Capítulo 22
Puñalada Trapera.
Había sufrido
experiencias paralizantes en mi vida, pero el quedarme sola y desnuda a la
intemperie, en quién sabe qué parte de una ruta que no conocía, sin duda era la
más paralizante de todas. Un cúmulo de sofocantes sensación me agobiaba; tenía
ganas de llorar, de rabia y miedo; tenía ganas de salir corriendo; tenía ganas
de hacerme un bolita en el piso y rezar para que esta pesadilla terminara; y,
por sobre todas las cosas, tenía un visceral deseo de asesinar a Catalina.
A lo lejos vi
los faros de un auto acercándose, venía desde la misma dirección en la que
había conducido yo minutos antes. Podría haberle hecho alguna señal para que se
detuviera, pero me asusté tanto que me tiré de panza contra el césped,
esperando que éste me cubriera. El vehículo pasó de largo sin percatarse de que
yo estaba escondida allí, esperé unos segundos en la oscuridad y luego me senté
cruzando las piernas, no podía creer que no hubiera comenzado a llorar, porque
ganas y motivos no me faltaban, sin embargo una vocecita proveniente de mi
subconsciente me decía: «Lucrecia, tranquilizate y pensá». Curiosamente esa voz
se parecía bastante a la de Anabella… pero no tenía tiempo de ponerme a sacar
conjeturas al respecto.
Tenía tan
sólo dos opciones: caminar al costado de la ruta, en medio de la noche o
hacerle señas a algún vehículo para que se detenga y pedir que me lleven.
Ninguna de las dos opciones me gustaba, ambas eran peligrosas, pero la que más
me inquietaba era la de detener un auto ya que no sabía con qué clase de
persona me encontraría; podría tener suerte y que una dulce pareja de viejitos
se apiadara de mí y me acercaran hasta la ciudad o podría caer en manos de
algún degenerado que abusara de mí... o peor de todo, podría tratarse de un
grupo de degenerados.
Muy en contra
de mi voluntad me decidí por caminar, al menos mientras lo hacía tendría tiempo
para pensar y me iría acercando, muy lentamente, a la ciudad.
La ladera de
la ruta no representaba una gran dificultad, ya que el césped estaba bastante
corto por esa zona, al parecer los dueños de los campos circundantes se
encargaban de mantenerlo así, para evitar la acumulación de insectos y diversas
alimañas en las que yo ni siquiera quería pensar; la sola idea de que alguna
rata o una serpiente pasara por encima de los dedos de mis pies, era suficiente
para que se me erizaran los vellos de los brazos... eso y el frío viento de la
madrugada. Mis pezones estaban duros apuntaban con firmeza hacia adelante, cada
paso que daba era sumamente incómodo, era una de las experiencias más horribles
que había tenido que pasar en mi vida y lo peor de todo era que no sabía cuándo
terminaría esa pesadilla... ni cómo.
Insulté entre
dientes a Catalina todo el tiempo, especialmente en aquellas ocasiones en las
que tuve que tirarme al piso para evitar ser vista por alguno de los vehículos
que se acercaban.
Me di cuenta
de que lo mejor era caminar deprisa mientras estuviera sola, de esa forma iría
acortando la distancia más deprisa. Al menos mi vista se había acostumbrado a
la oscuridad y la luna me ayudaba un poco.
Mientras
caminaba tuve la sensación de entrar en una especie de trance, en el que yo
caminaba como un autómata. Lo más curioso de todo era que a veces me daba la
sensación de estar viéndome caminar sola, desnuda, en el frío de la noche,
desde afuera de mi cuerpo, como si toda esa espantosa experiencia no me
estuviera ocurriendo a mí, sino a otra persona. Extrañamente esto me ayudaba
mucho a sobreponerme y a seguir avanzando.
No tengo idea
de cuánto tiempo pasé caminando sola en la oscuridad, en el medio de la nada,
sin embargo mi reloj interno me decía que había transcurrido más de una hora.
Estaba perdiendo las esperanzas cuando noté una luz a lo lejos, mientras más me
acercaba a ella, mejor se iba dibujando la silueta de lo que parecía ser una
estación de servicio. En cuanto estuve segura de que se trataba de esto, empecé
a correr hacia ella. Mis músculos estaban entumecidos por el frío y por tanto
andar; pero reaccionaron de maravilla ante la gran descarga de adrenalina,
hacía mucho tiempo que no corría y debo admitir que lo sentí vigorizante.
Mientras me acercaba a la estación de servicio tomé una nota mental, debía
incluir actividad física en mi vida, sería muy útil para mantener mi mente
despejada de problemas, lo supe porque durante esos pocos minutos ni siquiera
pensé en el gran embrollo en el que estaba metida, hasta podría decir que
disfruté del viento acariciando mi piel desnuda y revolviendo mi largo cabello.
Sin embargo volví a la realidad en cuanto vi a uno de los muchachos que
atendían en la estación, estaba mirando en la dirección contraria a la mía y
aún nos separaba una buena distancia. De pronto me entró el temor, no conocía a
ese hombre y no sabía de qué forma reaccionaría al ver a una mujer desnuda acercándose
a él desde la oscuridad; si tenía suerte tal vez me confundiría con algún
espíritu maligno y lo mataría de un infarto; pero si no ocurría esto, podría
verme envuelta en un problema aún mayor. Decidí flanquear la estación de
servicio e ingresar a ella por la parte de atrás, evitando ser vista. Caminé
refugiada por una vieja pared de pintura descascarada; los pies me dolían
mucho, no sólo por el esfuerzo hecho durante todo el trayecto, sino también por
la grava despareja que cubría la parte de atrás de la estación.
Por fin
llegué al lado contrario de la edificación, donde vi, en uno de los laterales,
el desteñido cartel que rezaba: “Damas”. Se trataba de un baño público, me
apresuré a esconderme en él, fue un gran alivio tener encontrar un sitio como
este, al que sólo podían ingresar mujeres. Me miré en el desgastado y gran
espejo que había dentro, mi desnudo cuerpo estaba pálido, tenía la piel de
gallina y mis pezones estaban arrugados. Sentía mi cola helada, la acaricié un
poco con la palma de mis manos con la intención de calentarla. Noté que en mi
cabello había pequeñas ramitas o yuyos enredados, me los quité. Bebí un poco de
agua directamente de la canilla del lavamanos y volví a mirarme al espejo, miré
a mi reflejo como si esperara de él la respuesta para salir de este problema.
Una vez más, la dulce voz de mi monjita preferida me susurró “Todo va a estar
bien”. No sabía si creerle, pero al menos ahora estaba mejor que antes.
Llegué a la
conclusión de que no tenía más alternativa que aguardar, no quería salir de
allí para solicitar ayuda sin nada que me cubriera el cuerpo. En algún momento
alguna mujer debía entrar… ¿o no?
Me
desalentaba un poco el saber que ésta no era una ruta muy transitada a estas
horas de la madrugada, lo había corroborado en el tiempo que pasé manejando y,
especialmente, en el tiempo que pasé caminando. Durante mi recorrido a pie pude
ver dos o tres autos, de los cuales me escondí. Tal vez tuviera suerte y uno más
aparecería y se detendría en la estación de servicio, y una mujer bajaría,
luego entraría al baño y me ayudaría con algo de su ropa...
Si lo pensaba
de esa manera mis chances de que eso ocurriera eran pocas, y si llegaba a
aparecer una mujer. ¿Cómo sabría yo que sería de confianza? ¿Cómo lograría
convencerla de que me ayudara? ¿Qué excusa inventaría para explicar mi
desnudez? Siendo honesta conmigo misma, esto no es algo que ocurra todos los
días. Las mujeres no suelen andar caminando desnudas en el medio de la nada. Si
me tomaba por una loca, posiblemente se negaría a ayudarme… pero no se me
ocurría nada bueno.
Me encerré en
uno de los cubículos, me senté sobre la tapa del inodoro y aguardé mientras
pensaba. Al menos allí dentro me sentía segura; pero aún me acosaban muchas
incertidumbres.
Podría
haberle rezado a Dios para que me ayudara, era la situación ideal para pedirle
ayuda; pero una ola de rencor se levantó en mi interior y fue a chocar de lleno
contra mi orgullo. Aún seguía enfadada con Dios porque me habían echado de mi
casa por unos padres que lo adoraban más a Él que a mí. Tal vez yo no había
obrado como la mejor feligresa, pero no había hecho otra cosa que buscar mi
propia felicidad… entre las piernas de una mujer… o de varias. En fin, el punto
es que creo no merecer el desprecio de mis padres y mucho menos de la forma en
que me lo mostraron, echándome a la calle como si yo fuera una delincuente, así
que si Dios me estaba leyendo el pensamiento en ese preciso instante podía irse
bien a la…
¡Un ruido!
¿Una voz?
¡Una luz!
