El Fruto del Incesto (Malditas Uvas).
Capítulo 02.
Pidiendo ayuda a mis hijos.
Golpeé la puerta del
dormitorio de Luisa, mi hija. Ella no respondió. Estaba desesperada, no podía
quitar las uvas que, como una estúpida e inmadura, había introducido en mi
vagina. Intenté abrir la puerta, pero estaba cerrada con llave; mi impaciencia
se transformó en furia.
–¡Luisa, abrí! –volví a
golpear.
–¿Qué querés? –me respondió
ella empleando el mismo tono de voz que yo.
–Te estoy diciendo que abras
la puert...
La puerta se abrió.
Mi hija me miró con el ceño
fruncido, estaba prolijamente maquillada, su cabello formaba perfectos bucles y
llevaba puesto un corto vestido de noche, color vino tinto.
–¿Qué hacés vestida así? –le
pregunté.
–Me tengo que ir. Tengo una
fiesta.
–No, pará... primero tenés que
ayudarme con algo...
–¡Ah no, mamá! Otra vez no me
cagás la noche –la miré boquiabierta–. Siempre es lo mismo con vos, cada vez
que yo quiero hacer algo divertido con mis amigas vos empezás con que te duele
algo... con que te sentís sola... con que nadie te quiere... y lo único que
lográs es amargarme tanto que me quitás las ganas de salir... para quedarme dando
pena con vos. ¡Ya me tenés harta! Si estás deprimida... ¡entonces buscate un
macho que te atienda! A mí no me jodas. ¡Me voy!
Diciendo esto me dio un leve
empujón y pasó a mi lado hecha una furia. Luisa siempre había tenido carácter
fuerte, pero no acostumbraba a ser tan directa conmigo, sólo decía esas cosas
cuando estaba realmente enfadada. Me avergoncé de mí misma mientras la miraba
marcharse. ¿Esa era la imagen que tenía mi hija de mí? ¿Me creía una vieja
depresiva y aguafiestas? De pronto invadió mi mente una seguidilla de
recuerdos, sus acusaciones no estaban tan erradas, más de una vez me había
sentido mal, recurrí a ella y ella canceló su salida, siempre creí que lo hacía
por amor a mí; pero no se me ocurrió pensar que tal vez yo la estuviera manipulando
para que no salga... ya que yo no tenía con quién salir. ¿Un macho que me
atienda? Esas palabras dolían mucho... si yo tuviera un macho que me atienda
seguramente no sería la vieja depresiva en la que me convertí.
Volví abatida a mi dormitorio,
me sentía muy triste. Luisa tenía razón en todo lo que dijo... dolía mucho
admitirlo, pero tenía razón. No quería ser una mala madre, solo... solo
necesitaba a alguien que me hiciera compañía. Una lágrima se desprendió de mi
ojo, pero la sequé inmediatamente con mi mano, si lloraba sólo empeoraría las
cosas. Ahora no tenía quién me ayudara a quitar las uvas, sentí un horrible
escalofrío de sólo imaginarme la cara que pondría el ginecólogo de turno cuando
le contara lo que había hecho. ¿Y si esto quedaba dentro de mi parte médico y
luego distintos médicos lo leían? También podría ocurrir que el ginecólogo
tuviera alguna asistente y que luego de mi partida se pusieran a comentar lo
ocurrido y se rieran de mí diciendo cosas como: “Esa vieja se cree pendeja”, “¿Cómo
puede ser que a su edad siga haciéndose la paja y que se meta cosas por la
vagina?”, “Lo peor de todo era el culo... ¿visto lo abierto que lo tenía?,
seguramente se mete cosas por ahí también”. No podía tolerar semejante
vergüenza.
–¿Qué pasó mamá? –Giré la
cabeza y vi que mi hijo Fabián estaba parado en la puerta de mi cuarto con cara
de preocupación–. Escuché que discutías con Luisa.
–No pasa nada, hijo. No te
preocupes.
–Algo pasa, te veo muy mal.
¿Se pelearon porque vos no querías que ella salga a bailar?
–No, para nada... sólo le pedí
que me ayudara con algo... ella malinterpretó las cosas, se enojó, me gritó de
todo y se fue.
–¿Te gritó sólo por eso? ¡Qué
pendeja de mierda! La voy a llamar y le voy a decir de todo.
Fabián era algunos años mayor
que Luisa y siempre obraba como tal, su personalidad se diferenciaba mucho a la
de ella. Él era muy práctico, muy maduro, sumamente centrado y tranquilo. No
acostumbraba a salir mucho de la casa y por lo general nunca se metía en
problemas.
–No, Fabián. No quiero que se
peleen... además, ella tiene razón. Siempre le arruino las salidas.
–No es cierto, ella sale mucho
a bailar, tiene dieciocho años, no puede pretender salir todos los fines de
semana.
–De todas formas eso no viene
al caso... esta vez sí necesitaba que me ayudara con algo... creo que me pasó
como al pastorcito mentiroso; tanto gritar que venía el lobo... y cuando el
lobo vino de verdad, nadie acudió a ayudarlo.
–¿Y qué lobo vino a
amenazarte?
–No puedo contarte –bajé la
cabeza, avergonzada.
Pasados unos segundos lo miré
a los ojos, él parecía un hombre adulto, hasta su complexión física le aportaba
años que no tenía, su mentón cuadrado, su piel morena y su ceño serio hacían
que pareciera de treinta años, o más.
–¿Asunto de mujeres?
–preguntó.
–Sí, exactamente eso... es un
asunto muy femenino. Tu hermana era la única que podía ayudarme y ahora no sé
qué hacer, no quiero ir al... –me quedé callada porque me di cuenta de que
estaba hablando más de la cuenta.
–¿Ir a dónde?
–A ninguna parte –respondí.
–Mamá, no soy un nene idiota.
Podés contarme lo que pasa.
Miré a Fabián fijamente.
¿Podría él ayudarme con mi problema? Era sumamente vergonzoso confesarle lo que
había hecho y contarle cuál era el problema; sin embargo él sería reservado y
nunca le contaría a nadie. Mi secreto moriría con él... y tal vez yo me moriría
de la vergüenza. Intenté relajarme, respiré suavemente, mirando mis manos, las
cuales reposaban sobre mis rodillas. Sería cuestión de un minuto, sólo necesitaba
que alguien introduzca su mano, retire las uvas y problema resuelto... es
decir, el problema físico quedaría resuelto, el psicológico comenzaría a partid
de ese momento. Tendría que cargar con la imagen de mi hijo introduciendo los
dedos en mi vagina y él tendría que cargar con la noción de que su madre se
masturbaba... bueno, tal vez eso ya lo suponía y ni siquiera pensaba en el
asunto, pero sabría que además de hacerme la paja, lo hacía de forma poco
convencional.
Definitivamente no quería ir
al ginecólogo y debía considerar que si lo hacía, tendría que pedirle a Fabián
que me lleve, ya que yo no sabía manejar y él era quien se encargaba de
utilizar el auto... podría pedirme un taxi, pero él insistiría, me quitaría la
información de una u otra forma. No podía hacer otra cosa que contarle lo
ocurrido y dejar que me ayude.
