Capítulo
20
Naturaleza Traicionera.
Tenía la oficina atestada de papeles y estaba al borde de
una crisis de nervios. Cada día que pasaba, las deudas de Afrodita crecían y
resultaba cada vez más difícil ignorar a los obreros que trabajaban en la
remodelación y ampliación, ya que la fecha límite para pagarles se acercaba
vertiginosamente. Rodrigo me miraba desde su sillón, en el cual tomaba
tranquilamente uno de sus acostumbrados jugos de fruta exprimida. A veces me
preguntaba quién se los preparaba, ya que no lo consideraba capaz de manejar una
exprimidora, por más que esta fuera muy moderna y automática.
–No deberías estar tan tranquilo –le dije sin levantar la
vista de una factura detallada que me había hecho el maestro mayor de obra en
la que resaltaba, con grandes números, el monto total que debíamos pagarle en
menos de dos semanas.
–¿Tan mal estamos? –dio otro sorbo al vaso de jugo, sin
alterarse en lo más mínimo.
–Bastante, se nos están agotando las reservas Rodrigo –le
dije, irritada.
–¿Se te ocurre algo?
–Podrías prostituirte –le sugerí–, una rubia como vos,
con pollerita corta, llamaría mucho la atención en cualquier esquina.
–El problema es que no cobraría por hacerlo, lo haría por
puro gusto. Bueno... siendo sincero, no me pondría pollerita... puedo ser gay,
pero no me agrada vestirme como mujer. Tampoco me agradan los hombres que se
visten de mujer, prefiero a los hombres bien hombres.
–Y a las mujeres, lesbianas –cuando dije eso me miró
fijamente y sonrió.
–No lo había analizado de esa forma, pero... sí, podría
ser.
–Para recaudar algo de dinero –le dije volviendo al tema
importante– podríamos reabrir la discoteca. Por lo que estuve viendo las
remodelaciones ya se están concentrando en la parte trasera, el frente está
limpio. Si le pedimos a los obreros que despejen todo el sector de Afrodita, el
fin de semana que viene podríamos volver a abrir.
–¿Querés que haga volantes publicitarios y que anuncie
que vamos a reabrir?
–No me gusta la idea de seguir gastando dinero; pero hay
que hacerlo, la gente se tiene que enterar cuándo pueden venir, de lo contrario
van a pensar que seguimos con las remodelaciones. ¡Ah, casi me olvido! Tenemos
que concesionar las nuevas barras.
–¿No la íbamos a usar nosotros?
–De momento no podemos, necesitamos que nos den algo de
dinero en efectivo de forma inmediata –le aclaré–. Lo mejor sería hacer un
contrato por una temporada corta, luego podremos utilizarla nosotros.
–Está bien, vos encargate de las barras, yo busco la
forma de hacer volantes y repartirlos de forma económica... tendré que usar mis
encantos naturales en eso.
Estuve a punto de hacerle una broma antes de que se
marchara, pero preferí mantenerme callada ya que me invadió el recuerdo de la
mañana de sexo que pasé junto a él y a Edith, no podía negar que Rodrigo tenía
cierto encanto natural. Creía ser inmune a él, pero estaba comenzando a dudar
de mí misma. ¿Había sido un error aceptar tan rápido mi condición de lesbiana?
Tal vez una mala experiencia con un hombre no era suficiente para
descartarlos... y lo que pasó con Rodrigo me lo estaba demostrando. Él se había
comportado de una forma completamente diferente... fue una experiencia
sumamente extraña... pero placentera... de la que no tenía ni una sola queja.
*****
Algunas horas más tarde me encontraba en mi propio
departamento, intentando concentrarme en un libro de misterio que había
comprado recientemente; pero me resultaba imposible leer tres líneas seguidas y
asimilarlas. Mi mente vagaba por callejones sin salida. El recuerdo del pene de
Rodrigo penetrándome continuaba invadiéndome. ¿Por qué tuvo que gustarme? Si
hubiera sido desagradable, podría continuar con mi vida lésbica
tranquilamente... pero mi vagina se humedecía al recordar el miembro entrando.
Levanté un poco el elástico de mi pantalón, junto con el
de mi bombacha, para descubrir que, efectivamente, la tenía mojada. Volví a
ocultarla inflando mis mejillas y exhalando el aire. “¿Cuándo será el día que
esa desgraciada haga lo que yo le ordeno?”, me dije a mí misma refiriéndome a
mi vagina rebelde. Este último año hubiera sido mucho más tranquilo si no fuera
por las cosas que ella me obligó a hacer.
El repentino quejido del timbre interrumpió la
germinación de mis futuros traumas psicológicos, arrojé el libro sobre mi cama
maldiciéndome por no ser capaz de concentrarme en la lectura. Caminé con pasos
pesados y abrí la puerta de entrada. Me encontré con una de las grandes
culpables de mi estado actual.
-¡Edith! ¿Qué hacés acá?
Ella estaba vestida de una forma que no cuadraba con su
personalidad, tenía una remera blanca cortita que dejaba ver su plano vientre,
hasta un par de centímetros por encima del ombligo. Era ridículamente obvio que
no llevaba corpiño ya que sus pezones se marcaban en la tela, transparentándose
levemente. Debajo llevaba un pantalón tres cuartos, tipo capri, color rosado,
éste era de una tela similar a la gamuza y parecía ser uno o dos talles menor
de lo que ella debería estar utilizando, ya que se le pegaba al cuerpo como si
fuera pintura, hasta podía ver el pliegue de su vagina dibujándose en su
entrepierna.
–¿Le robaste la ropa a tus muñecas? –le pregunté
irónicamente, pero ella no sonrió; me miró muy seria.
–¿Puedo pasar? –nunca había escuchado ese tono de voz
proviniendo de ella, se oía como una jueza a punto de condenar a muerte a un
delincuente.
–Vos podés pasar... pero a la nena psicópata dejala
afuera –la nula expresión de su rostro no se alteró- ¿Qué te pasa Edith? –Ella
por lo general se reía mucho con mis bromas-. ¿Te robaron el alma? ¿Querés que
vayamos a presentar la denuncia?
–Lucrecia, por una vez en tu vida ¿podés comportarte como
una mujer adulta? Necesito hablar algo importante con vos.
–No me digas cómo me tengo que portar –ya me estaba
enfadando-. Vos venís con cara de culo ¿y yo tengo que adivinar lo que te pasa?
A mí no me jodas, si querés decirme algo... decímelo de frente.
Admito que suelo tener problemas para controlar mi
temperamento, pero siempre es por alguna provocación previa. Edith me miró con
cierta rabia en su rostro. De pronto levantó una hoja de papel que tenía en la mano,
en ella pude ver varias líneas escritas, de las cuales destacaba una, que había
sido marcada con un resaltador amarillo: “Embarazo Positivo”.
–Vas a ser mamá, felicitaciones.
Me quedé anonadada, petrificada, boquiabierta. Leí una y
otra vez las palabras resaltadas y la frase dicha por Edith resonaba en mi
cabeza incesantemente.
Había olvidado por completo el estúpido análisis de
sangre que nos habíamos hecho después de haber mantenido relaciones con Rodrigo,
sin usar protección. Lo había tomado como un simple chequeo de rutina, una mera
pérdida de tiempo. Rodrigo nos había sugerido hacerlo para confirmar que no
teníamos ninguna enfermedad de transmisión sexual, ya que él acostumbraba a
tener relaciones con otros hombres, pero sabíamos que era muy cuidadoso al
respecto, por lo que el riesgo era mínimo. También pasé por alto la idea del
embarazo, era parte de la rutina de esos análisis sanguíneos.
La sangre en mis venas se enfrió, creí que todo mi cuerpo
se congelaría. Mi cabeza comenzó a girar como un trompo en un eje imaginario,
el edificio entero comenzó a bambolearse. Mis oídos quedaron tapados, tuve que
sostenerme del marco de la puerta para no caerme al piso, sabía que se me había
bajado la presión y lentamente me fui agachando, para sentarme en el piso, de
esa forma, si me desmayaba, la caída sería más corta... sin embargo tal vez no
era mala idea dejar que mi cabeza se hiciera añicos contra el suelo...
¿Voy a ser mamá? ¿Qué carajo...? Si yo no puedo manejar
mi propia vida... ¿cómo voy a manejar la de alguien más? No podía imaginarme
cambiando un pañal... ¡si hasta lavar un plato me da asco! ¡Por Dios! ¿Qué iba
a hacer? Podría volver a mi casa y decirle a mis padres «Miren, viejos
psicópatas, van a ser abuelitos. ¿Cómo encaja esto en su obsesivo círculo
social? ¿Van a decirle a todos que su prometedora hija mayor se acuesta con
hombres, pero sigue siendo lesbiana?»
¿Lo sigue siendo?
«No sé, Lucrecia, a mí no me preguntes... yo no tengo
nada que ver. La que abrió las piernas fuiste vos, yo hacía las cosas bien,
demasiado bien, al parecer», me respondió la Lucrecia del pasado, aquella que
vivía refugiada detrás de una barrera de represiones y prohibiciones.
«Vos eras una cobarde, bien que te gustó todo lo que
hicimos, hipócrita», le contesto enfurecida, para luego añadir: «Vos sos tan
lesbiana como yo, solo que nunca te animaste a admitirlo».
La voz interna vuelve a contradecirme: «Te equivocás, el
día que lo admití llegaste vos, con toda tu lujuria, a arruinarlo todo».
«Vos fuiste la que invadió a Lara mientras dormía, vos
empezaste...», me defendí de... de mí misma... de ese otro yo que aún conserva
algunos valores éticos y morales.
«¿Estás segura de eso?», me pregunta la voz del pasado, «Por
lo que yo recuerdo, allí fue donde vos empezaste a tomar las riendas, tendría
que haberte detenido».
Enfadada conmigo misma me autorepliqué: «Hice exactamente
lo que vos querías... pero que no te animabas a hacer, necesitabas un cambio
urgente, de lo contrario te hubieras convertido en la marioneta de papi y mami,
fui tu liberación».
«Posiblemente, pero ahora mismo no estaría embarazada.
¡Estúpida!», me respondió la vieja y mojigata Lucrecia.
–Lucrecia... Lucrecia... ¿estás bien?
De pronto volví a la realidad, a una realidad que aún se
bamboleaba vertiginosamente, como un péndulo. Edith estaba agachada a mi
izquierda, había cerrado la puerta de entrada y me miraba con sus grandes ojos
desde atrás de un par de gruesos anteojos de montura rosa. Aún me costaba
asociar a esa muchacha de cabello prolijamente lacio, casi rubio, con la chica
de espesa y ondulada melena que había conocido aquella tarde en el patio de la
universidad.