¿Dios?... ¡La
puta madre!
No. Son
personas. Creo que son dos. ¡Son hombres… y están dentro del baño!
Mi cuerpo se
paralizó, nunca había estado tan asustada en mi vida. ¿Qué hacían esos tipos
dentro del baño de mujeres? ¿Me habían visto entrar?
Sí, eso debía
ser. ¿Qué otra explicación podría haber? Seguramente me vieron caminar desnuda
por la intemperie y entraron con la intención de… ni siquiera quería imaginarme
lo que podrían hacerme.
Intenté
quedarme en completo silencio y tomé medidas de seguridad, subí los pies a la
tapa del inodoro y me sujeté de las
paredes del cubículo para no caerme, hasta aguanté mi respiración. Al mismo
tiempo agudicé mis oídos con la intención de distinguir lo que hablaban.
Al principio
sólo me parecía un murmullo inteligible, pero luego empecé a escuchar
fragmentos en los que entendí palabras como: «Dale» o «Apurate». Luego me
pareció oír que uno de esos hombres decía: «Tenemos toda la noche». Mi sangre
se puso gélida en mis venas y una horrible sensación me recorrió todo el
cuerpo. Tenían toda la noche para… ¿abusar de mí?
Por un
momento estuve a punto de ponerme de pié y salir corriendo, pero el mismo miedo
paralizante me salvó de cometer semejante estupidez.
Pasados unos
segundos me percaté de que ellos continuaban conversando entre sí y que no
habían hecho ningún intento de abrir alguno de los cubículos, por lo que
vislumbré un pequeño rayito de esperanza. Tal vez estaban allí por otro motivo
y no tenían ni idea de que yo me escondía en el baño. Reuní todo el coraje que
pude y con suma cautela me puse de rodillas sobre la tapa del inodoro, luego
fui levantándome poco a poco, procurando no hacer ruido. Cuando mi cabeza se
asomó por encima de la puerta pude ver cerca del lavamanos a dos muchachos que
deberían tener más o menos mi edad. Ambos llevaban gorras y el uniforme azul
oscuro de la estación de servicio. Lo que más me llamó la atención fue que
ambos miraban hacia el lavamanos, es decir, me daban la espalda por completo.
Parecía que estuvieran manipulando algo sobre la base de mármol. De pronto vi
que uno de ellos se agachó, emitió un fuerte sonido con la nariz, como si
estuviera resfriado, y luego se incorporó soltando un fuerte suspiro. El
segundo muchacho repitió la acción y en cuanto se levantó pude ver una línea
dibujada con algún polvo blancuzco. Tal vez yo podía ser sumamente ingenua para
algunas cosas, pero hasta para mí resultó obvio; no cabía la menor duda, estos
dos estaban aspirando cocaína.
Eso me
sorprendió bastante, pero lo que ocurrió a continuación me dejó atónita. El
pibe que estaba a la izquierda, el primero en haber aspirado la cocaína,
repentinamente se puso de rodillas, lo hizo tan rápido que por un segundo creí
que se había caído, pero supe que había sido un movimiento voluntario cuando
sus manos fueron directamente a la bragueta de su compañero.
Sus manos se
movieron rápidamente, bajó el cierre y liberó el pene, el cual estaba flácido,
sacudiéndose de un lado a otro como un péndulo. Tanto mi boca como la del chico
de rodillas se abrieron de par en par, aunque mi gesto fue de puro asombro; él tenía
otra razón para hacerlo. Sin ningún tipo de preámbulos se introdujo la verga de
su compañero completamente en la boca. Pude ver cómo se abultaba una de sus
mejillas. Me dio la impresión de que él movía el pene para todos lados usando
su lengua. El chico que permanecía de pie no parecía mostrar sorpresa alguna,
por lo que deduje que esa era una práctica habitual entre ellos.
El muchacho
que estaba chupando la verga se puso de pie antes de que ésta se hubiera puesto
dura y con poca delicadeza se bajó los pantalones mostrando un miembro de un
tamaño considerablemente mayor al de su compañero. El otro pibe se puso de
rodillas sin que se lo pidieran e hizo una devolución de gentilezas, chupó el
gran pito como si lo hubiera hecho muchas veces antes, incluso se tomó la
libertad de masajear los huevos mientras se introducía ese trozo de carne que
ya comenzaba a ganar rigidez.
Creí que éste
haría lo mismo que el primero, limitándose a chupar tan sólo unos segundos,
pero fue pasando lentamente el tiempo y él siguió moviendo su cabeza de atrás
hacia adelante sin sacarse la verga de la boca, la cual se puso totalmente
rígida, mostrando toda su longitud. Me quedé pasmada observando esa escena, no
sabía qué hacer. Nunca había presenciado sexo entre dos hombres… al menos no en
vivo y en directo.
Me dije a mí
misma que debía hacer algo, debía interrumpirlos y pedirles ayuda; pero una
dulce y sensata voz semejante a la de Anabella me dijo «Ni se te ocurra
hablarles». La voz de mi consciencia tenía razón. Si ellos se percataban de mi
presencia podría verme envuelta en un gran dilema. Si bien ellos parecían ser
homosexuales, nada me aseguraba que no hicieran eso simplemente por falta de
algún huequito mejor donde introducir sus penes… y yo no quería proporcionarles
esos huequitos por nada del mundo. Además el hecho de que ellos aspiraran
cocaína no ayudaba para nada a darles una imagen más favorable.
Permanecí en
absoluto silencio intentando asomarme tan sólo lo justo y necesario como para verlos,
dejando mis rodillas semiflexionadas, para poder agacharme rápidamente si así
lo requería.
Sin detener
la felación, el muchacho de rodillas comenzó a quitarse la camisa. El otro hizo
lo mismo y poco a poco se fueron despojando de toda su ropa. Allí fue cuando,
por primera vez desde que me escondía en ese baño, sentí que mi suerte estaba
mejorando. La ropa de uno de ellos quedó justo frente a la puerta del cubículo
en el que yo me encontraba, eso me dio una idea que debía llevar a cabo con
sumo cuidado.
Aguardé
pacientemente por el momento indicado para poner mi plan en marcha. Observé
cómo el sexo oral iba ganando intencidad. Si ellos hacían eso sólo por falta de
mujeres, debía reconcoer que parecían disfrutarlo mucho, por lo que tal vez mi
teoría no era del todo acertada.
El que la
estaba chupando por fin se detuvo, me agaché un poco más por miedo a ser vista;
pero éste simplemente dio media vuelta y se colocó en posición de perrito;
inclusive meneó su cola, ofreciéndosela a su compañero de trabajo. Este otro no
se hizo rogar. Se puso de cuclillas y con su grusa verga en una mano y con la
otra mojada con su propia saliva, comenzó a lubricar ese ano que tenía a
completa disposición.
El grito de
dolor que emitió el pibe, cuando le metieron una buena porción de esa verga
dentro de su culo, me heló la sangre a tal punto que yo misma creí sentir dolor
en mi propia colita. No me quería imaginar qué se sentiría ser clavada por algo
de ese tamaño. Los gritos siguieron y el pibe se vio obligado a taparse una
boca con una mano para que éstos no inundaran toda la estación de servicio.
Imaginé que si alguien escuchaba eso desde afuera pensaría que allí estaban
asesinando a alguien… o que le estaban rompiendo el culo. Con mi ingenuidad
seguramente yo pensaría lo primero, ya que aún viéndolo con mis propios ojos me
costaba creer que estuviera presenciando semejante escena.
El movimiento
de penetración anal comenzó a volverse cada vez más fluído y mecánico. Desde mi
posición podía ver perfectamente cómo esa venosa verga ingresaba y, casi de
forma inmediata, volvía a emerger… sólo para volver a enterrarse una vez más,
con violenta intensidad. De algo estaba segura: ese pibe no se olvidaría nunca
de la tremenga cogida que le dieron en el baño de la estación de servicio. El
que se la metía parecía no tener mucho respeto por su culo, ya que cada vez que
podía aumentar el ritmo, lo hacía. En ese momento pensé que si él disfrutaba de
que se la metieran, esa sería una excelente forma de finalizar una jornada de
trabajo. Encontré un tanto excitante esa idea; sin embargo mi mente me demostró
ser más retorcida de lo que yo imaginaba al mostrar más excitación cuando
imaginé que ese podría ser un castigo por alguna metedura de pata en el
trabajo. Ya casi me podía imaginar que le decían: «Metiste la pata, ahora yo te
meto la verga».
Se me
humedeció la vagina.
¿Dónde quedó
la Lucrecia dulce e inocente que alguna vez habitó en mi cabeza?
Los vi
demasiado concentrados, por lo que supe que había llegado el momento de actuar.