–Te voy a contar, pero tal vez
no te agrade lo que vas a escuchar –le advertí–. Hace un rato estaba... –mordí
mi labio inferior; me sentí extraña al pensar en esa palabra, pero quería ser
lo más clara posible–, me estaba masturbando... y usé algunas de esas uvas
–señalé con un gesto de la cabeza el plato de uvas que estaba sobre mi mesa de
luz–. El problema es que se me quedaron adentro y no puedo sacarlas. Quería que
tu hermana me ayude, pero se fue... por eso te quiero pedir a vos que me ayudes
–lo miré, él tenía los ojos muy abiertos.
–Perdón mamá, pero no puedo
ayudarte con eso –se había puesto sorpresivamente incómodo, era extraño en él
porque solía ser un muchacho capaz de controlar sus emociones–. ¿Por qué mejor
no vas a un médico?
–¿A esta hora... un sábado...
por unas uvas de mierda? Me van a tener toda la puta noche esperando en la
guardia, atendiendo a los que realmente necesitan ayuda. ¿No me vas a ayudar?
–No... perdón... pero no
puedo.
–No podés o no querés? –Volví
a enfadarme– ¿Para qué carajo una tiene hijos si cuando necesita ayuda éstos la
ignoran? Te imaginaba más maduro, Fabián. Al fin y al cabo te estas comportando
como un chiquillo. Está bien, no te preocupes, ya voy a encontrar algo con qué
sacarlas.
–Te podés lastimar si usás
cualquier cosa. La vagina es una zona sensible, si te cortás con algo por
dentro podrías tener un gran problema.
–¿Si sos tan experto en
conchas, por qué no me ayudás? –lo que más me molestaba de Fabián era su
inoportuna forma de hablar, como si fuera una enciclopedia con todas las
respuestas.
–Porque sos mi mamá...
–¿Y eso qué tiene? Te estoy
pidiendo ayuda con un problema... nada más. Yo te vi las bolas durante muchos
años... inclusive cuando ya tenías edad para que no te las vea...
Sabía que eso era un golpe
bajo para él, indirectamente le recordé un suceso que había ocurrido hacía
apenas un año y medio, en el que lo sorprendí en el baño, sentado en el
inodoro, con la mano derecha en su verga, sacudiéndosela con la intención de
masturbarse. Fue una situación incómoda para ambos, pero hicimos como si nada
hubiera ocurrido.
–Está bien... está bien. Te
voy a ayudar –dijo con poca convicción.
–No, Fabián. Si no querés
hacerlo, no te puedo obligar.
–¿Otra vez con lo mismo, mamá?
–¿A qué te referís?
–Es que siempre hacés lo
mismo... exigís que haga algo y cuando accedo, empezás a decir que ya no tengo
que hacerlo. No entiendo por qué.
–¿Pero qué le pasa hoy a mis hijos?
–Me pregunté en voz alta–. ¿Hoy todos me van a psicoanalizar? Si querés
ayudarme... bien... sino, también.
–Te voy a ayudar porque no
quiero que te pase nada malo, si no podés sacar las uvas se te puede infectar.
–Sí, lo sé. Ya pensé en eso.
Gracias por recordármelo, me deja muy tranquila –Fabián se acercó a mí, lo noté
decidido–. Quiero que sepas que esto es muy vergonzoso para mí y esta situación
me incomoda tanto como a vos.
–Está bien mamá, no te
preocupes. Son cosas que pasan...
–¿Cosas que pasan? ¿A quién le
pasan estas cosas? –Por la mueca que hizo con su boca supe que no quería
responderme a esa pregunta–. No pienses eso de mí, Fabián. Por favor te lo
pido.
–No pensé nada malo.
–Sí que lo pensaste... esto le
pasa a las pajeras ¿cierto?
–No pensé eso.
–¿Entonces en qué?
–Hace mucho tiempo que no
estás con un hombre, al menos eso imagino, nos contás casi todo a Luisa y a
mí... si hubieras salido con alguien, nos hubiéramos enterado.
–Así es.
–Y bueno... el cuerpo tiene
necesidades que necesitan ser aplacadas, de lo contrario la tensión emocional
podría crecer mucho –otra vez hablaba con ese tonito de “Wikipedia parlante”.
–No me vengas con sermones, Fabián.
Me quiero morir.
–No es tan grave, mamá. Tiene
solución. Mientras antes empecemos, antes vamos a terminar.
–Cortala con ese tonito de
“Señor maduro”, me hacés desesperar.
–¿Qué tonito?
–¡ESE tonito! ¡La puta madre!
¿No entendés que esto es muy difícil para mí? –estrujé la tela de mi bata con
los dedos.
–Lo entiendo perfectamente,
mamá. Por eso dije que estaba dispuesto a ayudarte. Perdón por haberme negado
al principio, es que me puse un poco nervioso y no pensé con claridad –otra vez
ese puto tonito, pero esta vez no le grité; quería terminar con todo lo antes
posible e irme a dormir... si es que podía hacerlo.
–¡Bueno, basta! –Exclamé–. Ayudame
y terminemos con esto. Si le contás algo a alguien lo que pasó hoy... te mato.
–Entiendo...
–No, no entendés. Te mato en
serio –lo amenacé con mi dedo índice, pero él solamente sonrió–, y te entierro
en el patio.
–Mamá, vos no agarraste nunca
una pala en toda tu vida.
–Tampoco nunca me había metido
uvas... ¡y ya ves!
–Bien, bien... bien. Capté el
mensaje. ¿Cómo las sacamos? –preguntó acercándose.
-Yo ya probé todo lo que se me
ocurrió. Pedirte ayuda es mi último recurso... ya te imaginarás qué tenés que
hacer para sacarlas.
–Comprendo –¿por qué mierda
estaba tan tranquilo? Le daría un buen cachetazo después de que me ayudara– ¿Te
vas a acostar?
–Supongo... creo que sería la
forma más fácil –le dije, intranquila.
Miré la cama, no quería
hacerlo. Dios sabe que no quería que mi hijo me viera desnuda; pero era eso o
ir al hospital, lo cual me avergonzaba aún más. Además ya le había contado, esa
vergüenza no podría sacármela nunca más en la vida... ya estaba hecho. Me tendí
en la cama y me acomodé en el centro de la misma, apoyé la cabeza en la
almohada y una vez más los nervios se apoderaron de mí.
–No sé... no sé... –comencé a
decir incoherentemente.
–Tranquila mamá. Lo vamos a
poder solucionar rápido –me dijo Fabián sentándose a mi lado, agarrando
firmemente una de mis manos.
Mordí mis labios hasta que me
dolieron y junté todo el coraje que tenía. Abrí la bata de una sola vez, sentí
que todo mi cuerpo se calentaba, por pura vergüenza, debía tener las mejillas
rojas. Mi hijo podía ver mis pechos caídos, mi vientre con ondas, el cual ya no
era ni remotamente parecido al de mi juventud, y mi pubis lleno de enmarañados
pelitos negros.
–Está bien, ahora tenés que
separar las piernas –el muy desgraciado me hablaba como si fuera un médico
experimentado, me deban ganas de matarlo.
