Capítulo 23
Suplicio.
Hay un
período en nuestras vidas en el que aprendemos que somos capaces de sentir más
de una emoción al mismo tiempo. Podemos estar tristes porque se rompió nuestro
juguete favorito y al mismo tiempo, enojadas con nuestra pequeña hermana por
haberlo metido dentro del horno de microondas. O tal vez enojadas por la forma
en que una monja nos sermonea y al mismo tiempo estar excitadas por la
sensualidad que irradia su presencia. Imagino que esas son cosas que le han
pasado a todo el mundo… bueno, quizás no a todos; pero a mí sí.
Esta ocasión
era un tanto diferente a esas, ya que no podía ni siquiera describir todo el
cúmulo de emociones que me invadía en ese momento. El pibe, que se había
llevado mi virginidad, me sonreía como si a mí me alegrara verlo. Por un lado
me sentía llena de rabia, con ganas de saltarle al cuello y estrangularlo. Por
otra parte, sentía pena por mí misma, al tener que recordar cosas que ya creía
olvidadas y superadas. También sentía compasión por él, por su sonrisa de perro
mojado y por recordar la golpiza que su padre le propinó cuando salió a la luz
el incidente. A esto debía sumarle muchas otras emociones a las que ni siquiera
podía ponerles nombres. No sabía con cuál de todas debía encarar la situación.
Opté por la que mejor me protegía: la ira.
―¿Qué querés?
―pregunté de mala manera, arqueando las cejas y mostrando las palmas de mis
manos.
―¿Te acordás
de mí? ―repitió señalándose con el índice.
―Sí, pero no
voy a estar gritando tu nombre, delante de todo el mundo, como si esto fuera
una telenovela. ¿Qué mierda querés?
―¡Qué mala
onda che! ―él seguía sonriendo como si fuéramos grandes amigos.
―¿Mala onda?
¿Yo? ¿Y cómo mierda querés que me ponga? ¿Vos te pensás que tenía ganas de
verte? ¿Qué mierda hacés acá?
―Vine con
unos amigos. No me imaginé que te iba a encontrar.
―Bueno, ya me
encontraste, ahora podés irte.
―Lucrecia,
entiendo que estés enojada conmigo… ―si bien la música sonaba muy fuerte, lo
tenía tan cerca que podía escucharlo con total claridad.
―¡Ah! ¡Qué
milagro! Aparentemente hay una cosa que sí podés entender.
―Estás siendo
injusta conmigo.
―¿Injusta?
¿Después de lo que me hiciste?
―Lo sé, por
eso quería hablar con vos. Quería pedirte perdón ―me quedé muda, mirándolo como
una estúpida―. Nunca me permitiste contarte mi versión de los hechos. Me
hiciste quedar como el malo de la película y nunca entendí por qué. La pasé
realmente muy mal ―debía referirse a los golpes que recibió de su padre y los
insultos que recibió del mío.
―¿Y vos creés
que yo la pasé bien? ―espeté.
―Imagino que
no, pero…
―¿Pero qué?
¿Me vas a decir que para vos fue menos traumático que para mí?
―No pretendía
que fuera traumático para nadie.
―Pero lo fue.
―Para mí
también lo fue. Desde que pasó eso con vos no me animé nunca a acercarme a una
mujer, de la forma en que lo hice con vos.
―¿A qué te
referís con: “de la forma en que lo hice con vos”?
―Bueno, en
ninguna forma. Siempre que me gusta una chica me da miedo que las cosas
terminen igual de mal.
Eso me dejó
pasmada. Desde aquel incidente yo no había sido capaz de confiar otra vez en un
hombre; pero creía estar superándolo de poco. Lo que pasó con Rodrigo y Edith
fue un gran avance para mí. De pronto caí en la cuenta de que este pibe había
venido a un boliche gay… ¿acaso él también había optado por la misma “solución”
que yo?
―¿Por qué
viniste acá? ―le pregunté.
―Ya te dije,
no esperaba encontrarte…
―No me estás
respondiendo. Este un boliche gay, ¿qué hacés vos acá?
―Tengo amigos
gays.
―¿Y vos no
sos…?
―No creo…
―por primera vez apartó su mirada de mí. Me dio la sensación de que no estaba
siendo totalmente sincero conmigo―. Sé que mucha gente heterosexual viene a
bailar acá. ¿Vos por qué estás acá?
―Es difícil
de explicar, pero la versión resumida es que trabajo acá.
―Ah, qué
bueno.
Se quedó
mirando el techo, las luces, la gente que bailaba a nuestro alrededor. Parecía
estar pensando en algo más que decir o tal vez pretendía que la que hablara
fuera yo; pero no le di el gusto.
―¿Podemos
sentarnos a charlar un rato? ―me preguntó por fin―. Solamente me gustaría
explicarte como vi yo las cosas, y vos decidí si querés seguir enojada conmigo
o no.
―No vas a
hacerme cambiar de opinión ―de pronto me vinieron a la mente todos los sermones
que había escuchado decir a muchos curas en misa. Quedó resonando en mi mente
un versículo de Lucas: «No juzguen, y no
se les juzgará. No condenen, y no se les condenará. Perdonen, y se les
perdonará». Muchas veces quise explicar mi situación ante mis padres, pero
ellos se negaron a escucharme. Yo no quería convertirme en mis padres. Suspiré
y señalé hacia el área donde había mesas y taburetes―. Está bien, podemos
sentarnos allá; pero solamente un ratito.
Él volvió a
mostrar su sonrisa de perro mojado. Avanzamos entre la multitud, pidiendo
permiso y empujando a todos los que se nos cruzaban por el camino; esto no me
molestó ya que me encantaba ver el sitio tan lleno de gente, las ganancias de
la noche podrían ser muy grandes y nos podrían dar dinero suficiente para
seguir manteniendo todo este proyecto a flote.
―Te escucho
―le dije en cuanto nos sentamos; allí la música sonaba levemente más baja, por
lo que no era necesario gritar tanto.
―Lo que pasó
fue totalmente injusto, para lo dos ―comenzó―. Las cosas se salieron de control
y se exageraron demasiado ―posiblemente notó la rabia en mi mirada, por lo que
cambió el discurso―. Nunca tuve intención de lastimarte, Lucrecia. Jamás haría
eso.
―Pero lo
hiciste. El daño ya está hecho.
―Durante todo
este tiempo, y después de escuchar lo que tu papá le contó al mío, me di cuenta
de que la historia se cambió mucho.
―Mi papá
sabía la historia porque yo se la conté.
―¿Estás
segura de eso? ―esa pregunta me tomó por sorpresa.
―¿Qué querés
decir?
―¿Qué mierda
hace este hijo de puta acá? ―ambos giramos la cabeza para ver a mi hermana; su
rostro estaba tan desfigurado por la rabia que me recordó a Linda Blair, la
niña del Exorcista.
―Hola Abi ―la
saludó él con una sonrisa.
―Solamente
estamos hablando, Abigail.
―¿Y por qué
carajo vos estás hablando con este hijo de puta? ―su mirada se mantenía fija en
él, no la apartó ni siquiera para responderme.
―Estamos
intentando aclarar lo que ocurrió ―le aseguré.
―No hay nada
que aclarar. Él te va a mentir, como lo hizo siempre; porque es una mierda de
persona, y vos… y vos…
―¿Y yo qué?
―¡Sos una
pelotuda histriónica! ―me miró y pude sentir su enojo atravesándome―. ¿No te
das cuenta que quiere engatusarte otra vez? Él sabe que sos una crédula total.
Vos sabés muy bien lo que te pasó con él, y estoy segura de que te va a hacer
dudar de lo que pasó…
―Él sólo
intentaba darme su versión de los hechos.
―Su versión
de los hechos seguramente lo deja muy bien parado. ¿No es así? ―volvió a clavar
la mirada en él.
―Mirá Abi, lo
que tenga que decir es entre tu hermana y yo. No tengo por qué darte
explicaciones a vos.
―Abigail, sé
lo que estoy haciendo. Te pido que por favor te calmes y nos dejes hablar
tranquilos.
―¡No me calmo
nada! Este tipo es una mierda de persona y no quiero que estés cerca de él.
―¡Abigail!
―exclamé con tono autoritario―. Ya soy grande y no necesito que vos estés
diciéndome qué puedo hacer y que no. Eso es algo que ya tuve que soportar de
papá y mamá y no quiero tener el mismo problema con vos. Te pido que nos dejes
solos, solamente voy a hablar con él.
Ella nos
dedicó una colérica mirada a cada uno, luego dio media vuelta y se marchó con
los puños apretados.
―Que carácter
tiene tu hermanita… ―dijo él con una sonrisa burlona.
―Y si no me
aclarás rápido las cosas, vas a descubrir que yo tengo un carácter mucho peor.
¿Qué estabas insinuando?
―¿Sobre qué?
―No te hagás
el pelotudo. Tenés dos segundos para decir todo lo que tenés que decir, de lo
contrario llamo a seguridad para que te echen a la mierda.
―Está bien,
está bien. No te enojes ―mostró las palmas de sus manos, como si con eso
pudiera apaciguar mi ira―. Vos sabés muy bien que tus padres siempre te
manipularon ―eso no era secreto, cualquier persona cercana a mi familia podía
deducirlo―, y estoy seguro de que cuando tu papá se enteró que su dulce
angelito ya no era virgen, se puso como loco ―efectivamente, así había sido―.
Tengo la fuerte sospecha de que fue él quien empezó a meterte en la cabeza
todas esas ideas de “abuso y violación” ―marcó las comillas con sus dedos―;
porque esa historia que él le contó a mi papá difiere mucho con lo que en
realidad pasó.
En mi mente
toda esa situación, desde el comienzo hasta el final, estaba conformada por
imágenes borrosas y sensaciones horribles. Había pasado tanto tiempo intentando
olvidar todo que en parte lo había conseguido; era como si mi cerebro hubiera
reprimido la mayor parte y la hubiera guardado en algún baúl con llave tirado
en el fondo de mi inconsciente. Recordaba el dolor de la primera penetración,
el peso de su cuerpo sobre el mío, su respiración, el movimiento, su voz… pero
todo estaba conformado por fragmentos inconclusos. Luego aparecían los gritos
de mi padre, el llanto de mi madre, la mirada incrédula de mi hermana… la vergüenza.
Haciendo un
gran esfuerzo conseguí recordar parte del interrogatorio al que me sometió mi
padre. Él me gritaba las preguntas con rabia, yo temblaba como una hoja y
asentía con la cabeza. «¿Te tocó?», asentí. «¿Te llevó a su cuarto?», asentí.
«¿Te quitó la ropa?», asentí. «¿Te insultó», asentí. «¿Te golpeó?», asentí. «¿Te
inmovilizó», asentí. «¿Te penetró», asentí. «¿Le pediste que parara?», asentí.
«¿Se detuvo?», negué.
