Capítulo 10.
Ariel me miraba boquiabierto. Todo su juego de “macho
dominante” se había desmoronado en un segundo, al verlo allí, estático frente a
mí, me di cuenta de que no era más que un muchacho asustado, como un pequeño
cachorro abandonado en una noche lluviosa. No sabía si debía dejarlo sufrir un
poco más o ser piadosa con él e intentar consolarlo. Como ya había tenido sexo
con él me di cuenta de que mi cuota especial de mimos ya había sido entregada,
podía dejarlo sufrir un poco. No me moví ni dije una sola palabra durante
algunos tensos segundos; la historia que me había contado mi tía me volvía a la
mente y me dejaba cierta amargura. Él tenía suerte de que ella no lo hubiera
asesinado. Analía había hecho su mayor esfuerzo por suavizar lo ocurrido, al
menos esa fue la impresión que me dio, pero estaba segura de que había obrado
de esa forma porque estaba hablando de su propio hijo, si otra persona se
hubiera tomado semejante atrevimiento con ella, hubiera sido cruel y
despiadada. A mí me costaba ser cruel, por lo que finalmente tuve que hablar
con Ariel, ya que él estaba con la mirada perdida en algún punto aleatorio y su
mandíbula parecía estar a punto de desencajarse.
–Va a ser mejor que hablemos con tu mamá –le dije dándole
un par de palmaditas en su mano.
–No quiero hablar con ella –me contestó después de un par
de segundos de silencio.
–Vas a tener que hacerlo, Ariel. Hablé con tu madre y
después vine a verte a vos con la promesa de que los ayudaría a resolver el
problema.
–¿Por qué? Vos no tenés nada que ver con todo esto –noté
que fruncía su ceño.
–Ustedes son parte de mi familia y lo que yo busco es una
familia unida. No me gustan estas peleas que tienden a separar y a arruinar
todo.
–¿Me estás diciendo que yo arruiné todo?
–Te estoy diciendo que vayamos a hablar con tu mamá –le
devolví una mirada fría–. No me hagas enojar, Ariel. Creo que ya dejé muy en
claro que no estoy en tu contra, no me trates como si tuvieras que defenderte
de mí –esta vez se quedó mudo mirándome una vez más con sus ojos de cachorro mojado–.
Vamos, tu mamá nos está esperando y debe estar preguntándose...
–¿Por qué tardaron tanto? –preguntó mi tía en cuanto nos
vio entrar, totalmente desnudos, a la habitación.
–Estaba poniendo a Ariel al tanto de la situación.
Analía se mordió los labios, nerviosa. Escudriño con su
mirada a su hijo y, si vio lo mismo que yo veía, habrá notado la fragilidad y
el espanto que se habían apoderado de Ariel. Su miembro viril, que minutos
antes se había mostrado rígido e imponente, ahora se balanceaba como un gusano
malherido y agonizante. Por mi parte, y agradecí que mi tía no pudiera
percatarse de eso, tenía un poco de dolor en el culo, mi primo había sido muy
dura conmigo y, si bien me encantó lo que hizo, ya estaba sufriendo las
consecuencias.
Me senté en la cama de mis padres, procurando apoyarme
sobre una de mis nalgas. ¡Dios, qué puta me sentía! Sabía que debía hablar de
un tema serio con mi tía y mi primo, pero al mismo tiempo podía sentir mi
conchita empapada, por el mero recuerdo de la increíble noche de sexo que
estaba teniendo. Había algo malo en mí, eso era evidente, pero estaba aprendiendo
a convivir con ello y ya no me pesaba tanto, simplemente lo dejaba ser.
Volví a serenarme e intenté tomar una actitud seria ante
los acontecimientos. Ariel se sentó del otro lado de la cama, frente a mí.
Analía quedó acostada en el medio, se había cubierto, de la cintura para abajo,
con la sábana; sólo podíamos ver sus grandes y morenas tetas.
Nos rodeó un incómodo silencio, era como si las palabras
se hubieran perdido para siempre. Ninguno era capaz de mantener contacto visual
con el otro. Me di cuenta de que no era lo mismo ofrecerme para ayudar, que
hacerlo realmente. Vi que mi tía se mordía el labio inferior y se miraba las
manos, las cuales mantenía juntas, con los dedos entrelazados, casi como si
quisiera formar un escudo protector con ellas. Por su parte, Ariel, tenía la
cabeza ladeada hacia atrás, como si estuviera observando a una persona
imaginaria sentada a los pies de la cama.
–Va a ser mejor que empiecen a hablar de algo, porque no
me voy de acá hasta que solucionen el problema –sentencié.
Ambos me miraron al unísono, como si mis palabras
hubieran sido un golpe sorpresivo y directo para ellos. Con un gesto de la mano
les indiqué que ellos tenían la palabra. Mi primo miró a su madre y ésta se
aclaró la garganta, sin embargo no comenzó a hablar. El silencio se extendió
por unos segundos más hasta que mi tía tomó coraje.
–No sé cómo decirte esto, Ariel, pero... –Analía me miró
y como notó mi acusador ceño fruncido, volvió la vista hacia su hijo– esto es
algo que tendríamos que haber hablado hace bastante tiempo –él la observaba sin
ninguna expresión en el rostro, nunca lo había visto así.
–Lo que tu madre debería decirte –intervine– es que no está
enojada con vos.
–Eso es –mi tía asintió con la cabeza repetidas veces–.
No estoy enojada con vos –posó su mano arriba de la rodilla del muchacho–. Soy
consciente de que yo tengo gran parte de la culpa de lo que pasó, porque jamás
te puse un freno, ni siquiera una simple queja... nada.
En ese momento pasó algo totalmente inesperado: Ariel
comenzó a llorar. Fue un llanto silencioso, pero las lágrimas brotaron a
montones de sus ojos, me quedé boquiabierta, él parecía un muchacho tan duro,
tan seguro de sí mismo que viéndolo tan vulnerable y frágil hacía pensar que no
era la misma persona.
–No llores, mi vida –su madre se acercó a él y lo abrazó
con fuerza, noté que Analía también tenía lágrimas agolpándose en sus ojos–,
todo va a estar bien...
–Nunca quise... nunca quise lastimarte –dijo él con el
llanto ahogado en la garganta.
–Y no lo hiciste... no lo hiciste –dijo ella rompiendo a
llorar espasmódicamente.
Él también la rodeó con sus brazos, la escena era tan
triste que yo también estuve a punto de unirme al llanto, pero me quedé
quietecita, con mi nudo en la garganta y los ojos nublados por lágrimas que
luchaban por salir.