Abrí lentamente las piernas y
flexioné las rodillas, como si estuviera a punto de parir... “Parir un viñedo”,
pensé. No podía tranquilizarme con nada. Me sobresalté cuando sentí una de las cálidas
y pesadas manos de Fabián contra mi muslo derecho.
–Tranquila –repetía
incesablemente–, voy a intentar sacarlas. ¿Te acordás de cuántas eran?
–No sé... cuatro o cinco...
o... diez ¡no sé! –estaba bloqueada.
–Bueno, voy por la primera –un
leve cosquilleo me invadió en los labios de mi vagina.
–¡Ay no! –grité apartando
rápidamente su mano.
–Mamá, si no te calmás un poco
no voy a poder ayudarte.
–Es que...
–“Es que”, nada. Seguramente
salen enseguida –una leve sonrisa apareció en sus labios.
–¿Y si no salen? –tenía la
sensación de que todo mi cuerpo se entumecería, debido a lo tensionados que
tenía los músculos.
–Vos no te preocupes por eso
ahora, yo me encargo.
–Está bien... y Fabián...
–¿Qué?
–Cortala con el puto tonito –dije
con los dientes apretados; clavé mis uñas en su muñeca, poniéndole esa parte de
la piel blanca y luego ésta tomó color otra vez, cuando lo solté.
Me recosté, tragué saliva y
aguardé. Mi corazón latía rápidamente y podía sentir el sudor en mi frente,
como si estuviera afiebrada. Uno de los dedos de Fabián acarició suavemente mis
labios vaginales. Estrujé la sábana con mis manos para evitar apartarlo otra
vez. Las caricias continuaron, podía sentir la yema de su dedo moviéndose
lentamente de arriba abajo, provocándome un incómodo cosquilleo. Estuve a punto
de retarlo cuando me di cuenta por qué hacía eso. Mi vagina comenzó a
humedecerse, él recolectó esos jugos con la punta del dedo y lo fue esparciendo
por el exterior de mi vagina, intentaba lubricarme; tenía sentido... era vergonzoso,
pero tenía sentido. Esperaba que eso sirviera para rescatar las uvas. Luego
sentí que su dedo índice comenzaba a entrar lentamente.
–Despacito –le dije.
–Sí, vos quedate tranquila
–siguió con ese puto tonito.
Él estaba muy concentrado
mirando mi entrepierna, como si fuera un doctor. Tal vez debería haber
estudiado algo parecido, sin embargo prefirió estudiar economía, vaya uno a
saber por qué.
Su dedo avanzó, me sentí
bastante incómoda, hacía mucho tiempo que una mano ajena no me tocaba esa zona.
Él lo utilizó el dedo como un gancho dentro de mi cavidad, pero no logró
capturar nada. Pude darme cuenta que apenas estaba hurgando en la entrada de mi
vagina.
–No Fabián, vas a tener que ir
más adentro.
–Está bien –ahora él también
sonaba nervioso, estuve tentada a decirle “¿Viste que no era tan fácil?”, pero
guardé silencio.
Mis nervios no ayudaban en
mucho, hacían que mi sexo se contrajera; sin embargo él insistió y entró unos
centímetros más, me moví un poco, ya que podía sentir cómo se me dilataba la vagina
con su invasión. Me dolía un poco pero sabía que si me quejaba por eso sólo
preocuparía más a Fabián... y a mí también. Estaba a punto de decirle que se
detuviera, pero él mismo retrocedió, aliviándome por unos instantes, luego
volvió a introducir su dedo, siempre lenta y cuidadosamente; como si realmente
supiera lo que hacía.
–Mamá, respirá más lento, si
estás tan alterada es peor.
–¿Y cómo querés que esté? –no
me había dado cuenta de lo agitada que me estaba poniendo.
–Pasaste por dos partos, no
creo que esto sea peor.
–Sí, pero el médico no era
ningún hijo mío.
–Y tampoco estaba sacando
uvas, lo cual creo que es más fácil. Intentá respirar con mayor pausa –lo miré
a los ojos e intenté hacer lo que él me pedía–. Eso mismo, así. Me voy a ayudar
con otro dedo –asentí mientras intentaba controlar mi ritmo cardíaco.
El segundo dedo dilató aún más
mi vagina y también me produjo un poco de dolor. Fabián era muy cuidadoso y eso
me ayudaba a tranquilizarme, aunque sea un poco.
–Creo que tengo algo –me dijo
por fin.
–Con cuidado...
Podía sentir el movimiento de
sus dedos dentro de mí, me entusiasmé cuando sentí algo más moviéndose
lentamente hacia afuera. Un poco más... ¡y salió!
–Tengo la primera –me dijo él
mostrándome una uva llena de flujos vaginales, a pesar de eso, sonreí.
–¡Ay, gracias a Dios están
saliendo!
–¿Gracias a Dios? ¡Gracias a
mí!
–Callate... –sabía que él no
opinaba igual que yo en cuanto a creencias religiosas.
–Al menos te veo más
tranquila, hasta estás sonriendo. ¿Dónde dejo tu bebé uvita?
–¡La puta que te parió! –me
hizo reír, muy en contra de mi voluntad, tapé mi cara con ambas manos
sonrojándome aún más por la vergüenza–. Tirala al cesto –señalé la papelera que
tenía dentro de mi cuarto–, no la quiero ver nunca más.
–Pobrecita, ni siquiera la
bautizaste.
–Te voy a bautizar por segunda
vez si seguís haciendo esos chistes.
–No gracias, me bastó con la
primera.
Tenía que admitir que mi
estado de ánimo había mejorado enormemente, el ver que las uvas saldrían me
trajo una enorme satisfacción, ahora era sólo cuestión de buscar las otras.
–Voy por la segunda –dijo él.
–Está bien, pero tené cuidado
–no era necesario advertirle, pero no sabía qué otra cosa decirle.
Fue tan cuidadoso como antes
al hundir sus dedos en mí, la dilatación de mi vagina era un poco mejor, lo
cual le permitía maniobrar con mayor facilidad, yo intentaba relajarme lo
máximo posible. Tal vez esto hiciera que mi vagina no estuviera tan tensa y las
uvas se aflojarían solas. Giró los dedos dentro de mí, poniendo las yemas hacia
arriba, y los dobló dentro, tocando las paredes superiores de mi cavidad
vaginal.
–¡Ay! –exclamé aferrándome a
las sábanas.
–¿Qué pasó, te hice mal?
–No, sólo me... sorprendiste.
No iba a decirle que una
extraña puntada de placer me invadió. Había tocado una fibra sensible en mi
sexo. Inspiré y exhalé una gran cantidad de aire, luego separé un poco más las
piernas, con la esperanza de que esto facilitara la extracción de las uvas. Fabián
estaba con el ceño fruncido y continuaba hurgando en mí con creciente
preocupación. A veces recibía otra puntada, de dolor o de placer; aunque no
quisiera admitirlo. Él notaba mis sobresaltos, sin embargo no decía nada al
respecto.
–No las encuentro –me anunció.
–Tienen que estar ahí, en
algún lado –sacó sus dedos y vi que estaban empapados con mis flujos, esto
formaba delgados hilos que colgaban entre un dedo y otro–. Tenés que sacarlas,
Fabián. No quiero ir al médico.
