Me niego a ser Lesbiana (25)

Capítulo 25

Hipnótica Melodía.


Me encontraba pelotudeando con mi nuevo teléfono, bajando aplicaciones y configurándolo de acuerdo a mis gustos, cuando escuché el timbre. Me quedé petrificada, tenía miedo de abrir la puerta y encontrarme otra vez con malas noticias; sin embargo me armé de valor y atendí. Me encontré con un hombre corpulento y bajito que vestía ropa de trabajo color marrón claro. Resultaba obvio que se trataba del portero del edificio. Sostenía una gran caja entre sus manos y con una sonrisa bonachona me dijo:
—Llegó esto para usted, señorita.
—¿De parte de quién? —pregunté confundida.
—Lo dejó un muchacho bastante elegante y apuesto —me guiñó un ojo.
—Debió ser Dani —dije pensando en voz alta. Recordé que me había prometido un regalito.
—Me dijo que le dijera que no va a aceptar un “No” como respuesta.
—¡Qué tipo más insistente! Se tendrá que quedar con el “No” porque...
—Señorita, ¿puedo ser un poco entrometido? —lo miré sin saber qué decirle—. Permítame darle un pequeño consejo. Luego de todo el revuelo que tuvo —no hubo necesidad de que me explique a qué se refería, los encargados del edificio estaban al tanto de todo el problema que tuve con la policía. Sé que ellos se habían tomado la molestia de explicar que ya estaba todo solucionado y que yo no era ninguna delincuente—, le haría bien salir con un chico tan apuesto. Hoy en día es muy raro ver que un hombre se tome la molestia de cortejar a una dama, parece algo salido de las películas de los años ’50.
—Es que usted no entiende, yo... —una vez más me encontré ante una incómoda situación en la que tenía que explicar mi inclinación sexual utilizando etiquetas que poco me definían como persona.
—Sé que usted prefiere las mujeres —me dejó boquiabierta—, pero podría darle una oportunidad a este muchacho, no lo conozco, pero parece buena persona. Además me pagó cien dólares para que yo hiciera todo lo posible para convencerla... ¡Dólares! ¿Entiende? ¡Dólares!
—¿Cómo sabe que prefiero las mujeres?
Miró sobre su hombro y se mordió los labios.
—No puedo decírselo acá, pueden escuchar —susurró.
—Pase —me hice a un lado para dejarlo pasar y luego cerré la puerta—. Ahora cuénteme, ¿cómo sabe?
—Por su vecina, esa chica vino a quejarse varias veces de usted. Dijo que era lesbiana y que siempre estaba haciendo pasar mujeres a su departamento; además se quejó del ruido —me puse roja de la vergüenza, todo eso era cierto—. Pero no se preocupe, le dije que no es ningún crimen ser lesbiana y que no podemos hacer nada al respecto. Lo que sí le recomiendo es que sea un poco más discreta... me refiero a los ruidos, si es que eso es cierto...
—Puede que sea cierto ―con el período que pasé en prisión aprendí que nunca tengo que aceptar directamente la culpa de algo―. Le pido disculpas, y gracias por no aceptar las quejas de mi querida vecina; a decir verdad ella es una chica bastante molesta. A veces me da la impresión de que se queda del otro lado de la puerta escuchando todo lo que ocurre aquí dentro.
—Tal vez eso sea cierto, ella se quejó de los inquilinos anteriores en varias ocasiones...
—Lo que pasa es que debe tener una vida muy aburrida, por eso se mete en la vida de los demás —de pronto recordé otra cosa que el hombre me había dicho—. ¿Cómo es eso de que Dani le pagó cien dólares?
—Así es —volvió a sonreír, sus regordetas mejillas se hinchaban cada vez que lo hacía—. Debe tener mucho dinero para dar propinas tan grandes, y en moneda extranjera. Me dijo que confiaba en que yo la convencería de salir esta noche con él.
—Hagamos una cosa, señor...
—Carlos.
—Carlos, un gusto, mi nombre es Lucrecia —asintió con la cabeza, seguramente ya lo sabía—. Puedo decirle a Dani que usted me insistió mucho y que se esforzó para convencerme; pero de todas formas le voy a decir que no. No tengo ganas de salir con alguien, menos con un hombre.
―Podría hacer eso ―me aseguró el hombre―. Él no me va a quitar el dinero.
―No, ya se lo pagó y le aseguro que le voy a decir a Dani que fue usted muy insistente.
―Entiendo. Pero ¿sabe lo que pasa, señorita? ―me miró con su sonrisa bonachona―. Cuando yo hago un trabajo, me gusta hacerlo bien. Por esa razón puedo trabajar en un edificio de este nivel. El señor Dani me dijo que fue él quien pagó su fianza, no sé que tanto lo conocerá; pero creo que le debe al menos una cena, para agradecerle. ¿O acaso usted no cena con hombres?
―Hey, ¿me está acusando de discriminar a los hombres?
―No la acuso de nada, señorita. Usted misma puso esas palabras en su boca ―el tal Carlos era un tipo de lo más simpático… y muy astuto―. Además usted ni siquiera abrió el regalo que le mandó ―sacudió la cara―. No sé qué será, pero debe ser costoso.
―A diferencia de ciertas personas, a mí no me compran con dinero.
Touché.
―Si no le importa, quisiera estar…
―La molesto sólo un minutito más ―era más insistente que un Testigo de Jehová―. Yo creo que usted tiene miedo ―sus palabras me tomaron por sorpresa―. Tiene esa inclinación hacia las mujeres y creo que la da miedo que un hombre pueda conquistarla y… llevársela a la cama.
―No he tenido buenas experiencias con hombres ―dije recordando fugazmente ese horrible momento de mi pasado.
―Pero, dígame ¿alguna vez estuvo con un hombre que se comporte como un verdadero caballero?
De pronto recordé a Rodrigo, a pesar de que él era homosexual, seguía contando como hombre. Había tenido relaciones sexuales con él, con Edith de por medio; pero no tenía ni una sola queja hacia la forma en que me trató. Fuera del sexo él también se ha comportado siempre como un caballero conmigo.
―Hace mal en juzgar a todos los hombres por alguna mala experiencia ―agregó―. Además nadie le asegura que deba intimar con esta persona, allí usted tiene todo el derecho del mundo a decir que no. El señor Dani me pagó para convencerla de que vaya a cenar con él, no para que se acostara con él. 
―Está bien, está bien. Le prometo que voy a ir a cenar con Dani.
―¿No me estará mintiendo para que me vaya?
―No, voy a ir. Usted mismo puede verme salir dentro de unas horas… aunque no sé a qué hora me espera.
―A las diez en punto tendrá un auto esperando por usted en la puerta del edificio.
―¿Es broma?
―No, son instrucciones del señor Dani. Como le dije, es un caballero. Bueno, me retiro. Mire que estaré abajo para corroborar que usted aceptó la invitación.
―Usted debería ser vendedor de autos, Carlos ―me dedicó otra sonrisa y luego se marchó.

