Capítulo 25
Hipnótica Melodía.
Me encontraba
pelotudeando con mi nuevo teléfono, bajando aplicaciones y configurándolo de
acuerdo a mis gustos, cuando escuché el timbre. Me quedé petrificada, tenía
miedo de abrir la puerta y encontrarme otra vez con malas noticias; sin embargo
me armé de valor y atendí. Me encontré con un hombre corpulento y bajito que
vestía ropa de trabajo color marrón claro. Resultaba obvio que se trataba del
portero del edificio. Sostenía una gran caja entre sus manos y con una sonrisa
bonachona me dijo:
—Llegó esto
para usted, señorita.
—¿De parte de
quién? —pregunté confundida.
—Lo dejó un
muchacho bastante elegante y apuesto —me guiñó un ojo.
—Debió ser
Dani —dije pensando en voz alta. Recordé que me había prometido un regalito.
—Me dijo que
le dijera que no va a aceptar un “No” como respuesta.
—¡Qué tipo
más insistente! Se tendrá que quedar con el “No” porque...
—Señorita,
¿puedo ser un poco entrometido? —lo miré sin saber qué decirle—. Permítame
darle un pequeño consejo. Luego de todo el revuelo que tuvo —no hubo necesidad
de que me explique a qué se refería, los encargados del edificio estaban al
tanto de todo el problema que tuve con la policía. Sé que ellos se habían
tomado la molestia de explicar que ya estaba todo solucionado y que yo no era
ninguna delincuente—, le haría bien salir con un chico tan apuesto. Hoy en día
es muy raro ver que un hombre se tome la molestia de cortejar a una dama,
parece algo salido de las películas de los años ’50.
—Es que usted
no entiende, yo... —una vez más me encontré ante una incómoda situación en la
que tenía que explicar mi inclinación sexual utilizando etiquetas que poco me
definían como persona.
—Sé que usted
prefiere las mujeres —me dejó boquiabierta—, pero podría darle una oportunidad
a este muchacho, no lo conozco, pero parece buena persona. Además me pagó cien
dólares para que yo hiciera todo lo posible para convencerla... ¡Dólares!
¿Entiende? ¡Dólares!
—¿Cómo sabe
que prefiero las mujeres?
Miró sobre su
hombro y se mordió los labios.
—No puedo
decírselo acá, pueden escuchar —susurró.
—Pase —me
hice a un lado para dejarlo pasar y luego cerré la puerta—. Ahora cuénteme,
¿cómo sabe?
—Por su
vecina, esa chica vino a quejarse varias veces de usted. Dijo que era lesbiana
y que siempre estaba haciendo pasar mujeres a su departamento; además se quejó
del ruido —me puse roja de la vergüenza, todo eso era cierto—. Pero no se
preocupe, le dije que no es ningún crimen ser lesbiana y que no podemos hacer
nada al respecto. Lo que sí le recomiendo es que sea un poco más discreta... me
refiero a los ruidos, si es que eso es cierto...
—Puede que
sea cierto ―con el período que pasé en prisión aprendí que nunca tengo que
aceptar directamente la culpa de algo―. Le pido disculpas, y gracias por no
aceptar las quejas de mi querida vecina; a decir verdad ella es una chica bastante
molesta. A veces me da la impresión de que se queda del otro lado de la puerta
escuchando todo lo que ocurre aquí dentro.
—Tal vez eso
sea cierto, ella se quejó de los inquilinos anteriores en varias ocasiones...
—Lo que pasa
es que debe tener una vida muy aburrida, por eso se mete en la vida de los
demás —de pronto recordé otra cosa que el hombre me había dicho—. ¿Cómo es eso
de que Dani le pagó cien dólares?
—Así es
—volvió a sonreír, sus regordetas mejillas se hinchaban cada vez que lo hacía—.
Debe tener mucho dinero para dar propinas tan grandes, y en moneda extranjera.
Me dijo que confiaba en que yo la convencería de salir esta noche con él.
—Hagamos una
cosa, señor...
—Carlos.
—Carlos, un
gusto, mi nombre es Lucrecia —asintió con la cabeza, seguramente ya lo sabía—.
Puedo decirle a Dani que usted me insistió mucho y que se esforzó para
convencerme; pero de todas formas le voy a decir que no. No tengo ganas de
salir con alguien, menos con un hombre.
―Podría hacer
eso ―me aseguró el hombre―. Él no me va a quitar el dinero.
―No, ya se lo
pagó y le aseguro que le voy a decir a Dani que fue usted muy insistente.
―Entiendo.
Pero ¿sabe lo que pasa, señorita? ―me miró con su sonrisa bonachona―. Cuando yo
hago un trabajo, me gusta hacerlo bien. Por esa razón puedo trabajar en un
edificio de este nivel. El señor Dani me dijo que fue él quien pagó su fianza,
no sé que tanto lo conocerá; pero creo que le debe al menos una cena, para
agradecerle. ¿O acaso usted no cena con hombres?
―Hey, ¿me
está acusando de discriminar a los hombres?
―No la acuso
de nada, señorita. Usted misma puso esas palabras en su boca ―el tal Carlos era
un tipo de lo más simpático… y muy astuto―. Además usted ni siquiera abrió el
regalo que le mandó ―sacudió la cara―. No sé qué será, pero debe ser costoso.
―A diferencia
de ciertas personas, a mí no me compran con dinero.
―Touché.
―Si no le
importa, quisiera estar…
―La molesto
sólo un minutito más ―era más insistente que un Testigo de Jehová―. Yo creo que
usted tiene miedo ―sus palabras me tomaron por sorpresa―. Tiene esa inclinación
hacia las mujeres y creo que la da miedo que un hombre pueda conquistarla y…
llevársela a la cama.
―No he tenido
buenas experiencias con hombres ―dije recordando fugazmente ese horrible
momento de mi pasado.
―Pero, dígame
¿alguna vez estuvo con un hombre que se comporte como un verdadero caballero?
De pronto
recordé a Rodrigo, a pesar de que él era homosexual, seguía contando como
hombre. Había tenido relaciones sexuales con él, con Edith de por medio; pero
no tenía ni una sola queja hacia la forma en que me trató. Fuera del sexo él
también se ha comportado siempre como un caballero conmigo.
―Hace mal en
juzgar a todos los hombres por alguna mala experiencia ―agregó―. Además nadie
le asegura que deba intimar con esta persona, allí usted tiene todo el derecho
del mundo a decir que no. El señor Dani me pagó para convencerla de que vaya a
cenar con él, no para que se acostara con él.
―Está bien,
está bien. Le prometo que voy a ir a cenar con Dani.
―¿No me
estará mintiendo para que me vaya?
―No, voy a
ir. Usted mismo puede verme salir dentro de unas horas… aunque no sé a qué hora
me espera.
―A las diez
en punto tendrá un auto esperando por usted en la puerta del edificio.
―¿Es broma?
―No, son
instrucciones del señor Dani. Como le dije, es un caballero. Bueno, me retiro.
Mire que estaré abajo para corroborar que usted aceptó la invitación.
―Usted
debería ser vendedor de autos, Carlos ―me dedicó otra sonrisa y luego se
marchó.
Dentro de la
caja me encontré con un vestido color azul, el vestido más elegante que había
visto en mi vida. No soy una gran conocedora de diseños de moda, pero imaginaba
que éste era un vestido de diseñador. También encontré un par de zapatos con
taco aguja, color plata, haciendo juego con una pequeña cartera de mano.
Revolví un poco más y sólo encontré una pequeña notita que decía: «Sin ropa
interior».
Me di una
ducha con calma, ya que tenía tiempo de sobra. Tatiana llegó poco después y, mientras
me bañaba, la puse al tanto de todo. Ella quedó fascinada con el vestido y me
aseguró, sin que yo me lo midiera, que iba a dejar bastante piel al
descubierto. Ella me ayudó a peinarme y me sugirió que llevara el pelo recogido
en un rodete, con un bonito prendedor azul que ella me prestó. Dejó que dos de
mis mechones cayeran a los lados de mi cabeza y los rizó levemente, un sencillo
detalle que mejoró mucho mi apariencia.
Usé un
maquillaje más que discreto, apenas le puse sombra a mis ojos y el lápiz de
labios que usé era incoloro, sólo aportaba brillo. Según las propias palabras
de Tatiana, yo tenía unos bonitos labios que no necesitaban ser remarcados con
exageración.
Ella quiso
ponerse mimosa, mientras yo aguardaba desnuda a que llegaran las diez de la
noche, pero le dije que no quería ir excitada a esa cena, ya que podía ser
contraproducente. Ella me hizo prometer que si llegaba a haber sexo, le
contaría todo… de todas formas debía contarle todo, con o sin sexo de por
medio.
Unos pocos
minutos antes de las diez de la noche, me puse el vestido. Había esperado hasta
último momento para verme en él. Si por casualidad no me gustaba, no tendría
tiempo de arrepentirme y debería usarlo igual. Sin embargo me quedé maravillada
al probármelo. El escote era muy discreto y la tela lo suficientemente gruesa
como para que no se me notaran los pezones. Toda la tela, que seguramente era
algún tipo de seda, se ceñía de maravilla a mi cuerpo, parecía estar hecho a mi
medida.