Hice algo que ya había
pensado, pero quería evitarlo, a no ser que no tuviera más alternativa. Levanté
mis piernas y flexioné más las rodillas, dejando mis pies en el aire. Luego
crucé mis brazos por la parte posterior de las rodillas y con ellos sostuve mis
piernas. Utilicé la punta de mis dedos para abrirme la concha tanto como pude.
Estaba totalmente expuesta ante mi hijo pero también estaba decidida a sacar
esas malditas uvas de mi interior. Por más que odiara admitirlo, el calor en el
interior de mi cuerpo había aumentado considerablemente, sabía que estaba en
una posición sumamente vergonzosa y que ésta sería una imagen que mi hijo
recordaría durante toda su vida; sin embargo sentía un inquietante morbo, que
intentaba alejar de mi cabeza de la forma que sea. Él se acomodó en la cama,
acercándose más a mí, me miraba confundido; como si no pudiera creer que sea yo
la mujer que aguardaba completamente abierta a que él metiera los dedos.
–Fabián, por favor. Apurate,
quiero terminar con todo esto de una vez –él asintió con la cabeza.
Me penetró una vez más con dos
de sus dedos, siendo sumamente cuidadoso; sin embargo esta vez sentí que sus
dedos intentaban hurgar hacia los costados, chocando contra las paredes de mi
vagina. Intenté apartar mi vista del rostro de mi hijo, miré puntos aleatorios
en el techo, otra vez me llenó esa calidez que produce el morbo. En ese momento
supe que había sido un gran error pedirle ayuda a mi hijo con un tema tan
delicado. ¿Qué estaría pensando él? Seguramente me veía como una desviada sexual
por haber hecho semejante cosa.
–Fabián...
–¿Si? –preguntó él sin quitar
su atención de la labor que estaba realizando.
–Espero que no pienses mal de
mí.
–¿Por qué lo decís? –seguía
sonando despreocupado.
–Por haber hecho esto... con
las uvas.
–No pienso mal de vos, mamá.
–Está bien, pero igual te lo
quería aclarar... es que... llevo mucho tiempo sin estar con un hombre, en eso
tenías toda la razón... me siento muy insatisfecha con la vida. Antes no era
así, era más alegre, más activa... sexualmente hablando; pero lo que pasó con
tu padre me dejó muy dolida.
–Aja, estuviste muchos años
sin sexo, lo entiendo.
–Sé que este tema debe ser
incómodo para vos, te pido perdón por eso.
–No me incomoda, es parte de
la naturaleza humana, mamá. Digamos, no pensaba que te masturbabas, esas son
cosas que no se piensan; pero no quiere decir que sea una sorpresa para mí
descubrirlo. Es algo que, inconscientemente, se sabe.
–Está bien –le dije sin mucha
convicción.
Él comenzó a mover sus dedos
formando amplios círculos en la entrada de mi vagina, los labios interiores se
estiraban cada vez que él empujaba hacia algún lado y luego seguía
deslizándose, esto me provocó aún más placer; pero al mismo tiempo aumento mi incomodidad.
¿Estaba mal sentir placer al ser tocada de esa forma? Si era justa conmigo
misma, mi cuerpo estaba reaccionando de forma instintiva, sin encontrar
diferencia en si esos dedos eran de mi hijo, de un doctor o de algún amante. Es
parte de la naturaleza humana, como había dicho Fabián. Sus movimientos se
fueron acelerando gradualmente, siempre formando círculos dentro de mi cavidad.
–¿Qué hacés, Fabián? –le
pregunté sin moverme, mi vagina seguía completamente expuesta.
–Estoy intentando dilatarte,
así las uvas salen más fácil –la respuesta tenía sentido, no me agradaba el
método; pero él tenía razón, podría ayudar.
–Bueno, está bien...
Apoyé la cabeza y no tuve otra
alternativa que aguantar las intensas sensaciones que me producía el toqueteo
de mi hijo. Podía notar la humedad de mi sexo chorreando fuera y cayendo por mi
cola, esto me producía un molesto cosquilleo, estuve a punto de decirle a
Fabián que me secara con algo, pero no me atreví. Los movimientos circulares se
mantuvieron, me resultaba cada vez más difícil mantener un ritmo de respiración
normal y mis piernas se estaban entumeciendo.
–¡Ay! –exclamé cuando de pronto
sentí cosquillas en mi cola; mi hijo había pasado sus dedos por allí.
–Perdón, es que estaba cayendo
una gotita, pensé que te molestaba.
–Sí, está bien... sí me
molestaba, te iba a pedir que la quitaras, es sólo que estaba distraída y me
sorprendí.
Tenía las nalgas completamente
abiertas y el ano tan expuesto como la vagina, era inevitable para mí sentir un
poco de morbo por esto, para colmo mi hijo volvió con sus dedos a ese agujerito
y lo masajeó con movimientos circulares, como si quisiera quitar de allí todo
rastro de flujo vaginal. Ese suave toqueteo me produjo un cosquilleo muy
placentero. Fabián me sorprendió con su cambio de postura, dejó los dedos de su
mano derecha suavemente apoyados en el agujero de mi culo e introdujo dos dedos
de su mano izquierda en mi vagina. Intenté buscar algún argumento lógico que
explicara esto y sólo se me ocurrió que los jugos vaginales seguían cayendo en
mi ano y él continuaría removiéndolos; mi vagina tenía una gran particularidad,
podía lubricar mucho en momentos de extrema excitación, pero al parecer esto no
facilitaba la extracción de las uvas, pensé que eso podía deberse a que yo
seguía estando muy nerviosa y por ello se contraían los músculos internos de mi
vagina, apretando los pequeños frutos e impidiendo que salgan, otro de mis
temores era que estas pequeñas bolitas estuvieran demasiado dentro como para
poder ser extraídas manualmente, no quería pensar de qué forma las sacaría si
esto no funcionaba, aparté esa idea de mi cabeza, ya tenía suficientes
preocupaciones con el constante cosquilleo que me producían los dedos que
masajeaban sin cesar mi culo y los otros, que penetraban mi vagina moviéndose
en todas direcciones.
–Mamá...
–¿Qué?
–Nunca te dije esto pero...
dada la situación, creo que puedo preguntártelo.
Me puse aún más tensa, los
músculos de mi vagina se contrajeron, apretando los dedos de mi hijo. ¿Acaso
había notado que mi ano estaba dilatado?
–¿Qué querés preguntarme?
Quitó sus manos de mi
intimidad y me miró a los ojos.
–¿Pensás que es normal tener
un testículo más grande que el otro? –noté cierta angustia en su tono de voz.
–¿Q...? ¿Qué decís? –solté mis
piernas y me senté en la cama para mirarlo.
–Eso que escuchaste, no estoy
seguro, pero creo que yo tengo ese problema... y nunca me animé a preguntárselo
a nadie.
–¿De qué hablas, Fabián? Nunca
te vi nada raro ahí abajo.
–Es que no se nota a simple
vista, es decir, por fuera parecen iguales... pero por dentro, no. Creo que el
testículo izquierdo es más grande que el derecho. Dejá, no importa... sólo te
preguntaba porque creí que... por el momento... es decir...