–¿Embarazada? –le pregunté automáticamente.
–Sí –su respuesta fue fría, sin emoción–. No sé qué voy a
hacer...
–¿Vos? ¡La que no sabe qué hacer soy yo, Edith! ¿Qué
mierda hago con un bebé en la panza?
–En mí panza, Lucrecia.
Levantó una vez más la hoja de papel y me mostró el
informe, la primera línea del mismo decía: Nombre: Lara Edith Mendoza.
–¡Pero Edith... la putísima madre que te parió! –Mi
pánico se transformó en bronca en un parpadeo, tenía ganas de insultarla como
nunca lo había hecho, estrangularla, golpearla hasta la muerte y luego volver a
matarla arrojándola por el balcón– ¿Cómo me hacés una cosa así? ¿Por qué mierda
me dijiste que estaba embarazada?
–¡Nunca dije eso! –Sus cejas se arquearon hacia arriba-.
Te mostré el papel con mi nombre... la que entendió cualquier cosa fuiste vos.
–¡Me dijiste que iba a ser mamá! ¿Por qué me hacés una broma
de ese tipo?
-No es una broma –la miré sin comprender a qué se refería
exactamente-. Te lo dije así porque me hiciste enojar yo quería contarte y vos
no dejabas de decir pelotudeces.
–Perdón por eso... es un... mecanismo de defensa... o
algo así. Digo boludeces cuando estoy nerviosa... o cuando me rio... o cuando
estoy aburrida... o cuando...
–Decís muchas boludeces... ¡y punto!
–De todas formas tendría que matarte por haberme hecho
eso –mis cejas se fruncieron.
–Así fue como yo me enteré. ¿Te parece que es una buena
forma de enterarse? –sacudía la hoja violentamente–. La pelotuda de la
bioquímica me lo dijo apenas entré, sonriendo como una idiota... como si
estuviera dándome la mejor noticia del mundo.
–¡Qué pelotuda!
La culpa cayó sobre la pobre bioquímica que, en realidad,
no tenía nada que ver en el asunto. Allí fue cuando se produjo un silencio
incómodo, Edith me miró desconcertada, al borde de las lágrimas y cuando estaba
a punto de decir otra de mis acostumbradas estupideces, ella me tira por la
cabeza un segundo balde de agua fría.
–Eso que dije... sobre ser mamá... en parte lo dije en
serio. Quiero que vos seas la segunda mamá de mi hijo... o hija.
–¿Qué? –Mis ojos se abrieron como platos– ¿Ser la segunda
madre? Edith... una vez tuve una planta, a la que tenía que regar... mi mamá
decía que se me iba a secar, porque yo era muy despistada. Para taparle la boca
empecé a regar la planta siete u ocho veces al día... la pobrecita se ahogó...
¿y vos querés que yo sea la segunda madre de tu hijo? ¿Vos me estás cargando?
-No, Lucrecia –con sus delicadas manitas sujetó una de
las mías–. Te amo, Lucrecia. Vos sos todo lo que quiero en esta vida, te
admiro, te deseo... te adoro. Quiero que estemos juntas para siempre. Sos el
amor de mi vida... y quiero que estés conmigo cuando tenga a mi bebé.
Mi cerebro no podía procesar tanta información junta y,
estaba segura, no le haría nada bien sufrir tantos colapsos mentales en tan
poco tiempo. ¡Sabía que algo raro le pasaba! ¿Se había comportado de esa forma
por estar enamorada de mí? No podía creer que me lo dijera de esa forma,
siempre supuse que si ella se enamoraba de alguien, sería de Rodrigo... o de
Tatiana, ya que había cierta química entre ellas.
–¡Pará... pará un poquito, Edith! Me estás mareando, todo
esto es muy fuerte para mí, me agarrás desprevenida... eso... eso es muy cruel.
Tenemos que aclarar las cosas...
Me puse de pie, me costó un poco ya que sentía mi cuerpo
más pesado de lo normal, fui hasta la heladera y agarré una botella plástica
llena de agua fría, luego me fui a mi cuarto y me senté en la cama, tomé un
largo trago y me quedé con la mirada perdida en el vacío. Edith se sentó a mi
lado, me arrebató la botella de la mano y tomó otro trago. Tal vez hubiera sido
mejor para ambas que esa botella hubiera estado llena de vodka.
–Acá hay algo que me deja muy intranquila, Edith –ella
guardó silencio–. Últimamente te estás comportando de una forma muy extraña,
como si no fueras vos... como si intentaras ser otra persona.
–Soy otra persona ¿acaso no te das cuenta? Ya no soy la
nenita soñadora que vivía encerrada en su casa, sin amigos... ya no soy la
pendeja que estaba haciéndose la paja todos los días, imaginando que tenía
relaciones sexuales con alguien... ahora puedo tener sexo de verdad, con
personas hermosas... y la más hermosa de todas sos vos, Lucrecia. Vos me
mostraste este camino... yo sólo te seguí los pasos. Ahora soy feliz de
verdad... antes no me hubiera animado a vestirme así, por ejemplo.
–¿Y te parece que está bien vestirte de esa forma tan
provocativa?
–¿No te gusta?
Giré mi cintura para poder verla de frente. Era cierto
que estaba mucho más hermosa de lo que había sido el día que la conocí; pero
eso no quería decir que estuviera conforme con su nueva apariencia.
–Me parece demasiado, Edith. No va con tu personalidad...
–Vos me mostraste que todo lo que mi personalidad
escogía, era una mierda. Me vestía como una lela. Ni siquiera la monja, esa
amiga tuya, se viste de la misma forma en que me vestía yo.
–Nunca dije eso... sólo dije que podías darte la
oportunidad de vestir de otra forma... no quería ofender tu forma de ser...
–Ya no quiero ser como era... quiero ser como vos –ahí
fue cuando entendí cuál era el problema.
–No, Edith. Vos no tenés que imitar a nadie, tenés que
ser auténtica... tenés que ser vos misma. Además, yo no me vestiría así... a no
ser que esté con ganas de que alguien me viole en la calle –de pronto recordé
la vez que me vestí como prostituta y salí a la calle, aquella noche en la que
conocí a Evangelina... pero Edith no tenía por qué enterarse de esos detalles.
–¿Qué tiene de malo querer ser como vos? Sos la persona
que más amo en el mundo –sus brillosos ojos vibraban detrás de sus anteojos.
–Estás atravesando una crisis de personalidad, Edith.
Todas pasamos por eso. Cuando yo era más chica quería teñirme el pelo de negro
y maquillarme como una chica “dark”... estuve a punto de hacerlo pero mis
padres me amenazaron con enviarme a un reformatorio. Después me di cuenta de
que ser así no iba con mi personalidad. A lo que me refiero es que, a pesar de
querer cambiar ciertos aspectos de la vida, no hay que dejar de ser uno mismo.
Yo te voy a querer igual, aunque vuelvas a vestirte y a peinarte igual que el
día en que te conocí... porque esa es la Edith que a mí me agrada, la soñadora...
–La pajera... literalmente hablando. Con la que nunca
nadie quiere acostarse.
–Podés tener sexo igual, siendo vos misma. No te olvides
que yo te conocí así y me acosté con vos...
–Lo hiciste después de maquillarme, peinarme y cambiarme
toda. Me tuviste que transformar para verme algo lindo.
Agaché la cabeza, ahora entendía que todo había sido mi
culpa, ella se había quedado con la errónea idea de que la única forma de
conseguir sexo era cambiando.
–Edith, siendo sincera... lo del maquillaje y la ropa no
fue más que una excusa para acercarme a vos y llevarte a la cama. Era algo que
quería hacer desde el mismo momento en que entraste en mi dormitorio –ella me
quedó mirando y sus mejillas se enrojecieron.
–¿Eso quiere decir que me engañaste para tener sexo
conmigo?
–En cierta forma... sí –vi una amplia sonrisa dibujarse
en su rostro, estuve a punto de hacer lo mismo cuando volvió a ponerse triste
espontáneamente.
–No te creo. Nadie se va a acostar conmigo si me visto
así otra vez... suficiente tengo con ser fea, si yo tuviera tu hermosura, no me
importaría; pero si quiero llamar la atención tengo que ser un poco más
arriesgada...
–¿Arriesgada? Te estás vistiendo como una prostituta
barata. Parecés el sueño erótico de un violador serial.
–Vos me estás esquivando el tema, Lucrecia... te ponés
hablar de mi comportamiento porque no querés contestarme lo que te dije... ¿vas
a ser mi novia o no? Porque sinceramente, me haría mierda que digas que no;
pero peor me pone que no digas nada... prefiero que me lo digas de frente –noté
que una lágrima caía por su mejilla.
Acaricié su mano intentando prepararla para la noticia,
aunque sabía que esto no serviría de nada. Tomé aire y exhalé.
–No puedo ser tu novia... ni la novia de nadie. No es
algo personal, es la realidad. Tengo mis propios quilombos sentimentales, no
podría darte la atención y el cariño que merecés.
–Bueno, si es no... es no... me voy.
–No Edith. Esperá –la tomé del brazo, su llanto se había
vuelto más intenso-. Vos sos una persona muy especial para mí, gracias a vos
viví una maravillosa experiencia que jamás me hubiera atrevido a encarar...
bueno, en realidad fueron dos experiencias, ya que también te considero
responsable, en parte, de lo que ocurrió acá mismo, con las chicas. Para mí fue
algo muy fuerte el tener relaciones con un hombre... y vos lo hiciste de tal
forma que yo siempre me sentí segura y protegida ¿te das una idea de lo que
significa eso para mí? Desconfiaba totalmente de los hombres y vos me
permitiste confiar otra vez... está bien, te comportaste de forma extraña y me
llevaste engañada a la cama; pero lo hiciste vos. Te quiero pedir que por favor
recapacites y te des cuenta de que estás perdiendo tu verdadera forma de ser,
no busques imitarme a mí o a nadie sólo por querer encajar... Me acosté con vos
cuando te conocí de la forma en que eras antes, Rodrigo se acostó con vos y
sólo tenías un poco de maquillaje, un lindo vestido y un peinado prolijo...
pero seguías siendo la misma Edith de siempre. Tanto él como yo vimos eso en vos,
esa niña dulce, soñadora, ingenua, simpática y divertida que nos causó tanto
morbo... si perdés eso te estarías convirtiendo en una del montón, una chica
que solo tiene para dar lo que se ve a simple vista... y vos sos demasiado
inteligente como para ser esa clase de chica.
