Capítulo
19
La mujer que no merecía ser amada.
Para poder llevar a cabo mi plan necesitaba la ayuda de
Rodrigo por lo que me pasé toda la mañana buscándolo. Le pregunté por él al
arquitecto y sólo conseguí saber que él también estaba buscando al
irresponsable muchacho, los albañiles tampoco tenían noticia alguna de su
paradero. Regresé a mi oficina y continué con mi trabajo, cada quince o veinte
minutos intentaba ponerme con contacto con él llamándolo a su celular, pero
éste estaba apagado y me enviada directamente al buzón de voz. No me molesté en
dejarle un mensaje ya que supuse que él no lo escucharía, alrededor de las once
de la mañana ya estaba realmente preocupada, llegué a temer por su vida y por
primera vez en mi vida me sentí como una madre velando por su hijo, a pesar de
que Rodrigo es mayor que yo, su enorme irresponsabilidad me hacía verlo como a alguien
mucho más pequeño.
Fue una gran suerte que a Miguel se le ocurriera hacerme
una breve visita, apenas lo vi entrar le pregunté por Rodrigo, él supo darme
una buena respuesta. El muy desgraciado estaba durmiendo en su cama
tranquilamente, al parecer había pasado una larga noche de sexo con alguna de
sus tantas parejas, pero Miguel no supo explicarme quién era su acompañante en
esta ocasión ya que él sólo había hablado por teléfono con el rubio la noche
anterior. Hecha una furia subí hasta su departamento y aporreé la puerta
violentamente, luego hundí mi dedo índice en el botón del timbre hasta que la
puerta se abrió. Una chica completamente desnuda, con el cabello hecho un nido
de pájaros y los ojos pegados por las lagañas, apareció frente a mí.
-Calmate Lucrecia, me duele mucho la cabeza –me dijo la
muchachita dando media vuelta y enseñándome su blanco trasero.
-¿Perdón? –le pregunté incrédula; me llevó unos segundos
darme cuenta de que conocía muy bien a esa chica- ¿Edith, sos vos?
-No, soy Marilyn Monroe, esperá que despierto al señor
Presidente –me respondió al mismo tiempo en el que se asomaba al dormitorio
–Rodrigo, levantate que te busca una loca.
-Si es mi mamá decile que no estoy –contestó él con voz
somnolienta.
-¡Rodrigo! –le grité sin moverme del lugar, no quería
verlo desnudo por nada del mundo- ¡Levantate, tengo que hablar con vos de algo
importante!
-Te dije que no hay más plata, Lucrecia… -me respondió-
hubiera preferido que sea mi mamá –parecía estar hablando con él mismo.
Edith volvió a mirarme, su desnudez me provocó cierta
picazón en la zona baja de mi vientre, mis ojos siguieron sus suaves y casi
imperceptibles curvas y se perdieron en la unión de sus labios vaginales.
-Estás muy linda –le dije con una amplia sonrisa, ella
también sonrió mientras limpiaba las lagañas de sus ojos. Su cabello había
vuelto a ser ondulado pero era menos voluminoso que la primera vez en que la
había visto.
-Me voy a lavar la cara, si querés despertarlo vas a
tener que entrar a darle una sacudida… y tal vez un par de cachetazos.
-¿Está desnudo?
-Sí… ¿eso te molesta?
-No es algo que me agrade; es mi amigo.
-Yo soy tu amiga y no te molesta verme desnuda.
-Es muy diferente, vos sos mujer… y con vos me acosté más
de una vez. Él es hombre… no me agrada ver hombres desnudos.
-No está tan mal –la acompañé hasta el baño, comenzó a
enjuagar su cara con abundante agua- aunque es el único que vi sin ropa.
-¿Y qué pasa entre ustedes?
-Es sólo sexo, Lucrecia –me miró y me dedicó una linda
sonrisa; por un momento tuve la sensación de que esa chiquilla inocente y
tímida había crecido para convertirse en una mujer madura y sexualmente activa-
¿estás celosa?
-Para nada, vos sos libre de acostarte con quien quieras,
especialmente si disfrutás mucho al hacerlo.
-Más disfruto con vos, es una lástima que no se repita
más seguido.
-¿Lo decís en serio?
-Sí Lucre. Últimamente probé muchas cosas locas con el
sexo… y todas me han gustado, pero no hubo nada que me provocara lo mismo que
una tarde de sexo con vos… y digo tarde porque las dos veces que lo hicimos
solas fue durante la tarde. Nunca tuvimos nuestra gran noche de sexo.
-Eso es cierto… lo de mi cumple no cuenta… supongo.
-No, eso fue diferente, digamos que esa fue una de las
cosas locas que probé –ella hizo pis mientras hablábamos-. Sé que no estoy en
posición de reclamar nada ya que gracias a vos conocí el mundo del sexo, de lo
contrario seguiría siendo virgen; pero siento que todavía tengo algo pendiente
con vos… algo íntimo, algo especial.
-No tenía idea de que quisieras eso.
-Me imaginé. No te preocupes, la gente suele olvidarse de
lo que me pasa…
-No me olvido de vos, creeme que no… sé que estuve un
poco distanciada y…
-Nunca me llamás –no lo dijo con enojo, sino como un
hecho concreto-. Preferiría que seas honesta conmigo; no hace falta que te
justifiques.
-Perdón… sé que te descuidé mucho. Estuve con muchos
problemas, no es una justificación, podría haberte llamado y pedirte que me
acompañes en esos momentos malos…
-Y lo hubiera hecho encantada, me hubiera gustado
ayudarte con todo; yo haría cualquier cosa por vos –se puso de pie y se me
acercó tanto que pude sentir el calor de su cuerpo; inexplicablemente mi
corazón se aceleró-, algún día lo vas a entender.
Sus labios rozaron suavemente mi mejilla derecha, provocándome
un agradable cosquilleo, tuve el fuerte impulso de besarla… y no pude
contenerlo. La tomé de la cintura trayéndola hacia mí y uní mi boca a la suya. Por
alguna razón los labios de Edith me supieron diferentes en esta ocasión, ya no
tenía la sensación de estar besando a una niña ingenua, sino a una mujer muy
sensual y provocativa. Su lengua acompañó a la mía a cada rincón al cual se
dirigió y recibí suaves mordiscos en mi labio inferior. Mis dedos siguieron el
declive de su espalda y luego recorrieron la curva de su cola hasta que
llegaron a un punto húmedo y viscoso que se abrió apenas introduje uno de mis
dedos.
-Está Rodrigo... –me dijo ella al oído interrumpiendo
nuestro beso.
-Sí, tenés razón... no es momento ni lugar para estas
cosas.
-No me refería a eso...
-¿A qué te referías entonces? –nunca dejé de jugar con
los viscosos labios de su vagina.
-A que las dos podemos...
-¿Con él? –abrí grande los ojos.
-Sí ¿por qué no?
-No... No quiero... él es mi amigo y...
-¿No soy yo tu amiga también?
-Es muy diferente... vos sos mujer. A él no puedo verlo
de otra forma que no sea como un amigo.
-¿Y de qué forma podrías verme a mí?
-Como....
-¿Cómo una amante?
-Posiblemente –me dio un cálido bezo en el cuello que me
hizo erizar todos los vellos de mi cuerpo.
-¿Me verías como tu pareja? –detuve el movimiento de mis
dedos; sin embargo no los retiré del húmedo y apretado agujerito.
-No lo sé... yo... vos...
-¿Quién lo hubiera dicho? Dejé a la gran Lucrecia sin
palabras.
-Te estás comportando de una forma muy diferente a lo
habitual.
-Alguien me dijo que si no me veías como una mujer, nunca
te ibas a fijar en mí... que debía dejar de actuar como una niña ingenua.
-¿Quién te dijo eso?
-Rodrigo.
-Lo voy a matar. Vos no tenés que dejar de ser como sos.
-Esto es parte de mí también... una parte que no suelo
mostrar –su lengua subió por mi cuello-. Puedo amarte hasta dejarte satisfecha.
Estoy segura de eso -¿Qué estaba haciendo esta chica en mí? ¿Por qué me...
excitaba tanto que me hablara de esa forma?-. Puedo ser tu amante... y mucho
más –sus dedos presionaron mi entrepierna por delante-, podemos compartir
juntas aventuras sexuales extraordinarias... eso es lo que amo tanto de vos –el
suave meneo de su cadera me incitó a seguir masturbándola-, con vos nunca se sabe
qué puede pasar. Siempre superás mis fantasías más locas... todavía no entiendo
cómo lograste convencerme de participar en una orgía... y sentirme cómoda al
hacerlo.
-Eso no fue por mí...
-Sí lo fue, todas queríamos acostarnos con vos esa
noche... bueno, quizás Jorgelina no... Ella se calentó con la pelirroja. Pero
ese no es el punto –el tono cálido de su voz me estaba calentando como lentas
llamas a una tetera, a este ritmo entraría en ebullición, tarde o temprano-,
con vos me siento viva, dejo de ser la pobre chica sin amigas que se pasa horas
sola por los rincones... con vos descubro un mundo que sólo podía ver en mi
imaginación. Vos me hiciste lo que soy ahora, vos ya sos parte de mí.
-Me... me estás haciendo emocionar, Edith –ella
desprendió el botón de mi pantalón-. No, esperá... acá no podemos.
-No voy a interrumpir esto –metió la mano dentro de mi
bombacha, acariciando mi vello púbico y llegando hasta mis sensibles labios
vaginales.