Dentro de la caja me encontré con un vestido color azul, el vestido más elegante que había visto en mi vida. No soy una gran conocedora de diseños de moda, pero imaginaba que éste era un vestido de diseñador. También encontré un par de zapatos con taco aguja, color plata, haciendo juego con una pequeña cartera de mano. Revolví un poco más y sólo encontré una pequeña notita que decía: «Sin ropa interior».
Me di una ducha con calma, ya que tenía tiempo de sobra. Tatiana llegó poco después y, mientras me bañaba, la puse al tanto de todo. Ella quedó fascinada con el vestido y me aseguró, sin que yo me lo midiera, que iba a dejar bastante piel al descubierto. Ella me ayudó a peinarme y me sugirió que llevara el pelo recogido en un rodete, con un bonito prendedor azul que ella me prestó. Dejó que dos de mis mechones cayeran a los lados de mi cabeza y los rizó levemente, un sencillo detalle que mejoró mucho mi apariencia.
Usé un maquillaje más que discreto, apenas le puse sombra a mis ojos y el lápiz de labios que usé era incoloro, sólo aportaba brillo. Según las propias palabras de Tatiana, yo tenía unos bonitos labios que no necesitaban ser remarcados con exageración.
Ella quiso ponerse mimosa, mientras yo aguardaba desnuda a que llegaran las diez de la noche, pero le dije que no quería ir excitada a esa cena, ya que podía ser contraproducente. Ella me hizo prometer que si llegaba a haber sexo, le contaría todo… de todas formas debía contarle todo, con o sin sexo de por medio.
Unos pocos minutos antes de las diez de la noche, me puse el vestido. Había esperado hasta último momento para verme en él. Si por casualidad no me gustaba, no tendría tiempo de arrepentirme y debería usarlo igual. Sin embargo me quedé maravillada al probármelo. El escote era muy discreto y la tela lo suficientemente gruesa como para que no se me notaran los pezones. Toda la tela, que seguramente era algún tipo de seda, se ceñía de maravilla a mi cuerpo, parecía estar hecho a mi medida.
―Se ve que ese tal Dani te tiene bien estudiada ―me dijo Tati.
Lo discreto se terminaba de la cintura para abajo, con cortes en los laterales. Había uno en cada lado, y llegaban hasta mi cadera. Sorprendentemente estaba hecho con el punto justo para que algo elegante no se convirtiera en vulgar. Mis piernas se asomaban completas, dándome una sensación de desnudez. Mi pubis y mi cola quedan cubiertos por la tela, pero ésta se meneaba con cada paso que daba. Era el vestido ideal para atraer miradas, ya que sugería muchísimo, pero en realidad no enseñaba nada. La parte baja del vestido me llegaba casi hasta las rodillas, si no fuera por los cortes laterales, sería bastante discreto.
Los zapatos contribuyeron mucho a mejorar mi apariencia, estilizando así mis largas piernas. Recordé mentalmente la estatura de Dani, era un poco más bajo que yo. Con los zapatos puestos lo haría parecer muy pequeño. No entendí por qué me había mandado tacos aguja. Me sentía como una gigante… pero una gigante muy sexy.
Admito que el vestido me agradó; pero no lo usaría ni loca si fuera a una fiesta con otras personas. Como imaginaba que la cena con Dani sería más bien íntima, y él ya me había visto completamente desnuda, no me importó demasiado.
―Me gusta cómo te queda ese color ―aseguró Tatiana―. Vos sos casi rubia, y sos un poquito pálida. Te hace resaltar mucho la piel. Eso sí, como yo soy tan morocha, no creo que me quedara así de bien.
―Tati, a vos cualquier cosa con escote te queda bien, no importa de qué color sea ―le sonreí mirando sus grandes pechos.    

Tal y como había prometido, Carlos estaba en la puerta del edificio. Sonrió al verme salir del ascensor y me puse un poquito colorada por la forma en que miró mis piernas.
―Está usted muy hermosa, Lucrecia.
―Gracias, Carlos.
―El auto del señor Dani la está esperando.
Efectivamente, allí estaba estacionado un lujoso auto negro. Supuse que era BMW. Me subí y el chofer me indicó que llegaríamos a destino en menos de quince minutos.
Llegamos a un lujoso hotel de la ciudad, uno que yo nunca había visto por dentro. Me quedé maravillada, no tenía idea de que en mi propia ciudad existiera un lugar tan bonito; aunque era un poquito ostentoso. Evidentemente a Dani le gustaba sacar a relucir su capital. Cuando lo conocí en el Club de los Selectos imaginé que tendría una buena posición económica; pero al ver este sitio quedé convencida de que él poseía una verdadera fortuna.
Un empleado del hotel me acompañó hasta el ascensor. Todas las miradas se posaron en mí; me hubiera gustado tener más gracia para camina, pero yo con taco agujas debía parecer un pato con zancos.
Subimos hasta el piso catorce, y una vez allí el hombre me indicó cuál era la puerta que debía golpear. Me resultó curioso que en ningún momento haya tenido que decirle mi nombre; él parecía saber perfectamente quién era yo y por qué razón estaba allí.
Bastó con golpear una sola vez la puerta, para que Dani en persona me atendiera. Debía admitir que el atractivo del muchacho era impactante. No era el mismo encanto del cual gozaba Rodrigo, quien tenía toda la pinta de ser un dios griego; pero de todas formas a Dani se lo podía considerar un hombre hermoso. Él más bien parecía un delicado príncipe, sólo le faltaba el corcel blanco.

Rodrigo me contó que conoció a Dani poco antes de que éste pagara mi fianza. Me dijo que el muchacho parecía estar muy interesado en mí, y que hizo muchas preguntas, a las cuales él contestó a regañadientes. Me aseguró que las respondió sólo porque Dani prometió pagar mi fianza.
Le pregunté a mi amigo si lo había encontrado atractivo, ya que, de tener inclinaciones homosexuales, yo podía arreglarle un segundo encuentro con él; uno más íntimo. Esto lo dije delante de Miguel, ya que sabía que la relación de ellos era abierta y que ambos se acostaban con otras personas.
―Es un tanto afeminado para mi gusto ―dijo Rodrigo―. Cuando se trata de hombres, me gusta que sean bien masculinos, como Miguel ―su pareja sonrió.
―A mí sí me gustó ―aseguró Miguel―. Es un chico muy hermoso, con esas facciones podría haber sido modelo o estrella pop juvenil. Debe tener muchas mujeres y hombres locos por él; pero parecía más interesado en vos, Lucrecia.
―Pero yo no estoy interesada en hombres. Mucho menos después de lo que me enteré ―ellos supieron que me refería a los detalles de sobre la pérdida de mi virginidad.
―Entiendo ―Miguel se veía preocupado―. No soy un experto en estos temas tan delicados; pero creo que tu error es negarte tanto a los hombres, sólo por una mala experiencia. Sé que el dicho: “El que se quema con leche, ve la vaca y llora”, puede ser muy cierto; pero no significa que debas llorar siempre. No todas las vacas son iguales.
―¿Ahora querés que salga con una vaca? ―le pregunté.
―No, suficientes problemas ya ocasionaste con una monja… y ni siquiera saliste con ella.
―Eso fue un golpe bajo ―dije agachando la cabeza.