Abrió sus brazos y me atrapó con ellos, hundió su cara
contra mi hombro derecho y comenzó a sollozar espasmódicamente. La abracé y
acaricié su espalda, dándole tiempo para asimilar todo lo que le había dicho,
esperaba que comprendiera que se lo decía por su bien y que no pretendía
atacarla de ninguna forma.
–Perdoname, Lucrecia... hice muchas estupideces –me dijo
dejando caer sus lágrimas en mi cuello–. Es solo que... me aterra estar sola en
esto... no sabía a quién más pedírselo... fui tan idiota como para creer que
ibas a estar conmigo.
–Me vas a hacer llorar, Edith. Te aprecio mucho y me
conmueve que me digas una cosa así, pero yo... sinceramente, no puedo ser tu
pareja... yo estoy enamorada de otra persona...
–Lo sé... pero lo primero que pensé cuando recibí la
noticia del embarazo fue que tendría que criarlo sola, por eso te busqué a vos.
No me dejes sola, por favor. Me da mucho miedo.
–No te voy a dejar sola, nunca... voy a ayudarte en todo
lo que pueda con tu bebé –intenté imaginar cómo se tomaría Rodrigo semejante
noticia; pero me resultaba imposible hacerme una idea clara–. Va a ser mejor
que esperemos unos días antes de confirmarle la noticia al padre.
–Él no se va a hacer cargo... nunca. Es buen chico pero
apenas vea las responsabilidades que tiene ser padre... va a salir corriendo.
–No si yo lo agarro de las pelotas antes –Edith me miró a
los ojos.
–¿Harías algo así por mí? –en su voz había súplica,
debilidad y dependencia... tal vez estaba volviendo a ser la misma Edith de siempre.
–Rodrigo es el padre biológico... hasta yo me siento
responsable por el bebé; pero creeme, no puedo ser la madre de ese bebé...
arruinaría todo. No me siento preparada...
–¿Y vos crees que yo estoy preparada? Ni siquiera tengo
veinte años... y ya voy a ser madre soltera.
–Pero tenés a tus amigas... ya te lo dije, voy a estar a
tu lado... y voy a hacer todo lo posible para que Rodrigo también lo esté.
–Podrías ser la madrina del bebé... –dijo secándose las
lágrimas con la palma de la mano.
–Eso sí puedo hacerlo. También te prometo cuidarlo cada
vez que lo necesites.
–¿De verdad? Eso quiere decir que en realidad sí vas a
ser como una segunda mamá para él.
–Puede ser... siempre y cuando no tenga que cambiarle los
pañales... –un escalofrío cruzó mi espalda.
–Lucre... alguna vez en tu vida vas a tener que cambiar
un pañal. Lo mejor va a ser que lo aprendas lo antes posible y te acostumbres a
eso.
–Voy a hacer mi mayor esfuerzo –recordé su proclamación
de amor–, solamente no quiero lastimarte sentimentalmente... no sé si lo del
amor lo dijiste en serio...
–Sí, Lucre, aunque te joda escucharlo: Te amo –me besó la
mejilla-. De verdad creo que sos el amor de mi vida... y me duele en el alma,
porque sé que no vas a estar nunca conmigo...
–Es que estoy muy confundida.
–No te preocupes, yo también lo estoy... a Rodrigo
también lo quiero mucho, pero con él tengo menos chances que con vos. Está ese
amor que tiene por las personas de su mismo sexo, también está su inmadurez, su
irresponsabilidad, su promiscuidad... es demasiado liberal como para quedarse
con una sola pareja.
–¿Estás hablando de mí o de él? –Edith comenzó a reírse,
no había dicho eso con la idea de hacer un chiste, pero me alegraba mucho verla
reír.
–Hablaba de él... pero ahora que lo pienso, podría
describirte a vos con las mismas palabras.
–Yo no soy inmadura –corregí.
–¿Y todo lo demás?
–Todo lo demás lo acepto –volvió a besarme cariñosamente
la mejilla.
-Gracias, Lucrecia. Es bueno saber que voy a contar con
tu apoyo, sabía que vos nunca me dejarías sola.
–¿Te sentís mejor? –la abracé con un poco más de fuerza,
para brindarle mayor contención.
–Un poco, pero sinceramente, tengo el corazón hecho
mierda... sabía que me ibas a decir que no, pero una parte de mí tenía la
esperanza de recibir una buena noticia.
–Lamento mucho eso, Edith. Sos hermosa, cariñosa,
afectuosa e inteligente, me encanta estar con vos, tanto como amiga como en la
cama... pero estaría siendo deshonesta si te digo que podemos estar juntas,
como pareja. Te lastimaría y no quiero hacerte una cosa así.
–¿Al menos me puedo quedar con vos a pasar el resto del
día?
–¡Claro que sí! Podés venir a visitarme y quedarte cada
vez que quieras.
–Es bueno saberlo. No quería perderte...
–No me vas a perder, ya te lo dije, me encariñé mucho con
vos. Voy a hacer todo lo posible para estar a tu lado.
Nos quedamos en silencio unos minutos, abrazadas una a la
otra. No era un silencio incómodo, sino un pequeño momento de paz, asimilación
y aceptación. Un momento solo para nosotras dos. Su respiración se fue calmando
lentamente y sus lágrimas desaparecieron por completo. Todo el tiempo le
acaricié el cabello, o las manos. Teniéndola tan cerca y sintiendo su calor
corporal no podía estar segura de si yo la reconfortaba a ella, o ella a mí.
Hacía tiempo que no abrazaba a alguien de esa forma y me di cuenta de lo mucho
que lo necesitaba, me ayudó a no sentirme tan sola.
Edith levantó su cabeza repentinamente y me besó en la
boca, fue un beso suave, que armonizaba perfectamente con mis caricias. Nuestros
labios se rozaron el uno al otro, a veces se quedaban congelados en una
posición y luego se movían lentamente. Tenía mis ojos cerrados y pude sentir
verdadera paz. Tal vez no seríamos pareja, pero podíamos jugar a serlo tantas
veces como quisiéramos, siempre y cuando ninguna de las dos salga lastimada.
Cuando nuestras bocas se separaron ella me miró fijamente a los ojos.
–Te amo –me susurró con ternura; sus palabras me dejaron
un apretado nudo en la garganta, la miré sin saber qué decirle. Ella parecía
estar leyendo lo que transmitían mis pupilas, por lo que después de una breve
pausa agregó:– No hace falta que me digas nada, me basta con poder decírtelo.
Asentí torpemente con la cabeza otra vez sus labios se
unieron a los míos, y una cosa llevó a la otra. Su mano derecha sobre mi seno
izquierdo; una de mis manos acarició sus nalgas; mi espalda se posó delicadamente
sobre el colchón. El peso de su cuerpo sobre el mío. El botón de mi pantalón
desprendido; su pantalón deslizándose hacia abajo. El aroma de su cabello
embriagó mis fosas nasales. Pechos al desnudo, pezones que se tocaron con
placenteras cosquillas. Su lengua se deslizó por mi vientre. Desnudez total.
Mis piernas se separaron, invitándola... su lengua respondió a la llamada; mi
clítoris se humedeció con su saliva; mis labios vaginales se abrieron; sus
dedos me dilataron mientras mis gemidos evidenciaban el goce y el placer.
Súbitamente Edith se puso sobre mí y me miró
directamente, una libidinosa sonrisa apareció en su rostro; sin embargo había
mucho de la “Edith original” en esa sonrisa, no me daba la sensación de que
estuviera actuando, sino que ella misma quería llevar las cosas más lejos. Tal
vez los besos y carias la habían excitado tanto como a mí.
–¿Todavía tenés esos juguetitos? –me dijo divertida.
–Están en el ropero... en una caja –señalé el mueble a mi
izquierda.
Ella, sin decir más, buscó y revolvió el contenido de la
caja con gran prisa, cuando encontró lo que buscaba me lo mostró. Había optado
por el strap-on. Comenzó a ponérselo, abrochándolo alrededor de su cintura, esa
imagen me recordó a lo que había ocurrido en la habitación de Rodrigo, cuando
Edith parecía tener un pene propio.
–Disculpame que interrumpa tan lindo momento; pero hay
algo que quiero hacer con vos desde hace rato –me dijo mientras se cercioraba
de que el juguete sexual estuviera bien sujeto.
-No te preocupes. Me gustan los momentos tiernos y
románticos, pero si se hacen muy extensos, me empalagan –ella me sonrió como si
me estuviera contestando: «Lo sé»– ¿Qué cosa querías hacer conmigo? –le
pregunté acariciando mi húmeda vagina.
–Te quiero romper el culo –una vez más esa lujuriosa
sonrisa se apoderó de su tierno rostro-. Esta vez quiero ser yo quien te la
meta, quiero escucharte gritar... como una puta.
-Prefiero el término “Promiscua”.
-Me importa un carajo, vas a ser mi puta... al menos por
una vez.
-¿No dijiste que ibas a volver a ser la Edith de siempre?
-No me cambies de tema y ponete en cuatro... permitime hacer
eso, quiero pensar en otra cosa... en realidad no quiero pensar... dejame ser
un poquito como vos, al menos una vez más... por favor, sé mi puta –me suplicó.
-No me puedo negar a tus encantos –una sonrisa radiante
iluminó su cara-. Pero usá lubricante... está ahí mismo, en la caja... y antes
vas a tener que calentarme bastante... usando esa lengüita con la que decís
tantas chanchadas.
Ella tomó el pote de lubricante y untó una buena cantidad
en el pene plástico, yo me puse en cuatro, tal y como me lo había pedido. Casi
inmediatamente sentí la tibieza de su lengua recorriendo mi vagina en forma
ascendente hasta llegar a mi ano, esto me hizo estremecer de placer. Luego y
sentí el contraste frío del líquido lubricante cuando ella lo pasó por mi culo.
La prisa y la ansiedad que demostraba, me excitaba. Me calentaba mucho verla
así, en cierto modo volvía a parecer la muchachita precoz e inexperta,
entusiasmada por el sexo.
Un dedo penetró en mi cavidad trasera y solté un gemido
para informarle que me agradaba mucho lo que hacía.
–¿Estás lista, putita? –me habló al oído mientras movía
su dedito dentro de mí.
–Todavía no, pero pronto...
–Una lástima... porque yo te quiero escuchar gritar... –y
me escuchó gritar.