―Se ve que
ese tal Dani te tiene bien estudiada ―me dijo Tati.
Lo discreto
se terminaba de la cintura para abajo, con cortes en los laterales. Había uno
en cada lado, y llegaban hasta mi cadera. Sorprendentemente estaba hecho con el
punto justo para que algo elegante no se convirtiera en vulgar. Mis piernas se
asomaban completas, dándome una sensación de desnudez. Mi pubis y mi cola
quedan cubiertos por la tela, pero ésta se meneaba con cada paso que daba. Era
el vestido ideal para atraer miradas, ya que sugería muchísimo, pero en
realidad no enseñaba nada. La parte baja del vestido me llegaba casi hasta las
rodillas, si no fuera por los cortes laterales, sería bastante discreto.
Los zapatos
contribuyeron mucho a mejorar mi apariencia, estilizando así mis largas
piernas. Recordé mentalmente la estatura de Dani, era un poco más bajo que yo.
Con los zapatos puestos lo haría parecer muy pequeño. No entendí por qué me
había mandado tacos aguja. Me sentía como una gigante… pero una gigante muy
sexy.
Admito que el
vestido me agradó; pero no lo usaría ni loca si fuera a una fiesta con otras
personas. Como imaginaba que la cena con Dani sería más bien íntima, y él ya me
había visto completamente desnuda, no me importó demasiado.
―Me gusta
cómo te queda ese color ―aseguró Tatiana―. Vos sos casi rubia, y sos un poquito
pálida. Te hace resaltar mucho la piel. Eso sí, como yo soy tan morocha, no
creo que me quedara así de bien.
―Tati, a vos
cualquier cosa con escote te queda bien, no importa de qué color sea ―le sonreí
mirando sus grandes pechos.
Tal y como
había prometido, Carlos estaba en la puerta del edificio. Sonrió al verme salir
del ascensor y me puse un poquito colorada por la forma en que miró mis
piernas.
―Está usted
muy hermosa, Lucrecia.
―Gracias,
Carlos.
―El auto del
señor Dani la está esperando.
Efectivamente,
allí estaba estacionado un lujoso auto negro. Supuse que era BMW. Me subí y el
chofer me indicó que llegaríamos a destino en menos de quince minutos.
Llegamos a un
lujoso hotel de la ciudad, uno que yo nunca había visto por dentro. Me quedé
maravillada, no tenía idea de que en mi propia ciudad existiera un lugar tan
bonito; aunque era un poquito ostentoso. Evidentemente a Dani le gustaba sacar
a relucir su capital. Cuando lo conocí en el Club de los Selectos imaginé que
tendría una buena posición económica; pero al ver este sitio quedé convencida
de que él poseía una verdadera fortuna.
Un empleado
del hotel me acompañó hasta el ascensor. Todas las miradas se posaron en mí; me
hubiera gustado tener más gracia para camina, pero yo con taco agujas debía
parecer un pato con zancos.
Subimos hasta
el piso catorce, y una vez allí el hombre me indicó cuál era la puerta que
debía golpear. Me resultó curioso que en ningún momento haya tenido que decirle
mi nombre; él parecía saber perfectamente quién era yo y por qué razón estaba
allí.
Bastó con
golpear una sola vez la puerta, para que Dani en persona me atendiera. Debía
admitir que el atractivo del muchacho era impactante. No era el mismo encanto
del cual gozaba Rodrigo, quien tenía toda la pinta de ser un dios griego; pero
de todas formas a Dani se lo podía considerar un hombre hermoso. Él más bien
parecía un delicado príncipe, sólo le faltaba el corcel blanco.
Rodrigo me
contó que conoció a Dani poco antes de que éste pagara mi fianza. Me dijo que
el muchacho parecía estar muy interesado en mí, y que hizo muchas preguntas, a
las cuales él contestó a regañadientes. Me aseguró que las respondió sólo
porque Dani prometió pagar mi fianza.
Le pregunté a
mi amigo si lo había encontrado atractivo, ya que, de tener inclinaciones
homosexuales, yo podía arreglarle un segundo encuentro con él; uno más íntimo.
Esto lo dije delante de Miguel, ya que sabía que la relación de ellos era
abierta y que ambos se acostaban con otras personas.
―Es un tanto
afeminado para mi gusto ―dijo Rodrigo―. Cuando se trata de hombres, me gusta
que sean bien masculinos, como Miguel ―su pareja sonrió.
―A mí sí me
gustó ―aseguró Miguel―. Es un chico muy hermoso, con esas facciones podría
haber sido modelo o estrella pop juvenil. Debe tener muchas mujeres y hombres
locos por él; pero parecía más interesado en vos, Lucrecia.
―Pero yo no
estoy interesada en hombres. Mucho menos después de lo que me enteré ―ellos
supieron que me refería a los detalles de sobre la pérdida de mi virginidad.
―Entiendo
―Miguel se veía preocupado―. No soy un experto en estos temas tan delicados;
pero creo que tu error es negarte tanto a los hombres, sólo por una mala
experiencia. Sé que el dicho: “El que se quema con leche, ve la vaca y llora”,
puede ser muy cierto; pero no significa que debas llorar siempre. No todas las
vacas son iguales.
―¿Ahora
querés que salga con una vaca? ―le pregunté.
―No,
suficientes problemas ya ocasionaste con una monja… y ni siquiera saliste con
ella.
―Eso fue un
golpe bajo ―dije agachando la cabeza.
Dani me
recibió con una amplia sonrisa de dientes como teclas de piano (las blancas, no
las negras). La habitación era inmensa, estaba dividida en dos. A la izquierda
había una lujosa cama de dos plazas, el centro estaba ocupado por una pequeña
mesa ratona de vidrio y cuatro sillones. A mi derecha tenía una barra, que
simulaba ser un bar en miniatura, y más allá, llegando al gran ventanal de
vidrio. Toda la habitación estaba tenuemente iluminada, lo que le daba un aire
romántico. De fondo sonaba alguna pieza de jazz
que yo no conocía; no soy una gran aficionada a ese tipo de música.
―Está todo
muy lindo, Dany. El vestido también; pero te aclaro una cosa, si creés que a mí
me vas a conquistar con estas cosas, estás muy equivocado.
―Estas
“cosas” son simples detalles. Sé que no te voy a conquistar con lujo,
ostentación y dinero. Eso me lo dejaste muy en claro cuando rechazaste,
repetidas veces, la oferta de Catalina. Vos tenés integridad, tenés carácter,
tenés personalidad. Eso fue lo que me cautivó de vos.
Esos halagos
me hicieron sentir estúpida; porque me gustaron. No pude evitar sonreír.
―¿Y vos cómo
sabés que rechacé “repetidas veces” su oferta.
―Porque ella
me lo contó ―dijo mientras se acercaba al bar―. ¿Qué querés tomar?
―Lo que menos
alcohol tenga.
Sabía el
efecto que el alcohol producía en mí, y no pensaba allanarle el terreno.
―¿Un vaso de
agua? ¿Jugo de naranja? ¿Una leche chocolatada? Si querés te doy un sorbete de
Mickey Mouse también.
―Está bien,
está bien. Capto la indirecta. Quiero un bourbon.
―Esa es una
elección mucho más interesante. ¿Por qué eso?
―Porque nunca
lo probé, y me da curiosidad. Mi papá siempre tenía botellas de bourbon en el
bar de casa; pero mi hermana y yo teníamos rotundamente prohibido acercarnos a
ellas.
―¿Nunca lo
probaste a escondidas? ―preguntó mientras me lo servía en una gran copa, igual
a las que usaba mi papá.
―No, yo no.
Pero mi hermana sí. Una tarde la vimos re mamada, tirada en un sillón, se había
bajado ella solita más de media botella de bourbon; tenía quince años. Mis
padres casi la mataron.
―Tu hermana
es una chica encantadora.
―Si querés te
la presento. A ella le pareciste muy lindo.
―Veremos. De
momento estoy más interesado en conocerte a vos ―me tendió la copa.
Tomé un
traguito y mi boca pareció estallar en llamas.
―¡Ajjjj, qué
fuerte!
Dani comenzó
a reírse.
―Eso es tener
poca cultura alcohólica. Este es un bourbon muy fino, Lucrecia. La gente con
buen paladar se desvive por una botella.
―Yo creo que
perdí el paladar en el primer trago.
Él se sirvió
otra copa y nos sentamos en los sillones frente a la mesita ratona. Eran los
más cómodos que mi culo había sentido en toda su vida, incluso más que los que
me había prestado Evangelina.
―Acá me voy a
quedar dormida ―dije cerrando los ojos, olfateando el bourbon y escuchando la
suave melodía de jazz―. Necesitaba un
momento de paz.
