Me niego a ser Lesbiana (31)

Capítulo 31

Encrucijada.


Lara me miró somnolienta, se restregó los ojos con las manos y luego me sonrió.
―Hola hermosa, ¿cómo te sentís? ―me saludó, incorporándose en la cama―. A mí me duele todo... anoche tomamos demasiado.
―Pero... pero... ¿cómo llegaste hasta acá?
―¿Qué decís, Lucrecia? ―Su sonrisa se hizo más amplia; ella intentaba parpadear pero sus ojos parecían estar pegados con lagañas― ¿Puedo ir a lavarme la cara?  
Quería que me respondiera la pregunta, pero con los ojos hinchados y los pelos de punta, parecía Doc Brown, de “Volver al Futuro”.
―Sí... andá...
Mi cabeza daba vueltas, pero no sólo por la resaca, sino porque intentaba recordar lo que había ocurrido durante la noche anterior. Acompañé a Lara hasta el baño, ella entró sola pero permanecí de pie junto a la puerta cerrada. Recordaba que ella se había ido de Pandora mucho antes que yo, junto con su novia... después de eso todo era muy confuso. Recordaba haber besado a, al menos, dos mujeres diferentes... y casi tenía la certeza de que una de ellas era Lorena... no podía recordar a la otra.
Sí… definitivamente le había comido la boca a Lorena… ¿o era Lara? «La puta madre ―me dije―, ¿por qué mierda tienen que ser tan parecidas? ¿Qué les costaba ser un poquito más originales?»
―Lara, ¿vos te fuiste anoche? ―le pregunté a través de la puerta.
―Sí, pero volví... ―por la forma en que sonaba su voz supe que se estaba cepillando los dientes; ella sabía que yo siempre guardaba un cepillo de dientes nuevo, sin usar, para situaciones como esta.
―¿Por qué volviste?
―¿Me estás cargando?
―No, boluda... no me acuerdo de nada. Se me parte la cabeza ―apreté mis párpados con la yema de mis dedos... no fue una buena idea, me dolió aún más―. Necesito un cerebro nuevo...
―Eso desde hace rato. Volví porque vos me llamaste.
―¿En qué momento te llamé? ―en ese instante Lara salió del baño, su aspecto había mejorado mucho, estaba radiante y hermosa... y totalmente desnuda.
―No sé qué hora era exactamente... pero era tarde... y estabas llorando.
Juntas caminamos de regreso hacia la pieza, me detuve un segundo en el dormitorio de Tatiana y comprobé que la morocha no había vuelto; posiblemente estaba en la casa de… ¿quién? Recordaba haberla visto con una mujer madura, pero no podía ponerle rostro a esa persona.
―¿Llorando? ¿Y por qué llorabas?
―¡Qué sé yo!... no te entendí ni una palabra; pero me hiciste preocupar mucho, por eso me tomé un taxi y volví ―nos sentamos en la cama, muy cerca la una de la otra, la tibieza de su cuerpo me tranquilizó―. Cuando llegué al boliche te encontré muy entretenida con una piba...
―¿Qué piba? ¿Entretenida en qué sentido?
―No sé quién era, no la vi bien. Estabas con ella en la vereda, se estaban besando como locas, apasionadamente... me dio bronca haber ido hasta allá en vano y ya estaba por volverme a mi casa cuando soltaste a la chica y me viste... te me tiraste encima diciéndome: «Larita, acá estás... quedate conmigo, por favor» ―ella imitó mi forma de hablar, en tono burlón; la miré con ojos rasgados, como si estuviera amenazándola, pero no le importó―. Después me besaste.
―Y vos te aprovechaste de mi estado de ebriedad y me trajiste hasta acá, para abusar de mí.
―Sí, eso fue exactamente lo que pasó después. Aunque no fue tanto un abuso de mi parte... estabas bastante activa... nunca te había visto tan caliente... casi me partís al medio.
―¿Te di con el strap-on?
―No, con la boca... pero me la chupaste tan fuerte que creí que me ibas a arrancar el clítoris y me ibas a sacar el útero por succión.
―¿Tanto?
―Sí, te lo juro... acabé como dieciocho veces ―sonrió libidinosamente y me acarició una pierna.
―No exageres...
―Bueno, no sé cuántas veces acabé... pero fueron muchas.
―Espero que después me hayas devuelto el favor... aunque no sé de qué sirve... si al final no me acuerdo de lo que pasó.
―En realidad te quedaste dormida mientras me la chupabas... fue muy tierno, parecías un cachorro durmiendo con su juguete favorito en la boca. No tuve la oportunidad de devolverte nada.
―¡Dios, qué desastre! Soy patética.
―Sí, lo sos; pero bueno, al menos yo la pasé muy bien, no me quejo ―sus indecentes dedos alcanzaron mi vagina, de repente recordé que la tenía toda afeitada.