–Lo único que te pido –continuó mi tía, una vez que se
tranquilizaron un poco– es que me ayudes a comprender.
Los ojos de Ariel titilaban, parecía estar a punto
comenzar a llorar espasmódicamente otra vez. Pensé que él no sería capaz de
hablar con coherencia, pero demostró tener un gran control sobre sus emociones.
–No es algo sencillo de explicar –comenzó diciendo–, tal
vez no puedas verlo de la misma manera que yo lo vi; pero eso no quiere decir
que mis intenciones hayan sido malas. Te pido perdón por lo que pasó –nunca en
la vida había escuchado a mi primo pedir perdón por algo.
–Te perdono, hijo. Claro que te perdono.
–Sin embargo tienen que hablar de lo que pasó, para que
puedan dejarlo atrás –me metí en la conversación, ya que, aunque no me gustara
demasiado, tenía que cumplir con mi rol de mediadora.
–Nadia tiene razón –dijo mi tía–, al menos tenemos que
hablarlo y tal vez luego podamos dejarlo en el pasado. Contame todo lo que
tengas que contarme, te prometo escuchar atentamente –viniendo de mi tía, esa
era una gran promesa.
Ariel asintió con la cabeza y limpió sus lágrimas con el
dorso de la mano. Analía se acomodó contra el respaldo de la cama y yo me senté
a su lado. Hicimos un breve silencio, que nos ayudó a aclimatarnos bastante y
nos dispusimos a escuchar la historia de mi primo.
–No sé por dónde empezar... –nos observó en silencio, mi
tía y yo nos limitamos a aguardar–. Mamá, vos siempre fuiste una mujer muy
atractiva –su voz sonaba muy diferente a la que estaba acostumbrada a oír, en
esta ocasión denotaba fragilidad, era como escuchar a un niño hablando–.
Siempre tuviste la costumbre de andar con poca ropa en casa, no lo hacías con
mucha frecuencia; pero, hace un par de años, cuando yo empecé a llevar a mis
amigos a casa, esa costumbre se modificó un poco –mi tía parecía avergonzada
por lo que su hijo contaba, de todas formas continuó escuchando, en silencio–.
Me acuerdo de una vez, que estaba con tres de mis amigos, tomando una gaseosa
en casa y vos apareciste de la nada con una remera sin mangas, creo que era
negra... no me acuerdo. Lo que sí recuerdo perfectamente era el escote que
tenía, se te veían todas las tetas, un poco más y nos mostrabas los pezones
también. Mis amigos se quedaron enloquecidos con vos, durante semanas tuve que
aguantar sus burlas, todos me hacían chistes diciéndome que te querían coger o
simplemente recordándome lo buena que estaba mi madre.
»Después de verte así, mis amigos, comenzaron a buscar
excusas para que nos reunamos en mi casa y vos mamá, no dejaste pasar la
ocasión. Aparecías en cada oportunidad con grandes escotes, mostrando todas las
tetas, o con polleritas cortas o pantalones ajustados, mostrándoles el orto.
Sabía que mis amigos se mataban a pajas pensando en vos y vos les alimentabas
la fantasía constantemente. Con el tiempo esto dejó de molestarme. Eso pasó
cuando uno de mis amigos me hizo ver que yo podía verte cada vez que quisiera y
que ellos tenían que conformarse con verte cada tanto. Él lo dijo en broma pero
supe que tenía razón, yo vivía con vos y... no te voy a mentir, siempre me
atrajo la voluptuosidad de tu cuerpo.
»Al saberme en una posición privilegiada, empecé a
disfrutar cuando andabas por la casa con poca ropa, especialmente cuando
andabas en ropa interior, eso mis amigos no podían verlo, al menos no en aquel
entonces. A veces te ponías tangas tan ajustadas que se te marcaba toda la
concha, yo me limitaba a mirar y después me encerraba en la pieza, para hacerme
una paja.
»Todo iba bien hasta que comencé a notar una actitud un
tanto más provocativa de vos hacia mis amigos, ya no te limitabas a andar
delante de ellos con poca ropa, sino que te les acercabas cada vez más, los
acariciabas, les apoyabas las tetas en la espalda y, a veces, hasta te sentabas
arriba de ellos. Hacías que todo parezca casual, pero si yo noté como a los
pibes se les paraba la pija, seguramente vos también lo notaste... y estoy
seguro de que eso te gustaba. A mí... me gustaba, me ponía celoso, pero me
gustaba. Me excitaba mucho.
»Luego ocurrió algo que me dejó muy sorprendido. Te vi...
y no vas a poder negármelo, porque te vi con mis propios ojos, haciéndole un
pete a Santi, uno de mis amigos. No te das una idea de lo que fue para mí ver
eso. Yo estaba buscando a Santi por toda la casa y no me podía imaginar que lo
encontraría adentro de tu pieza, con los pantalones por las rodillas mientras
vos le chupabas la verga. Para colmo se lo hacías con una pasión, con una
devoción... parecías una puta.
»Santi nunca me contó eso, él podría haberme hecho miles
de bromas diciéndome que mi mamá le chupaba la verga. Es el sueño de cualquier
chico de dieciocho o diecinueve años. Esas bromas son constantes pero casi
siempre carecen de fundamento lógico, pero él tenía algo real... a él sí se la
habías chupado. Creí que tendría que aguantar sus comentarios durante años y me
sorprendió que no me dijera nada. Entonces me di cuenta de que vos seguías
chupándosela... o tal vez también te lo cogías, a escondidas; pero habías
tomado la precaución de decirle que no debía contar nada a nadie. Supuse que lo
habías amenazado con terminar la aventura si él contaba algo.
»Después de esto hubo una noche en la que te encontré
durmiendo, sola, con la puerta de la pieza abierta. Entré a la pieza y vi que
estabas en tetas. No recordaba haberlas visto... completas. Me acerqué y me
quedé mirándolas imaginando si Santi ya las había visto. También te miré la
boca y no podía dejar de imaginar cómo sería si me la chuparas a mí. Nunca
dejaba de verte como mi mamá... eso no se me olvidaba, y me... calentaba más.
»Esa noche no hice más que mirar, pero unos días después
volví a entrar a tu cuarto mientras dormías y vi que las sábanas no te tapaban
y tenías puesto solamente una bombachita negra, muy apretada. Con mucho cuidado
me acerqué a vos y te acaricié las piernas, te miré la concha y me animé a
mover un poquito la bombacha, pero te moviste y me fui de ahí, corriendo.