Lo siguiente
que recuerdo es subirme al auto de mi padre. Él condujo con una furia
implacable, los demás autos nos tocaban bocina; pero él nunca se detuvo. Yo
lloraba como una loca, creía que nos íbamos a matar.
En la casa
del pibe las cosas empeoraron. Nunca había visto a mi padre gritarle a otra
persona que no fuera parte de mi familia. El hombre al que le gritaba era el
padre del presunto violador, quien también se llenó de odio; pero no hacia mi
padre, el acusador, sino hacia su hijo. Pude ver parte de la golpiza que le
propinaba. Días más tarde mi papá me aseguraba que al muchacho lo habían
castigado severamente, y que estaba en…
―Terminé en
un hospital, Lucrecia ―sus palabras me devolvieron a la realidad―. Fue un
asunto muy turbio, mi papá tuvo que usar toda su influencia con jueces para que
la policía no se nos echara encima ―recordaba que su padre también era juez; qué
irónico―. No podíamos recibir una denuncia por maltrato ni mucho menos por
violación; eso arruinaría nuestras vidas… pero nunca hubo una violación. Vos
estuviste de acuerdo con todo lo que hicimos. Estábamos nerviosos los dos…
también era mi primera vez. Además habíamos tomado bastante ―recordaba que
habíamos probado algunas de las bebidas que su padre guardaba. Por aquel
entonces yo nunca había tomado alcohol por lo que mi tolerancia era mínima―. Estabas
tan borracha que en un momento te quedaste dormida ―sonrió―, y yo no me di
cuenta hasta después de un rato. No fue nada positivo para mi ego que la chica
con la que estaba teniendo mi primera vez se quedara dormida en pleno acto. Te
juro que jamás imaginé que las cosas iban a terminar tan mal, para los dos.
Sentí pena
por él, se lo veía realmente afligido. Él tenía razón en algo, mi padre siempre
había sido un manipulador, y no podía tolerar la idea de que sus hijas tuvieran
relaciones sexuales, como todo el mundo. Para él que yo no fuera virgen era un
insulto. ¿Qué diría él a sus amistades de la iglesia cuando preguntaran por la
perfecta Lucrecia? Sabía que los rumores estarían en boca de todos, hablarían a
su espalda y lo acusarían de ser mal padre, por no poder mantener cerradas las
piernas de su hija. Comprendí que el interrogatorio había estado completamente
guiado por él, yo no había dicho prácticamente ni una palabra; estaba tan
asustada que me limité a asentir con la cabeza. En ese momento supe que mi
desprecio hacia los hombres en realidad era hacia mi padre. Él me había
violado, psicológica y emocionalmente.
El pibe me
miraba con los ojos brillosos, tal vez, al igual que yo, estaba al borde de las
lágrimas. Extendí mis manos y las posé sobre las suyas.
―¡Soltala,
hijo de puta! ―gritó una frenética voz femenina.
En ese
instante vi un denso chorro de humo blanco cayendo directamente sobre él,
instintivamente me aparté, justo cuando una densa nube blanca se formaba sobre
la mesa y sobre el pibe. Abigail parecía poseída, sus ojos relampagueaban. En
sus manos sostenía un extintor rojo, el cual estaba vaciando completamente
encima del muchacho, al cual yo había perdido de vista.
―¡Abigail!
¡Calmate, por favor, calmate! ―le grité mientras forcejeaba con ella para que
soltara el extintor; sin embargo estaba aferrada a él con tanta fuerza que era
imposible.
Tan sólo unos
pocos segundos después dos guardias de seguridad se hicieron presentes. Ellos
también forcejearon con ella.
―¡Despacio,
es mi hermana… es mi hermana! ―les grité.
Aparentemente
el extintor ya se había agotado, pero la nube de polvo blanco aún no se
disipaba. Abigaíl pataleaba en el aire, aún aferrada al cilindro rojo, mientras
los dos guardias de seguridad se la llevaban.
Lo que siguió
fue un caos. La música se detuvo. Todo el mundo miraba a ese pobre infeliz
cubierto de pies a cabeza con un fino polvillo blanco. Tosía desesperado, se
estaba ahogando. Vi aparecer a una persona que, usando su propia camisa,
comenzó a golpearle la cara; al principio creí que lo estaba agrediendo, pero
pronto comprendí que lo hacía para apartar el polvillo del extintor. También me
di cuenta que la persona que lo estaba ayudando era Rodrigo.
―¡Llamá una
ambulancia! ―me gritó.
Obedecí tan
rápido como me lo permitieron los dedos. Le di rápidas indicaciones al servicio
de emergencia y me sugirieron que llevara afuera a la persona expuesta al
polvillo, ya que necesitaría aire fresco.
Miguel
también se hizo presente y le indiqué que debíamos sacarlo de allí. Entre él y
Rodrigo lo cargaron hasta afuera y lo depositaron en la vereda.
―¿Qué pasó?
―me preguntó Miguel, atónito.
―Mi hermana… ―mis
dos amigos me quedaron mirando mientras el otro pibe tosía e intentaba inhalar
aire limpio―. Ella se enojó con él y le vació el extintor en la cara.
―¿Dónde está
tu hermana ahora? ―preguntó Rodrigo.
―Se la
llevaron dos muchachos de seguridad, no sé a dónde. Les dije que era mi hermana…
―No te
preocupes, Lucrecia, yo me encargo de ella ―me aseguró Miguel―. Ya vengo.
―Me habías
dicho que tu hermana podía ser un poquito… volátil; pero nunca me imaginé que
pudiera llegar a esto ―Rodrigo estaba con el torso desnudo y le daba palmadas
al muchacho en la espalda, el polvillo saltaba para todos lados.
―Imagino que tenía
una buena razón ―le dije―. En el pasado tuve un altercado con este pibe, y mi
hermana se quedó muy enojada con él. Cuando lo vio hablando conmigo se puso
como loca.
―Esto puede
ser grave para el establecimiento, Lucrecia.
―Lo sé,
perdón ―no sabía qué más podía decirle.
―¡Se van a
comer tremenda denuncia! ―gritó el afectado―. Mi papá es juez y no va a parar
hasta clausurarles el local.
―¡A vos te
voy a clausurar la boca de una patada! ―le gritó Abigail que venía hecha una
fiera, seguida por Miguel.
―Se me escapó…
yo no quería emplear fuerza con ella… ―decía el pobre Miguel como si fuera un
guardia de zoológico excusándose por la fuga de un león.
―Abigail, por
favor te pido que te calmes ―le dije interponiéndome entre ella y el pibe.
―Sí, loquita,
mejor calmate ―dijo él―, porque vos vas a ser la primera que se coma una
denuncia.
―Dale, hijo
de puta, denunciame todo lo que quieras. Yo estoy loca, bien loca… puedo alegar
locura, a lo sumo me dirán que siga tomando pastillas. ¿Pero qué podés alegar
vos cuando te comas una denuncia por violación? Mi papá guardó las fotos de
Lucrecia… sabía que algún día vos podías volver. Esta vez no nos vamos a quedar
callados, no te va a salvar ni tu papito, el juez golpeador ―si la cara del
muchacho no hubiera estado cubierta de polvo blanco, seguramente lo habríamos
visto palidecer―. Estaré muy loca, pero no soy ninguna boluda. Más te vale que
no te acerques nunca más a mi hermana, porque la próxima vez te cago a patadas
antes de vaciarte un extintor en el orto… ¡y sabés que lo hago! ―lo señaló con
el índice, el muchacho asustado retrocedió.
Tomé a
mi hermana del brazo y la arrastré conmigo hacia adentro. La música se había
reanudado y ya había dos personas limpiando el desastre ocasionado. En el
camino me encontré a Tatiana, que estaba desorientada y asustada, me pidió una
explicación y le pedí que nos acompañara. Fuimos a una de las oficinas del
fondo, donde la música no era más que un murmullo constante que hacía vibrar
las paredes.
Abigaíl tenía
la mirada perdida, sus ojos se fijaban en puntos invisibles del piso; eso era
indicación de que podría estar sufriendo uno de sus “episodios”.
―Abi, ¿estás
bien? ―la sacudí desde los hombros―. ¡Abi, mirame! ―ella parecía un muñeco de
trapo, no dejaba de mirar hacia el infinito. Era como si su mente se hubiera
ido a otra parte, dejando su cuerpo atrás.
―¿Qué le
pasa? ―me preguntó Tatiana.
―Le está
dando uno de sus “episodios”.
―¿Y qué hay
que hacer?
―No podemos
hacer nada, solamente esperar que se le pase y vigilarla de cerca ―Abi giró
lentamente su cabeza y fijó una tétrica mirada en Tatiana, la morocha se asustó
tanto que soltó un pequeño grito―. Tranquila Abi, es Tatiana. Está acá para
ayudarte.
―Pelotuda
histriónica.
―¿Qué me
dijo? ―preguntó Tati.
―A vos no, me
lo dijo a mí. Hace un rato me dijo lo mismo. No sé qué quiere decir.
―Básicamente
significa que hablás de forma exagerada, con muchos gestos ―aseguró la
morocha―. Vos no hablás así, no tiene mucho sentido.
―Mi hermana
vive diciendo cosas sin sentido, va a ser mejor que te vayas acostumbrando.
―¿Qué hacemos
ahora?
―Vamos a llevarla
a casa. En ese cajón están guardadas las llaves del auto de Rodrigo. Sacalas.
―¿Le vas a
robar el auto?
―Sólo se lo
pido prestado. Ya me lo ha prestado otras veces, supongo que comprenderá que
ésta es una emergencia.
Media hora
más tarde estábamos las tres acostadas en mi cama, con Abigail en el centro. Yo
tenía su cabeza apoyada en mi pecho y la acariciaba cantándole en voz baja una
canción de Radiohed, llamada “No
Surprises”. Supongo que mi inconsciente escogió ese tema porque ya no quería
más alarmas ni más sorpresas; sólo quería que mi hermana se sintiera mejor.
Aproveché los
siguientes minutos para narrarle lo ocurrido a mi amiga.
―Gracias por hacerme
el aguante, Tati ―le dije al final―. A veces la gente se asusta tanto con
Abigail que tienden a evitarla.
―A mí no me
da miedo… bueno, no me da mucho miedo. Ella es una buena chica. Actuó para
protegerte.
―Sí, lo sé.
De todas formas me quedé pensando en un montón de cosas. ¿Qué fotos son las que
tiene mi papá?
―Las que sacó
el abogado ―dijo mi hermana con voz monótona.
―¡Abi,
volviste! ―me senté en la cama y le sonreí; aún tenía la mirada un poco
perdida, pero al menos parecía estar consciente de la realidad―. ¿De qué
abogado hablás?
―¿No te
acordás que papá llamó a un amigo suyo que es abogado?
―Si te soy
sincera, no me acuerdo prácticamente de nada de todo ese incidente. Es como si
mi cerebro lo hubiera borrado.
―Hacés bien
en no recordarlo. Mientras me acuerde yo, es suficiente; de todas formas yo ya
estoy loca, un trauma más no me hace nada.