―Lo supuse,
por eso acondicioné todo para que fuera lo más relajante posible.
―Es un lindo
gesto, te lo agradezco ―volví a tomar un trago, esta vez no me quemó tanto y
pude disfrutarlo más―. De todas formas quisiera aclarar algo…
―Veo que
viniste completamente a la defensiva, Lucrecia. Pero está bien, aclará lo que
tengas que aclarar.
―Sí, sé que
estoy a la defensiva. Últimamente tuve muchos problemas por confiar demasiado
en las personas, así que de ahora en adelante pienso ser más precavida. Al
menos un poco. Sé que vos pagaste mi fianza y eso te lo agradezco de corazón.
Sé que esperás algún tipo de favor a cambio; pero yo no estoy dispuesta a
dártelo. Prefiero serte honesta desde el principio, a mí me gustan las mujeres
y no tengo ningún tipo de interés en hombres.
―¿Puedo
hablar yo ahora?
―Sí.
―Cuando te vi
por primera vez en el club, me di cuenta de que estaba en presencia de una
mujer distinta. Alguien con una chispa seductora que nunca había visto en mi
vida. Conozco a Catalina desde hace muchos años, y jamás había visto que
alguien le hiciera frente de esa forma y que la humillara frente a tanta gente.
No odio a Catalina, pero sé que a veces puede ser una arpía. Tiene un carácter
tan fuerte y tanto poder económico, que nadie se anima a hacerle frente. Además
está su belleza, la mayoría de las personas quedan cautivadas con ella. Pero
vos no, vos te le opusiste, a pesar de que necesitabas conseguir el dinero para
financiar Afrodita.
―¿Y cómo
sabés eso? ―ya me imaginaba la respuesta, pero quería que él me lo dijera.
―Porque me lo
contó Catalina. Cuando me enteré que ella viajaría hasta a acá, me ofrecí
inmediatamente a acompañarla. Jugué mi carta de “amigo” y logré que me contara
toda la historia, incluso lo que vos hiciste con su padre. Lo cual fue un
movimiento brillante… y muy cruel.
―Ella se lo
buscó.
―Y su padre
también se lo busco; por despreciar tanto a sus hijos.
―¿Sabés la
historia de Rodrigo? ―asintió con la cabeza y tomó otro sorbo de su copa.
―Sí, la sé
muy bien; y me parece algo despreciable. Ningún padre debería tratar de esa
forma a un hijo, por su inclinación sexual. Rodrigo me contó que vos viviste
una situación parecida, con tus padres.
―Me molesta
saber que te dio tanta información sobre mí.
―Lo hizo
porque fui muy convincente. Le aseguré que mi intención no es dañarte de
ninguna forma ni obligarte a nada.
―¿No? Porque
prácticamente me obligaste a venir acá ―volvió a sonreír.
―Eso es
cierto, a medias. Digamos que fui muy insistente; pero yo no te obligué. La
decisión fue tuya ―no le respondí porque tenía razón―. Vos me dijiste que yo
esperaba algún tipo de devolución a cambio del favor que te hice. Bueno, podés
considerar esa deuda saldada. Lo único que pretendía es que vinieras a cenar
esta noche conmigo.
―Pff… sí,
seguro.
―Lo digo
sinceramente, Lucrecia. Todo lo que pase de ahora en adelante, va a ser
enteramente tu decisión. Si esta es la última vez que nos vemos, entonces que
así sea. Vos lo decidís. Vos sos libre de irte en cuanto quieras. No voy a
poner ningún tipo de objeción.
―¿De verdad?
¿Y si quisiera irme ahora mismo?
―Todavía no
cenaste conmigo. Ese es el pago, que no se te olvide.
―Está bien,
entonces como y me voy.
―Perfecto
―dijo con una amplia sonrisa.
―¿De verdad
hiciste todo eso sólo por una cena?
―Sí.
―Es la cena
más cara del mundo.
―Y vale la
pena cada centavo gastado.
Otra vez, sus
malditos halagos me agarraron con la guardia baja. Sonreí como quinceañera en
su fiesta de cumpleaños. Tenía ganas de darme una patada en la boca del
estómago, para matar a esas putas mariposas que revoloteaban allí dentro.
Dani tenía
una forma muy particular de hablar, no sólo por su dulce tono de voz; sino por
la manera en que pronunciaba cada palabra; con mucha seguridad, pero con calma
al mismo tiempo. Me sentía estúpida hablando con él, ya que yo tendía a hablar
rápido y a levantar mucho mi tono de voz; en cambio él se mantenía siempre
calmado, pero no perdía la simpatía, ni la presencia.
Nuestra
charla se interrumpió cuando golpearon la puerta, Dani se levantó y al abrir
entró un mozo con un carro, elegantemente cubierto con un mantel blanco y con
una bandeja de plata con tapa, donde debía estar nuestra comida.
El mozo
dispuso los platos sobre la mesa y encendió tres velas. Tomé asiento en
silencio y esperé a que me sirvieran. Cuando vi mi plato no supe de qué se
trataba. Parecía ser pasta, pero estaba toda cubierta por una crema blanca y
unas… cosas negras que no tenían buen aspecto.
―Son ravioles
a los cuatro quesos, con salsa de trufas ―me aclaró Dani; debió notar la
incertidumbre con la que yo miraba la comida.
―¿Qué son
trufas?
―Una clase de
hongos.
―Me gustan
los hongos ―sonreí―. Especialmente los portobello.
―Entonces
estos te van a encantar. Las trufas son los hongos más exquisitos que existen.
El mozo
destapó una botella de vino y la dejó sobre la mesa, luego se retiró; dejando
el carro de comida.
―Y me imagino
que no son nada baratas.
―Imaginás
bien.
Empezamos a
comer y…
Casi tuve un
orgasmo al probar el primer bocado. ¡Si Dios existía, debía estar hecho de
trufas! Disfruté de cada bocado como si fuera el último de mi vida. Si algún
día me condenaban a muerte, pediría este mismo plato como mi última cena.
―Veo que te
gustó ―dijo Dani con una amplia sonrisa.
―¿Gustarme?
Esto es lo más exquisito que comí en mi vida.
―Hay más en
la bandeja, después podés repetir.
Y lo hice. Me
comí dos platos y quedé completamente satisfecha. Debía admitir que ni siquiera
el sexo se siente tan bien como una comida sabrosa y bien preparada.
Durante la
cena prácticamente no hablé, ya que siempre tuve la boca llena. Tampoco me
importaba escuchar lo que Dani me decía, yo estaba en el paraíso de las trufas.
Había
prometido irme en cuanto terminara de comer; pero estaba tan llena que no podía
moverme. Me costó trabajo volver al sillón, y me arrojé en él, quedando toda
despatarrada.
―¡Qué piernas
más sexys! ―me dijo Dani.
Yo tenía las
piernas abiertas y el vestido sólo me cubría la parte del medio.
―Me había
olvidado que me obligaste a ponerme esta ropa.
―Te queda muy
lindo el vestido ―dijo él sentándose frente a mí―. Pero Lucrecia, te vi
completamente desnuda… y en actitud sexual. No creo que debas avergonzarte
porque te vea un poco las piernas.
―Eso es
cierto. Pero no me vas a pedir que te muestre la cachucha, porque no lo voy a
hacer.
―¡Qué
sincera! Está bien, no me la muestres. De todas formas ya tengo tus fotos, para
poder mirarlas cuando me plazca.
―¿Mis fotos?
―Las que te
sacó Juan, durante tu actuación en el Club.
―¡Qué hijo de
puta! Me dijo que no se las iba a pasar a nadie.
―Él me debía
grandes favores. Muy grandes. Cuando le comenté lo mucho que me habías gustado,
él mismo me ofreció las fotos.
―Y vos las
aceptaste, encantado.
―Por supuesto
―sonrió y tomó un sorbo de vino; yo hice lo mismo, con la copa que me había
traído.
«Mezclar
bebidas es una mala idea, Lucrecia», me decía mi consciencia; pero el vino
estaba tan bueno que me resultaba difícil dejar la copa.
―¿Te molesta
que tenga fotos tuyas, desnuda? ―preguntó con caballerosidad.
―No, me
molesta que Juan las esté usando para “devolver favores”.
―Si querés,
las borro.
―No hace
falta. En serio no me molesta que las tengas. Confío en que no se las vas a
pasar a nadie.
―¿Confiás?
¿No era que no ibas a confiar tanto?
―No me
entendiste… “Confío” en que no se las vas a pasar a nadie ―marqué la palabra
con un tono amenazante.
―Ah, ok.
Ahora comprendo. Querés decirme que si se las paso a alguien…
―Te corto las
bolas ―él sonrió.
―Está bien.
Trato hecho. Me alegra saber que estamos entrando en confianza.
―Tampoco te
alegres tanto. No sé nada de vos.
―¿Qué querés
saber?
―No sé… ¿qué
querés contarme?
―No, yo te
cuento si vos querés saber algo.