Solté un agudo alarido cuando el pene plástico se enterró
en mi ano, deslizándose hacia adentro rápidamente, por la magia del lubricante.
Nunca había sentido una invasión semejante... ni tan placentera. Había algo tan
morbosamente fuera de lugar en esa escena que me hizo hervir la sangre. Ella,
la muchachita inocente, se estaba mostrando como una verdadera depravada
sexual, semejante a mí cuando di mis primeros pasos en el mundo del sexo
lésbico... me recordó levemente a la primera vez que tuve sexo, en la
habitación de un hotel, con Tatiana. Aquella vez le había suplicado a Tatiana
que me diera por el culo de esa misma forma en que Edith lo estaba haciendo,
enterrándomelo todo profundamente y retrocediendo con rapidez, para dejarme esa
sensación interior de vacío que luego se volvía a llenar con un nuevo avance de
sus caderas... aquella vez Tatiana me había dejado con las ganas pero hoy las
ganas ni siquiera habían tenido que hacerse presentes previamente... sólo
tuvieron que instalarse después de la primera penetración. Las pequeñas manos
de Edith se habían convertido en fuertes y punzantes ganchos que me sujetaban
firmemente por la cintura. Un gemido agónico me obligó a inclinar la cabeza
hacia atrás y a cerrar los ojos. El dildo se estaba hundiendo, esta vez
lentamente, dentro de mi culo y me maravillaba la sensación que me producía la
dilatación. Llevé mi mano a mi entrepierna y acaricie suavemente mi clítoris
con un dedo, mientras el pene plástico salía de mi culo, tan solo un poco, para
luego volver a clavarse. Allí fue cuando la pequeña comenzó un vaivén
constante, con penetraciones cortas pero rápidas. Mi vagina estaba viscosa y el
trabajo que hacían mis dedos era un excelente acompañante para el placer anal
que me proporcionaba el consolador.
Mientras Edith me cogía despiadadamente miré fugazmente
el reloj en mi mesa de luz, marcaba la hora en la que Tatiana debía llegar de
su trabajo y comencé a desear que ella también apareciera; sin embargo no sabía
cómo se lo tomaría Edith, tal vez ella quería pasar un tiempo a solas conmigo,
podía imaginar eso por la forma en la que recargaba todo su cuerpo sobre mí,
apoyando sus tetas en mi espalda, mientras me acariciaba y me besaba el cuello
pasionalmente. De pronto pasó lo que tenía que pasar. Escuchamos la puerta de
entra abriéndose. Ni siquiera había tenido tiempo de prevenir a la chiquilla o
de decirle, al menos, que cerrara la puerta de mi cuarto.
–¿Esa es Tati? –me preguntó Edith con un susurro.
No obtuvo respuesta, yo me encontraba en un éxtasis
erótico con ese consolador penetrándome. Movía todo mi cuerpo imitando las
ondulaciones de una serpiente y jadeaba suavemente.
–¡Tati! –gritó Edith, esa era una buena señal, no
intentaba evitarla–. Tati, vení... estamos acá –su dulce voz infantil se elevó
por encima de mis gemidos.
Escuchamos murmullos provenientes del pasillo, en ese
instante las dos nos quedamos congeladas. Tatiana no estaba sola. Giré mi
cabeza y me topé con los asustados ojos de Edith.
–¿Qué es esto? –Preguntó una voz femenina que no podía
identificar.
–Son mis amigas –respondió Tatiana, por el tono que
empleó me di cuenta de que estaba nerviosa.
–¿Vos me trajiste acá para... hacer eso?
–No... no... de verdad que no –se apresuró a responder la
morocha.
Edith me dio espacio como para moverme, quedamos las dos
acostadas de lado en la cama y miramos hacia la puerta, allí estaba Tatiana con
una chica rubia, muy bonita, con grandes ojos azules y un conjunto de oficina
color negro que se le pegaba al cuerpo; lo único malo de la chica era la
expresión de ira que marcaba su enrojecido rostro.
–Yo me voy de acá... no... no sé qué mierda pensaste...
pero yo... yo no soy de esas...
–Esperá, Silvina, no te enojes... yo no sabía que...
–¡Me voy!
Fue lo último que le escuchamos decir antes de que se
abriera la puerta y se marchara. Tatiana intentó seguirla pero regresó pocos
segundo más tarde, sin haber conseguido nada.
–Perdón, Tatiana –le dijo Edith, quien aún tenía metido
su pene de juguete en mi culo.
–Está bien, no se preocupen... además la chica tenía
razón –sonrió–, la traje con la intención de acostarme con ella... no hoy...
pero algún día. Al menos ahora ya sé que no es lesbiana... de verdad tenía
mucha pinta de serlo... en el trabajo se la pasa mirándome las tetas.
–Es un poco difícil no mirarte las tetas –comentó Edith;
en eso tenía mucha razón, Tati llevaba un amplio escote y sus grandes melones
parecían a punto de reventar por la presión que ejercía la ropa contra ellos.
–Perdón por haberte arruinado los planes con tu chica
–esta vez fui yo la que se disculpó.
–Si te sentís tan culpable, entonces podés
recompensármelo –sabía a lo que se refería.
–Sacate la ropa y subite a la cama –la invité.
La sonrisa en su rostro se amplió, mientras se quitaba
rápidamente la ropa. Vimos sus grandes tetas saltar fuera y rebotar de una
forma sumamente erótica, luego se quitó la pollera quedando solamente con sus
zapatos, sus medias de nylon, las cuales ya se estaba quitando, y su bombachita
de encaje blanco.
–Sabía que mudarme con vos era la mejor decisión que
podía tomar –dijo con alegría.
–¿De verdad no te molesta que te hayamos arruinado los
planes? –pregunté.
–No, para nada... esto es sexo seguro... lo otro no...
iba a requerir mucho trabajo; pero por las dudas, vamos a tener que empezar a
ser más discretas con el sexo. Si estás con alguien, al menos mandame un
mensaje... o cerrá la puerta de tu pieza.
–Tenés razón, es que nos emocionamos y ni siquiera
pensamos que podías venir con alguien –quedó completamente desnuda,
enseñándonos su rechoncha vagina de labios voluptuosos.
–En realidad tendría que pedirles perdón a ustedes, por interrumpirlas.
–Para nada, sonsa –le dije riéndome–, me calentó mucho
que la rubia esa me viera así... no la conozco, pero me calienta que la gente
me vea teniendo sexo.
–Cada loco con su tema –dijo Tati subiendo a la cama y
quedándose apoyada con las rodillas.
–A mí también me enciende un poquito que me vean –acotó
Edith. Volteé la cabeza hacia ella y la miré acusadoramente–. ¿Qué? Lo digo en
serio... me gusta que me vean desnuda... una vez hasta subí un video a
internet, en el que me estoy masturbando, sólo porque me calentaba pensar que
otras personas se masturbarían al verlo.
–¿Qué? ¡Yo quiero ver ese video! –Exclamó Tati saltando
sobre nosotras, una de sus tetas quedó casi contra mi cara.
–Después te lo paso... pero voy a querer otro a cambio.
–Tené cuidado con eso de los videos, Edith... yo tuve
problemas...
–Ya sé, pero yo no fui tan pelotuda como para filmarme la
cara –me dijo sacando la lengua, como una niña peleadora–. Además lo hice antes
de conocerte a vos. No tenía sexo con nadie y quería sentirme un poquito
deseada. ¡No se imaginan las cosas que pusieron algunos de los que comentaron
el video! –mientras ella hablaba yo me puse boca arriba, sacando el consolador
de mi cola, y comencé a lamer uno de los ricos pezones de Tatiana–. Yo me
pajeaba imaginando que esa gente me hacía todo lo que decían en los
comentarios.
–¡Uy! Suena muy excitante. Yo subiría un video mío
–aseguró Tati al mismo tiempo que sus dedos comenzaban a acariciar mi empapada
vagina–; pero no quiero a un montón de tipos diciéndome cosas zarpadas. Si
solamente fueran mujeres... lo haría.
–A mí me calientan las dos cosas.
–Edith –dije dejando levemente la teta que estaba
chupando–, te dije que podías ser muy atractiva sexualmente. Toda esa gente te
dijo todas esas cosas cuando ni siquiera habías cambiado el “look”.
–Sí, pero me vieron la concha y las tetas, nada más...
nadie me vio la cara... si la hubieran visto hubieran dicho...
–Hubieran dicho: «Te voy a comer esa boquita hermosa»
–afirmó Tatiana un segundo antes de cumplir con su palabra. Introdujo su lengua
en la boca de Edith y la besó apasionadamente.
Desde ese instante no hicieron falta palabras. Tatiana se
amalgamó con nosotras en la cama, no podíamos considerarnos expertas en el
sexo, pero al menos ya conocíamos algunos de los gustos personales de cada una.
Edith me metió un dedo en la colita mientras lamía mi clítoris; chupé las
grandes tetas de Tati, porque me encantaba hacerlo y ella se las ingenió para
jugar con uno de mis pezones al mismo tiempo que masturbaba a Edith. No pasó
mucho tiempo hasta que noté que la morocha tenía la vagina cubierta de sus
propios flujos. Aparté a Edith y le dije al oído lo que teníamos que hacer a
continuación. Juntas nos metimos entre las piernas de Tati y le dimos una buena
chupada a su almejita carnosa. Aún me sentía culpable por haber arruinado sus
planes, por lo que me esmeré mucho por satisfacerla.
Las risas alegraban mucho el ambiente, eran contagiosas y
estridentes. No podía creer que minutos antes, Edith y yo hubiéramos estado tan
tristes, sin embargo podíamos disfrutar del sexo, que nos ayudaba a olvidarnos
de todos nuestros problemas; pero no era solamente el sexo, sino la actitud que
mostrábamos las tres ante el mismo. No lo hacíamos de una forma romántica, ya
que no cuadraba con mi personalidad ni con la de Tatiana, y Edith sabía
mimetizarse, al menos había aprendido a hacerlo en los últimos meses.
Manteníamos una actitud alegre y divertida, nos tocábamos indiscretamente, nos
metíamos dedos en los diferentes orificios y nos masturbábamos mutuamente. A
veces nos uníamos en besos, pero procurábamos, tácitamente, que estos no se
hicieran muy extensos, para que la que quedaba fuera no se sintiera apartada.
En pleno jolgorio escuchamos el estridente timbre del
departamento. Tatiana me miró fijamente y me dijo:
–¿Habrá vuelto la rubia?
–Tal vez se quedó con ganas de participar –sugerí.