―No digas
esas cosas, Abi. ¿Podés contarme lo del abogado?
―Papá lo llamó
para pedir asesoramiento; porque hasta ese momento estábamos a punto de llamar
a la policía y presentar una denuncia. Sin embargo ya nos había llegado la
noticia de la golpiza que le habían dado al pibe… y su padre, que es juez,
llamó y habló con el abogado. Llegaron a un acuerdo para que nada de eso
llegara a juicio. Como a papá y a mamá no les gusta para nada ese tipo de
publicidad, acordaron no presentar una denuncia; sin embargo el abogado dijo
que era mejor ser precavidos. En cualquier caso que la historia se destapara,
deberíamos tener pruebas a favor. Por eso te sacaron fotos de todo el cuerpo…
yo estaba ahí cuando te sacaron la ropa ―Abi comenzó a llorar―. Estabas toda llena
de moretones, marcas de uña y de más tipos de heridas ―me quedé anonadada
mientras ella me lo contaba―. Mamá y papá lloraban a moco tendido, el abogado y
yo éramos los únicos que no llorábamos, por eso me pidió que le ayudara. Vos
parecías un cadáver, estabas catatónica. Todavía me acuerdo de cómo tenías de
hinchado un ojo… y la boca. Tenías las muñecas todas marcadas, como si te
hubieran atado. Es más, el abogado concluyó que posiblemente te habían atado.
Tenías sangre seca entre las piernas. Yo estaba tan enojada que le pedí a Dios
que el hijo de puta que te haya hecho esto se muriera en el hospital… pero Dios
no escucha cuando sufren los inocentes.
Las palabras
de mi hermana habían hecho tanto impacto en mí que hasta llorar me costaba,
podía sentir las lágrimas cayendo y tenía espasmos respiratorios. Quería gritar
y no podía. Abi me abrazó con más fuerza y Tatiana dio la vuelta a la cama,
apareciendo a mi lado. Ella se acostó en el pequeño margen de colchón que
quedaba y me abrazó. De pronto había pasado yo a ser la que estaba en medio, la
que necesitaba ser consentida y protegida. Todo mi cuerpo temblaba y los
recuerdos comenzaron a aparecer en mi cabeza, como si fueran piezas perdidas de
un tétrico rompecabezas.
Recuerdo las
bebidas, las insinuaciones, los toqueteos. Recuerdo haberle dicho que no, en
repetidas ocasiones. Él me agrada, pero yo tengo miedo. Nunca tuve sexo con
nadie y quiero que mi primera vez sea maravillosa; sin embargo él está
borracho, insiste. Por primera vez en mucho tiempo recordé el primer golpe. Me
lo dio con el revés de su mano, contra el ojo izquierdo. Se siente como si
hubiera chocado de cabeza contra una pared. Sus gritos… sus gritos son los de
un hombre desesperado. Saca su pene y lo sacude frente a mí. Quiere que yo… que
yo…
Yo no puedo
hacerlo.
Eso lo hace
enojar.
Su furia me
atemoriza. Le digo que quiero irme, la cabeza me da vueltas. Mucho alcohol,
mucho dolor en la cara. Otro golpe.
Me arrastra,
tirándome de los pelos, hasta su cuarto. Recuerdo las cuerdas en mis muñecas… ¿lo
recuerdo o lo imagino porque mi hermana me lo contó? Puedo sentir el dolor.
¡No quiero!
¡Quiero irme!
Pataleo,
grito, lloro.
Él me vuelve
a golpear. Es más fuerte que yo.
Pido perdón.
Le pido que me suelte. Le suplico.
Siento sus
dedos presionando con excesiva fuerza en mi cuello; en mis pechos; en mi…
Él no me
trata como a una dama. Él no me brinda su amor, su respeto, su cariño. Él no
hace nada de lo que me enseñaron en las charlas sobre sexo en la iglesia. Él
simplemente me desvirga.
Le ruego… le
pido a Dios que me ayude.
Dios no me
escucha. Dios no está allí. Dios me dejó sola.
Sola a merced
de ese degenerado.
Un dolor agudo
se apodera de mi parte baja. Sé qué es lo que me lo está causando… pero ni
siquiera quiero pensar en ello.
Se mueve
dentro de mí. Me insulta. Me dice que soy su puta. Me dice que si no dejo de
moverme, me va a matar.
No quiero que
me mate. No quiero…
Tengo miedo.
Rezo.
Imploro.
A Dios no le
importo… o Dios quiere que sufra. No se me ocurre otra explicación.
Todo se
vuelve borroso; pero la tortura no termina, me acompaña en mis pesadillas.
Me despierto,
tiempo después, con la cara apoyada en un piso duro y frío. El ruido de un auto
al pasar me sobresalta. Levanto la cabeza y no sé dónde estoy, sólo sé que
estoy en la calle. Tirara al borde del camino, con la ropa hecha jirones. Una pareja
de ancianos me ve, se atemorizan y siguen caminando como si yo no existiera.
Cuando me pongo de pie me doy cuenta de que estoy en la puerta de mi casa.
Alguien me llevó hasta allí y me dejó tirada. Toco timbre; la primera en verme
es Abigail.
―Tranquila,
Lucrecia, yo no voy a permitir que te vuelva a lastimar ―mi hermana me acaricia
el pelo. No puedo dejar de llorar.
*****
Pasé tres
días llorando casi sin parar. Durante ese tiempo Abigail se quedó conmigo.
Tatiana se encargaba de cocinarme, pero rara vez yo consumía algo. Entre ella y
mi hermana menor pasaron a cumplir el rol de una madre. Una madre que yo nunca
tuve, al menos no de esa manera. Me la pasaba encerrada en mi cuarto, pero
nunca estaba sola, ellas se turnaban para cuidarme. En los únicos momentos en
los que estaba sola era cuando tenía que ir al baño; pero incluso cuando me di
una ducha, Tatiana me acompañó. Incluso llegó a hacer varios intentos por
excitarme, con la intención de que eso me ayudara a sentirme mejor; pero fue
inútil. Mi cuerpo y mi mente no parecían responder ante sus estímulos. Le
agradecí el esfuerzo y volví a mi cama.
Abigail me
contaba algunas de sus divertidas y absurdas historias. Ella tenía una
facilidad increíble para crear personajes de la nada y hacerlos vivir las
aventuras más disparatadas posibles. Algunas de sus historias me recordaban a
Alicia en el país de las maravillas. Eso me ayudaba mucho a tener la mente
ocupada en otra cosa y a reírme, aunque sea un poco.
En algún
momento, no sé exactamente cuándo, Rodrigo llamó para preguntar cómo estaba. Él
me dijo que el muchacho no presentaría cargos por el altercado y que se había
limitado a decirle a la policía que había sido un accidente provocado por él
mismo al estar jugando con un extintor. Me alegré de que Afrodita no se viera
perjudicada y volví a pedirle perdón.
―No hay nada
que perdonar, Lucrecia ―me aseguró―. Cuando comprendí por qué tu hermana
reaccionó de esa forma, supe que yo tampoco me hubiera podido controlar. Si te
soy sincero, tuve que hacer un gran esfuerzo por no romperle la cara a
trompadas al tipo ese, delante de la policía. El que consiguió calmarme fue
Miguel… dicho sea de paso, él también le quería pegar; y vos ya sabés que si
Miguel le llega a poner una mano encima…
―Lo mata
―completé la frase, con una sonrisa. No me alegraba que ese pelotudo se
muriera, pero sí me alegraba saber que estaba bien protegida.
―Exacto. Por
cierto, Miguel y yo queremos ir a verte, si no es mucha molestia.
―Preferiría
que no… al menos por el momento. Estoy con mi hermana y con Tatiana, ellas no
me dejan sola ni por un segundo. Ya suficiente tengo con dos enfermeras como
para sumar dos más.
―Si vieras lo
sexy que me queda el conjunto de enfermera, no pensarías eso.
―Ni siquiera
quiero imaginarme cómo te queda…
―Era un
chiste, Lucrecia. Podré ser gay, pero no me visto de mujer.
―A bueno, es
que con vos nunca se sabe qué va en serio y qué no.
Me despedí de
él prometiéndole que cuando me sintiera mejor me reincorporaría al trabajo y lo
invitaría a él y a Miguel a tomar mates a mi casa.
Al final del
tercer día me sentía mucho mejor. Podía mantener una conversación e incluso
proponer temas. Mi humor comenzó a normalizarse. Abigail se quedó a dormir una
noche más y a la mañana siguiente regresó a su casa. Le agradecí enormemente
todo lo que había hecho por mí y le prometí que si llegaba a sentirme mal, le
avisaría.
Al cuarto día
me reincorporé al trabajo y recibí una buena noticia. Las ventas de Afrodita
habían superado nuestras expectativas, por lo que teníamos algunos fondos para
dejar contentos a los obreros que remodelaban la nueva área.
La madre de
Edith me había dejado una bonita nota escrita a mano agradeciéndome por la
oportunidad de invertir en la barra y dijo que estaba segura de que, a la
larga, nos iría a todos muy bien.
Miguel y
Rodrigo me trataron de la misma forma en la que lo habían hecho siempre.
Agradecí eso ya que temía que de pronto me fueran a tratar como a una pobre
enferma. Incluso Rodrigo me dio más trabajo del habitual, en parte porque debía
ponerme al día y seguramente también lo hizo para mantenerme ocupada y que no
me pusiera a pensar demasiado en mis problemas.
*****
Dos semanas
después del incidente ya me sentía mucho mejor. Mi vida había vuelto a ser
atareada y había aprovechado el tiempo libre para juntarme con mis amigas. Casi
todos los días los destiné a reunirme con alguien de mi grupo de amistades:
Edith, Alejandro, Daniela, Jorgelina, Miguel, Rodrigo, Evangelina, etc. Muchos
me reclamaron que los tenía abandonados y les aseguré que era por mi nuevo
trabajo. A la única que había evitado era a Anabella.
Justo el día
en que pensaba hacer planes con Lara, para encontrarme con ella y con Samantha,
recibí una llamada.
—¡Lucrecia!
—me dijo en cuanto contesté.
—¡Lara!
Estaba por llamarte para…
—¿Dónde estás?
―me interrumpió, parecía estar alterada.
—En mi casa.
¿Por qué? ¿Pasó algo?
—Sí, necesito
que me hagas un inmenso favor, y que lo hagas ya. Andá a mi casa lo más rápido
que puedas, yo no puedo salir de acá... esto es un quilombo —me percaté de que
detrás de su voz se escuchaba un bullicio generado por personas hablando—. No
te puedo explicar mucho la situación, pero tenés que hablar con mi mamá... le
tenés que contar que soy lesbiana y rogale a tu dios, que por favor no me mate.
—¿Qué? —me
senté en la cama, confundida—. ¿Por qué se lo tengo que contar?