–Está bien, te entiendo.
Estábamos hablando de genitales y quisiste preguntar por los tuyos –de pronto
me escuché a mí misma diciendo una frase como si Fabián lo hubiera hecho. Debía
admitir que a veces resultaba una forma sencilla de decir algo que, dicho de
otra forma, podría causar mucho pudor.
–Así es.
–¿Querés que me fije? –no
sabía qué otra cosa decirle.
–No mamá, no hace falta...
–Es que ahora no sé si te pasa
algo. Es cuestión de un segundo. Dejame ver –no quería parecer preocupada, pero
me daba un poco de temor que él estuviera en lo cierto.
–No hace falta, de verdad.
–Fabián, ¿me viste todo y te
avergüenza mostrar los huevos durante un segundo? –le reproché.
–Es que...
–Es que nada. Mostrame y si es
cierto lo que decís, bueno, lo hablaremos con un especialista.
–Ok.
–Parate ahí y bajate el
pantalón –le pedí.
Se puso de pie al lado de la
cama y yo me senté en el borde. Dudó un instante pero luego se quitó el
pantalón junto con la ropa interior, de un minuto a otro ya tenía frente a mis
ojos un miembro masculino, oscuro y peludo, de gran tamaño, colgando. Me quedé
un tanto sorprendida, no recordaba que mi hijo la tuviera tan grande, la última
vez que se la había visto la sujetaba con su mano, esto la cubría en parte,
además no la vi erecta. Esta vez también estaba en estado de reposo, pero nada
la tapaba... y la tenía tan cerca que me causaba cierta impresión, sentí un
extraño revoltijo en el interior de mi pecho. Sus testículos colgaban como dos
pesadas bolsas. A simple vista no noté nada extraño, sólo me llamaba la
atención el glande asomando por el arrugado prepucio. Acerqué mis manos, pero
no sabía dónde ponerlas, no me atrevía a tocar el pene de mi hijo, sin embargo
tuve que hacerlo. Con la punta de mis dedos agarré esa salchicha que colgaba y
la moví hacia un lado.
–No veo nada raro –le dije por
fin-, pero tal vez no se note.
Coloqué mis manos como si
fueran pequeños cuencos y las junté para luego depositar en ella los testículos
de Fabián. Estaban muy suaves y tibios, casi había olvidado lo bien que se
sentía acariciar un par de huevos masculinos; sin embargo no podía dejar de
lado un pequeño detalle... éstos eran los huevos de mi hijo.
–¿Estás segura mamá? Porque yo
los noto diferentes.
Levanté la vista y busqué los
ojos de Fabián, en sus pupilas vi algo que no me agradó en absoluto, se trataba
de ese extraño brillo que producían cuando algo no andaba bien... para ser más
precisa, en estos casos sus ojos reflejaban cierto estado mental que se
asociaba con la obsesión. Muchas leves obsesiones habían invadido a mi hijo a
lo largo de su vida y la mayoría tal vez escapaban de mi vista, no era un
asunto grave, pero a veces me preocupaba. Solía ponerse nervioso cuando ciertos
objetos de la casa eran cambiados de lugar o cuando imperceptibles arrugas o
manchas, que tan solo él era capaz de ver, aparecían por arte de magia en su
ropa. Incluso notaba esa clase de obsesión cuando se encontraba fascinado por
algún tema en particular, como por ejemplo aquella vez en la que se obsesionó
bastante con un libro de problemas de ingenio y matemáticas, no dejó de
atosigarnos con eso a Luisa y a mí hasta que un día se lo tiré a la basura; no
aguantábamos más quedar como idiotas al no poder responder esos estúpidos
problemas.
Presioné un poco los
testículos con mis manos cerciorándome de que no había una diferencia
perceptible de tamaño.
—No vayamos por ese lado,
Fabián —intenté persuadirlo.
—Pero en serio, mamá... yo los
noto diferentes...
—Fabián, te digo que están
bien... hasta las mujeres tenemos una teta más grande que la otra, a veces se
nota más o menos, pero el cuerpo no tiene por qué ser simétrico, no tiene nada
de malo.
—Puede ser... pero...
Enmudeció repentinamente. Mis masajes
estaban haciendo efecto en su masculinidad. Me quedé idiotizada mirando como su
miembro crecía y se elevaba, no detuve el tenue movimiento de mis dedos. Había
pasado tanto tiempo desde la última vez que tuve un pene entre mis manos que me
sentía como una primeriza en el mundo del sexo, el corazón me vibraba como si
fuera la primera vez que tocaba uno.
—Aparentemente te funciona
todo bien —le dije con una sonrisa que tenía la intención de apartar esas ideas
absurdas que atacaban su cabeza.
—Perdón, es que...
—Es que es normal que se te
ponga dura si alguien te la toca... hasta con una revisión del doctor te puede
pasar. Creeme, he ido al ginecólogo y se me ha humedecido la vagina en las
revisiones, pasé cada papelón... por eso me da tanta vergüenza ir a uno.
Sin querer mis uñas rozaron la
parte baja de sus testículos, esto debió producirle una espontánea ola de
placer ya que su verga se puso tiesa de golpe, dando un salto como si fuera una
criatura lista para atacar. Quedé boquiabierta, el pene, en toda su dimensión,
era realmente imponente. Su hinchado glande quedó tan cerca de mi nariz que
pude olfatear ese añorado aroma a hombre y mi vagina, que aparentemente había
olvidado a quién pertenecía ese miembro, se hizo agua. Con mi mano libre le di
una suave caricia al largo tronco pero rápidamente me arrepentí y lo solté. Me
quedé avergonzada de mí misma, no importaba cuánto tiempo había pasado desde la
última vez que toqué un pene, no era excusa para hacerlo con el de mi hijo.
—Mejor sigamos con las uvas —le
dije—. Quiero que terminemos con esto lo antes posible.
—Está bien, pero probemos de
otra forma.
—¿Cuál?
—Date la vuelta y ponete de
rodillas.
No podía creer que mi propio
hijo me estuviera pidiendo eso, sin embargo debía ser consciente de que no lo
hacía con mala intención, era para ayudarme con un problema. Accedí y me
coloqué en posición de perrito en el centro de la cama. Fabián se puso de rodillas
a mi lado y sin darme tiempo a prepararme, hincó dos de sus dedos en mi mojada
vagina. Suspiré cuando éstos entraron en su totalidad, pero creo que mi hijo no
lo notó. Estiré un brazo y tomé una almohada, la puse frente a mí y apoyé mi
cabeza en ella y separé un poco más mis piernas, sabía que de esta forma
quedaba grotescamente expuesta, pero también le permitiría a Fabián introducir
más sus dedos. Podía sentir el incesante movimiento de sus falanges dentro de
mi intimidad femenina y me impresionaba la forma en la que esta se dilataba. De
pronto dos de los dedos de mi hijo se hundieron profundamente, no pude contener
el suspiro ante la penetración, una intensa oleada de placer me cubrió, pero
también debía admitir que me había dolido, eso me permitió disimular mis
emociones.
—¡Auch! ¡Cuidado Fabián! —me
quejé, sin parecer muy enojada.