Mi sentido común me pedía que me detuviera; pero la lujuria,
que tan acostumbrada estaba a habitar mi cuerpo; me forzaba a explorar la
cavidad vaginal de esa dulce chica; me incitaba a besar esos tiernos y delgados
labios; me sugería que me quitara la ropa, lentamente, manteniendo un contacto
constante con las partes íntimas de Edith, y ella con las mías. Entre un paso y
otro que dimos hacia el paraíso del sexo lésbico, me encontré repentinamente
desnuda y no había sido consciente de cómo llegué a estar boca arriba en un
sillón de una plaza, con la muchacha rubia entrelazada con todo mi cuerpo. El
poco espacio que brindaba el sillón me resultaba incómodo, tenía la cabeza
contra uno de los apoyabrazos, mi cuello se doblaba de una forma dolorosa,
apenas una parte de mi espalda descansaba sobre el cojín, mi cola quedó en el
otro apoyabrazos, obligándome a tener las piernas abiertas y suspendidas en el
aire. Tal vez Rodrigo siguiera durmiendo y no se enteraría de lo que ocurría a
escasos metros de su cuarto. A veces recapacitaba durante apenas unos segundos
en los que me odiaba a mí misma por ser tan fácil de convencer. Temía no tener
autoridad sobre mi cuerpo cuando se trataba de sexo, especialmente si éste se
me presentaba de una forma tan apasionada.
Los dedos de mi mano se trenzaban con los de las manos de
Edith, yo sostenía gran parte del peso de su cuerpo con mis brazos. Su lengua
me recorría la boca, el cuello y no obviaba mis pechos, yo la observaba muda y
excitada.
-¿Te estoy calentando? –me preguntó mirándome con sus
ojitos de niña feliz.
-Hace rato me calentaste... te odio por eso.
-Todavía me cuesta creer que sea capaz de excitar a otra
mujer... especialmente a una tan hermosa como vos.
-A mí no me cuesta creerlo, no te costó nada
calentarme... y yo ni siquiera estaba pensando en sexo.
-¿Querés que te la chupe?
-Se va a despertar Rodrigo... ¿podemos seguir en otro
lado?
-No, no podemos. Es acá y ahora... o nunca –podía sentir
la humedad de su sexo rozando contra uno de mis muslos... ¿por qué tuvo que
preguntármelo? Lo hubiera hecho y ya... el que me preguntara me hacía
responsable de mis actos... y me calentaba aún más.
-¿Quién sos vos y qué hiciste con Edith? –le pregunté.
-Esta es la Lucrecia que Edith lleva dentro –me contestó
con una pícara sonrisa-, vos te llevaste mi virginidad... y te debo mucho,
quiero devolverte parte de todo lo que me diste.
-No hace falta que me devuelvas nada... no siento que me
debas algo.
-Pero yo sí lo siento... te pregunto una vez más, sino me
veré obligada a forzarte... ¿querés que te chupe la concha? –sus palabras eran
tan lujuriosas que me hicieron delirar.
-Sí, chupámela...
No terminé de decir esto que ella ya estaba deslizando
hacia abajo por mi cuerpo, en cuanto llegó a mi entrepierna no dudó ni un
segundo, comenzó a comer mi vagina con la seguridad propia de una mujer que
llevaba muchos años practicando sexo lésbico. Me estremecí al sentir un fuerte
chupón en mi clítoris, estaba confundida, nunca la había visto comportarse de
esa forma... solamente un poco, en aquella orgía; pero esta vez era diferente...
había algo en su actitud que me hacía entender que ella había dejado detrás a
la niña tímida, para transformarse en una mujer fogosa y segura de sí misma. Me
la abrí con los dedos y mientras ella hundía su lengua en mi agujerito, yo me
estimulaba el clítoris. Cerré los ojos para sumergirme en el placer y comencé a
gemir.
-Meteme los deditos –le pedí.
Obedientemente ella comenzó masturbarme con dos dedos a
la vez mientras su boca se encargaba de darme potentes chupones en mi botoncito
femenino.
-¡Ah, me vas a matar! –exclamé.
En ese momento abrí los ojos y solté un grito. Edith se
detuvo al instante. Parado junto a nosotras se encontraba Rodrigo,
completamente desnudo. Su esbelta figura me recordaba al David de Miguel Ángel.
Entre sus piernas colgaba un pene flácido, no sabría decir si era grande, ya
que no lo parecía en ese momento, pero lo tenía allí, balanceándose lentamente
frente a mí, tan cerca que hubiera podido tocarlo con sólo estirar el brazo.
Instintivamente cerré las piernas y me cubrí las tetas con los brazos.
-No se detengan por mí –dijo él-. Pueden seguir
tranquilamente.
No respondí, Edith me miró y notó mi inseguridad.
-A Lucrecia no parece gustarle la idea –le dijo.
-Si quieren las dejo solas. Es una pena, porque me
hubiera gustado mirar, al menos. Siempre es un lindo espectáculo ver jugar a
dos personas del mismo sexo de esta manera –sonrió.
De pronto lo vi como un hombre más grande, ya no parecía
un adolescente o un joven adulto. Tal vez se debía a que él llevaba barba de
unos días, o a mi perspectiva, ya que lo miraba desde abajo. A pesar de verlo
de esa forma, seguía sintiéndolo mi amigo... un amigo confiable... desnudo pero
confiable. No corría peligro estando él cerca.
-Mientras te mantengas lejos de mí... podés quedarte –le
propuse.
-No voy a hacer más que mirar. ¿Eso no te molesta?
-No, para nada.
Era cierto, hasta me calentaba saber que había un par de
ojos extra en la escena. Me recordaba a aquella vez que me calenté tanto dentro
del vestuario, luego de que Cintia me hubiera chupado la vagina. Me encendió
saber que mis amigas heterosexuales me habían visto desnuda y con la
entrepierna húmeda. Me había masturbado muchas veces imaginando mil cosas locas
con esa escena. En cierta forma Rodrigo era como ellas, un chico gay, que ni
siquiera estaba interesado sexualmente en mí; pero que podía mirar lo que
hacíamos Edith y yo.
-Te felicito, Lucrecia, tenés un cuerpo muy lindo –me
dijo como quien felicita a alguien por su teléfono celular nuevo.
-Gracias, vos también. Si yo no fuera lesbiana, estaría
asombrada.
Ese era otro punto que me llamaba la atención, me
excitaba que él estuviera allí, como persona; pero no me calentaba verlo
desnudo. Podría estar vestido que mi reacción hubiera sido la misma.
-Si quieren les presto mi mama –sugirió.
-Ahí vamos a estar más cómodas –Edith sonría alegremente,
nunca la había visto tan feliz.
-Está bien, vamos –no quería arruinar la ilusión de esa
pequeña chica.
La cama de Rodrigo era muy suave y cómoda, apenas me
tendí sobre ella, Edith se me tiró arriba y comenzó a besarme intensamente, sus
traviesas manos buscaron mi entrepierna y comenzaron a masturbarme, al parecer
ella no quería darme tiempo para pensar, ni para enfriarme. Hacía bien, de lo
contrario hubiera comenzado a dudar. Busqué su vagina y me agradó mucho
encontrarla tan húmeda, le masajeé el clítoris mientras su lengua jugaba con la
mía.
Nuestro pasional acto sexual se volvió tan intenso que
luego de un rato no me importó para nada que Rodrigo estuviera allí. Edith me
envolvió con su calidez, el dulce aroma del perfume que ella usaba me
transportó a un mundo en el que las preocupaciones y los problemas no existían.
Su lengua se aventuró a recorrer mis pechos, lamió mis pezones con mucha calma,
como si pretendiera que el momento de pasión durara para siempre. Dos de sus
dedos se hundieron en mi vagina y comenzaron a entrar y salir, al igual que el
aire de mis pulmones. Abrí más las piernas, para dar lugar a su mano, que
trabajaba incesantemente en mi sexo. Acaricié sus nalgas y busqué una vez más
su hendidura femenina, separé levemente sus labios y luego la penetré con mis
dedos índice y mayor. Ella emitió un agudo gemido que incrementó mi morbo, a
continuación apretó más su boca contra mi pezón izquierdo y lo estiró dándole
un fuerte chupón. En poco tiempo Edith se había convertido en una amante segura
y confiada, con gran soltura en la cama. Bajó repentinamente hasta mi vagina,
sostuvo mis muslos con sus manos y comenzó a devorar mi clítoris con
intensidad, ese brusco cambio de ritmo me tomó por sorpresa, pero lo gocé tanto
que me permití gemir elevando mi voz, consciente de que Rodrigo estaría allí,
en alguna parte de la habitación, mirándonos.
Levanté mis piernas y las sacudí en el aire, dejándome
llevar por la furia pasional de Edith, quien sacudía su cabeza de lado a lado
chupando siempre mi viscosa almeja. Ella parecía incansable, no se detuvo en
ningún momento. Mantuve los ojos cerrados por un rato, mientras sentía mi
cuerpo hirviendo y cuando volví a abrirlos vi la silueta de Rodrigo elevándose
detrás de mi pequeña amante. La luz de la habitación era muy pobre, apenas
podía ver a Edith y el muchacho rubio era solo una sombra más en la penumbra.
Por el movimiento de la cama me di cuenta de que él se había puesto de rodillas
sobre ella, yo no podía dejar de gemir debido a las pasionales lamidas que
recibía en mi sexo, por eso no pude oponerme a lo que ocurrió después... de
hecho, estaba tan excitada que tal vez no me hubiera opuesto de poder hacerlo.
Edith levantó la cabeza y soltó un fuerte gemido de
placer, supe que Rodrigo la había penetrado, no podía verlo desde mi posición,
pero la silueta comenzó a menearse desde atrás hacia adelante, los gemidos de
la chica se hicieron entrecortados, como si acompañaran las embestidas. Ella
volvió a mi vagina y la chupó aún con más ganas, mi cuerpo se arqueó y mis ojos
se cerraron como acto reflejo ante el inmenso placer que recibí. No entendía
bien por qué, pero saber que Rodrigo se lo estaba haciendo, me causaba un
inmenso morbo, lo que si sabía es que el hecho de que él fuera homosexual tenía
mucho que ver con mi tranquilidad ante la situación, de lo contrario hubiera
empezado a los gritos, pidiéndole que se retire. Sin embargo sabía que no
corría peligro estando él en la misma cama, teniendo sexo con la misma mujer
que yo, él no era como el chico que me quitó la virginidad, Rodrigo no me
inspiraba ese frío temor. Podía escuchar el ruido que provocaba su pene al
entrar y salir de la vagina de Edith y la forma en la que ella sincronizaba sus
gemidos con este movimiento.