»Me quedé muy nervioso porque pensé que me retarías, pero
nunca viniste a decirme nada. Por eso seguí. Entraba en tu dormitorio cada vez
que podía e intentaba ver cada vez más. Una noche te encontré durmiendo boca
arriba, con las piernas medio separadas. Esa noche metí la mano por la parte de
arriba de la bombacha y te acaricié los pelitos de la concha. Para mí fue algo
increíble, nunca había tocado a una mujer... de forma tan íntima. Necesitaba
sentir el calor de una mujer... el calor del sexo. Mi gran error fue confiarme
demasiado, creer que vos no te dabas cuenta. Por lo general soy muy seguro de
mí mismo y eso me lleva a cometer errores de este tipo.
»Aquella noche, en la que llegué a tocar tus pelitos
también conseguí apartar la bombachita y verte toda la concha. Me volví loco...
loco e imprudente. Te acaricié los labios y el clítoris... tu olor me mataba...
era muy intenso. Intenté meter un dedo por el agujerito de tu vagina, pero
estaba seca. Creí que si me mojaba el dedo con saliva y después te tocaba, te
ibas a despertar. El riesgo era muy grande, pero de todas formas lo hice... y
te metí el dedo. Vos ni te moviste, te quedaste rígida como una momia. Nunca se
van a poder imaginar lo que sentí en ese momento, nunca había imaginado que una
concha se sintiera así por dentro... tan caliente y húmeda. En ese momento todo
el riesgo valió la pena.
»Una cosa llevó a la otra, cada vez me animaba a más y
vos parecías tener el sueño más pesado del mundo. A veces me emocionaba mucho
tocando y metía hasta tres dedos, los movía para todos lados y vos nunca te
despertabas, seguías durmiendo tan tranquila como siempre. Una... una vez hasta
llegué a pensar en metértela... pero no me animé a tanto. Me estaba volviendo
loco, quería coger con alguien... pero justo conocí a una mina en un boliche,
se llamaba Lilia, tenía unos treinta años y estaba bastante experimentada en
cuestiones sexuales. Comencé a salir con ella y me enseñó mucho. Cada vez que
nos veíamos cogíamos todo el día. Ella me enseñó muchas cosas sobre dominación
y así fui olvidándome, en parte, de vos mamá. Te juro que si hubiera conocido a
Liliana antes, no hubiera hecho lo que hice.
Cuando Ariel terminó de narrar su historia me quedé en
silencio esperando a que mi tía dijera algo, pero ella sólo miraba a su hijo,
espantada, estrujándose las manos. De pronto parecía que la que había regresado
a su infancia era ella, la mujer peleadora, fuere e irascible que tanto
conocía, se había esfumado para dejar sentada sobre esa cama a una madre
preocupada y atemorizada.
–¿No tenés nada para decirle a tu hijo? –le pregunté,
ella giró bruscamente la cabeza para mirarme, como si hubiera olvidado que yo
estaba allí–. Él hizo un gran esfuerzo para sincerarse con vos, creo que corresponde
que vos hagas lo mismo –continuó en su estado semi-catatónico–. Vamos, tía, no
me tomes por idiota; tal vez tu hijo lo sea, pero yo sé, como mujer, que allí
hubo mucho más que lo que él contó. Debería tratarte de hipócrita por quejarte
tanto de lo que hicimos al jugar al Póker, pero no lo voy a hacer... siempre y
cuando nos cuentes tu versión de los hechos.
–Yo... te dije que me enojé porque me dio miedo. Me dio
miedo de que, con sus jueguitos, hicieran confesar eso a Ariel, no quería que
lo juzgaran –miró una vez más a su hijo y le agarró las manos–. No soy mala,
hijo, solamente te estaba protegiendo... me desesperé, no sabía qué hacer. Vos
sos lo único que tengo en la vida...
–Eso no es cierto, tía –la interrumpí–, también tenés a
tu hermano, quien te quiere mucho, y a toda tu familia. Vos siempre fuiste un
tanto reacia con nosotros, ahora entiendo que eso se debe a las diferencias que
tuviste con mi mamá, pero me gustaría que eso quedara en el pasado y que te
acercaras más a nosotros.
–Nadia tiene razón, mamá –intervino Ariel–, ellos son una
familia muy unida, que se quieren mucho... eso se les nota. Incluso la tía Viki
me contó lo mucho que quiere a su familia y eso también te incluye a vos
–Analía frunció el ceño–. Ella no te odia mamá, es una buena mujer; pero tu
personalidad y la de ella son muy diferentes y chocan constantemente. Vos sos
peleadora y desafiante por naturaleza, ella es orgullosa y competitiva. No le
gusta que la desprestigien. Después de acostarme con ella me dijo: «Ahora
respetame, pendejo, porque si no me vas a conocer enojada en serio... y eso no
te va a gustar».
–Porque te está dejando claro que lo que hace con vos no
es más que un juego, Ariel –dijo mi tía–. No te quiere en serio.
–Sé que es un juego, mamá. No soy tan tonto. Todo esto
fue un juego, la única que no lo entendió fuiste vos.
–Otra vez estamos con lo mismo –se quejó–, la mala de la
película soy yo.
–Y... la buena no sos –le dije–. Pero acá todos hemos
hecho cosas malas, todos fallamos en algún momento y nos ha costado mucho
asumir esos errores. Contá lo que pasó con Ariel, sé sincera. Sé que nunca le
dijiste esto a nadie, porque de lo contrario no estarías tan reacia a hacerlo.
Nosotros vamos a intentar comprenderte, sin juzgarte. Ariel contó algo bastante
difícil de digerir, pero se animó a ser honesto y yo le valoro eso. Me gustaría
que vos hicieras lo mismo y estoy segura de que él también te lo valoraría.
Sacate un poquito ese orgullo que no es más que una barrera de aislamiento que
te armás para no afrontar los problemas.
–Es cierto, mamá. A veces me molesta que seas tan
orgullosa y no me cuentes nada de lo que te pasa. Me jode no saber en qué
pensás... hoy me enteré más cosas de tu vida de lo que supe en toda mi vida.
Sabía que eras algo... promiscua, pero no sabía que habías quedado embarazada
de mí teniendo sexo con varios hombres al mismo tiempo... pero eso no me
molesta, no te juzgo... es tu forma de disfrutar del sexo. A mí me gusta la dominación
y a Nadia... bueno creo que a Nadia la gusta la pija y punto –asentí con la
cabeza–, pero también le provoca hacerlo con su familia. ¿Vos podés juzgarla
por eso?