—Me
expulsaron de la universidad. El motivo, aparentemente, es porque soy lesbiana.
A Samantha la están por echar del trabajo, ahora mismo está discutiendo con
medio mundo.
—¿Qué? ¿Pero
por qué? ¿Qué pasó?
—Jimena...
—me llevó un segundo recordar a Jimena Hernández, la profesora y ex pareja de
Lara.
—¿Ella tiene
algo que ver con todo esto?
—Sí, no tengo
mucho tiempo de explicarte ahora lo que pasó, el punto es que se enojó mucho
conmigo e hizo todo lo posible para que me rajen de la universidad. Lo peor de
todo es que me dijo que le había enviado un e-mail a mi mamá, contándole sobre
mi vida sexual... ¡Mi vieja me va a matar, Lucrecia! —me di cuenta de que
estaba sollozando.
—Tranquilizate,
Lara...
—¡No puedo!
No quiero que me pase lo mismo que a... —se quedó muda, no hizo falta que completara
la oración para que supiera de qué estaba hablando.
—¿Lo mismo
que a mí?
—Sí...
—No te va a
pasar lo mismo, tu mamá no está loca como la mía.
—Vos no
conocés a mi mamá, ella odia los homosexuales... ¡por favor, tenés que hablar
con ella antes de que lea ese e-mail! No sé qué le habrá puesto Jimena, pero seguramente
no fue nada bueno. Tal vez vos puedas reducir un poco el impacto.
—¿No te
parece que vos tendrías que hablar con ella en persona?
—No me animo,
tengo mucho miedo... además estoy ayudando a Samantha. Por favor, Lucrecia, hacelo
por mí, hacelo por todos los buenos momentos que pasamos juntas.
—Lo voy a
hacer, te debo un millón de favores muchos más grandes que este; pero quedate
tranquila.
—Apurate,
Lucre. Esto es un caos.
—Está bien,
salgo ya mismo para tu casa.
Cortó la
comunicación. Me puse de pie rápidamente, agarré mi bolso, por si llegaba a
necesitarlo y salí del departamento prácticamente corriendo.
Por suerte
aún tenía el auto de Rodrigo, conduje hasta la casa de Lara apretando el acelerador,
esperaba llegar a tiempo... aunque también dudaba mucho que mis palabras fueran
de ayuda; la madre de Lara no se pondría nada contenta con la noticia… y si por
casualidad la invadía algún impulso asesino, sería yo la que serviría como
primera víctima.
*****
Al llegar
toqué el timbre tres veces seguidas, indicando que estaba apurada. Tuve suerte
en que la madre de mi amiga abriera la puerta inmediatamente. Sonrió al verme,
eso me tranquilizó un poco ya que, evidentemente, aún no se había enterado de
nada.
—Carmela,
tenemos que hablar —le dije con ansiedad, la situación me crispaba los nervios.
—No me llamo
Carmela —me miró confundida.
—No importa,
tenemos que hablar igual... urgente —eso era lo malo de llamar “Señora” a las
madres de mis amigas, nunca me acordaba de los nombres. Para colmo Lara siempre
la llamaba “mamá” y su marido le decía “querida”, no era muy común que
escuchara su nombre de pila.
—¿Sucedió
algo malo?
—Sí, y tiene
que ver con Lara —ella abrió los ojos, espantada. Se hizo a un lado y me dejó
pasar.
—¿Qué le pasó
a Lara?
—Esto va a
ser difícil de digerir, te recomiendo que te sientes.
—Por favor
Lucrecia, no me asustes... —su piel se tornó blanca, como si el alma se le
estuviera yendo del cuerpo junto con los colores.
—No te
preocupes Carm... señora, no es tan grave; pero eso no quiere decir que la
noticia le vaya a gustar —tomó asiento, sus manos temblaban—. Hay algo que no
sabés de tu hija... ni de mí —no sabía cómo empezar a contarle—. Sabés que mis
padres me echaron de mi casa, pero no te contamos la verdad; ellos no me
echaron por alguna discusión, sino por mis... inclinaciones sexuales —ella
seguía con los ojos muy abiertos, mirándome fijamente—. En resumen: soy
lesbiana; me gustan las mujeres —abrió la boca y luego la tapó con una mano; le
di unos segundos para que procesara la información.
—¿Eso quiere
decir que…?
—Sí, Lara
también es lesbiana. Ella... ella fue mi novia, durante unos meses. Ahora
estamos... distanciadas, pero seguimos siendo amigas.
—Mi hija...
¿una lesbiana? ¿Pero cómo? Ustedes... llegaron a... —sabía lo que quería decir,
pero no sería yo quien dijera la palabra— ¿llegaron a tener relaciones
sexuales?
—Lamento
decirte que sí. En muchas ocasiones —sus ojos se pusieron vidriosos, supe que
estaba a punto de llorar—. Ella me dijo que usted no tolera a las personas de
nuestra condición —no sabía si estaba siendo lo suficientemente clara, por lo
que decidí explicarme mejor—. Me contó que no le agradan los homosexuales.
—¿Qué? ¿De
dónde sacó eso? —el tono de su voz había cambiado drásticamente, ya no sonaba
dulce y cálida como de costumbre, sino temerosa e intranquila.
—No lo sé...
simplemente me lo dijo. Señora le juro que mil veces pensamos en contarle todo,
inclusive ensayamos la forma en que lo haríamos. Pero Lara tenía miedo de su
reacción. Tenía miedo de que usted la echara de su casa, como hicieron mis
padres conmigo.
—Jamás le
haría eso a mi propia hija... ¡jamás! Te lo dije antes, y te lo repito ahora,
me parece aberrante que tus padres te hayan echado de su casa. Desconocía el
motivo; pero si éste fue, entonces son unos locos... pero... pero...
—Pero eso no
quiere decir que a usted la noticia le guste.
—No me
gusta... para nada —una lágrima cayó de su ojo derecho—. Me gustaría que todo
fuera una broma... de esas que suele hacer Lara... que son de muy mal gusto. ¿Es
una broma de mal gusto, verdad? Ella una vez me hizo creer que estaba muerta…
la voy a matar si esta es otra de sus bromas.
—No lo es, es
la verdad. Tanto a mí como a ella nos gustan las mujeres. Lo descubrimos
juntas. Estuvimos muy enamoradas una de la otra.
—¿Enamoradas?
¿Cómo pueden decir que están enamoradas de una persona de su mismo sexo? ―me
miró como si yo viniera de Júpiter―. No me entra en la cabeza.
—Tal vez sea
porque vimos más allá del sexo, vimos la persona que había dentro de ese
cuerpo... la vida como lesbiana no es nada fácil, Carmela...
—Candela,
Lucrecia... me llamo Candela.
—Perdón... no
soy buena con los nombres... no es falta de respeto... —me puse muy nerviosa,
tenía miedo de que ella pensara que estaba divirtiéndome—. ¿Entonces no es
cierto que usted es... homofóbica?
—No lo sé...
no odio a los homosexuales —agachó la cabeza—. Nunca lo hice... pero eso no
quiere decir que apoye la homosexualidad. No puedo creer que mi hija lo sea...
después de la crianza que le dimos... ¿en qué fallamos?
—Fallan en
creer que la homosexualidad es un fallo —levantó la cabeza súbitamente y me
miró.
—¿Qué no lo
es?
—No, es una
simple elección de vida. Nosotras elegimos amar a otras mujeres, como podríamos
haber elegido cambiar de religión, o de partido político... o de estilo de
vestimenta. Son elecciones, tal vez te parezcan absurdas las comparaciones;
pero no lo son. No consideramos que nuestras vidas estén mal sólo por haber
escogido a personas de nuestro mismo sexo. Vos elegiste casarte con tu marido,
cuando podrías haberte casado con un hombre católico o de cualquier otra
religión. Elegiste formar parte de la colectividad judía. Fue una elección de
vida, de la que seguramente estás muy orgullosa. Espero que entiendas la
decisión que tomó tu hija; porque a ella también la hace muy feliz.
—Esto es muy
fuerte para mí —dijo luego de titubear.
—Lo
comprendo, tal vez te enojes conmigo y ya no quieras verme; pero sólo te quiero
decir dos cosas. La primera es que no odies a Lara, ella te adora y sé lo feo
que es cuando tus padres no te apoyan, así que también vas a tener que hablar
con tu marido. La segunda cosa es que fuiste una excelente suegra para mí,
aunque nunca lo supiste. Hiciste mucho por mí al permitirme quedarme acá
durante el tiempo que lo necesité y por eso les voy a estar eternamente
agradecida, tanto a vos como a Lucio —esperaba haber dicho bien el nombre del
padre de Lara.
Candela comenzó
a llorar copiosamente, pero lo extraño era que entre el llanto podía ver leves
atisbos de sonrisas.
—¿Pasa algo?
—pregunté confundida.
—No...
bueno... es que Lucio siempre hizo comentarios referentes a la cantidad de
tiempo que pasaban juntas. Él sabía que había algo raro con ustedes, pero
pensaba que tal vez se cubrían la una a la otra para encontrarse con algún
noviecito o algo así. Eso no nos molestaba, ya que nosotros también tuvimos
nuestro noviazgo a escondidas durante varios meses; pero lo que nos molestaba
era que Lara no nos quisiera contar acerca de su vida amorosa. Eso no lo
comprendíamos, ella siempre había sido muy abierta con nosotros.
—Creo que
Lucio se va a morir de un disgusto cuando se entere de que... Lara y yo...
—No lo sé,
puede que sí. Todavía tengo que ver si no me muero yo por el disgusto, esto es
demasiado fuerte.
—Lo sé. Sé
que les va a llevar mucho tiempo comprenderlo, pero les pido por favor que
hagan el mayor esfuerzo posible, por su hija, que los ama con todo el corazón.
—Nunca la
vamos a echar de casa, de eso quedate tranquila.
—Me alegra
escucharlo, realmente es horrible que tus propios padres te echen a la calle,
como a un perro pulgoso. Y yo pulgosa no soy, me baño todos los días… perdón,
soy una pelotuda. Cuando me pongo nerviosa empiezo a hacer chistes boludos.
—Está bien,
Lucrecia. Entiendo lo que decís —de pronto su mirada se perdió en el infinito.
—¿Estás bien,
Candela? —pregunté poniendo mi mano sobre la de ella; no me apartó y eso era
una buena señal.
—Hay algo que
no comprendo.
—¿Qué cosa?
—¿Por qué
viniste a contarme vos, y por qué estabas tan apurada por hacerlo?
—Es que hubo
un pequeño... mejor dicho, un gran incidente en la universidad. Aparentemente
expulsaron a Lara.
—¿Qué? —sus
ojos se abrieron tanto como en el momento en que se enteró de las inclinaciones
sexuales de su hija.
—Hay otras
cosas que tengo que contarte... sé que es demasiada información, pero tengo que
contarte todo para que puedas comprender qué es lo que está ocurriendo.
—Sí, por
favor. Contame todo, a esta altura ya nada me puede sorprender.
