Capítulo
21
El Club de los Selectos.
No sería un viaje sencillo. Ésta era mi primera vez en
una ruta e intentaba que las vacilaciones y mi tenso estado nervioso no me
jugaran en contra. Irónicamente recordé algunos consejos que me había dado mi
padre (en aquellos tiempos en los que aún se comportaba como un padre), para
evitar cometer errores cuando se conduce a gran velocidad. Debía encontrar un
punto medio, no estar asustada, ya que eso me llevaría a cometer terribles
errores; pero tampoco tener exceso de confianza, porque podría llevarme a
cometer imprudencias. «No sobrepases a nadie en las curvas», me había dicho mi
padre. «Las manos siempre sobre el volante y la palanca de cambios». Con esto pretendía
explicarme que no debía perder mucho tiempo jugueteando con el estéreo, ya que
muchos accidentes se ocasionaban por personas que se distraían configurando su
estéreo o revisando sus teléfonos celulares «A alta velocidad tenés centésimas
de segundos para reaccionar y resolver cualquier problema que se te presente
–me había dicho mi papá-, en muchos casos ese breve período de tiempo no te
sirve para nada, por lo que es mejor evitar cometer esos errores». A veces me
asustaba un poco con sus palabras, pero al menos comprendía por qué me las
decía. Para evitar distracciones, antes de partir, puse una larga lista de
reproducción de canciones de rock y la dejé correr, ya sin volver a tocarla. «Sólo
es cuestión de acostumbrarse, después te vas a sentir más tranquila», me había
dicho y debía darle la razón, a medida que los kilómetros iban quedando detrás
de mí, mis músculos se iban relajando, la música también me ayudaba a hacerlo. Sentía
pena porque mi relación con él haya llegado a un punto tan crítico. Siempre
consideré a mi madre como la persona de la cual tenía que cuidarme, pero la
relación con mi papá no era tan mala; tal vez por eso me dolía tanto que se
haya puesto en mi contra cuando se enteró de mis preferencias sexuales.
Me llevó unas siete horas y media llegar a mi destino,
sabía que me había tomado mucho más tiempo del que correspondía, pero si debía
repetir este viaje, podría hacerlo un poco más rápido, sin ser imprudente.
Detuve el vehículo ante la puerta de un hotel y automáticamente me persigné.
Sonreí porque había pasado mucho tiempo desde la última vez que lo había hecho
y se sintió muy raro, casi como si fuera impropio de mí... pero muy propio de
esa vieja Lucrecia que vivía amaestrada por el rigor paterno y religioso. Pero
la Lucrecia que se bajó de ese auto estaba saliendo a luchar por su
independencia, una vez más.
Los siguientes pasos fueron los más sencillos:
registrarme en el hotel; darme una ducha rápida; tirarme en la cama a descansar
unos minutos; masturbarme para disminuir la tensión (y porque tenía ganas de
hacerlo); luego tocó almorzar algo en el restaurante del hotel y, al final de
cuentas, porque no me quedó más alternativa (ni excusas), debía reunirme con la
hermana de Rodrigo.
*****
La primera vez que vi a Catalina Pilaressi me encontraba
caminando de un lado a otro en el hall de un lujoso edificio de apartamentos.
Ella debió notar mi ansiedad ya que me miró de arriba debajo de forma tal que
me rebajó hasta dejarme a la par de la más inmunda de las alimañas que reptaban
sobre la tierra. No debería estar sorprendida por su belleza ya que, si era
hermana de Rodrigo, lo más probable era que se parecieran un poco; pero en
realidad no se parecían tanto, o tal vez esa ilusión la daba su evidente
actitud soberbia, algo que no se veía en las facciones de su hermano. Vi que
estaba usando zapatos de plataforma, a pesar de esto, seguía siendo un poco más
baja que yo; calculé que sin esos zapatos debía ser tan solo un poco más alta
que Lara. Llevaba un vestido de chifón corto, con un fino cinturón marrón que
rodeaba su pequeña y llamativa cintura; a simple vista su vestido parecía
sencillo, pero mirando la tela y los detalles atentamente, resultaba evidente
que era costoso y lujoso; probablemente de diseñador. Lo más llamativo en ella
era su sedoso cabello dorado que se meneaba levemente, como las hojas de una
palmera, con cada paso que daba. Debía gastar mucho dinero en mantenerlo tan
brilloso y perfectamente lacio, posiblemente se lo hacía planchar, pero cabía
la remota posibilidad de que lo tuviera lacio naturalmente. Sus ojos eran dos
pálidas cuentas de cristal, frías y distantes, parecían artificiales, carentes
de vida. Con cada paso que daba retumbaba en el hall un golpeteo constante que
impartía seguridad y decisión. Avanzaba con la frente en alto, orgullosa de sí
misma; me hubiera gustado pensar que con esto intentaba ganar altura para
equiparar la mía, pero la mueca sádica que torcía sus labios me indicaba que
ella ya me consideraba en inferioridad de condiciones. Mi instinto femenino
competitivo se activó mientras ella se acercaba a mí, intentaba encontrar algún
defecto en su fisonomía, algo que me demostrara que ella no era perfecta, pero
por más que me esforcé, no pude encontrar nada que desacreditara su belleza;
sin embargo noté que utilizaba una considerable cantidad de maquillaje, aunque
éste estuviera distribuido de forma sutil, tal vez su piel no era tan tersa
como parecía. Tuve que consolarme con eso.
–Así que vos sos la tal Lucrecia Zimmermann –su voz era
tediosamente sensual.
Me molestó mucho que me saludara de esa forma tan poco
cordial, como si yo fuera un insecto. Cuando me contacté con Catalina Pilaressi
lo hice a través de correo electrónico, procuré explicarle de la forma más
simple, sin revelar demasiada información, que necesitaba reunirme con ella
para tratar un importante asunto de negocios. En sus respuestas siempre se
mostró impecablemente formal, parecía una computadora dando respuestas
automáticas; sin embargo Rodrigo me advirtió que su hermana podía llegar a ser
muy diferente en persona.
–Buen día, Catalina –la saludé–, ¿o prefiere que le diga
señorita Pilaressi?
–Catalina está bien... por ahora. Vamos a almorzar.
–Ya almorcé.
–Pero yo no...
–Está bien.
El ostentoso restaurante estaba a pocos metros del
edificio en el que ella vivía, por la forma en la que la saludaron al entrar, supuse
que era una clienta habitual, el mozo se desenvolvía en halagos y sonrisas
exageradamente falsas, no me extrañaría si su opinión sobre la señorita
Pilaressi era similar a la que Rodrigo me había forjado sobre ella. Lo primero
que hizo, después de sentarse ante una mesa en el centro del restaurante, fue
recordarle al mozo que ésta era la tercera vez que su sitio predilecto estaba
ocupado por otras personas. Supuse que se refería a la pareja que estaba
sentada en una mesa junto a un amplio ventanal, ya que Catalina los miraba
fríamente. El mozo se disculpó por eso y le aseguró que la próxima vez que ella
viniera, su sitio estaría disponible. Minutos más tarde presentó una queja, al
mismo mozo, porque la carne que le habían servido, no estaba lo suficientemente
cocida. Hizo que le retiraran el plato y pidió explícitamente que ese error no
se volviera a repetir. Luego ordenó algo de pasta, sin carne. Me pareció
patética la actitud que tomó el mozo ante la situación, se disculpó con ella
con ademanes exagerados. Le dijo a la señorita Pilaressi que ese día el
almuerzo iría por cuenta de la casa y me pregunté cuánta gente llevaría ella a
comer a ese sitio, porque me costaba creer que cuidaran tanto a un cliente de
esa forma, por más que éste fuera uno habitual.
Pedí un café al mozo pero éste no me escuchó, ya que
seguía lamentándose por el error cometido por los cocineros. Al pobre tipo esto
le valió una nueva queja, ya que Catalina lo trató de estúpido cuando regresó
con un plato de ravioles con salsa y olvidó traer mi taza de café. Le aseguré a
Catalina que yo no tenía ningún problema en esperar un poco más, pero ella
insistió. Si yo hubiera sido ese mozo, le hubiera puesto el plato de ravioles
de sombrero, sin embargo el tipo se limitó a pedir disculpas y en cuestión de
segundos ya estaba de regreso con una humeante taza de café negro. Mi intención
era pedir un cortado, ya que no soy muy amante del café solo, pero si hubiera
dicho eso, hubiera tenido que tolerar una vez más un tedioso discurso de
Catalina, por lo que le puse una buena cantidad de azúcar al café y me lo tomé
así.
Evalué la situación y supe que la negociación con ella no
sería nada fácil. Me pasé la siguiente media hora explicándole los proyectos
que se estaban llevando a cabo con las discotecas mellizas. Mencioné el nombre
de su hermano lo justo y necesario; consideré prudente mantenerlo fuera de este
plano, mientras me fuera posible. Fui detallista en cuanto le planteé las
posibles ganancias que se obtendrían, suponiendo que todo marchaba tal y como
se lo había planeado. Me percaté de que a ella parecía importarle poco lo que
yo le decía y comencé a temer en el fracaso; pero me mantuve firme y continué
con las líneas que había ensayado antes de viajar. Cuando le mencioné la cifra
que ella debía invertir me miró como si yo fuera una pordiosera pidiéndole
dinero. Volví a repetirle el margen que supondrían las ganancias, pero su
expresión permaneció inalterable.
–No me importan las ganancias –me dijo con frialdad–. No
me entusiasma la idea de invertir en un negocio en el cual mi hermano figure
como dueño.
–¿Entonces por qué me dijiste que podía venir?
–Porque quería proponerte mi propio trato.
–¿Cuál sería ese? –la miré intranquila.
–Invierto en el negocio tanto dinero como haga falta,
pero va a estar a mi nombre. Rodrigo va a ser uno de mis empleados.
Me di cuenta de que lo único que pretendía era entablar
una lucha por el poder. Ella odiaba a su hermano y él necesitaba su dinero, por
lo cual lo humillaría y rebajaría tanto como le fuera posible. Sabía
perfectamente que Rodrigo jamás aceptaría semejante trato, ese era el negocio
que él mismo había creado desde el inicio y por nada del mundo permitiría que
Catalina se apoderara de él, antes preferiría quedar en la ruina.
–Lo siento, pero el acuerdo es por una inversión en la
cual vos obtenés tu dinero de vuelta y un gran porcentaje de ganancias, una vez
que el préstamo esté saldado, las discotecas continúan bajo el control de
Rodrigo –le expliqué.
–Entonces no estoy interesada en invertir. Podés decirle
a Rodrigo que sería más hombre si viniera él mismo a dar la cara... ¡Ah,
perdón! Cierto que él no es un hombre, es un maricón.
Luego de decir esto se puso de pie y habló con el mozo,
lo vi asentir repetidas veces, supuse que estaría quejándose de alguna otra
cosa. Parecía un frío robot programado para quejarse. Luego vi que se dirigía
directamente hacia la puerta, meneando sus caderas, el mozo le miró el culo con
absurdo disimulo. Me levanté de la silla y me apresuré a unirme a ella.
–Disculpame, Catalina, pero no puedo permitir que el
acuerdo se disuelva por diferencias familiares. El mejor trato que puedo
ofrecerte es una ganancia del sesenta por ciento de la cifra que inviertas –por
la forma en que volteó la cabeza supe que había captado su atención-. Pensalo
bien, es una gran suma y no tendrías que hacer nada, el trabajo corre por
nuestra cuenta.
–Dejame pensarlo. Te llamo esta noche –noté un pequeño
desliz en su tono de voz.
–Perfecto. Que tengas buen día.
****
Podría haber paseado por la ciudad para disfrutar de mis
horas libres, pero estaba tan nerviosa que me quedé todo el día dentro de la
habitación del hotel, con la computadora en mano, enviando y respondiendo
mensajes; verificando información y haciendo cálculos. La suma que le ofrecí a
Catalina era desorbitante, pero los números no fueron tan desalentadores. Si
bien aún estábamos en pañales, consideraba que las dos discotecas sumadas a un
pequeño hotel transitorio nos darían muchas ganancias, debía ser un poco
ambiciosa para que pudiéramos dormir tranquilos sin temerle a la tinta roja en
los balances mensuales. Elucubré un plan para añadir una playa de
estacionamiento privada al establecimiento, pero para que esto fuera factible
deberíamos comprar la propiedad contigua al edificio, demolerla y construir
allí dicho estacionamiento. Si esto funcionaba nos brindaría una nueva fuente
de ingresos y aumentaría mucho el prestigio de las discotecas. Intenté no
pensar en qué podría pasar si Catalina rechazaba mi oferta.
Comencé a intranquilizarme cuando el reloj de la
computadora me marcó las nueve de la noche. Había tenido una corta conversación
por teléfono con Rodrigo, no quise desanimarlo por lo que me limité a decirle
que estaba esperando que su hermana tomara una decisión. El problema era que
Catalina no llamaba. Bajé al restaurante del hotel a cenar, sin desprenderme de
mi teléfono celular. Volví a mi habitación y vi que ya eran las diez y veinte
de la noche. Seguía sin tener noticias de la señorita Pilaressi.