—¡Fue sin querer!
—Está bien, pero tené un
poquito más de cuidado, es una zona muy sensible –dije intentando estabilizar
mi respiración.
En el interior de mi vagina
aún quedaban leves reflejos de lo que había sentido. Fabián había retirado los
dedos, pero no se había apartado, al contrario, lo sentía aún más cerca. Algo
largo y rígido se había apoyado contra una de mis nalgas, no me llevó mucho
tiempo darme cuenta de que se trataba de la verga de mi hijo. Me puse muy
nerviosa, pero no me moví de mi lugar. Mi traicionera imaginación me llevó a
ver cómo debería ser la perspectiva de Fabián. Quitando el hecho de que yo era
su madre, él debía estar viendo a una mujer caderona, entrada en carnes, de
gruesos muslos, con las nalgas bien abiertas, la concha completamente mojada y
dilatada, y no olvidarse del culo, temía que ese orificio también hubiera
quedado dilatado luego de haber introducido el desodorante en él, pero ya no podía
hacer nada para cambiar eso, ya estábamos allí y suspender todo por culpa de
mis preocupaciones, sería ridículo. Tendría que darle muchas explicaciones a
Fabián y posiblemente él no comprendería y se ofendería, eso podría pasar
incluso si me alejaba un poco. ¿Qué importaba si se le paraba la verga? Al fin
y al cabo era un chico sano, joven y que estaba atravesando por un momento muy
particular. Me estaba ayudando con un problema en el cual nunca debí meterlo,
la culpa era mía y no de él. Era mi responsabilidad hacerlo sentir cómodo.
Separé un poco más las piernas, él estaba de rodillas entre mis piernas,
bastante cerca de mí, con la verga cruzando en diagonal una de mis nalgas
Mientras mi hijo me colaba los
dedos y mi calentura, inevitablemente, aumentaba, se me ocurrió pensar en cómo
sería Fabián en la cama, con una mujer. Seguramente habría sorprendido a más de
una, quizá una compañera de la facultad que quisiera pagarle algún favor al
cerebrito de la clase, y se topara con semejante verga. No podía más con la
curiosidad y tuve que preguntarlo.
—Fabián ¿Vos tenés novia?
—¿Eh? —la pregunta pareció
tomarlo por sorpresa, ya que dejó los dedos quietos en el interior de mi
concha.
—Si tenés novia... o tuviste
alguna; porque nunca me contaste...
—Será porque nunca tuve.
—¿Nunca? ¿Ni una sola? —parte
de mí imaginaba esa respuesta.
—No.
—Eso quiere decir que... nunca
estuviste con una mujer.
—Así es. ¿Hay algo de malo en
eso? —noté cierta incomodidad en su voz.
—No, para nada. No tiene nada
de malo, hijo. Todavía sos un chico joven y seguramente ya llegará la indicada.
La vas a hacer muy feliz, creeme —me lamenté por haber dicho eso, esperaba que
él no se diera cuenta de que estaba haciendo referencia al tamaño de su verga.
—Eso espero. Me ponen un poco nervioso
las mujeres.
—¿Y a quién no? Incluso a mí
me ponen nerviosas.
—¿En qué sentido? —preguntó
mientras volvía al ritmo habitual del mete y saca, mi vagina volvió a gozar las
constantes oleadas de placer.
—Es que las mujeres solemos
ser muy competitivas. Cuando yo tenía tu edad y me gustaba un chico, siempre
tenía miedo de que alguna de mis amigas intentara acostarse con él. Nunca sabía
qué intenciones tenían.
—Eso me pasa a mí, nunca sé
qué intensiones tienen las mujeres, a veces parecen demasiado amigables y otras
veces intentan alejarte.
—Si alguna chica intenta
alejarte es porque no te conoce bien.
“No conoce el pedazo que
tenés”, pensé.
—Supongo —dijo él con
resignación.
Sentí un poco de pena por él,
era un buen chico y no merecía sufrir; pero yo no podía salir a la calle a
buscarle una novia. Intenté dejar el tema atrás y volver a preocuparme por esas
malditas uvas.
—Creo que vamos a tener que
probar de otra forma —le dije apartándome.
—No se me ocurre nada.
Me puse de rodillas en la cama
y me quedé pensando, mi mirada se perdió en el erecto y venoso miembro de mi
hijo. Curiosamente ya no me sentía tan avergonzada como al principio, aún
sentía vergüenza, pero al menos había disminuido considerablemente. En ese
momento me di cuenta que al tener mi cuerpo en posición vertical, la gravedad
podría ayudar a que las uvas bajen, por lo que moví una pierna y apoyé la
planta del pie sobre la cama, manteniendo la otra rodilla hincada en el
colchón.
—A ver si esto ayuda un poco
—dije.
Fabián me miró intrigado
durante unos segundos, pero luego se colocó justo frente a mí, quedamos cara a
cara. Apenada bajé la cabeza, para no tener que mirarlo a los ojos. Él movió
tímidamente los dedos por fuera de mi vagina, esto me produjo tanto placer que
mi rostro se convirtió en la mueca sorda de un gemido. Introdujo una vez más
sus dedos, él debía inclinarse un poco para hacer esto. La punta de su verga
quedó contra mi muslo izquierdo. Sus dedos me ponían intranquila, se movían con
demasiada ligereza dentro de mi vagina y su mano ocasionalmente me rozaba el
clítoris. «Es lógico que te calientes, Carmen—me decía una y otra vez—, no
importa quién te toque, no dejan de ser dedos dentro de tu vagina».
Tenía la sensación de que sus
dedos estaban yendo más profundo en mi interior, se hincaban de a dos y se
movían dentro, deleitándome con rítmico baile circular. El dorso de mi mano
rozó el tibio y suave glande mi hijo, debería haberla apartado ante el más
mínimo contacto; sin embargo no lo hice. La muñeca de Fabián comenzó a moverse,
sus dedos entraban y salían de mi vagina a mayor velocidad de la que hubiera
preferido. Mi traviesa mano se movió por sí sola y cuando me di cuenta ya
estaba pasando suavemente las uñas a lo largo de esa verga erecta.
—No sé de dónde la sacaste tan
grande —ni yo misma creía que esas palabras hubieran salido de mi propia boca—,
tu padre no la tenía así.
—¿No? Siempre creí que sí
—respondió Fabián con una sorprendente calma.
—Para nada... la de él era
tamaño medio, tirando a pequeña.
Las yemas de mis dedos
acariciaron la tersa piel que recubría ese duro falo, desde la base, donde
terminaba el espeso vello púbico, hasta el glande.
—Creo que hubiéramos sido más
felices juntos si la hubiera tenido así... —me quedé muda durante un segundo—.
Perdoname hijo, estoy muy nerviosa y no sé qué estoy diciendo.
—Sí, lo noto. Creo que por eso
las uvas no bajan. Al estar tan nerviosa se quedan apretadas dentro.
—Creo que sí... ya lo había
pensado, pero no sé qué hacer.
—Me parece que estamos
encarando mal la situación —«Como si quedaran dudas de eso», pensé—. Tal vez lo
único que hay que hacer es relajarte.
—¿Y cómo pensás hacer eso?