–No, no puedo –confesó agachando la cabeza–. Está bien,
les voy a contar; pero para que me comprendan mejor tengo que contarles algunas
cosas sobre cuando yo tenía la edad de ustedes, más o menos... vos Nadia ya
estás un poco más al tanto por lo que hablamos hace unas horas, pero no te
conté todo –guardó silencio y nos miró detenidamente una vez más; comenzó a
hablar justo cuando yo estaba por incitarla a hacerlo–. A veces parezco tonta,
pero no lo soy. Tal vez no sea brillante, como tu mamá, Nadia; pero soy
consciente de lo que provoco a mi alrededor, lo fui siempre. Sé que más de una
vez tu padre me ha mirado con otros ojos y puede que yo también lo haya visto a
él de la misma forma; sin embargo nunca me olvidé de que somos hermanos.
–Pero más de una vez vieron al otro practicando sexo –le
dije.
–A eso voy, no te me adelantes –me dio dos suaves
palmaditas en la pierna–. Buscamos, sin hablarlo siquiera, una forma en la que
pudiéramos compartir el sexo... bueno, la que más buscó eso fui yo, quería
llamar su atención dentro de un plano más sexual, no me preguntes por qué,
simplemente me nació hacerlo, era joven y bastante calentona. Primero intenté
hablar con él, contarle lo que hacía... contarle de mis andanzas con los
hombres y de cómo disfrutaba el sexo con ellos; pero Pepe nunca fue un tipo muy
conversador y contarle era prácticamente un monólogo sin sentido, porque él ni
siquiera demostraba interés... tal vez lo tenía, pero no lo aparentaba.
–Mi papá es así, es difícil saber en qué piensa... a mí
me llevó mucho tiempo darme cuenta de ciertas cosas, y hay muchas otras que no
las entiendo –pensé en las libertades que le daba a mi madre al acostarse con
Ariel, por ejemplo.
–Claro, él es así. A mí me costó mucho acercarme, para
colmo tu madre se metió en el camino... no lo digo como algo malo, sé que él
fue, y sigue siendo, muy feliz con ella; sin embargo en aquel entonces yo
quería a Pepe solo para mí.
–Eso quiere decir que vos también tenías inclinaciones por
el sexo entre parientes –acotó Ariel, su madre lo miró e inmediatamente bajó la
cabeza.
–Nunca dije que no las tuviera, simplemente dije que me
parecía que estaba mal... porque entiendo lo fuerte que puede ser esa sensación
y los problemas que puede traer. Como ya imaginarán, la tensión sexual con mi
hermano siempre existió, pero me di cuenta de que estaba provocando actitudes
en él que me incomodaban mucho, cuando se me acercaba no quería que se rompiera
ese vínculo de hermanos. No sé cómo explicarlo...
–Cuando lo tenías lejos, lo querías cerca... y cuando lo
tenías cerca, lo querías lejos –sugerí.
–Sí, algo así... para que entiendas, Ariel, algo muy
parecido me pasó con vos... y te pido perdón por eso. Me siento una pésima
persona pero admito que he llegado al punto de mirarme en el espejo y buscar
algún atuendo muy provocativo, donde se me marcara la vagina o se me asomaran
un poco los pechos... en fin, cualquier cosa que pudiera provocar una imagen
sexual en quien me viera... y quien tenía que verme eras vos. Tengo un enorme
defecto: me gusta sentirme deseada, es algo que me fascina, me vuelve loca
saber que estoy calentando a un hombre y llegué a cometer la enorme imprudencia
de jugar a ese jueguito erótico con mi hermano y luego con mi hijo.
–Y te salió muy bien –interrumpió Ariel–, a mí me
calentaba muchísimo verte con alguna tanguita medio apretada o con las tetas al
aire.
–Lo sé, siempre lo supe... también sabía que te
masturbabas pensando en mí y... y yo también lo hacía.
–¿Pensando en mí? –preguntó su hijo sorprendido.
–No exactamente, lo hacía pensando en el contexto
general, en lo que había logrado. Como ya sabés también empecé a hacer ese
jueguito con algunos de tus amigos. Tanto ellos como vos aprovecharon para
toquetearme cuando tenían la oportunidad. Tu amigo Santiago me arrimó un montón
de veces y llegó a acariciarme la vagina por arriba de la bombacha en más de
una ocasión. La gran diferencia entre Santiago y vos, era que a él sí me lo
podía coger. Estoy segura de que esa vez que me viste haciéndole un pete no fue
la primera vez que se lo hice, ni la última.
–¿Te cogiste a otro de mis amigos? –Analía esquivó la
mirada de Ariel–. No te lo digo como reproche, mamá. Si lo disfrutaste,
entonces me alegra que lo hayas hecho. Si vamos al caso yo me cogí a la tía y a
Nadia, lo hice sabiendo que podía estar mal, pero lo disfruté y lo volvería
hacer. Si vos te cogiste a todos mis amigos, entonces bien por vos.
–No me cogí a todos, solamente a dos.
–Bueno, eso me sorprende, pensé que iban a ser más. ¿A
quiénes?
–A Santiago y a Leonardo.
–¿Leonardo? Pero si el Leo es puto... le gustan los
hombres.
–Eso no es cierto –Analía frunció el ceño–. No me gusta
que digan eso del chico, es un buen pibe y ustedes lo atacan. Él sufre mucho
con eso porque los quiere un montón... como amigos.
–¿Y vos cómo sabés tanto?
–Porque hablé con él. Me contó todo lo que le pasaba...
ustedes se burlan de él porque es medio amanerado y tiene la voz finita, pero
él es heterosexual. Cuando me contó todo le dije «Vos vas a coger conmigo y si
querés contale a todos tus amigos». La primer parte la hicimos, me demostró que
no es nada maricón, me dio con ganas y tiene la verga bastante grande, la pasé
muy lindo. La segunda parte no la hizo, porque él es un buen chico y no necesita
estar haciendo alardes de su vida sexual, además él pensaba que vos te podrías
tomar a mal si te enterabas que lo hizo conmigo.
–Lo voy a matar... –dijo con el ceño fruncido, apretando
los puños.
–¿No era que no te importaba?
–Pero... pero... es puto...
–Qué pajero que sos, Ariel –intervine–. ¿Así tratás vos a
tus amigos? ¿Tanto te jode reconocer que el chico no es gay? O tal vez te jode
más saber que un “puto” se cogió a tu mamita.