Para matar el tiempo me puse a pensar en los problemas
que debía enfrentar cuando regresara a mi ciudad, problemas que no tenían mucho
que ver con el que me preocupaba en ese momento. Prefería pensar en otras
dificultades, pero no en ésta en particular.
Durante la breve llamada que le hice a Rodrigo no hice
ninguna mención a su futura paternidad. Aún podía recordar cómo reaccionó al
enterarse. Me llevó varios minutos serenarlo después de que la noticia le cayó
como un baldazo de agua fría. Balbuceó y gesticuló incoherentemente. Miró para
todos lados como si quisiera encontrar una salida para poder escapar; sin
embargo lo tomé de las manos y le dije: «Tranquilo, Rodrigo. No vas a estar
solo con esto. Ni vos ni Edith van a estar solos». Eso lo calmó un poco, luego
tuvimos que pedirle disculpas al dueño del kiosco por haber destruido las
botellas de gaseosa y haber manchado el piso. Nos fuimos a una plaza cercana a
conversar y allí su cabecita comenzó a funcionar.
–¿Cómo puede ser que esté embarazada? Ella me dijo que
usaba pastillas anticonceptivas –me dijo, preocupado.
–Esas pastillas no son tan seguras como la gente cree, a
veces pueden fallar... si se las mezcla con otros medicamentos, por ejemplo –me
miró como si no pudiera concebir la idea de que eso fuera posible–. Te digo la
verdad, Rodrigo. Conozco algunos casos en los que han fallado por alguna causa
en particular.
–¿Vos no creés que Edith...?
–Ella no haría algo como esto a propósito –le dije con el
ceño fruncido–. Ella estaba tan asustada como vos al enterarse. Tiene mucho
miedo, pero su miedo es quedarse sola con el bebé. Vos no vas a hacer eso –no
era una pregunta–, porque si vos hacés eso, yo te corto las bolas...
literalmente.
–Pero... pero... ¿Qué puedo hacer yo?
–Lo primero que tenés que hacer es hablar con ella. No te
apresures a tomar decisiones. Pensá bien lo que le vas a decir, porque si la
lastimás... ya sabés... quedás eunuco.
–Yo no puedo ser padre, Lucrecia... no puedo con mi
vida... menos voy a poder con otra.
–Eso ya lo pensé, pero no es tan difícil. No van a caer
todas las responsabilidades de golpe, vas a tener tiempo para ir asimilando
todo. Tenés nueve meses para eso.
–No sé qué hacer... –tenía la mirada perdida en algún
punto del horizonte.
–Ya me dijiste lo que vas a hacer, espero que lo hagas...
–¿Eh? –Volteó para mirarme y simulé un par de tijeras con
mis dedos, recordándole lo que haría con sus genitales–. Sí... sí... voy a
hablar con ella.
–Y te vas a hacer cargo del chico.
–Voy a hablar con ella –repitió automáticamente.
–Está bien, hablá con ella y después me decís qué pasó.
De paso voy a tener tiempo de afilar algún buen cuchillo, en el caso de tener
que cortarte las bolas.
–No estoy para bromas, Lucrecia.
–¿Quién dijo que es una broma?
*****
El repentino timbre del teléfono me sacó de mis
pensamientos. Catalina llamó alrededor de las once y media de la noche. Al
responderle tuve que esforzarme por aparentar tranquilidad, la muy desgraciada me
estaba haciendo sufrir a conciencia.
–Lucrecia, buscame en mi departamento, vos manejás. Te
espero para las doce y cuarto. Si se te hace tarde, mejor ni vengas.
–Está bien... doce y cuarto, en tu departamento...
–Ah, Lucrecia... vení bien arreglada. No te pongas otra
vez ese atuendo de “chica de barrio” porque te dejo sola y me voy.
–Voy a ponerme lo mejor que tenga –aseguré.
Me molestó muchísimo que criticara mi atuendo,
especialmente porque lo había considerado bastante apropiado para la situación.
Si ella supiera las posibilidades que había tenido yo en mi antigua vida para
adquirir ropa costosa se quedaría bien calladita; pero siempre preferí evitar
la ostentación, me sentía mucho más cómoda con atuendos cotidianos. Me di una
ducha rápida, sin mojar mi cabello y revisé presurosamente mi valija. Extraje
un hermoso vestido bordeaux, de noche, con una tela muy fina. Tuve que vestirme
a toda prisa, pero el resultado me convenció bastante, el vestido me llegaba
hasta los tobillos y tenía un largo tajo que dejaba libre una de mis piernas,
arriba contaba con un amplio escote en “V” que permitía que la mitad de mis
pechos se viera. Recordaba haber comprado este vestido dos o tres años atrás,
para utilizarlo en el casamiento de una tía; mi madre se quejó cuando vio lo
escotado e “indiscreto” que resultaba el vestido, pero cuando le dije dónde lo
había comprado y cuánto me había costado, en su rostro se dibujó una sonrisa. «Si
es de ahí, tiene que ser de excelentísima calidad», me dijo. No había nada que
la hiciera más feliz que ostentar ante toda su familia el lujo que podían
permitirse sus hijas, se pasó toda la noche contándole a quien se le acercaba
dónde había comprado yo mi vestido. Así es como una se gana, injustamente, la
fama de “nena malcriada”. Desde aquel casamiento no había vuelto a usar el
vestido, ya que me sentí sumamente incómoda durante toda la noche. No hubo
hombre que no aprovechara cualquier momento para admirar mis pechos o la pierna
que quedaba a la vista; sin embargo habían pasado casi tres años desde esa
fiesta y ya no era tan pudorosa y no me molestaba usarlo. Completé mi atuendo
con una cadenita, un par de aros y una pulsera, todo era de oro. Me puse tacos
altos, tanga negra y una rápida capa de sutil maquillaje. Todo pude hacerlo en
menos de media hora, luego hay quienes se quejan de que las mujeres pasamos
horas y horas vistiéndonos... aunque pensándolo bien, debo haber roto alguna
marca mundial de “Mujer arreglándose para una ocasión especial”. Es una lástima
que los de Guinness no hayan estado allí para tomarme el tiempo.
*****
Conduje, por segunda vez en el día, hasta el departamento
de Catalina. Cuando llegué ella estaba saliendo del edificio, estacioné en la
cochera de cortesía y me bajé del auto para recibirla. Al verme sus ojos se
abrieron como si hubiera visto un ladrón o algún otro tipo de amenaza.
Boquiabierta retrocedió un paso y luego recuperó la compostura. Sonreí
grácilmente y rodeé el auto por delante para abrirle la puerta del acompañante.
Ella llevaba puesto un vestido negro bastante ajustado y corto que, por algún
milagro de diseño, no la hacía parecer vulgar.
–Admito que me llevé una sorpresa –me dijo mientras
viajábamos hacia donde ella me había indicado-, pensé que vendrías vestida con
algo sin clase.
–¿Es un problema “no tener clase”?
–Por supuesto, especialmente si querés entrar al sitio al
que nos dirigimos. Vestida como lo estabas hoy a la mañana, no te dejarían
acercarte a la puerta de entrada, me alegra que tu atuendo no me haga pasar
vergüenza.
–A mí también me alegra –tenía ganas de insultarla, pero
si quería cerrar el trato, debía morderme la lengua para no hablar de más.
Durante unos minutos reinó en el auto un silencio
sepulcral. Por suerte podía mantenerme mirando fijamente la ruta, pero cada vez
que miraba de reojo a la rubia, podía notar su expresión de disgusto. Pensé en
poner algo de música, pero descarté esa idea porque supuse que a ella no le
gustaría escuchar lo mismo que a mí. No pretendía juzgarla por eso, pero había
algo en ella que me decía que no era una chica del “rock”, aparentaba ser más
aficionada al “pop” y a la música de moda, lo cual para mí podía llegar a ser
más tedioso e insoportable que el mismo silencio incómodo en el que nos veíamos
envueltas.
–Vos te acostaste con mi hermano.
Cuando escuché esas palabras me quedé rígida, no había
sido una pregunta, era una total afirmación, como si ya supiera la respuesta.
–¿Por qué pensás eso? ¿No habías dicho que tu hermano era
gay?
–No dije que fuera gay, dije que es maricón, son dos
cosas distintas.
–¿Ah sí? ¿Cuál es la diferencia? –no estaba interesada en
la respuesta, pero quería desviar el tema de conversación.
–Un gay es un hombre que se acuesta con otros hombres,
por puro gusto. Un maricón es el que llora y hace berrinches de nena chiquita
cuando algo no le sale bien... también se puede considerar maricón a los que
hablan como nenitas y gesticulan como si fueran mariposas rosadas salidas de un
puto cuentito de hadas. Eso es un maricón –hubo un odio visceral en sus
palabras.
–Creo que no te agradan los homosexuales.
–Son unos desviados, pero no tengo nada en contra de
ellos. Los que me molestan son los maricones, como mi hermano.
–Tu hermano no habla como nena... es muy varonil. Si él
no me hubiera dicho que era gay, no lo hubiera descubierto nunca.
–Puede que no hable como nena, pero sí llora como una.
Todavía me acuerdo del día en que mi papá lo echó de la casa, cuando se enteró
que era gay... que se acostaba con hombres... con hombres comprometidos.
Tuve que morderme la lengua, literalmente, para no
decirle nada. El corazón me dio un horrible vuelco ya que eso me recordaba
mucho a lo que yo misma tuve que vivir al ser expulsada de mi propia casa.
Además sabía perfectamente que el hombre con el que se había acostado Rodrigo
era el novio, o prometido, de Catalina y no me extrañaría si me enteraba que
ella misma había delatado a su hermano con su padre. Esta vez tuve que
retroceder con el tema, decidí llevarlo al inicio de la conversación, ya que
estábamos metiéndonos en un camino muy sinuoso.
–Lo que no entiendo es por qué pensás que yo me acosté
con tu hermano –le dije sin apartar la vista de la carretera.
–¿Acaso no es cierto?
–No dije eso, solamente me pregunto qué fue lo que te
hizo sospecharlo.
–Sos una chica muy linda, él tiene debilidad por la gente
linda. Sean hombres o mujeres. Seguramente vos te metiste en su cama pensando
que iba a ser el hombre de tu vida, una pendejita inocente llena de sueños,
creyendo en palabras y promesas de amor eterno... creyendo que te casarías con
él y que...
–Esperá, ¿estás hablando sobre mí o sobre vos? –No me
aguanté, se lo tuve que decir; ella volteó la cabeza repentinamente hacia mí.
–¿A qué te referís?
–No sé si a vos alguna vez te habrán engañado con todas
esas promesas, pero a mí no me pasó nunca.
–No estaba hablando de mí –noté que fruncía el ceño,
hasta estando enojada seguía siendo radiante y hermosa.
–Entonces no sé de quién hablabas. Yo me acosté con
Rodrigo porque se dio... no hubo ningún planeamiento, al menos no de mi
parte... o de la suya –la que había planeado todo era Edith–. Ni siquiera tenía
intenciones de acostarme con él hasta el momento en que ocurrió. Él es gay y yo
soy lesbiana.
–¿Lesbiana?
–Sí, espero que no tengas un problema con eso también.
–No, ninguno –sin embargo vi una sonrisa maliciosa en su
rostro, como si estuviera burlándose de mí.
*****
Por fin llegamos a destino, luego de un largo y tenso
viaje. Al bajar del auto vi un edificio antiguo, pegado a otras edificaciones
de la misma índole, todos parecían estar muy bien cuidados y preservados.
Catalina tocó timbre y al poco tiempo escuché una chicharra eléctrica
anunciando que se podía abrir la puerta. Cuando entramos vimos a dos hombres
robustos que vestían trajes completamente negros, inclusive sus camisas.
Saludaron a Catalina inclinando levemente sus cabezas y juntas nos adentramos
por un largo pasillo.
–¿Qué es este lugar? –le pregunté mirando las tenues
luces rojas que alumbraban escasamente el pasillo.
–Es un club. Uno bastante peculiar, donde sólo podés
entrar si conocés a alguien.
–¿Algo parecido a una secta satánica? –ella comenzó a
reírse.
–No tengas miedo, querida, acá no vas a ver rituales
sangrientos ni nada por el estilo... solo espero que estés a la altura de las
circunstancias.
Quise hacerle más preguntas pero en ese preciso instante
entramos a una gran sala donde sonaba una música de blues a bajo volumen, allí la
iluminación no era más fuerte que en el pasillo. Logré divisar varias personas
pero éstas estaban prácticamente ocultas entre las penumbras, sin embargo no
tenían aspecto de ser satanistas. El sitio se asemejaba bastante a un “pub” o
un bar de alta gama. Hasta pude ver a un barman sirviéndole un trago a una
mujer que vestía de forma elegante. Tal vez este era el sitio que Catalina
utilizaba para cerrar importantes acuerdos de negocios. Supuse que si me había
llevado a ese sitio su intención era estrechar mi mano y decirme: «Acepto los
términos». Eso me alegró un poco y me hizo sentir más segura.