Edith se colocó a horcajadas sobre mí, su vagina quedó
justo encima de la mía, inclinó su cabeza hacia adelante hasta que quedó a
pocos centímetros de mi rostro, me hipnotizó con sus tiernos ojos, que
parpadeaban de forma seductora; era la primera vez que reparaba en ello, sus
pestañas eran muy hermosas y estaban prolijamente curvadas.
-¿Alguna vez imaginaste que tenías sexo con una mujer con
pene?
Su pregunta me dejó atónita, no supe qué responderle.
Ninguna frase llegó a mi mente.
-Imaginá que, por alguna razón, a una mujer le creciera
un pene, uno de verdad. ¿Tendrías sexo con ella? –nuevamente me quedé en
silencio, sin saber qué decir-. Te pido que te hagas una clara idea de lo que
sería eso. Una mujer de verdad –se levantó un poco y acarició su torso con gran
sensualidad, sus pezones estaban erectos e hinchados-, que tuviera todo lo de
una mujer normal, pero a que al mismo tiempo contara con un miembro masculino.
Sentí que algo tibio y rígido se deslizaba entre mis
húmedos labios vaginales e iba subiendo, vi aparecer un pene que parecía estar
creciendo directamente del sexo de Edith. Su tierna almeja se dividió a la
mitad, envolviendo en parte ese duro pene, que tenía buen tamaño. Un súbito
calor me invadió, esto era muy extraño, pero estaba anonadada, no podía
reaccionar. Como ella estaba tan cerca de mí no podía ver al hombre que estaba
a su espalda, lo cual aumentaba la ilusión que ella me describía, parecía una
mujer con pene.
-¿Te gusta? –Me preguntó ella agarrando el miembro erecto
con una de sus manos, comenzó a masturbarlo lentamente, podía ver cómo el
glande era cubierto por el prepucio y luego volvía a quedar al descubierto-.
Ser penetrada es una sensación hermosa –continuó-, pero eso vos ya lo sabés, lo
experimentaste... con un juguete, pero lo hiciste... sin embargo no sé si
recordarás lo que se siente tener un pene de verdad dentro de tu vagina, sentir
la tibieza del mismo, la forma en la que entra y sale sin que vos puedas
controlarlo... es simplemente hermoso... y no tiene que ver con el hecho de que
te gusten las mujeres o no, es simple y llanamente, sexo.
Mi vagina estaba expulsando más flujo de lo normal, podía
sentir la presión que ejercía ese pene contra mi clítoris y el peso de Edith sobre
mis piernas abiertas. Mi corazón comenzó a bombear frenéticamente.
-Tocame, Lucrecia –me pidió ella con su dulce vocecita-.
Tocame la verga...
Moví la mano derecha con gran timidez, observaba todo lo
que ocurría con los ojos muy abiertos, estaba confundida... excitada y
confundida.
-Sin miedo. Sigo siendo la misma de siempre, pero ahora
tengo esto...
Sacudió la verga dando leves golpecitos con ella a la
parte baja de mi vientre. Estiré el brazo hasta que toqué su pubis, lo acaricié
suavemente y con miedo fui bajando la mano hasta que sentí el primer contacto
con el miembro, no se sintió diferente, era como si fuera parte de la misma
persona. Recorrí el pene a lo largo con la punta de mis dedos, estaba húmedo,
seguramente tenía una mezcla de los jugos vaginales de Edith y los míos. Mi
pecho golpeaba con fuerza, era una sensación muy extraña, pero placentera. Mi
cabeza ya se estaba haciendo claramente la idea de que a esa mujer le había
crecido un pene. Me recordaba a las veces que utilicé un strap-on, pero éste
era de carne; la diferencia, en vez de ser contraproducente, lo hacía más
interesante. Cerré mi mano alrededor del glande, estaba tibio y una gotita que
salía de la punta se pegó contra mi palma.
-Tocame así, que me gusta mucho –me dijo sin dejar de
mirarme a los ojos-, tenés las manos muy suaves, Lucrecia.
Tragué saliva, ella hablaba como si pudiera sentir todo
lo que yo hacía, de a poco esta loca idea me fue gustando cada vez más. Ni
siquiera podía compararla con mi primera y única experiencia con un hombre.
Esto era completamente diferente.
Acaricié todo el miembro con suavidad, mi mano se fue
acostumbrarlo a sentirlo. Luego empleé un poco más de fuerza y comencé a
masturbarlo lentamente, con mi corazón amenazando con subir por mi garganta y
saltar fuera de mi boca.
-Lo hacés muy bien, Lucre –me felicitó Edith-. Me estás
haciendo calentar mucho –se acercó a mí y me besó cariñosamente en la boca-.
Quiero penetrarte, quiero sentir tu conchita por dentro –otra vez la miré
atónita, me tenía hipnotizada. No podía emplear palabras, por lo que me limité
a asentir torpemente con la cabeza-. Espero que estés lista, porque a esto lo
vamos a disfrutar juntas.
Luego de decir esto, se levantó levemente y agarró la
verga con una de sus manos, sentí el glande presionando la entrada de mi
empapada cuevita. Edith me acarició el pelo con su mano libre y volvió a
besarme, mientras su lengua se fundía con la mía, el pene fue entrando muy
lentamente. La diferencia con un consolador fue enorme, éste se sentía mucho
más suave, cálido, verdadero... pero al menos sabía cómo recibirlo dentro.
Separé un poco más mis piernas, noté que Edith se movía lentamente, era
maravilloso, realmente parecía que fuera ella quien controlaba ese duro
miembro. Cuando tuve una buena parte de él adentro dudé... estuve a punto de
ponerle fin a todo esto, no quería tener sexo con un hombre... pero mi
subconsciente no lo sentía de esa forma, para él todo esto estaba ocurriendo
con una mujer que tenía un pene.
-Ahora te la voy a meter toda.
Se movió bruscamente una sola vez, lo hizo desde atrás
hacia adelante y la verga se me clavó completa. Solté un fuerte grito de
placer, se sentía muy rico. Edith me tomó de las manos y entrelazó sus dedos
con los míos, me miró fijamente y comenzó a menearse rítmicamente, si ella
avanzaba, el pene también lo hacía... y éste retrocedía cuando ella inclinaba
su cadera hacia atrás.
-¿Te gusta?
-¡Ay, sí Edith! Lo hacés muy bien.
No estaba segura de a quién tenía que agradecer el
inmenso placer que sentía, pero podía ver un par de lindas tetas saltando
delante de mí y al mismo tiempo un pene entraba y salía con fuerza de mi sexo. Solté
sus manos y la acerqué a mí, comencé a chuparle las tetas con esmero, me di
cuenta de que además del pene clavándose en mí, también sentía la vagina de
Edith frotándose contra la mía... clítoris contra clítoris. No cabía lugar para
las dudas, sólo el placer ocupaba mi psiquis y no quería que este increíble
acto sexual se detuviera.
Edith me ayudó a levantar mis piernas, sus manos
sostenían mis tobillos firmemente mientras ella cerraba sus ojos, jadeaba y se
sacudía de adelante hacia a atrás con mucho ímpetu, su piel se estaba poniendo
roja y algunas gotitas de sudor rodaban por su cuello, era una imagen
verdaderamente erótica y digna de ver en un gran momento de calentura. Su
pene... ya que realmente parecía que fuera de ella, no dejaba de hincarse en
mí. Me sumergí en un mundo surrealista de lujuria, pasión y placer físico.
Pasaban los minutos y mi goce iba en aumento, la mecánica sexual se volvió
constante, pero no menos interesante. Cada movimiento de Edith se coordinaba
con los del pene que jugaba dentro de mi vagina. No quería pensar en él, pero
en un breve flash me vino a la cabeza la idea de que Rodrigo podría estar
empujando el cuerpo de la pequeña Edith para que ella se moviera al mismo
tiempo.
La tierna muchachita liberó mis piernas y se apartó, el
pene salió de mi vagina cuando ella retrocedió, lo cual me produjo mucho
placer, ya que pude sentir toda la extensión de ese miembro, con la
protuberancia que formaba el glande, deslizándose por el interior de mi caverna
sexual.
Edith permaneció de rodillas en la cama, la penumbra
ocultaba parcialmente su cuerpo y me brindaba una sorprendente ilusión óptica
con el pene sobresaliendo entre sus hinchados labios vaginales. Me indicó que
me acercara, con un gesto de su mano. Me puse boca abajo y apunté mi cabeza
hacia ella, me acerqué reptando por el colchón, lentamente, como si fuera una
mascota insegura buscando alimento en la mano de su dueño. Cuando me coloqué
entre sus piernas, Edith me recompensó acariciando mi cabeza, no dijo una sola
palabra, el silencio se había apoderado de todo y nadie me presionaba a seguir,
fui yo quien, presa de un deseo carnal incontrolable, acerqué mi boca a su
vientre. Lamí su suave monte de venus tan solo por unos segundos, luego busqué
su clítoris y mi lengua rozó el tronco del pene. Admiré el miembro en toda su
extensión y luego levanté la vista para encontrarme con los ojos de esa dulce
mujer, quien, con una cálida sonrisa, me incentivaba.
Sujeté el pene con mi mano, se sintió muy extraño, nunca
había agarrado uno... ni siquiera aquella primera vez con un hombre, él se
había limitado a penetrarme. Sin embargo esta vez era yo quien tenía la última
palabra, podía irme y sabía que ninguno de mis amigos opondría resistencia;
pero yo soy una mujer que disfruta de las nuevas experiencias en la cama y
tenía todo allí, a mi disposición. No quería quedarme con las ganas.
Bajé la mirada y la fijé en el glande, titubeando abrí mi
boca y dejé que la punta del pene se posara en mis labios, tenía el sabor de
mis propios jugos vaginales, lo cual no me desagradó para nada. Me animé a
introducir un poco más el glande en mi boca, sorprendentemente no me producía
ningún tipo de repugnancia, no había nada de malo... no era tan diferente a
chupar una vagina... solo la forma y el tamaño cambiaban. Además, me bastaba
con mirar hacia arriba para encontrarme con un hermoso cuerpo femenino. Ella
continuaba acariciando mi cabeza, pero no me forzaba. Lo único que veía de
Rodrigo eran sus rodillas, pero éstas estaban detrás de las de Edith y no quitaba
la ilusión de que el pene perteneciera a la muchachita.