—No estés tan
segura...
—¡Ay,
Lucrecia, por Dios! ―se persignó; imaginé que hacía mucho tiempo no mostraba un
gesto católico― ¿En qué andaban ustedes dos? Haceme el favor de contarme de una
vez.
—Está bien,
perdón. Hace un tiempo, poco después de descubrir nuestra sexualidad, Lara y yo
tuvimos una dura separación. Nos peleamos por un gran malentendido, por el cual
yo cargo con gran parte de la culpa; pero a lo que voy con esto es que durante
ese tiempo de separación Lara decidió tomar otro rumbo y probar suerte con otra
mujer...
—¿Otra más?
—Em... sí, y
eso no es todo. Esta mujer era una profesora de la universidad —a Candela se le
cortó la respiración, pensé que había sufrido algún tipo de muerte súbita; supe
que no iba a poder hablar así que me apresuré a continuar con la historia, para
que supiera la verdad antes de abandonar este mundo—. Esta profesora se llama
Jimena Hernández, la relación con ella no fue muy buena y terminó en poco
tiempo. Ella se quedó muy enojada con Lara. Incluso yo tuve que enfrentarme con
Jimena para aplacar un poco todo el odio que le tenía. Aparentemente eso había
quedado en el olvido, hasta que hoy me enteré, por Lara, que esta profesora
volvió a meterse en su vida. No sé qué fue lo que hizo dentro de la
universidad, pero ella tiene mucha influencia, y consiguió que expulsen a Lara.
Además de esto se tomó el atrevimiento de escribirte a vos un e-mail,
contándote sobre la condición sexual de tu hija.
—¿Un e-mail?
—Sí, al menos
eso le contó a Lara.
—Tengo que
verlo...
Candela se
puso de pie rápidamente y se dirigió hacia una computadora de escritorio que
tenían en una especie de estudio que utilizaba Lucio para trabajar. Se sentó y
encendió el monitor, aguardó impaciente a que éste se iluminara y cuando lo
hizo se apresuró a ingresar a su casilla de correo. Yo caminaba de un lado a
otro exprimiéndome los sesos para intentar imaginar cómo solucionar todos estos
inconvenientes. De pronto noté que Candela miraba fijamente la pantalla y me
tomé el atrevimiento de invadir su privacidad. Leí el mencionado e-mail que
Jimena le había mandado:
«Estimada señora, le escribo para comunicarle, con
gran estupefacción, que encontré a su hija Lara en una situación bastante
reprochable. Ella estaba escondida en una de las aulas de la universidad
besándose de forma muy intensa con otra mujer, la cual es empleada del
establecimiento. Debo añadir, para que se comprenda la gravedad del asunto, que
ambas iban muy sueltas de ropa. Me enteré, por fuentes de confianza, que éste
no es un evento aislado. Su hija lleva largo tiempo manteniendo relaciones
homosexuales, y no sólo ha estado con esta mujer que le menciono, sino también
con Lucrecia Zimmermann, a quien seguramente conocerá como “amiga” de Lara.
Este asunto no es de mi incumbencia pero, teniendo en cuenta que usted proviene
de una familia decente, es mi deber informarle que los padres de Lucrecia no
han sabido cómo controlar la irresponsable conducta de su hija y se han visto
obligados a tomar medidas drásticas con ella. Además debo informarle,
tristemente, que Lara también se ha visto envuelta en las disputas que forzaron
a los padres de Lucrecia a tomar semejantes medidas. Todo este asunto me tiene bastante
preocupada ya que Lara siempre fue una alumna ejemplar; es una pena ver a qué
ha llegado a cometer un acto tan indecente dentro del propio establecimiento.
Le recuerdo que este es un establecimiento católico y aquí hay normas que
cumplir. El inconveniente con Lara nada tiene que ver con su religión, pero
imagino que ustedes, en la colectividad judía, también encontrarían este tipo
de actitudes como reprochables. Le sugiero que la observe más de cerca y usted
misma podrá comprobar que todo lo que le digo es cierto».
Atentamente, Jimena Hernández.
Me quedé confundida
al leer ese mensaje, la muy hija de puta se había encargado de hacerme ver como
la mala de la película y lo peor de todo era que hacía a Lara mi cómplice y
chivo expiatorio.
—¿Dónde está
Lara ahora mismo? —preguntó Candela con un tono de voz tan frío que me heló la
sangre.
—En la
universidad, intentando arreglar el asunto de su... novia —no había razón para
ocultar su relación con Samantha.
—¿Novia? ¿Qué
novia?
—Es esa
“empleada” a la que hace referencia el e-mail. Se llama Samantha. Comenzó a
salir con Lara cuando ella y yo decidimos poner fin a nuestra relación.
—¿Y qué
“asunto” tiene con ella? —su rostro carecía de expresión, me estaba poniendo
sumamente nerviosa.
—Aparentemente
quieren echar a Samantha de su puesto de trabajo. Además Lara estaba intentando
aclarar su situación, para que no la expulsen.
—Vamos.
—¿Cómo?
—Vamos a la
universidad. Ahora mismo. Tengo que hablar con Lara, urgente.
No sabía cómo
decirle que eso sólo empeoraría las cosas, ella estaba demasiado enojada y si
se ponía a discutir con su hija delante de las autoridades universitarias,
entonces podía dar por segura la expulsión.
No me animé a
contradecirla, parecía una fiera enjaulada luchando por su libertad. Tomó su
cartera y yo tuve que hacer lo mismo con la mía. Me ofrecí a llevarla hasta la
universidad y ella sólo asintió con la cabeza, mostrándome una dura mueca de
labios apretados y ceño fruncido.
Durante todo
el trayecto Candela no dijo una sola palabra, por suerte la universidad quedaba
a pocos minutos de la casa y la tortura del silencio glaciar no fue tan
extensa.
Sabía que
esta vez sí se iba a armar “la de Dios es Cristo”, y que las víctimas íbamos a
ser Lara, Samantha y yo. Ya me podía imaginar, crucificada, en el patio de la
universidad, con una lesbiana a cada lado.
Bajamos y
caminamos a paso rápido hacia el interior del establecimiento, no sabía
exactamente dónde podría encontrar a Lara, pero imaginé que estaría en la
oficina en la cual trabajaba Samantha, así que nos dirigimos directamente hacia
ella.
Efectivamente
allí estaban, había un gran revuelo y como la puerta estaba entreabierta
simplemente me asomé. Lo primero que vi fue a Lara, sentada en una silla, sola,
contra una pared, con las mejillas manchadas por las lágrimas y el maquillaje
corrido. Parecía una de esas nenas de las películas de terror japonesas, pálida
y con sombras oscuras rodeando sus grandes y oscuros ojos. Abrí un poco la
puerta y pude ver a Samantha, detrás del panel de madera y vidrio que dividía
la oficina en dos, discutiendo fervorosamente con el decano de la universidad;
nunca había visto a la pelirroja tan enojada, su cara se había mimetizado con
el color de su cabello, sus gritos llegaban apagados por la gran contención que
ofrecían los vidrios.
—Lucrecia...
—me dijo Lara poniéndose de pie; pero se quedó petrificada al ver que Candela
venía conmigo—. Mamá...
—Lara, tenemos
que hablar —dijo la mujer con tono muy serio; su hija se limitó a asentir con
la cabeza, como condenado a muerte resignado—. Lucrecia me contó cuál es la
situación —entró a la oficina ignorando completamente la discusión que tenía
lugar del otro lado del vidrio—, además recibí el mail de esa profesora, Jimena
Hernández. ¿Es cierto que tuvo una relación amorosa con vos?
—Sí
—respondió Lara, abatida. Daba la impresión de ser más pequeña de lo que en
realidad era.
—Entonces es
una arpía traicionera, una hija de puta —ambas miramos a Candela completamente
sorprendidas—. En el e-mail que me mandó te acusó de un montón de cosas
horribles, pero en ningún momento mencionó nada de su amorío con vos. Para
colmo me dijo, con indirectas poco sutiles, que yo tenía que hacerte lo mismo
que le hicieron a Lucrecia sus padres y que tengo que vigilarte más de cerca...
a mí no me va a decir cómo tengo que criar a mi hija. Si esa hija de puta
quiere hacerte la guerra, entonces se la vamos a dar.
Lara se quedó
boquiabierta mirando a su madre, luego reaccionó con la velocidad de un rayo y
se lanzó sobre ella, apretándola en un fuerte abrazo, tan fuerte que tuve que
hacerme a un lado para que no chocaran contra mí. La pequeña rompió a llorar.
En ese
momento me percaté de que del otro lado del vidrio ya nadie discutía, todos los
presentes, que eran cuatro en total, miraban hacia nosotras. La puerta que
dividía a la oficina en dos se abrió y el decano me saludó con un mudo gesto.
El hombre tenía la frente cubierta de pequeñas gotas de sudor, signo de que
estaba pasando una jornada bastante dura. Samantha me miró con dolor en sus
radiantes ojos verdes. Detrás de ella dos mujeres maduras la acompañaban, una
de ellas me miró con bastante odio, se trataba de Gladis Rodríguez, la mujer
encargada de las becas universitarias, a la cual yo había insultado con mucha
dureza justo el mismo día en que había le había propinado un duro golpe en la
nariz a Jimena Hernández. Recordé que Gladis era una dura homofóbica, no me
extrañaba para nada que estuviera allí, regodeándose ante la posibilidad de echar
a dos lesbianas de la universidad. No conocía a la otra mujer, pero imaginé que
sería otra directiva del establecimiento.
—¿Es usted la
madre de Lara? — Candela le dijo que sí—. Me presento, yo soy Raúl Orellana, el
decano de la universidad.
—Un gusto —le
dijo ella saludándolo con un leve apretón de manos—. ¿Me puede decir qué es lo
que está ocurriendo?
—Claro que
sí, quisiera pedirle que pase a la otra sección de la oficina, para que podamos
hablar de forma más cómoda.
—Está bien
—accedió ella.
Cuando estaban
ingresando vi que la señora Rodríguez ya estaba dando media vuelta para unirse
a la conversación.
—Candela, te
sugiero que hables sola con el decano —le dije—. Preferiría que evites discutir
con Gladis —dije señalando a la mujer.
—¿Por qué? —me
preguntó la madre de Lara.
—Porque es
una vieja hija de puta.
En ese
instante sentí varias miradas de sorpresa clavadas en mí.
—Señorita
Zimmermann, le recuerdo que estamos en un establecimiento cristiano —dijo el
decano—, le ruego que se abstenga de hacer ese tipo de comentarios.
—¿Abstenerme?
Pero es la pura de verdad... y Dios ama la verdad.
—Escuchame
una cosita, Lucrecia. No te voy a permitir que me faltes el respeto de esa
manera... —ladró la vieja—, soy una autoridad importante de la universidad y tengo
que participar de estas reuniones.
