yo” y le metí la mano
por debajo de la pollera, toqué su bombachita y la corrí hacia un lado con un
rápido movimiento, de pronto sentí una conchita suave y húmeda, la tenía depilada
y muy mojada. Betiana podrá tener unos kilitos de más, pero los tiene muy bien
distribuidos, es una chica preciosa. “Ya decía yo” le dije toqueteándole la
concha, ella abrió grande la boca por la sorpresa, pero se lo tomó con gracia.
En cuanto le metí un dedito me sacó la mano y me dijo que el único que tenía
derecho a tocarle esa parte era su marido. “Ay, pero que estructurada, me hacés
acordar a mí antes del divorcio”, le dije restándole importancia a lo ocurrido.
“Decime la verdad Beti, ¿cuándo fue la última vez que tu marido te dio una
buena cogida?” la pregunta fue como una bomba para ella, dudó por unos segundo
y al final dijo: “Hace como dos semanas ya”, no esperaba que fuera tanto
tiempo, me indigné “¡¿Pero cómo puede ser que una chica tan linda como vos
tenga que pasar dos semanas sin coger, teniendo marido?!”
A pesar de no estar
relatando nada sexual en ese momento, mi madre no dejaba de toquetearse, se
metía los dedos sin remordimientos, me encantaba ver cómo su conchita se abría
y se cerraba con el movimiento de los dedos. Disimuladamente me acerqué un
poco, quedé sentado en el medio del sillón quedando ella a mi izquierda. No se
molestó con mi cambio de posición. Una de sus piernas quedó flexionada contra
mi cuerpo y se vio obligada a colocar la otra extendida sobre mis rodillas, yo
seguí pajeándome tranquilamente sin dejar de mirarla.
- Betiana se puso algo
triste cuando mencioné a su marido – continuó relatando – entonces le pregunté
si ocurría algo malo. Me contó que hacía tiempo que las cosas con su marido
estaban bastante mal y que ella sentía que la descuidaba mucho, no sólo
sexualmente, sino en todo sentido. La abracé fuerte y la aconsejé, le dije que
ella era muy joven como para estar viviendo esa vida, que siendo tan hermosa
podía conseguir otro hombre en cualquier momento y que no vea el matrimonio
como una trampa perpetua, siempre se podía recurrir al divorcio. Lo cierto es
que mientras hablábamos nuestras tetas quedaron apretadas en el medio, ella las
tiene tan grandes como yo. Para colmo veía su carita apenada tan de cerca que
me partía el alma. Comencé a acariciarle la espada mientras la animaba hasta
que llegué a su cola. La tiene bien grande y suave. Le acaricié la cola
despacito y fui bajando hasta que conseguí meter la mano debajo de la pollera.
Sin mucha prisa busqué su zona íntima con los dedos, a todo esto intentaba
mantenerla distraída, hablándole de las cosas buenas de la vida. Toqué su
conchita y estaba más húmeda que antes. Comencé a acariciársela con la yema de
los dedos, muy suavemente. Noté que su respiración se volvió entrecortada, pero
no se quejaba. “Vos tenés que coger mucho Beti, y si querés probar algo nuevo,
hacelo sin remordimientos” le tiré el palazo en el mismo momento que introducía
un dedo en su agujerito. Estaba muy lubricada por dentro. Me miró asombrada y
sentí su mano tocando tímidamente mi clítoris.
Allí sentado en el
sillón con la pierna de mi madre tan cerca de mi pene comencé a tentarme.
Cuando no soporté más, le acaricié la cara interna del muslo subiendo
lentamente, pero esto fue un error. Ella no me dijo nada pero de inmediato bajó
su pierna y se acomodó apoyando su espala contra mi brazo izquierdo, ahora
tenía las piernas en el apoyabrazos del sillón y bastante fuera del alcance de
mi mano, que estaba prisionera entre mi cuerpo y el suyo.
- ¿Y qué pasó después?
– le pregunté con tono de disculpa.