Estaba en un punto sin retorno y donde ya no había más
lugar para las dudas, o me iba dejando todo así... o hacía lo que hice. Tragué
la verga hasta la mitad, siempre mirando a Edith, y comencé a chuparla
lentamente, presionándola con mis labios y usando mi lengua instintivamente.
Avancé y retrocedí, una y otra vez, acostumbrándome a la sensación (agradable,
por cierto) que me proporcionaba el pene dentro de la boca.
-Chupámela, Lucre... lo estás haciendo muy bien –me dijo
Edith.
Sus palabras me transmitieron aún más seguridad, que ella
me lo pidiera me permitía imaginar con mayor firmeza que estaba chupándosela a
una mujer con pene. No le dediqué mucho tiempo a esta tarea, por la simple razón
de que mi vagina me estaba pidiendo volver a probar la verga que Edith le había
ofrecido.
Con la respiración agitada me puse en cuatro patas,
dándole la espalda a Edith y a Rodrigo, bajé mi cabeza y aguardé. Un par de
pequeñas manos me tomaron por la cintura. A continuación sentí tibios muslos rozando
contra mis nalgas y por último, el pene firmemente erecto enterrándose entre
mis labios vaginales. Solté un gemido, no sólo por placer, sino también por
ansiedad. Quería que me penetraran con fuerza. Apreté las sábanas con mis dedos
y recibí esas firmes estocadas, una detrás de la otra. Edith se recostó sobre
mi espalda y comenzó a besarme el cuello al mismo tiempo que sus manos se
entretenían con mis pechos. Parecía que nuestros cuerpos se habían fusionado,
incluido el de Rodrigo. Nos movíamos al unísono en una coreografía erótica
improvisada. Me resulta muy difícil describir lo que sentía cuando el pene se
hundía en mi vagina, ya que lo único similar que había experimentado era un
strap-on (mi primera experiencia sexual no contaba, ya que prácticamente no la
recordaba). El glande se deslizaba presionando contra las paredes internas de
mi sexo y podía sentir su calor, su viscosidad. De pronto me espantó que eso
estuviera gustándome más de lo debido y quise volver a mis raíces lésbicas.
-Te la quiero chupar –le anuncié a Edith con voz
entrecortada debido a las constantes sacudidas que le daban a mi cuerpo.
Ella no se hizo rogar, en un santiamén ya la tenía
abierta de piernas, delante de mí, ofreciéndome su húmeda y sonrosada almejita.
En cuanto empecé a chupársela con pasión, un par de fuertes manos me sujetaron
por la cintura y la fuerza de las embestidas aumentó considerablemente. Introduje
mi lengua en la vagina de Edith y me entregué al placer. El movimiento mecánico
me hipnotizó, mis gemidos se perdían entre las carnosidades del sexo de mi
amante femenina y ella gemía libremente, alentándome a que se la chupara más
fuerte.
El hombre detrás de mí me tomó por sorpresa al sacar su
verga de mi vagina, pensé que ya no quería seguir... pero un instante más tarde
ya estaba apuntándola hacia mi culito. Levanté la cabeza un segundo y miré a
Edith con los ojos bien abiertos. ¿Me la iba a meter por atrás? Ni siquiera
tuve que formular la pregunta en voz alta, la respuesta me llegó cuando Rodrigo
presionó hacia adentro, sentí mi ano dilatándose, dándole paso a la punta del
pene; sin embargo no llegó muy lejos, aunque me brindó un placer enorme. Agaché
la cabeza una vez más y la apoyé en el pubis de Edith, allí aguardé, empujando
hacia atrás levemente con mi cadera, a que ese pene se hundiera en mi agujerito
posterior. Estaba loca de deseo. Lo quería... quería que entrara, aunque me
doliera, no me importaba... la quería toda. Por suerte Rodrigo fue insistente
y, luego de varios intentos, logró introducir su verga por completo. Para
ahogar mis gemidos volví a pegar la boca a la almeja que tenía delante de mí.
El goce era tal que tenía la impresión de que mi cuerpo
no podría tolerarlo, no sólo me excitaba el tener a una chica a quien
practicarle sexo oral, sino que además tenía a alguien penetrándome analmente.
El ritmo era lento, pero constante, aparentemente me estaba dando tiempo para que
mi culito asimilara el tamaño de la verga y se dilatara lo suficiente como para
que ésta pudiera moverse con mayor libertad.
Cuando las penetraciones se hicieron más duras, descargué
mi tención sexual contra la rajita de Edith, se la chupé con excesiva fuerza y
hasta llegué a rozarla con mis dientes, fui lo suficientemente atenta como para
no lastimarla; pero como me estaban matando por detrás, me costaba mucho
reprimir mis instintos sexuales más burdos. Siguiendo uno más de estos
impulsos, metí un dedo en el ano de Edith mientras le succionaba el clítoris,
ella se estremeció de placer, al igual que yo cuando Rodrigo comenzó a bombear
cortito, pero muy rápido.
Me sería imposible estimar el tiempo que estuvo dándome
por detrás, sólo recuerdo lo mucho que lo disfruté y lo extrañamente agradable
que se sintió la descarga de semen en mi interior. Supe de qué se trataba
apenas noté el líquido tibio saltando de la punta de la verga, sin embargo no
imaginé que se sentiría tan bien. El semen lubricó mejor el pene y éste se
deslizó con mayor facilidad durante las últimas embestidas, hasta que Rodrigo
se detuvo. Continué chupando a Edith durante unos instantes y cuando me volteé
para ver qué hacía el rubio, me di cuenta de que ya no estaba en la habitación.
Me puse de rodillas en la cama y miré a Edith, ella tenía la piel enrojecida y
miles de perlas de sudor le adornaban el cuerpo. Estuve a punto de decirle lo
hermosa que estaba, pero sentí el semen escurriéndose hacia afuera.
-Tengo que lavarme –le dije.
La siguiente fase del acto sexual continuó en el baño,
mientras Edith y yo nos dábamos una ducha. Al principio sólo lavamos nuestros
cuerpos; pero no pasó mucho tiempo hasta que yo me arrodillé ante ella y
comencé a chuparle la vagina. El agua nos envolvía y yo la sorbía junto con los
jugos de Edith, ella arqueó su cuerpo mientras la puntita de mi lengua le
sacudía el clítoris. Ella se mantuvo en silencio hasta que comencé a
introducirle dos dedos, sin dejar de lamerla. Sus gemidos resonaron en el
pequeño baño y me estimularon para poner más énfasis en mi boca y mi mano.
Cuando ella llegó al orgasmo tuvo que pedirme que me detuviera, ya que de lo
contrario hubiera seguido con mucho gusto.
-No doy más... –me dijo jadeando-. Ya me duele la concha.
-¿Vos le contaste a Rodrigo que me gusta que me den por
el culo? –le pregunté mirándola desde abajo.
-¿Hice mal?
-No, para nada... es que me causó curiosidad que me la
metiera sin preguntar... me pareció que se estaba arriesgando mucho, pero si
vos se lo habías contado... tiene sentido.
-A él le gusta mucho el sexo anal... ya te imaginarás por
qué.
-Sí, me imagino... supongo que esa última parte para él
fue como tener sexo con un hombre.
-Más o menos, supongo que se habrá sentido muy
parecido... ¿te sentís más gay?
Me puse de pie y nos reímos, luego nos dimos un corto
beso en la boca, ella aprovechó para acariciar mis nalgas con gran suavidad.
-Date vuelta –me pidió.
Obedecí y le di la espalda, ella me indicó que me
agachara un poco; coloqué las manos contra la pared opuesta a la ducha y
enseguida supe de qué se trataba todo eso. Edith se puso de rodillas detrás de
mí, abrió mi cola y comenzó a chupármela toda. Yo, que aún seguía excitada, le
pedí que lo hiciera con más fuerza, en realidad no necesitaba pedírselo ya que
su lengua se movía por mi colita con mucha rapidez; pero necesitaba hacerle
saber lo mucho que me agradaba lo que hacía. Luego de unos segundos ella se puso
de pie, siempre en el mismo sitio y sus dedos me hicieron cosquillas en el ano.
-¿Los querés? –me preguntó con sensualidad.
-Sí... –respondí con la voz ahogada en un gemido-, los
quiero.
-¿Cómo? No te escucho.
-Sí me escuchaste –volteé levemente mi cabeza para
mirarla-, metelos de una vez.
Ella me dedicó una sonrisa, se chupó los dedos y me
incliné un poco más, para recibirlos. Me sorprendió la facilidad con la que
entró el primer dedo, pero no por eso fue menos placentero. Solté un agudo
gemido que fue completamente natural. Aparentemente mi culo ya se estaba
acostumbrado a recibir ese tipo de trato, y cada vez lo disfrutaba más. Ya no
había dolor, sólo placer. El segundo dedo me dilató aún más y luego de pocos
segundos Edith pudo moverlos con libertad, metiéndolos y sacándolos una y otra
vez. Comencé a masturbarme, pasando un solo dedo por mi clítoris, ella fue
acelerando el ritmo y mi bajo vientre comenzó a sufrir pequeños espasmos, los
cuales acompañé con enérgicos gemidos. Edith aceleró tanto el movimiento de los
dedos que ya podía afirmar que estaba teniendo sexo anal duro, me puse como
loca, me masturbé con más ganas y mi voz llenó el cuarto de baño. Le pedí
varias veces que no se detuviera, aunque sabía perfectamente que no lo iba a
hacer. Ella me castigaba con fuerza, me sorprendía que una chica tan pequeña
pudiera mover su mano con tanta energía. Aplasté mi mejilla derecha contra la
pared y solté los últimos gemidos, pero los más exquisitos, que acompañaban al
éxtasis. Los orgasmos que más disfrutaba eran aquellos que venían del placer
anal, no entendía exactamente por qué, pero el placer dentro de mi cuerpo se
multiplicaba cada vez que mi colita recibía un buen trato.