―Y yo quiero
saber algo si vos me lo querés contar... Mirá, no me hagás el jueguito del
Chavo del Ocho. Si vos querés empezar a ganarte mi confianza, vas a tener que
abrirte vos solito.
―Está bien,
me parece justo. ¿Qué te puedo decir? Me llamo Dani y tengo veintisiete años.
Tengo una cadena de hoteles a mi nombre, heredada de mi padre. Éste es uno de
esos hoteles.
―A la mierda.
¿De verdad todo esto es tuyo?
―Sí, y no es
el único que tengo.
―Debés tener
más plata que Dios.
―No tanta. No
soy, ni de cerca, una de las personas más ricas del país.
―Eso es ser
honesto, cualquiera hubiera aprovechado para quedar como un ultra millonario.
¿Tu padre falleció?
―Sí, hace
tres años. Mi mamá sigue viva, por suerte. Me llevo muy bien con ella, siempre
fue una madre muy comprensiva y cariñosa conmigo. No todos los hijos de “gente
de plata” son criados sin amor. Yo tuve la inmensa suerte de crecer en un hogar
donde había tanto cariño como dinero.
―Qué envidia.
―¿Por el
dinero?
―No, por el
cariño. En mi casa nunca hizo falta plata, siempre tuvimos más de la que
necesitábamos; pero escaseaba el cariño. El verdadero cariño. Ese que se da sin
condiciones de por medio.
―Imagino que
una de esas condiciones es no ser lesbiana.
―No ser
lesbiana; no estar loca; creer en Dios; tener buenas notas en el colegio; ir a
misa todos los domingos; participar en actividades de la iglesia; no faltar el
respeto a los padres; no avergonzar a la familia; y una larga lista de etcéteras.
Pero ya corté casi toda relación con mis padres. Después de pedirle a mi papá
que pagara mi abogado, y saber qué condición puso para hacerlo, no pienso
dirigirle la palabra nunca más en la vida. Demostró ser una mierda de persona;
igual que mi mamá.
―¿Qué
condición puso?
―No te
incumbe. Es un tema personal. Además vos sos el que tiene que contar cosas de
tu vida, no estás en posición para hacerme más preguntas.
―Tenés razón,
te pido disculpas. No sé qué más puedo decirte.
―¿Cómo es tu
apellido? ―parecía una pregunta absurda; pero recordé que luego del incidente
con Evangelina, yo ni siquiera sabía su apellido.
―Maradona.
―¿Qué? ¿De
verdad? ―di un salto en un sillón.
―No ―comenzó
a reírse―. Pero sé jugar muy bien al fútbol. Así me decían mis amigos.
―Habrás sido
muy bueno. Pero no te hagás el pelotudo. Decime tu apellido.
No quería
admitirlo; pero la estaba pasando muy bien con la charla. Me sentía confiada y
relajada. El ambiente era muy tranquilo y Dani tenía mucho talento para hacerme
sonreír. Me alegraba poder entretenerme charlando con alguien y no estar en mi
casa, torturándome con mis pensamientos.
―Metzler.
―¿Es alemán?
―Sí.
―Tenemos eso
en común, mi apellido también es alemán… pero imagino que ya sabías eso
―asintió con la cabeza―. Daniel Metzler. Suena bien. ¿Tenés segundo nombre?
―Odio mi
segundo nombre ―sonreí.
―Esa es otra
cosa que tenemos en común. Si Rodrigo te dijo mi segundo nombre, lo prendo
fuego; por traidor.
―Quedate
tranquila; no me lo dijo.
La charla con
Dani me pareció tan entretenida que perdí la noción del tiempo. Cuando me di
cuenta ya eran las tres y media de la madrugada. Habíamos estado horas hablando
sin parar. Durante todo ese tiempo me enteré de varias cosas sobre él. Supe que
era un gran aficionado al cine, y que sabía mucho de la materia. Adoraba las
películas clásicas y había participado en la producción de varias películas. No
intervenía en la parte creativa, pero sí colaboraba en la financiación. A pesar
de que se pasó un largo rato haciéndome un análisis de la película El Padrino,
la cual era su favorita; no sólo habló de cine. También intercambiamos
opiniones sobre música. Me encantó tener alguien con quien hablar de Radiohead y que me escuchara con genuino
interés; aunque me haya confesado que era una banda que conocía poco. Me tomé
la libertad de recomendarle que escuchara completo el disco “Ok Computer”, el cual era mi favorito.
Prometió que lo haría.
Él prefería
el jazz. Me nombró varios músicos,
como John Coltrane o Miles Davis y me recomendó que escuchara Kind of Blue, de éste último. Le prometí
que lo haría.
Lo que más me
sorprendió fue que me contara que adoraba tocar el saxo; pero como no lo había
traído, no pudo darme una muestra. Me prometió que si volvíamos a vernos,
tocaría algo para mí.
―¿Querés irte
a tu casa? ―me preguntó al ver que yo miraba el reloj.
―No, sólo
estoy sorprendida por todo el tiempo que pasó.
―El tiempo se
pasa volando cuando se tiene buena compañía.
―Y cuando se
tiene algo rico para tomar.
Lo admito,
estaba un poquitín empinada, ya que luego de terminar con el vino había
reanudado con el bourbon. Estuve todo el tiempo con las piernas abiertas, y al
sentir el roce de la tela del vestido directamente sobre mi vagina, había
comenzado a excitarme. La sensación de estar prácticamente desnuda y las
constantes miradas de Dani a mi entrepierna, habían ayudado a que se me
levantara la temperatura genital.
―Antes de
irme te voy a devolver los ojo ―le dije―; porque los tengo clavados acá ―señalé
hacia mi vagina. Él sonrió.
―¿Te molesta
que te mire?
―No. De hecho
siempre encontré interesante que la gente me vea… desnuda.
―Y yo siempre
encontré interesante mirar chicas hermosas desnudas. ¿No hacemos la pareja
perfecta?
―No exageres.
―Lo digo
honestamente. A mí me gusta mirar. ¿Por qué te creés que voy a ese Club? Hace
un tiempo descubrí que me da un enorme placer ver a otras personas teniendo
sexo; especialmente mujeres… con mujeres.
―¿Por eso te
calentaste tanto al verme con Catalina? ―asintió.
―Sí. Disfruto
más mirando que actuando.
―No te creo.
―Es la
verdad.
―¿Me vas a
decir que disfrutarías más viéndome desnuda que teniendo sexo conmigo?
―Depende de lo
que hicieras mientras estás desnuda.
―Masturbarme,
por ejemplo.
―Entonces sí.
Lo disfrutaría más.
Clavé una
mirada desafiante en él. Toda la habitación se tambaleó un poquito. Sonreí de
forma libidinosa y comencé a apartar lentamente la tela azul petróleo que
cubría mi intimidad. Los ojos de Dani se iluminaron, parecía un niño en una
dulcería.
Le mostré
toda mi vagina, yo no podía verla pero sabía que estaba húmeda. Luego me la
acaricié y confirmé mis sospechas. Me di cariño en el clítoris y abrí mis labios
con los dedos.
―Si te dijera
que podés mirar ―comencé diciendo―. ¿No harías ningún intento por tener sexo
conmigo?
―Si sólo
querés que mire, miraría, sin tocarte. Te lo juro.
Sus palabras
me impactaron. Toda la confianza perdida en los hombres de pronto comenzaba a
restituirse. Él parecía estar siendo totalmente honesto conmigo. No quería que
me toque; pero estaba cachonda y no me molestaba que me viera. De pronto
recordé que habían pasado muchos días desde la última vez que me masturbé; pero
fue porque no tenía ánimos para hacerlo. Sin embargo Dani había logrado
relajarme tanto, que mis deseos sexuales habían vuelto. Aunque éstos no
estuvieran dirigidos hacia un hombre.
―Me calienta
que mires ―le aseguré, mientras comenzaba a masturbarme lentamente con mi mano
izquierda, aún sosteniendo la copa de bourbon con la derecha.
―Me calienta
que me dejes mirar ―cruzó sus piernas; imaginé que de esa forma ocultaría
alguna posible erección.
―Sólo mirar,
eh. Si te acercás, me voy a la mierda.
―Comprendido.
Mis dedos
conocían perfectamente los puntos de mayor placer en mi sexo. Comencé a
recorrerlos lentamente, al ritmo de un saxofón que sonaba de fondo. Cerré los
ojos y dejé que la música me envolviera, mientras gozaba. Nunca en mi vida me
había masturbado escuchando jazz,
pero debía admitir que era un estilo musical mágico, cargado de sensualidad y
giros inesperados.
La melodía
producida por el saxo parecía ondular en el aire. Cuando éste llegaba a las
notas más altas, yo me tocaba con mayor intensidad, y al bajar, yo reducía el
movimiento de mis dedos.
―Qué linda
música ―dije casi en un susurro.
―Ese es el
genio de Miles Davis, el que tanto te recomendé. Ahora estamos escuchando un
tema que se llama Flamenco Sketches, uno de mis favoritos. Es curioso que hayas
empezado a tocarte ahora… con esta canción conocí a Miles Davis. Ahora también
la voy a asociar con tu… masturbación. Definitivamente se va a convertir en mi
tema favorito.