Sabés que no tomo calmantes, no me gustan.
—Podrías acostarte, cerrar los
ojos un rato... ya sabés, relajarte.
—No soy muy buena para esas
cosas —admití.
—Puedo intentar hacerte un
masaje en la espalda ¿eso ayudaría?
—Sí, me vendrían muy bien unos
masajes —le sonreí maternalmente.
Me fascinaba esa idea porque
no implicaba ser penetrada por los gruesos dedos de mi hijo. Me acosté boca
abajo en la cama, estirando todo mi cuerpo y apoyé la cabeza en una almohada.
Fabián se colocó de rodillas a mi lado y me regaló unas cuantas caricias
dulces, capaces de calmar una fiera. Luego comenzó a hincar sus dedos en los
tensos músculos de mi espalda.
—Uf, esto sí me gusta
—aseguré.
—No hables, vos hacé todo lo
posible por relajarte.
—Está bien... y gracias.
Sus manos llegaron hasta mi
cuello, donde no se detuvieron ni por un segundo. Podía notar como cada músculo
se relajaba, dejando atrás esa horrible sensación de pesadez. De pronto algo
tibio se posó en mi cadera, me di cuenta de que Fabián se había acercado más y
su gruesa verga estaba rozándome. No podía decirle nada, al fin y al cabo no
era su culpa tener una erección, yo se la había provocado. Como no quería
avergonzarlo, me quedé callada.
El masaje continuó, pero ya no
me estaba relajando tanto al sentir su virilidad frotándose levemente contra mi
cuerpo. No sé si él habrá notado esto o simplemente quiso cambiar de posición,
pero se apartó de allí y se puso más atrás. Una de sus rodillas quedó hincada
junto a mi pierna, desde ese lugar sus manos podían abarcar más de mi espalda,
a lo largo. Sus duros dedos se hundieron en mi suave carne y suspiré por el
inmenso alivio que esto me provocaba, tenía que admitir que mi hijo era
bastante bueno haciendo masajes.
Luego de varios segundos
volvió a moverse, pero esta vez me obligó a separar las piernas. Él se puso
justo entre ellas. Sus pesadas manos cayeron sobre mi cintura y presionando con
sus palmas, recorrió toda mi espalda desde abajo hasta los hombros. Después
hizo el camino inverso, llegando al punto de partida. Repitió este proceso
varias veces y me di cuenta de que sus manos, al bajar, avanzaban siempre un
poco más hacia mi cola, hasta que en un momento se detuvieron allí, en el
centro de mis nalgas. Sentí una leve presión de sus dedos y luego volvió a
subir. Cuando regresó hasta mis nalgas me sorprendí al sentir los pulgares
acariciando levemente mi ano; no se detuvieron allí, sino que siguieron bajando
un poco más hasta que presionaron contra mis ya húmedos labios vaginales. Un
quedo suspiro escapó de mi boca. Fabián repitió esto una vez más, fue desde
allí hasta mis hombros y luego volvió, acariciando una vez más mi culito y
luego mi vagina. Podría haberme quejado, pero esas sutiles caricias me ayudaban
mucho a relajarme, aunque al mismo tiempo elevaran mi temperatura corporal...
si es que eso aún era posible.
Mis piernas se elevaron un par
de centímetros cuando mi hijo las sujetó; su intención era separarlas un poco
más y yo, que estaba considerablemente más relajada, no hice nada para
impedírselo. Se movió un poco sobre la cama, para acomodarse mejor, y volvió a
masajearme; sólo que esta vez lo hizo comenzando directamente por mi cola.
Abrió mis nalgas un poco y sin detenerse llegó hasta mi vulva, presionándola
con la yema de sus pulgares, me la abrió un poco y luego la soltó, sólo para
girar una de sus manos y acariciarme el clítoris desde abajo hacia arriba. Sus
dedos se movieron rápidamente contra mi zona más erógena, como si me estuviera
masturbando. El ritmo de mi respiración se aceleró; no tenía argumentos para
quejarme, él ya me la había tocado toda, no podía impedirle que lo hiciera una
vez más. Luego introdujo dos dedos, pero éstos no llegaron muy adentro. Los
retiró y me di cuenta de que la posición no favorecía mucho la búsqueda, por lo
que se me ocurrió tomar una almohada y colocarla bajo mi vientre, de esta forma
mi cola quedaba más arriba. Al acomodarme procuré mantener las piernas bien
separadas.
Fabián volvió a juguetear con
mi clítoris y mis labios vaginales, después metió los dos dedos y esta vez noté
cómo se introducían más adentro. A partir de ese momento mi hijo comenzó con
una serie de movimientos consecutivos. Con la mano derecha acarició mi espalda
y mi cola, al mismo tiempo que con la mano izquierda hurgaba dentro de mi
concha, luego estos dedos salían, frotaban y presionaban mi clítoris durante
unos segundos y se volvían a meter. Esto se repitió dos veces... tres...
cuatro... y a mí cada vez me costaba más controlar mis gemidos que luchaban por
manifestarse. Sus dedos se movían tan rápido que superaban por mucho el trabajo
que yo misma podía hacer al masturbarme. Cuando salieron una vez más de húmeda
caverna lujuriosa, se centraron en mi clítoris, formando pequeños círculos
hacia un lado y luego hacia el otro, pasados unos pocos segundos me di cuenta
de que se estaba tomando más tiempo para esto del que se había tomado antes;
también noté que lo hacía con más energía y que con su otra mano me apretaba
con fuerza una nalga. Mi vagina se encargaba de lubricarle los dedos y éstos se
movían con gran facilidad contra mi pequeño botoncito. Flexioné levemente una
rodilla y creo que esto aumentó la apertura de mis piernas. Mi hijo no se
detenía y yo me aferraba con fuerza a las sábanas, estrujándolas con mis dedos.
Sabía que esto no era parte del acuerdo y, después de varios segundos, estiré
mi mano izquierda hacia atrás, con la intención de detenerlo, sin embargo
cambié de opinión en cuanto llegué. Fue casi como si mi mano se moviera por
voluntad propia, en lugar de apartar la de Fabián, me metí dos dedos en la
concha y comencé a moverlos rápidamente de adentro hacia afuera. La sensación
fue grandiosa, el placer formado en el epicentro de mi feminidad se esparcía
hacia todo mi cuerpo.
Lo único que se escuchaba en
la habitación era mi agitada respiración y el húmedo chasquido de mis dedos
sumados a los de Fabián moviéndose a gran velocidad contra mi húmeda concha.
Comencé a menearme lentamente, subiendo y bajando mi pelvis, ya no podía
contener los gemidos y éstos escapaban ocasionalmente de mi boca. Saqué los
dedos del agujero y abrí mis labios vaginales, como si quisiera mostrarle todo
mi sexo a mi hijo, luego deslicé los dedos hacia arriba y acaricié el agujero
de mi culo, humedeciéndolo con mis propios flujos vaginales. El cosquilleo fue
tan agradable que me dieron ganas de penetrarlo, pero luché por contenerme.
Aparté la mano de allí.