―¿Y esto cuándo pasó? ―pregunté, señalándola.
―Ah, eso pasó antes de que empezáramos a coger... pero mejor no te lo cuento... porque fue aún más patético que lo otro.
―Ahora vas a tener que contármelo.
―No, mejor no... creeme... ―uno de sus dedos acarició suavemente mi clítoris, si bien me gustó mucho que lo hiciera, aparté su mano.
―Si no me contás... no hay conchita.
―No seas tan cruel... lo hago por tu bien... ―volvió a tocarme, pero volví a apartarla.
―Nada de tocar. Contame.
―¡Pucha! Está bien... pero después no te quejes ―me apuntó con su índice acusador―. Anoche, cuando llegamos a tu departamento, te sacaste toda la ropa y fuiste corriendo al baño a buscar una maquinita de afeitar. Cuando fui a buscarte vi que intentabas depilarte la concha. Quise sacarte la maquinita de la mano, porque tenía miedo que te cortaras; estabas muy borracha. Pero vos no me dejabas, decías que querías estar lista para “ella”, querías que “ella” supiera que tu concha era suya.
―¿Ella?
―Sabés bien de quién te hablo, no te hagás la pelotuda ―me ruboricé y pensé en Anabella, luego asentí con la cabeza, indicándole que continuara―. En fin, vos querías recortarte los pelitos para formar una letra “A” con ellos; pero te salió cualquier cosa, se parecía más a una “F” que a una “A”.
―¿Cómo llegué de una “A” a una “F”?
―No lo sé, ni yo me lo explico, la cosa es que te quedó muy mal y te pusiste a llorar como una boluda ―si mis mejillas aún no se habían puesto rojas, con eso debían estar como dos tomates maduros, apreté mis labios y me quedé callada―. Lo peor fue que empezaste a decir que ella no iba a saber nunca que lo habías hecho en su honor... y que no se enamoraría de vos... y no sé qué otra sarta de idioteces y cursilerías. Mencionaste no sé qué cosa de su culo, y de un consolador. La cuestión es que tuve que terminar de depilártela para que no quedara así. Después te fuiste calmando y bueno... terminamos en la cama.
―Qué imbécil soy ―agaché la cabeza―. Me merezco una buena patada en las nalgas.
―Si querés te la puedo dar yo... con mucho gusto... pero, sinceramente, preferiría darte besitos en las nalgas ―ambas sonreímos y nos tomamos de las manos.
―Pero... Lara... ―dije siendo consciente de un punto muy importante―. ¿Qué va a pensar Sami de todo esto?
―Eso ya no importa...
―¿Cómo qué no? ¿Acaso le pediste permiso?
―No necesito su permiso.
―Pero ella es tu novia.
―No, no lo es. Cortamos.
―¿Qué? ¿Eso cuándo pasó?
―Hace dos o tres días... antes de la inauguración de Pandora.
―¡Pará! Yo no estaba borracha cuando llegaron, y me acuerdo muy claramente que ella dijo: «Yo soy tu novia».
―Sí, ya sé. Eso lo dijo a propósito.
―¿Por qué?
―Porque si todo el mundo se ponía a preguntarnos por qué cortamos, nos iban a arruinar la noche, por eso decidimos salir como si fuéramos pareja otra vez; pero cada una tenía vía libre para irse con quien quisiera. Al final las dos nos fuimos solas… ¿ves que divertidas somos?
―Bueno, vos volviste por mí… y tuviste una noche con dieciocho orgasmos… ―le guiñé un ojo―. ¿Ves que divertida soy?
―Eso no te lo puedo negar, siempre la pasé bien con vos, dentro y fuera de la cama ―acercó su cara a mí, y sus labios se estrellaron contra los míos. Por unos segundos estuvimos besándonos apasionadamente, me di cuenta de lo mucho que extrañaba esa boca―. ¿Per... pero por qué no me lo contaste? Podríamos haber hablado antes de la inauguración ―pregunté, con la voz desafinada por la emoción.
―Te lo iba a contar pero no quería amargarte, supuse que sería mejor contártelo después. Al fin y al cabo unos días no iban a hacer la diferencia.
―Oh, pobrecita ―noté el dolor en su mirada y la abracé tan fuerte que nuestras tetas quedaron apretujadas entre nuestros cuerpos―. Bueno, pero ahora sí me tenés que contar todo. ¿Qué pasó? ¿Por qué se separaron?
Ella desvió la mirada y torció la boca. Aguardé durante unos segundos, pero no dijo nada.
―Vamos, Lara, siempre fuiste honesta conmigo…
―No siempre.
―¿Qué querés decir?
―¿Me prometés que no te vas a enojar?