Luego del intenso orgasmo, terminamos de bañarnos
mientras charlábamos, ninguna de las dos podía dejar de sonreír, nos sentíamos
a pleno.
-¿Qué era ese favor que ibas a pedirle a Rodrigo?
-No importa ahora, mejor esperemos hasta mañana –suponía
que no habría problemas en esperar unas horas más-. No quiero arruinar este
día.
-¿Te gustó lo que ocurrió?
-Sí, mucho... fue lo más extraño que hice en mi vida;
pero también fue uno de los momentos más excitantes.
-Me alegra mucho saberlo... así era cómo lo imaginé...
-¿Lo imaginaste?
-Sí... quería que lo hiciéramos con Rodrigo... sabía que
te iba a gustar.
-Si me lo hubieras propuesto, te hubiera dicho que no.
-Lo sé, por eso sabía que lo mejor era que se diera
naturalmente, y hoy llegaste a darme la gran oportunidad...
-Agradezco que lo hayas hecho... te noto un poquito rara,
pero eso tampoco quiero hablarlo ahora; en este momento no puedo hacer otra
cosa que agradecerte lo que pasó –le di otro beso en la boca y luego salimos
juntas del baño.
El resto del día lo dediqué a trabajar un poco en el
papeleo de la oficina y a charlar con Edith de temas triviales, seguía pensando
en su repentino cambio de actitud, el cual me dejaba un poco intranquila; pero
mantuve mi promesa de no arruinar el día.
Esa misma noche me masturbé durante más de una hora con
dos de mis juguetitos sexuales favoritos. Introduje uno en mi vagina y el otro
en mi cola, recordando todo lo que había ocurrido en esa cama junto a Edith y a
Rodrigo. Tuve varios orgasmos muy ricos que me dejaron fulminada y me dormí.
*****
Al día siguiente hablé con Rodrigo, Edith aún seguía con
él así que le pedí su opinión; Miguel también estuvo presente mientras expuse
mi sencillo plan para limpiar mi nombre. Los tres me aconsejaron un poco, pero
en general mantuve todo tal y como lo había pensado. Les agradecí enormemente
por su apoyo, tan solo con saber que ellos estarían a mi lado mientras
llevábamos el plan a cabo, me reconfortaba.
Había llegado la hora de poner en marcha, esta vez de
forma definitiva, la siguiente fase de mi plan, la cual consistía en convencer
a Anabella de participar, al menos de forma pasiva. Estuve a punto de llamarla
por teléfono y rogarle que se hiciera de cuerpo presente en las oficinas de
Rodrigo pero él mismo me sugirió que sería mejor buscarla, además le daría
tiempo para “desayunar” o lo que fuera que quería ingerir a esa hora de la
mañana, casi medio día. Me prestó tu auto a pesar de que yo me negué a usarlo;
sin embargo él insistió argumentando que ese era el mismo vehículo que
utilizaría para viajar a Buenos Aires y que debía acostumbrarme a él y
corroborar que todo funcionara correctamente; teniendo en cuenta los
antecedentes de Rodrigo decidí cerciorarme yo misma de que el auto estuviera en
condiciones, él era capaz de entregármelo sin radiador y ni siquiera saber por
qué no lo tenía. Realmente me sorprendí mucho al verlo, esperaba ver un
vehículo moderadamente bueno; pero el ver un Audi, modelo A3, superaba mis
expectativas. Era un auto hermoso, completamente blanco y resultaba evidente
que había sido lavado recientemente.
Cuando llegué a la Universidad no pude divisar un espacio
libre para estacionar. La entrada de la Universidad estaba repleta de alumnos y
empleados que entraban y salían o simplemente deambulaban por allí, supuse que
algún curso había terminado recientemente y que la mayoría de estas personas
estaban a punto de irse a su casa. Tantos ojos curiosos podían poner en riesgo
mi plan así que, casi sin disminuir la velocidad, continué hasta girar en la
esquina. Necesitaba llevarme a la monjita sin que nadie nos viera, no quería
que alguien le vaya con el chisme a Sandoval y le advirtiera; él tenía que
creer que Anabella seguía dentro del convento.
Estacioné en una de las esquinas de la parte posterior
del complejo universitario, allí estaba prácticamente vacío; sólo pude ver un
par de vecinos que regresaban de hacer sus compras. Sin bajar del auto llamé a
Samantha, tuve que repetir la acción dos veces hasta que me contestó.
-Hola Lucre. Perdón, no pude atenderte antes, estaba
ocupada.
-No te preocupes, linda. Necesito otro gran favor de tu
parte, te pido disculpas por molestarte tanto, pero...
-Podés pedirme lo que quieras, Lucrecia, ya te lo dije,
vos sos mi amiga. Junto con Lara son las únicas amigas que veo últimamente.
-Muchas gracias. ¿Qué pasó con tus viejas amigas?
-Larga historia. Para resumirla puedo decir que al final
no eran tan buenas amigas como yo pensaba; pero ahora no es momento de hablar
de esto. Decime ¿qué tengo que hacer?
-Tenés que secuestrar a Sor Anabella.
-¡¿Qué?!
-Bueno, en realidad ese sería nuestro último recurso,
también podés intentar convencerla de que te acompañe por voluntad propia.
-Un día de estos te voy a matar, Lucre.
-Lara decía siempre lo mismo, podrían ponerse de acuerdo
y perpetrar el crimen juntas.
-Lara es peor que vos. No sé qué me conviene, si
asociarme con ella para matarte a vos, o asociarme con vos para matarla a ella
–lo gracioso en Samantha es que todo lo decía hablando en voz baja y amorosa,
sonaba realmente frustrada por no encontrar una solución a su dilema; a pesar
de estar bromeando.
-Te va a resultar más fácil contratar un sicario.
-¿Y después digo que se mataron la una a la otra? –su
pregunta sonó auténtica, como si realmente hubiera considerado contratar al
asesino a sueldo.
-No es mala idea, pero no te olvides de que una es judía
y la otra católica; podés empezar otra guerra santa. Pero antes de que me
mates, ayudame con la monja.
-Prometeme que no me vas a involucrar en nada ilegal.
-¿Me creés capaz de hacer algo ilegal?
-A vos te creo capaz de cualquier cosa, Lucrecia.
-Te agradezco la confianza. No te preocupes, Sami, sólo
necesito que ella me acompañe; pero no quiero que Luciano Sandoval la vea irse
conmigo.
-Está bien, si se trata de ese tipo, te ayudo. Te juro
que lo detesto por las cosas que te hace.
-Si todo sale bien, no las va a hacer más.
-¿Y si sale mal? –guardé silencio por unos segundos.
-No había pensado en eso. Pero no te preocupes, mi plan
es bueno.
-¿Cómo lo sabés?
-Porque es sumamente sencillo. Eso me explicaron mientras
estudiaba, los planes empresariales deben ser sencillos y fáciles de realizar,
eso reduce enormemente el riesgo de fallar. Obvio que también hay que
arriesgarse... pero ese es otro tema. Va a salir todo bien, no te preocupes.
-Está bien, voy a confiar en vos. ¿Dónde puedo encontrar
a Anabella?
Le expliqué con referencias que ella conocería cómo
llegar hasta el cuarto de Anabella y le dije que esperaría a la monja detrás de
la Universidad, luego salí del auto para esperarla.
Anabella llegó sola. Como de costumbre llevaba puestos
sus hábitos negros. A veces me sorprendía lo mucho que esa ropa ocultaba las
curvas de su cuerpo, cada vez que vestía los hábitos ganaba unos cuantos kilos
de más y también se le sumaban, al menos, cinco años. Parecía insegura,
estiraba el cuello como un perro de las praderas a cada paso que daba, como si
estuviera buscando a un depredador. Levanté una mano para facilitarle la tarea,
en cuanto me vio aceleró la marcha, me causaba gracia verla caminar rápido, no
parecía algo propio de una monja.
-Hola –la saludé con una amplia sonrisa- te extrañé.
-Yo también te extrañé –me dio un suave beso en la
mejilla, apenas pude sentir el roce de sus labios; estaban secos pero de todas
formas me parecieron muy cálidos.
-No me mientas Anita.
-No me digas Anita, y no te miento; de verdad te extrañé.
Hace rato que no nos vemos, ni siquiera me llamaste por teléfono.
-Estaba enojada con vos, por ponerte de parte de
Luciano... y vos tampoco me llamaste a mí.
-No me puse de parte de nadie, sólo intenté ser justa. Me
molestaron muchos tus berrinches de nena chiquita –su rostro se puso severo;
estuve a punto de defender mi honor, pero me di cuenta de que eso sólo
empeoraría las cosas.
-Te pido perdón por eso, me dejé llevar por mis
emociones.
-Por alguna razón, eso no me sorprende. ¿Por qué me
mandaste a buscar con tu amiga, acaso te da vergüenza que te vean conmigo?
-A la que le da vergüenza que nos vean juntas es a vos
¿te olvidaste de la vez que me dijiste que era mejor que no me vean ir tan
seguido a tu dormitorio?
-Puede ser, pero hace mucho que no vas. Si te veían una
vez, no iba a haber tanto problema. Acá pasa algo raro.
-Nada raro, te extrañaba y tenía ganas de verte.
-¿Nada más?
-También quería mostrarte mi auto nuevo –señalé el Audi
blanco con el pulgar.
-Es muy hermoso –dijo sin mucho interés; a veces me
molestaba que fuera tan fría.
-También es bastante cómodo, tendrías que verlo desde
adentro, al manejar te da la sensación de ir volando por la...
-Lucrecia, vos no me trajiste hasta acá para publicitarme
un auto. ¿Qué está pasando?
-Odio que seas tan persuasiva –eso la hizo sonreír, la
primera sonrisa que le veía en el rostro desde que llegó-. Ahora no te puedo
contar cuál es el motivo de mi visita, pero ya vas a entender. ¿Confiás en mí?
-¿A vos qué te parece?
-Que no.
-Lucrecia, que yo me enoje tantas veces con vos es más
culpa tuya que mía; sin embargo eso no significa que deje de quererte y de
confiar en vos –se me formó un nudo en la garganta al escuchar esas palabras.