- Yo creí que Beti ya
había captado la indirecta – dijo mi madre mientras volvía a masturbarse, podía
sentir sus pulmones trabajando rápido – pero me tocó por un segundo y sacó la
mano diciéndome: “¿Querés que te preste algo de ropa así podés volver a tu
casa?” No tuve más remedio que soltarla y sonreírle. “Dale, gracias Beti, me
salvaste” lo cierto es que yo tenía unas ganas tremendas. Fuimos hasta su
cuarto y nos paramos cerca de la cama. Ella buscó una pollera – señalo la que
tenía puesta – y me dijo que no quedaría bien con mi remera roja, por eso buscó
la blusa blanca – esta vez señaló hacia su pecho – estuve a punto de
desvestirme pero en ese momento se me acercó y tomó mi remera por debajo,
enseguida levanté los brazos sobre la cabeza. Comenzó a quitármela lentamente,
estaba muy cerca de mí. Cuando mis tetas quedaron a la vista se quedó embobada
con mis pezones, sentí que los acariciaba disimuladamente mientras seguía
levantándome la ropa. Cuando la remera pasó por mi cabeza vi que su cara estaba
casi pegada a la mía, pero miraba hacia mi pecho. Con suavidad rocé su mejilla
con mis labios, ella no se apartó, sino que sacó del todo la remera. En cuanto
tuve los brazos libres le acaricié el pelo, ella volteó su rostro hacia mí con
los ojos cerrados y nuestros labios se rozaron por un segundo. Con la otra mano
le acaricié la mejilla. Sabía que la estaba poniendo cachonda. Igual que ella a
mí. Tiró la remera sobre la cama y estuve a punto de besarla, faltó muy poco,
pero ella se agachó, pasando con delicadeza una mano sobre mi pecho. Me ayudó a
quitarme las zapatillas y mientras lo hacía su cara quedó a medio centímetro de
mi conchita. Cuando estuve descalza se aferró al pantalón y comenzó a
quitármelo lentamente, admirando mis partes íntimas. En un momento su boca rozó
mi pelitos, eso me hizo estremecer. Pensé que se animaría a más pero no fue
así, se puso de pie y antes de que diera media vuelta, la abracé, dejando mi
cara muy cerca de la suya. En ese momento le pregunté “¿Alguna vez te acostaste
con una mujer?” negó con la cabeza tímidamente. Aproveché su sumisión para
meter la mano debajo de su blusa y desprenderle el corpiño. Se lo quité del
todo mientras le preguntaba “¿Te gustaría probar qué se siente?” mi frente
tocaba la suya, acaricié su espalda hasta que llegué a su pollera. Comencé a
bajarla lentamente. “No me animo” me contestó sin apartarse de mí. La pollera
cayó al suelo. “¿Por qué no te animas?” seguí presionando. Esta vez le agarré
la bombachita y se la fui bajando “No se… es que me pongo a pensar…” decía
esquivándome la mirada. Deslicé mis dedos hasta tocar su vagina, le froté el
clítoris despacito mientras le decía “Estas cosas no se piensan, se hacen. Y si
te gusta y lo pasás bien, no tenés por qué arrepentirte”.
Mi mamá apoyó su
cabeza contra mi pecho, quedando recostada de lado y liberando mi brazo
izquierdo. Tenía las piernas flexionadas y juntas, pero seguía masturbándose,
al igual que yo. Ahora mi verga estaba a pocos centímetros de su cara.
- Así fue como Betiana
fue tomando coraje de a poco – prosiguió – se quitó la remera quedando
completamente desnuda y luego a acariciarme la entrepierna. Nuestras miradas se
cruzaron. Ahí ya sin más vueltas, la besé. Su boca era muy suave y sus labios
gruesos. Ella me respondió al beso con ganas y poco a poco la fui llevando
hacia la cama. Nos acostamos quedando yo arriba y no dejé de comerle la boca –
mi madre relataba todo sin dejar de tocarse y mirando fijamente hacia mi verga
– la gordita estaba muy linda y apetecible. Nos quedamos así, besándonos y
metiéndonos los dedos por un buen rato y después fui bajando de a poco,
buscando sus pechos con la lengua hasta dar con sus pezones. Eran bien grandes
y estaban duros. Me encantó chuparlos y escucharla gemir. Seguí mi camino hacia
abajo y en cuanto coloqué la cabeza entre sus piernas la miré, ella tenía la
cabeza sobre la almohada y apenas podía verle los ojos. Le sonreí mientras
acariciaba suavemente la cara interna de sus muslos, tal vez pensó que yo iría
lentamente pero en cuanto menos se lo esperó me lancé y empecé a chuparle la
concha con ganas. Tendrías que haberla escuchado gemir, es muy dulce. Tengo que
admitir que ese sabor saladito de su vagina me estimulaba mucho, me volvía
loca. Casi le arranco el clítoris de tanto chupárselo, ella se sacudía en la
cama y gozaba como una puta. Después me monté sobre ella dejando nuestras
conchas pegadas y me froté como nunca lo había hecho, yo también gemía mucho,
la estaba pasando de maravilla. Hasta que llegó el gran momento. Lo que yo
tanto estaba esperando. Betiana se colocó sobre mí y me comió las tetas tal
como yo había hecho con las suyas, luego fue bajando de a poco, lamiendo mi
vientre hasta que llegó a mi entrepierna. Allí titubeó bastante, me la miraba
pero no se animaba a seguir. Le dije que se tomara su tiempo y eso la
tranquilizó un poco. Comenzó a lamerme la cara interna de los muslos y
acercándose cada vez más al centro. Hasta que por fin sentí su lengua contra mi
botoncito rosado. Solté un gemido de placer para demostrarle que eso me gustaba
y siguió lamiendo, al principio con cautela pero cuando se acostumbró al sabor,
comenzó a chuparme con ansias, intentando emular lo que yo había hecho. Me
metió la lengua en el agujerito y se comió mi clítoris. Estuvimos cogiendo sin
parar más de una hora. Hicimos de todo, le chupé la cola, pero no es que se la
lamí, sino que me metí entre sus grandes nalgas y le chupé el culito con ganas.