—Preferiría
que no lo haga —intervino Candela—, confío en Lucrecia y si ella me dice que es
mejor que usted no esté, entonces tendrá sus razones.
—Pero yo...
—Está bien
Gladis, voy a hablar con la señora y luego la pongo al tanto de la situación
—dijo Raúl, soltando un suspiro; el pobre hombre parecía agotado de tener que
lidiar con tantas mujeres coléricas.
Entraron
solos a la parte posterior de la oficina. Hice señas a Lara y Samantha para que
me acompañaran fuera de ese lugar, necesitaba hablar con ellas tranquilamente.
—¿A dónde
van? —se quejó Gladis, con voz canina—. Usted, señorita Zimmermann, no se pase
tanto de la raya... ya voy a ir a hablar con sus padres por este asunto.
—Vaya y
hábleles todo lo que quiera, se va a llevar muy bien con ellos, están hechos de
la misma clase de mierda que usted.
No esperé
respuesta, le cerré la puerta en la cara y me alejé con mis amigas.
Nos fuimos a
ese pequeño patio apartado en el que yo solía encontrar a Anabella, tuve la
pequeña esperanza de poder verla por allí, pero no había rastros de la monjita.
La extrañaba mucho, pero ella me había pedido que le diera un tiempo para
pensar, y no quería interferir con eso, aunque me doliera en el alma.
Samantha y
Lara me dieron un panorama más amplio de lo que ocurría, pero no me aportaron
nada que yo no hubiera imaginado. Aparentemente alguien había puesto una queja
en la que se decía que ellas dos habían sido vistas manteniendo relaciones
sexuales dentro de una de las aulas de la universidad. Las creía capaz de
semejante cosa, pero ellas me juraron que eso nunca ocurrió, que lo máximo que
hicieron fue meterse en una aula, sin cerrar la puerta, para poder besarse
lejos de las miradas curiosas; pero por desgracia Jimena Hernández las encontró
y montó una escena bastante desagradable, en la cual trató a Lara de puta e
insultó todo el árbol genealógico de la pelirroja.
—No sé qué
más hacer —dijo Samantha, abatida—. Es nuestra palabra contra la de ella... y a
nosotras nadie nos cree. Hasta la hija de puta de Gladis dice que nos
sorprendió más de una vez en actitudes indecentes. ¡Jamás nos vio haciendo
nada! Somos muy cuidadosas, casi nunca nos besamos dentro de la universidad,
eso sólo pasó en dos o tres oportunidades.
—La vieja
odia a los homosexuales —le dije—. Le importa un carajo si es verdad o no, ella
solamente quiere tener una excusa para expulsarlas. Jimena las bañó de kerosene
y Gladis quiere tirarles un fósforo encendido y festejar alrededor del fuego,
como si se tratara de una quema de brujas.
—Si pierdo
este trabajo no sé de qué voy a vivir...
—No te
preocupes, Sami —le dije agarrándole las manos—. Tengo una idea. Si todo sale
bien, en lugar de echarte van a pedirte disculpas por haberte ofendido.
Me puse de
pie y saqué del bolso el viejo teléfono celular y llamé a mi amigo el
periodista.
—¿Lucrecia?
—preguntó apenas contestó la llamada.
—Hola
Alejandro. Te tengo que pedir un favor enorme. ¿Estás ocupado ahora mismo?
—Estoy
trabajando en una nota para...
—¿Eso puede
esperar?
—Em... sí,
supongo que sí. ¿Qué pasa?
—Necesito que
vengas urgente a la universidad. Hubo un problemita que a vos te va a venir
como anillo al dedo para tu nota sobre lesbianas.
—Si es por
trabajo, salgo ya para allá.
—Sí,
trabajo... y algunos favores. Cuando llegues te explico bien qué es lo que
pasa.
—Perfecto.
Salgo para allá.
Quince
minutos más tarde lo vimos entrar a la universidad, con su cabello ondulado tan
desalineado como siempre, llevando un morral colgando del hombro. Nos saludó
con bastante amabilidad y le presenté informalmente a mis amigas. Me llevó unos
cinco minutos ponerlo al tanto de la situación, lo vi sonreír en más de una
ocasión.
—Disculpen
—se excusó—, no es que me ría de la desgracia ajena, lo que pasa es que esto
podría ser un gran material para una buena noticia y...
—Pero esa no
es la noticia que queremos que cuentes —le dije.
—¿Cómo? Pero
si acá hay de todo... están echando a una alumna y a una empleada por ser
lesbianas. También está todo lo que te pasó a vos. Es un escándalo de la gran
puta…
—Sí, lo sé;
pero por eso te decía que además de trabajar me vas a tener que hacer un gran
favor.
En ese
momento escuché que alguien me llamaba, cuando me di vuelta me encontré con
Candela, quien nos hacía señas desde un pasillo para que nos acercáramos. Le
expliqué a Alejandro que esa era la madre de Lara. Ella nos comentó que el
decano parecía bastante confundido con lo ocurrido, ya que la acusación en
contra de su hija y Samantha parecía ser bastante sólida. A él no le gustaba
tener que expulsar a nadie, pero no podía permitir que los alumnos anduvieran
intimando en las aulas del establecimiento. Él tenía las manos atadas ya que
otras importantes autoridades de la universidad ya habían tomado una decisión.
—¿Vos le
contaste sobre mi historia con Jimena? —preguntó Lara.
—Preferí no
hacerlo, a no ser que sea necesario... todavía me cuesta digerirlo.
—Perdón,
mamá. Me siento muy mal porque las cosas se hayan dado así.
—¿Sabés qué
es lo que más me molesta de todo esto, Lara? Que no me hayas contado la
verdad... que me hayas mentido durante tanto tiempo.
—Te pido
disculpas por eso, pero estaba muy asustada, no sabía cómo ibas a reaccionar...
ponete en mi lugar, vos hubieras hecho lo mismo.
Candela la
miró con los labios apretados, pero no dijo nada.
—Este es
Alejandro —dije para romper el silencio—. Es periodista y nos puede ayudar a
solucionar todo este problema... si él quiere, claro está. Después de todo el
periodismo es el cuarto poder.
—¿Qué tengo
que hacer?
—¿Cuánta
integridad tenés como periodista?
—¿Por qué me
pone tan intranquilo esa pregunta? ¿Pensás que todos los periodistas carecemos
de integridad y que somos capaces de cualquier cosa con tal de publicar una
buena nota? Además, no me hace falta mentir en nada, si tengo que contar lo que
está pasando, me basta y me sobra. Sólo tengo que decir la verdad.
—Es que
justamente lo que quiero es que no digas la verdad.
—¿Qué?
—Así es,
quiero que mientas... y además quiero que extorciones un poquito.
—¿A quién?
—Vamos a
hablar otra vez con el decano... y su jauría de autoridades —le dije.
Me llevó unos
cuantos minutos pero conseguí convencer al decano de improvisar una reunión en
la que todos pudiéramos participar. Pidió una de las salas de conferencia de la
universidad y a ella concurrieron varias autoridades y empleados, entre los
cuales pude ver, con bastante desagrado, a Gladis Rodríguez y a Luciano
Sandoval, el cual hizo de cuenta que no me conocía en cuanto me vio. Se quedó
de pie al fondo de la sala, como si fuera un simple espectador en un Coliseo en
el que se verían gladiadores y leones luchando por sus vidas.
—Estamos aquí
reunidos para tomar una decisión importante —anunció Raúl Orellana con voz
profunda—. La situación es bastante compleja así que pido a todos que eviten
las agresiones verbales —al decir eso me miró fijamente—, y por sobre todas las
cosas, que lleguemos a una conclusión lo antes posible.
—No hace
falta deliberar mucho —intervino Gladis—, las señoritas aquí presentes —señaló
a Lara y a Samantha— fueron vistas manteniendo relaciones sexuales dentro de
una de las aulas.
Comenzó un
molesto murmullo y varias miradas acusadoras se posaron sobre mis amigas.
—¿Está aquí
la persona que supuestamente las vio hacer eso?
—No, la
profesora que presentó la queja no se encuentra aquí ahora mismo —se apresuró a
decir Gladis—, pero eso no cambia nada las cosas, es una mujer muy respetable
que...
—Que se
acuesta con sus alumnas —mis palabras resonaron como un látigo en el aire, la
vieja retrocedió como un pequinés ante una patada.
Esta vez el
murmullo fue aún mayor y todos intercambiaron miradas, sin comprender nada de
lo que ocurría.
—Teniendo en
cuenta que la situación es bastante compleja lo mejor es que hablemos con
franqueza —dije intentando mirar a todos en general, sin posar la vista en
nadie en particular. Me estaba dirigiendo a al menos diez personas, sin contar
las que me acompañaban—. Todos parecen tomar la palabra de la profesora
Hernández como la ley absoluta, porque, según tengo entendido, ella es la hija
del antiguo decano de la universidad. Pero nadie se detuvo a pensar que ella
podía estar mintiendo. Algunos sabrán que ella es lesbiana, al menos habrán escuchado
rumores al respecto. Hace unos meses ella tuvo una relación sentimental con mi
amiga Lara, la cual no terminó nada bien.
Las miradas
se posaron en Lara.
—Es cierto,
estuvimos juntas durante algunas semanas, luego decidí terminar mi relación con
ella, ya que la encontré bastante inestable emocionalmente. Incluso insistía en
que me fuera a vivir con ella. Sé que muchos no me van a creer, no tengo nada
que pruebe que esto es cierto; pero les juro por mi mamá, aquí presente, que es
la verdad.
La
expectativa en los presentes se hacía cada vez mayor.
—Supongamos
que esto es cierto —dijo el decano secándose la frente con un pañuelo—. ¿En qué
cambia lo que la profesora denunció?
—En que ella
miente por despecho —dijo Lara—. Samantha y yo... somos pareja. Ella se enteró
de este detalle cuando nos vio besándonos. Es cierto que estábamos en un aula
vacía, pero no habíamos cerrado la puerta y no estábamos manteniendo relaciones
sexuales, fue solamente un beso. Un beso como el que cualquier otra pareja se
puede dar. Sólo queríamos tener un pequeño momento de intimidad, pero esto puso
muy celosa a Jimena y comenzó a gritarnos de todo. No es la primera vez que
ella hace algo así. Tiempo atrás le hizo la vida imposible a Lucrecia, porque
se enteró que ella era mi pareja en aquel entonces.
—¿Ahora son
todas lesbianas? —preguntó una mujer en el fondo y el murmullo volvió a
comenzar.
—Somos
personas —le contesté con el ceño fruncido―, y merecemos ser tratadas como tal.
Ahora, si me disculpan, tengo algo que hablar con él —señalé a Alejandro.
Salimos de la
sala de conferencia y le conté rápidamente lo que quería hacer, no se mostró
muy convencido; él esperaba poder contar la historia tal y como estaba
ocurriendo ya que le parecía muy buena, eso le daría una gran noticia para
publicar.