–¡Ojalá! –Exclamó la morocha mientras acariciaba la
entrepierna de Edith–. Atendela vos, Lucre. Sos más persuasiva que yo... si vos
no podés convencerla, ninguna va a poder.
–Está bien... voy solamente porque sé que te arruiné los
planes, sino no iría.
Me levanté de la cama y salí de la pieza, no me tomé la
molestia de cubrir mi desnudez. Debía admitir que otro de los grandes motivos
por el cual había accedido a atenderla, era porque estaba sumamente excitada y
quería que ella me viera desnuda otra vez.
Caminé a paso ligero hacia la puerta, miré mis tetas y
éstas estaban bien erguidas, con los pezones duros, ideal para causar una buena
impresión lésbica. El timbre sonó una vez más. Decidida, abrí la puerta, y allí
la vi... mi vecina... no recordaba el nombre... pero recordaba que la chica
estaba casada. ¿Dónde estaba la rubia? ¿Qué carajo hacía esa chica ahí? ¿Qué
venía a buscar? Todas estas preguntas se deterioraron rápidamente en mi
psiquis, opacadas por mi libido.
Ella se quedó petrificada al verme. Sus pupilas bajaron
hasta mis pechos y luego se detuvieron en mi vagina, la cual estaba
evidentemente húmeda. Le llevó un par de largos segundos volver a mirarme a los
ojos. Sonreí libidinosamente, por alguna razón me calentaba aún más que ella me
viera desnuda.
–Buenas noches, ¿qué necesitás? –le pregunté aparentando
tranquilidad. Ella no respondió –. ¿Te puedo ayudar en algo? –volví a
preguntarle, estaba pálida. Vi que llevaba un par de bolsas llenas de
comestibles.
–Es que... es que escuché ruidos... –supe que venía a
quejarse, pero mi actitud la desorientó, abrí más la puerta para que ella
pudiera ver claramente todo mi cuerpo–. Te quería pedir que... –en ese momento
se escuchó una fuerte seguidilla de gemidos provenientes de mi habitación, ella
desvió la mirada y miró hacia su izquierda, como si pudiera ver a través de las
paredes– ¿Qué fue eso?
–Son unas amigas mías...
–¿Amigas? –preguntó consternada.
–Sí, ¿algún problema con eso?
–Entonces es cierto... sos lesbiana... –me había cansado
de las acusaciones indirectas que recibía por mi condición y esta pobre chica
tuvo que pagar los platos rotos.
–Sí, totalmente cierto... te repito... ¿tenés algún
problema con eso?
–El único problema es que hacen mucho ruido... ¿qué te
pensás que es esto? ¿Un telo? –sus facciones se alteraron, pasó de estar
confundida a estar enfadada.
–Es mi departamento y si quiero coger con amigas, lo
puedo hacer.
–Pero... el ruido que hacen... –supuse que aún estaba
carburando toda la información que le había tirado encima.
–¿Vos recién venís de comprar eso? –señale las bolsas que
llevaba en su mano izquierda.
–Sí, ¿qué tiene que ver? –se puso en actitud defensiva,
la tenía donde quería.
–Que seguramente saliste del ascensor y escuchaste ruidos
–los gemidos continuaban a lo lejos y ella volvía a mirar mi vagina–. Viniste
directamente a quejarte, pero estoy segura de que desde tu departamento no se
escucha nada. Vivís frente al mío, hay un pasillo de por medio.
–¡Pero esto es una locura! Vos no podés traer trolas
al...
–No son trolas, son mis amigas... –la interrumpí,
enfadada.
–Si son como vos, son trolas... me abrís la puerta
desnuda... o sos trola o estás muy loca.
–Diría que un poco de ambas.
–¡Eso que hacen es inmoral! –me miró con rabia.
–Puede ser... pero es bastante divertido –le dije con una
sonrisa lujuriosa–. Si querés te podés unir a nosotras, hay lugar en la cama.
–¿Qué? –sus ojos parecían estar a punto de saltar fuera
de sus cuencas.
–Sí, sos una linda chica... en una de esas descubrís que
te gusta...
–¡Soy casada!
–Podés decirle a tu marido que venga, no hay problema por
eso –en realidad no me entusiasmaba para nada la idea de unir un hombre
desconocido a la fiesta; pero como estaba segura de que se negaría, no me
preocupé.
–¿Estás loca?
–Ya te había dicho que sí; pero no te preocupes, no soy
una loca peligrosa... siempre y cuando no me jodan. Así que decidite, flaca. Te
sacás la ropa y entrás, o te vas –me miró como si le hubiera puesto una pistola
en la cara.
–¡Loca de mierda! –me gritó con vos chillona antes de dar
media vuelta y marcharse.
Cerré la puerta riéndome. La euforia me invadía, no
entendía por qué me resultaba tan excitante exponerme desnuda ante la gente,
pero así era. Volví a mi cuarto y encontré a Tatiana con la cabeza enterrada
entre las piernas de Edith, quien gemía y se sacudía como una posesa. Me
acerqué a las grandes nalgas de la morena y metí la cara entre ellas, comencé a
lamerle el agujerito del culo y luego hice lo mismo con su rajita, mientras me
masturbaba. Cuando levanté la cabeza tenía la cara cubierta por los jugos
vaginales de mi amiga. Miré alrededor en busca del strap-on y en cuanto lo
encontré, me lo puse. Apunté con la punta del pene plástico a la almeja de
Tatiana y se la enterré lentamente, pero sin detenerme hasta que toda estuvo
dentro. Ella no mostró señal alguna de haber sido penetrada, pero yo suponía
que era porque estaba demasiado entusiasmada comiéndole la conchita a Edith.
Cogí a Tati con fuerza, imaginé que yo misma era un hombre que le daba placer a
una bella mujer, al menos ahora podía hacerme una idea de lo que ella sentiría
si la estuviera penetrando un hombre de verdad. Debía admitir que Edith tenía
mucha razón al decir que a veces la imaginación podía ser de gran utilidad,
incluso durante una sesión de sexo real. El poder erótico de la mente no tiene
límites.
Nuestra sesión de sexo llegó al final por decisión
unánime, hubiéramos seguido pero cuando Tatiana anunció, mientras recuperaba su
aliento, que tenía mucha hambre, le dije que yo también me moría de ganas de
comer algo rico, Edith se sumó a la propuesta y tan rápido como nos desnudamos,
fuimos vistiéndonos.
Esta unión de confianza que estábamos forjando se
volvería cada vez más resistente con el tiempo, siempre y cuando supiéramos
respetar los límites y condiciones impuestas. Me encantaba tener esta clase de
amigas y lo que más me agradaba era que pudiera compartir mis momentos de
calentura con ellas.
Salimos del departamento y mientras Edith y Tatiana
llamaban el ascensor, yo me quedé cerrando la puerta con llave, en ese instante
escuché un ruido lejano... pero constante. Agudicé mis oídos y me percaté de
que provenía del departamento de mi vecina, la que se había quejado por el
ruido que hacíamos mis amigas y yo al tener sexo. Le hice una seña a Tati y
Edith, pidiéndoles silencio, ellas obedecieron pero me miraron sin comprender
nada. Me acerqué en puntitas de pie hasta el departamento de mi vecina y pegué
la oreja a su puerta.
No cabía duda... estaban teniendo sexo... y bastante
duro. Podía escuchar los fuertes quejidos y gemidos provenientes de la boquita
de mi vecina, casi podía imaginarla desnuda, con el cuerpo brillando por la
delgada capa de sudor que la cubría, debía tener unas tetitas preciosas, una
vagina suculenta... era una lástima no poder poseerla, eso me ofuscaba un poco
y más me molestaba que, luego de quejarse conmigo, fuera a coger con su
novio... tal vez se había calentado al verme desnuda... Sí, esa era la
explicación más lógica.
Decidí jugarle una bromita, en venganza a la actitud que
había mostrado... sí, lo sé... a veces puedo ser muy vengativa... pero intento
ser equitativa. Golpe con excesiva fuerza la puerta del departamento y grité:
–¡A ver si hacen menos ruido, degenerados! –Edith y Tati
comenzaron a reírse.
–¡Hija de puta! –me gritó mi vecina desde adentro–, ¡ya
vas a ver... te voy a denunciar!
–¿Ves lo feo que se siente que te interrumpan en ese
momento?
–¡Tortillera de mierda! –me gritó, colérica.
–¡Claro, porque vos debés ser una santa! Espero que estés
cogiendo con tu marido... al menos.
–¡No te metas con mi marido...!
Me fui de allí y la dejé gritando sola, tal vez su esposo
ni siquiera se detuvo mientras ella me insultaba... puede que hasta se haya
excitado al escuchar a otra mujer al otro lado de la puerta... de haber estado
en su lugar, yo me hubiera calentado... y aunque mi vecina no lo admitiera
jamás, en el mismo momento en el que yo me metía con mis amigas al ascensor,
ella debía estar sintiendo una serie de intensas oleadas de excitación
recorriendo todo su cuerpo... debería estar agradecida conmigo.
Esa noche Edith se quedó a dormir conmigo, no hubo sexo
otra vez, pero de todas formas la pasamos muy bien. En el único momento que me
amargué un poco fue cuando ella, justo antes de irnos a dormir, me dijo que aún
se sentía mal por mi rechazo. No supe qué contestarle, por lo que me quedé
callada; sin embargo la abracé fuerte hasta que se quedó dormida, luego yo la
acompañé hasta el mundo de los sueños.
*****
Como estaba trabajando internamente en mejorar los puntos
negativos de mi personalidad, llegué a la conclusión de que tiendo a olvidar
mis amistades por largos períodos de tiempo, a no ser que ellos vengan a mí o
que necesite verlos por una razón en particular. La primera persona que se me
vino a la mente era Alejandro, mi amigo el periodista, no lo veía desde que
tuvimos nuestra última entrevista, juntos, y me sentía mal por eso ya que el
chico se había mostrado muy respetuoso y comprensivo conmigo y mi sexualidad.
Por eso mismo, al día siguiente de la inesperada noticia
que me había dado Edith, decidí llamar a Alejandro y organizar una cena
sencilla, le dije que podía venir a mi departamento con su novia; pero él
prefirió que nos reuniéramos en el suyo.