-Te lo agradezco mucho, Anita.
-Dale con lo de Anita...
-De alguna forma te tengo que llamar cariñosamente. No es
mi culpa que no te guste.
-No es que no me guste, es que de esa forma me decía mi
papá –estaba por abrir la puerta del pasajero y me detuve en seco.
-Perdón, no lo sabía.
-Bueno, ahora lo sabés.
-Está bien, no te digo más de esa forma, sólo quería
tener una forma cariñosa de decir tu nombre –le hice señas para que entrara al
auto, ella dudó durante un segundo pero luego subió sin decir nada- ¿no tenés
ningún otro apodo? –Le pregunté una vez que estuve sentada en el asiento del
conductor-. No sé... algo como Paca, Lola, Tita, Chita.
-¿Te parezco una mona?
-Bueno, Chita no, pero algo... –puse el auto en marcha.
-Cuando era adolescente tenía un sobrenombre.
-¿De verdad, cuál era?
-Bubis –al decirlo se puso roja como la túnica de un
Cardenal-, me lo pusieron mis compañeros de colegio, porque mis pechos se
desarrollaron muy rápido.
-Bubis –sonreí-, me encanta. Te queda muy bien, todavía
tenés unas tetas enormes.
-¡Lucrecia, la boca!
-Bueno, perdón. Unas tetas de gran tamaño –ella se tentó
y comenzó a reírse cubriéndose los ojos con una mano-. De ahora en adelante te
voy a decir Bubis.
-Si vos empezás a llamarme Bubis, yo empiezo a decirte
Redenta.
-Está bien, Sor Anabella, no se enoje. Se le va a llenar
la cara de arrugas.
Pocos minutos más tarde ingresamos a la discoteca.
Anabella se sintió incómoda de inmediato, aunque el local estuviera vacío. Tuve
que tranquilizarla diciéndole que nuestro asunto no tenía nada que ver con el
establecimiento y que la había traído sólo porque yo trabajaba allí y
necesitaba que Rodrigo me hiciera un favor. Cuando ingresamos a la oficina del
aludido, lo encontramos sentado detrás de un escritorio atiborrado de papeles,
tomando jugo exprimido de frutas con un sorbete. A pesar de ser homosexual, sus
gestos solían ser muy masculinos, pero al verlo dar pequeños chupones a la
punta de ese sorbete, podía ver su lado femenino. A la izquierda del escritorio
había dos personas más, sentadas en una silla. Miguel y Edith. Anabella saludó
con una sonrisa cordial a la chica al reconocerla, luego le presenté a los
otros dos.
-Un gusto conocerla, Anabella –dijo Rodrigo y luego me
miró-. ¿Así que ella es tu novia?
Seguramente mi rostro se puso de mil colores, al igual
que el de la monja. No podía creer que Rodrigo fuera tan descarado como para
decir una cosa así en frente de Anabella, quería insultarlo, patearlo,
ahorcarlo con el cable del teléfono, romperle el vaso de jugo por la cabeza...
pero antes de que pudiera hacer cualquiera de estas cosas, él añadió:
-Era un chiste, no se pongan así... lo dije porque
entraron tomadas de la mano, como si fueran novias.
Al unísono Anabella y yo miramos hacia abajo, nos
encontramos con la gran sorpresa de que nuestras manos estaban entrelazadas,
realmente parecíamos una pareja paseando por la calle. Aquellos colores que no
se habían apoderado de nuestras mejillas antes, lo hicieron cuando volvimos a
levantar la mirada y nuestros ojos se cruzaron. Recordaba vagamente haber
tomado de la mano a la monja para obligarla a que me siguiera, ya que ella se
había quedado petrificada al ingresar a la discoteca, el problema era que tanto
ella como yo habíamos olvidado soltar nuestras manos. Nos desprendimos
delicadamente, ambas intentamos disimular la situación, ella estaba roja y yo
debía estar igual.
-No tenemos tiempo que perder –le dije a Rodrigo
cambiando rápidamente de tema.
Miré de reojo a Miguel y a Edith y ellos se codeaban el
uno al otro riéndose de nosotras “Nota mental: Asesinar a los tres de la forma
más vergonzosa posible”.
-¿Qué es exactamente lo que querías mostrarme, Lucrecia?
-No sólo mostrarte, sino demostrarte. ¿Te acordás que te
mencioné un problema que yo tengo con Luciano Sandoval, que viene incluso desde
antes de conocerlo personalmente?
-Sí, me acuerdo... y no sé qué pretendés al acusarlo
de...
-Eso ya lo vas a ver. Quiero guardes mucho silencio y que
escuches atentamente. Rodrigo, podés marcar el número que te di.
-A eso voy –dijo el rubio mientras apretaba los botones
del teléfono.
Al principio fue una llamada burocrática común y
corriente, dijo que era el dueño de una discoteca, le pidieron algunos datos
para corroborar esto y luego pidió información sobre una ex alumna de la
universidad que había presentado un currículum en su empresa. Anabella me
miraba intrigada, pero yo suponía que ella ya imaginaba a dónde llegaría todo
esto. En cuanto Rodrigo dijo mi nombre, lo comunicaron con otra persona. Esta
vez puso el altavoz para que todos podamos escuchar.
-Buenos días, mi nombre es Luciano Sandoval ¿en qué puedo
ayudarlo? –dijo la voz grave al otro lado del auricular.
-Hola, buen día, soy Rodrigo Pilaressi –anunció
educadamente-. Necesitaba corroborar cierta información sobre una ex estudiante
de esa universidad, que solicitó empleo en mi empresa. La chica se llama...
-Zimmermann, Lucrecia –lo interrumpió Luciano; Anabella
me miró nerviosa, con la boca abierta.
-Sí, ¿cómo sabe?
-Me avisaron por el interno, antes de tomar su llamada.
-Ah, está bien. Entonces ¿puede ayudarme a...?
-Mire señor Pilaressi. Le voy a ahorrar tiempo porque
seguramente usted es un hombre tan ocupado como yo, no sería bueno para su empresa
tener a una empleada como la señorita Zimmermann. Ella es ex alumna de esta
universidad por una muy buena razón.
-Me deja consternado. ¿Qué sucedió con ella?
-Hubo varias alumnas que la acusaron de abuso sexual –los
ojos de Anabella se abrieron al máximo, yo no me sorprendí, esperaba algo como
eso-. Al parecer la chica tiene inclinación por las personas de su mismo
sexo... y cuando esas personas no están dispuestas a hacer lo que ella
solicita, emplea la fuerza o diversos engaños para abusar de ellas.
-Eso es horrible –dijo Rodrigo simulando estar
indignado-. ¿Presentaron una denuncia en su contra?
-Lo intentamos, pero no pudimos. Lucrecia Zimmermann
proviene de una familia de alto poder adquisitivo, es una niña mimada, sus
padres hicieron todo lo posible para que la universidad no la denunciara; sin
embargo yo no puedo permitir que la verdad se oculte. Lo que le estoy diciendo
es extraoficial y queda entre usted y yo, espero...
-Luciano –la monja se acercó al teléfono y habló con
tanta calma que me atemorizó; Sandoval interrumpió su monólogo al instante-.
¿Sabés quién te habla?
Había hecho todo lo que estaba en mis manos, ahora la
responsabilidad caía sobre Anabella.
-No lo sé... –dijo él intranquilo.
-Soy Anabella.
-¿Anabella? ¿Qué hacés...?
-No importa qué hago acá, Luciano –ella seguía hablando
sin alterar el tono de su voz, era realmente espeluznante-. Todo eso que
dijiste es una vil mentira, una mentira horrible, espantosa... indigna de un
caballero. Sabés perfectamente los motivos por los cuales expulsaron a Lucrecia
de la universidad y también sabrás que ella no tiene un buen trato con sus
padres.
-Yo sólo digo lo que sé...
-No, Luciano. No es así. Vos mismo me dijiste, mirándome
a los ojos, que creías que habían cometido una injusticia al expulsar a
Lucrecia. Eso me lleva a entender que sos un gran hipócrita y mentiroso. Estoy
muy, pero muy indignada con vos. Sabés el gran aprecio que tengo por Lucrecia y
me duele en el alma que digas estas cosas sobre ella. Con razón no encuentra
trabajo... ya me resultaba extraño, con lo aplicada e inteligente que es...
-Es una tortillera...
-Lesbiana, Luciano, se dice lesbiana. ¿Y qué problema hay
con que lo sea? Ese es su único pecado... y no todos los que vos le estás
adjudicando. Quiero hablar con vos, personalmente.
-Yo...
-No hay vueltas en esto, si te queda algo de hombría, me
vas a tener que escuchar, cara a cara.
-¿Cuándo?
-Ahora mismo. En cuanto vuelva a la universidad. Te
espero en el hall de entrada... y me vas a escuchar.
Dentro de la oficina de Rodrigo reinó un denso silencio
en cuanto se cortó la llamada, nadie quería decir nada, ni siquiera yo me
atrevía a hablar.
-Es un hijo de puta –dijo Edith por fin-. Tengo ganas de
cagarlo a trompadas.
-No te preocupes, Edith –la tranquilizó Anabella-, ya voy
a hablar yo con él. A veces las palabras pueden lastimar más que los puños, y
eso es lo que hizo él con sus palabras. ¿Vamos, Lucrecia? –asentí con la
cabeza.
*****
Mientras manejaba de regreso hacia la Universidad miraba
de reojo a Anabella, increíblemente ella mantenía un semblante estoico; parecía
una bella estatua de mármol, fría, distante, inalterable. No me atreví a decir
nada ya que supuse que estaría pensando en todas las cosas que le diría al
desgraciado de Luciano Sandoval en cuanto lo tuviera frente a frente; yo
también tenía unos cuantos insultos preparados para la ocasión, ese infeliz me
había hecho la vida imposible, a veces me sorprendía cómo la gente podría
llegar a obrar de esta forma y me preguntaba cuáles serían los motivos que los
impulsaban.