Tres hombres se nos acercaron a saludarnos efusiva pero
cordialmente. Ella me presentó solamente como Lucrecia y, aparentemente, la
conocían muy bien ya que los tres la saludaron por su nombre de pila. Ninguno
de ellos se quedó a nuestro lado por más de un minuto, parecían saludos
protocolares y no verdaderamente amistosos. Luego se nos acercó un mozo y nos
preguntó qué queríamos tomar, cuando pedí una cerveza Catalina me miró con una
mueca de asco, como si la hubiera insultado directamente.
–¿Cerveza? ¿Por qué no te pedís algo más... sofisticado?
–me preguntó.
–Una cerveza, gracias –le repetí al mozo ignorando a
Catalina. Me estaba hartando con su actitud pedante.
–A mí tráigame una botella de champagne –pidió la rubia–.
Espero que no me hagas arrepentir de haberte traído –espetó con bronca.
–Espero no arrepentirme de haber venido –en ese instante
sonreí a una cuarta persona que se nos acercó a saludarnos y se alejó tan
rápido como había venido–. ¿Por qué todos nos saludan?
–Es una costumbre. El lugar está muy oscuro y la mejor
excusa para ver de cerca a alguien, es saludarlo. Están evaluándote, porque sos
la nueva.
No me sentía cómoda al saber que me estaban “evaluando”,
sin embargo no podía hacer otra cosa. La siguiente persona en acercarse, fue
una chica no mayor que Catalina, también muy bonita, de piel color bronce y cabello
color chocolate. Llevaba puesto un vestido rojo sangre con un escote tan
pronunciado que casi podían verse sus pezones. Su saludo fue un tanto más
cariñoso que el de los demás, luego se alejó contoneando las caderas.
–¿Te calienta la morocha? –me preguntó Catalina.
–Es muy linda.
–Se llama Irma, es cubana.
–Lo sospeché, por su acento.
–Si querés las presento formalmente. Ella es bisexual –me
dijo como si se tratase de un simple trámite.
–¿Por qué repentinamente estás tan buena y servicial
conmigo? –tenía que sospechar de su actitud.
–Si no querés intimar con ella, no me importa. Era
solamente una sugerencia.
–No dije que no quisiera –imaginé cómo se vería la cubana
sin nada de ropa y un calorcito me invadió en la parte baja del vientre.
–Ahora ya no podés –dijo cortante.
–¿Por qué no?
–Porque ya perdiste la oportunidad. Cuando yo ofrezco
algo, lo ofrezco una sola vez. Si dudás o me decís que no... perdiste.
Esa era una forma indirecta de decirme que me ofrecería
un nuevo trato y que si yo dudaba o lo rechazaba, ya no habría otro nuevo... ni
tendría oportunidad de aceptar ese. Catalina era insoportable, pero tenía que
admitir que era muy hábil e intimidante con los negocios.
Hablando de negocios, necesitaba averiguar por qué
Catalina me había traído a este extraño lugar.
–¿Hay algún lugar donde una pueda sentarse? –le pregunté
simulando no tener interés.
–Vení, tengo una mesa reservada.
–¿Mesa? No veo ninguna...
Las mesas estaban contra las paredes, por lo que
resultaba muy difícil verlas desde lejos. Me senté en un sillón largo, había
otro del lado contrario de la mesa, me recordaba un poco a la disposición que
se veían en las cafeterías, solamente que aquí todo era muy elegante. El amable
mozo se me acercó con una pinta de cerveza bien fría, agradecí enormemente el
gesto ya que me moría de sed. Me recordé a mí misma que debía conducir así que
tal vez ese sería mi primer y último vaso de cerveza de la noche; al menos lo
disfrutaría al máximo. Catalina se mostró furiosa cuando vio que aún no le
traían su botella de champagne, pero en cuanto levantó una mano para quejarse,
otro mozo se le acercó desde atrás y, cuidadosamente, depositó el balde
metálico con la botella y un par de copas. Me causó gracia ver cómo tenía que
apretar sus labios para reprimir la queja que estaba punto de estallar en su
boca. Disimulé mi sonrisa dando otro sorbo a la cerveza.
–¿Aquí hacen alguna otra cosa además de saludarse para verse
las caras? –pregunté, manteniendo mi actitud desinteresada.
–Por supuesto, pero eso lo vas a averiguar dentro de un
rato. Ahora te quiero hacer mi nueva propuesta.
Estuve a punto de decirle que si se parecía a la
anterior, la rechazaría, pero me esforcé por mantenerme callada, si algo había
aprendido estudiando Administración de Empresas era no exponerse antes de
tiempo a la hora de realizar una negociación, siempre esperar a que la otra
persona brinde información sobre la cual poder trabajar: la información es
poder.
–Te escucho –dije con una sonrisa afable.
–Voy a aceptar tu trato del sesenta por ciento de
ganancias, pero... –hizo una pausa exageradamente dramática y me atravesó con
las gélidas cuentas de cristal que tenía por ojos– te quiero ver a mis pies.
–¿A mí o a tu hermano? –pregunté sin entender muy bien.
–A vos. Quiero que esta noche me obedezcas en todo.
Absolutamente todo –su rígida máscara dejaba ver leves vestigios de malicia y
me daba la sensación de que la situación le resultaba divertida.
–¿Querés que sea algo así como tu perrito faldero?
–Sí.
–No me gusta para nada esa idea –admití.
–Pensalo bien, Lucrecia. Podés irte con un buen trato si
te portás bien.
–No, la que se va con un buen trato sos vos. A mí no me
gusta. Cuarenta por ciento de ganancias y podemos hablar.
–No. Sesenta, eso no cambia.
–Entonces lamento que hayamos perdido el tiempo –di un
nuevo sorbo a la cerveza antes de ponerme de pie–. ¿Tenés forma de volver a tu
departamento?
–¿Te vas? –pude notar un poco de inseguridad en su tono
de voz.
–Sí. Lamento que las cosas no hayan resultado bien –me
mantuve firme.
–Cincuenta por ciento.
–No, Catalina. No tengo idea de qué locuras querrás
hacer, pero no soy tan idiota, vos querés verme humillada, querés ponerte en
una situación de poder, conmigo eso no te va a funcionar, no tengo una
personalidad tan débil y... hace rato que me harté de ser la “chica obediente”.
Hasta luego.
Caminé en busca de la puerta por la que habíamos entrado,
estaba esperando que ella rebajara por fin su oferta, pero no lo hizo. Con un
nudo en la garganta continué mi camino, estaba apostando contra ella y tal vez
la apuesta no me había salido nada bien; pero me tranquilizaba un poco saber
que si le contaba lo ocurrido a Rodrigo, se pondría de mi parte; él tampoco
hubiera cedido ante semejantes condiciones. Recorrí el pasillo en penumbras
hasta que me topé con los dos guardias de seguridad vestidos de negro. Le pedí
a uno que me abriera la puerta para emprender la triste partida de la derrota
cuando una pesada mano me tocó el hombro, era uno de los guardias, quien me
señaló con el dedo hacia atrás. Al voltear miré hacia el pasillo, allí estaba
de pie la esplendorosa rubia.
–Cuarenta por ciento y se cierra el trato –dijo con
firmeza.
–Ahora sí nos estamos entendiendo.
Tuve que hacer un enorme esfuerzo por no sonreír; me
sentía muy bien conmigo misma, había conseguido disminuir un enorme veinte por
ciento a los intereses, lo cual era extraordinario, si me ponía a pensar en la
suma que Catalina debía invertir. Hasta consideraba una estupidez haberle
ofrecido sesenta por ciento al principio; pero estaba desesperada y necesitábamos
ese dinero con urgencia.
Regresamos al sitio en el que nos habíamos sentado, mi
alegría se fue disipando de a poco ya que sabía que había quedado a merced de
Catalina y era consciente de que esto era un juego de poder, yo me había
impuesto ante ella con la negociación monetaria y lo más probable era que me lo
hiciera pagar de alguna forma humillante; pero no tenía idea de qué podría
querer hacer. Me mantuve en silencio intentando no cruzar mi mirada con la de
ella, después de un par de minutos pasó algo que me tomó por sorpresa.
Un brillante haz de luz apareció súbitamente, estaba
dirigido hacia el centro de la habitación. Allí pude ver una especie de cama
cuadrada. Sí, cuadrada; no era rectangular, como una cama normal, sino que
todos sus lados eran del mismo tamaño. Tenía sábanas negras y una colcha roja
que la cubría hasta la mitad, formando un triángulo rojo y otro negro. Me
pareció muy extraño ver esa combinación de colores en una cama, ya que por lo
general éstas llevaban sábanas de color claro; pero era evidente que ésta no
era una cama común y corriente.
El volumen de la música aumentó considerablemente, pude
identificar que una canción de la banda “The
Killers”, pero no recordaba el nombre de la misma; sin embargo marcaba un
ritmo muy enérgico y sensual. La luz estaba focalizada de tal forma que no
iluminaba demasiado a la gente de sus alrededores, pero me di cuenta de que
había al menos cuarenta personas en el sitio. De pronto vi que alguien se ponía
de pie y se acercaba al centro, se trataba de Irma, la hermosa cubana. Ella
caminó en círculos alrededor de la cama y miró a los presentes atentamente. Sus
ojos se detuvieron en mí, sonrió mostrándome sus perfectos dientes perlados.
Levantó una mano y me señaló, sin dejar de lado sus movimientos sensuales. Me
señalé a mí misma como para cerciorarme de que apuntaba hacia mí, ella asintió
con la cabeza. Miré a Catalina y la rubia hizo un gesto negativo con la cabeza,
no estaba dirigido a mí sino a Irma. La cubana puso cara de tristeza, doblando
el grueso labio inferior de su boca, pero Catalina se mantuvo implacable y
volvió a decirle que no. Irma tuvo que seguir con su búsqueda y poco después
señaló a otra muchacha, una que vestía un elegante vestido blanco pegado al
cuerpo, tenía una figura muy voluptuosa, caderas anchas y tetas grandes y
redondas; un verdadero monumento a la sensualidad. La muchacha se levantó al
instante con una sonrisa tan amplia como la que estaba dibujada en el rostro de
la cubana.
Miré una vez más a Catalina y ella se señaló con dos
dedos ambos ojos y luego apuntó hacia la cama cuadrada; con esto me indicaba
que mirara atentamente. Las bellas mujeres comenzaron a bailar muy juntas,
siguiendo el ritmo sensual de la música. Sus cuerpos se rozaban constantemente
y sus manos recorrían sutilmente cada una de las curvas. Esta sutileza se
comenzó a transformar en erotismo cuando la chica de blanco volteó, dándole la
espalda a Irma, y ésta le acarició el vientre llevando sus mulatas manos hasta
los grandes pechos, los presionó desde abajo hacia arriba y éstos saltaron
fuera del prominente escote. Cuando la cubana bajó las manos pude ver las
blancas y redondas tetas de esa bella muchacha al desnudo, el haz de luz la
iluminaba lo suficientemente bien como para permitir apreciar lo erectos que
estaban sus pezones. Irma besó a su compañera en el cuello, dejándole una marca
de pintura de labios. Con estas manifestaciones tan lésbicas, mi temperatura
corporal comenzó a elevarse. Indiqué con una seña a un mozo que me trajera otro
vaso de cerveza, no quería beber mucho, pero lo necesitaba.
Aparentemente a nadie le molestó que Irma fuera
desvistiendo poco a poco a la muchacha del vestido blanco y ésta se mostró muy
colaboradora. Cuando el vestido tocó el suelo me di cuenta de que ella no
llevaba más ropa interior que un sexy par de medias con encaje, que llegaban
hasta la mitad de sus muslos. Me fijé en su delicada vagina, la cual presentaba
una pequeña línea de vellos, prolijamente recortados, y unos labios apretados y
suculentos. Miré a Catalina, boquiabierta, ella se limitaba a observar la
escena con una de sus cínicas sonrisas en el rostro, me dio la impresión de que
se estaba burlando de mí.
Estaba comprendiendo qué clase de club era éste, siempre
había creído que no eran más que un mito urbano; pero tenía frente a mis ojos
la prueba irrefutable de que existían. Esta gente estaba allí para mantener
relaciones sexuales ante un público selecto; esto, en lugar de incomodarme, me
calentó de sobremanera, tuve que apretar mis piernas con fuerzas en respuesta
mecánica a un pequeño espasmo de goce que había sufrido mi vagina.
Las dos mujeres en el centro del salón se acariciaban mutuamente,
el vestido de la cubana iba perdiendo estabilidad y sujeción, en pocos segundos
acompañó en el suelo al otro vestido. En cuanto Irma quedó desnuda, la muchacha
de tez pálida le agarró uno de sus pechos y le dio un fuerte chupón al pezón.
Supuse que la gente aplaudiría o algo por el estilo, pero todos observaban en
silencio. Ambas mujeres cayeron en la cama cuadrada y comenzaron a besarse
apasionadamente, mientras sus delicadas manos recorrían las intrépidas curvas
de sus cuerpos. Noté que entrecruzaban sus piernas y comenzaban a frotarse la
una contra la otra; era una escena maravilla que me traía miles de hermosos
recuerdos sexuales.