Alrededor de las siete y media de la tarde llegué al
departamento y tuve que tocar el timbre cuatro veces, supuse que él había
tenido trabajo extra que hacer y que su novia no se encontraba, estuve a punto
de llamarlo otra vez cuando la puerta se abrió apenas unos centímetros. Un par
de ojos curiosos me miraron desde la penumbra interior y una voz femenina me
dijo, en un susurro, que pasara. En cuanto entré la puerta se cerró detrás de
mí y a mi lado se encontraba Lorena, la novia de Alejandro. Estaba envuelta en
una pequeña toalla roja que a duras penas tapaba sus senos y, si hubiera
inclinado levemente la cabeza, hubiera podido ver su vagina asomando por la
parte inferior.
–¿Qué hacés acá? –me pregunto con su acostumbrado tono
autoritario.
–Le avisé a Alejandro que venía a cenar con ustedes
–levanté una bolsa de nylon que llevaba en la mano–. Traje todo lo necesario
para hacer pizzas.
–¿Pizza? –hizo una mueca de desagrado.
–Fue lo que Alejandro pidió.
–Si fuera por Alejandro, viviríamos a pizza –se quejó.
No me extrañaba que dijera eso, con las habilidades
culinarias que tenía Lorena, yo también viviría a comida que pueda comprar en
una rotisería o que pueda cocinar fácilmente en mi casa. No podía quejarme de
que Lorena fuera terrible en la cocina, ya que yo misma lo era, y la persona
que debía sufrirlo era Tatiana, quien me suplicaba que la esperara siempre SIN
la cena lista. La pobre debería estar cansada de despegar comida quemada del
fondo de una olla; pero en mi defensa, debía decir que esto solamente ocurría
cuando me distraía y me olvidaba por completo de la olla que había dejado al
fuego, no tenía la culpa de que mi cabecita vagara tanto.
–¿Dónde dejo las cosas? –pregunté procurando no bajar la
mirada, sin embargo mi visión periférica me permitía ver un torneado par de
piernas, pálidas pero firmes y hermosas.
–Arriba de la mesa. ¿Qué se te dio por venir? No viniste
nunca y de repente aparecés.
Al decir esto se fue alejando de mí. Me apresuré a dejar
la bolsa arriba de la mesa del comedor y la seguí para explicarle la situación,
no quería que ella comenzara otra vez con la paranoica idea de que yo buscaba
acostarme con su novio.
–No tengo ninguna razón en especial, ustedes son mis
amigos y vine a visitarlos ¿eso está mal? –le dije mientras caminaba detrás de
ella.
–Dijiste que ibas a ser mi amiga pero nunca viniste a
visitarme, ni siquiera me llamaste.
–Tenés razón –Lorena se metió en el baño, me detuve en
seco ya que creí que me cerraría la puerta en la cara, pero la dejó abierta–,
me di cuenta de que había fallado a mi promesa, anduve con muchos problemas
últimamente. Por eso vine a verte.
–No mientas, vos no viniste a verme a mí, sino a
Alejandro –se dio media vuelta y me miró fijamente con el ceño fruncido,
siempre tenía esa odiosa expresión en su rostro pero, milagrosamente, no le
restaba belleza.
–No empecemos con eso otra vez, Lorena. Sabés muy bien
que no estoy interesada en Alejandro...
–Sexualmente no... tal vez. Pero sí como amiga.
–¿Acaso está mal que quiera ser su amiga también?
–Dijiste que ibas a ser MI amiga y lo primero que hacés,
antes de venir, es llamarlo a él. ¿Por qué no me llamaste a mí?
Allí fue cuando me di cuenta de que Lorena no sólo podía
ser celosa y posesiva con su pareja, sino que también podía serlo con sus
amistades. Supuse que llevarle la contra sólo la haría enojar más y yo ya
estaba en falta por no haberla visitado antes, por lo que tuve que tragarme mi
orgullo, agachar la cabeza y decirle:
–No sos mi novia, Lorena, no me jodas. Agradecé que vine
–bueno, admito que soy de esas personas a las que les cuesta tragarse el
orgullo–. Si te molesto, me voy –agregué señalando hacia detrás de mí.
–¡No! Está bien... perdón... no te vayas.
¿Sería muy cruel decir que sonreí con satisfacción al
verla pedir perdón? También podría agregar que sentí una leve sensación de
victoria cuando ella tomó mi mano para impedir que me fuera. Sabía que debía
dejar de hacer eso, si ella sería mi amiga entonces no podía jugar con sus sentimientos
de esa manera; pero ella no era una amiga cualquiera, ella también jugaba, y
mucho, con mis sentimientos y emociones. Supo que yo le gané una batalla, pero
ella tenía un gran “As” bajo... la toalla. Antes de que pudiera reaccionar ella
ya había dejado caer su toalla al piso, mostrándome sus tetas con pezones
erectos y su tersa y apretada vaginita. Noté una sonrisa maliciosa aparecer en
su rostro y creo haber retrocedido un paso, como si mi vida corriera peligro.
Lorena comenzó a ducharse justo frente a mí, como si no le importara que yo la
viera desnuda... pero sí que le importaba, ella estaba jugando conmigo. No le
permitiría ganarme tan fácil. Evalué rápidamente la situación, si me marchaba
de allí ella diría algún comentario cínico como: “¿Te dio pudor verme
desnuda... o solamente te calentó?”. Por lo que decidí quedarme en el baño.
Apoyé mi hombro derecho contra una pared y crucé mis brazos, la miré como si
fuera una persona común y corriente, con la ropa puesta. Había visto muchas
mujeres desnudas... no tenía por qué volverme loca al ver una más. El problema
es que me ponía como loca cada vez que veía una mujer desnuda... y si Lorena no
lo sabía, al menos debía sospecharlo.
Tuve que quedarme dentro del baño viendo cómo ella se
duchaba mientras me contaba lo que había hecho durante la semana, sus palabras
no eran de gran importancia para mí pero estaba intentando marcar un punto
allí, quería demostrarle que no tenía miedo a verla desnuda; sin embargo ver la
forma en que sus pequeñas manos acariciaban sus redondeados senos o descendían
por su vientre, me afectaba bastante; podía sentir mi vagina acalorándose. Lo
peor de todo era cuando sus dedos recorrían su propia rajita, en ciertas
ocasiones hacía pasar su dedo mayor entre sus casi imperceptibles labios
vaginales y luego se acariciaba quedamente el clítoris. Me resultaba imposible
no mirar fijamente esa escena. Ella aparentaba actuar con naturalidad, pero yo
sabía perfectamente que cada uno de sus movimientos tenía la clara intención de
excitarme. Evidenció sus intenciones cuando dijo:
–¿Te pasa algo Lucre? Te noto... acalorada –su maliciosa
sonrisa se hizo presente.
–¿Por qué debería pasarme algo? –pregunté restando
importancia a sus palabras.
–No lo sé... supongo que porque sos lesbiana... y yo soy
mujer –acarició sensualmente la parte delantera de su torso.
–¿Vos creés que todas las lesbianas nos volvemos locas al
ver una mujer desnuda?
–No me importa lo que piensen todas, estoy hablando de
vos –esta vez sus dedos separaron sutilmente sus labios vaginales.
–Parece que te gusta la idea de que yo me excite
viéndote. ¿Acaso a vos también te calientan las mujeres?
–No, para nada. Lo que a mí me calienta es saber que otra
persona se excita viéndome. No me importa si esa persona es hombre o mujer,
joven o vieja. Me calienta sentirme deseada, pero eso no quiere decir que esa
persona pueda tenerme.
¿Así que ese era su juego? Recordaba que la vez que nos
conocimos había hecho referencia a algo parecido. Ella quería provocarme y
calentarme sexualmente, tan sólo para demostrarme que yo nunca podría tenerla.
Era un juego perverso... que Lorena jugaba muy bien. Ella se arriesgaba a
quedar como una loca, pero yo, que comprendía el poder del morbo, podía
entenderla. Se asemejaba mucho a lo que había hecho recientemente al abrirle la
puerta a mi vecina, completamente desnuda, donde las probabilidades estaban en
mi contra, ella nunca aceptaría acostarse conmigo; sin embargo me excitaba
saber que ella me había visto desnuda... y cachonda. Sonreí involuntariamente,
podía entender perfectamente a Lorena y tenía la absoluta certeza de que ella
debía estar muy excitada mientras se bañaba frente a mí. Tal vez acariciaba
tanto su vagina porque quería quitar de ella los delatores rastros de flujo
vaginal, pero mientas estuviera completamente mojada, podría disimularlos muy
bien. Decidí llevar el juego erótico a un nivel más alto, tan sólo para ver
cuánto era capaz de hacer.
–Tenés razón, Lorena, me calienta mucho verte desnuda
–mantuve mi sonrisa alegre para que ella pudiera ver que iba en serio–. Sos una
chica muy linda y sensual.
–¿Ya la tenés mojada? –su pregunta me tomó por sorpresa,
pero esa era una de las reacciones que deseaba ver.
–Sí, totalmente mojada –ni siquiera tenía que mirar mi
entrepierna para saber que esto era cierto.
–Lamento decirte que te vas a quedar con las ganas –cerró
el agua de la ducha y tomó una toalla–, primero: tengo novio; segundo: no soy
lesbiana.
Pasó junto a mí meneando su cadera, me quedé mirando el
hipnótico bamboleo de sus blancas y redondas nalgas, me recordaban bastante a
las de Lara. La acompañé hasta su cuarto, donde comenzó a secarse el cuerpo
lentamente. Era mi turno de hacer un movimiento.
–Por lo que me dijiste, vos también debés estar excitada
ahora mismo.
–¿Te calentarías más si así fuera?
–Claro –continuaba mirando todo su cuerpo, no sólo sus
partes más íntimas. Sus piernas eran suaves y sus muslos gruesos y macizos, me
daban muchas ganas de acariciarlos y lamerlos.
–No te voy a responder a eso... no corresponde.
–Tampoco corresponde que andes desnuda delante de mí,
pero lo seguís haciendo.
–Estoy en mi casa, puedo hacer lo que quiera. La que vino
fuiste vos, yo no te invité.
–Te repito, Lorena. Si querés me voy. Siento que te
molesta mi presencia, siento que estás enojada conmigo y ya no entiendo bien si
es porque no te llamé o es por algún otro motivo que no querés decirme.
–No estoy enojada con vos –acarició una vez más sus
muslos utilizando la toalla, luego se acercó a una cajonera y comenzó a buscar
ropa interior.
–¿Entonces por qué me tratás así? ¿Te pasó algo malo? A
veces cuando me enojo termino agarrándomela con la primera persona que veo –se
detuvo en seco y me miró.
–No... no me pasó nada –sonó muy poco convincente.
Comenzó a abrocharse un corpiño blanco.