Después ella me hizo lo mismo. Hasta nos quedamos un largo rato haciendo un 69.
El mejor que hice en mi vida, sin dudas.
En ese momento, mi
madre, interrumpió su relato. Igual ya no había mucho más que decir. La escuché
gemir suavemente y supe que estaba teniendo un orgasmo, ahora su cara estaba
más cerca de mi pene y yo no dejaba de darme duro. Me di cuenta de que su cola
estaba a la vista, le acaricié una nalga y no me dijo nada, entonces despacito
fui buscando la unión de sus nalgas hasta introducir mi mano, pude tocar su
apretado culito, ella continuaba absorta en su masturbación. Así que retiré la
mano sólo para humedecer mis dedos con saliva. Volví a su cola y la lubriqué.
Con mucha suavidad introduje la primera falange de mi dedo mayor. Los gemidos
de mi madre se intensificaron, saqué el dedo y lo metí otra vez sin ir más
lejos, su culito estaba muy cerrado. Sentí sus labios rozando contra la punta
de mi verga mojándose con el líquido transparente que salía de ella. Me dieron
ganas de aplastar su cabeza y obligarla a comerse toda mi verga, pero sabía que
eso la molestaría, así que me aguanté. En su lugar introduje el dedo hasta la
mitad, ella gimió más fuerte mientras yo lo movía dentro, sintiendo las suaves
paredes internas de su ano.
- Ya estoy por acabar
– le advertí, no quería forzarla demasiado.
- Ok – su respuesta
sonó casi como un jadeo.
- ¿Qué pensás hacer? –
yo casi podía sentir los espermatozoides viajando por mi pene.
- No sé…
- No pienses.
En ese instante mi
verga estalló. El primer chorro de leche impactó contra su boca manchándola
toda y cuando pensé que se apartaría hizo o justamente lo contrario. Abrió
grande la boca y se tragó mi pene hasta la mitad. Me entusiasmó tanto eso que
comencé a gemir mientras expulsaba grandes cantidades de semen dentro de su
boca y le introducía todo el dedo en su culo. En pocos segundos yo ya había
soltado hasta la última gota. Saqué el dedo de su cola y de inmediato ella se
sentó a mi lado. Tenía la cara tan blanca como la leche que le chorreaba por la
comisura de los labios, parecía asustada, pero aun así vi cómo tragaba todo lo
que tenía dentro de la boca. Sus ojitos iban para todos lados, supe que estaba
al borde de las lágrimas. La abracé con fuerza y le dije:
- Ya pasó… ya pasó… no
te pongas mal – me abrazó suavemente pero no emitió ningún sonido – es como vos
dijiste… esas cosas se hacen, no se piensan… y si te gustó no tenés por qué
arrepentirte. Ya pasó – le repetí.
- Si… lo sé… pero…
- Sos la mejor mamá
del mundo – la interrumpí – prométeme que no te vas a poner mal… a mí me gustó
mucho lo que hiciste – me aparté un poco y la miré a los ojos con una sonrisa,
ella se forzó por sonreírme, era una imagen muy extraña ya que tenía la cara
llena de leche.
- Gracias Nico, te
prometo que no me voy a poner mal – parecía una niña asustada, era como si
hubiera rejuvenecido 25 años. Habrá notado que no me convenció porque de
inmediato dijo – que lechita más rica – y se pasó la mano por la mejilla
limpiándola y luego la lamió, tragando todo ese semen – bueno, ya me voy a dormir,
estoy fundida… demasiado sexo por un día… y de esto no se habla más.
Se alejó caminando
lentamente mientras se quitaba toda la ropa, eso también lo hizo para
convencerme de que estaba todo bien, me permitió admirar su desnudez por unos
segundos y luego desapareció por el pasillo que daba a su cuarto.
Fin del Capítulo 2.
Continúa en el Capítulo 3.
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