Bajé del inodoro tan silenciosamente como me había subido. Me agaché y espié
por debajo de la puerta. Ese par de tortolitos seguían disfrutando de su intenso
momento de amor, por lo que ésta era la mejor oportunidad que tendría para
salir de allí sin ser notada. Estiré la mano tanto como pude y sujeté el manojo
de ropa. Lentamente la fui arrastrando hacia el interior del cubículo.
Moviéndome con mucho cuidado me puse primero la camisa, olía a sudor y
gasolina; pero no estaba en posición de ponerme exquisita. A continuación me
puse el pantalón. No llevar nada de ropa interior hacía que la ropa, de gruesa
tela, resultara más incómoda; pero tendría que estar más loca que mi hermana
para ponerme la ropa interior usada de un pibe que ni siquiera conocía.
Antes de
intentar algo más palpé los bolsillos de la camisa y el pantalón. Encontré un
juego de llaves, una billetera y un teléfono celular. Lo típico que cualquier
hombre suele llevar consigo en sus bolsillos. Dejé las llaves en el piso, con
sumo cuidado, ya que no las necesitaba. Estuve a punto de sacar dinero de la
billetera, pero no quería robarle al probre muchacho, ya suficiente tenía con
que le estén rompiendo el culo. Sus ahogados gritos me producían escalofríos,
no quería darle otro motivo para lamentarse después. Me quedé con el celular,
con la intención de devolverlo después.
Llegó el
momento difícil. Debía abrir la puerta del cubículo sin hacer el menor ruido.
Como un ladrón o un soldado que se esconde en la guerra, aguardé por cada nuevo
grito que emitía el muchacho que recibía la verga por su culo. De esa forma
pude abrir la puerta lo suficiente como para asomarme. Al ver que ellos seguían
dándome la espalda y que el pibe que estaba más cerca de mí no mostaba ninguna
intención de dejar de meterle por detrás toda la longitud de su miembro a su
compañero, junté el coraje suficiente para huír como rata por tirante.
Una vez fuera
me aparté lo suficiente del baño como para hacer una llamada sin que me
escucharan. En ese momento me di cuenta de que no conocía ningún número de
taxis de Buenos Aires, pero si el dueño del teléfono era tan olvidadizo como
yo, debería tener alguno anotado en su agenda.
Me alegré
enormemente al ver la palabra “Taxi” escrita. Marqué el número y poco rato
después me atendió una chica con voz somnolienta. Me llevó un buen rato
explicarle dónde me encontraba, pero cuando le dije el nombre de la estación de
servicio y el número de la ruta, ella pareció reconocer la ubicación y me dijo
que el taxi demoraría unos diez o quince minutos.
No podía
quedarme tanto tiempo allí sin saber qué hacían esos dos pibes en el baño; me
atemorizaba que de pronto pusieran fin a su furtivo encuentro sexual y que se
percataran de que yo había robado la ropa. Con la excusa de regresar el
teléfono volví al baño. Esta vez no entré, sino que me quedé bajo el marco de
la puerta, sentada. Deslicé el teléfono un poco hacia adentro y admiré la
escena. Todo seguía tal y como yo lo había dejado. El chico con la verga grande
seguía dándole por el culo al otro, que chillaba de dolor, aunque sus gemidos
también me indicaban que lo estaba disfrutando. Pensé que yo también
disfrutaría si me dieran por el culo con tanta energía y con una verga tan
ancha. Los miré mientras el tiempo pasaba sin que yo supiera cuán deprisa. El
movimiento rítmico y constante de los muchachos comenzó a hipnotizarme y a
excitarme cada vez más. Podía ver las bolas de ambos balanceándose
violentamente y desde esta posición podía admirar cómo esa verga se abría
camino dentro de ese ya dilatado orificio. No pude resistir la tentasión, abrí
el cierre del pantalón y comencé a acariciarme la vagina. No me sorprendió para
nada encontrarla caliente y viscosa.
Estaba muy
entretenida con mi clítoris cuando el pibe de la verga grande llegó al clímax.
Como en el momento en en el que eyaculó sólo tenía metido el glande, el culo
del otro pibe comenzó a chorrear semen. Esa imagen me calentó mucho más de lo
que ya estaba y comencé a tocarme más rápido, pero no pude hacerlo por mucho
tiempo ya que me llevé un enorme susto cuando ellos se pusieron de pie.
Me aparté
rápidamente de la puerta, sin siquiera levantarme, y aguardé en silencio. Los
escuché hablar. Uno le decía al otro que lo había disfrutado mucho, también
dijeron que era hora de cambiar de lugares. Aguardé unos segundos más y luego
asomé mi cabeza lentamente. Efectivamente habían intercambiado sus roles. Ahora
el que la recibía por el culo era el muchacho de la verga grande. Me pregunté
si él disfrutaría tanto como su compañero, pero inmediatamente supue que sí, ya
que cuando toda la verga le entró comenzó a gemir con ganas y suplicar por más.
No me imaginaba que el sexo entre hombres pudiera resultarme tan estimulante;
pero así era. Inclusive llegué a imaginarme a Rodrigo teniendo relaciones con
su “novio” Miguel, y me gustó lo que llegué a visualizar.
Cuando empecé a relajarme lo suficiente como
para empezar a disfrutar de la peculiar escena que tenía ante mis ojos, un haz
de luz recorrió la parte frontal de la estación se servicio. Me puse de pie
rápidamente y sin hacer ruido. Subí el cierre del pantalón y comencé a hacerle
señas con las manos en alto al taxista que acaba de arribar; no quería por nada
del mundo que tocara bocina ya que eso alertaría a los empleados y podrían
darme grandes dificultades.
*****
El taxista no
se percató de que yo iba descalza, y si lo hizo no realizó ningún comentario al
respecto. Tampoco me cuestionó por qué yo iba vestida con esa ropa que me
quedaba ridiculamente grande. Donde sí tuve que dar algunas explicaciones fue
en el hotel, ya que antes de subir a la habitación tuve que pedir que pagaran
el taxi y cargaran el monto a mi cuenta. La muchacha que me atendió se asustó
cuando le dije que había tenido un percanse con mi ropa y que ésta era la única
que me habían podido prestar. Ella creyó que me habían violado o algo por el
estilo, así que me tuve que inventar una absurda historia diciéndole que mi
vestido se había desgarrado casi por completo al engancharse con un gran clavo
que sobresalía de una pared. No se me ocurrió nada mejor y ni yo misma me lo
creía, pero sirvió para que la recepcionista me dejara en paz y no llamara a la
policía para denunciar una violación.
Aún me
faltaba verificar una cosa antes de subir a mi habitración. Ingresé a la cochera
del hotel y no me sorprendió ver el auto que me había prestado Rodrigo
estacionado allí. Uno de los cuidadores de la cochera me dijo que una señorita
lo había traído y que le había dejado la llave, para que me la diera a mí en
cuanto me viera. Él también se sorprendió por mi atuendo y me hizo alguna que
otra pregunta, pero yo arrebaté las llaves de sus manos y simplemente lo
ignoré.
Abrí el auto
y allí estaba mi vestido, prolijamente doblado sobre el asiento del
acompañante. Mis zapatos estaban justo debajo y mi anticuado celular estaba
sobre la guantera. Catalina no tenía ninguna intención de robar nada, no tenía
necesidad de hacerlo, para ella la broma ya había terminado y no veía razón
alguna para arriesgarse a que yo presentara una denuncia por robo. Tomé el
celular pero dejé la ropa dentro, cerré la puerta del vehículo y subí a mi
habitación.
Lo primero
que hice fue desnudarme para darme un baño, tenía esperanzas de que esto me
ayudara a relajarme y a pensar con mayor claridad; pero no fue así. Cuando salí
de la ducha estaba tan irritada y nerviosa como antes de entrar. Caminé en
círculos dentro de la habitación sin siquiera vestirme. Mi cabeza daba vueltas
y sólo podía imaginarme dándole una buena golpiza a Catalina, quería
lastimarla, quería que supiera que el golpe había venido de mi parte, pero
también sabía que no podría acercarme a ella y que la violencia física sólo me
causaría más problemas. Tomé el vestido, que había dejado sobre la cama, para
guardarlo y vi que un papelito caía al piso, primero pensé que podría tratarse
de alguna nota con tono de burla por parte de Catalina, pero luego, al verla de
cerca, me di cuenta que se trataba de la tarjeta que me había dado Juan, el
hombre calvo dentro ese extraño club. Estuve a punto de hacer un bollito con
ella y arrojarla al cesto de basura cuando de pronto se me prendió la
lamparita. Recordé que ese hombre se había tomado el enorme atrevimiento de
tomar fotos de la escena tan sexual que montamos con Catalina; una sonrisa
maliciosa se dibujó en mi rostro. Marqué el número de teléfono de Juan.
—¿Quién
habla? —me preguntó una voz masculina y somnolienta.