Irma, que tenía la espalda contra el colchón y la chica
sobre ella, fue por la teta que le correspondía saborear y la lamió con ímpetu,
al mismo tiempo una de sus manos acariciaba esa hermosa cola que tenía a su
disposición y los dedos de la morena, osados y habilidosos, se perdieron en el
canal que se formaba en el centro. Pude ver cómo uno de esos dedos se
introducía en la cueva vaginal, para luego salir casi tan rápido como había
entrado. La cubana chupó su propio dedo, que debía estar lleno de flujos
femeninos, luego volvió a meterlo en ese hermoso agujerito; pero esta vez no lo
sacó.
Las largas y rosadas lenguas se encontraron en el centro
de la separación entre una boca y la otra, comenzaron a luchar entre ellas, a
veces rozándose apenas con las puntitas y otras veces abrazándose y
entrelazándose con fuerza. Esas mujeres sí que sabían usar sus lenguas. Me
humedecí aún más de solo imaginar a una de ellas con la cabeza entre mis piernas.
Me hubiera gustado admirar la escena desde más cerca, pero comparado con el
resto de los presentes, Catalina y yo teníamos sitios privilegiados, éstos eran
dos de los asientos más cercanos al centro de la pista.
Me relajé y me dejé llevar por el asombroso espectáculo.
Vi a esas hermosas mujeres acariciar y tocar cada rincón del cuerpo de la otra.
Las vi besarse con fogosa pasión lésbica y lo mejor llegó cuando vi a Irma
comiéndole la vagina a su amante seleccionada. La chica separó y levantó las
piernas, flexionando las rodillas, para dar lugar a la cabeza de la cubaba. No
sólo le permitió chupar con total libertad la regordeta vagina, sino que
también nos permitió a nosotros, los espectadores, apreciar la escena en todo
su esplendor. Pude ver perfectamente cómo esa lengua se hundía entre los labios
y cómo a veces se concentraba solamente en el clítoris.
Casi sin darme cuenta y sin apartar la mirada del centro,
comencé a acariciar mi entrepierna por encima del vestido. Estaba abstraída y
no tenía idea de si alguien me estaba mirando, en ese momento no me importaba
ya que estaba luchando contra el fuerte impulso de saltar de mi asiento y
unirme a esas dos diosas del sexo lésbico.
La música siempre las acompañó y ellas no redujeron el
ritmo en ningún momento, se movieron sobre esa cama como si se tratara de una
coreografía cuidadosamente ensayada. Con mucha agilidad lograron formar un
impecable 69 y fue en ese momento donde una nueva sorpresa apareció. La cama
comenzó a girar lentamente, me percaté de que el suelo debajo de ella trazaba
un amplio círculo y ésta era la base que giraba. De esta forma pudimos ver a
las mujeres desde todos los ángulos, sin perdernos detalles de lo que hacían
sus lenguas en la vagina de la otra.
Cuando el juego lésbico finalizó, ambas mujeres se
pusieron de pie e hicieron una leve reverencia a su audiencia, esta vez sí las
aplaudieron y tuve que sacar la mano de mi entrepierna para sumarme a los
aplausos. No conocía a nadie, más que a Catalina, dentro de ese club, pero ya
había algo allí que me llamaba mucho la atención. Irma y su amante se vistieron
y cuando se alejaron del centro la música cambió repentinamente, seguía
manteniendo un ritmo bastante sensual, pero ya no eran canciones de The Killers, esta vez me fue imposible
identificar a la banda.
Ninguno de los presentes se movió, pero como la luz del
centro seguía encendida me di cuenta de que estaban esperando que otra persona
pasara a brindar un espectáculo similar. Rogué que se tratara de dos mujeres y
aguardé. Cuando giré mi cabeza para tomar el vaso de cerveza que había dejado
en la mesa, me encontré con Catalina, de pie delante de mí. Me hizo una seña
con sus manos indicándome que me pusiera de pie. Me quedé boquiabierta.
La rubia tuvo que tomarme del brazo y tirar de él para
hacerme parar. Caminé con torpeza hacia el centro de la pista mirando como
estúpida a todos alrededor, esta vez sí me aterré. Había muchas mujeres, pero
me inhibía que también hubiera tantos hombres.
–Es tu turno de entretenernos –dijo Catalina acercándose
a mí con una cínica sonrisa–. Si querés que cerremos el trato, vas a tener que
participar en esto, de muy buena gana.
–¿Querés que yo... haga lo mismo que hizo Irma... con
vos?
La rubia estalló en carcajadas, su risa fue tan
estridente que se escuchó por encima de la música. Nunca me había irritado tanto
escuchar a una mujer reír. Catalina emitía un cacareo burlón y me miraba como
si yo fuera una niña ingenua que había dicho un absurdo tan grande que merecía
ser desacreditada frente a toda la audiencia.
–¿Ya terminaste? –le pregunté con el ceño fruncido cuando
el volumen de su estruendosa risa disminuyó.
–Qué ingenua sos, Lucrecia –me dijo mientras se limpiaba
un par de lágrimas con el dorso de la mano.
–Sí, me lo habían dicho antes; pero no entiendo cuál es
la gracia. ¿Qué querés que suponga si me arrastrás hasta acá de la misma forma
que lo hizo Irma con aquella chica? Es obvio que pretendés que haga algo
relacionado al sexo.
–La ingenuidad la cometiste en pensar que ibas a poder
tocarme a mí. Sé que te morís de ganas de hacerlo, lo veo en tus ojos... en la
forma en la que me mirás todo el tiempo, es lógico que te guste si es que sos
tan lesbiana como afirmás.
–Seré lesbiana, pero eso no quiere decir que me guste
cualquier mujer que me pongan delante. ¿Para qué me trajiste hasta acá?
–Para que nos des una bonita exhibición.
–Puedo hacer eso –me encogí de hombros; el estómago se me
revolvía, pero encontraba la idea bastante excitante–. ¿Tengo que escoger a
alguna mujer del público? –pregunté mirando a mi alrededor.
–No, yo voy a escoger la persona con la que vas a estar.
Caminó alrededor de la pista con paso firme, era obvio
que buscaba a alguien en el público y me dio la sensación de que ya tenía a esa
persona previamente escogida y sólo intentaba localizarla. De pronto se detuvo
frente a un grupo de personas y le hizo señas a alguien para que se acercara.
La vi regresar de la mano de uno de los hombres más altos que había visto en mi
vida, tenía el cabello negro, prolijamente cortado a la moda y una espalda muy
ancha. En sus fríos y duros rasgos había cierto atractivo, pero en general era
atemorizante.
–Te presento a Zoran, es Serbio, tiene treinta y dos años
y va a ser tu compañero de cama por esta noche.
Me quedé petrificada, el gigante me miraba fijamente con
media sonrisa dibujada en sus labios; debía admitir que no encontraba amenaza alguna
en esa sonrisa, pero de todas formas me aterraba. Me di cuenta de que había
sido un enorme error aceptar las condiciones contractuales de Catalina, ella
quería humillarme y sabía perfectamente cómo hacerlo.
–Veremos qué tan bien se comporta una lesbiana, como vos,
con un hombre de verdad, como Zoran. Si estás pensando que te va a partir en
dos –se acercó mucho a mí, nuestras narices se tocaron–, entonces estás en lo
cierto.
–No lo voy a hacer –me negué.
–No tenés opción, Lucrecia. Además allí no termina la
cosa...
Se agachó y extrajo una caja de madera
de abajo de la cama. De ella sacó un par de esposas envueltas en una esponjosa
tela negra y algo que me pareció una especie de flagelo que estaba formado por
finas tiras de cuero. Me espanté mucho al ver ese extraño objeto meneándose
como un péndulo.
–¿Para qué es eso? –pregunté
retrocediendo un paso.
–Qué poca imaginación tenés, Lucrecia
–ella se rio de mí y tuve la sensación de que todos se estaban burlando.
–Esto no me gusta nada. Me quiero ir –busqué
la puerta de salida con la mirada, pero no podía hallarla ya que todo a mi
alrededor estaba en penumbras.
–Es tarde para eso, una vez que estás
en el centro de la pista, no hay vuelta atrás. Desde ahora en adelante vas a
ser mi juguete… y el de Zoran.
Miré al serbio, que sonreía con
alegría, tal vez no entendiera ni una sola palabra de español, pero estaba
segura de que él debía imaginar mejor que yo lo que estaba a punto de ocurrir y
cuáles eran los sádicos planes que la rubia tenía para mí. Catalina se me
acercó con paso sensual y seguro, podía notar el frío hostil en su mirada. Sus
intenciones no me agradaban para nada. Si bien había llegado al punto de
acostarme con un hombre, lo había hecho en circunstancias muy especiales y con
personas que me inspiraban muchísima confianza; sin embargo no conocía para
nada a ese enorme tipo, no teníamos absolutamente nada en común; ni siquiera
habíamos nacido en el mismo continente.
–No sé qué ideas locas tendrás en
mente, Catalina, pero yo no me voy a rebajar de esa manera –aseguré.
–Vos vas a hacer lo que yo te diga,
puta –una maliciosa sonrisa se dibujó en sus finos labios.
Me tomó por sorpresa el repentino
cambio en su tono de voz. Se acercó tanto a mí que el dulce aroma de su perfume
se coló por mis fosas nasales. Una de sus manos se cerró con fuerza alrededor
de mi muñeca derecha. En cuanto ví que intentaba esposarme, sacudí mi brazo con
fuerza y me aparté, dando un paso hacia atrás.
–Lucrecia, no te conviene jugar en mi
contra –me dijo la rubia, evidenciando su fastidio–. Tenemos un acuerdo.
–No me está gustando nada este acuerdo.
–No me importa si te gusta o no, lo
tenés que hacer igual, de lo contrario no hay trato.
Avanzó una vez más hacia mí, por lo que
comencé a retroceder, intentando esquivar la cama, para no caer en ella; sin
embargo Catalina se abalanzó sobre mí como un felino furioso y juntas caímos
sobre el mullido colchón. Sus manos aferraban con fuerza mis muñecas e intentaba
someterme empleando todo el peso de su cuerpo contra mí. Soltó uno de mis
brazos y comencé a empujarla poniendo la mano en su pecho, ella intentaba a
toda costa abrir una de las esposas, cuando logró abrirla comenzó una lucha por
esposarme, me resistí todo lo que pude, empleando toda mi fuerza. Quedó
demostrado que en cuestión de fuerza, la mía superaba por mucho a la de
Catalina, logré arrebatarle la esposa y la cerré rápidamente alrededor de su
muñeca derecha.
–¿Qué hacés? –me dijo con la cara llena
de odio.
–A mí no me vas a esposar.
Tal vez tenía una esposa sujeta a una
de sus muñecas, pero esto no le impedía moverse con total libertad, se abalanzó
sobre mí y comenzó a descargar toda su furia. Tiró de mi cabello, provocándome
un dolor agudo en el cuero cabelludo, luego intentó arañarme la cara; sin
embargo conseguí detenerla a tiempo y sujetar su brazo, repentinamente su
fuerza se había incrementado y yo me encontraba en una posición desfavorable.
Valiéndome de todas mis fuerzas la empujé y logré apartarla de arriba mío.
Justo cuando estaba por ponerme de pie vi una pequeña llave en el colchón, la
tomé sin pensarlo, era la llave de las esposas.
–¡Dame eso! –exclamó la rubia
enfurecida.
Ella permanecía de rodillas sobre la
cama, me di cuenta de que la esposa que había cerrado en su muñeca aún tenía
abierto el otro extremo, sin embargo ésto no me servía de mucho ya que no veía
nada en la cama a donde se pudiera aferrar, la misma no tenía ningún tipo de
respaldar ni sujeción. Me alejé unos pasos y miré a mi alrededor, toda la gente
nos admiraba expectante. Noté la sonrisa pícara en los labios de un hombre
gordo y calvo que acariciaba la pierna de una hermosa joven que estaba sentada
a su lado. Muchos parecían estar disfrutando de la escena tanto como él.
–¡Zoran! Sacale la llave –le gritó
Catalina al serbio. No sé si este habrá comprendido alguna palabra de lo que
dijo, pero seguramente adivinaba la intención, la sonrisa de sus labios se
borró al instante y quedó lleno de dudas.
–No te muevas, Zoran –dijo el hombre
calvo del público–. Dejá que las chicas se las arreglen solas –una vez más el
serbio debió comprender lo que le decían ya que el hombre levantaba una mano
indicándole que se detenga al mismo tiempo que negaba con la cabeza. Zoran asintió
y se quedó de brazos cruzados en su sitio.
–¿Vos por qué te metés? –ladró la
colérica rubia.
–Porque parece que tu compañerita
quiere jugar a un juego nuevo… que me parece de lo más interesante –respondió
el hombre al mismo tiempo que volvía a acariciar la pierna de su acompañante.