Su voz era
casi tan melodiosa e hipnótica como el mismo saxo de Davis. Yo también podía
regalarle dulces sonidos, para que me recordara. Comencé a gemir; pero no de
forma intensa, sino sensual, pausada, ocupando los vacíos que dejaba el
saxofón. Introduje un dedo en mi vagina, el cual me brindó un gran placer. Subí
mis piernas a los apoyabrazos del sillón, quedando más abierta. Fue una suerte haber
recortado mi vello púbico recientemente, ya que no me agrada que me vean
desalineada allí abajo.
El flujo
vaginal estaba poniendo mis dedos pegajosos, por lo que aproveché para lamerlos
y devolverlos a mi vagina cubiertos de saliva.
―Lucrecia,
¿puedo proponerte algo?
―Te dije que
no voy a tener sexo con vos.
―No quiero
que tengas sexo conmigo.
―¿Entonces?
―Con otra
persona.
Abrí los ojos
y lo miré fijamente. Él no sonreía, parecía estar hablando en serio.
―¿Estás loco?
―Es una
mujer.
―¿Qué mujer?
No me vayas a salir con que Catalina volvió y querés verme otra vez teniendo
sexo con ella.
―No, no es
Catalina. Es una mujer a la que no conocés.
―¿Amiga tuya?
―No
exactamente.
―¿Una
prostituta?
―Más o menos.
―No me voy a
acostar con una prostituta.
―No es
cualquier clase de prostituta. Es de alto nivel. No se acuesta con cualquiera,
y la mayoría de las veces es contratada como “dama de compañía”. Muchas veces
ni siquiera llega a tener sexo con sus clientes.
―La idea no
me agrada demasiado.
―¿Por qué no
esperás a verla? Sé que ella está en el bar del hotel, puede subir acá de
inmediato.
―¿Y por qué
estás tan seguro de que está en el bar?
―Porque yo le
pedí que viniera. Son más de las tres, debe llevar un poco más de media hora
esperando.
―Por lo visto
lo tenías muy bien planeado, desde el principio ―le dije con el ceño fruncido.
―Sí, lo
admito. Pero la decisión es enteramente tuya. Yo le digo que suba, y vos
decidís qué hacer. Si decís que no, nadie se va a oponer.
Su cara
parecía la de un cachorrito mojado, deambulando en la lluvia. Me daba mucha
pena decirle que no, después de lo amable que había sido conmigo toda la noche.
―Que suba;
pero no te prometo nada. Es más, hacete la idea de que no va a pasar nada.
―Está bien.
Me hago esa idea.
Tomó su
teléfono celular y escribió un mensaje de texto. Casi al instante recibió una
respuesta. Me puse de pie y comencé a caminar por la habitación, dando sorbos a
mi bebida, pensando si estaba haciendo bien al comportarme de esta manera; pero
la idea de irme a dormir sola a mi casa, no me agradaba nada. Temía a que me
invadiera el miedo y no pudiera conciliar el sueño. No quería molestar a
Tatiana tan tarde, ella debía descansar porque a la mañana siguiente trabajaba.
Tal y como lo
había prometido, la chica subió de inmediato. En pocos minutos la vi entrar en
la habitación. Me quedé anonadada al verla. Era una muchacha de piel tan pálida
como la de Lara y con las tetas tan grandes como las de Tatiana. Estaba
perfectamente enfundada en un vestido rojo, que cubría sus piernas por
completo, pero le dejaba un maravilloso escote. Su cabello era negro, estaba
peinado con amplias ondas y se sacudía con cada paso que ella daba. Sus tetas
hacían lo mismo.
Tenía la
cintura más estrecha que había visto en mi vida, y me bastó verla de perfil,
cuando saludó a Dani, para darme cuenta de que su culo era inmenso. A pedido de
nuestro anfitrión, ella dio un giro completo. Era preciosa. Se acercó a
saludarme, con una radiante sonrisa. Sus labios estaban pintados del mismo rojo
intenso que su vestido. Sus facciones eran hermosas, sus ojos eran grandes y
muy expresivos; sus mejillas resaltaban mucho, daban ganas de morderlas.
―Yo soy Romina
―me dio un beso en la mejilla―. Vos debés ser Lucrecia.
―Sí ―contesté
de forma monótona; estaba embobada con tanta belleza. Tomé un largo sorbo de
bourbon.
―Pueden tomar
asiento ―dijo Dani.
Encaminé
hacia uno de los sillones individuales y me senté en él. Para mi sorpresa la
chica de vestido rojo se sentó sobre mí, rodeó mi cuello con uno de sus brazos
y dejó sus grandes tetas a pocos centímetros de mi cara.
―Veo que te
pusiste cómoda ―le dije irónicamente.
Ella se
limitó a sonreírme de forma muy natural. No sabía si sentarse sobre había sido
espontáneo o si Dani se lo había sugerido en el momento en que la contrató.
Como buen
anfitrión, Dani le preguntó a la recién llegada si deseaba tomar algo. Ella
dijo que quería lo mismo que yo. Poco después ambas tomábamos bourbon. Me sentí
muy acalorada, en parte por la excitación que tenía, por el calor corporal de
Romina y por el alcohol en mis venas. La sensación era tan agradable que todos
mis problemas parecieron lejanos.
Tomé otro
trago y dejé mi copa en el piso. Con mi brazo izquierdo rodeé la cintura de la
chica y con mi otra mano comencé a acariciarle el pecho, tocando suavemente la
parte de sus senos que quedaba fuera del vestido. Ella no opuso resistencia.
No la conocía
y sólo sentía por ella un atractivo sexual fugaz y superficial; pero nada de
eso me importaba. Me atemoricé por un segundo, al estar accediendo con ella
demasiado deprisa; pero luego pensé que ella era una mujer contratada para esto
y que luego no tendría que verla nunca más. No podía lastimarme. Sería sólo un
único intercambio sexual y cada una seguiría con su vida.
Dani, en
cambio, me preocupaba un poco más; él se había mostrado muy cordial conmigo,
pero no sabía cuánto pretendía él involucrarse en mi vida.
―Dani, si te
dijera que hoy es la última vez que nos vamos a ver ¿aceptarías? ―le pregunté.
―Si eso es lo
que querés, sí.
―¿No
volverías a intentar comunicarte conmigo? ¿No volverías a insistirme? ―mis
dedos se fueron introduciendo poco a poco en el escote de Romina.
―No. Si esta
es la última vez que vamos a vernos, entonces que así sea. Es tu decisión
Lucrecia.
―Te tomo la
palabra. Esta va a ser la última vez que nos veamos. Fuiste muy amable conmigo,
no lo tomes como algo personal; pero no me siento preparada para dejar entrar a
otra persona a mi vida. Mucho menos un hombre.
―Comprendo
perfectamente ―se sentó frente a nosotras―. Que así sea.
―No estás
enojado.
―Para nada.
Es tu decisión, no puedo forzarte a cambiarla. Sólo puedo agradecerte que hayas
aceptado mi invitación y me hayas regalado una velada maravillosa.
―Una que aún
no termina ―le dije con una sonrisa al mismo tiempo que liberaba las tetas de
la chica sentada en mi falda.
Eran pechos
blancos y turgentes, con pezones de un marrón pálido, y grandes areolas. Apreté
con los dedos el que tenía más cerca de mí y comencé a chupar ese tierno
botoncito. Estaba caliente y la situación me recordaba a las veces que tuve
sexo con gente que conocí en Afrodita. Sexo sin compromiso. Ni siquiera
recordaba el nombre de esas mujeres; pero no importaba, seguramente ellas no
recordarían el mío. Así como tampoco Romina se acordaría de mí en unos meses.
Había pasado muchos días lejos del sexo y ya lo extrañaba.
Con mi mano
derecha acaricié sus piernas, y sin dejar de chuparle la teta, fui metiéndome
debajo de su vestido. Descubrí que ella tampoco llevaba ropa interior y que estaba
perfectamente depilada. Busqué su clítoris y lo acaricié con la yema de un
dedo. Ella emitió un suave y sensual. No sabía si esta fingiendo, para causar
mayor impresión; pero había sonado muy natural y me gustó.
Poco a poco fue
humedeciéndose, tal y como yo lo estaba. Puse la yema de mi dedo en la entrada de su
vagina, pero no lo introduje. Jugué allí, recorriendo las delimitaciones de su
orificio, que emanaba flujos. La besé en la boca, no por una cuestión
romántica, sino porque extrañaba ese contacto tan íntimo con otro ser humanos,
necesitaba sentirme querida, aunque fuera de mentira.
De reojo
vigilaba a Dani, no quería que él se nos acercara; pero tal y como había
prometido, mantuvo la distancia. Nos miró plácidamente desde su sillón.
En mi boca se
ahogó un gemido de placer producido por el ingreso de mi dedo en esa cuevita
femenina. Noté que podría introducir un segundo dedo fácilmente, y así lo hice.