—Hola Juan,
habla Lucrecia. ¿Te acordás de mí? —dije con el tono más simpático que puede
adoptar.
―¡¿Cómo no me
voy a acordar?! ―exclamó―. Estaba pensando en vos. Sinceramente creí que no me
ibas a llamar.
―Si, yo pensé
lo mismo.
―¡Auch! Eso
me dolió ―dijo entre risas.
―No quiero
que te hagas ninguna ilusión, no tengo ningún interés en los hombres… por el
momento ―no quise cerrarle bruscamente todas las posibilidades, ya que tenía
que tener algo a mi favor para negociar.
―¿Eso quiere
decir que sos lesbiana?
―Exactamente,
y no soy de esas que andan haciendo tríos con hombres ―mentí.
―¡Cuánta
sinceridad! Pero todo esto me deja más intrigado todavía. ¿Cuál es el motivo de
tu llamada?
―Necesito que
me hagas un favor pequeñito.
―¿De qué se
trata?
―Anoche me di
cuenta de que mientras yo “jugaba” con Catalina, vos sacabas fotos con tu
celular.
―Ah, entiendo.
Seguramente pensás que esas fotos podrían caer en malas manos y querés que las
borre.
―No, la
verdad es que no me molesta que las tengas ―eso era cierto, ya había sufrido un
escándalo con fotos pornográficas y ya me daba igual si alguien veía esas fotos,
al fin y al cabo se trata de mi vida y yo soy libre de hacer lo que me plazca
con quien yo quiera.
―¿Entonces?
―Me gustaría
tenerlas. Esa fue la primera vez que tuve sexo con Catalina y me gustaría
conservar algunos recuerdos. ¿Podrías enviármelas?
―Mmm… sí,
podría. ¿Pero qué gano yo?
―¿Tener una
amiga que te debe un favor?
―Podría
insistirte hasta que por fin cedieras un poco, sin embargo prefiero que
recuerdes este momento como un gesto de buena fe. Te voy a enviar las fotos.
―Te lo
agradezco mucho ―dije con simpatía―, la próxima vez que nos veamos me voy a
acordar de eso.
―¿Eso quiere
decir que te voy a ver de vuelta por el club?
―Probablemente
sí ―mentí grotescamente―, es un lugar muy lindo. Sinceramente superó mis
espectativas.
―Y vos
superaste las mías. Ahora te mando las fotos y espero que vuelvas pronto a club
y saludes a tu amigo Juan.
―Lo voy a
hacer ―sonreía a pesar de que él no podía verme―. Muchas gracias otra vez ―le
dicté mi dirección de correo electrónico.
Mientras
aguardaba por el e-mail de Juan, puse en marcha la siguiente fase de mi
improvisado plan: llamé a Rodrigo.
Me llevó
varios minutos convencerlo de darme la dirección de correo electrónico de su
padre. Por supuesto que su primera reacción sería quejarse y enojarse; pero ya
estaba preparada para eso, así que con mucha paciencia fui contándole que las
negociaciones con Catalina habían sido un completo fracaso y que no perdíamos
nada simplemente enviándole un e-mail a su padre para concretar una reunión de
negocios. Rodrigo accedió por desesperación, me dio pena jugar con sus
sentimientos. Luego de darme la dirección me dijo que tratándose de dinero
podría captar la atención de su padre.
Juan se
demoró unos diez minutos más en enviarme las fotos, imaginé que no era un tipo
muy familiarizado con la teconología y que había tenido dificultades. De todas
formas aproveché el tiempo de espera para crearme una nueva cuenta de correo en
la que no figuraba ninguno de mis datos personales y acto seguido le envié un
correo al padre de Catalina con las fotos de su hija en pleno frenesí sexual.
No imaginaba
que Juan hubiera tomado tantas fotografías, había más de treinta de dónde
elegir y seleccioné aquellas que mostraban mejor la cara de Catalina, evitando
o recortando las que mostraban mi cara. Si bien Catalina sabría perfectamente
que había sido yo quien envió las fotos, tampoco se alteraba el resultado
manteniendo mi cara oculta. La mejores fotos eran las que mostraban a Catalina
lamiéndome la vagina mientras era penetrada por Zoran.
Luego de enviar
el e-mail me percaté de que desde que me echaron de mi casa me había vuelto una
persona muy vengativa. A la antigua Lucrecia eso le hubiera molestado, pero yo
ya estaba cansada de que la gente me tomara por estúpida y me pisoteara. Si
bien no encontré gozo alguno en haber hecho eso, sabía que no podría vivir
tranquila si no daba yo el último golpe a Catalina.
*****
Emprendí mi
viaje de regreso con la esperanza de no tener que volver a Buenos Aires nunca
más. Mientras conducía en mi cabeza se debatían mis valores éticos y morales. Por
unos instantes me sentí culpable, pensé que tal vez había llegado demasiado
lejos con mi venganza; pero en mí todavía quedaban bien clavadas las esquirlas
de la puñalada trapera que me había dado Catalina. Tal vez de esa forma
aprendería que conmigo no se jode, ya no soy la niña ingenua que fui, aquella
que se dejaba pisotear por cualquiera, la que avanzaba en su vida como si fuera
un ente sin alma, esta era la verdadera Lucrecia y ella sabía defenderse sola.
Sí, fui cruel al hacerle eso, pero ella me ofreció un trato sumamente
despectivo desde el primer momento en que me vio, por lo tanto ella misma se lo
había buscado. En lugar de sentir pena por ella o culpa por lo que había hecho,
puse una radio con música de rock clásica y le subí el volumen.
Casi tres
horas más tarde escuché mi celular sonando sobre el ruido de la música. No me
gusta hablar por teléfono mientras manejo, pero como en la pantalla apareció el
nombre de Catalina bajé el volumen de la música, contesté y puse la llamada en
alta voz.
―¡Sos una
hija de puta! ―me gritó con descontrolada voz chillona― ¿Cómo se te ocurre
hacerme una cosa así?
―Vos te lo
buscaste ―dije con firmeza.
―¡Con esto te
pasate! ¿Por qué? ¿Por qué? ―noté que estaba llorando― ¿Por qué tenías que
meter a mi papá en todo esto? Él es todo lo que tengo… con mi papi no… ―la
forma en la que dijo “papi” me desgarró el alma. Ella podía ser una arpía, pero
tenía un padre al que quería. Por más que intenté contenerme, una lágrima cayó
por mi mejilla.
―Vos te lo
buscaste ―repetí con un nudo en la garganta.
―Yo no me
metí con nadie más que vos. ¿Cómo le explico todo eso a mi papi? ¿Qué hago
ahora? Él me va a odiar ―su llanto y desesperación se hacían cada vez más
evidente. Me sentí muy mal conmigo misma y estuve a punto de pedirle perdón
justo cuando dijo:― Me va a odiar igual que al maricón de mi hermano.
―¡Ese es tú
problema! ―exclamé inundándome por la rabia―. Despreciás a todo el mundo,
maltratás a la gente sin siquiera conocerla. ¿No te parece lógico que en algún
momento haya llegado alguien que te devuelva la gentileza? ¿Te pusise a pensar
siquiera por un segundo qué pudo haberme pasado a mí cuando me dejaste sola y
completamente desnuda en la ruta? ¡Me podría haber muerto, hija de puta! ¡Podría
haberme encontrado con un degenerado que me violara! ¿Te das una idea de lo
traumático que puede ser eso? Comparado con lo que yo te hice no es nada. Yo no
puse en riesgo tu vida, así que ahora bancatela. Bien merecido te lo tenés; y
si tu papá fuera una mejor persona te querría igual, sin estar cuestionándote
tus preferencias sexuales. ¡Para eso están los padres! Para aceptar y querer a
sus hijos como son, no para exigirles que vivan una vida bajo un mando
dictatorial. Así que tu problema no es conmigo, es con tu papá.
Luego de
decirle eso corté la llamada y me vi obligada a detener el auto al borde de la
ruta. Rompí a llorar desconsoladamente. Todo mi cuerpo tembló y me sentí frágil
y vulnerable como una niña pequeña. Necesitaba que alguien me abrazara y me
dijera que todo iba a estar bien. Necesitaba a mi papá.
*****
Me llevó casi
media hora tranquilizarme. Para hacerlo tuve que hacer el gran esfuerzo de
llevar mi mente a otro sitio y pensar de forma positiva. Pensé en toda la gente
que me quería y a la que yo quería, especialmente en Lara y en Anabella. Ellas
me dieron fuerzas para seguir adelante.
Cuatro horas
más tarde entré, por fin, en mi departamento y me tiré en mi cama a mirar el
techo. Pasados un par de minutos comencé a preocuparme por Rodrigo y Afrodita.
No tenía idea de cómo conseguir un inversionista que estuviera dispuesto a
dejar una alta suma de dinero en las manos inexpertas de jóvenes irresponsables
e impredecibles. Habría que estar loco para aceptar semejante trato...