Mientras Catalina estaba concentrada en
quejarse, me moví rápido y tomé el segundo par de esposas que estaba sobre la
cama y me apresuré a cerrárselo en su otra muñeca, ella se giró hacia mí y me
fulminó con la mirada. Para mi sorpresa, el público presente comenzó a aplaudir
y el hombre calvo me hizo señas para siguiera adelante, no pude hacer otra cosa
que sonreír y huír de la rubia que ya estaba acomodándose para saltar sobre mí
una vez más.
–¡Sacame esto, Lucrecia! –chilló–. Sacámelo
antes de que me hagas enojar más de lo que ya estoy.
–Ya te dije, Catalina, a mí no me vas a
esposar… ni voy a ser el juguetito sexual de un tipo que ni siquiera conozco.
–Vos vas a hacer lo que yo te diga,
ahora mismo… o rompo el trato –dijo apuntándome con su dedo índice–. No hay
préstamo para vos ni para el puto de mi hermano.
–Lamento decirte que podés meterte el
dinero donde te quepa, porque no voy a acceder bajo esas condiciones.
Mientras discutíamos yo giraba
alrededor de la cama intentando mantenerme fuera del alcance de sus filosas
uñas, no dejaba de dar zarpazos como una fiera enjaulada. En ese momento
escuché que el hombre calvo hablaba a mis espaldas en un idioma extraño, al que
Zoran supo responder, por lo que deduje que era serbio. Luego Zoran se acercó a
Catalina con aire altanero, la sujetó con fuerza de los brazos y ésta empezó a
gritar que la suelten.
–Considerá eso como una pequeña
contribución a tu juego –dijo el calvo–, espero que hagas que valga la pena.
Me quedé anonadada, tanto él como los
demás esperaban que yo diera una especie de espectáculo utilizando a la rubia
como víctima. Podría haberles dicho que me quería marchar, pero lo cierto es
que deseaba hacerle pagar por todo el mal trato al cual me había sometido
durante todo el transcurso del día. Pensé rápido, mi intención era encontrar
alguna forma de sujetar las esposas en algún lado, pero no veía ningún poste o
argolla que me permitiera hacerlo, eso me llevó a preguntarme de qué forma
quería esposarme ella. En ese momento vi que un muchacho me hacía señas para
que me acercara, se encontraba justo detrás de Catalina y Zoran, sentado en una
silla con las piernas cruzadas. Parecía ser un tipo ricachón, debido al fino
traje gris oscuro que llevaba puesto. Era atractivo en cierta forma, tenía dos
hermosas mujeres jóvenes sentadas a sus lados, ambas sonreían y lo miraban
embobadas. No entendía para qué quería que me acercara, pero al saber que la
rubia estaba bien sujeta por el serbio y que éste no le permitiría moverse, no
tenía nada que perder, por lo que en pocos segundos estuve a su lado. Me
incliné un poco hacia atrás sin sacar los ojos de Catalina, sólo para poder
admirar cómo luchaba enfurecida contra el hombre que la duplicaba en tamaño. El
joven a mis espaldas se me acercó un poco para susurrarme al oído. Noté que
posaba una de sus manos en mi cola, lo aparté rápidamente pero él volvió a ponerla
ahí. Estuve a punto de alejarme cuando lo escuché decir:
–Esposale los tobillos…
–¿Qué? ¿Cómo?
–Que le esposes las manos a los
tobillos.
–¿Y cómo hago eso?
–Fácil, bajale la mano hasta que se
acerque al tobillo y cerrás las esposas.
–No se va a dejar.
–Vos tenés más fuerza que ella. Además
tenés al grandote para que te ayude.
Apretó mi nalga y uno de sus dedos pasó
muy cerca de mi vagina. No me agradaba que un hombre me estuviera tocando de
esa forma, pero tenía la mente ocupada en imaginar lo que haría con Catalina
una vez que pudiera inmovilizarla sin la ayuda de Zoran.
Esta vez fui yo la que se abalanzó
contra la rubia, justo cuando estaba por tomar uno de sus brazos y esposarla,
el serbio la soltó.
–No, pará... volvé –le dije al mismo
tiempo que Catalina caía sobre mí–. Pero la puta madre...
Sujeté con fuerza uno de sus brazos y
caímos sobre la cama, quedando ella sobre mí. Al parecer ella supo que esas
esposas terminarían perjudicándola, por lo que se apresuró a cerrar uno de los
extremos abiertos alrededor de mi muñeca izquierda, de esa forma quedamos
esposadas la una a la otra. Le demostré
que eso había sido un gran error a estirar con fuerza mi brazo y hacerla caer
de boca contra mí. Me abracé con fuerza a su menudo cuerpo y giré para
posicionarme sobre ella. La escuché gritar algo que no comprendí, la ignoré y
me senté de bruces sobre su estómago, estirando mi brazo izquierdo por sobre mi
cabeza, obligándola a ella a estirar el suyo e inmovilizándolo. Intentó
golpearme con su otra mano, pero la sujeté. El extremo abierto de las esposas
me golpeó en la cabeza, pero no dolió en absoluto, gracias al acolchado que las
recubría. La parte difícil comenzó allí, ya que tuve que valerme de todo el
peso de mi cuerpo y de la fuerza de mis brazos para hacerme levemente a un
lado, enganchar su pierna sobre mi muslo y subirla tanto como me fuera posible.
Luego tomé su pie derecho y acerqué su brazo, sin soltarlo. Ella intentó
patearme, pero logré sostenerla. Tuve que realizar un enorme esfuerzo para
dejarla quieta un segundo, hasta tuve que ponerle una rodilla contra el
estómago; pero al final conseguí cerrar la esposa en su tobillo. Esto la dejó
en una posición sumamente incómoda, y a mí me había dejado bastante cansada.
–Te estás
pasando de la raya, Lucrecia –gruñó.
–Vos te pasaste
de la raya primero... –dije mientras recobraba el aliento, ambas estábamos algo
sudadas.
–Te doy la
última oportunidad para que me sueltes...
–Ni te gastes,
Catalina. No te voy a soltar.
Ella intentó zafarse pero estaba
obligada a mantener su mano casi pegada a su pie, doblando su cuerpo por la
mitad. La gente volvió a aplaudir, la fiesta se estaba animando y yo, en cierta
forma, disfrutaba ver a la rubia luchando inútilmente contra las esposas. Volví
a abalanzarme sobre ella, que comenzó a gritarme y creo que hasta intentó
morderme, estaba hecha una furia total; yo intentaba por todos los medios abrir
el extremo de las esposas que me sujetaban valiéndome de la diminuta llave, con
cada movimiento que ella hacía me impedía introducirla por la cerradura, pero
al fin, con un poco de suerte, conseguí hacerlo y mi mano quedó libre. Esta vez
no me costó tanto esposarle el brazo a la otra pierna, lo conseguí luego de
forcejear un poco con ella, dejándola con los dos brazos completamente
estirados hacia abajo, en paralelo a sus piernas, y las rodillas flexionadas. Quedó
boca abajo, como si estuviera en posición de perrito, pero como no podía
apoyarse en sus brazos, ya que estos habían quedado debajo de su cuerpo, se
veía obligada a apoyar su cara contra el colchón. Allí me percaté de lo
sugerente que era esa pose, ya que sus piernas habían quedado separadas y su
cola era el punto más alto de su cuerpo. Tenía el vestido bastante subido y al
pasar detrás de ella vi su blanca tanga apretando su vagina.
La gente aplaudió durante un rato y yo
ya me sentía bastante excitada, no sólo por los roces contra el cuerpo de la
rubia sino por la extraña sensación de poder que me daba esa situación, sumando
a esto los vítores de la gente que me observaba. En mi interior algo se
revolvía intensamente, era como si me hubieran inyectado una alta dosis de
adrenalina.
El muchacho carilindo volvió a
llamarme, me acerqué a él sin dejar de sonreír mientras escuchaba las quejas de
Catalina. Esta vez pude acercarme al tipo y mirarlo de frente, estaba
completamente afeitado, tenía ojos rectangulares color café y una nariz
bastante pequeña y recta, pensé en Rodrigo al verlo e imaginé que, si este
joven fuera gay, harían una excelente pareja, uno rubio y el otro con cabello
negro como la noche, casi estaban hechos el uno para el otro. Cuando sentí que
posaba su mano en mi cola ya no lo aparté, no porque lo disfrutara sino como
agradecimiento por la excelente idea que me había brindado. A pesar de que me
estaba manoseando lo hacía con suavidad y mucha destreza.
–¿Por qué no nos das una función un
poquito más interesante? –Me preguntó al oído–. La tenés completamente a tu
disposición…
–¿Y qué te hace pensar que me gustan
las mujeres?
–Lo sé, creeme. Se te nota en la cara,
especialmente por la forma en la que miraste a las chicas que estuvieron
“jugando” antes.
–¿Tanto se me nota? –sonreí–. Es una
lástima que no me gusten los hombres, sino tal vez te daría una oportunidad –le
guiñé un ojo. Él comenzó a reírse a carcajadas.
–Es una lástima… tendré que conformarme
con que te gusten las mujeres. ¿Al menos me regalarías ese lindo espectáculo,
hermosa? –su intrépida mano hundió la tela de mi vestido justo entre mis
nalgas, sentí sus finos dedos acariciando mi vulva, me hizo estremecer y
aumentó mi calentura.
–Está bien, veré qué puedo hacer…
aunque no prometo mucho.
–Cualquier cosa que venga de vos, va a
ser mucho para mí –una vez más presionó mi vagina y la acarició de arriba hacia
abajo, me estaba calentando para el juego.
Regresé a la cama donde la rubia, con
la cara hinchada de rabia, me miraba con ojos centelleantes. Me senté en el
colchón y le acaricié la espalda.
–Lucrecia, si me soltás ahora mismo te
perdono y seguimos adelante con el trato; de lo contrario…
–No estás en posición de negociar,
Catalina. Ahora mando yo, te guste o no –subí con la mano hasta posarla en su
firme cola.
–¡No me toques, tortillera de mierda!
–escuché el murmullo incómodo emitido por gran parte de los presentes.
–Te sugiero que cuides esa boquita,
Catalina, por acá hay muchas “tortilleras” y no te conviene ofenderlas –apretó
los labios con bronca, ella sabía que yo tenía razón, no le permitirían
faltarle el respeto a nadie allí dentro, por más importante que se creyera –.
En cuanto al trato, ya te dije que no voy a acceder, y en lo que a mí
concierne, fuiste vos la que lo rompió al pretender obligarme a hacer algo que
no quiero, teníamos un acuerdo verbal y no lo respetaste.
–Te dije que ibas a tener que hacer
algo más…
–Sí, pero exageraste, me hubieras
pedido que lo haga con alguna chica y hubiera aceptado encantada; pero no…
tenías que meter al pobre Zoran de por medio. No me gustan los hombres –volví a
acariciar su cola.
–Y a mí no me gustan las mujeres.
–Es una lástima. Si sólo tuvieras la
posibilidad de evitarlo...
Me puse de pie y fui en busca del
extraño látigo con flecos y lo meneé ante los incrédulos ojos de la rubia.
–Que ni se te ocurra tocarme con eso
–me dijo.
–Tranquila Catalina, guardá saliva para
después… la vas a necesitar.
Caminé hasta la parte posterior de la
rubia y levante su vestido al mismo tiempo que le acariciaba una nalga. Tenía
una cola hermosa, respingada y con la piel muy tersa. Pasé mis dedos por la
raya del medio y con la punta de mis dedos rocé su vagina. Aún podía escucharla
quejarse, pero no le presté atención, estaba concentrada en la hermosa vista
que ella me estaba brindando en contra de su voluntad. Miré el látigo y me
pregunté si esos delgados flecos de cuero la lastimarían… no quería hacerle
daño, sólo quería castigarla un poco. Con un rápido movimiento de muñeca el
látigo se sacudió y golpeó contra una nalga, provocando un chasquido. Ella
gritó, pero no fue un grito de dolor, sino de rabia. La gente aplaudió una vez
más y pude ver que finas líneas rojas se habían dibujado en la cola de la
rubia.
Mis pulsaciones se aceleraron aún más,
toda esta situación era extrañamente atrayente para mí, no comprendía muy bien
por qué me causaba tal impacto, pero me excitaba mucho saber que me estaban
mirando. Volví a golpear a Catalina otra vez... y luego otra... y otra. La
gente murmuraba constantemente, me daba la impresión de que todos disfrutaban
tanto como yo al escuchar las quejas de la chica esposada. Más líneas rojizas aparecieron
en esas tersas nalgas y yo podía sentir cómo me humedecía un poco más cada vez
que volvía a sacudir el brazo para golpearla. Poco después me di cuenta de que
yo no era la única humedeciéndose, la luz no era muy buena, pero pude ver cómo
la apretada tanguita de Catalina se manchaba lentamente con flujo vaginal.
Decidí dejar de golpearla durante un
momento y me senté en la cama junto a ella. Acaricié su cola con suavidad y
acerqué mis dedos a su sexo.
–¿Qué te pasa,
Cata? –le pregunté–. ¿No me vas a decir que estás disfrutando con todo esto?
–¡No! –chilló.
–Pero se te
está mojando la rajita...