Cuando nuestro beso se rompió, sonreí y apoyé la cabeza sobre su hombro. Me
sentía bien. Una vez más estaba usando el sexo como refugio, pero no me
importaba.
―Gracias,
Dani ―le dije sinceramente―. No sé si sos buena o mala persona, apenas te
conozco; pero todo lo que hiciste por mí me hizo sentir muy bien. No me refiero
sólo al pago de la fianza, sino también a todo esto. El vestido, el bourbon, la
cena… y Romina. Gracias por todo, lo necesitaba.
―No tenés
nada que agradecer ―dijo él con una amplia sonrisa―. No hago todo esto para
obtener recompensas, lo hago porque vos me agradás mucho; a pesar de que
prácticamente no te conozco.
Allí fue
cuando caí en la cuenta de que él también tomaba un riesgo conmigo, yo podía
ser una aprovechadora en busca de su fortuna.
Como muestra
de confianza y agradecimiento, decidí brindarle un espectáculo que recordara
toda su vida. Me puse de pie y Romina tuvo que hacer lo mismo. Luego le indiqué
que se sentara en el sillón, con las piernas bien abiertas. Ella lo hizo,
enseñándome su rica almejita sonrosada y completamente lampiña. Me puse de
rodillas, inclinando mi cuerpo hacia adelante y levantando mi cola. Corrí mi
vestido y dejé que Dani se deleitara viéndome toda la retaguardia. Una vez en
posición, me lancé a chupar esa tierna y carnosa vagina.
Al principio
lo hice con calma, usando sólo la punta de mi lengua, recorriendo los arrugados
labios vaginales y buscando constantemente su clítoris. Pasé una mano debajo de
mi cuerpo y comencé a masturbarme. Lamí el culo de Romina, y ella soltó un
agradable suspiro. Esto me incentivó a meterle un dedito. Sólo tuve que forcejear
un ratito hasta que comenzó a entrar.
―Mmmm, me
alegra saber que va a haber un poquito de acción ahí atrás ―dijo ella
acariciando mi pelo.
―Conmigo, no
hay culo que se salve ―dije, metiéndole más hondo el dedo.
Luego retomé
las lamidas por todo su sexo, disfrutando de cada milímetro. Me sentía dentro
de una extraña zona de confort, imaginé que eso se debía a la calentura que
tenía y a todo el bourbon que me había tomado. Me esforcé por coordinar todos
mis movimientos durante bastante tiempo, resultaba un poco difícil mover las
dos manos de forma diferente, al mismo tiempo que chupaba una vagina; pero creo
que lo hice bastante bien, porque Romina comenzó a menear su cadera mientras se
sobaba las tetas.
―Si desean,
pueden ponerse más cómodas ―dijo Dani.
Al voltearme
vi que señalaba hacia la gran cama que estaba a unos tres metros de nosotras.
―Gracias, mis
rodillas te lo agradecen. Ah, pero te aclaro una cosita… si vos pretendés que
yo replique lo que ocurrió con Catalina aquella noche, lamento decirte que no
se va a poder. Eso fue algo espontáneo, que me salió en el momento…
―Eso lo sé.
Por esa razón me gustó tanto, porque fue natural y espontáneo. No pretendo que
repliques lo que pasó con ella, sólo quiero que te sientas libre de hacer lo
que quieras. Sé vos misma.
―Perfecto,
porque eso mismo es lo que pretendía hacer.
Cuando
llegamos a la cama, antes de subirnos a ella, me despojé de mi vestido y mis
zapatos. Era todo lo que necesitaba para estar completamente desnuda. Luego
hice lo mismo con Romina. Juntas caímos a la cama y yo me apoderé de una de sus
turgentes tetas. Comencé a chuparla con la misma calma y sensualidad que lo
había hecho con su sexo. Por fin ella decidió actuar y no dejarme todo el
trabajo a mí. Una de sus manos buscó mi entrepierna y pude gozar de sus
habilidosos dedos haciéndome cosquillas por el clítoris. La chica era muy buena
en su trabajo, no sólo por la forma en que me tocaba, sino también en cómo se
movía, cómo me miraba, cómo respiraba. Todo en ella irradiaba sensualidad, pero
una sensualidad delicada, muy lejos de la vulgaridad. Dani tenía razón, esta
chica no era una prostituta corriente.
Esta vez fue
su turno de lamer los rincones más íntimos de mi cuerpo. Descendió lentamente,
deteniéndose en mis pechos tan solo unos pocos segundos, luego su boca se
apoderó de mi sexo y me hizo disfrutar como pocas veces lo había hecho antes.
Esta chica era excepcionalmente buena. Afectivamente no sentía nada por ella,
ya que no la conocía; pero físicamente lo único que me provocaba era
satisfacción. Ella chupó mi clítoris midiendo muy bien el ritmo, cada vez que
yo arqueaba mi cuerpo, ella succionaba con más fuerza, sólo por unos instantes;
luego reducía la intensidad, dejando que yo me recuperara de la fuerte descarga
de placer. Pero en poco tiempo, ya otra me estaba invadiendo. Me aferré a las
sábanas y meneé todo mi cuerpo al ritmo de su lengua.
Al abrir los
ojos me asusté al ver a Dani de pie a mi lado, por un momento creí que él
intentaría tocarme, por lo que me eché para atrás inmediatamente. Romina me
quedó mirando, confundida.
―Perdón,
no pretendía asustarte ―dijo Dani, con su afable sonrisa―. Sólo venía a traer
esto ―colocó sobre la cama un strap-on negro―. No están obligadas a usarlo, es
una simple sugerencia, por si quieren llevar las cosas a otro nivel. Las dejo
solas, me voy a sentar a mirarlas desde allá ―señaló un sillón, que yo no había
notado antes, éste estaba a escasos metros de los pies de la cama.
―Suena
interesante ―dije con una sonrisa, serenándome luego del susto―. ¿Te gustaría?
―le pregunté a Romina, sujetando el strap-on.
―Me
encantaría.
Ella misma me
ayudó a colocármelo, luego lo lamió durante unos segundos, como si fuera un
pene real.
―En la mesita
de luz les dejé lubricante ―dijo Dani desde su sillón.
Romina lo
tomó y lubricó bien el pene de plástico, luego me puso un poco en los dedos y
se colocó en cuatro, sobre la cama.
―¿Por dónde?
―le pregunté, tomando posición.
―Por donde
vos prefieras.
Primero pensé
en penetrarla por la vagina, para hacer una especie de “precalentamiento”; pero
consideré que ya habíamos tenido suficiente juego previo y me moría de ganas
por ver ese hermoso culo dilatándose, por lo que le lubriqué ese agujerito.
Fui suave con
ella, pero su dilatación fue rápida, imaginé que ya tenía mucha experiencia por
detrás. Pude introducir casi todo el pene con relativa facilidad, me puso a mil
verlo entrar. Todo esto lo hice desde un ángulo en el que Dani también pudiera
ver la penetración. Él parecía estar muy feliz con el espectáculo, pero se me hacía
raro que no se masturbara siquiera.
―Si querés
tocarte, a mí no me molesta ―le aseguré―. Siempre y cuando te mantengas sentado
ahí.
―Por ahora
estoy bien, pero aprecio tu consideración. Posiblemente lo haga después.
Aferrándome
con fuerza a su cadera, comencé a acelerar el ritmo con el que penetraba a
Romina, y ella dejó salir sus más eróticos gemidos. Me encantaba verla menear
ese gran culo, mientras yo la cogía. Me sorprendió que ella comenzara a
masturbarse, no sabía si lo hacía para hacerme sentir mejor o porque realmente
lo estaba disfrutando; pero preferí imaginar que era por lo segundo.
Saqué el pene
plástico por completo, sólo para ver cómo se volvía a introducir, dilatando ese
hermoso agujerito. Repetí esta acción muchas veces, y en todas ellas Romina
suspiró de placer, pidiéndome más. Luego retomé el ritmo rápido, prácticamente
montándome sobre ella, ya que cada vez deparaba más sus piernas, quedando su
cuerpo debajo del mío.
Llegué a
quedar con mis tetas contra su espalda, y la abracé aferrándome a las suyas.
Pellizqué sus pezones, sin dejar de menear la cadera. Ella también colaboraba
mucho con sus movimientos.
Giramos en la
cama y ella se sentó sobre mí… mejor dicho, quedó sentada sobre ese pene de
plástico. Dándome la espalda comenzó a montarlo. Me puse a mil al ver ese culo meneándose
y comiéndose todo ese pene negro. La chica se movía como toda una profesional…
bueno, tal vez sea porque realmente era una profesional. Debido a su belleza y
a su talento, no debía ser nada fácil contratarla. Me sentí privilegiada por
poder disfrutar de ese bello cuerpo.