¿Loco? ¿Por
qué siempre que pienso algo relacionado con la locura me acuerdo de ella? A
veces me da temor estar discriminándola. Tomé mi teléfono celular y marqué su
teléfono. Me atendió casi al instante.
—¡Lucrecia!
—me saludó efusivamente.
—Hola
Abigail, ¿cómo estás?
—¡Muy bien!
Hace mucho que no hablamos, me tenés abandonada.
—Te escribí
como cuatro e-mails y nunca me los respondiste.
—¿De verdad?
Perdón, pero casi nunca reviso mi casilla de correos... y yo acusándote de ser
mala hermana.
—Podés
remediarlo si me hacés un inmenso favor.
―¿Qué tan
grande?
―Como los
prejuicios de mamá.
—¡A la mierda!
Va en serio la cosa. ¿Pensás que voy a poder ayudarte? La gente no suele
llamarme a mí cuando se trata de un problema del mundo real.
―¡No digas
eso! Más de una vez te pedí ayuda con algo.
―Sí, pero
siempre son cosas medio boludas, como ayudarte a buscar información para algún
trabajo práctico de la facultad o distraer a mamá cuando te querías escapar de
casa. Pero no te preocupes, no me lo tomo a mal, yo sé que no se puede confiar
en mí cuando se trata de un problema serio.
―Vos fuiste
una de las personas que más ayudó cuando empecé a tener dudas sobre mi
sexualidad. Me diste buenos consejos.
―Mentira,
dije dos o tres pavadas nomás. Lo decís para que me sienta importante.
―Para mí sos
importante Abi, y te tengo muy presente, incluso cuando estoy en un problema;
por eso mismo ahora mismo sos la primera a la que llamé.
―Es que
tampoco tenés muchas opciones. ¿Cuánta plata tengo que llevar?
―¿Cómo sabés
que es un problema de dinero?
―Porque dije
“Problemas del mundo real” y no me contradijiste. Cuando a la gente le hablan
de “Problemas del mundo real” sólo piensan en dinero, como si eso fuera lo real
en el mundo… no entiendo como un puto papelito con dibujitos se volvió tan
importante en la vida de la gente. Además vos me llamaste a mí porque soy la
hija de tu mamá y de tu papá, y sabés que ellos tienen plata; pero como no se
las podés pedir a ellos, me la querés pedir a mí.
―A veces me
asusta lo perspicaz que podés llegar a ser.
―No era tan
difícil. Además no te olvides de que los locos decimos siempre la verdad ―a
ella le encantaba repetir esa frase, era su línea de garantía.
―Vos no
estás…
―No empieces
Lucrecia. Negarlo sólo empeora las cosas. No me gusta que me traten como si
fuera de porcelana fina.
―Está bien,
entonces te espero en mi casa. En cuanto a la plata, voy a necesitar mucha,
pero no quiero que salgas con efectivo. Primero quiero que lo charlemos.
—Ok, en un
rato estoy allá.
Ese rato duró
una hora y media. Temí que mi madre la hubiera interceptado y que la hubiera
sometido a un cruel interrogatorio digno de la Inquisición española. Cuando por
fin llegó me contó que mis ideas no eran tan desacertadas, tuvo que valerse de
muchas excusas y mentiras para que la dejaran salir.
Abigail
parecía haber crecido un poco durante el tiempo que llevábamos sin vernos. Su
rostro se veía levemente diferente, como si se estuviera alejando de las
facciones de una adolescente para acercarse a las de una mujer adulta, me dio la
escalofriante impresión de que estaba un poco más parecida a mí, además
teníamos el mismo corte de cabello, lo cual incrementaba la similitud. Le
mostré un poco el departamento y le expliqué que los muebles eran prestados;
pero que de momento me resultaban sumamente útiles. Le conté brevemente sobre
Evangelina y le dije que amablemente ella había accedido a dejarme esos muebles
hasta que yo consiguiera los propios; sin embargo evité mencionar las aventuras
sexuales que había vivido junto a ella y por suerte mi hermana no hizo ninguna
pregunta al respecto. Luego nos sentamos en un gran sillón a hablar de lo que
nos competía.
—Te cuento
que estoy trabajando con un amigo que se llama Rodrigo Pilaressi. Estamos
intentando administrar dos discotecas. Es un emprendimiento arriesgado ya que
en este momento el presupuesto está en números rojos. Ayer tuve la oportunidad
de cerrar un trato con una posible inversionista; pero arruiné todo y el trato
se canceló.
―Seguramente
fue porque te cabreaste por algo ―dijo con una divertida sonrisa.
―Sí, y tenía
mis buenas razones para estar bien cabreada; pero eso no es lo importante
ahora. No tenemos dinero para pagarles a los obreros que están trabajando para
nosotros y si no ven algo de plata pronto, se van a retirar de la obra y
posiblemente quieran llevarnos a juicio.
—-¿Vos querés
que yo te preste ese dinero? —me preguntó cambiando completamente el semblante
de su rostro, nunca la había visto tan seria y madura.
—Sólo si lo
tenés... y no lo necesitás. No quiero que le pidas a papá o a mamá; pero sé que
vos siempre guardás la plata que ellos te dan y no gastás casi en nada.
—Así es. Tengo
algo guardado en el banco. Me importa poco la plata, pero me gusta sentirme un poquito
“normal” diciendo que, como adulta responsable, tengo ahorros en el banco; para
cualquier emergencia.
―Yo debería
aprender de vos.
Abigail tenía
por costumbre extorsionar a nuestros padres pidiéndoles dinero u otros favores
a cambio de su “tranquilidad”. Muchas veces la vi prometer no montar un
escándalo si a cambio le daban algunos billetes, podría estar loca pero no era
estúpida. Sabía muy bien cómo utilizar ese problema a su favor. También estaba
segura de que ella no gastaba todo ese dinero y debía guardarlo en algún sitio.
Una vez mi madre me propuso la idea de crear mi propia cuenta de ahorros en el
banco y fui tan estúpida para decirle que no, siempre creí que el dinero me
sobraría y no pensé que algún día podría encontrarme en una situación como
esta. Ese hubiera sido mi fondo de emergencias... y esta era una.
―No tengo
ningún problema en prestarte todo ―agregó.
―No quiero
que me la prestes. Quiero que la inviertas. Con el dinero que nos des a Rodrigo
y a mí vas a conseguir ganancias. Lo que yo te propongo es que un tiempo
después de que hagas la inversión, te la vamos a devolver con intereses. Luego
si querés volver a invertirla en nosotros, podés hacerlo.
―Me gusta esa
idea. Para mamá y papá una persona que no gana dinero no es persona. Si gano
algo voy a poder echárselos en cara y tal vez así algún día pueda irme de ese
manicomio cristiano.
―Harías bien
en irte. Ellos son personas tóxicas. De a poco te van entoxicando la vida y
después cuesta mucho desintoxicarse. Vos sabés que acá siempre te podés quedar,
cada vez que te hartes de ellos.
―¿Puedo
quedarme a dormir esta noche?
―¿Hoy?
―Sí, es que
para poder escaparme de casa le dije a mamá que me iba a dormir a lo de una
amiga. Ella no dijo más nada porque le da miedo que se trate de alguna amiga
imaginaria, y se queda con la esperanza de que tenga una amiga de verdad. Ella
le tiene terror a mis “amigas imaginarias”.
―Lo sé,
piensan que las envió el mismo Satanás.
―Lo que no
piensa es que son uno de los efectos más comunes de mi enfermedad. Y tampoco
sabe que mi forma de saber cuándo son imaginarias es no teniendo amigas.
Mientras se
mantuviera medicada mi hermana podía evitar bastante bien las alucinaciones;
pero hubo momentos en su vida en las que éstas se convirtieron en un gran
problema. Se la pasaba hablando sola por la casa, y daba toda la impresión de
estar manteniendo una conversación con una persona que no estaba allí. Mi madre
se persignaba y la rociaba con agua bendita cada vez que la veía haciendo eso.
Mi padre intentaba ignorarlo pero él también era un hombre de fuertes creencias
religiosas y se llevó varios sustos cada vez que mi hermana señaló un rincón
vacío y dijo “Esa es mi amiga”.
Por mi parte,
aprendí a tomármelo como algo natural en la condición de Abi. Al principio sí me
creía todas esas supersticiones religiosas, pero con el tiempo (y luego de
haber charlado con el psiquiatra que atiende a mi hermana) me di cuenta de que
no había nada que temer, siempre y cuando mi hermana no creyera que alguna de
esas amigas la quería lastimar o que alguien de la familia quisiera lastimar a
sus amigas; por eso nos aconsejó que evitemos intervenir el tema y prestemos
atención a lo que ella decía. La parte graciosa de este asunto llegó cuando Abi
comprendió que sufría de alucinaciones y empezó a usarlas para asustar a mis
padres.