Detuve el auto justo frente a la entrada de la
Universidad, miré las grandes iniciales moldeadas en cemento que decoraban la
fachada y, para mi sorpresa, detrás de ellas pude ver a Luciano. Esto me
atemorizó, pensé que él podría tener algún As bajo la manga... o tal vez sólo
estaba dispuesto a aceptar su castigo, como un hombre; lo cual no cuadraba del
todo con su comportamiento, ya que había obrado de una forma muy cobarde al
engañar a Anabella de esa forma. La monjita se apeó del vehículo y caminó
directamente hacia él. Tuve que bajar rápido y acelerar mi paso para
alcanzarla. Luciano no nos saludó, al ver que nos acercábamos se alejó
considerablemente de la puerta de entrada, supuse que buscaba un rincón
apartado para que pudiéramos hablar sin que nadie nos oiga.
-Antes que nada, quiero pedirte disculpas por...
-Antes que nada, me vas a escuchar –lo interrumpió
Anabella bruscamente, nunca la había visto tan fría, nadie podría decir si
estaba feliz o enfadada, su rostro no expresaba sentimiento alguno-. Estuve
evaluando todo lo que ocurrió y llegué a la conclusión de que tengo que estar
agradecida con vos –giré mi cabeza lentamente hacia ella y la miré con mis ojos
desorbitados, ¿Agradecerle por qué?-; durante estas últimas semanas debatí
entre muchas posibilidades, cuando te conocí llegué a pensar que, tal vez, la
vida religiosa no era para mí; pensé que, al ser una mujer joven, podía rehacer
mi vida al lado de alguien que me quisiera de verdad y a quien yo pueda querer
sin culpas –Luciano también parecía sorprendido por las palabras de la monja y
escuchaba en silencio absoluto-. Estaba metida en un dilema muy complicado,
ésta es la única vida que conozco y todo lo que tengo se lo debo a Dios; sin
embargo creía que el mundo “exterior” guardaba algo mejor para mí y el
conocerte me lo hizo creer con mayor firmeza. A veces las personas pueden
portar máscaras; pero gracias a Dios, y a Lucrecia, conocí tu verdadera cara y
eso me facilitó enormemente la decisión, ahora sé que mi vida es esta. El
convento tal vez no sea el sitio más divertido del mundo; pero aquí me puedo
sentir segura y espero no volver a cruzarme nunca más con una persona que tenga
los mismos problemas mentales que vos, Luciano; sin embargo te agradezco por
haberme mostrado la realidad humana, necesitaba eso para poner los pies en la
tierra y saber que en el cielo sólo está Dios. Ahora sólo me resta decirte que
me haría muy bien no volver a ver tu cara nunca más, ya no te encuentro ninguna
utilidad dentro de mi vida. Hasta luego y que Dios te dé todo lo que te
merecés.
Me quedé anonadada, sólo pude ver cómo Anabella se
alejaba de nosotros con su característico paso “cristiano”, que tanto se parece
al de los pajaritos. Volteé la vista hacia Luciano y debajo de sus pobladas cejas
vi un par de ojos vidriosos y húmedos, como si en cualquier momento fuera a
estallar en llanto.
-Acabás de romperle el corazón a la persona más buena que
conocí en mi vida –al escucharme me miró confundido, como si no recordara que
yo estuviera allí-, que te hayas metido conmigo ya poco me importa; pero que
hayas lastimado a Anabella no te lo voy a perdonar nunca en la vida. Bien lo
dijo ella, sos una persona con muchos problemas mentales. ¿Por qué tenemos que
ser nosotras las perjudicadas? ¿Qué fue lo que te hicimos? ¿Con quién te
obsesionaste primero, conmigo o con ella?
-¿Vos pensás que en algún momento me enamoré de alguna de
ustedes dos? –Frunció sus gruesas cejas y me miró con rencor-. Es cierto que
todo lo que hice fue por amor; pero no hacia vos o hacia Anabella. Ella no era
más que el medio para llegar a un fin, vos eras el fin.
-Cada vez te entiendo menos, flaco. Estás totalmente
loco. Deberías hacerte tratar, lo tuyo no es normal. ¿Amor decías? ¿Amor por
quién? ¿Por vos mismo? No veo que puedas amar a otra persona.
-Cintia.
-¿Quién? –pregunté de forma automática; sin embargo
existía una sola Cintia ante la cual yo podría reaccionar. Repentinamente
recordé a aquella chica homofóbica y, contradictoriamente, lesbiana que tantos
problemas me causó a mí y a mis amigas tan sólo unos meses atrás. También
recordé la forma en la que la expusimos ante todas mis amigas, al seducirla en
el vestuario de la Universidad. No habíamos vuelto a verla ni a saber de ella
desde ese día.
-Veo que ya te acordaste –me dijo, aparentemente mi
rostro denotaba sorpresa-. Yo soy el novio de Cintia y me contó cómo la
agredieron y humillaron; también me dijo que todo fue idea tuya. Sos una mala
persona Lucrecia, eso no se le hace a una amiga.
-¿Amiga? A duras penas era mi amiga. No la soportaba y
dudo que alguien lo haga.
-Aunque te cueste creerlo, yo la amo mucho, es cierto que
a veces puede tener un carácter un poco fuerte; pero eso no significa que no se
haga querer; pero claro, vos no la soportás. ¿Por eso abusaste de ella en el
vestuario y la humillaste? Pudimos haberte denunciado a la policía, pero Cintia
estaba tan asustada y se sentía tan triste por la forma en la que la trataron
sus “amigas” que no quiso hacer nada al respecto; pero yo le juré que vos no
saldrías impune.
-¿Abusar? ¿Eso te dijo?
-Sí, vos y tus amiguitas tortilleras abusaron de ella...
-Aparentemente tu novia es tan mentirosa como vos –estaba
furiosa, la sangre me hervía y si hubiera tenido a esa cretina de Cintia frente
a mis ojos, la hubiera golpeado tan fuerte que la hubiera dejado bonita-. ¿Te
contó ella cómo hizo circular un video íntimo de mí con mi pareja? –Sólo se
quedó mirándome con su cara de mono estúpido- ¿O te contó la forma en que
humilló a Tatiana la vez que se acostó con ella? –Esta vez sí reaccionó,
arqueando sus espesas cejas-. Así es, Cintia es tan “tortillera” como yo; con
la gran diferencia de que ella se niega a admitirlo. Nunca la forcé en el
vestuario, fue ella solita la que decidió meterse entre mis piernas; la idea no
era llegar tan lejos, sólo queríamos que ella sintiera un poquito de toda la
humillación que nos hizo sentir. No es algo de lo que me enorgullezca, sé que
actué mal; pero ella es una mala persona y se lo merecía.
-Ella no es lesbiana, yo soy su novio y...
-¿Y qué? Sos la tapadera perfecta. ¿Sabés cuántas
personas que dudan de su sexualidad tienen parejas del sexo opuesto? ¿Alguna
vez le preguntaste a ella si realmente era feliz con vos? Permitime meterme un
poquito en tu intimidad; cuando tienen relaciones sexuales ¿ella es apasionada
o distante?
-Eso no tiene nada que ver... ella tiene una personalidad
muy particular.
-Distante entonces. ¿Alguna vez te contó de Tatiana?
-Muchas veces; pero sólo me dijo que esa chica es una...
-Dejame adivinar ¿te dijo que es una mentirosa, una mala
persona, una traidora, una embustera?
-Sí... traidora y embustera, así la ha llamado –conseguí
hacerlo dudar y bajar su guardia.
-Eso tiene una explicación muy lógica, la persona que
ella te muestra como Tatiana, es ella misma. Ella sabe que actuó mal y que
traicionó la amistad que tenía con ella, me arriesgaría a decir que Cintia está
enamorada de Tatiana; pero para no sentirse tan mal consigo misma, prefiere que
la mala de la película sea la pobre Tatiana. Deberías conocerla, es una persona
sumamente dulce y trabajadora. Su único error fue intentar expresar su amor por
Cintia y ella se lo pagó echándola de la casa como si fuera una delincuente...
todo después de haberse acostado con ella. Por la cara de boludo que tenés,
asumo que nunca te contó nada de eso. Averiguá un poquito, preguntale... no te
olvides de lo que te dijo Anabella, a veces las personas pueden portar máscaras
y Cintia tiene una inmensa, porque se niega a admitir que es lesbiana.
-Todo eso es mentira –dijo frunciendo el ceño una vez
más.
-Pensá lo que quieras, yo solamente te mostré la verdad;
si vos te negás a verla, es tu problema. Que irónico, vos estabas manipulando a
Anabella para saber cosas de mí y para hacerme sufrir y nunca te diste cuenta
que el manipulado sos vos. ¿Por qué te creés que ella te pintó un cuadro tan
trágico? Seguramente sabe de tus obsesiones y locuras, ya que ella también las
tiene, y sabía que ibas a hacer algo para joderme la vida. Ahora te digo una
sola cosa, no te metas nunca más conmigo porque esta vez salís caminando
tranquilamente; la próxima vez que me lastimes a mí o a cualquier persona que
quiero, te voy a arruinar la vida y no es una amenaza, tomalo como un hecho.
Jodeme y te jodés. Así de simple.
Me alejé de él con paso furioso, no me dirigí hacia la
salida sino que encaminé directamente hacia los aposentos de Anabella,
seguramente ella necesitaría un fuerte abrazo y yo estaba dispuesta a dejar de
lado un rato mi condición de “enamorada” y brindarle un abrazo fraternal y
sincero.
*****
Golpeé la pesada puerta de madera dos veces; pero no
recibí respuesta, temía que ella estuviera llorando y se negara a abrirme. Al
tercer intento, además de golpear usé mi voz, le dije que era yo y que
necesitaba hablar con ella; pero sólo me respondió el silencio. Pensé rápido,
si ella no estaba dentro de su dormitorio, existían pocos lugares donde podría
encontrarla, especialmente si su intención era estar sola. Busqué ese pequeño
patio que ella amaba tanto, no recordaba exactamente cómo llegar a él ya que yo
lo había encontrado por pura casualidad y el establecimiento era muy grande.