–¡Mentira!
–¿Entonces qué
es esto?
Pasé la yema de
mis dedos por el centro de la vagina, hundiendo la tela entre los labios. Éstos
se asomaron un poco hacia los lados de la tanga. Mis dedos se mojaron con el
flujo sexual.
–¡No me toques!
–gritó sacudiéndose; sin embargo fue inútil, no pudo moverse mucho.
–Tengo que
admitir que esto es lo primero bueno que encuentro en vos –dije volviendo a
acariciar su vagina.
–¿Qu... qué?
–Que tenés una
vagina muy linda... por lo poco que alcanzo a ver. Siempre dije que hay algo
bueno en todo el mundo, no creí encontrarlo en vos.
–Callate,
tarada. Vos te morís de ganas de coger con una mina como yo... ¿te creés que no
me di cuenta de la forma en la que me miraste toda la noche?
–Toda la noche
te miré con odio, Catalina... si vos querés entender otra cosa, es tu problema
–mientras hablaba seguía disfrutando del roce de mis dedos contra su mullida
almejita que se estaba humedeciendo y calentando cada vez más–. Pero ahora me
gusta lo que veo...
Introduje mis
dedos por debajo de la tela de la tanga, sin apartarla, y disfruté del contacto
directo con sus tibios y viscosos labios vaginales. Acaricié una de sus nalgas
y luego me acerqué para besarla, lo hice con suavidad pero luego hinqué mis
dientes en ella, sin ejercer mucha presión; sin embargo Catalina se quejó como
si le hubiera arrancado un trozo de carne.
–¡Estás
completamente loca, flaca! –me gritó–. ¿Qué hacés?
Ignoré sus quejas y lamí su tersa piel. No era Catalina en sí lo que
me excitaba, sino la situación... y el tenerla sometida. Por más que ella
intentara moverse, no conseguía hacerlo. Mis dedos se movían entre los pliegues
de su vagina, buscando esos puntos más sensibles. De a poco fui despojándola de
su ropa interior y el público se fue tornando cada vez más bullicioso a medida
que la almejita de la rubia iba quedando expuesta. Una vez que la tanga llegó a
la altura de sus rodillas, le abrí la vagina con dos dedos, no sólo para
mirarla yo, sino también para que todos pudieran verla. Era muy rosada y estaba
perfectamente depilada, la chica debía gastar una fortuna en cosmética. Al
verla quieta podía contemplar toda su belleza, Catalina era delgada y menuda,
de baja estatura, tal vez algo parecida a Lara en su contextura, la mayor
similitud la tenían en la cola; sin embargo las curvas de la rubia eran más
pronunciadas y esto le daba un aspecto más impactante, sexualmente hablando.
–¡Qué
hermosura! –exclamé.
–¿Eso era lo
que tanto querías de mí? Seguramente estuviste pensando en mi concha todo el
día.
–La verdad es
que no... pero eso no quiere decir que no sepa reconocer la belleza, aunque
esta provenga de alguien como vos...
–Soy mucho más
linda que vos, Lucrecia... y es obvio que te morías de ganas por tocármela.
Me irritaba
bastante que fuera tan arpía, hice caso omiso de sus palabras y pasé a hacer lo
que tenía que hacer. Mantuve su vagina bien abierta y pasé la lengua por el
centro de ella, deteniéndome durante unos segundos en su pequeño orificio
rosado. Moví la lengua de un lado a otro, forzándola a salir de mi boca tanto
como fuera posible, para así poder introducirla en esa tierna cuevita.
–¡No, no!
¡Pará! –sus berrinches se hacían más débiles, pero seguían allí.
–Me estoy cansando de que te quejes tanto, Catalina.
Rápidamente me puse de pie y tomé el látigo. Lo sacudí y las agudas
tiritas de cuero se estrellaron contra sus nalgas, produciendo un bello
chasquido. Ella gritó de dolor. Le di otro golpe, pero esta vez lo hice con más
fuerza.
–¡Me hacés mal!
–Si querés que deje de pegarte, entonces dejá de quejarte.
–¡No!
Una vez más, un golpe seco se estrelló contra su cola. Lo repetí dos
veces más y ella gritó con cada impacto.
–¿Vas a dejar de quejarte? –no me contestó, por eso me vi obligada a
pegarle otra vez–. Respondeme, Catalina. ¿Vas a dejar de quejarte?
–S... sí.
Noté mucha rabia en su voz, pero logró convencerme. Dejé el látigo de
lado y tan rápido como me había parado, volví a lanzarme contra su suculenta
vagina y comencé a comerla con ganas, la breve sesión de castigo me había
puesto muy caliente. Se la chupé toda, inclusive llegué a lamer su culito.
Usando ambas manos mantuve sus nalgas separadas y metí mi cara entre ellas, lamiendo
todo sin parar. Podía escuchar el murmullo de la gente, casi podía sentir cómo
me alentaban a seguir. Estuve chupando durante un buen rato más y luego me
detuve.
Supuse que ya había llegado el momento de llevar la
función a otro nivel, para esto pedí ayuda una vez más al muchacho carilindo. Le
pregunté si disponían de algún juguete sexual, además del látigo y las esposas,
él me indicó que mirase debajo de la cama y, efectivamente, debajo de ella
encontré otra caja que contenía diversos objetos, todos ellos dentro de la
categoría “consoladores”, me sentía como en casa, con mi propia caja de
juguetitos sexuales. Inclusive encontré un pomito con lubricante. No me costó
mucho decidir con qué juguete me entretendría primero, vi una estaca anal,
color negra, que me cautivó desde el primer momento, no era muy grande, pero la
parte inferior del cono era bastante ancha. Sin que Catalina me viera, la llené
de lubricante y luego me senté en la cama. Me preocupaba lo callada que estaba
la rubia, tal vez estaba tan enojada que no podía ni hablar, o puede que la
evidente excitación que le causó mi lengua la haya dejado confundida, sin
embargo tenía en mano algo que la haría reaccionar. Al principio sólo acaricié
su ano, al parecer esto ya no le molestaba, pero lo que ella no sabía es que en
esta ocasión le estaba esparciendo lubricante por la zona, puede que haya
sentido algo diferente, pero no dio señales al respecto. Su primera reacción
llegó en cuanto apoyé la punta de la estaca en su orificio.
–¿Qué es eso? –preguntó con cierto temor.
–Ya te imaginarás qué es...
–Lucrecia, yo nunca... ¡Ay!
Empujé levemente hacia adentro y pude ver cómo su ano se dilataba un
poco para dar paso a la redondeada punta de la estaca, al mismo tiempo llevé mi
mano izquierda a mi entrepierna y comencé a acariciármela.
–¿Estás loca, flaca? ¡Sacame eso! –se quejó; su voz sonaba más aguda
de lo normal.
–¿Me creés si te digo que te va a gustar? Te lo digo por experiencia.
–¡No soy una puta como vos!
–¿Y qué clase de puta sos vos?
Hice retroceder la estaca para darle una leve sensación de alivio a
su culito y luego volví a introducir la punta, ella continuó quejándose, pero
la ignoré. Repetí la acción tres o cuatro veces más, siempre procurando que no
ingresara más que la punta del juguete sexual. Sentía mi vagina caliente y muy
húmeda, mi estómago era un gran revoltijo de sensaciones placenteras, estaba
disfrutando mucho con eso y ocasionalmente miraba a mí alrededor para toparme
con esos ojos anónimos que me observaban atentamente. Algunas personas se
toqueteaban mutuamente e incluso llegué a ver a una mujer, de unos cuarenta y
pico de años, de rodillas frente a un muchacho joven, chupándole el pene
vigorosamente.
Forcé un poco más la entrada de la estaca, no quería lastimarla, pero
un poquito de dolor extra no le vendría nada mal, como castigo.
–¡Ay! ¡Basta, Lucrecia! ¡Sacá eso! ¡Soltame de una puta vez!
Ignoré sus gritos y seguí trabajando lentamente en su culo, metiendo
y sacando el juguetito, yendo de a poco cada vez más adentro. Con esto ella
debería sentir bastante placer en ese orificio, ya que los movimientos eran
constantes y la estaca podía entrar y salir, hasta cierto punto, con bastante
facilidad. La cola de Catalina se meneó de un lado a otro, creí que ella
intentaba apartarse, pero luego me di cuenta que estaba separando más las
piernas.
–Me parece que a la chica le está gustando –dije sin dirigirme a
nadie en particular, aunque el mensaje iba más dirigido a ella que al resto de
los presentes.
Ella no respondió, pero soltó un suave y largo gemido cuando hundí un
poco más la estaca, la cual ya había entrado más de la mitad. Su culito estaba
dilatándose bien y quise ayudarla a “relajarse” acariciándole el clítoris con
la otra mano. Mantuve mis movimientos constantes mientras admiraba el bello
cuerpo de mi... ¿cómo debería llamarla? ¿Esclava sexual? Una risita se me
escapó al pensar en eso.
Catalina emitió un grave y profundo quejido cuando empujé la estaca
anal, provocando que ésta se introdujera casi hasta llegar a su parte más
ancha. Luego la saqué y volví a repetir la acción, llevándola hasta el mismo
punto. Una vez más se escuchó ese quejido agónico.
–¡Apa! Parece que te está gustando...
No obtuve respuesta, volví a sacar y a meter la estaca y ella volvió
a gemir. Era obvio que lo estaba disfrutando mucho; pero sabía que nunca lo
admitiría. Empecé a acelerar el trabajo, su culito se cerraba cuando yo
retrocedía y volvía a dilatarse rápidamente cuando volvía a meter el juguete,
ella no paraba de gemir, aunque lo hacía con los dientes apretados, como si
intentara contenerse. Quité mi mano izquierda de su clítoris, ya no la
necesitaba. Opté por sólo utilizar la estaca y llevarla con ella al clímax. La
metí un poco más fuerte de lo habitual y ella soltó un grito de placer. Quité
la estaca lentamente y volví a clavarla con fuerza, me excitaba mucho ver y oír
la reacción de Catalina.
–¿Querés que te dé un poquito más fuerte? –ella emitió un sonido
inteligible, no sabía si me estaba insultando o qué–. Respondeme, Cata ¿lo hago
más fuerte?
–Sí... –la afirmación salió de su boca como un suspiro.
–Entonces preparate, porque esto te va a gustar mucho.
Comencé a bombear con mayor ímpetu. Su culito se volvió elástico,
recibiendo constantemente la estaca, variaba la profundidad a la que la metía
antes de sacarla, con esto podía tomar por sorpresa a la rubia, ella no sabría
si entraría mucho o tan sólo la puntita, pero de lo que sí podía estar segura
era que el juguete seguiría entrando y saliendo. Llegó el momento que yo tanto
esperaba y debo admitir que fue sólo por un error de cálculos, pensé que
introduciría la estaca casi hasta el borde de la parte ancha, pero en lugar de
eso fui más allá y se la metí toda. Su culo se abrió para dar paso a todo el
diámetro de la estaca y luego se volvió a cerrar cuando ésta se perdió dentro,
tan sólo sobresalía un extremo angosto y la base plana por la que yo sostenía
el juguete. Catalina comenzó a chillar, pero no noté dolor en ella, gemía y se
sacudía porque le había gustado. La dejé disfrutar esto durante unos pocos
segundos y luego extraje la estaca, tan sólo hasta la mitad, para volver a
meterla toda y darle otro momento de goce. Esta vez gritó con más fuerza y creí
escuchar que decía “Sí” entre sus gemidos. Volví al bombeo rápido y de vez en
cuando la sorprendía metiendo otra vez toda la estaca. Me calentaba mucho ver
cómo entraba y salía y más me calentaba pensar que yo misma había experimentado
eso alguna vez y que mi propio culo había reaccionado de la misma forma, estaba
demasiado excitada y ya no me bastaba con toquetearme y mirar; necesitaba
acción. Dejé la estaca metida bien adentro de su colita y me puse de
pie.
–Llegó el momento de que me pagues por todo lo que te di.
–¿Cómo?
–No hace falta que te pongas demasiado creativa para que sepas cómo.
–¿Vos querés que yo te la... a vos?
–Sería una buena forma de agradecimiento.
Me despojé de mi vestido y quedé desnuda ante el público, escuché que
varios intercambiaban opiniones y por el tono de éstas, parecían ser buenas. Me
resultó imposible no sonreír, sentí un fuerte hormigueo en la boca de mi
estómago, me sentía deseada y hermosa. Luego me senté justo frente a Catalina y
abrí las piernas, ofreciéndole toda la humedad de mi sexo; me coloqué lo
suficientemente cerca de ella como para que pudiera alcanzarlo.
–No me gusta eso –me dijo apartando la cara.
–¿Alguna vez lo probaste?
–No, pero...
–Si no lo probaste, no podés saber si te gusta o no –me miró con
duda–. Esta noche te forcé a hacer muchas cosas, pero no quiero forzarte a
hacer esto, es algo que tiene que salir de tu propia voluntad.
–¿Y si no quiero hacerlo?
–¿Te dije que si lo hacés te voy a dar una buena recompensa? ¿No?