―Todavía me
rio cuando me acuerdo lo que me contaste del día que le hiciste creer a papá
que una de tus “amigas” esaba desnuda ―le dije.
―¡Eso le pasa
por meterse a mi cuarto sin golpear la puerta!
―Te juro que
me lo imagino lleno de desesperación, sin saber cómo reaccionar.
―Se tapó los
ojos y empezó a decir: «Perdón señorita, no sabía que estaba aquí».
―Lo mejor fue
cuando le dijiste a tu “amiga”: «Te prometo que mi papá no es ningún
degenerado, no lo hizo a propósito» ―comenzamos a reírnos a carcajadas.
―Y él decía:
«¡Por supuesto! Fue un accidente, discúlpeme, no volverá a ocurrir». Pobre
tipo, es más inocente que Ned Flanders.
Seguimos
riendonos hasta el punto de que nos salieron lágrimas. Cuando empezamos a
serenarnos miré a Abigail y en sus ojos encontré a una persona en la que podía
confiar, una persona que me quería y que haría todo lo posible por ayudarme. Le
di un fuerte abrazo y ella me lo devolvió con la misma intencidad.
―Gracias Abi.
No te das una idea de cuánto necesitaba algo así. Últimamente me pasan tantas
cosas malas que pienso que me voy a volver loca. Es muy reconfortante saber que
alguien se preocupa por mí… y saber que alguien me puede hacer reir cuando me
sienta mal.
―No sigas
diciendo esas cosas porque me vas a hacer llorar.
―Perdón, pero
tenía que decirlo. Espero que no llores.
―¿Eh? ―se
separó de mí y me miró confundida― No estaba hablando con vos.
La sonrisa de
mis labios se borró súbitamente. De pronto creí que mi hermana había sufrido
otra de sus desconexiones con la realidad y que estaba viendo a alguna persona
que habitaba sólo en su mente; pero de pronto empezó a reirse.
―¡Sos una
hija de puta! ―eclamé.
―Somos hijas
de la misma madre.
*****
A medida que
se aproximaba la hora de la cena Abigail y yo nos ibamos preocupando ya que
ninguna de las dos era especialmente habilidosa en la cocina. Estábamos a punto
de pedir comida a una rotisería, pero por suerte llegó Tatiana y nos solucionó
ese inconveniente preparando unas deliciosas milanesas con papas fritas que
devoramos con ansiedad.
La comida
podía ser casi tan buena terapia como el sexo, luego de comer ya me sentía un
poco mejor conmigo misma y algo más relajada. Le dije a Abigail que la esperaba
en la reapertura de Afrodita y de paso hice extensiva la invitación para Tatiana.
—Espero que
no te moleste que se trate de un boliche para gays y lesbianas —le dije a mi hermana.
―Para nada.
Siempre quise experimentar cosas nuevas ―su comentario me dejó pasmada, con el
tenedor a medio camino de mi boca.
―No sabía que
vos…
―¡Ay Lucre! A
veces me hacés acordar a papá, te tomás en serio todo lo que te digo.
Tanto ella
como Tatiana comenzaron a reírse de mi ingenuidad. Como venganza me serví en el
plato la última milanesa que quedaba y les dije que si alguna se atrevía a
querer sacarme tan siquiera un pedacito, le cortaba la mano.
―En fin
―continué diciendo― la otra parte va a ser el boliche para heterosexuales; pero
no la podemos abrir todavía, no está terminada.
—Sinceramente
no me interesa mucho la temática de las discotecas, no voy a ir a buscar
pareja… es más, preferiría quedarme sentada en un rincón, tomando algo rico.
—No seas
aburrida, Abi —dijo Tati con una gran sonrisa—, podés bailar con nosotras un
rato.
Le había
hablado de mi hermana a Tatiana pero ésta era la primera vez que estaban juntas
y me daba la impresión que a mi amiga le gustaba Abigail. Mi radar lésbico se
había activado al ver cómo brillaban los ojitos de la morena al verla. Recuerdo
que en una oportunidad le mencioné a Tati que mi hermana tenía ciertos problemitas,
pero no especifiqué demasiado, ella no sabía que para la pequeña sería una
tortura estar bailando en el medio de una pista, rodeada de gente, sin saber
cuáles eran reales y cuáles no.
—No la presiones,
Tati, con que vaya es suficiente. Va a ser muy importante para mí tenerla
presente.
—Lo que mi
hermana quiere decir es que estoy loca. Las multitudes me ponen nerviosa,
especialmente en ambientes cerrados.
—Ah, entiendo
—dijo Tatiana agachando la cabeza, como si fuera su culpa que mi hermana se
sintiera así al ver tanta gente junta.
―No es eso lo
que quise decir. Cuando Abi vaya va poder inspeccionar de cerca el
establecimiento y va a poder dar su opinión, al fin y al cabo ella va a ser
nuestra nueva inversionista.
―¡Que bueno
eso! ―exclamó Tati con una sonrisa― Vas a estar ahí para analizar las cagadas
que se manda Lucrecia.
—No me
alcanzaría toda la noche para analizar eso; pero creo que me va a gustar esto
de ser “inversionista”. Eso sí, me gustaría que alguien se quedara a charlar
conmigo —añadió Abi—, así no me aburro.
—Está bien,
yo te puedo hacer compañía —dijo la morocha con el rostro iluminado de alegría;
yo la fulminé con la mirada, pero creo que ella no lo notó, o simplemente me
ignoró.
*****
A la noche
siguiente, una vez que Abigail volvió a su casa y Tatiana ya había regresado
del trabajo, intercepté a mi amiga para hacerle una pregunta que me había
quedado dando vueltas en la cabeza.
—¿Pasó algo
con mi hermana? —le pregunté mientras ella preparaba un poco de té.
—¿Por qué lo
decís?
—Por la forma
en que la estuviste mirando —puse los brazos en jarra, para aumentar mi
expresión de disconformidad.
—¿Te pone
celosa? —dijo con una sonrisa picarona.
—No, no son
celos. Lo que pasa es que mi hermana no es como yo, ni como vos.
—¿Querés decir
que ella no es lesbiana?
—En parte sí,
me refería a eso, pero también a que ella es una persona muy especial y no
quiero que sufra, no más de lo que ya tiene que sufrir.
—No entiendo,
Lucrecia. ¿Qué tanto te molesta que me ponga a charlar con ella?
—Es que
conozco tus intenciones, vos vas a intentar hacer algo con ella y preferiría
que no lo hicieras. Podés hablar con ella todo lo que quieras, no le vendría
mal tener una amiga de carne y hueso; pero si vas a ser su amiga quiero que sea
honestamente, no porque tenés ganas de meter la cabecita entre sus piernas. Tal
vez pensás que estoy exagerando y que
estoy jugando a la hermana mayor sobreprotectora, pero te lo digo muy en serio.
Abigail tiene problemas serios y nunca le conocí un amigo, no me gustaría que
alguien se acerque a ella con malas intenciones, porque ella debe estar
pensando que vos podrías ser una buena amiga, y tal vez se lleve una gran
desilusión si se entera de que vas de levante.
—Está bien,
Lucrecia, te entiendo. Perdón, no sabía que el problema de ella era tan serio.
Te prometo que no voy a intentar nada, voy a hablar con ella y si nos hacemos
amigas va a ser una amistad de verdad, sin sexo.
—Claro,
porque nosotras no tenemos una amistad de verdad —sonreí al decir eso, para que
no lo tomara como un reproche.
—Bueno,
nosotras tenemos un poquito más que una amistad de verdad —me guiñó un ojo―.
Tenemos una amistad especial.
Bastó poco
más que unas insinuaciones, unas miradas sugerentes y algunas caricias para que
las dos terminemos desnudas en su cama haciendo un frenético 69.
Debía admitir
que Tatiana era la mejor compañera de departamento que podía pedir, no sólo era
limpia amable y silenciosa; sino que además cocinaba de maravilla y, la mejor
parte de todas, podíamos tener sexo sin compromiso cada vez que quisiéramos.
El recorrer
cada rincón de su vagina y de su culo con mi lengua me hizo olvidar por
completo de todos mis problemas. El cremoso sabor de sus flujos vaginales era
como un jarabe curativo para mi alma.
Una vez más
estaba usando el sexo para relajarme y olvidarme de todos mis problemas. No me
sentí mal por ello, al menos esta vez lo hacía a consciencia.
Luego de
pasarme un buen rato con la cabeza entre las piernas de mi amiga y, al mismo
tiempo, recibiendo su lengua en mi sexo, decidí llevar a cabo algo que me venía
acosando el pensamiento desde que salí de aquella estación de servicio en
Buenos Aires.
―Dame por el
culo ―le pedí, con poca delicadeza, a Tatiana.