Dani me recibió con una amplia sonrisa de dientes como teclas de piano (las blancas, no las negras). La habitación era inmensa, estaba dividida en dos. A la izquierda había una lujosa cama de dos plazas, el centro estaba ocupado por una pequeña mesa ratona de vidrio y cuatro sillones. A mi derecha tenía una barra, que simulaba ser un bar en miniatura, y más allá, llegando al gran ventanal de vidrio. Toda la habitación estaba tenuemente iluminada, lo que le daba un aire romántico. De fondo sonaba alguna pieza de jazz que yo no conocía; no soy una gran aficionada a ese tipo de música.
―Está todo muy lindo, Dany. El vestido también; pero te aclaro una cosa, si creés que a mí me vas a conquistar con estas cosas, estás muy equivocado.
―Estas “cosas” son simples detalles. Sé que no te voy a conquistar con lujo, ostentación y dinero. Eso me lo dejaste muy en claro cuando rechazaste, repetidas veces, la oferta de Catalina. Vos tenés integridad, tenés carácter, tenés personalidad. Eso fue lo que me cautivó de vos.
Esos halagos me hicieron sentir estúpida; porque me gustaron. No pude evitar sonreír.
―¿Y vos cómo sabés que rechacé “repetidas veces” su oferta.
―Porque ella me lo contó ―dijo mientras se acercaba al bar―. ¿Qué querés tomar?
―Lo que menos alcohol tenga.
Sabía el efecto que el alcohol producía en mí, y no pensaba allanarle el terreno.
―¿Un vaso de agua? ¿Jugo de naranja? ¿Una leche chocolatada? Si querés te doy un sorbete de Mickey Mouse también.
―Está bien, está bien. Capto la indirecta. Quiero un bourbon.
―Esa es una elección mucho más interesante. ¿Por qué eso?
―Porque nunca lo probé, y me da curiosidad. Mi papá siempre tenía botellas de bourbon en el bar de casa; pero mi hermana y yo teníamos rotundamente prohibido acercarnos a ellas.
―¿Nunca lo probaste a escondidas? ―preguntó mientras me lo servía en una gran copa, igual a las que usaba mi papá.
―No, yo no. Pero mi hermana sí. Una tarde la vimos re mamada, tirada en un sillón, se había bajado ella solita más de media botella de bourbon; tenía quince años. Mis padres casi la mataron.
―Tu hermana es una chica encantadora.
―Si querés te la presento. A ella le pareciste muy lindo.
―Veremos. De momento estoy más interesado en conocerte a vos ―me tendió la copa.
Tomé un traguito y mi boca pareció estallar en llamas.
―¡Ajjjj, qué fuerte!
Dani comenzó a reírse.
―Eso es tener poca cultura alcohólica. Este es un bourbon muy fino, Lucrecia. La gente con buen paladar se desvive por una botella.
―Yo creo que perdí el paladar en el primer trago.
Él se sirvió otra copa y nos sentamos en los sillones frente a la mesita ratona. Eran los más cómodos que mi culo había sentido en toda su vida, incluso más que los que me había prestado Evangelina.
―Acá me voy a quedar dormida ―dije cerrando los ojos, olfateando el bourbon y escuchando la suave melodía de jazz―. Necesitaba un momento de paz.
―Lo supuse, por eso acondicioné todo para que fuera lo más relajante posible.
―Es un lindo gesto, te lo agradezco ―volví a tomar un trago, esta vez no me quemó tanto y pude disfrutarlo más―. De todas formas quisiera aclarar algo…
―Veo que viniste completamente a la defensiva, Lucrecia. Pero está bien, aclará lo que tengas que aclarar.
―Sí, sé que estoy a la defensiva. Últimamente tuve muchos problemas por confiar demasiado en las personas, así que de ahora en adelante pienso ser más precavida. Al menos un poco. Sé que vos pagaste mi fianza y eso te lo agradezco de corazón. Sé que esperás algún tipo de favor a cambio; pero yo no estoy dispuesta a dártelo. Prefiero serte honesta desde el principio, a mí me gustan las mujeres y no tengo ningún tipo de interés en hombres.
―¿Puedo hablar yo ahora?
―Sí.
―Cuando te vi por primera vez en el club, me di cuenta de que estaba en presencia de una mujer distinta. Alguien con una chispa seductora que nunca había visto en mi vida. Conozco a Catalina desde hace muchos años, y jamás había visto que alguien le hiciera frente de esa forma y que la humillara frente a tanta gente. No odio a Catalina, pero sé que a veces puede ser una arpía. Tiene un carácter tan fuerte y tanto poder económico, que nadie se anima a hacerle frente. Además está su belleza, la mayoría de las personas quedan cautivadas con ella. Pero vos no, vos te le opusiste, a pesar de que necesitabas conseguir el dinero para financiar Afrodita.
―¿Y cómo sabés eso? ―ya me imaginaba la respuesta, pero quería que él me lo dijera.
―Porque me lo contó Catalina. Cuando me enteré que ella viajaría hasta a acá, me ofrecí inmediatamente a acompañarla. Jugué mi carta de “amigo” y logré que me contara toda la historia, incluso lo que vos hiciste con su padre. Lo cual fue un movimiento brillante… y muy cruel.
―Ella se lo buscó.
―Y su padre también se lo busco; por despreciar tanto a sus hijos.
―¿Sabés la historia de Rodrigo? ―asintió con la cabeza y tomó otro sorbo de su copa.
―Sí, la sé muy bien; y me parece algo despreciable. Ningún padre debería tratar de esa forma a un hijo, por su inclinación sexual. Rodrigo me contó que vos viviste una situación parecida, con tus padres.
―Me molesta saber que te dio tanta información sobre mí.
―Lo hizo porque fui muy convincente. Le aseguré que mi intención no es dañarte de ninguna forma ni obligarte a nada.
―¿No? Porque prácticamente me obligaste a venir acá ―volvió a sonreír.
―Eso es cierto, a medias. Digamos que fui muy insistente; pero yo no te obligué. La decisión fue tuya ―no le respondí porque tenía razón―. Vos me dijiste que yo esperaba algún tipo de devolución a cambio del favor que te hice. Bueno, podés considerar esa deuda saldada. Lo único que pretendía es que vinieras a cenar esta noche conmigo.
―Pff… sí, seguro.
―Lo digo sinceramente, Lucrecia. Todo lo que pase de ahora en adelante, va a ser enteramente tu decisión. Si esta es la última vez que nos vemos, entonces que así sea. Vos lo decidís. Vos sos libre de irte en cuanto quieras. No voy a poner ningún tipo de objeción.
―¿De verdad? ¿Y si quisiera irme ahora mismo?
―Todavía no cenaste conmigo. Ese es el pago, que no se te olvide.
―Está bien, entonces como y me voy.
―Perfecto ―dijo con una amplia sonrisa.
―¿De verdad hiciste todo eso sólo por una cena?
―Sí.
―Es la cena más cara del mundo.
―Y vale la pena cada centavo gastado.
Otra vez, sus malditos halagos me agarraron con la guardia baja. Sonreí como quinceañera en su fiesta de cumpleaños. Tenía ganas de darme una patada en la boca del estómago, para matar a esas putas mariposas que revoloteaban allí dentro.
Dani tenía una forma muy particular de hablar, no sólo por su dulce tono de voz; sino por la manera en que pronunciaba cada palabra; con mucha seguridad, pero con calma al mismo tiempo. Me sentía estúpida hablando con él, ya que yo tendía a hablar rápido y a levantar mucho mi tono de voz; en cambio él se mantenía siempre calmado, pero no perdía la simpatía, ni la presencia.
Nuestra charla se interrumpió cuando golpearon la puerta, Dani se levantó y al abrir entró un mozo con un carro, elegantemente cubierto con un mantel blanco y con una bandeja de plata con tapa, donde debía estar nuestra comida.
El mozo dispuso los platos sobre la mesa y encendió tres velas. Tomé asiento en silencio y esperé a que me sirvieran. Cuando vi mi plato no supe de qué se trataba. Parecía ser pasta, pero estaba toda cubierta por una crema blanca y unas… cosas negras que no tenían buen aspecto.
―Son ravioles a los cuatro quesos, con salsa de trufas ―me aclaró Dani; debió notar la incertidumbre con la que yo miraba la comida.
―¿Qué son trufas?
―Una clase de hongos.
―Me gustan los hongos ―sonreí―. Especialmente los portobello.
―Entonces estos te van a encantar. Las trufas son los hongos más exquisitos que existen.
El mozo destapó una botella de vino y la dejó sobre la mesa, luego se retiró; dejando el carro de comida.
―Y me imagino que no son nada baratas.
―Imaginás bien.
Empezamos a comer y…
Casi tuve un orgasmo al probar el primer bocado. ¡Si Dios existía, debía estar hecho de trufas! Disfruté de cada bocado como si fuera el último de mi vida. Si algún día me condenaban a muerte, pediría este mismo plato como mi última cena.
―Veo que te gustó ―dijo Dani con una amplia sonrisa.
―¿Gustarme? Esto es lo más exquisito que comí en mi vida.
―Hay más en la bandeja, después podés repetir.
Y lo hice. Me comí dos platos y quedé completamente satisfecha. Debía admitir que ni siquiera el sexo se siente tan bien como una comida sabrosa y bien preparada.
Durante la cena prácticamente no hablé, ya que siempre tuve la boca llena. Tampoco me importaba escuchar lo que Dani me decía, yo estaba en el paraíso de las trufas.