–Sé que no somos las mejores amigas, de hecho ni siquiera
te conozco, pero si querés contarme algo, podés hacerlo.
–A una amiga le contaría, pero como vos dijiste... ni
siquiera me conocés... no sabés nada de mí –me miró con el ceño muy fruncido.
–Bueno, calmate un poquito, Lorena. No vine a atacarte,
en serio, estás enojada por algo y siento que estoy de más acá. Mejor me voy a
mi casa. ¿Me abrís la puerta?
–No... esperá Lucre, no te vayas... –se acercó a mí y me
tomó del brazo, me miró con ojitos de perro mojado–, por favor, quedate.
–¿Para qué, Lorena, para que me sigas maltratando? –me
quejé–. Podrás ser muy linda y no te digo que me disguste verte desnuda, me
calienta un poco... pero eso no quiere decir que vaya a tolerar que me trates
de esa forma solo por verte la cachucha un rato. Tengo un poco de dignidad...
no mucha, pero tengo –«Lo que sí tengo mucho, es orgullo», pensé.
–No era mi intención hacerte sentir así... pensé que te
iba a resultar divertido... que te iba a gustar mirarme un rato...
–Te dije que sí, pero todo tiene un límite, no me gusta
que me trates como si yo fuera tu juguete. Además, es peligroso que andes
desnuda, a veces me cuesta controlar los impulsos –posé mis manos en sus
hombros, estaban fríos y húmedos–. En este mismo momento podría tirarte arriba
de la cama y chupártela toda –le dije acercando mi cabeza a la suya–, por eso
deberías ser más cuidadosa.
–No harías una cosa así...
–Sí que lo haría –aseguré con firmeza.
–No entiendo...
–¿Qué no entendés?
–Cómo es que te gusta hacer esas cosas... con mujeres...
es repugnante.
–Eso lo decís porque nunca lo probaste –le giñé un ojo y
le sonreí.
–Ni quiero hacerlo.
–Entonces te sugiero que te pongas la ropa y que no
vuelvas a intentar seducirme, porque la próxima vez no respondo de mí. Te lo
voy a hacer y ya estás advertida... no juegues con fuego, Lorena –en realidad
sólo buscaba asustarla un poco, no me quería acostar con ella porque sabía que
era la novia de Alejandro y ese chico me caía bien, no quería arruinar mi
amistad con él tan pronto.
–¿Vas a seguir viniendo igual?
–Claro que sí... no me importa si te veo desnuda o no...
pero si querés que seamos amigas vas a tener que sacarte un poquito esa actitud
agresiva que tenés constantemente, como si alguien te quisiera hacer algo malo.
No entiendo por qué actuás así.
–Porque me calienta –confesó–. Me excita provocar, me
excita saber que me desean... así no vaya a hacer nada con esa persona.
–Creo que lo que te excita es tener poder sobre la otra
persona.
–Puede ser, no sé...
–Conmigo no te va a funcionar. Tengo una personalidad
muy... jodida. No me importa si a vos te cachondea andar desnuda delante de la
gente, conmigo tenés que tener cuidado... ¿hacés esto con todas tus amigas?
–No tengo amigas –había olvidado ese pequeño detalle. Me
mordí el labio inferior meditando qué podía decirle–. Por eso quiero que vos
seas mi amiga –me abrazó con fuerza, esa chica estaba más sola de lo que yo
imaginaba y sabía cuánto podía afectar la soledad a la gente–. Perdoname.
–Está bien, Lore... pero, por favor, ponete la ropa, ya
no aguanto más las ganas... no me lo hagas más difícil.
Desde esta posición podía ver sus redondas nalgas desde
arriba y tenía que luchar contra el fuerte impulso de agarrarlas, deslicé mis
manos a lo largo de toda la espalda, era increíblemente suave. Tuve que
soltarla súbitamente y dar un paso hacia atrás, ella se quedó quieta, mirándome
sin comprender nada. Lorena no podía sentir lo que yo sentía, ese inmenso
impulso de querer acostarme con ella, de arrojarla sobre la cama y hacerla
mía... de verla entre mis piernas, lamiéndome. No entendía la mágica sensación
que provocaba compartir un momento erótico y pasional con otra mujer. Pude
haber seguido adelante, pude haber intentado, al menos, algún truco para
convencerla de acostarse conmigo, pero debía detenerme... inmediatamente, no
sólo porque ella era casada, sino porque la sabia vocecita de Anabella me
atrapó en el momento justo en el que iba a arrojarme sobre Lorena. Recordé las
palabras de la monja:
«Me gustaría poder tener una amiga en la que pueda
confiar, con la que pueda charlar sin miedo a que me salte encima y comience a
toquetearme.»
Podía ser esa clase de amiga... no tenía por qué
pretender tener sexo con cada mujer que se me acercara, no importaba si ella
buscaba provocarme intencionalmente o andaba desnuda, tenía que demostrarme a
mí misma que en mí había más que impulsos eróticos, era la única forma que
tenía de acercarme a Anabella sin lastimarla y para aprender a hacer eso debía
respetar a otras mujeres también. Lorena también buscaba una amiga, me lo había
dicho claramente, más de una vez... y allí estaba ella, desnuda, sensual,
hermosa... pero no era una mujer para mí... era la mujer de Alejandro, otro
amigo que debía conservar.
–Mejor te dejo sola –le dije a Lore–. Te espero en el
comedor. Vestite, por favor –ella asintió con la cabeza en silencio.
Salí de allí tan rápido como pude y me senté en una
silla. Comencé a pensar en Anabella y en lo mucho que la había hecho sufrir.
Tal vez ese era mi problema, no podía mostrarme como una amiga sin tirarme
encima de una mujer. Me di cuenta de que estaba fallando al tomarme el sexo tan
a la ligera, pero me mentía a mí misma si aseguraba que podía controlarlo. Me
costaría mucho, muchísimo, cambiar eso... si es que alguna vez podía cambiarlo.
Comencé a replantear mi vida y me dije a mi misma que, sin presiones, debía
intentar (al menos intentar) contener mis impulsos sexuales, especialmente si
estos incluían otras personas... siempre podría masturbarme, eso me ayudaría a
aplacarlos.
Alejandro llegó pocos minutos después, su novia aún no
había salido del cuarto. Me alegró que me encontrara lejos de ella... quién
sabe qué hubiera pasado si al llegar me veía en la cama como su querida novia.
Ni siquiera quería pensar en esa posibilidad.
Él se puso muy contento de verme y enseguida comenzó a
hablar y a preguntarme cómo me había ido. Le comenté que estaba mucho mejor que
la última vez ya que ahora tenía un trabajo y podía ser más independiente. Fui
poniéndolo al tanto de diversas cosas de mi vida y, cuando Lorena salió de la
habitación y saludó a su novio con un acalorado beso, pasé a contarles lo que
había pasado con Luciano.
–Me alegra mucho que lo hayas expuesto de esa forma
–afirmó Lorena–, se lo merecía.
–Podrías haberlo hecho de otra forma –dijo Alejandro–.
Tal vez hubiera sido más fácil quejarse con las autoridades de la universidad.
–No me llevo bien con las autoridades de la universidad.
Sé que puedo ser un tanto infantil a veces, pero bueno... es mi forma de ser y
quiero seguir manteniendo eso. Voy a intentar cambiar lo malo, pero mi parte
“infantil” siempre va a estar conmigo.
–O podrías madurar –él no me lo dijo como un reproche,
pero me ofendió un poco.
–¿Madurar significa ser un amargado? –de pronto los dos
me quedaron mirando, sorprendidos.
–Eso es lo que le digo siempre a Alejandro –Lorena rompió
el silencio–. Siempre se jacta de ser muy maduro, pero a veces se pone bastante
apático... ni siquiera se ríe de un chiste.
–Y yo que pensaba que la apática era otra –dije.
–No, yo puedo ser malhumorada, pero me gusta reírme, me
gusta divertirme, me gusta hacer locuras de vez en cuando... –eso último sí era
cierto, ya lo había comprobado yo–, pero Alejandro nunca se arriesga, siempre
se queda quietecito en su lugar de “adulto”. Es como estar de novia con un
hombre de ochenta años sin arrugas.
–Ustedes son las inmaduras –dijo yendo a la cocina a
preparar la comida–, no soy yo el que tiene que cambiar. No les vendría nada
mal un poco de madurez.
–Prefiero seguir siendo una inmadura divertida antes que
viejo amargado. ¿No es cierto, Lucrecia?
–Totalmente de acuerdo –esa fue la primera sonrisa de
amigas verdaderas que intercambiamos entre Lorena y yo.
*****
La sencilla cena se desarrolló con normalidad. Alejandro aprovechó
para ponerme al tanto de sus avances en la serie de notas que pretendía
publicar. Ya había puesto un par de ellas en su blog personal y me permitió
leerlas. Me gustaron mucho, estaban bien desarrolladas y explicaban los
sentimientos que yo había tenido cuando me sentí rechazada por un gran sector
de la sociedad. Habló siempre en términos generales y no puso mi nombre,
agradecí que lo haya hecho de esta manera. Luego me comentó que pretendía
publicar la opinión de algún hombre homosexual y a mí se me ocurrió que Rodrigo
le podría ayudar con eso.
–Tal vez no sea el reportaje más creativo del mundo –me
dijo Alejandro–, pero lo que busco es transmitirle a la gente la forma en la
que se sienten los homosexuales al ser rechazados. Sé que se escribieron mil
cosas sobre este tema, pero aún hay muchísima gente que no lo entiende, si mis
notas logran hacer recapacitar a alguna persona sobre este tema, entonces las
voy a considerar un éxito.
–No te está yendo nada mal –puntualicé–, tenés muchas
visitas en el blog y el diario te dijo que iba a publicar lo que les mandes,
eso es mucho más de lo que esperaba.
–Sí, espero poder recolectar diversas opiniones, no sólo
de gente homosexual, sino de heterosexuales también, quiero explicar qué
piensan ellos al respecto.
–Suerte con eso, creo que vas a tener que movilizarte
mucho.
–Bastante, pero vos me podés ayudar, podrías ponerme en
contacto con alguna de tus amigas... y con ese tal Rodrigo. ¿Es cierto que es
el dueño de Afrodita?
–Sí, de verdad... es más, yo estoy trabajando ahí.
–Impresionante. Él podría ser un gran aporte a la nota ya
que conoce el mundo de la homosexualidad desde una perspectiva bastante
peculiar.
–Algún día podrías ir con Lorena –miré a Lore, quien
estaba sentada junto con nosotros, con una taza de café en la mano, sin decir
nada-. ¿Te gustaría ir? –le pregunté a ella.