—Confío en
que vas a tomar la decisión correcta —le dije antes de volver a entrar.
Al ingresar
nos encontramos con una serie de discusiones inconexas, algunos ni siquiera
hablaban dirigiéndose a alguien en particular, sólo vociferaban a diestra y
siniestra, mendigando un poco de atención o un gesto de asentimiento.
—Si me
disculpan... —la voz juvenil de Alejandro sonó por encima de todas las otras,
volvió a reinar el silencio—. Me presento, mi nombre es Alejandro Céspedes, soy
periodista —esto fue como una granada sin seguro para los presentes, se
quedaron mirándolo horrorizados—. Hace un tiempo comencé a recopilar información
para una nota con la intención de exponer cuál es la realidad que tienen que
enfrentar los homosexuales en esta ciudad, especialmente las lesbianas.
Lucrecia me brindó una buena cantidad de información importante y me contó que
por razones de discriminación se vio impedida de seguir cursando en esta
universidad.
—¿Qué? Eso no
es cierto —dijo Raúl Orellana—. A ella nunca se la expulsó por ninguna causa,
ella simplemente dejó de concurrir al establecimiento.
—Dejé de
concurrir porque pensé que era inútil quejarse ―intervine―. Puede preguntarle a
un par de los que están aquí presentes sobre los inconvenientes que tuve,
especialmente con la señora Gladis Rodríguez, quien se encargó de negarme la
beca debido a mi condición sexual.
—Eso es una
acusación muy grave, Lucrecia —me dijo el decano.
—Pero es cierto
—la voz grave que provino el fondo me dejó totalmente descolocada, se trataba
de Luciano Sandoval—. Yo mismo escuché a Gladis hablar mal de Lucrecia en
reiteradas ocasiones, y muchas veces me dijo que ella nunca le iba a dar una
beca a una lesbiana ni a ningún otro desviado sexual.
—¡Mentira!
—gritó Gladis, se había puesto pálida.
—No es
mentira —dijo Luciano acercándose, la miró con sus imponentes ojos enmarcados
con espesas cejas; parecía un rottweiler enfrentándose a un pequinés—. ¿Cuántas
veces te quejaste de todos y cada uno de los homosexuales que concurren a la
universidad? Siempre estás atenta por si surge algún pequeño rumor nuevo y te
encargás de que todo el mundo se entere. Vos misma me contaste que Jimena
Hernández era una desviada que se acostaba con una de sus alumnas... ¿y de
repente ahora ella es una mujer respetable a la que hay que creerle?
No podía
creer que Luciano estuviera discutiéndole con tanto fervor, de pronto tuve
ganas de abrazarlo.
—Lucrecia
podrá ser muy atolondrada y estúpida en ciertas ocasiones —allí fue cuando se
me quitaron las ganas de abrazarlo—; pero ahora no está mintiendo.
—Además esa
imbécil de Jimena tuvo la caradurez de mandarme un e-mail hablando peste de mi
hija —acotó Candela—. Disculpen, pero cuando alguien se mete con mi nena, soy
capaz de saltarle a la yugular con tal de protegerla —noté que Lara sonreía y
se le llenaban los ojos de lágrimas.
—Ahora que la
situación nos está quedando mucho más clara, depende de ustedes qué tipo de
historia voy a publicar.
—¿Cómo
sabemos si este mocoso es un periodista de verdad? —vociferó Gladis.
—Porque esto
—sacó de su bolsillo la credencial que lo habilitaba como periodista y la dejó
encima de la mesa, luego ésta fue pasando de mano en mano. Todos asintieron al
comprobar que era auténtica—. Mi editor me puso una fecha límite para publicar
esta nota, saldrá a la luz la semana que viene. Es un periódico con bastante
repercusión, local y nacional, y además después la nota aparecerá en una
importante revista. De más está decir que en ambos casos tendrá su debida
publicación en internet. A mí me encantaría poder contar que en esta
universidad se discrimina a las personas por su inclinación sexual. Estamos en
el siglo XXI, ya se imaginarán qué clase de publicidad les traerá esa noticia.
Sin embargo en este preciso momento tienen la oportunidad de cambiarla —me
quedé mucho más tranquila al escuchar eso, todo dependía de que él sacrificara
su gran nota, por ayudar a mis amigas—. Ésta podría ser una importante noticia
sobre un escándalo o bien podría ser una aburrida y olvidable noticia que
cuente la gran tolerancia que tiene esta universidad hacia aquellas personas
que han optado por amar a las de su mismo sexo. Lo curioso es que eso es lo más
sencillo de hacer, simplemente tienen que dejar que Lara continúe cursando
normalmente y que Samantha retome su actividad laboral. Nada tiene que cambiar.
El decano se
rascaba la barbilla, intranquilo, todos lo miraban a él como si su decisión
fuera el veredicto de un juez.
—Esto es
intolerable —se quejó Gladis una vez más—. No podemos permitir que un mocoso
con un carnet de biblioteca nos chantajee. Esas chicas tienen que ser
expulsadas de una vez, son una mala imagen para el establecimiento. Si no
intervenimos todos los alumnos van a estar fornicando en las aulas. ¿Acaso no
se dan cuenta de que estas personas están enfermas?
—Lamento
decir que no puedo permitir que las cosas sigan como si nada hubiera ocurrido
—dijo el decano—. Lo que pasó aquí fue muy grave.
—Totalmente
—gruñó la vieja, como un pequinés rabioso.
—Por eso
mismo, Gladis, le voy a pedir que pase por su oficina a retirar sus objetos
personales. Espero ver su renuncia mañana a primera hora —la mujer se quedó de
piedra―. Si no está dispuesta a renunciar, nos veremos obligados a tomar
medidas más drásticas que podrían perjudicar su futuro desempeño laboral.
—Pero...
pero...
—Además
comuníquenle a la profesora Hernández que sus servicios ya no serán requeridos.
También quisiera que le aclaren que no espere una carta de recomendación de
parte mía, lo mismo va para usted, Gladis. Lamento mucho si no encuentra otro
empleo, pero no puedo permitir que alguien con sus prejuicios determine el
futuro de nuestros estudiantes, y mucho menos, de nuestros empleados. Estas
chicas son excelentes en sus respectivas áreas y para nosotros sería un honor
que continuasen aquí, esto lo hago extensivo para vos también, Lucrecia.
—¿Qué? ¿Yo?
Pero si no tengo plata para pagar la universidad.
—Pero podemos
volver a tramitar esa beca de la cual hablaste. Esta vez yo mismo me voy a
encargar de que te la den. Vi tu libreta de calificaciones varias veces y es
realmente excepcional, al igual que el de Lara. Además la mayoría de los
profesores hablan maravillas sobre ustedes. En cuanto a usted, jovencito —dijo
dirigiéndose a Alejandro—, puede escribir la nota que quiera, solamente le pido
que considere que no todas las autoridades de este establecimiento comparten la
opinión de Gladis.
—Está bien,
lo tomaré en cuenta.
—Pero señor,
¿cómo me dice que me vaya?
—Gladis ¿qué
hace acá todavía? ¿Puede retirarse? Sinceramente hoy tuve un día muy agotador y
la mayor parte de ese agotamiento vino por su culpa, es como si irradiara una
energía negativa constante. Usted es una mujer muy resentida. Haría bien en
preocuparse de sus propios asuntos de hoy en adelante. Ahora, por favor,
retírese —la mujer salió caminando con furia, apretando fuertemente los puños—.
Lucrecia, ¿puedo hablar con vos a solas?
—Claro.
Todos se
miraron sin saber qué hacer, Raúl les hizo señas para que se retiraran y en
pocos segundos dejaron la sala de conferencia vacía, a excepción del decano y
yo.
—¿Qué me
quería decir? —le pregunté sentándome en una silla.
—Cuando vos
dejaste de venir no entendía muy bien a qué se debía. Tus padres siguieron
enviando generosas donaciones al establecimiento, como cuando vos cursabas acá.
¿Me podés explicar qué ocurre?
—Es sencillo.
Cuando ellos se enteraron que yo soy lesbiana me echaron de mi casa, pero son
personas tan pero tan orgullosas que no van a admitirlo nunca. Ellos se ven
como los padres perfectos y yo vengo a ser la oveja negra de la familia. Siguen
enviando las donaciones porque no les afecta en nada a la economía y porque
quieren que yo quede como una loca irracional, que de un día para otro decidió
abandonar los estudios, sin ningún motivo aparente.
—Comprendo.
Tenés una situación bastante complicada. ¿En dónde estás viviendo?
—En un
departamento que logré que pusieran a mi nombre.
—Ah, qué
bueno, tenía miedo de que estuvieras deambulando por todos lados... ¿sabés una
cosa? Se corría el rumor de que vivías en una de las habitaciones del convento.
—Bueno, eso
no está tan errado. Hubo un tiempo en el que no tenía dónde vivir y la Hermana
Anabella amablemente me ofreció esa posibilidad.
—Ya... Sor
Anabella... otro caso aparte —meneó su cabeza de un lado a otro.
—¿Por qué lo
dice?
—Tengo mis
razones... ella puede ser tan problemática como vos; pero eso no vienen al
caso. Lo importante ahora es tu futuro académico. Por lo visto tenemos dos
posibilidades. La primera es que te otorguemos la beca y avisemos a tus padres
que te reincorporaste, lo más probable es que dejen de enviarnos las donaciones
que, aunque me cueste admitirlo, nos vienen muy bien.
—¿Y cuál es
la segunda posibilidad?
—Que te demos
la beca y no les avisemos nada —al decir esto media sonrisa se dibujó en sus
labios.
—¿Harían eso?
—pregunté sorprendida.
—No tenemos
obligación de darles parte de tus estudios. Si algún día se enteran pueden
dejar de enviar los donativos, pero de momento no veo razón para que alguien
vaya a decirles que volviste a ser estudiante de esta universidad.
—Eso sería
genial —dije con una gran sonrisa—. Ellos se merecen que les expriman un poco
el bolsillo.
—Coincido con
vos, es bastante despreciable lo que te hicieron. Entonces, ¿vas a retomar tus
estudios?
—¡Claro!
Aunque creo que ya perdí este año... lo mejor va a ser que lo retome a partir
del año que viene —él asintió con la cabeza—. Gracias por todo. Me sorprende
mucho que me ayude tanto, ya que casi no me conoce.
—Te voy a
contar una cosita, pero que no salga de acá...
—¡Ay, no! ¿No
me va a decir que usted es gay?
Comenzó a
reírse a carcajadas, le llevó varios segundos calmarse. Luego se sentó en una
silla y me miró fijamente.