Había prometido irme en cuanto terminara de comer; pero estaba tan llena que no podía moverme. Me costó trabajo volver al sillón, y me arrojé en él, quedando toda despatarrada.
―¡Qué piernas más sexys! ―me dijo Dani.
Yo tenía las piernas abiertas y el vestido sólo me cubría la parte del medio.
―Me había olvidado que me obligaste a ponerme esta ropa.
―Te queda muy lindo el vestido ―dijo él sentándose frente a mí―. Pero Lucrecia, te vi completamente desnuda… y en actitud sexual. No creo que debas avergonzarte porque te vea un poco las piernas.
―Eso es cierto. Pero no me vas a pedir que te muestre la cachucha, porque no lo voy a hacer.
―¡Qué sincera! Está bien, no me la muestres. De todas formas ya tengo tus fotos, para poder mirarlas cuando me plazca.
―¿Mis fotos?
―Las que te sacó Juan, durante tu actuación en el Club.
―¡Qué hijo de puta! Me dijo que no se las iba a pasar a nadie.
―Él me debía grandes favores. Muy grandes. Cuando le comenté lo mucho que me habías gustado, él mismo me ofreció las fotos.
―Y vos las aceptaste, encantado.
―Por supuesto ―sonrió y tomó un sorbo de vino; yo hice lo mismo, con la copa que me había traído.
«Mezclar bebidas es una mala idea, Lucrecia», me decía mi consciencia; pero el vino estaba tan bueno que me resultaba difícil dejar la copa.
―¿Te molesta que tenga fotos tuyas, desnuda? ―preguntó con caballerosidad.
―No, me molesta que Juan las esté usando para “devolver favores”.
―Si querés, las borro.
―No hace falta. En serio no me molesta que las tengas. Confío en que no se las vas a pasar a nadie.
―¿Confiás? ¿No era que no ibas a confiar tanto?
―No me entendiste… “Confío” en que no se las vas a pasar a nadie ―marqué la palabra con un tono amenazante.
―Ah, ok. Ahora comprendo. Querés decirme que si se las paso a alguien…
―Te corto las bolas ―él sonrió.
―Está bien. Trato hecho. Me alegra saber que estamos entrando en confianza.
―Tampoco te alegres tanto. No sé nada de vos.
―¿Qué querés saber?
―No sé… ¿qué querés contarme?
―No, yo te cuento si vos querés saber algo.
―Y yo quiero saber algo si vos me lo querés contar... Mirá, no me hagás el jueguito del Chavo del Ocho. Si vos querés empezar a ganarte mi confianza, vas a tener que abrirte vos solito.
―Está bien, me parece justo. ¿Qué te puedo decir? Me llamo Dani y tengo veintisiete años. Tengo una cadena de hoteles a mi nombre, heredada de mi padre. Éste es uno de esos hoteles.
―A la mierda. ¿De verdad todo esto es tuyo?
―Sí, y no es el único que tengo.
―Debés tener más plata que Dios.
―No tanta. No soy, ni de cerca, una de las personas más ricas del país.
―Eso es ser honesto, cualquiera hubiera aprovechado para quedar como un ultra millonario. ¿Tu padre falleció?
―Sí, hace tres años. Mi mamá sigue viva, por suerte. Me llevo muy bien con ella, siempre fue una madre muy comprensiva y cariñosa conmigo. No todos los hijos de “gente de plata” son criados sin amor. Yo tuve la inmensa suerte de crecer en un hogar donde había tanto cariño como dinero.
―Qué envidia.
―¿Por el dinero?
―No, por el cariño. En mi casa nunca hizo falta plata, siempre tuvimos más de la que necesitábamos; pero escaseaba el cariño. El verdadero cariño. Ese que se da sin condiciones de por medio.
―Imagino que una de esas condiciones es no ser lesbiana.
―No ser lesbiana; no estar loca; creer en Dios; tener buenas notas en el colegio; ir a misa todos los domingos; participar en actividades de la iglesia; no faltar el respeto a los padres; no avergonzar a la familia; y una larga lista de etcéteras. Pero ya corté casi toda relación con mis padres. Después de pedirle a mi papá que pagara mi abogado, y saber qué condición puso para hacerlo, no pienso dirigirle la palabra nunca más en la vida. Demostró ser una mierda de persona; igual que mi mamá.
―¿Qué condición puso?
―No te incumbe. Es un tema personal. Además vos sos el que tiene que contar cosas de tu vida, no estás en posición para hacerme más preguntas.
―Tenés razón, te pido disculpas. No sé qué más puedo decirte.
―¿Cómo es tu apellido? ―parecía una pregunta absurda; pero recordé que luego del incidente con Evangelina, yo ni siquiera sabía su apellido.
―Maradona.
―¿Qué? ¿De verdad? ―di un salto en un sillón.
―No ―comenzó a reírse―. Pero sé jugar muy bien al fútbol. Así me decían mis amigos.
―Habrás sido muy bueno. Pero no te hagás el pelotudo. Decime tu apellido.
No quería admitirlo; pero la estaba pasando muy bien con la charla. Me sentía confiada y relajada. El ambiente era muy tranquilo y Dani tenía mucho talento para hacerme sonreír. Me alegraba poder entretenerme charlando con alguien y no estar en mi casa, torturándome con mis pensamientos.
―Metzler.
―¿Es alemán?
―Sí.
―Tenemos eso en común, mi apellido también es alemán… pero imagino que ya sabías eso ―asintió con la cabeza―. Daniel Metzler. Suena bien. ¿Tenés segundo nombre?
―Odio mi segundo nombre ―sonreí.
―Esa es otra cosa que tenemos en común. Si Rodrigo te dijo mi segundo nombre, lo prendo fuego; por traidor.
―Quedate tranquila; no me lo dijo.