Fabián también quitó su mano
pero fue solo para reemplazarla por la otra. Acarició toda mi concha, desde
abajo hacia arriba, luego hizo lo mismo con mi culo. Volvió al clítoris y
siguió frotándolo. Llevé mi mano derecha hacia atrás, para volver a colarme los
dedos, pero esta vez me llevé una gran sorpresa... tan grande como la verga de
mi hijo. Casi automáticamente mis dedos se ciñeron a su pene, el cual estaba
completamente rígido.
Cuatro dedos frotaban de un
lado a otro toda mi concha y yo, perdiendo la compostura, comencé a acariciar y
a apretar esa dura verga. Al empujarla hacia abajo la punta de ésta quedó apoyada
en ese espacio de separación que hay entre el culo y la vagina. Sin ser del todo
consciente de mis actos, sujeté la verga con fuerza y la bajé un poco,
provocando que el glande surcara entre mis carnosos labios vaginales y al mismo
tiempo se humedeciera con mis jugos. ¡¿Cuánto tiempo había pasado desde la
última vez que un pene estuvo tan cerca de mi concha?!
Sentí que mi vulva se hinchaba
ante la presión del glande y los dedos de Fabián. Lentamente fui subiendo ese
duro falo hasta que su punta quedó contra mi culito. Lo dejé ahí y lo acaricié
en toda su extensión, centrándome durante unos segundos en el glande. Inconscientemente
lo presioné hacía abajo un par de veces, casi como si quisiera que se hundiera
en mi ano, esa leve presión me produjo una sensación muy placentera; sin
embargo recobré leves vestigios de cordura y dejé de tocar el pene.
Mi hijo dejó de frotar mi
clítoris al instante y, para mi alivio, volvió a posar sus grandes manos en la
parte baja de mi cintura. Las podía sentir húmedas, pero no me importó, lo
importante fue que él retomó los masajes; sin embargo su dura verga quedó
cómodamente posada entre mis nalgas. Cuando las palmas de sus manos llegaron a
mis omóplatos noté que su miembro se deslizaba un poco hacia arriba. Al hacer
el camino inverso por mi espalda noté que esta vez su pene se deslizaba hacia
atrás, quedando una vez más contra mi concha. Las manos de Fabián volvieron a
subir y su verga hizo lo mismo, provocándome un agradable cosquilleo en el
culo. Nunca un hombre me había tratado de esa manera, tan dulce y erótica; mi
cerebro se confundía y mientras la acción se repetía, olvidaba que en realidad
se trataba de mi propio hijo.
Una vez más sus manos
recorrieron toda mi espalda, desde abajo hacia arriba y esa dura y gran verga
se deslizó entre mis labios vaginales. Flexioné la otra pierna, separándola aún
más, y me apoyé un poco sobre las rodillas elevando levemente mi cola. Estaba
toda abierta y detrás de mí había una verga erecta frotándose contra mis partes
íntimas. Abandonando una vez más mi sentido común, pasé una mano por debajo de
mi propio cuerpo y comencé a masturbarme enérgicamente. Fabián agarró mis
nalgas y comenzó a amasarlas, dejando su miembro reposar justo entre ellas,
mientras se meneaba lentamente de atrás hacia adelante. Ocasionalmente dejaba
de tocarme para acariciar los velludos huevos de mi hijo.
Fabián se acomodó, apartando
su verga de mi cola, pero dejándola apuntando hacia abajo, con el tronco contra
mis labios vaginales. Mientras me frotaba el clítoris podía acariciársela. Se
inclinó hacia adelante y me regaló una sensual caricia que me hizo estremecer.
Sus varoniles manos subieron por los lados de mi espalda, llegaron hasta mis
hombros y antes de que me diera cuenta, bajaron hasta aferrarse a mis tetas. Sentí
dos descargas eléctricas de placer en cuanto tocó mis rígidos pezones. Comenzó
a sobarme los pechos al mismo tiempo que meneaba su cadera, haciendo que su
verga se deslizara de arriba abajo contra mi concha. Noté que su estómago
estaba apoyado contra mi cola y su pecho muy cerca de mi espalda. Empezó a
moverse con cada vez más brío, yo estaba sumergida en un trance de pasión y
lujuria, ajena a la realidad, cuando la punta de su verga amenazó con meterse
dentro del agujero de mi concha; allí recobré súbitamente la cordura y me di
cuenta de que eso no podía estar pasando. Me moví rápidamente para alejarme, él
me liberó de sus brazos y me dejó ir.
—Esperá —le dije sentándome en
la cama, miré atónita su larga verga con las venas bien marcadas, cubierta de
mis propios flujos vaginales.
—¿Pasa algo? —preguntó él,
confundido.
—Mejor paremos un poco —le
dije, luego tragué saliva.
—¿Cómo?
—Que paremos, porque... —no
quería decirle que la verdadera razón era que me sentía muy incómoda con lo que
había ocurrido—, porque tengo sed. Quiero tomar algo fresco. Después seguimos
intentando.
Me levanté de la cama y enfilé
hacia la puerta. Estaba desorientada, como si me hubiera despertado de un sueño
irreal. No podía creer que hubiera llegado tan lejos con mi propio hijo, pero
al mismo tiempo todo mi cuerpo se estremecía por el placer que lo había
inundado.
—Está bien, tomemos algo...
—Sí, estoy muerta de sed. ¿No
sabés si quedó algún vino tinto? —intentaba apartar de mi mente todo lo
ocurrido.
—Creo que sí —antes de salir
de la habitación escuché que él también se levantaba.
Fuimos hasta la cocina
comedor, que estaba ubicada en la parte posterior de la casa, luego de pasar
por todos los dormitorios. Abrí la heladera y me encontré con una reluciente
botella de vino tinto aguardando pacientemente por mí. La saqué y se la cedí a
mi hijo, él se encargó de quitarle el corcho mientras a mí la cabeza me daba
vueltas pensando en todo lo que había ocurrido, había sido una situación
sumamente excitante, pero sabía que nunca tendríamos que haber llegado tan
lejos; sin embargo una parte en el fondo de mi ser agradecía el momento erótico
y morboso, esa parte de mí lo necesitaba, aunque me costara mucho admitirlo.
—¿Te sirvo un vaso? —me
preguntó Fabián. Me di cuenta de que le estaba mirando fijamente la verga.
—Sí, por favor, uno bastante
cargado.
Bebí de un sorbo la mitad del
contenido del vaso, el dulce néctar revigorizó todo mi cuerpo, provocándome una
agradable tibieza en la garganta. En ese momento comencé a reírme.
—¿De qué te reís?
—Por la ironía. Quiero sacar
las uvas de mi cuerpo, pero al mismo tiempo tomo jugo de uvas... de todas
formas lo necesitaba... y mucho.
—¿El vino o el meterte las
uvas? —curiosamente su insolente pregunta no me molestó.
—Las dos cosas —respondí.
Estaba bebiendo otro sorbo de
vino cuando escuché ruidos provenientes de la puerta de entrada de la casa.
Tanto Fabián como yo nos pusimos en alerta, alguien estaba haciendo girar la
llave.
La puerta se abrió y pudimos
escuchar una alegre risotada, esa voz era inconfundible, se trataba de Luisa...
y no venía sola.
Continuará...
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En todas las series.. una pena
:D