Comencé a desesperarme cuando me di cuenta de que estaba pasando una y otra vez
por los mismos pasillos sin llegar al sitio que yo buscaba; pero de pronto vi
aparecer un velo de monja en una ventana, allí estaba el bendito patio.
Anabella estaba cabizbaja, estrujaba nerviosa sus dedos y
lloraba en silencio. Me partió el alma verla en ese estado, parecía que la
monjita hubiera retrocedido hasta su infancia en cuestión de pocos minutos, se
la veía como una niña indefensa y asustada. Tuve que esforzarme para no
largarme a llorar. Caminé lentamente hacia ella, no quería sobresaltarla,
cuando mi sombra apareció bajo sus pies, levantó la cabeza y me miró asustada.
Sus pestañas estaban mojadas y pegadas entre sí, sus ojos enrojecidos y las
mejillas empapadas por las lágrimas; sin embargo seguía siendo hermosa.
-¿Ya estás contenta? –me preguntó sollozando.
-¿Contenta por qué? –tuve miedo de acercarme más.
-Ya demostraste lo que me querías demostrar: sos el
centro del mundo y todo tiene que ver con vos. Era cierto lo que decías, él se
acercó a mí sólo para molestarte a vos. Debí suponerlo ya que en más de una
ocasión me hizo preguntas sobre vos; pero yo me negaba a creerlo... porque en
realidad nunca hablaba mal de vos. De verdad creí que me quería, me trataba con
mucha dulzura y me hacía sentir como una mujer común y corriente; pero yo no
puedo competir con vos Lucrecia. Vos siempre estás diez pasos adelante, lo que
a mí me toma meses, a vos te toma días... horas... minutos. Vivo con miedo, sin
saber exactamente a qué le tengo miedo. Después de lo que me pasó... con ese
degenerado que me violó, los hombres pasaron a ser enemigos para mí, los veía
como personas peligrosas, de las que debía alejarme. ¿Te imaginás lo que fue para
mí conocer a alguien que me trate como Luciano? Siempre muy amable, muy
comprensivo y cariñoso, nunca intentó ponerme una mano encima. Como una ingenua
total estaba pensando en besarlo la próxima vez que nos viéramos, quería que él
supiera lo que yo sentía; pero me olvidaba que también estás vos.
-Perdón... yo no...
-¿Perdón por qué? Vos no hiciste nada malo Lucrecia,
solamente me mostraste la realidad. Como le dije a Luciano, tendría que estar
agradecida con los dos –eso me provocó una fría puntada en el pecho, me dolía
recibir el mismo discurso que recibió él-, ustedes fueron las pruebas que puso
el Señor en mi camino, no creo haberlas superado; pero al menos no llegué más
lejos. No sé qué locuras podría haber hecho si seguía adelante con mis estúpidas
fantasías infantiles. Al menos ya aprendí que a mí nadie me va a amar.
-Yo te amo, ya te lo dije –mis ojos también se llenaron
de lágrimas.
-¿De verdad me amás, Lucrecia? Yo no lo veo de esa forma,
las palabras que me decís, la forma en la que me tratás, tiene más que ver con
vos que conmigo. Cuando te acercás a mí es como si sólo buscaras tu propia
satisfacción y quisieras que yo actuara de la misma forma irresponsable que
vos; pero ¿alguna vez te detuviste a pensar qué es lo que yo quiero? ¿Qué es lo
que yo necesito? Sos buena persona, no te lo discuto; pero a veces podés ser
muy egoísta y te olvidás de los demás.
-Me duele mucho que digas eso, siempre pienso en vos y
busco ayudarte en todo lo que pueda. Lamento mucho que las cosas con Luciano
hayan terminado de esta forma, no imaginé que lo querías tanto.
-Tal vez no lo quería tanto, tal vez sólo me acerqué a él
porque era el único hombre que tenía a disposición. Todo eso del jueguito entre
mujeres me va a volver loca. Te lo expliqué mil veces, no es lo que yo quiero;
yo no soy así. No soy como vos.
-¿Lesbiana?
-Así es.
-¿Nunca te lo planteaste? Digo... después de todas las
cosas que pasaron...
-Si te hace sentir mejor –se deslizó hacia un costado en
el banco y dio un par de palmadas a su izquierda, invitándome a sentar-, te
digo que sí lo dudé. Al menos me tomé el tiempo para evaluarlo. Pasaron muchas
cosas intensas, cosas inesperadas –cuando estuve sentada a su lado me tomó de
la mano, tuve que luchar contra el fuerte impulso de besarla-. También me pasaron
cosas que ni siquiera te las conté, porque de inmediato ibas a asumir que a mí
también me gustaban las mujeres.
-¿Qué tipo de cosas?
-No te las voy a contar, prefiero conservar parte de mi
intimidad, si no te molesta.
-Está bien, respeto eso –me moría de curiosidad; pero no
quería empeorar las cosas con ella.
-Perdón si estoy siendo muy dura con vos, Lucrecia; pero
es lo que siento y me parece que, si queremos conservar nuestra amistad, es
mejor que te lo diga. Me pone sumamente nerviosa tenerte cerca, especialmente
si estamos solas en un sitio cerrado porque no sé qué podés llegar a hacer, sos
demasiado impredecible y a mí ese tipo de personas no me termina de agradar
–tragué saliva mientras limpiaba las lágrimas de mi mejilla-. Me gustaría poder
tener una amiga en la que pueda confiar, con la que pueda charlar sin miedo a
que me salte encima y comience a toquetearme. No tengo amigas, tampoco amigos.
Me siento muy sola y, después de lo que pasó con Luciano, lo que menos quiero
es pensar en alguien como pareja, mi única pareja es Dios y nunca debí
apartarme de Él.
-¿Otra vez me vas a pedir que me aleje? –dije con un nudo
en la garganta.
-No, no quiero que te alejes, al contrario. Te quiero
cerca de mí; pero como amiga y nada más, sé que a los amigos no se les puede
exigir nada; sin embargo me haría muy feliz que me demostraras, de alguna
forma, que soy importante para vos en un plano no-sexual. Quiero saber si
realmente te importo como persona, de lo contrario ahí sí voy a tener que
pedirte que te apartes. Ahora te comprendo mucho mejor –acarició el dorso de mi
mano con suavidad-, gracias a Luciano lo entendí. Vos tenés una fantasía, una
ilusión, conmigo; de la misma forma que yo la tenía con él. No es más que una
ilusión, algo que se instaló en tu cabeza y que no podés dejar salir; así como
yo no puedo concebir que la amistad que tenía con Luciano haya sido una
mentira. Tal vez algún día puedas comprender lo que te estoy diciendo.
-Pero... –levantó la cabeza y nuestras miradas se
cruzaron- ¿y si fuera cierto?
-¿Qué cosa?
-Mi amor por vos. ¿Qué pasa si es real? No niego que
pueda tratarse de una fantasía que me cree yo solita, lo pensé varias veces y
lo voy a seguir analizando; pero ¿alguna vez pensaste qué pasaría si ese amor
fuese sincero, honesto y real? ¿Me amarías vos si yo pudiera demostrártelo?
-No. Al menos no te amaría de la forma en la que vos
querés que te ame. Te amaría como a una amiga, como una hermana, tal vez; pero
no podría amarte como a una pareja.
-¿Es porque soy mujer?
-Por desgracia sí, es por eso.
-¿No hay ninguna otra razón? Dijiste que las personas
impulsivas como yo no te agradaban, tal vez ni siquiera tendría oportunidad con
vos si fuera hombre.
-Bueno, creo que fui un tanto drástica. No es que me
moleste que seas impulsiva, a veces me causa gracia y me divierte –una sonrisa
iluminó su rostro y pude sentir como se me estrujaba el corazón de ternura-.
Nunca me divertí tanto con alguien como lo hice con vos, me sacaste de la
rutina y me mostraste aspectos de la vida que creí que nunca conocería. Hay
cosas en vos que me molestan, ya te las dije; pero nadie es perfecto, Dios nos
hizo imperfectos para que aprendamos a querer a una persona a pesar de sus
defectos. De lo contrario el amor sería muy sencillo y carecería de validez.
-Coincido totalmente con eso. Te pido disculpas por todo
lo que ocurrió, Anabella. Creeme que nunca quise pretender que yo soy más
importante que vos, no lo veo así, para mí el centro del mundo sos vos.
-Gracias por decir eso; sin embargo me duele mucho que
las cosas se hayan dado de esta forma... y voy a necesitar un tiempo para
asimilarlo.
-¿Qué tanto tiempo?
-No lo sé, como te dije antes, mis tiempos son mucho más
lentos que los tuyos. Voy a necesitar algunos días, sola con Dios.
-Básicamente me estás pidiendo otra vez que no vuelva a
hablarte.
-Es sólo por unos días, Lucrecia. No te pido más que eso.
-Bien... si son unos días, entonces está bien. Te los voy
a conceder. Prometo no molestarte en tu meditación, espero que encuentres
alguna respuesta... alguna respuesta lésbica podría venir bien –ella sonrió,
por suerte entendió que lo dije como una broma.
Nos despedimos y me fui pensando en todas las cosas que
me dijo, en parte ella tenía mucha razón, había obrado mal con ella. Dolía
mucho admitirlo pero sí había pretendido que ella actuara como yo... y tal vez
nunca me detuve a pensar que, para hacerla feliz, yo debería actuar como
ella... es decir, apretar un poco el freno ante mis impulsos. Había obrado con
buena voluntad, para que la verdad se sepa, y todo salió peor de lo que
imaginaba, ya que había herido a Anabella. Ella pensaría que mi intención era
darme importancia, demostrarle que Luciano en realidad me tenía a mí como
objetivo y me dolía admitir que había un poco de cierto en ello, cometí una
imprudencia y me olvidé de pensar en la susceptibilidad de la monja. No quería
volverme esa clase de persona que sólo piensa en sí misma.
Accedí a darle esos días para que estuviera sola, porque
imaginaba que yo también necesitaría tiempo para recapacitar, no sólo por lo
que me pasaba con ella... sino también por lo que había ocurrido en la cama
junto a Edith y Rodrigo.
Continuará...
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