–Yo creo que a él lo que más le molesta es saber que sus
amigos llegaron a donde él quería llegar –dijo Analía acariciándole una
pierna–. Te conozco como si fuera tu madre, Ariel... sé que no fuiste del todo
sincero al decir que no te importa si yo me acostaba con ellos. No te gusta
quedar segundo, ni tercero... no te gusta para nada que te dejen afuera. Vos te
me acercaste muchas veces, me tocaste, me arrimaste... pero ellos fueron más
allá, ellos me abrieron las piernas y me la metieron toda –el corazón me dio un
vuelco al ver que la mano de mi tía iba subiendo lentamente por la pierna de su
hijo, los pezones se me pusieron duros al instante y creo que dejé de respirar
mientras observaba la escena–. Vos te calentabas con el olor de mi concha, pero
ellos me escucharon pedirles que me la chuparan –la mano de mi tía se cerró alrededor
de la verga de Ariel, él la miró mudo, anonadado, como si le hubieran dado un
cachetazo sin razón alguna–. Yo me puse en cuatro para ellos y dejé que monten
como a una yegua –el miembro de Ariel se estaba poniendo duro rápidamente, su
madre seguía estrangulándolo con firmeza–. No te culpo por eso, hijo, yo
también soy celosa de la gente que quiero. ¿Vos qué pensás, Nadia, hay algo de
malo en que un chico se caliente con su madre? –por su tono de voz supuse que
buscaba en mí una confirmación a algo que ya le había dicho antes, por lo que
no podía titubear.
–No creo que tenga nada de malo, siempre y cuando a la
madre no le moleste.
–Entonces le puedo decir a Ariel que a mí no me molesta.
Es más... podría decir que me gusta –sonrió–. Sí, me gusta. No hay nada de malo
en eso ¿cierto?
–Al menos yo puedo decir que no –dije con seguridad–,
pero eso depende de cada persona... y de cada familia.
–¿En nuestra familia eso no estaría mal? –sus preguntas
sonaban a peticiones, era como si estuviera pidiéndome permiso para seguir
adelante.
–En nuestra familia ya pasaron estas cosas, nadie los
juzgaría –Ariel nos miraba boquiabierto, su verga quedó completamente parada
entre los dedos de su madre.
La mano de Analía comenzó a subir y bajar lentamente. Mi
primo y yo nos quedamos en silencio, a la expectativa. Me dio la impresión de
que mi tía estaba librando una gran lucha interna, dejó de mirar a su hijo a
los ojos y miró directamente la punta de su miembro.
–¿A vos te gustaría sentir lo que sintieron tus amigos? –preguntó,
rompiendo el silencio.
Ariel no contestó y ella no esperó respuesta, bajó la
cabeza tanto como pudo y le dio una lenta lamida a la cabeza del pene, luego se
quedó quieta, mirándolo fijamente, su respiración se agitó. Dio una nueva
lamida y volvió a quedarse estática, su hijo miraba boquiabierto sin emitir
sonido alguno. Me pareció ver que mi tía dudaba, por lo que me apresuré a
acostarme boca abajo en la cama y me puse a su lado, sin pedir permiso le pasé
la lengua a la verga, como si se tratase de un helado, cuando llegué a la
punta, le di un chupón, emitiendo un chasquido, luego me aparté. Analía
comprendió que mi intención era darle coraje, se puso en la misma posición que
yo, a lo largo de la cama, y ya sin ninguna duda, comenzó a mamar la verga de
su hijo con una maestría que sólo podía tener una mujer que había chupado
muchas vergas a lo largo de su vida. La chupó con tanta intensidad que Ariel
comenzó a jadear y a contorsionarse, dobló su espalda hacia atrás y con una
mano apretó la cabeza de su madre. No quería interrumpir tan lindo momento
entre madre e hijo, pero yo también estaba muy caliente, y quería mi parte de
esa verga, por lo que me puse a lamerle los huevos y la parte baja de la misma,
al mismo tiempo que me masturbaba, pasando un deditos entre los labios de mi
rajita.
No podía leer la mente de Ariel, pero estaba segura de
que él hubiera permitido que todos sus amigos se cogieran a su madre, al mismo
tiempo, si con eso consiguiera que ella le chupara la verga; todo el su
sufrimiento había valido la pena y yo estaba ahí para compartir ese gran
momento con él y con mi tía.
Analía me permitió hundir toda la verga en mi boca,
mientras ella cambiaba de posición. Estuve mamando plácidamente durante unos
cuantos segundos y cuando me di la vuelta vi su inmenso culo a pocos
centímetros de mi cara, con una jugosa concha de gruesos labios esperando a ser
penetrada. Se había puesto en cuatro, en una entrega total hacia su hijo. Ariel
se apresuró a ponerse de rodillas y justo cuando la tomó por la cintura ella le
dijo:
–Sacate las ganas, mi amor. Cogete a tu mamita...
Ariel se abalanzó contra ella con una ferocidad tremenda,
le hundió toda la verga, hasta los huevos, de un solo empujón y ni bien la
metió completa, la sacó, sólo para volver a hundirla. Mi tía aguantó
estoicamente sin gritar, yo lo hubiera hecho de puro dolor, pero ella estaba
mucho más acostumbrada que yo a recibir vergas en su almejita.
No entendía de dónde sacaba tanta energía mi primo, esa
misma noche se había cogido con furia el culo de mi madre, me había dado a mí,
con mucha fuerza y con su madre no se quedaba atrás. Aferrada a ella sacudía su
cadera de atrás hacia adelante, hincándole la verga una y otra vez, mientras
ella parecía gozar plenamente con los ojos cerrados y la boca abierta. ¿Sería
totalmente consciente de que esa verga no era cualquiera, sino la de su propio
hijo? ¿Sería consciente de que su hijo se la estaba cogiendo como si fuera una
puta cualquiera? Me di cuenta de que eso me causaba mucho morbo en mi primo, su
irrespetuosidad hacia las mujeres al momento de cogerlas, me gustaba ese sexo
salvaje, al que mi hermano recurría por torpeza y mi padre por experiencia.