―No me vas a decir que te dejé embarazada…
―No es momento para decir boludeces, Lucrecia.
―Perdón, sabés que digo boludeces cuando me pongo nerviosa… es un mecanismo de defensa. Contame, por favor… de lo contrario voy a empezar a soltar una catarata de boludeces. ¿Cuándo no fuiste sincera conmigo?
―Cuando dije que quería cortar con vos.
―No entiendo…
―Esa vez te dije que quería irme con Samantha ―asentí con la cabeza―; pero en realidad sólo quería alejarme de vos.
―P… pero… ¿por qué? ¿Hice algo malo?
―No sé si algo “malo”; pero me estabas lastimando. Veía que yo cada vez te importaba menos… y estabas cada vez más enamorada de la monja. Un día fuimos a visitarla, ¿te acordás?
―Sí.
―Después de ese día, me la pasé llorando como una boluda, porque vos nunca me mirabas como la mirás a ella… vos te derretís por ella. A mí me hacía mierda saber que la deseabas más a ella que a mí.
Las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas, y por las de Lara.
―Por eso me inventé todo el cuento de Samantha ―prosiguió.
―¿Acaso no es cierto que ella te gusta?
―Me gusta, sí… pero no la amo. Nunca llegué a sentir amor por ella. Hace poco tuvimos una charla, ella… ella… ella me propuso casamiento.
―¡A la mierda!
―Estaba re enganchada conmigo. Me partió el alma decirle que no, así como también me la partió tener que alejarme de vos. Tuve que contarle toda la verdad… ella lloró… bueno, las dos lloramos.
―Pero anoche las vi llevándose muy bien.
―Sí, porque estuvimos muchas horas hablando del tema, y le hice entender que yo nunca tuve la intención de lastimarla, que sólo me acerqué a ella porque si me quedaba sola iba a terminar en un pozo depresivo. Samantha es muy buena ¿sabés? A veces puede ser un poquito mandona, pero es una buena chica, y muy atenta… siempre me hacía regalos y me preparaba cenas. Una romántica. Yo a veces puedo ser…
―Fría como culo de pingüino.
―Sí ―sonrió, pero era una sonrisa triste―. Pero en el fondo soy muy blandita… por eso me dolió tanto alejarme de vos.
―Eso quiere decir que…
Volvió a mirarme a los ojos, se me hizo un nudo en el pecho.
―Sí, Lucrecia, yo todavía estoy enamorada de vos. Sigo pensando que sos la mujer de mi vida… y no aguanto más estar sin vos… aunque estés enamorada de una monja.
―No me esperaba eso…
―Ni yo tampoco, pero necesitaba decírtelo, o me iba a volver loca. ¿Te jode que te lo haya dicho?
―No… al contrario, lo agradezco mucho… pero no te puedo dar una respuesta ahora mismo. Necesito pensar en un montón de cosas.
―Necesitás pensar en una monja… diría yo ―noté una mueca de amargura en su rostro.
―Es complicado, Lara. No me presiones. Te prometo que te voy a dar una respuesta en cuanto antes.
―Está bien, te tomo la palabra.
―¿Querés coger? ―no sólo se lo pregunté porque estaba caliente, sino porque quería aliviar la tensión del momento.
―¿Con vos? Siempre quiero… pero dejame chupar a mí, sinceramente, después de lo de anoche, me duele la concha.
―Bueno, empezá cuando quieras.
Abrí las piernas, ofreciéndole mi vulva, ella se abalanzó inmediatamente contra ella. Estuvimos cogiendo durante un par de horas, al menos en esta ocasión pude recordar todos los detalles.

*****

Llegué al convento alrededor de las tres de la tarde, durante el trayecto hasta los aposentos de Anabella me crucé con varias Hermanas, todas de las cuales me miraron como si yo fuera la reencarnación de Lucifer, de hecho me pareció ver a más de una persignándose. Al parecer los rumores sobre mi persona se habían disipado rápidamente. Por suerte ninguna se cruzó en mi camino, tal vez tenían miedo de que de pronto se abrieran las fauces del infierno, y se las tragaran.
Di dos golpecitos en la puerta del cuarto de mi monja predilecta, y ésta me abrió de inmediato. La saludé con una amplia sonrisa y un beso en la mejilla. Me sorprendió que estuviera tan seria, por lo que le pregunté:
―¿Pasó algo malo?
Se hizo a un lado para permitirme ingresar, luego miró a hacia los dos lados del pasillo y cerró la puerta.
―Estas harpías me quieren crucificar ―dijo.
―Ah, me imagino… cuando venía caminando para acá, las monjitas me miraron feo.
―Sí, porque sabían que venías a verme.
―¿Tan mal está la situación?
―Bastante, ya estoy considerando seriamente pedir un traslado.