Acerqué mi boca su oreja y le susurré la idea que tenía para ella si
accedía a practicarme sexo oral, por la sonrisa que se dibujó en su rostro supe
que le había gustado. Volví a colocarme en posición y ella asintió con la
cabeza. Se acercó un poco, pero justo cuando sus labios iban a entrar en
contacto con los míos, ladeó la cabeza y besó la cara interna de mi muslo
derecho. Acaricié su cabello procurando no forzarla a bajar la cabeza, sólo
quería que ella se sintiera más cómoda. Continuó con los besos y de repente la
punta de su pequeña lengua comenzó a dar leves golpecitos a mi clítoris.
–¡Ay, sí! Eso me gusta –exclamé entre gemidos.
Incliné mi cabeza hacia atrás y esta vez sí empujé un poco la suya
hacia abajo. Su boca abarcó toda mi vagina y sentí que la lengua subía
apretándose en la hendidura que formaban mis labios, hasta llegar a mi clítoris
y volver a jugar con él. Me acosté sobre el colchón, manteniendo las piernas
flexionadas y separadas, crucé mis brazos sobre mi pecho y comencé a masajearme
las tetas, dándole pellizcos a mis duros pezones. Ella fue ganando confianza y
sus dubitativas lamidas fueron tornándose más y más seguras. Me hizo soltar un
agudo gemido cuando dio un fuerte chupón a mi clítoris.
Mientras la lengua de Catalina jugueteaba entre mis
cavidades vaginales me percaté de que el viejo calvo estaba tomándonos fotos
con su teléfono celular, esto me sorprendió mucho ya que pensé que eso no
estaba permitido en este sitio, sin embargo no podía hacer nada para quejarme.
Tenía cosas más importantes por las que preocuparme, como los intensos chupones
que estaba sufriendo mi clítoris. Tal vez esta era la primera vez en la que
ella mantenía relaciones sexuales con una mujer, pero debía admitir que
aprendía muy rápido, tenía mucho talento. Comencé a sacudirme mientras sobaba
mis tetas con ambas manos, cerré los ojos y me dejé llevar por el momento; me
producía una enorme calentura saber que había tanta gente mirándome. Si tan
sólo ellos supieran que hace apenas un año yo era una mojigata que hasta tenía
miedo de masturbarse... ¿qué pensarían los grupos de la iglesia a la que
concurría antaño si me vieran en esta situación? Todas esas incógnitas me
despertaban una increíble y morbosa sensación, me fascinaba estar rompiendo con
esos modelos sociales que tanto tiempo me habían apresado y que no me habían
permitido expresar mi sexualidad a gusto.
Un nuevo gemido estalló en mi garganta, ya no podía
controlar mi cuerpo, comencé a sacudirme casi sufriendo con cada lamida y
chupón que recibía de Catalina. No sabía si ella me había mentido al respecto,
tal vez sí había probado una vagina antes, pero me causaba más morbo pensar que
la mía era la primer que había probado.
–Creo que la chica se ganó una buena recompensa –le dije al hombre
calvo.
–¿Qué tenés en mente? –me preguntó con una amplia sonrisa de blancos
dientes.
–Que Zoran se ponga a jugar con su colita... ¿me explico?
–¡Perfectamente!
Luego dijo unas palabras raras, que no comprendí,
dirigiéndose a Zoran, que continuaba de pie, con los brazos cruzados. El serbio
se alegró mucho al recibir la noticia y lo expresó llenando de felicidad su
anguloso rostro. Rápidamente pasó caminando a mi lado y se colocó detrás de
Catalina, ésta dejó de chupármela por un segundo, sólo para poder gemir,
imaginé que había extraído la estaca anal y eso debió proporcionarle un enorme
placer, el cual se repitió, con la evidente entrada de un pene, que no pude ver;
pero tampoco me interesaba hacerlo, me bastaba con saber que ella gozaba
mientras se lo metían por detrás. La cama comenzó a sacudirse con los fuertes
movimientos que transmitía Zoran a la rubia. Ella, entre jadeos, reanudó el
juego con su lengua y mi vagina, la cual estuvo sumamente agradecida. Sentía
que mi entrepierna estaba cubierta de una mezcla de saliva y flujos vaginales
tan grande que debía estar humedeciendo las sábanas. Levanté levemente mi
cabeza para espiar a Catalina, ella tenía la boca hundida entre mis hinchados
labios y sacudía la cabeza de un lado a otro, cuando se apartó para tomar aire
pude ver que su rostro estaba tan lleno de flujos como mi sexo. Detrás de ella
podía ver a Zoran, que parecía tomar carrera y lanzarse hacia adelante, una y
otra vez. Ocasionalmente Catalina soltaba un gemido ahogado.
Incliné nuevamente mi cabeza hacia atrás y cerré los
ojos, para gozar a pleno de la lengua de mi esclava sexual, la cual se estaba
esmerando mucho. Di rienda suelta a mis gemidos, no porque me viera obligada a
hacerlo, sino porque me calentaba mucho gemir y que toda la gente me escuchara.
Además con eso animaba un poco más la escena. Meneé mi cadera de atrás hacia
adelante y Catalina se mantuvo siempre con la boca fuertemente pegada a mi almejita,
succionándola, lamiéndola, introduciendo su lengua y moviéndola rápidamente
contra mi clítoris. La estaba pasando de maravilla, por más que en mi vida
hubiera malos momentos, éstos parecían carecer de importancia cuando estaba
sumergida en un frenético acto sexual, por eso amaba tanto el sexo, era el
mejor método que podía emplear para apartarme de todas mis preocupaciones,
dolores y penas.
Al abrir nuevamente los ojos me llevé una gran sorpresa
al ver a la cubana de pie a mi lado. Se inclinó un poco y me dijo en voz baja
que ella era mi recompensa por la interesante función que estaba dando.
–Me envía Dani –me dijo con un fuerte acento característico de su
país de origen.
–¿Quién es Dani?
Se limitó a señalármelo con la cabeza. Dani resultaba ser el muchacho
carilindo que había estado ayudándome, con una sonrisa le agradecí el gesto y,
sin perder más tiempo, Irma se levantó un poco el vestido y se sentó sobre mí,
mirando de frente hacia Catalina. Contemplé su oscura y preciosa vagina, tenía
los labios bastante carnosos y podía ver rastros de flujo en ellos. Olfateé su
dulce aroma y me dejé llevar por el momento. La rubia seguía comiéndomela con
ímpetu y Zoran seguía dando fuertes embestidas contra su culito. Tomé los
muslos de la morena con ambas manos y me llevé otra grata sorpresa al comprobar
lo suave y tersa que era su piel. De inmediato pasé la lengua por su vagina,
deleitándome con su sabor. Ella bajó un poco más hacia mí y todo su sexo quedó
contra mi boca. Forzando mi lengua logré introducirla en su caverna y a
continuación abrí grande la boca y dejé que mis labios acariciaran los suyos
una y otra vez.
No podía creer que estuviera compartiendo la cama con otras tres
personas a las que había conocido ese mismo día, a mi mente llegó el recuerdo
de aquella hermosa noche que pasé junto con Lara y esas dos mujeres que
conocimos en el boliche, a las cuales nunca habíamos vuelto a llamar. De pronto
me sentí nostálgica, extrañaba mucho a Lara y me hubiera encantado que ella
estuviera conmigo en ese momento. Decidí jugar con mi imaginación y Lara fue
apareciendo una y otra vez en esa cama, a veces en el lugar de Irma y otras
veces en el lugar de Catalina. A pesar de tenerla a tantos kilómetros de
distancia, la sentía muy cerca de mí. Tal vez no la amaba más, pero no podía
negar que aún guardaba un fuerte sentimiento por ella. No pude hacer otra cosa
que rememorarla durante todo el rato que estuve lamiendo y siendo lamida.
*****
Cuando la función terminó, me apresuré a ponerme mi
vestido otra vez, no me importaba permanecer desnuda ante esa gente, pero temía
que quisieran hacer un segundo acto involucrando a Zoran o a alguien más, que
no sea mujer. Al vestirme les estaba indicando que mi participación por esa
noche ya había terminado. Con una sonrisa agradecí a Irma por haberme prestado
su sexo y me alegré mucho al saber que logré hacerla llegar al clímax, tanto
como Catalina lo hizo conmigo y estaba segura de que la rubia también había
pasado un gran rato, ya que cuando le quitaron las esposas abrazó con fuerza a
Zoran. Por un breve instante pude ver el culito dilatado de la rubia y me causó
mucho morbo saber que en parte yo era responsable por eso. Justo cuando estaba
terminando de acomodar mi vestido vi que el hombre calvo se me acercaba con una
radiante sonrisa, me tomó por la cintura y me dijo:
–Sos fabulosa, chiquita. Nos dejaste a todos maravillados.
–Gracias —me limité a decir.
–Mi nombre es Juan. Te dejo mi tarjeta –dijo extendiéndome un
papelito rectangular–. Cualquier cosa que necesites, me podés llamar. Me
encantaría verte por acá de nuevo.
–No creo que vuelva, vine por negocios y...
–Negocios es lo que más se hace acá. El resto es simplemente un lindo
espectáculo, para alegrar el ambiente, pero aquí estamos para hablar de
negocios, y creeme que muchos van a querer hacer negocios con vos –al decirme
eso me guiñó un ojo y me apretó una nalga.
En total esa noche me fui con siete tarjetas con números de
teléfonos, cinco de hombres, incluyendo el jovencito carilindo que me había
dado la idea de esposarle también los tobillos, y dos mujeres; una de ellas
estaba algo entrada en años y no me agradó, sin embargo la otra me pareció
bastante bonita y simpática.
Me senté en el lugar que antes habíamos ocupado con Catalina, ella se
me acercó y al sentarse me fulminó con su mirada más furiosa. De pronto toda la
aceptación que había mostrado en la cama, se borró.
–Que te quede algo bien claro, Lucrecia. Hice lo que hice porque no
quiero perder los contactos y las relaciones que gané acá, fue todo por
negocios, sé cómo actuar de la manera que corresponde cuando la situación lo
requiere; pero ni por un segundo pienses que yo soy una tortillera como vos, lo
que pasó no me gustó nada y estoy muy enojada con vos... te vas a arrepentir
por haberme puesto en esa situación... olvidate para siempre del trato.
Me molestó mucho que de pronto se mostrara tan hostil conmigo, como
una estúpida había creído todo su acto y de verdad había pensado que
disfrutó... tal vez sí lo hizo con Zoran, pero puede que lo que me hizo a mí
haya sido... ¿forzado? Estaba muy confundida, ella se había mostrado realmente
convincente, tal vez las mentiras no estaban en la cama, sino en sus últimas palabras;
pero era muy difícil estar segura con una mujer tan inestable y traicionera
como Catalina.
–Hace rato que ya me olvidé del trato. La única que lo sigue
mencionando sos vos. No sé hasta qué punto te habrá disgustado lo que pasó, yo
te vi bastante emocionada...
–Ya te lo dije, sé cómo actuar cuando la situación lo requiere.
Cuando se trata de negocios, y de orgullo, soy capaz de cualquier cosa.
–Lo de orgullosa te lo creo. Creo que te hubiera molestado demasiado
que te vean como una cobarde, ¿por eso hiciste lo que hiciste?
–Hice lo que tenía que hacer, y punto. Ahora, si no te molesta, me
quiero ir de acá... ya no tengo nada que hacer. Me tenés que llevar.
–¿Cómo?
–Sí, Lucre. Vos me trajiste, vos me llevás.
–Está bien, te llevo; pero después de eso, no me pidas más nada, y en
lo posible, no quiero volver a verte.
–Perfecto.
*****
Durante el
regreso Catalina se mantuvo tan seria, fría y enfurecida que ni siquiera quise
dirigirle la palabra. No podía sentirme bien por lo que había hecho, pero ella
me había arrinconado... lo demás fue instintivo. Seguí mis impulsos.
Había arruinado
toda posibilidad de cerrar un buen trato con ella, sabía que en gran medida se
debía a mis acciones y reacciones, pero no me sentía culpable. Si estuviera
otra vez en la misma situación, obraría de la misma forma. Sinceramente no
podía hacerme la idea de ser dominada sexualmente por una mujer como Catalina,
me sentiría tan humillada que me llevaría meses reponerme. Eso se debía,
principalmente, a las actitudes y a la personalidad que la caracterizaban. Esa
rubia me cayó mal desde el principio y no me haría cambiar de opinión. A pesar
de haber perdido la oportunidad de solucionar los inconvenientes económicos que
atravesaba Afrodita, me sentía extrañamente bien por haberle demostrado a
Catalina que no todas las personas se pueden controlar con dinero.
Como si el
destino no se hubiera divertido lo suficiente conmigo, tuvimos un altercado en
la ruta que nos espantó a las dos por igual. Sufrimos un repentino pinchazo en
una de las ruedas y el vehículo se tambaleó de un lado a otro bruscamente. Por
suerte logré controlarlo sin mayores dificultades y disminuí la velocidad hasta
frenar junto a la banquina, con los nervios tan tensos que podrían partirse en
cualquier momento. Al detenerme miré a la rubia y la encontré más pálida de lo
normal, sujetándose con ambas manos de lo que encontró a su alcance. Mi corazón
quedó peligrosamente acelerado, nunca había tenido un accidente automovilístico
y me aterraba pensar lo cerca que estuvimos, de haber conducido un poco más
rápido me hubiera resultado imposible controlar el auto.