―¿De verdad?
―Sí.
―Esperá que
traigo el strap-on. Vos mantente calentita.
Salió
disparada de la cama como si la casa se incendiara, pero el verdadero fuego
estaba creciendo entre mis piernas. Me sacudí entre las sábanas, masturbándome
y sobándome las tetas con ímpetu. No tuve que esperar demasiado, apenas había
conseguido ponerme en cuatro, sin dejar de tocarme, cuando Tatiana entró de
nuevo al cuarto usando ese hermoso pene de plástico al que le había agarrado
tanto cariño. Fue lo suficientemente astuta como para traer el lubricante
consigo y una vez que mi retaguardia estuvo debidamente preparada, me penetró;
pero lo hizo con suavidad.
―No, no… así
no ―le dije sin dejar de frotarme el clítoris―. Dame fuerte. Quiero que me des
fuerte.
Creí que ella
no se animaría a seguir mis órdenes, pero por suerte me equivoqué. La siguiente
embestida fue tan potente que más de la mitad del consolador se me clavó en el
culito. Solté un fuerte grito que, con casi toda seguridad, mis vecino habrán
escuchado. Me fascino esa mezcla de dolor y placer e imaginé que el pibe de la
estación de servicio habría sentido algo muy parecido cuando su amigo, el de la
verga grande, lo pentró.
Allí fue
cuando pude comenzar a dar rienda suelta a toda mi imaginación. Me abstraje
casi por completo, tan sólo podía sentir ese pene entrando y saliendo de mi
culo, pero ya no era Tatiana quien me lo metía, sino el pibe vergudo de la
estación. No me olvidé del otro muchacho, ya que imaginé que le chupaba la
verga mientras recibía la otra por detrás. Por primera vez en mucho tiempo mi “instinto
heterosexual” se había activado. Cuando estuve con Rodrigo pensé prácticamente
todo el tiempo en Edith, sin embargo en esta ocasión estaba teniendo sexo con
una mujer mientras pensaba en dos hombres. Dos hombres que me daban la cogida
de mi vida.
El culo se me
llenó de preguntas, casi literalmente. Mientras me daban por detrás no dejaba
de preguntarme si no me había apresurado demasiado a aceptar mi condición como
lesbiana. Posiblemente mi error había sido rodearme de mujeres y evitar a los
hombres, especialmente a los heterosexuales.
Cuando me
estaba perdiendo en un mar de dudas sexuales, noté una relampagueante luz
dentro de la habitación.
―¿Me sacaste
una foto? ―le pregunté a mi amiga.
―Sí. ¿Te
molesta?
―No, para
nada. Es que no me lo esperaba…
―Lo que pasa
es que me gustaría tener algunos recuerdos, especialmente para aquellas noches
en las que me toca irme solita a la cama.
―No hace
falta que me des explicaciones, Tati. Si querés fotos mías en bolas no tenés que
hacer más que pedírmelas. Eso sí, mantené el teléfono alejado de tu querida
amiga Cintia.
―Prometo que
ella no va a pasar ni cerca de estas fotos.
Así fue como
empecé a posar para la cámara siguiendo las indicaciones de Tatiana. Tomó
algunas fotos en primer plano de mi vagina e incluso me pidió que le chupara la
suya para poder capturar alguna imagen de eso también. Tengo que admitir que
disfruté mucho haciéndolo, me sentí sexy y deseada, y volví a sentirme muy
lesbiana.
Poco tiempo
después ya casi había olvidado mis dudas, sabía que éstas volverían cuando
menos lo esperara, pero en ese momento podía sentirme liberada. Aquella noche
dormí junto a Tatiana, usando sus grandes tetas como almohadas.
*****
Luego de una
larga jornada laboral regresé a mi casa y me refugié entre las sábanas de mi
cama. Aún tenía mil motivos para preocuparme, pero al haber pagado a los
obreros el dinero que pedían al menos podía quedarme tranquila por un rato. La
suma de dinero que invirtió mi hermana fue mayor de la que yo tenía
prevista; sin embargo sabía que esto no
era más que una solución a corto plazo. Todavía debía buscar algo de dinero
extra para facilitar la reapertura del local. Rodrigo había arañado el fondo de
sus ahorros para sacar algo e incluso le había pedido prestado a su novio,
Miguel; pero ya había agotado toda otra fuente de dinero, gracias a mis pésimas
habilidades como negociadora. «¡Todo por ser tan temperamental, Lucrecia», me
dije a mí misma, irritada. Si tan sólo hubiera agachado la cabeza y hubiera
permitido que Catalina hiciera conmigo lo que quería… pero de sólo pensar que
hubiera sido penetrada por un total desconocido, me repugnaba. Curiosamente eso
era algo que no sentía cuando se trataba de mujeres desconocidas, actitud que,
me gustara o no, fortalecía mi condición como lesbiana.
Por suerte
Rodrigo no me preguntó demasiado sobre cómo había resultado el intento de
negociación con su padre, aparentemente quería saber lo menos posible de este
hombre; incluso llegue a notar cierto alivio en él cuando le mentí diciéndole
que su padre se había negado a realizar una inversión. Me sentí mal por esa
mentira, pero sabía que él ya no volvería a preguntarme sobre el tema, por lo
que podía quedarme tranquila al respecto.
Mientras
exprimía mi cerebro intentando dar como una solución recibí un mensaje de texto
de Edith, quien me invitaba a tomar mates a su casa. Imaginé que tal vez quería
ponerme al tanto de cómo iba evolucionando su embarazo. Estuve a punto de
decirle que no iba a ir cuando en ese momento se me prendió la lamparita,
recordé que Edith me había contado algunas cosas sobre su madre, si no había
entendido mal ella solía ser una “buscavida”; una mujer que intenta salir
adelante de cualquier forma y que solía iniciar siempre nuevos proyectos. Le
contesté a mi amiga que asistiría y que además, de ser posible, quería tener
una reunión de negocios con su madre.
Esa misma
tarde me reuní, por primera vez, con la madre de Edith, una simpática mujer, bastante
más bonita que su hija, llamada Ana Laura. Durante una tranquila tarde de
mates, con Edith de por medio, me enteré un poco de cómo había sido la vida de
Ana Laura.
Ella tuvo que
criar prácticamente sola a su hija ya que el padre de la misma las abandonó
antes de que ella naciera. Supe que mi amiga ni siquiera había conocido a su
padre biológico, eso me apenó mucho; sin embargo ella me pidió que no me
preocupara ya que, luego de conocer un poco qué clase de hombre era su padre,
no le hubiera gustado tenerlo cerca. También me contó de sus múltiples intentos
de ganar dinero a lo largo de su vida, lo que me dio pie para realizarle la
propuesta que tenía en mente.
―Por ese
mismo motivo quería hablar con vos ―le dije mientras le devolvía el mate. Ella
me había pedido que la tutee y, a pesar de que me resultaba un poco incómodo,
lo estaba haciendo.
―Te escucho ―me
dijo con una cariñosa sonrisa.
―Estamos por
reabrir la discoteca y tenemos en concesión barras para vender bebidas. Si
querés invertir en una, te recomiendo hacerlo desde ya, porque te podemos
ofrecer un mejor acuerdo y mantenerlo durante un año. Tenés la posibilidad de
atender la barra vos misma, lo cual incrementaría mucho las ganancias, o podés
contratar alguna empleada, la cual te podemos proporcionar nosotros...
haciéndonos responsables de ella.
Podía afirmar
eso ya que sería muy rigurosa con la contratación de empleadas, si podía poner
a mis propias amigas, lo haría. Necesitaba gente de confianza y Rodrigo lo
entendería perfectamente. De hecho él confiaba tanto en mí que me daba rienda
suelta para hacer este tipo de ofertas sin siquiera consultarlo previamente.
Dios sabía que me esforzaría al máximo por no defraudarlo.
―Me gusta
mucho la idea. Podría atender la barra, no tengo ningún problema, ya he hecho
ese tipo de trabajos en el pasado. Lara, vos podrías ayudarme ―le dijo a su
hija. Me resutló bastante extraño escuchar ese nombre. En ocasiones me olvidaba
de que mi amiga se llamaba Lara Edith, y que su madre acostumbraba a llamarla
por su primer nombre.
―Edith, mamá.
Te dije que me digas Edith ―eso fue aún más sorprendente. Ella estaba aceptando
su segundo nombre como su nueva “identidad”.
―Esa es cosa
tuya, ¿cierto? ―me preguntó su madre con una mueca burlona, simulando estar
enfadada―. Ella siempre habla de vos...
―¡Mamá! ―se
quejó Edith, ruborizándose.
―Todos los
días está diciéndome: «Lucrecia hizo esto», «Lucrecia hizo lo otro», «Lucrecia
me dijo tal cosa».
―¡Basta mamá!