–No sé... me da igual –se encogió de hombros–. Si Ale
quiere ir, va a tener que llevarme.
–Claro –aseguró él tomándola cariñosamente de la mano.
Me sorprendió verla sonreír de esa manera, fue un breve
lapso en el que su rostro siempre ofuscado se iluminó con alegría genuina.
Lorena estaba realmente enamorada de Alejandro y eso me llevaba a entender
mejor por qué podían ser pareja. Él no era conflictivo, sino todo lo contrario.
Evitaba los problemas y, de ser necesario, los solucionaba con sencillez. Ella
era una pleitista, pero que dependía de alguien que la contuviera, de lo
contrario sus quejas y caprichos no tendrían fundamento. Se necesitaban el uno
al otro, no eran la pareja perfecta, pero podía funcionar.
–Por cierto –me dijo Alejandro–. Decidimos que nos vamos
a casar.
–¡Qué bueno! –Exclamé muy contenta– ¿Ya pusieron fecha?
–Sí, lo vamos a hacer dentro de poco. No tenemos el día
exacto, pero en menos de dos meses, de ser posible, nos casamos.
–¿Tan rápido? –pregunté asombrada.
–¿Tiene algo de malo? –Lorena me miró con el ceño
fruncido.
–No, para nada... pueden casarse mañana mismo, si lo
desean. Lo que me preocupa es que no puedan encontrar salón de fiesta, lugar en
la iglesia y todo eso...
–No nos vamos a casar por iglesia –aseguró Lorena, asentí
con la cabeza indicándole que no tenía problemas con eso, el casamiento por
civil era tan válido como el de iglesia, o incluso más, para ciertas personas–.
El salón no me preocupa porque ya lo tenemos. Tenemos un salón que pertenece a
la empresa de mi papá. No es muy grande, pero tampoco pretendemos invitar mucha
gente. Va a ser una fiesta sencilla.
–Me parece bien, mientras más íntimas sean esas fiestas,
más lindas son.
–De más está decir que estás invitada –me dijo Alejandro
con una radiante sonrisa.
Les prometí que estaría allí, sin falta. Noté que Lorena
sonreía de forma extraña cuando acepté la invitación, fue como si se pusiera
melancólica o triste por eso. Tal vez solamente estaba fantaseando con la
futura fiesta.
*****
La mañana previa a mi viaje a Rodrigo se le ocurrió que
podíamos relajarnos un rato e ir a tomar algo fresco a algún bar lindo, sugerí
que escogiera alguno económico ya que no era prudente derrochar dinero, él me
miró como si mis palabras lo ofendieran, pero me encogí de hombros y le dije: «Es
la verdad, tenemos que cuidar la poca plata que nos queda».
Fuimos a un sitio bastante tranquilo, ambientado para
adolescentes o universitarios, con sillas y mesas plásticas. Aparentemente a
Rodrigo no le agradaba mucho el local, pero a mí me parecía bastante bonito.
Pedimos un par de gaseosas y nos sentamos en un rincón apartado de todo, aunque
el sitio estaba casi completamente vacío y no teníamos que preocuparnos porque
alguien nos escuchara.
El primer tema del cual hablamos fue sobre la nota que
estaba escribiendo Alejandro. Le comenté a Rodrigo cuáles eran las intenciones
del periodista y él accedió de muy buena gana a aportar su granito de arena
para que la gente pueda entender mejor cómo veía el mundo una persona
homosexual en la actualidad y a qué tipo de dificultades debía enfrentarse.
Luego la conversación se decantó hacia otros tópicos:
-¿Algún consejo para mi reunión con tu hermana? –le
pregunté ya que faltaba sólo un día para iniciar mi viaje y reunirme con ella.
-Sí, uno muy importante: No le lleves la contra. Se
molesta mucho cuando alguien lo hace.
-Voy a intentar hacer mi mayor esfuerzo.
-Confío en vos –dio un sorbo a la pajilla que tenía en su
botellita de gaseosa-. Cambiando de tema, últimamente te noto muy rara. ¿No
será que te afectó lo que pasó el otro día con Edith?
-Me afectó bastante, es cierto –miré alrededor y vi como
una pareja de jóvenes entraba tomados de la mano, sonriendo y me percaté de que
Rodrigo y yo dábamos toda la sensación de ser pareja-. Vos decís que sos
homosexual, sin embargo te acostás con mujeres... ¿no te resulta curioso?
-Entiendo, tu problema viene porque el haberte acostado
conmigo te hace dudar de tus inclinaciones sexuales.
-¿Y a vos no?
-No, ya no. ¿Ese asunto te tiene muy intranquila?
-No tanto, me preocupa un poco, pero tampoco es que me
vuelva loca. Me causa un poco de gracia, hace varios meses mi preocupación era
totalmente la contraria. Tenía miedo de ser lesbiana... de que me gustaran las
mujeres. Luego, cuando lo acepté y aprendí a vivir con eso, la duda volvió
invertida.
-¿Ahora te da miedo ser heterosexual?
-No diría “hétero”, ya que no creo que las mujeres me
dejen de gustar, ya las incorporé a mi vida y no creo que pueda sacarlas nunca;
pero me deja intranquila el haber descartado tan rápido los hombres... tal vez
soy bisexual... nunca me había planteado eso.
-Ese es tu mayor problema, Lucrecia –me dijo con
tranquilidad-. Siempre querés ponerle una etiqueta a todo. ¿Soy heterosexual?
¿Soy lesbiana? ¿Soy bisexual?
-¿Y eso qué tiene de malo?
-Que te produce ansiedad. ¿Qué importa lo que seas? Soy
de la filosofía de que cada uno es libre de acostarse con quien quiera, siempre
y cuando los otros también quieran hacerlo. A mí no me preocupa si estoy con un
hombre o una mujer en una cama, siempre y cuando la pase bien. Disfruto más con
los hombres, mucho más... es incomparable la diferencia; pero si hay una mujer
que quiera acompañarme a la cama y ésta me gusta, no le voy a decir que no. El
sexo sigue siendo sexo. Creo que vos sos igual a mí, preferís a las personas de
tu mismo sexo, pero hay ocasiones en las que podés cruzar una barrera... esa
barrea que vos misma te pusiste sin razón alguna. Vivirías más feliz si te lo
tomaras con más calma. No te afecta en nada el haberte acostado una vez con un
hombre... a vos te siguen gustando las mujeres y estoy seguro de que las
preferís por encima del sexo masculino. Está bien que digas que sos lesbiana,
yo suelo decir que soy gay para ahorrarme explicaciones y entiendan que mi
preferencia son los hombres; pero no quiere decir que sea 100% homosexual. Tal
vez un 90%, o un poco más.
-¿Y qué pasa con Edith? –cuando le pregunté por ella me
miró fijamente-. Me sorprende que sigas acostándote con ella. Es decir,
entiendo que yo me pude acostar con vos y quién sabe, tal vez algún día meta
otro hombre en mi cama, para divertirme; pero no lo haría de forma recurrente.
Al menos hasta ahí llegan mis certezas, por el momento. En cambio vos te estás
acostando bastante seguido con esa chica. No digo que tenga nada de malo,
porque ella es muy feliz con vos, solamente pregunto si no sentís algo especial
por ella.
-Lo pensé... y no lo descarto. Ella me hace sentir
diferente, su mente es impredecible, nunca sabés con qué te puede salir... ya
lo habrás visto. Además me encanta charlar con ella, es muy entretenida.
-¿No te estarás enamorando?
-Soy gay, ya te dije.
-Creo que se nos invirtieron los roles –le sonreír-. Vos
me convenciste de que no tengo que hacerme tanto lío por estar alguna vez con
un hombre, ahora yo te tengo que convencer a vos de que no tiene nada de malo
que te enamores de una mujer, sino todo lo contrario. Si te enamoraste de ella
quiere decir que amás a la persona por encima de su sexo. La amás por lo que
es, no por lo que tiene entre las piernas, es un amor más puro. Es el mismo
amor que yo sentí por mi amiga, Lara, cuando estuvimos juntas. En ese entonces
todavía dudaba de mi sexualidad y suponía que mi amor por ella trascendía esa
barrera y me convencí a mí misma que podía amarla e intimar con ella, por una
simple razón: lo disfrutaba. Después me fui dando cuenta de que la mayoría de
las mujeres me gustaban... y bueno, llegó el libertinaje; del que no me
arrepiento, pero a veces pienso que eso fue lo que aceleró mi proceso de
aceptación y que me hizo olvidar completamente de los hombres, como si hubieran
desaparecido de la faz de la tierra.
-Lo que me querés decir es que yo tengo que aplicar el
mismo concepto del sexo, para el amor –no era una pregunta, estaba afirmando
mis palabras.
-Exactamente. Si te podés sentir tranquilo de ir a la
cama con quien quieras, entonces te podés sentir igual de tranquilo para amar a
quien sea. Sos libre.
-Somos libres.
-Es cierto, eso cuenta para mí también.
-Tal vez tengas un poco de razón... puede que me esté
enamorando de ella... ¿le pasará algo parecido conmigo?
-No lo sé, pero estoy segura de que te aprecia muchísimo.
-No sé qué hacer... ¿tengo que hablar con ella y decirle
lo que siento?
-Vas a tener que hablar con ella, no sé qué le dirás...
pero tienen que hablar muy seriamente ustedes dos.
-¿Por qué tan seriamente? –preguntó con una sonrisa en
sus labios, hasta me daba pena saber que en un segundo se la borraría de un
plumazo.
-Porque ella está embarazada. Vas a ser papá, Rodrigo.
Su reacción fue aún peor de lo que yo había imaginado, se
puso de pie de un salto, sus piernas chocaron contra la frágil mesa a hizo caer
las dos botellas de gaseosa, que rodaron al piso y se estrellaron estrepitosamente,
salpicándome los pies con su contenido. Todos en el lugar se voltearon al
unísono para mirarnos. Rodrigo miraba, como si se hubiera vuelto estúpido de
repente, las botellas hechas añico en el suelo. No imaginaba a ese
irresponsable muchacho como padre... si no podía mantener en números positivos
la administración de su negocio ¿cómo haría para criar a un hijo?
Comentarios
Excelente historia, felicidades :)
Cuando subiras la continuación?
Saludos
Te escribi, en el relato de "el tabu de un padre 2", otro comentario para animarte a seguir escribiendo. Saludos y ànimo para continuar, POR FAVORRR.
Por favor sigue adelante.
Besos.