Al bajarnos del
vehículo Catalina intentó mostrarse dura y severa otra vez, no me echó la culpa
por el neumático pinchado, ya que de hacerlo hubiera conseguido lo peor de
Lucrecia, pero hizo alarde de sus contactos y aseguró que un amigo, dueño de
una empresa de auxilio mecánico, nos salvaría de este inconveniente en un
santiamén.
Me dio un poco
de gracia verla fracasar en su intento, aparentemente su amigo le dijo que no
tenía móviles disponibles hasta dentro de tres horas. Catalina, hecha una
furia, lo mandó a la mierda y, de paso, le envió grotescos recordatorios a
todas las ramas femeninas del árbol genealógico del tipo. Tuve que disimular
para no reírme en su cara, pero cuando el momento divertido pasó me di cuenta
de que estaba atrapada allí y que teníamos que valernos por nosotras mismas
para salir de este aprieto.
–¿Sabés cambiar
una rueda? –le pregunte.
–Acaso tengo
cara de mecánico –me dijo con una mueca de asco.
–Tenés cara de
ser bastante inútil. Vamos a tener que cambiar la rueda, sí o sí.
–¿Vamos? El
auto no es mío, es tú problema.
–¿Mi problema?
Te recuerdo que yo tengo que llevarte hasta tu casa, así que es problema de las
dos.
–No pienso
tocar una rueda de esas, me arruinaría las manos... y el vestido.
–La cara te voy
a arruinar... –le dije con el ceño fruncido enseñándole mi puño cerrado.
Ella retrocedió
espantada. Estaba muy enfadada, tenía ganas de golpearla, pero al mirar a mi
alrededor me percaté de que estábamos en el medio de la nada, en una ruta
oscura; no era nada seguro permanecer más tiempo allí. Di media vuelta y
pisando con furia me encaminé hacia el baúl del auto, extraje el gato
hidráulico y casi me disloco una vértebra sacando la pesada rueda de auxilio.
La que habíamos perdido por el pinchazo era la rueda delantera del lado del
conductor. Me dirigí a ella con el gato en mano y lo examiné durante un buen
rato, no tenía ni idea de cómo usarlo, conocía el principio de palanca pero ese
pequeño artilugio no me daba ninguna pista. ¿Cómo pretendían que levantara un
auto tan grande con una pieza metálica tan pequeña? Con Catalina nos miramos
confundidas, ni siquiera me molesté en preguntarle, ella estaba más
desorientada que yo. Por lo general suelo ser bastante torpe y me niego a hacer
bien cosas sencillas que escapan a mis habilidades, como cocinar; pero esta vez
era diferente, no sólo porque estábamos en una verdadera emergencia, sino
también porque tenía frente a mí a la persona más inútil y despreciable que
había conocido y no quería quedar como una imbécil frente a ella.
Un auto pasó a
gran velocidad a nuestro lado y nos tocó bocina, por un segundo pensé que se
detendría a ayudarnos, pero no aminoró la marcha; me di cuenta de que su
bocinazo había sido de advertencia, estábamos muy cerca de la ruta y en plena
oscuridad debía resultar difícil vernos. Encendí la baliza del auto y recordé
haber visto un par de luces de advertencia en el baúl. Las busqué y las coloqué
a unos metros de la parte trasera del vehículo, de esa forma podrían vernos con
mayor facilidad. Catalina caminaba de un lado a otro, rozando la banquina, sin
hacer absolutamente nada útil para ayudarme. Solté un bufido lleno de rabia y
puse mis neuronas a trabajar. Pocos segundos más tarde me di cuenta de que al
gato debía faltarle una pieza, la palanca, propiamente dicha. Comencé a
revolver la caja con herramientas que había dentro del baúl y encontré una
llave en cruz y un hierro con rosca, que encajó perfectamente en el orificio
del gato hidráulico. No tuve que hacer tanta fuerza como creía para levantar el
auto, esto me animó un poco.
Admiré la llave
en cruz y las tuercas de la rueda. Cuando la coloqué en su lugar me di cuenta
de que esas malditas tuercas estaban aferradas con gran firmeza. Comencé a
hacer tanta fuerza como pude y al estar agachada el vestido se me levantó,
recordé que no llevaba ropa interior, por lo que debería estar desnuda de la
cintura para abajo, rogaba que no pasara ningún vehículo y que, de hacerlo, no
se percatara de ello.
–¿Podrías
ayudarme un poquito? No puedo sola –le dije a Catalina.
–Ni loca. Yo no
toco esa porquería. ¿Sabés cuánto sale dejar estas uñas en condiciones? No
pienso malograrlas haciendo el trabajo de alguien más.
–Catalina, sos
la mujer más despreciable que conocí –le dije con frialdad mientras me
acomodaba el vestido–. Te creés muy importante por tener plata y por ser
bonita, eso lo tenés, no te lo discuto; pero en estos casos no sirve de nada lo
hermosa que seas o la fortuna que tengas en el banco. Aquí y ahora sos
completamente inútil, un simple lastre –sus ojos se agrandaron, noté que mis
palabras le causaban gran impacto–. No suelo ser mala con la gente, pero vos me
llevás a mis límites, sos realmente odiosa y es lógico que nadie te quiera.
Dudo mucho que ese novio que te “robó” tu hermano realmente te haya amado, lo
que más te duele a vos es saber que Rodrigo es una gran persona, alguien digno
de ser amado y vos no.
–Retirá lo que
dijiste –me dijo con ojos temblorosos.
–No se pueden
retirar las palabras ya dichas, porque dichas están. Te digo más, la única
forma en la que alguien va a desear acercarse a vos es si se fijan en tu
dinero, o en tu cuerpo; pero cuando eso deja de satisfacerlos, no tienen nada
en qué fijarse. Sos como la estatua de la Libertad, hermosa e imponente por
fuera, pero hueca por dentro.
–¡Eso no es
cierto! ¡Soy mucho más de lo que vos vas a llegar a ser en tu vida!
–Agradezco a
Dios no llegar a ser nunca tan egoísta y narcisista como vos.
–¿Qué sabés vos
de mi vida? ¿Acaso tenés idea de las cosas que tuve que pasar?
–Naciste en
cuna de plata, Catalina. No soy la más indicada para decírtelo porque yo
también nací en una familia bien acomodada y tuve mis problemas, sufrí muchas
cosas... especialmente durante este último año, que fue el más duro de mi vida;
pero no por eso me volví una arpía fría y desagradecida. Hay gente que vive
peores situaciones y siguen siendo buenas personas –al decir eso pensé en
Anabella y en todo lo que ella había sufrido–. Hay gente que es digna de
admiración, son ejemplos de vida, en cambio vos sos el vivo ejemplo del
egoísmo. No hacés absolutamente nada sin obtener a cambio un beneficio, ya sea más
dinero, poder o simplemente regocijarte viendo como los demás se arrastran ante
vos, ¿pero qué pasa cuando conocés a alguien con quien no podés imponer tu
poder, tu dinero, ni tu aspecto físico? ¿Cuánto vales ante esa persona? Te lo
puedo decir, ante mí no valés nada.
Antes de volver
a agacharme ante la rueda de auxilio me percaté de que Catalina estaba
llorando, me sentí un poco mal por ella, pero estaba muy enojada. Me daba mucha
bronca que ante esta situación no se dignara a ayudarme. Me llevó un buen rato
quitar la rueda pinchada y otro buen rato colocar la de repuesto, pero me sentí
bien conmigo misma al terminar. Había resuelto un problema para el cual me
consideraba incapaz, tan sólo usando un poco mi cabeza... y algo de fuerza
física.
Al terminar me
temblaban las manos por el esfuerzo. Cerré el baúl y caminé hacia la puerta del
conductor, miré hacia todos lados y no encontré a Catalina. Por un momento temí
que mis duras palabras la hubieran ofendido tanto que había decidido marcharse
sola, caminando; pero eso era absurdo ya que si no quería esforzarse en cambiar
un neumático, menos se esforzaría en hacer semejante caminata.
La puerta del
lado del acompañante se abrió y Catalina bajó, no se me había ocurrido mirar
dentro del vehículo ya que no la había escuchado entrar. Ella se acercó a mí
dando dos largos pasos, me puse en alerta y apreté los puños, la intensidad de
su mirada me atemorizó; pero estaba dispuesta a defenderme lo mejor que
pudiera. Sus manos se movieron tan rápido que ni siquiera tuve tiempo a
esquivarlas. Mi confusión fue enorme, esperaba recibir un golpe pero sólo sentí
la tibieza de sus palmas contra mis mejillas y luego sus labios, húmedos y
suaves, contra los míos. Fue un beso dulce, tímido y dubitativo, impropio de la
rubia.
–Tenés razón al
decir que me comporto como una egoísta –era la primera vez que la escuchaba
hablar en un tono de voz que no trasluciera malicia–, es que me han lastimado
tantas veces que me volví una mujer fría.
Quise decirle
algo, pero sus labios me lo impidieron, volvió a besarme, pero esta vez me
rodeó con sus brazos, sentí sus manos acariciando mis nalgas. La tomé por la
cintura y la acompañé con el beso.
–Te pido
disculpas –volvió a hablar cuando nuestras bocas se separaron–, me siento muy
avergonzada por la forma en la que te traté. Sos una buena chica y yo intenté
humillarte desde el primer momento en que te vi; pero no lo hice a propósito,
es una forma extraña que tengo de actuar, que a veces ni yo misma comprendo.
Hoy me demostraste que estuve muy equivocada en muchas cosas, especialmente con
el sexo femenino; no creía que hubiera tanta... sensualidad y pasión al
compartir una cama con una mujer, me alegra que hayas sido vos mi primera vez.
De pronto es como si te conociera desde hace mucho tiempo –sus dedos comenzaron
a luchar contra el cierre de mi vestido, yo la observaba muda y con las cejas
arqueadas–. Lo que hicimos esta noche fue una de mis mejores experiencias con
el sexo... y mirá que he tenido muchas, más de las que te imaginás. Mil veces
vi sexo entre mujeres y lo subestimé, por no haberlo vivido nunca en carne
propia –logró desprender el cierre y comenzó a desnudarme, por un momento
olvidé que nos encontrábamos en el medio de la nada–. Soy muy orgullosa, no
suelo decir estas cosas pero... me hiciste sentir realmente bien y me
encantaría que eso se repitiera...
Esa fue la
última señal que me dio, ya estaba todo claro, comencé a bajar su vestido al
mismo tiempo que ella bajaba el suyo. Fuimos acercándonos al auto y dentro de
él nos desnudamos. Nuestros cuerpos no cabían en el estrecho lugar, pero eso no
nos detuvo, nos besamos una vez más, mientras recorríamos nuestras curvas con
suaves caricias. Nuestras piernas se entrecruzaron y comenzamos a frotarnos,
Catalina cerró los ojos y su respiración comenzó a agitarse, noté cómo mi
vagina se humedecía tan rápido como la de ella, mi muslo quedó empapado por sus
flujos. Ella se inclinó hacia adelante y se apoderó de una de mis tetas,
comenzó a chuparme el pezón con mucha intensidad.
Intentábamos
encontrar la forma más cómoda de acostarnos entre los dos asientos delanteros,
pero se nos complicaba mucho, especialmente cuando bajé la cabeza y lamí la
lampiña vagina de Catalina, tuve que dejar de hacerlo a los pocos segundos ya
que mis largas piernas estaban dobladas de forma muy incómoda.
–¿Por qué mejor
no vamos al asiento de atrás? –me dijo con una dulce sonrisa, prácticamente
impropia de ella–. Ahí vamos a estar más cómodas.
–Está bien –le
respondí con el mismo entusiasmo.
Bajé del auto y
me acomodé el cabello que caía sobre mi rostro, en ese preciso instante la
puerta del lado del acompañante se cerró con un fuerte golpe. Me sobresalté
tanto que me quedé paralizada, a continuación escuché el “clic” de las trabas
de seguridad al accionarse. Cuando intenté abrir la puerta otra vez, me resultó
imposible, estaba fuertemente trabada. Me asusté y me enfurecí al mismo tiempo,
me incliné hacia adelante para mirar a través del vidrio y me encontré con la
maliciosa sonrisa de la rubia. El motor se puso en marcha, comencé a golpear la
ventanilla gritándole que me abriera la puerta, pero fue inútil, un segundo más
tarde el auto se alejaba a gran velocidad por ruta, dejándome en el medio de la
nada, completamente sola... y desnuda.
Comentarios
ojala y subas el capitulo 22muy pronto
Espero que estes bien y podas seguir subiendo mas contenido
Gracias por este relato, espero que te encuentres bien y que continúes regalándonos más de Lucrecia. Sinceros saludos desde México. :*