―la pequeña tenía las mejillas rojas como un tomate.
―Antes
podíamos tener conversaciones de madre e hija ―continuó Ana Laura―, ahora todo
es un monólogo sobre Lucrecia.
―Me estás
avergonzando, mamá.
Con una
sonrisa de oreja a oreja miré a Edith, me causaba mucha ternura verla
ruborizada, encogiéndose de hombros, como si quisiera esconderse de mí.
―Las madres
están para avergonzarnos ―le dije―. Al menos deberías agradecer que tu mamá lo
haga a modo de chiste, con buena onda. La mía me avergüenza con malicia.
―Perdón,
tenés razón ―agachó la cabeza―, pero me da mucha vergüenza que cuente esas
cosas.
―A mí me
parece lindo. Si yo pudiera hablar con mi mamá como vos lo hacés con la tuya,
le contaría mil cosas divertidas sobre vos.
―¿En serio? ―levantó
la cabeza y me miró con los ojos bien abiertos, desde atrás de sus bonitos
anteojos.
―Totalmente.
Sos una chica muy interesante.
―Me pone
contenta que mi hija tenga una amiga como vos, Lucrecia. Siempre tuve miedo de
que la juzguen por mi posición frente a la sexualidad. Mucha gente no
entendería lo que es tener una madre que se acuesta con mujeres. Hay gente que
es tan obtusa que piensa que eso sólo lo hacen las putas. Es un tema muy
complejo, que muchos no pueden o no quiere entender. En fin, no quiero ponerme
sentimental. Me alegra mucho haberte conocido y estoy muy interesada en la
propuesta que me trajiste. No quiero ilusionarte, pero si los números me
cierran, entonces contá conmigo. Andaba necesitando algo nuevo y confiable en
qué invertir. Esto de cambiar tanto de rubro me mal acostumbró. No aguanto
trabajar de lo mismo durante mucho tiempo seguido.
Me pasé los
siguientes veinte minutos explicándole cómo sería el trato, dándole las cifras
y porcentajes exactos de ganancia. También le expliqué qué tipo de bebidas
podía vender, y de qué marcas, ya que contábamos con la exclusividad de algunas
de ellas. Ana Laura se mostró muy comprensiva y no quiso realizar ningún cambio
al acuerdo. Accedió a pagar lo que correspondía y prometió pasar por mis
oficinas al día siguiente para firmar los papeles necesarios.
Luego me
despedí de ella y Edith me acompañó hasta la puerta. Cuando estuvimos solas
aproveché para hacerle una pregunta que me tenía muy intrigada.
_¿Le contaste
sobre tu embarazo?
―Y... después
de que vos le contaste a Rodrigo, sin mi permiso... tuve que contarle. El
pelotudo se apareció por acá y empezó a actuar muy raro. Mi mamá pudo oler que
algo extraño pasaba y nos tuvimos que sentar a explicarle.
―Perdón por
lo de Rodrigo... pero sé sincera, si yo no le hubiera dicho, él todavía
seguiría sin saberlo.
―Ya sé... ya
sé. Al final me hiciste un favor, no estoy enojada con vos por haberle contado.
Dijiste que me ibas a ayudar y lo estás haciendo.
―Pero decime,
¿cómo se tomó tu mamá la noticia?
―Se puso muy
contenta... pero MUY contenta ―abrió grande los ojos y agitó las manos para dar
más énfasis a sus palabras.
―¿De verdad?
Eso es excelente.
―Más o
menos... creo que ella piensa que Rodrigo va a ser mi novio, o que se va a
casar conmigo...
―Bueno,
todavía hay tiempo para aclararle eso.
―Estoy segura
de que aceptó la concesión de la barra porque el boliche es de Rodrigo, lo
quiere vigilar de cerca.
―Podre
Rodrigo, va a tener a su suegra al acecho ―me reí de solo imaginar cómo reaccionaría
él ante esta noticia.
―Siento que
me saqué un enorme peso de encima. No me imaginé que mi mamá se fuera a poner
tan contenta por ser abuela.
―Así son las
madres, a veces sorprenden. Como te dije antes, tenés que agradecer por la
madre que te tocó. Si fuera por mí te la cambiaría de inmediato.
―Me duele que
vos no puedas tener la misma relación con tu mamá.
―No te
preocupes, Edith, son cosas que pasan. Los parientes no se elijen... pero sí
podés elegir el nombre de tu bebé... y si sale nena y le ponés Redenta, te crucifio.
―Es una
lástima, si sale nena pensaba llamarla igualito a vos.
―No seas tan
mala con la pobre nena. Dale un lindo nombre, como... como... no sé, soy pésima
eligiendo nombres; pero no le pongas el mío.
*****
El día de la
reapertura resultó agotador, pero Rodrigo estaba más que conforme con mi
trabajo. No le había conseguido el préstamo que necesitábamos, pero le había
conseguido dos inversionistas de confianza. Ana Laura, la madre de Edith, y
Abigail, mi propia hermana.
Nunca antes
había estado tan nerviosa dentro de Afrodita, ni siquiera aquella primera vez en
la que… tuve sexo con una desconocida. Esta
ocasión era muy diferente, no estaba poniendo a prueba mi sexualidad o mis
habilidades para la conquista, estaba vez toda mi integridad como profesional
estaba en juego. Esta era una dura prueba para mis habilidades como
administradora de empresas y si bien aún no contaba con el título
correspondiente para ejercer, confiaba en todo lo que había aprendido y sobre
todos, confiaba en mis instintos.
Ana Laura me
saludó con la mano y una simpática sonrisa que me inspiró mucha confianza, ella
estaba detrás de la barra que había adquirido. A pesar de sus intentos por
darme ánimos apenas medio segundo después quedé inmóvil, con la mirada perdida
en el infinito, pensando en si había cometido algún error que estropeara todo
aquella noche.
Al parecer mi
hermana notó mi penoso estado ya que se me acercó como por quinta vez a darme
una palmadita en la espalda y a decirme que todo iba a salir bien. Ella aún
conservaba cierta calma porque todavía no habíamos abierto las puertas principales
para dejar entrar a la gente. En la discoteca sólo estábamos los empleados y
algunas de nuestras amistades más directas.
Por su parte,
Edith (quien había prometido no consumir alcohol para cuidar a su futuro hijo)
se encontraba cerca de Rodrigo, éste la miraba con una sonrisa algo forzada,
para él debía ser una situación bastante incómoda ya que no sólo tenía que
estar cerca de la que sería la madre de su hijo, sino que al mismo tiempo era
observado por ¿su suegra? Era difícil colocarle un título a la gente en una
relación que aún no estaba consolidada.
Cuando
finalmente las puertas se abrieron y el tropel de gente ingresó, mi hermana
pareció desaparecer de la escena, no intenté buscarla porque imaginé que se
estaba refugiando en alguno de los cubículos privados; Rodrigo, apiadándose de
la condición de Abigail, le reservado uno para ella sola, al cual podría
ingresar en cuanto lo quisiera. Eso tranquilizó mucho a mi hermanita, esa era
su vía de escape, era la mejor forma de enfrentar su terror a las multitudes,
en cuanto se sintiera sofocada podía esconderse de todo el mundo y nadie la
molestaría, el estridente sonido de la música completaría la ilusión de
aislamiento.
Me pasé la
siguiente hora verificando que todas las barras tuvieran las bebidas necesarias
y que los muchachos de seguridad no hubieran reportado ningún problema.
Prácticamente ignoré a todo el mundo, ni siquiera tuve la oportunidad de
admirar mucho la belleza de algunas chicas que habían concurrido con vestidos
provocativos, mi mente (por extraño que parezca) se había olvidado del sexo
momentáneamente y sólo me podía concentrar en mi trabajo.
En un momento
alguien me tocó el hombro, me di vuelta esperando encontrarme con alguno de los
empleados de la discoteca o Edith, pero me sorprendí al ver a un pibe que
sonreía con timidez. Tenía el cabello ondulado y revoltoso y llevaba barba de
unos días.
—Hola
Lucrecia —lo escuché decir; en cuanto estaba por preguntarle cómo era que sabía
mi nombre, agregó: — ¿Te acordás de mí?
Enfoqué mi
vista como un cegatón que intenta leer un diario mojado. En su
mirada había algo familiar, pero el resto de su aspecto no cuadraba con nadie
que conociera.
De pronto caí
en la cuenta de que la última vez que lo había visto él ni siquiera tenía esa
barba irregular y su cabello no estaba tan largo, tampoco se parecía a un
hombre. Aquella última vez que nos habíamos cruzado tenía el aspecto de un
púber con la cara cubierta por el acné. A pesar de que habían pasado más de
cuatro años mi corazón se detuvo al reconocer en él al desgraciado que me había
arrebatado mi virginidad.
Comentarios
Genial poder seguir con la historia de MNASL.
Saludos