Mientras veía cómo cogían, se me ocurrió una gran idea,
algo que haría que el incesto quedara grabado de forma permanente en mi
familia. Salí del cuarto en busca de mi padre, fui hasta el último sitio en el
que lo había visto, junto a la cocina, pero no vi ni rastros de él o cualquiera
de mis hermanos. Supuse que tal vez ya se habían ido a dormir, por lo que me
dirigí hacia el dormitorio de Eric, pero allí estaba mi madre, durmiendo sola y
desnuda. Cerré la puerta sin hacer ruido; no quería despertarla. Mi cuarto
estaba tal y como lo había dejado al salir de allí con Ariel. No me quedaba
otro sitio dónde buscar que en el cuarto de Alberto.
Estuve a punto de golpear la puerta cuando escuché unos
agudos y agitados gemidos femeninos que provenían de adentro. No tuve que
forzar mucho mi imaginación para vislumbrar lo que debía estar ocurriendo allí.
Abrí la puerta de par en par y me encontré con Eric, de rodillas en la cama,
delante de él, acostada bocarriba y con las piernas muy abiertas, estaba Mayra,
recibiendo toda la hombría de su hermano dentro de su apretada conchita. Eric se
sacudía con fuerza, dándole violentos topetazos, ella gemía cada vez que le
metían la pija hasta el fondo; temía que él, con su gran miembro, la partiera a
la mitad, pero la pequeña vagina de mi hermana parecía tener una enorme
elasticidad, se estiraba y se contraía de forma increíble cada vez que la verga
entraba y salía. La escena no finalizaba allí, cada una de las manos de Mayra
estaba agarrando un pene erecto, como si fueran dos grandes manijas de las que
podía sostenerse. Cuando no gemía se llevaba una a la boca y la chupaba o hacía
girar su lengua alrededor del glande. Tanto mi padre como mi tío Alberto
observaban a la pequeña con una cálida sonrisa en los labios.
Tuve que hacer ruido, aclarando mi garganta, para que se
fijaran en mí. Todos quedaron paralizados al instante, Eric giró su cabeza para
verme y Mayra, que tenía la concha cubierta de flujos y la cara salpicada de
saliva y, posiblemente, algo de semen también, me miró como si yo fuera un
policía que la descubrió con las manos en la masa, en medio de la escena de un
atroz crimen.
–¡Qué lindo! –exclamé con tono autoritario, como si los
estuviera retando.
–Fueron ellos –se apresuró a decir Mayra–, ellos me
forzaron... yo soy una inocente niñita y ellos se aprovecharon de mí.
–Vos sos inocente cuando te conviene –le dije con una
sonrisa pícara–, por mentirosa te merecés que te cojan toda la noche, sin
parar.
–Puedo con eso... ¿Querés venir? –me invitó.
–No, pero... ¿me prestás a uno?
–¡Ufa! Bueno, llevate a Eric.
–¡Hey! ¿A mí por qué? –todos empezaron a reírse cuando mi
hermano se quejó.
–Porque ya acabaste, ya no me servís para nada –dijo
Mayra; para demostrarlo se hizo un poco hacia atrás, la verga abandonó su
apretada cuevita y de la misma empezó a chorrear blanco semen en gran cantidad,
era una escena maravillosa, me dieron ganas de chupársela y beber de esa
cascada de leche, pero me aguanté.
–Lamento decirte que quiero llevarme a papá, tengo que
mostrarle una cosita.
–¿Qué cosita? Si ya te vio todo –se quejó la pequeña–,
llevátelo al boludo ese y no jodas.
–¡Che! Estoy acá –se quejó Eric una vez más; pero lo
ignoramos completamente.
–¿Qué tenés que mostrarme? –preguntó mi papá bajando de
la cama.
–Es una sorpresa, acompañame –él asintió con la cabeza y
comenzó a caminar hacia mí.
–Pero yo quiero que me cojmpffff.... –Mayra no pudo
pronunciar la última palabra porque mi tío Alberto le clavó la verga en la boca
y la sujetó por la cabeza.
–Vayan tranquilos –dijo mi tío riéndose–, de esta putita
me encargo yo, no le van a quedar ganas de quejarse –Mayra, sin chistar, se
puso a chupar la verga con mucho ímpetu mientras se frotaba el clítoris con uno
de sus pequeños deditos.
Me hubiera gustado quedarme un rato más, para ver cómo mi
tío se cogía a Mayra, pero tenía algo mejor en mente. Salí contoneando mis
caderas, esperaba que mi culito estuviera parado y que pareciera una jugosa
manzana, para que mi padre me siguiera preso en un trance hipnótico. No debió
ser muy diferente a lo que yo imaginaba, ya que llegamos hasta su cuarto sin
que dijera una palabra. Giré y le dediqué una lujuriosa sonrisa, luego abrí la
puerta para mostrarle la maravillosa escena. Su querida y putita hermanita
estaba montándose a su propio hijo como si fuera un jinete de rodeo. Sus
grandes y elásticas tetas saltaban para todos lados, ella tenía la cabeza
echada hacia atrás y mantenía los ojos cerrados mientras gemía y chillaba como
cerdo en el matadero. Pepe me miró boquiabierto, no había notado esa mirada en
él desde la primera vez que le chupé la verga.
Ariel sostenía los muslos de su madre y ocasionalmente
arqueaba su cuerpo para hundirle la verga hasta el fondo cuando ella subía.
Esto la hacía gemir con más fuerza. Antes de que mi padre pudiera reaccionar,
le agarré la dura verga con una mano y comencé a masturbarlo muy lentamente, con
tiernas caricias... de una hija devota hacia su padre. Con un gesto de la
cabeza le indiqué que se acercara a la cama, nos quedamos quietos junto a la
pareja que cogía sobre ella. Mi tía podría haberle explicado a mi padre lo
mucho que fantaseó con su pija durante años, podría haberle explicado lo mucho
que deseaba darle una probadita y hasta podría haberle pedido permiso, pero
Analía no era así, simplemente se inclinó hacia su derecha, agarró la gruesa y
venosa verga de Pepe y se la llevó a la boca, prácticamente atragantándose con
ella. La dejé disfrutar de esto e hice mi parte, me agaché y hundí la cabeza
entre sus piernas y el cuerpo de mi primo, el olor a sexo me invadió, me
provocó mucho. Abrí la boca, saqué la lengua y comencé a lamer todo lo que
tuviera delante, ya sea la concha de mi tía o la verga de Ariel, no me
importaba, las dos cosas me gustaban. Ella abrió un poco más las piernas,
permitiéndome llegar a su clítoris, lo lamí con la puntita de mi lengua
mientras escuchaba sus gemidos ahogados por la pija de mi papá.