La charla con Dani me pareció tan entretenida que perdí la noción del tiempo. Cuando me di cuenta ya eran las tres y media de la madrugada. Habíamos estado horas hablando sin parar. Durante todo ese tiempo me enteré de varias cosas sobre él. Supe que era un gran aficionado al cine, y que sabía mucho de la materia. Adoraba las películas clásicas y había participado en la producción de varias películas. No intervenía en la parte creativa, pero sí colaboraba en la financiación. A pesar de que se pasó un largo rato haciéndome un análisis de la película El Padrino, la cual era su favorita; no sólo habló de cine. También intercambiamos opiniones sobre música. Me encantó tener alguien con quien hablar de Radiohead y que me escuchara con genuino interés; aunque me haya confesado que era una banda que conocía poco. Me tomé la libertad de recomendarle que escuchara completo el disco “Ok Computer”, el cual era mi favorito. Prometió que lo haría.
Él prefería el jazz. Me nombró varios músicos, como John Coltrane o Miles Davis y me recomendó que escuchara Kind of Blue, de éste último. Le prometí que lo haría.
Lo que más me sorprendió fue que me contara que adoraba tocar el saxo; pero como no lo había traído, no pudo darme una muestra. Me prometió que si volvíamos a vernos, tocaría algo para mí.
―¿Querés irte a tu casa? ―me preguntó al ver que yo miraba el reloj.
―No, sólo estoy sorprendida por todo el tiempo que pasó.
―El tiempo se pasa volando cuando se tiene buena compañía.
―Y cuando se tiene algo rico para tomar.
Lo admito, estaba un poquitín empinada, ya que luego de terminar con el vino había reanudado con el bourbon. Estuve todo el tiempo con las piernas abiertas, y al sentir el roce de la tela del vestido directamente sobre mi vagina, había comenzado a excitarme. La sensación de estar prácticamente desnuda y las constantes miradas de Dani a mi entrepierna, habían ayudado a que se me levantara la temperatura genital.
―Antes de irme te voy a devolver los ojo ―le dije―; porque los tengo clavados acá ―señalé hacia mi vagina. Él sonrió.
―¿Te molesta que te mire?
―No. De hecho siempre encontré interesante que la gente me vea… desnuda.
―Y yo siempre encontré interesante mirar chicas hermosas desnudas. ¿No hacemos la pareja perfecta?
―No exageres.
―Lo digo honestamente. A mí me gusta mirar. ¿Por qué te creés que voy a ese Club? Hace un tiempo descubrí que me da un enorme placer ver a otras personas teniendo sexo; especialmente mujeres… con mujeres.
―¿Por eso te calentaste tanto al verme con Catalina? ―asintió.
―Sí. Disfruto más mirando que actuando.
―No te creo.
―Es la verdad.
―¿Me vas a decir que disfrutarías más viéndome desnuda que teniendo sexo conmigo?
―Depende de lo que hicieras mientras estás desnuda.
―Masturbarme, por ejemplo.
―Entonces sí. Lo disfrutaría más.
Clavé una mirada desafiante en él. Toda la habitación se tambaleó un poquito. Sonreí de forma libidinosa y comencé a apartar lentamente la tela azul petróleo que cubría mi intimidad. Los ojos de Dani se iluminaron, parecía un niño en una dulcería.
Le mostré toda mi vagina, yo no podía verla pero sabía que estaba húmeda. Luego me la acaricié y confirmé mis sospechas. Me di cariño en el clítoris y abrí mis labios con los dedos.
―Si te dijera que podés mirar ―comencé diciendo―. ¿No harías ningún intento por tener sexo conmigo?
―Si sólo querés que mire, miraría, sin tocarte. Te lo juro.
Sus palabras me impactaron. Toda la confianza perdida en los hombres de pronto comenzaba a restituirse. Él parecía estar siendo totalmente honesto conmigo. No quería que me toque; pero estaba cachonda y no me molestaba que me viera. De pronto recordé que habían pasado muchos días desde la última vez que me masturbé; pero fue porque no tenía ánimos para hacerlo. Sin embargo Dani había logrado relajarme tanto, que mis deseos sexuales habían vuelto. Aunque éstos no estuvieran dirigidos hacia un hombre.
―Me calienta que mires ―le aseguré, mientras comenzaba a masturbarme lentamente con mi mano izquierda, aún sosteniendo la copa de bourbon con la derecha.
―Me calienta que me dejes mirar ―cruzó sus piernas; imaginé que de esa forma ocultaría alguna posible erección.
―Sólo mirar, eh. Si te acercás, me voy a la mierda.
―Comprendido.
Mis dedos conocían perfectamente los puntos de mayor placer en mi sexo. Comencé a recorrerlos lentamente, al ritmo de un saxofón que sonaba de fondo. Cerré los ojos y dejé que la música me envolviera, mientras gozaba. Nunca en mi vida me había masturbado escuchando jazz, pero debía admitir que era un estilo musical mágico, cargado de sensualidad y giros inesperados.
La melodía producida por el saxo parecía ondular en el aire. Cuando éste llegaba a las notas más altas, yo me tocaba con mayor intensidad, y al bajar, yo reducía el movimiento de mis dedos.
―Qué linda música ―dije casi en un susurro.
―Ese es el genio de Miles Davis, el que tanto te recomendé. Ahora estamos escuchando un tema que se llama Flamenco Sketches, uno de mis favoritos. Es curioso que hayas empezado a tocarte ahora… con esta canción conocí a Miles Davis. Ahora también la voy a asociar con tu… masturbación. Definitivamente se va a convertir en mi tema favorito.
Su voz era casi tan melodiosa e hipnótica como el mismo saxo de Davis. Yo también podía regalarle dulces sonidos, para que me recordara. Comencé a gemir; pero no de forma intensa, sino sensual, pausada, ocupando los vacíos que dejaba el saxofón. Introduje un dedo en mi vagina, el cual me brindó un gran placer. Subí mis piernas a los apoyabrazos del sillón, quedando más abierta. Fue una suerte haber recortado mi vello púbico recientemente, ya que no me agrada que me vean desalineada allí abajo.
El flujo vaginal estaba poniendo mis dedos pegajosos, por lo que aproveché para lamerlos y devolverlos a mi vagina cubiertos de saliva.
―Lucrecia, ¿puedo proponerte algo?
―Te dije que no voy a tener sexo con vos.
―No quiero que tengas sexo conmigo.
―¿Entonces?
―Con otra persona.
Abrí los ojos y lo miré fijamente. Él no sonreía, parecía estar hablando en serio.
―¿Estás loco?
―Es una mujer.
―¿Qué mujer? No me vayas a salir con que Catalina volvió y querés verme otra vez teniendo sexo con ella.
―No, no es Catalina. Es una mujer a la que no conocés.
―¿Amiga tuya?
―No exactamente.
―¿Una prostituta?
―Más o menos.
―No me voy a acostar con una prostituta.
―No es cualquier clase de prostituta. Es de alto nivel. No se acuesta con cualquiera, y la mayoría de las veces es contratada como “dama de compañía”. Muchas veces ni siquiera llega a tener sexo con sus clientes.
―La idea no me agrada demasiado.
―¿Por qué no esperás a verla? Sé que ella está en el bar del hotel, puede subir acá de inmediato.
―¿Y por qué estás tan seguro de que está en el bar?
―Porque yo le pedí que viniera. Son más de las tres, debe llevar un poco más de media hora esperando.
―Por lo visto lo tenías muy bien planeado, desde el principio ―le dije con el ceño fruncido.
―Sí, lo admito. Pero la decisión es enteramente tuya. Yo le digo que suba, y vos decidís qué hacer. Si decís que no, nadie se va a oponer.
Su cara parecía la de un cachorrito mojado, deambulando en la lluvia. Me daba mucha pena decirle que no, después de lo amable que había sido conmigo toda la noche.
―Que suba; pero no te prometo nada. Es más, hacete la idea de que no va a pasar nada.
―Está bien. Me hago esa idea.
Tomó su teléfono celular y escribió un mensaje de texto. Casi al instante recibió una respuesta. Me puse de pie y comencé a caminar por la habitación, dando sorbos a mi bebida, pensando si estaba haciendo bien al comportarme de esta manera; pero la idea de irme a dormir sola a mi casa, no me agradaba nada. Temía a que me invadiera el miedo y no pudiera conciliar el sueño. No quería molestar a Tatiana tan tarde, ella debía descansar porque a la mañana siguiente trabajaba.
Tal y como lo había prometido, la chica subió de inmediato. En pocos minutos la vi entrar en la habitación. Me quedé anonadada al verla. Era una muchacha de piel tan pálida como la de Lara y con las tetas tan grandes como las de Tatiana. Estaba perfectamente enfundada en un vestido rojo, que cubría sus piernas por completo, pero le dejaba un maravilloso escote. Su cabello era negro, estaba peinado con amplias ondas y se sacudía con cada paso que ella daba. Sus tetas hacían lo mismo.
Tenía la cintura más estrecha que había visto en mi vida, y me bastó verla de perfil, cuando saludó a Dani, para darme cuenta de que su culo era inmenso. A pedido de nuestro anfitrión, ella dio un giro completo. Era preciosa. Se acercó a saludarme, con una radiante sonrisa. Sus labios estaban pintados del mismo rojo intenso que su vestido. Sus facciones eran hermosas, sus ojos eran grandes y muy expresivos; sus mejillas resaltaban mucho, daban ganas de morderlas.
―Yo soy Romina ―me dio un beso en la mejilla―. Vos debés ser Lucrecia.
―Sí ―contesté de forma monótona; estaba embobada con tanta belleza. Tomé un largo sorbo de bourbon.
―Pueden tomar asiento ―dijo Dani.
Encaminé hacia uno de los sillones individuales y me senté en él. Para mi sorpresa la chica de vestido rojo se sentó sobre mí, rodeó mi cuello con uno de sus brazos y dejó sus grandes tetas a pocos centímetros de mi cara.
―Veo que te pusiste cómoda ―le dije irónicamente.
Ella se limitó a sonreírme de forma muy natural. No sabía si sentarse sobre había sido espontáneo o si Dani se lo había sugerido en el momento en que la contrató.
Como buen anfitrión, Dani le preguntó a la recién llegada si deseaba tomar algo. Ella dijo que quería lo mismo que yo. Poco después ambas tomábamos bourbon. Me sentí muy acalorada, en parte por la excitación que tenía, por el calor corporal de Romina y por el alcohol en mis venas. La sensación era tan agradable que todos mis problemas parecieron lejanos.
Tomé otro trago y dejé mi copa en el piso. Con mi brazo izquierdo rodeé la cintura de la chica y con mi otra mano comencé a acariciarle el pecho, tocando suavemente la parte de sus senos que quedaba fuera del vestido. Ella no opuso resistencia.
No la conocía y sólo sentía por ella un atractivo sexual fugaz y superficial; pero nada de eso me importaba. Me atemoricé por un segundo, al estar accediendo con ella demasiado deprisa; pero luego pensé que ella era una mujer contratada para esto y que luego no tendría que verla nunca más. No podía lastimarme. Sería sólo un único intercambio sexual y cada una seguiría con su vida.