Cuando ella
se apartó, desprendimos el strap-on. Abrí las piernas, estaba muy mojada, le
dije que esta vez necesitaba un poco de su atención. Volvió a comerse mi
vagina, pero esta vez lo hizo de forma más pasional, arrancándome gemidos de
placer. Usó toda su boca para engullir mi sexo y dio fuertes chupones a mi
clítoris. Su lengua hizo maravillas dentro de mi agujerito. Le pedí que se
acercara, estaba muy caliente, necesitaba volver a chupársela.
Quedamos
haciendo un sesenta y nueve. Uno muy apasionado. Me prendí a su vagina con la
misma voracidad que ella a la mía. Meneó su cadera, acariciando todo mi rostro
con sus húmedos labios, mientras yo aguardaba a que llegaran a mi boca, con la
lengua fuera. Al parecer se dio cuenta de que esto me agradaba mucho, porque
dejó de chuparme la rajita y se sentó en mi cara, ofreciéndome completamente la
suya… y su culito, el que también se llevó muchas de mi más intensas lamidas.
Con las
piernas bien abiertas, comencé a masturbarme. Ella inició una serie de cortos
saltitos contra mi casa, saqué la lengua y se la metí, primero en la vagina y
luego en el culo. Estaba demasiado excitada, pero seguía pensando en Dani. Todo
el tiempo tuve la sensación de que Romina era una extensión de él, como si me
hubiera brindado una opción femenina para hacer todo lo que quisiera con él.
Descubrí que no era el cuerpo de Romina lo que me calentaba, sino que ella fuera
un obsequio de Dani.
Quise dejar
de lado mis prejuicios hacia los hombres. Esa no era la forma en la que quería
vivir. No quería desconfiar de cada hombre que se cruzara en mi vida, sólo
porque alguna vez me topé con una mierda de hombre. Quería creer que no todos
eran así. También quería creer que no todas las personas eran con Evangelina.
No podía vivir en un mundo donde tuviera que desconfiar de todos, aunque eso me
lastimara.
―Vení ―le
dije a Dani―. Podés chupármela.
―¿Estás
segura?
―Sí; pero
solamente eso. Sin ningún tipo de penetración.
―Comprendido.
Volví a
perderme entre las nalgas de Romina, prefería no verlo, tal y como lo había
hecho con Edith y Rodrigo. Tener los ojos centrados en una mujer, para poder
permitir a un hombre acercarse.
Dani demostró
ser muy cuidadoso y amable con mi sexo. Me lamió lentamente, como si quisiera
disfrutarlo todo al máximo. Mientras él me la chupaba sentí que estaba haciendo
lo correcto, esa era mi forma de devolverle todos los favores. Como ya le había
dicho antes, no sabía si era buena o mala persona, pero sus acciones hablaban
más que las palabras. Además siempre cabía la posibilidad de no volver a verlo.
No pretendía llegar más lejos que eso, y no lo hice.
Admito que en
más de un momento sentí ganas de pedirle que me penetrara, pero me aguanté. No
quería llegar tan lejos. No quisiera hacer nada de lo que después pudiera
arrepentirme, y su forma de lamerme la vagina era tan buena, que sabía que no
me iba a arrepentir de eso.
Entre
lenguas, clítoris, labios y flujos sexuales, llegué al orgasmo. Fue muy
intenso. No puedo asegurar si se trató de uno muy largo o de varios
consecutivos, pero todo mi cuerpo se electrificó y me sacudí violentamente
durante un buen rato, sin que Dani dejara de chupármela, y sin dejar de comerme
la vagina de Romina.
Respetuosamente,
él regresó a su sillón. Con una sonrisa le agradecí por atenerse a lo pactado y
no intentar llegar más lejos. Él había respetado mi cuerpo y mi decisión. En
ningún momento de la noche me obligó a nada, todo fueron sugerencias, las
cuales yo acepté por decisión propia. Sin embargo había una cosa que él nunca
sugirió, que yo quería llevar a cabo.
Ayudé a
Romina a colocarse el strap-on, y luego me puse en cuatro, de espaldas a Dani.
―Prefiero
verte la cara en ese momento ―dijo él.
―¿Si? Creí
que lo más interesante sería verlo entrar.
―Seguramente
es muy interesante, pero a mí me atrae mucho más la idea de ver qué expresión
aparecerá en tu cara cuando eso pase.
―Está bien.
Me di la
vuelta y Romina se colocó detrás de mí. Puso un poco de lubricante en mi cola y
luego comenzó la tarea de dilatarla, usando siempre el consolador. Cerré los
ojos y disfruté. Cuando sentí entrar el primer segmento, me estremecí de gusto.
Hacía rato que no me metía nada por detrás, y ya lo estaba extrañando.
Romina
comenzó a cogerme de forma suave, pero poco a poco fue intensificando el ritmo.
Lo hacía porque yo le pedía que me lo metiera más fuerte. Llegó un momento en
que su movimiento se hizo tan fuerte y constante que yo no podía hacer más que
gemir y balbucear incoherencias. Me estaba rompiendo el culo de una manera
espectacular. Su cadera era una máquina que parecía no poder detenerse jamás. No
pude sostenerme más con mis manos, y dejé caer mi cara contra el colchón. Ella
apoyó sus manos contra mis nalgas y me montó. Pude sentir el dildo entrando de
forma diferente, lo cual fue muy placentero. Además con esta posición también
cambió la forma de su movimiento.
Poco tiempo
después sufrí otro rico orgasmo, sin siquiera tocarme la vagina. No lo
necesité, el placer anal que estaba recibiendo era inmenso.
Nos quedamos
las dos, acostadas en la cama, recuperando nuestro aliento. Ella también
parecía agotada por tanto esfuerzo. Me abrazó por detrás y me dijo un suave “Gracias”
al oído. Quería decirle que la agradecida debía ser yo, pero no podía ni
hablar. Sólo cerré los ojos y me dejé llevar por la magnífica calma que existe
después del sexo.
No sé cuánto
tiempo estuvimos así; pero cuando abrí los ojos vi que Dani ya no estaba
sentado en su sillón. Lo busqué por toda la habitación y lo vi parado, cerca
del ventanal que daba al balcón, con una copa de bourbon en la mano.
Me levanté y
sin vestirme me acerqué a él, llevándome también mi copa. Le di un beso en la
mejilla, haciéndolo sobresaltar.
―No te
asustes, que no muerdo… mucho.
―No me
asusté. Pero no me esperaba eso.
―Te lo
merecés, por haber sido tan bueno conmigo. Pero ojo, esto no significa que
confíe ciegamente en vos. Sólo digo que, hasta ahora, venís haciendo todo bien.
La pasé muy lindo, y Romina es magnífica ―sonreí mirando a la chica que se
vestía en la cama, ella me devolvió la sonrisa.
―Me alegra
mucho saberlo. Sos una mujer encantadora, Lucrecia ―me miró con su dulce
sonrisa―. Por cierto, hay otra cosa que tengo que contarte.
―No me gustan
los discursos que comienzan de esa forma. Tengo la impresión de que no me va a
gustar.
―Si te gusta
o no, dependerá de cómo lo mires. Sólo te pido que me escuches.
―Está bien,
contame.
―Voy a
invertir en Afrodita y Pandora. Estuve hablando con Rodrigo Pilaressi y
llegamos a un buen acuerdo.
―¿Eso es otro
de los “favores” que querés hacerme?
―No. Eso son
negocios, pero como te involucran, tengo que contarte. Quiero que entiendas que
yo sé diferenciar muy bien el negocio del placer. Nunca invertiría en un
proyecto que perjudicara mi economía, ni siquiera lo haría por vos.
―Qué sincero.
―Sí, cuando
se trata de negocios, debo sincerarme mucho. Decidí invertir en este proyecto
porque le veo mucho futuro. Vos y Rodrigo están haciendo las cosas muy bien, a
pesar de ser tan… “amateur”.
―Más
sinceridad. Gracias ―esta vez sonreí, ya me lo tomaba con humor.
―Además las
discotecas no quedan muy lejos de este hotel. No sé si te habrás dado cuenta,
pero Afrodita está allá ―señaló hacia la ventana. A pocas manzanas se veía el
cartel con luces rosadas, tan distintivo de la discoteca.
―No sabía que
estuviéramos tan cerca… como me trajeron en auto, no presté mucha atención al
trayecto.
―Está cerca.
Ese fue el primer motivo que me llevó a invertir. Si voy a tener una discoteca
cerca de mi hotel, quiero que esta sea buena, no algo que viva al borde de la
quiebra. Con mi inversión las dos discotecas van a ser bastante más grandes de
lo que ustedes imaginaban. Hablé con Rodrigo y el arquitecto a cargo de la
obra. Adquirí dos propiedades que rodean las discotecas, y van a pasar a formar
parte del complejo. Por un momento pensé en que destruyeran las habitaciones
que se alquilan en Afrodita, y que la gente viniera a este hotel; pero luego
pensé que muchas de esas personas tal vez estarían algo tomadas, y no queda
bien que estén entrando borrachos a un hotel de esta categoría. Así que vamos a
hacer más habitaciones.