Pocos segundos después sentí dos de los gruesos dedos de
mi padre, penetrando mi vagina. A pesar de la fuerza que lo caracteriza, los
dedos se hundieron en mí con gran suavidad, dándome el tiempo necesario para que
se me dilatara la concha y así poder disfrutar del gran placer de tenerlos
dentro de mí. Me sorprendió la naturalidad que mostró mi padre para unirse al
sexo, sin decir ni una palabra, como era característico de él; ese hombre
continuaba siendo un gran enigma para mí, uno que quería resolver.
Me fascinaba poder ver en primer plano la pija de Ariel
perdiéndose dentro de la concha de su madre, Analía la tenía muy dilatada, por
lo que le entraba toda con enorme facilidad, dejándola llena de flujos, los cuales
yo recolectaba con mi lengua. En un momento ella se levantó y la verga salió en
su totalidad, me apresuré a engullirla toda y empezar a mamarla. Me interrumpió
la voz de mi tía cuando dijo:
–Haceme el orto, Pepe.
Levanté la cabeza y miré a mi papá, él tenía una sonrisa
amistosa en sus labios, desde ese ángulo lo veía como un guerrero mítico, con
su pecho hinchado, su mandíbula cuadrada perfectamente afeitada y el color ocre
de su piel, a todo esto había que sumar su imponente verga, la cual estaba erecta
en toda su longitud. Antes de que decidiera meterla en el culo de su hermana,
me acerqué y se la mamé durante unos segundos, le chupé los huevos y miré todo
el tiempo hacia sus ojos, me sentía su hembra, quería que me hiciera suya; pero
eso debía esperar, lo primero era recuperar el tiempo perdido con Analía. Lo
liberé y escuché que le decía con voz grave, a su hermana, que se pusiera de
rodillas, ella se puso en cuatro, dejando la verga de Ariel ante su boca,
comenzó a comerse los huevos de su hijo.
–Yo también quiero un culito –dijo Ariel.
Le respondí con una sonrisa libidinosa. Me coloqué encima
de él, dándole la espalda. Abrí las piernas como una rana y bajé mientras él se
agarraba la verga con fuerza. La sensación fue hermosa, no tuve que hacer otra
cosa que seguir bajando para que ese largo pedazo de carne se introdujera en mi
culito. Cuando lo tuve todo adentro comencé a gemir diciendo que me parecía una
delicia. A todo esto, mi padre humedecía con saliva el culo de su hermana y
ella miraba fijamente mi concha. Adiviné lo que cruzaba por su mente y le
ofrecí una pequeña pisa, mientras subía y bajaba, deleitando mi culito con la
verga de mi primo, abrí mi concha con dos dedos. Mi tía me miró a los ojos y le
dije una sola palabra: “Dale”. Ella comprendió, sin dudarlo abrió un poco la
boca y sacó la lengua, al segundo siguiente sentí cómo ésta jugaba con mi
clítoris. El placer llenaba mi cuerpo. Poco a poco ella se fue animando a más y
ya no se limitó a utilizar sólo la punta de su lengua, sino que comenzó a
chuparme los labios y a sorber todos mis jugos.
Analía soltó un bufido y apretó los dientes, levanté la
vista hacia mi padre y vi cómo él la tomaba con fuerza, con sus grandes manos,
por la cintura. Supe que la verga estaba entrando por ese culo que tanto se
había negado, imaginé lo mucho que le dolería al principio, debido al tamaño
del miembro, pero ella no se quejó ni una sola vez. Por el contrario, mi culo
parecía estar volviéndose cada vez más elástico, la verga de mi primo entraba y
salía rápidamente, produciéndome solamente placer.
Cuando supe que a mi tía ya le estaban dando duro y
parejo por el culo, decidí cambiar de posición. Con un poco de trabajo y a
riesgo de incomodar a todos, me coloqué debajo de ella, en sentido inverso. Mi
cara quedó justo debajo de su vagina, de la cual colgaban hilitos de flujo. La
lamí sin dejar de ver cómo el grueso tronco de mi padre se perdía dentro de ese
culo. Mi primo me levantó las piernas y volvió a clavarme por detrás, mientras
mi tía retomaba su tarea de chuparme la concha. Imaginaba que, a pesar de toda
su experiencia en el sexo, ésta sería una noche más que memorable, no sólo
porque se había cogido a su hijo y a su hermano, sino también porque, por
primera vez gozaba a rienda suelta del sexo anal y por primera vez probaba una
concha.
Estaba tan excitada y feliz por lo que estaba ocurriendo
que cerré los ojos, me agarré las tetas y comencé a emitir fuertes gemidos de
placer; esto pareció incentivar a mi tía, que empezó a chupármela con más
fuerza y a colarme un dedito. Podía escuchar cómo sus gemidos se ahogaban, mi
padre debía estar dándole bastante fuerte por la cola. Todos nos movíamos
arriba de esa cama que chirriaba de pasión y pronto podría ceder, si es que yo
no cedía antes. Convulsiones de placer nacían en el interior de mi cuerpo, los
gemidos no bastaban para expresar todo mi goce y sabía que pronto estallaría.
Esa verga entrando y saliendo de mi culo era mi perdición, me producía una
sensación muy extraña en la boca del estómago y podía notar cómo mi culito
cedía completamente ante su irrupción.
–Quiero las dos...
Escuché la jadeante voz de mi tía, cortándome la
inspiración.
–¿Las dos? –pregunté sin dejar de moverme.
–Sí, quiero que me den entre los dos...
–En un rato –le dije luego de expulsar otro gemido.
–No, ahora... las quiero ahora.
–Pero... pero...
–Dale, Nadia –insistió.
–¡Sos egoísta! –exclamé.
Me hubiera quedado a insistirle, pero me había molestado
tanto su actitud que me levanté y me puse de pie.
–¡Ahí tenés las dos! –gruñí.
Miré a mi padre y él sólo se limitó a levantar las palmas
de las manos en gesto de impotencia. Con el ceño fruncido di media vuelta y me
alejé. No podía creer que esa mujer fuera tan desagradecida, después de todo el
esfuerzo que yo había hecho para que llegue al sexo con su hijo y mi papá. Prácticamente
me estaba echando; ya entendía por qué mi madre no la soportaba.
Hecha una furia salí del cuarto y me dirigí directamente
hacia el baño. Estaba lavándome la cara cuando la puerta del baño se abrió. A
través del espejo vi el amplio pecho de mi hermano Eric, me di la vuelta y me
encontré con su sonrisa, al parecer le agradaba verme reclinada sobre el
lavamanos. Inmediatamente miré su verga, supuse que la encontraría firme y
erecta, pero ésta colgaba lánguidamente. Sin decirme nada se me acercó y me
tomó por la cintura, su pene flácido se posó contra los labios de mi húmeda
vagina.