Dani, en cambio, me preocupaba un poco más; él se había mostrado muy cordial conmigo, pero no sabía cuánto pretendía él involucrarse en mi vida.
―Dani, si te dijera que hoy es la última vez que nos vamos a ver ¿aceptarías? ―le pregunté.
―Si eso es lo que querés, sí.
―¿No volverías a intentar comunicarte conmigo? ¿No volverías a insistirme? ―mis dedos se fueron introduciendo poco a poco en el escote de Romina.
―No. Si esta es la última vez que vamos a vernos, entonces que así sea. Es tu decisión Lucrecia.
―Te tomo la palabra. Esta va a ser la última vez que nos veamos. Fuiste muy amable conmigo, no lo tomes como algo personal; pero no me siento preparada para dejar entrar a otra persona a mi vida. Mucho menos un hombre.
―Comprendo perfectamente ―se sentó frente a nosotras―. Que así sea.
―No estás enojado.
―Para nada. Es tu decisión, no puedo forzarte a cambiarla. Sólo puedo agradecerte que hayas aceptado mi invitación y me hayas regalado una velada maravillosa.
―Una que aún no termina ―le dije con una sonrisa al mismo tiempo que liberaba las tetas de la chica sentada en mi falda.
Eran pechos blancos y turgentes, con pezones de un marrón pálido, y grandes areolas. Apreté con los dedos el que tenía más cerca de mí y comencé a chupar ese tierno botoncito. Estaba caliente y la situación me recordaba a las veces que tuve sexo con gente que conocí en Afrodita. Sexo sin compromiso. Ni siquiera recordaba el nombre de esas mujeres; pero no importaba, seguramente ellas no recordarían el mío. Así como tampoco Romina se acordaría de mí en unos meses. Había pasado muchos días lejos del sexo y ya lo extrañaba.
Con mi mano derecha acaricié sus piernas, y sin dejar de chuparle la teta, fui metiéndome debajo de su vestido. Descubrí que ella tampoco llevaba ropa interior y que estaba perfectamente depilada. Busqué su clítoris y lo acaricié con la yema de un dedo. Ella emitió un suave y sensual. No sabía si esta fingiendo, para causar mayor impresión; pero había sonado muy natural y me gustó.
Poco a poco fue humedeciéndose, tal y como yo lo estaba.  Puse la yema de mi dedo en la entrada de su vagina, pero no lo introduje. Jugué allí, recorriendo las delimitaciones de su orificio, que emanaba flujos. La besé en la boca, no por una cuestión romántica, sino porque extrañaba ese contacto tan íntimo con otro ser humanos, necesitaba sentirme querida, aunque fuera de mentira.
De reojo vigilaba a Dani, no quería que él se nos acercara; pero tal y como había prometido, mantuvo la distancia. Nos miró plácidamente desde su sillón.
En mi boca se ahogó un gemido de placer producido por el ingreso de mi dedo en esa cuevita femenina. Noté que podría introducir un segundo dedo fácilmente, y así lo hice. Cuando nuestro beso se rompió, sonreí y apoyé la cabeza sobre su hombro. Me sentía bien. Una vez más estaba usando el sexo como refugio, pero no me importaba.
―Gracias, Dani ―le dije sinceramente―. No sé si sos buena o mala persona, apenas te conozco; pero todo lo que hiciste por mí me hizo sentir muy bien. No me refiero sólo al pago de la fianza, sino también a todo esto. El vestido, el bourbon, la cena… y Romina. Gracias por todo, lo necesitaba.
―No tenés nada que agradecer ―dijo él con una amplia sonrisa―. No hago todo esto para obtener recompensas, lo hago porque vos me agradás mucho; a pesar de que prácticamente no te conozco.
Allí fue cuando caí en la cuenta de que él también tomaba un riesgo conmigo, yo podía ser una aprovechadora en busca de su fortuna.
Como muestra de confianza y agradecimiento, decidí brindarle un espectáculo que recordara toda su vida. Me puse de pie y Romina tuvo que hacer lo mismo. Luego le indiqué que se sentara en el sillón, con las piernas bien abiertas. Ella lo hizo, enseñándome su rica almejita sonrosada y completamente lampiña. Me puse de rodillas, inclinando mi cuerpo hacia adelante y levantando mi cola. Corrí mi vestido y dejé que Dani se deleitara viéndome toda la retaguardia. Una vez en posición, me lancé a chupar esa tierna y carnosa vagina.
Al principio lo hice con calma, usando sólo la punta de mi lengua, recorriendo los arrugados labios vaginales y buscando constantemente su clítoris. Pasé una mano debajo de mi cuerpo y comencé a masturbarme. Lamí el culo de Romina, y ella soltó un agradable suspiro. Esto me incentivó a meterle un dedito. Sólo tuve que forcejear un ratito hasta que comenzó a entrar.
―Mmmm, me alegra saber que va a haber un poquito de acción ahí atrás ―dijo ella acariciando mi pelo.
―Conmigo, no hay culo que se salve ―dije, metiéndole más hondo el dedo.
Luego retomé las lamidas por todo su sexo, disfrutando de cada milímetro. Me sentía dentro de una extraña zona de confort, imaginé que eso se debía a la calentura que tenía y a todo el bourbon que me había tomado. Me esforcé por coordinar todos mis movimientos durante bastante tiempo, resultaba un poco difícil mover las dos manos de forma diferente, al mismo tiempo que chupaba una vagina; pero creo que lo hice bastante bien, porque Romina comenzó a menear su cadera mientras se sobaba las tetas.
―Si desean, pueden ponerse más cómodas ―dijo Dani.
Al voltearme vi que señalaba hacia la gran cama que estaba a unos tres metros de nosotras.
―Gracias, mis rodillas te lo agradecen. Ah, pero te aclaro una cosita… si vos pretendés que yo replique lo que ocurrió con Catalina aquella noche, lamento decirte que no se va a poder. Eso fue algo espontáneo, que me salió en el momento…
―Eso lo sé. Por esa razón me gustó tanto, porque fue natural y espontáneo. No pretendo que repliques lo que pasó con ella, sólo quiero que te sientas libre de hacer lo que quieras. Sé vos misma.
―Perfecto, porque eso mismo es lo que pretendía hacer.
Cuando llegamos a la cama, antes de subirnos a ella, me despojé de mi vestido y mis zapatos. Era todo lo que necesitaba para estar completamente desnuda. Luego hice lo mismo con Romina. Juntas caímos a la cama y yo me apoderé de una de sus turgentes tetas. Comencé a chuparla con la misma calma y sensualidad que lo había hecho con su sexo. Por fin ella decidió actuar y no dejarme todo el trabajo a mí. Una de sus manos buscó mi entrepierna y pude gozar de sus habilidosos dedos haciéndome cosquillas por el clítoris. La chica era muy buena en su trabajo, no sólo por la forma en que me tocaba, sino también en cómo se movía, cómo me miraba, cómo respiraba. Todo en ella irradiaba sensualidad, pero una sensualidad delicada, muy lejos de la vulgaridad. Dani tenía razón, esta chica no era una prostituta corriente.
Esta vez fue su turno de lamer los rincones más íntimos de mi cuerpo. Descendió lentamente, deteniéndose en mis pechos tan solo unos pocos segundos, luego su boca se apoderó de mi sexo y me hizo disfrutar como pocas veces lo había hecho antes. Esta chica era excepcionalmente buena. Afectivamente no sentía nada por ella, ya que no la conocía; pero físicamente lo único que me provocaba era satisfacción. Ella chupó mi clítoris midiendo muy bien el ritmo, cada vez que yo arqueaba mi cuerpo, ella succionaba con más fuerza, sólo por unos instantes; luego reducía la intensidad, dejando que yo me recuperara de la fuerte descarga de placer. Pero en poco tiempo, ya otra me estaba invadiendo. Me aferré a las sábanas y meneé todo mi cuerpo al ritmo de su lengua.
Al abrir los ojos me asusté al ver a Dani de pie a mi lado, por un momento creí que él intentaría tocarme, por lo que me eché para atrás inmediatamente. Romina me quedó mirando, confundida.
  ―Perdón, no pretendía asustarte ―dijo Dani, con su afable sonrisa―. Sólo venía a traer esto ―colocó sobre la cama un strap-on negro―. No están obligadas a usarlo, es una simple sugerencia, por si quieren llevar las cosas a otro nivel. Las dejo solas, me voy a sentar a mirarlas desde allá ―señaló un sillón, que yo no había notado antes, éste estaba a escasos metros de los pies de la cama.
―Suena interesante ―dije con una sonrisa, serenándome luego del susto―. ¿Te gustaría? ―le pregunté a Romina, sujetando el strap-on.
―Me encantaría.
Ella misma me ayudó a colocármelo, luego lo lamió durante unos segundos, como si fuera un pene real.
―En la mesita de luz les dejé lubricante ―dijo Dani desde su sillón.
Romina lo tomó y lubricó bien el pene de plástico, luego me puso un poco en los dedos y se colocó en cuatro, sobre la cama.
―¿Por dónde? ―le pregunté, tomando posición.
―Por donde vos prefieras.
Primero pensé en penetrarla por la vagina, para hacer una especie de “precalentamiento”; pero consideré que ya habíamos tenido suficiente juego previo y me moría de ganas por ver ese hermoso culo dilatándose, por lo que le lubriqué ese agujerito.
Fui suave con ella, pero su dilatación fue rápida, imaginé que ya tenía mucha experiencia por detrás. Pude introducir casi todo el pene con relativa facilidad, me puso a mil verlo entrar. Todo esto lo hice desde un ángulo en el que Dani también pudiera ver la penetración. Él parecía estar muy feliz con el espectáculo, pero se me hacía raro que no se masturbara siquiera.
―Si querés tocarte, a mí no me molesta ―le aseguré―. Siempre y cuando te mantengas sentado ahí.
―Por ahora estoy bien, pero aprecio tu consideración. Posiblemente lo haga después.
Aferrándome con fuerza a su cadera, comencé a acelerar el ritmo con el que penetraba a Romina, y ella dejó salir sus más eróticos gemidos. Me encantaba verla menear ese gran culo, mientras yo la cogía. Me sorprendió que ella comenzara a masturbarse, no sabía si lo hacía para hacerme sentir mejor o porque realmente lo estaba disfrutando; pero preferí imaginar que era por lo segundo.
Saqué el pene plástico por completo, sólo para ver cómo se volvía a introducir, dilatando ese hermoso agujerito. Repetí esta acción muchas veces, y en todas ellas Romina suspiró de placer, pidiéndome más. Luego retomé el ritmo rápido, prácticamente montándome sobre ella, ya que cada vez deparaba más sus piernas, quedando su cuerpo debajo del mío.
Llegué a quedar con mis tetas contra su espalda, y la abracé aferrándome a las suyas. Pellizqué sus pezones, sin dejar de menear la cadera. Ella también colaboraba mucho con sus movimientos.
Giramos en la cama y ella se sentó sobre mí… mejor dicho, quedó sentada sobre ese pene de plástico. Dándome la espalda comenzó a montarlo. Me puse a mil al ver ese culo meneándose y comiéndose todo ese pene negro. La chica se movía como toda una profesional… bueno, tal vez sea porque realmente era una profesional. Debido a su belleza y a su talento, no debía ser nada fácil contratarla. Me sentí privilegiada por poder disfrutar de ese bello cuerpo.