―Suena muy
interesante. ¿Pensaste en algún tipo de descuento para los que se hospedan en
este hotel?
―Sí. Pero por
eso mismo las discotecas deberán tener una zona VIP. Eso va a ser parte de la
construcción que se va a hacer en el futuro. Rodrigo no quiere que la gente “normal”
deje de concurrir, y yo no soy clasista; pero la gente que viene a este hotel,
a veces lo es. Por eso tengo que brindarles una opción diferente.
―Y más cara.
―Por
supuesto. Mucho más cara.
―Eso
significa más dinero para Afrodita y Pandora ―sonreí.
―Exactamente.
―Me alegra
mucho saber que decidiste invertir, me quitás un enorme peso de encima. Hice
todo lo posible para conseguir inversionistas, y es algo realmente difícil.
Especialmente si hay que tratar con personas como Catalina.
―Siempre le
dije a Catalina que su mayor defecto era ser demasiado pasional con los
negocios. Cuando decidí venir a verte, no tenía idea de que existieran esas
discotecas o que estuvieran cerca de mi hotel. Todo eso me lo enteré por boca
de Calina, mientras viajábamos. No tenía pensado hacer ningún tipo de
inversión, yo sólo quería tener esta noche con vos. Pero como pasé varios días
acá, esperando a que te liberen de la cárcel, me puse a hacer algunas
averiguaciones y planificaciones. Me di cuenta de que sería bastante estúpido
de mi parte no invertir en una oportunidad como ésta. Pero tampoco te quites el
mérito, Lucrecia. Si vos no hubieras sido tan… cautivante, yo jamás hubiera
venido hasta acá. Jamás hubiera visto las discotecas y jamás hubiera hablado
con Rodrigo.
―Estoy feliz
―le dije, abrazándolo. Estaba al borde de las lágrimas―. Era hora de que las
cosas empezaran a marchar un poquito mejor.
Con eso dimos
concluída la noche. Me vestí y volví a agradacerle por todo. Sabía que nos veríamos
otra vez, porque ahora él y Rodrigo serían socios; pero no me importaba. Es
más, me agradaba poder verlo teniendo a Rodrigo cerca, él solía ser muy
perceptivo con la gente y me cuidaría. Me hacía sentir segura.
Esa noche
pude dormir bien. Mi cuerpo lo agradeció enormemente. Tal vez se debía al
agotamiento o a la alegría que me produjo saber que las dificultades económicas
de Afrodita estaban resueltas de una vez por todas.
*****
Me
reincorporé al trabajo y tuve varios días de mucha actividad. Mi vida laboral
estaba yendo cuesta arriba. No vi a Dani, pero me agradó volver a compartir
tiempo con Rodrigo y con Miguel. Incluso Edith se dejaba ver por el lugar de
vez en cuando. Su pancita estaba comenzando a crecer y la chica ingenua daba
cada vez más señales de ser una madre en potencia. Hasta logró que Rodrigo se
lo tomara con mayor calma. Ella aseguraba que no pretendía que él cumpliera el
rol de padre todos los días, ya que ella no estaba sola, tenía a su mamá y a su
amiga Lucrecia, quien había prometido cambiar muchos pañales. No recordaba
cuándo había prometido eso. Lo único que ella pretendía era que quisiera mucho
a su hijo y que pasara tiempo con él, y que, por supuesto, no dejara que le
faltara nada. Rodrigo aseguró que eso mismo haría, y Miguel prometió que se
encargaría, personalmente, de que Rodrigo cumpliera su palabra.
Poco después
Edith y Rodrigo emocionaron a Miguel con la noticia de que él sería el padrino
del bebé. Nunca vi a un hombre tan musculoso llorar tanto.
Todo parecía
estar perfecto pero, lamentablemente, mis problemas para dormir regresaron,
haciéndose cada vez más intensos y afectando mi rendimiento laboral.
*****
Una noche más
sin poder dormir, y cada vez me sentía peor; porque me bastaba con apoyar la
cabeza en la almohada para comenzar a atemorizarme por lo que iba a venir.
Parte de mi cuerpo me pedía estar en alerta, ante un potencial peligro que no
existía; y la otra parte me pedía que descansara.
En un intento
por agotarme, me puse a revisar mi teléfono celular. Había cargado todos mis
contactos en él, y cada vez que miraba la lista me detenía en uno de los
primeros nombres: Anabella. La tentación de enviarle un mensaje era enorme;
pero le había prometido que le daría tiempo.
Mi maldito
cerebro me llevó a recordar toda la charla que tuve con el chico que me
desvirgó. Recordé lo estúpida que fui al creer, una vez más, en sus maliciosos
engaños. También recordé el enojo de mi hermana, y agradecía a Dios por tenerla
para defenderme. Ella había demostrado ser una de las personas más importantes
de mi vida, contradiciendo totalmente la forma en que mis padres la veían; para
ellos no era más que la víctima de una terrible enfermedad, y que no servía
para nada. Me hubiera gustado gritarles en la cara todo lo que Abigail había
hecho por mí, para que aprendieran a valorarla como persona.
Súbitamente
vino a mi memoria una frase: «Pelotuda histriónica». Eso mismo me había dicho
Abi cuando se enojó conmigo. Me causó un poco de gracia, pero en realidad no
entendía por qué me había llamado de esa manera. Tampoco debía darle demasiada
importancia, por desgracia mi hermana tenía largos episodios en los que hablaba
puras incoherencias; pero me llamaba un poco la atención, porque en ese momento
no estaba siendo incoherente.
Sólo por
curiosidad, y aprovechando mi nuevo smartphone,
busqué la palabra “histriónica” en Google. Un resultado me mostraba:
“definición de histriónico”, estuve a punto de entrar al link; pero me percaté
de que esa no era la primera opción que el buscador me brindaba. Arriba decía:
“Trastorno histriónico de la personalidad”, era un artículo de Wikipedia.
Impulsada por mi curiosidad de Pandora, apreté en el link. Fue un grave error.
Empecé a leer
cosas como «...caracterizado por un patrón de excesiva búsqueda de
atención...»; «... comportamiento seductor inapropiado…»; «excesiva necesidad de
aprobación». Esto comenzó a asustarme;
pero lo peor llegó cuando bajé, y me encontré con una lista que describía otras
características de ese trastorno, en la cual se incluían cosas como: «La interacción con los demás suele estar caracterizada por un
comportamiento sexualmente seductor o provocador»; «Muestra una expresión
emocional superficial y rápidamente cambiante»; «Es sugestionable, fácilmente
influenciable por los demás o por las circunstancias»; «Considera sus
relaciones más íntimas de lo que son en realidad». Había otras, pero esas
fueron las que más me impactaron.
No pude
soportarlo. Dejé el teléfono sobre la cama, escondí mi cara en la almohada, y
comencé a llorar.
Las frases
daban vueltas en mi cabeza y se repetían constantemente. No necesitaba que un
psicólogo me lo explicara detalladamente. Lo comprendí al instante. Esa era yo…
ese trastorno me estaba describiendo. No me sorprendería si de pronto mirase
otra vez el artículo y de pronto dijera “Trastorno de Lucrecia”.
Si a ese
trastorno le sumaba mi inmensa impulsividad, estaba jodida.
Mi hermana lo
sabía. Abi lo sabía perfectamente. Ella pasó años concurriendo a psiquiatras,
seguramente les habría hablado de mí en alguna ocasión y ellos la habrían
ayudado a deducir que yo padecía de algo llamado “Trastorno histriónico de la
personalidad”. Por eso yo era una pelotuda histriónica para ella. Tal vez lo
supo por mucho tiempo; pero nunca se animó a decírmelo, hasta ver que yo, como
una completa pelotuda, volvía a confiar en ese hijo de puta.
«Es sugestionable, fácilmente influenciable
por los demás…», recordé.
«Excesiva
búsqueda de atención».
«No sos el
centro del mundo, Lucrecia», las palabras de la monja resonaron en mi cabeza.
¿Ella también
lo sabría? ¿Lo sospecharía, al menos?
Me sentí
avergonzada de mí misma.
Toda mi forma
de ser, no era más que un maldito trastorno de la personalidad.
¿Dónde estaba
la verdadera Lucrecia?
¿Dónde
terminaba yo y empezaba el trastorno?
¿Cuánto de mi
había en él? ¿Cuánto de él había en mí?
Quería salir
corriendo, lejos de mi propio cuerpo.
Recordé la
letra de una canción: «Lo mejor de nuestra piel es que no nos deja huir».
Maldita sea la ironía de Solari.
El nombre de
la canción es “Espejismo”. Eso mismo soy yo, un simple espejismo. Una ilusión.
Un engaño.
Anabella.
Extraño a
Anabella. La necesito. La necesito más que nunca. Necesito a mi monjita.
La amo.
Te amo,
Anabella.
En algún
momento, con el llanto ahogado por la almohada, me quedé dormida.
Continuará...
Comentarios
Escribes muy bien
Cada capítulo es genial
Felicitaciones