–¿Vos creés que se te va a volver a parar? –le pregunté.
Podría haberme hecho la difícil, pero la verdad era que
estaba muy necesitada de sexo, quería el último orgasmo de la noche antes de
irme a dormir.
–Por supuesto, a mí siempre se me para.
–Sí, sé que sos un “pitoduro”, pero ya acabaste muchas
veces en lo que va de la noche, dudo que aún te quede leche para poner eso en
marcha.
–Vas a ver que sí –me apretó las tetas con sus pesadas y
torpes manos.
–¡Che! Me hacés mal, no son pelotas de fútbol.
–Pero parecen. Me gusta apretarlas, estás muy buena,
hermanita.
–Gracias –sonreí–. Si querés, podés darme por el culito,
lo tengo bien abierto.
No podía enojarme con él por ser torpe, sólo buscaba lo
mismo que yo, coger. Comencé a frotarme contra su bulto, esperando a que se le
pusiera duro.
–¿Qué hace Mayra? –le pregunté mientras aguardaba.
–Sigue con el tío Alberto.
–Es lógico, ese tipo habrá fantaseado un millón de veces
con cogerla, no la va a soltar tan fácil ahora que la tiene solita para él.
–No sabía que Mayra era tan puta.
–Ella dijo que ustedes la provocaron, ¿qué esperabas?
–No, eso era mentira, ella fue la que empezó. Cuando
estábamos hablando en el patio interno ella dijo: “¿Por qué no me llevan a una
pieza y me cogen entre los tres?”.
–¿De verdad? Eso sí me sorprende. Pero dudo que le haya
costado convencerlos.
–La verdad que no... papá dijo que no veía nada de malo
en eso y fuimos a la pieza del tío Alberto. Lo primero que hizo fue empezar a
chupármela y le pidió a papá que se la metiera por la concha.
–¿Y papá lo hizo? –pregunté a pesar de que ya imaginaba
la respuesta.
–Sí, no sé cómo le entró, ella tiene la concha muy
chiquita.
–Te sorprenderías de la elasticidad que puede tener una
concha... hablando de eso, ¿cuándo me vas a abrir la mía? Todavía no se te puso
dura.
–Ya va...
–No voy a estar toda la noche esperando a que se te pare,
Eric.
Tuve que cambiar de estrategia, me puse de rodillas ante
él y me metí su flácida verga en la boca. La engullí toda y la chupé con ganas,
se sentía raro chupar algo tan blandito, que parecía bailar dentro de mi boca,
pero era agradable. Esperaba que con esto se le parara, pero no hubo caso, por
más que acaricié sus huevos y lo masturbé durante un buen rato, ya no se le
paró.
–Lamento decirte, hermanito, que se te murió el
amiguito... y no lo vas a poder enterrar en ningún lado.
–No, ya se me va a parar –noté que tenía el orgullo
herido.
–Eric, no te preocupes, en serio, ya debés estar cansado.
¿Cuántas veces acabaste esta noche? Es lógico que ya no puedas más. Mejor andá
a dormir y mañana lo hacemos.
–¿Lo prometés?
–Sí, lo prometo.
Lo dejé solo en el baño y me fui con toda mi calentura a
otra parte. Podría haber vuelto al cuarto de mis padres e incluso podría haber
entrado al de mi tío Alberto y unirme a él y Mayra, pero necesitaba acostarme
en una cama y cerrar los ojos durante un rato ya que me dolía mucho la cabeza.
Una vez que me acosté sentí un enorme alivio físico y
mental, estaba agotada. El estar en total oscuridad también me ayudaba mucho,
la cabeza me daba vueltas; pero seguía muy excitada. Decidí hacerme una rica
paja y una vez que acabara me iría a dormir. Acaricié mis partes íntimas con
suavidad, pero luego me dije a mí misma que necesitaba emplear algo más
intenso, por eso me colé dos de los dedos de una mano y con la otra me froté el
clítoris. Mantuve los ojos cerrados e imaginé la hermosa cogida que me había
dado mi padre esa misma noche; a pesar del incidente con Analía, estaba feliz,
había logrado estableces un vínculo sexual con mi padre y esperaba que tener la
oportunidad de pasar al menos una noche a solas con él. Estuve un largo rato
haciendo masturbándome, con bastante celeridad.
El ruido de las bisagras me puso en alerta, abrí los ojos
y miré atentamente, la puerta de mi cuarto se abrió repentinamente,
sobresaltándome. Levanté la cabeza y vi solamente su silueta dibujándose bajo
el marco de la puerta.
–Ah Eric, sos vos. Me asustaste, boludo. ¿Ya se te paró?
Entrá...
Él ingresó en silencio y cerró la puerta de tras de sí,
el cuarto volvió a quedar completamente a oscuras pero supe que se me estaba
acercando cuando lo sentí posarse dubitativo sobre mi cama. Continué pajeándome
lentamente, esperándolo con las piernas bien abiertas y la concha bien mojada.
De repente llegó a mí el delicioso aroma de un perfume, olía a hombre y me
encantó; pero no recordaba que mi hermano utilizara esa clase de perfumes. En
cuanto estuve por preguntárselo, una pesada mano, tan dura como una piedra, cubrió
mi boca.
–Así te quería agarrar, putita –me dijo una profunda y
extraña voz.
Comencé a sacudirme intensamente, presa del pánico, no
sabía qué estaba ocurriendo ni quien era ese tipo que me aferraba con tanta
fuerza. Quise
gritar, pero ningún sonido lograba salir de mi boca.
Continuará...
Comentarios
Como siempre genial
Tengo mucha curiosidad por tu siguiente entrega.
Por cierto, ya sé que te tomas tu tiempo para pulir tus relatos y de esa forma entregarnos lo mejor de ti en cada letra, sin embargo llevo esperando hace mucho, y me estoy volviendo loco.
Disfruto de tus relatos, me encanta como se mueven las letras según la situación en la que se encuentren los personajes.
Tú podrías eres la zorra (sin ofender y en buen plan) de las letras exóticas.
Me encanta!
Gracias.
Saludos!!!
creo que todos tus seguidores Henson esperado casi un año para el capítulo 11 de tu historia se bueno y publicala estamos seguros que tu ingenio sigue ahí la esperamos con ansias...
sp