Cuando ella se apartó, desprendimos el strap-on. Abrí las piernas, estaba muy mojada, le dije que esta vez necesitaba un poco de su atención. Volvió a comerse mi vagina, pero esta vez lo hizo de forma más pasional, arrancándome gemidos de placer. Usó toda su boca para engullir mi sexo y dio fuertes chupones a mi clítoris. Su lengua hizo maravillas dentro de mi agujerito. Le pedí que se acercara, estaba muy caliente, necesitaba volver a chupársela.
Quedamos haciendo un sesenta y nueve. Uno muy apasionado. Me prendí a su vagina con la misma voracidad que ella a la mía. Meneó su cadera, acariciando todo mi rostro con sus húmedos labios, mientras yo aguardaba a que llegaran a mi boca, con la lengua fuera. Al parecer se dio cuenta de que esto me agradaba mucho, porque dejó de chuparme la rajita y se sentó en mi cara, ofreciéndome completamente la suya… y su culito, el que también se llevó muchas de mi más intensas lamidas.
Con las piernas bien abiertas, comencé a masturbarme. Ella inició una serie de cortos saltitos contra mi casa, saqué la lengua y se la metí, primero en la vagina y luego en el culo. Estaba demasiado excitada, pero seguía pensando en Dani. Todo el tiempo tuve la sensación de que Romina era una extensión de él, como si me hubiera brindado una opción femenina para hacer todo lo que quisiera con él. Descubrí que no era el cuerpo de Romina lo que me calentaba, sino que ella fuera un obsequio de Dani.
Quise dejar de lado mis prejuicios hacia los hombres. Esa no era la forma en la que quería vivir. No quería desconfiar de cada hombre que se cruzara en mi vida, sólo porque alguna vez me topé con una mierda de hombre. Quería creer que no todos eran así. También quería creer que no todas las personas eran con Evangelina. No podía vivir en un mundo donde tuviera que desconfiar de todos, aunque eso me lastimara.
―Vení ―le dije a Dani―. Podés chupármela.
―¿Estás segura?
―Sí; pero solamente eso. Sin ningún tipo de penetración.
―Comprendido.
Volví a perderme entre las nalgas de Romina, prefería no verlo, tal y como lo había hecho con Edith y Rodrigo. Tener los ojos centrados en una mujer, para poder permitir a un hombre acercarse.
Dani demostró ser muy cuidadoso y amable con mi sexo. Me lamió lentamente, como si quisiera disfrutarlo todo al máximo. Mientras él me la chupaba sentí que estaba haciendo lo correcto, esa era mi forma de devolverle todos los favores. Como ya le había dicho antes, no sabía si era buena o mala persona, pero sus acciones hablaban más que las palabras. Además siempre cabía la posibilidad de no volver a verlo. No pretendía llegar más lejos que eso, y no lo hice.
Admito que en más de un momento sentí ganas de pedirle que me penetrara, pero me aguanté. No quería llegar tan lejos. No quisiera hacer nada de lo que después pudiera arrepentirme, y su forma de lamerme la vagina era tan buena, que sabía que no me iba a arrepentir de eso.
Entre lenguas, clítoris, labios y flujos sexuales, llegué al orgasmo. Fue muy intenso. No puedo asegurar si se trató de uno muy largo o de varios consecutivos, pero todo mi cuerpo se electrificó y me sacudí violentamente durante un buen rato, sin que Dani dejara de chupármela, y sin dejar de comerme la vagina de Romina.
Respetuosamente, él regresó a su sillón. Con una sonrisa le agradecí por atenerse a lo pactado y no intentar llegar más lejos. Él había respetado mi cuerpo y mi decisión. En ningún momento de la noche me obligó a nada, todo fueron sugerencias, las cuales yo acepté por decisión propia. Sin embargo había una cosa que él nunca sugirió, que yo quería llevar a cabo.
Ayudé a Romina a colocarse el strap-on, y luego me puse en cuatro, de espaldas a Dani.
―Prefiero verte la cara en ese momento ―dijo él.
―¿Si? Creí que lo más interesante sería verlo entrar.
―Seguramente es muy interesante, pero a mí me atrae mucho más la idea de ver qué expresión aparecerá en tu cara cuando eso pase.
―Está bien.
Me di la vuelta y Romina se colocó detrás de mí. Puso un poco de lubricante en mi cola y luego comenzó la tarea de dilatarla, usando siempre el consolador. Cerré los ojos y disfruté. Cuando sentí entrar el primer segmento, me estremecí de gusto. Hacía rato que no me metía nada por detrás, y ya lo estaba extrañando.
Romina comenzó a cogerme de forma suave, pero poco a poco fue intensificando el ritmo. Lo hacía porque yo le pedía que me lo metiera más fuerte. Llegó un momento en que su movimiento se hizo tan fuerte y constante que yo no podía hacer más que gemir y balbucear incoherencias. Me estaba rompiendo el culo de una manera espectacular. Su cadera era una máquina que parecía no poder detenerse jamás. No pude sostenerme más con mis manos, y dejé caer mi cara contra el colchón. Ella apoyó sus manos contra mis nalgas y me montó. Pude sentir el dildo entrando de forma diferente, lo cual fue muy placentero. Además con esta posición también cambió la forma de su movimiento.
Poco tiempo después sufrí otro rico orgasmo, sin siquiera tocarme la vagina. No lo necesité, el placer anal que estaba recibiendo era inmenso.
Nos quedamos las dos, acostadas en la cama, recuperando nuestro aliento. Ella también parecía agotada por tanto esfuerzo. Me abrazó por detrás y me dijo un suave “Gracias” al oído. Quería decirle que la agradecida debía ser yo, pero no podía ni hablar. Sólo cerré los ojos y me dejé llevar por la magnífica calma que existe después del sexo.
No sé cuánto tiempo estuvimos así; pero cuando abrí los ojos vi que Dani ya no estaba sentado en su sillón. Lo busqué por toda la habitación y lo vi parado, cerca del ventanal que daba al balcón, con una copa de bourbon en la mano.
Me levanté y sin vestirme me acerqué a él, llevándome también mi copa. Le di un beso en la mejilla, haciéndolo sobresaltar.
―No te asustes, que no muerdo… mucho.
―No me asusté. Pero no me esperaba eso.
―Te lo merecés, por haber sido tan bueno conmigo. Pero ojo, esto no significa que confíe ciegamente en vos. Sólo digo que, hasta ahora, venís haciendo todo bien. La pasé muy lindo, y Romina es magnífica ―sonreí mirando a la chica que se vestía en la cama, ella me devolvió la sonrisa.
―Me alegra mucho saberlo. Sos una mujer encantadora, Lucrecia ―me miró con su dulce sonrisa―. Por cierto, hay otra cosa que tengo que contarte.
―No me gustan los discursos que comienzan de esa forma. Tengo la impresión de que no me va a gustar.
―Si te gusta o no, dependerá de cómo lo mires. Sólo te pido que me escuches.
―Está bien, contame.
―Voy a invertir en Afrodita y Pandora. Estuve hablando con Rodrigo Pilaressi y llegamos a un buen acuerdo.
―¿Eso es otro de los “favores” que querés hacerme?
―No. Eso son negocios, pero como te involucran, tengo que contarte. Quiero que entiendas que yo sé diferenciar muy bien el negocio del placer. Nunca invertiría en un proyecto que perjudicara mi economía, ni siquiera lo haría por vos.
―Qué sincero.
―Sí, cuando se trata de negocios, debo sincerarme mucho. Decidí invertir en este proyecto porque le veo mucho futuro. Vos y Rodrigo están haciendo las cosas muy bien, a pesar de ser tan… “amateur”.
―Más sinceridad. Gracias ―esta vez sonreí, ya me lo tomaba con humor.
―Además las discotecas no quedan muy lejos de este hotel. No sé si te habrás dado cuenta, pero Afrodita está allá ―señaló hacia la ventana. A pocas manzanas se veía el cartel con luces rosadas, tan distintivo de la discoteca.
―No sabía que estuviéramos tan cerca… como me trajeron en auto, no presté mucha atención al trayecto.
―Está cerca. Ese fue el primer motivo que me llevó a invertir. Si voy a tener una discoteca cerca de mi hotel, quiero que esta sea buena, no algo que viva al borde de la quiebra. Con mi inversión las dos discotecas van a ser bastante más grandes de lo que ustedes imaginaban. Hablé con Rodrigo y el arquitecto a cargo de la obra. Adquirí dos propiedades que rodean las discotecas, y van a pasar a formar parte del complejo. Por un momento pensé en que destruyeran las habitaciones que se alquilan en Afrodita, y que la gente viniera a este hotel; pero luego pensé que muchas de esas personas tal vez estarían algo tomadas, y no queda bien que estén entrando borrachos a un hotel de esta categoría. Así que vamos a hacer más habitaciones.
―Suena muy interesante. ¿Pensaste en algún tipo de descuento para los que se hospedan en este hotel?
―Sí. Pero por eso mismo las discotecas deberán tener una zona VIP. Eso va a ser parte de la construcción que se va a hacer en el futuro. Rodrigo no quiere que la gente “normal” deje de concurrir, y yo no soy clasista; pero la gente que viene a este hotel, a veces lo es. Por eso tengo que brindarles una opción diferente.
―Y más cara.
―Por supuesto. Mucho más cara.
―Eso significa más dinero para Afrodita y Pandora ―sonreí.
―Exactamente.
―Me alegra mucho saber que decidiste invertir, me quitás un enorme peso de encima. Hice todo lo posible para conseguir inversionistas, y es algo realmente difícil. Especialmente si hay que tratar con personas como Catalina.
―Siempre le dije a Catalina que su mayor defecto era ser demasiado pasional con los negocios. Cuando decidí venir a verte, no tenía idea de que existieran esas discotecas o que estuvieran cerca de mi hotel. Todo eso me lo enteré por boca de Calina, mientras viajábamos. No tenía pensado hacer ningún tipo de inversión, yo sólo quería tener esta noche con vos. Pero como pasé varios días acá, esperando a que te liberen de la cárcel, me puse a hacer algunas averiguaciones y planificaciones. Me di cuenta de que sería bastante estúpido de mi parte no invertir en una oportunidad como ésta. Pero tampoco te quites el mérito, Lucrecia. Si vos no hubieras sido tan… cautivante, yo jamás hubiera venido hasta acá. Jamás hubiera visto las discotecas y jamás hubiera hablado con Rodrigo.
―Estoy feliz ―le dije, abrazándolo. Estaba al borde de las lágrimas―. Era hora de que las cosas empezaran a marchar un poquito mejor.
Con eso dimos concluída la noche. Me vestí y volví a agradacerle por todo. Sabía que nos veríamos otra vez, porque ahora él y Rodrigo serían socios; pero no me importaba. Es más, me agradaba poder verlo teniendo a Rodrigo cerca, él solía ser muy perceptivo con la gente y me cuidaría. Me hacía sentir segura.