—No, claro
que no. Soy heterosexual y tanto mi esposa como yo podemos dar fe de eso. Pero
hace unos años tuve la sospecha de que mi hijo era homosexual. No sé
exactamente por qué, tal vez sea por su forma tan... amanerada de hablar, o
porque nunca me presentaba ninguna novia. Me preocupé mucho por este asunto, no
me importaba que él anduviera con hombres, sólo me dejaba intranquilo pensar la
discriminación que iba a sufrir por parte de sus amigos, compañeros de
universidad, colegas, etcétera. No todo el mundo es tan tolerante como deberían
ser. Sin embargo tiempo después me di cuenta de que esto no era más que una
falsa alarma. Ahora mi hijo está felizmente casado con una buena mujer, hasta
tuvieron un hijo juntos; sin embargo esto me ayudó a comprender un poco la dura
situación que debía enfrentar un homosexual. Gran parte de la sociedad se
niegan rotundamente a aceptarlos.
—Dígamelo a
mí...
—Me imagino
que habrás sufrido mucho —las palabras no salían de mi boca, me limité a
asentir con la cabeza, un repentino deseo de llorar me invadió—. No puedo
solucionar tus problemas, Lucrecia, sin embargo voy a hacer todo lo que esté a
mi alcance para que lleves una vida académica normal.
—Muchas
gracias.
—Hay otro
temita del que quisiera hablarte...
—¿De qué se
trata? —pregunté con cierto miedo, ya que su tono de voz era el mismo que
ponían los padres cuando pretendían dar una mala noticia a sus hijos. Sonaba
afectivo pero a la vez me daba a entender que lo que venía no me iba a gustar.
—¿Cuál es tu
relación con Sor Anabella? ―sabía que no me gustaría la pregunta.
―¿A qué se
refiere con eso? ―intentaba que la conversación se alargara, y tener más tiempo
para pensar.
―Porque hubo
ciertos rumores… y con esto de que vos sos lesbiana.
―¿Rumores?
¿Por qué habría rumores?
―Porque en
muchas ocasiones se te vio entrar a sus aposentos, a distintas horas del día.
Ella tiene todo el derecho del mundo a recibir visitas, pero resulta un poco
extraño que lo haga a puertas cerradas, en su habitación.
―Eso se debía
a que tratábamos temas privados ―arqueó una ceja―. Yo le confesé a ella mis
inclinaciones sexuales. Como sabrá provengo de una familia muy religiosa, y
todo este asunto de la homosexualidad me trajo conflictos de fe.
―Ya veo.
―Sor Anabella
me ayudó mucho con eso. Entenderá usted que no era un tema para hablar en
público, ya vio todos los inconvenientes que puede traer.
―Comprendo
perfectamente. Sin embargo…
―¿Si?
―Esta
pregunta me resulta un poco incómoda. Hace un tiempo hubo un video circulando
entre los estudiantes.
―Sí, sé a qué
video se refiere. Es un tema que preferiría olvidar.
―El problema
en concreto no es el video en sí, sino que se corrió el rumor de que la mujer
que estaba con vos era Sor Anabella.
―¿Qué? Eso es
ridículo ―intenté mostrarme indignada―. La otra mujer del video es Lara, si
quiere puede preguntarle a ella. Nunca lo dijimos públicamente porque ya era
suficiente con el suplicio que tuve que atravesar yo. No quería que ella pasara
por lo mismo.
―Está bien,
te creo. Me tranquiliza saber que esta vez Sor Anabella no tuvo nada que ver.
―¿A qué se
refiere con “esta vez”?
―No puedo
revelarte nada de eso. Sin embargo te digo que le hiciste un gran favor aclarando
todo este asunto.
―Está bien,
me alegra que así sea.
Raúl dio por concluida
la charla y dejó que me marchara. Antes de irme le agradecí de corazón por la
valiente actitud que había tomado frente al problema. Le aseguré que la
institución iba a mejorar mucho ahora que Gladis no estaba.
Afuera de la
universidad me esperan, Lara, su madre, Samantha, Alejandro y, para mi
sorpresa, Luciano Sandoval. Me dirigí primero a él.
―Me
sorprendió mucho que nos hayas ayudado; pero igual te quería dar las gracias.
―Está bien,
no es nada.
―¿Por qué el
cambio de actitud hacia mí?
―De hecho fue
por varios motivos. En primero es que estoy harto de aguantar a Gladis con sus
prejuicios, la homofobia no es lo único que le molesta. Es una mujer muy
tóxica, se vive quejando de todo. Me alegra no tener que aguantarla más.
Segundo, porque corté con Cintia. Me di cuenta de que vos tenías razón sobre
ella, era muy manipuladora, mentirosa y malintencionada. Que quede claro que yo
hice lo que hice porque pensaba que vos le habías arruinado la vida; no creía
que fuera al revés. Mi error fue escuchar una sola campana. Si hubiera hablado
con vos desde el principio, no hubiera llegado tan lejos.
―Me sorprende
que hayas abierto los ojos con Cintia. No es una buena persona, todavía estoy
enojada con ella por lo que le hizo a Tatiana.
―Si no te
molesta, me gustaría hablar con esa tal Tatiana. Lo intenté varias veces, a
veces me la cruzo en los pasillos de la universidad, pero ella siempre me mira
como si yo fuera una bolsa de abono. Quisiera hablar con ella, para que me
cuente su versión de los hechos.
―Tati es un
amor, pero también puede ser bastante jodida. Si vas con buena intención le voy
a decir que te hable.
―Ok, muchas
gracias ―diciendo esto se despidió.
Miré a los
presentes, todos esperaban que yo les contara qué había hablado con el decano.
En pocas palabras les resumí que me iban a dar una beca para retomar los
estudios. Omití las preguntas sobre Anabella y cierto video pornográfico que
aún circulaba por internet.
―Si me
disculpan ―dijo la madre de Lara―, yo me retiro y me llevo a mi hija conmigo.
Tengo mucho que hablar con ella ―luego su mirada se clavó en Samantha―. Y
usted, jovencita, haría bien en pasar mañana por casa, que con usted también
quiero hablar ―la pelirroja me miró asustada, luego miró a su novia―. No se
preocupe, no tengo malas intenciones. Sólo me gustaría conocer mejor a la
pareja de mi hija. Al fin y al cabo sería la primera vez que Lara me presenta
una.
―Capto la
indirecta ―le aseguré.
Cada quien se
fue por su lado, antes de marcharme le agradecí a Alejandro por el favor y le
prometí que pronto nos juntaríamos a cenar en mi casa, y que podía llevar a su
adorable novia.
Todo había
salido mucho mejor de lo esperado, estaba contenta de haber solucionado un gran
inconveniente en la vida de mi mejor amiga. También me alegraba no haber
ocasionado yo el problema, estaba bueno poder intervenir en los problemas de
los demás, para variar.
*****
Una tarde
Lara vino a visitarme y me contó cómo sus padres se tomaron la noticia de su
orientación sexual. Al pobre Lucio casi le da un infarto, se pasó tres días
tomando té de tilo para poder tranquilizarse. Sin embargo llegó a aceptar, a
regañadientes, que su hija fuera a estar en pareja con otra mujer. Cuando
conoció a Samantha se dio cuenta de que la relación iba en serio, ya que la
pelirroja le aseguró que para ella esto era un cambio enorme en su vida.
Aparentemente la más contenta con la noticia fue Candela, ya que le hizo mucha
ilusión de ver a su hija enamorada y de tener una nuera.
Una semana
después del conflicto en la universidad, me encontraba lavando ropa… o al menos
intentándolo, hasta que de pronto escuché el timbre. Me asusté un poco debido a
la insistencia con la que era presionado. Un timbrazo largo detrás de otro.
Solté la ropa que tenía en las manos y corrí por el pasillo pensando que podía
tratarse de alguna de mis amigas con algún serio problema. Espié por la mirilla
de la puerta y me quedé helada al ver, del otro lado, a un oficial de policía.
―¡Momentito!
―grité mientras buscaba las llaves.
Abrí la
puerta, aterrada, y me di cuenta de que el oficial venía acompañado por otros
tres.
―¿Usted es
Lucrecia Zimmermann? ―me preguntó el que había tocado timbre, con tono
autoritario.
En ese
momento vi a mi vecina asomándose por la puerta, en cuanto nuestras miradas se
cruzaron ella se escondió rápidamente. Recodé la disputa que habíamos tenido en
el pasado y de pronto comprendí todo.
―Sí, soy yo.
No sé qué les habrá dicho la loca esa, pero ella me provocó ―señalé hacia el
departamento de mi vecina, el oficial volteó para mirarlo y luego me observó
como si no comprendiera lo que le decía.
―Tenemos una
orden de registro, para este domicilio ―levantó la mano y me mostró dicha
orden.
―¿Qué? ¿De
registro? ¿Por qué motivo? No hice nada malo, fue solamente una pequeña
discusión entre vecinas.
―No sé de qué
discusión me habla ―aseguró el oficial― ¿Puede hacerse a un lado y dejarnos
pasar?
―Les digo que
no hice nada malo ―recalqué esto, pero me aparté.
Dos oficiales
entraron rápidamente a mi departamento, dieron un par de vueltas por diversas
habitaciones y luego se reunieron en la puerta de entrada.
―Sí, la
descripción coincide ―aseguró uno de los que había inspeccionado quién sabe qué
cosa.
―Entendido. Va
a tener que acompañarnos, señorita Zimmermann ―dijo el oficial que me había
mostrado la orden de registro―. Pónganle las esposas.
El que estaba
más cerca de mí me tomó una mano con excesiva fuerza y luego me agarró la otra,
obligándome a dejarlas detrás de mi espalda. Pude escuchar el ruido metálico
que producían las esposas. Éstas se cerraron firmemente alrededor de mis
muñecas.
―¿Qué? ¿Qué mierda
pasa? ―Pregunté espantada, con un duro nudo en la boca del estómago― ¿Por qué
me esposan? ¡Yo no hice nada! ¡¿Qué mierda pasa?!
―Llévenla
–ordenó el oficial.
Continuará...
Nota: Desde que comencé a escribir esta serie de relatos tuve como “regla”
incluir al menos una escena de sexo en cada capítulo; sin embargo decidí romperla
por primera vez. Esto se debe a la temática tratada en la primera mitad del
capítulo y período emocional que está atravesando la protagonista. Espero que
sepan comprender que incluir sexo en este capítulo hubiera sido forzado y no
hubiera quedado bien. De todas formas esto sigue siendo una serie de relatos
eróticos, y las escenas de sexo volverán en los próximos.
Comentarios
Espera todos los días este relato
;)
Impaciente por el próximo
En lo personal me encantó TODO el capitulo. Lo declaro mi favorito seguido del cap. donde lucrecia le declara su amor a la monjita con beso apasionado incluido 7u7
A lo que venía.
Ya lo he dicho antes, es mi historia favorita de todas las que tienes porque va mas alla de relatar situaciones eróticas. Tiene una buena trama, personajes creíbles y bien logrados, evoca muchas emociones cuando lees cada capítulo y es muy bueno porque al menos yo me siento conectada con la historia, la relación de lucre y ana. Maravilloso todo.
Y sin duda muy buena decisión al no poner una escena sexual. No solo de sexo viven los fans de MNSL(? Jajaja