Esa noche pude dormir bien. Mi cuerpo lo agradeció enormemente. Tal vez se debía al agotamiento o a la alegría que me produjo saber que las dificultades económicas de Afrodita estaban resueltas de una vez por todas.

*****

Me reincorporé al trabajo y tuve varios días de mucha actividad. Mi vida laboral estaba yendo cuesta arriba. No vi a Dani, pero me agradó volver a compartir tiempo con Rodrigo y con Miguel. Incluso Edith se dejaba ver por el lugar de vez en cuando. Su pancita estaba comenzando a crecer y la chica ingenua daba cada vez más señales de ser una madre en potencia. Hasta logró que Rodrigo se lo tomara con mayor calma. Ella aseguraba que no pretendía que él cumpliera el rol de padre todos los días, ya que ella no estaba sola, tenía a su mamá y a su amiga Lucrecia, quien había prometido cambiar muchos pañales. No recordaba cuándo había prometido eso. Lo único que ella pretendía era que quisiera mucho a su hijo y que pasara tiempo con él, y que, por supuesto, no dejara que le faltara nada. Rodrigo aseguró que eso mismo haría, y Miguel prometió que se encargaría, personalmente, de que Rodrigo cumpliera su palabra.
Poco después Edith y Rodrigo emocionaron a Miguel con la noticia de que él sería el padrino del bebé. Nunca vi a un hombre tan musculoso llorar tanto.
Todo parecía estar perfecto pero, lamentablemente, mis problemas para dormir regresaron, haciéndose cada vez más intensos y afectando mi rendimiento laboral.

*****

Una noche más sin poder dormir, y cada vez me sentía peor; porque me bastaba con apoyar la cabeza en la almohada para comenzar a atemorizarme por lo que iba a venir. Parte de mi cuerpo me pedía estar en alerta, ante un potencial peligro que no existía; y la otra parte me pedía que descansara.
En un intento por agotarme, me puse a revisar mi teléfono celular. Había cargado todos mis contactos en él, y cada vez que miraba la lista me detenía en uno de los primeros nombres: Anabella. La tentación de enviarle un mensaje era enorme; pero le había prometido que le daría tiempo.
Mi maldito cerebro me llevó a recordar toda la charla que tuve con el chico que me desvirgó. Recordé lo estúpida que fui al creer, una vez más, en sus maliciosos engaños. También recordé el enojo de mi hermana, y agradecía a Dios por tenerla para defenderme. Ella había demostrado ser una de las personas más importantes de mi vida, contradiciendo totalmente la forma en que mis padres la veían; para ellos no era más que la víctima de una terrible enfermedad, y que no servía para nada. Me hubiera gustado gritarles en la cara todo lo que Abigail había hecho por mí, para que aprendieran a valorarla como persona.
Súbitamente vino a mi memoria una frase: «Pelotuda histriónica». Eso mismo me había dicho Abi cuando se enojó conmigo. Me causó un poco de gracia, pero en realidad no entendía por qué me había llamado de esa manera. Tampoco debía darle demasiada importancia, por desgracia mi hermana tenía largos episodios en los que hablaba puras incoherencias; pero me llamaba un poco la atención, porque en ese momento no estaba siendo incoherente.
Sólo por curiosidad, y aprovechando mi nuevo smartphone, busqué la palabra “histriónica” en Google. Un resultado me mostraba: “definición de histriónico”, estuve a punto de entrar al link; pero me percaté de que esa no era la primera opción que el buscador me brindaba. Arriba decía: “Trastorno histriónico de la personalidad”, era un artículo de Wikipedia. Impulsada por mi curiosidad de Pandora, apreté en el link. Fue un grave error.
Empecé a leer cosas como «...caracterizado por un patrón de excesiva búsqueda de atención...»; «... comportamiento seductor inapropiado…»; «excesiva necesidad de aprobación». Esto comenzó a asustarme; pero lo peor llegó cuando bajé, y me encontré con una lista que describía otras características de ese trastorno, en la cual se incluían cosas como: «La interacción con los demás suele estar caracterizada por un comportamiento sexualmente seductor o provocador»; «Muestra una expresión emocional superficial y rápidamente cambiante»; «Es sugestionable, fácilmente influenciable por los demás o por las circunstancias»; «Considera sus relaciones más íntimas de lo que son en realidad». Había otras, pero esas fueron las que más me impactaron. 
No pude soportarlo. Dejé el teléfono sobre la cama, escondí mi cara en la almohada, y comencé a llorar.
Las frases daban vueltas en mi cabeza y se repetían constantemente. No necesitaba que un psicólogo me lo explicara detalladamente. Lo comprendí al instante. Esa era yo… ese trastorno me estaba describiendo. No me sorprendería si de pronto mirase otra vez el artículo y de pronto dijera “Trastorno de Lucrecia”.
Si a ese trastorno le sumaba mi inmensa impulsividad, estaba jodida.
Mi hermana lo sabía. Abi lo sabía perfectamente. Ella pasó años concurriendo a psiquiatras, seguramente les habría hablado de mí en alguna ocasión y ellos la habrían ayudado a deducir que yo padecía de algo llamado “Trastorno histriónico de la personalidad”. Por eso yo era una pelotuda histriónica para ella. Tal vez lo supo por mucho tiempo; pero nunca se animó a decírmelo, hasta ver que yo, como una completa pelotuda, volvía a confiar en ese hijo de puta.
 «Es sugestionable, fácilmente influenciable por los demás…», recordé.
«Excesiva búsqueda de atención».
«No sos el centro del mundo, Lucrecia», las palabras de la monja resonaron en mi cabeza.
¿Ella también lo sabría? ¿Lo sospecharía, al menos?
Me sentí avergonzada de mí misma.
Toda mi forma de ser, no era más que un maldito trastorno de la personalidad.
¿Dónde estaba la verdadera Lucrecia?
¿Dónde terminaba yo y empezaba el trastorno?
¿Cuánto de mi había en él? ¿Cuánto de él había en mí?
Quería salir corriendo, lejos de mi propio cuerpo.
Recordé la letra de una canción: «Lo mejor de nuestra piel es que no nos deja huir». Maldita sea la ironía de Solari.
El nombre de la canción es “Espejismo”. Eso mismo soy yo, un simple espejismo. Una ilusión. Un engaño.
Anabella.
Extraño a Anabella. La necesito. La necesito más que nunca. Necesito a mi monjita.
La amo.
Te amo, Anabella.

En algún momento, con el llanto ahogado por la almohada, me quedé dormida. 

Continuará...

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Como puedes cautivarme tanto?
Escribes muy bien
Cada capítulo es genial
Felicitaciones
Anónimo ha dicho que…
Tuve que buscar la definición de "histriónica" en Google porque no me lo creía jajajaja Simplemente sorprendente!! Me alegró mucho ver un nuevo capítulo. Y qué ganas de que vuelva ya Anabella! Muchas gracias por escribir tan bien, sigue así!
Nokomi ha dicho que…
Lo de "histriónica" era algo que tenía reservado desde el comienzo de esta serie, pero debía llegar al momento justo para "explicarlo".
Anónimo ha dicho que…
Pues fue una decisión acertada. Solo faltaría saber si de verdad tiene ese trastorno y está tan loca como su hermana o si es solo una fase de rebeldía y auto-conocimiento.

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