―No te quedan muchas opciones, es eso o ir a una ferretería a comprar un puñado de clavos, para que te cuelguen. 
Su sonrisa fue triste, pero al menos le pude quitar la cara de preocupación.
―Lamentablemente estás en lo cierto, no me quedan muchas opciones. Pero no hablemos de eso ahora, necesito distraerme un poco ¿preparo el mate?
―Estaba esperando que dijeras eso.
Acompañé a Anabella hasta su pequeño anafe, admiré su cuerpo, el cual estaba completamente cubierto por sus hábitos, me recordó a la primera vez que estuvimos juntas… tuve que desviar la mirada para no comenzar a calentarme como la pava para el mate.
―¿Cómo va tu vida? ―me preguntó la monja, sin mirarme.
―De momento, va mejorando. Empecé a hacer terapia.
―¿De verdad? ―giró la cabeza para mirarme a los ojos, me sonrió y luego se volvió a enfocar en el mate.
―Sí, hace poco, me está haciendo muy bien; creo que me va a ayudar con mi problema para dormir, y otras cuestiones que ya te conté. Igual te digo que la mejor terapia fue pasarme un fin de semana a puro sexo en la cabaña de Rodrigo.
―¿Con una de tus amigas?
Ella tenía la mirada fija en el mate, lo estaba llenando de yerba. Sonreí al comprender hacia dónde apuntaba con su indirecta. Las monjas podrían estar escuchando nuestra conversación, por lo que admitir que habíamos tenido sexo le complicaría la vida a Anabella, por eso debíamos establecer un código. Al fin y al cabo las monjas no podrían reprocharle que ella me sirviera como “guía espiritual” y que yo le contara sobre mi vida sexual.
―Sí, con la más hermosa de mis amigas ―se dibujó una leve sonrisa en su rostro.
―¿Y la pasaste bien? ―llevó el mate a su pequeña mesa, y nos sentamos a esperar que el agua se calentara.
―De maravilla, mi amiga me sorprendió muchísimo, nunca imaginé que se animaría a tanto ―sonreí, me divertía mucho esta forma de hablar, éramos partícipes de un íntimo secreto que era sólo nuestro―. Me encantó ver sus repentinos cambios de actitud.
―Me imagino que la habrás provocado para que eso pase.
―Un poquito, sí… pero ella también me provocó a mí. No me imaginé que fuera a ponerse tan… puta.
―Qué raro vos teniendo una amiga puta.
―Pero esta no es una puta cualquiera ―dije conteniendo la risa, ella se levantó a buscar la pava―. Se podría decir que ésta es una puta con clase, de alto nivel. De esas que vale la pena conocer.
―Me alegra de que tu amiga te haya dejado tan satisfecha ―trajo la pava y comenzó a cebar mates.
―Eso era obvio, sólo con tenerla a mi lado ya me hace feliz ―repentinamente Lara me invadió los pensamientos, para colmo la muy desgraciada tuvo que aparecer sin ropa.
―¿Y ella es la única que te hace feliz?
Me estaba mareando un poco con el jueguito de las indirectas… o bien era que el mate tenía algo raro dentro. No sabía adónde quería llegar Anabella con eso, se suponía que sólo seríamos amigas… ¿acaso quería confirmar que ella era la única persona que me hacía feliz? Estuve a punto de dar la respuesta automática más típica en estos casos, le iba a decir que ella era la única; pero en cambio preferí ser sincera.
―No, no es la única… ―al suspirar pude recordar el aroma del cabello de Lara.
―Ah, bueno… me alegra saber que es así.
Me dolió escuchar esa respuesta, porque entendí que en realidad su pregunta había sido para averiguar si yo respetaría nuestro pacto. Anabella no quería que yo siguiera enfocada sólo en ella, quería que yo recordara que lo nuestro no podía ser, y que tendría que buscarme otra para que me hiciera feliz; la boca se me llenó con el amargo sabor del rechazo… o bien era porque el mate no tenía azúcar.
―¿Y quién es la otra, además de esa amiga que te acompañó ese fin de semana; si se puede saber? ―preguntó, la monja.
―Lara.
―¿Qué? ―sus ojos se abrieron mucho―. Pero… ¿ella? ¿Tu ex novia? Pero si cortaron…
«¡Ajá! Esa te dolió, monja desvergonzada ―pensé―. Vos sabés muy bien que la única que te puede hacer competencia es Lara».
―Sí, pero hace poco volvimos a reencontrarnos, y pasamos un gran momento juntas ―me sentí como una chiquilla estúpida que, por alguna razón infantil, quiere lastimar a la persona que ama; pero ella me lastimó primero… ella empezó―. Incluso llegué a considerar la posibilidad de que volvamos a estar juntas.
―Es… eso me sorprende mucho... ―la noté dolida, pero a la vez parecía querer reprimir sus emociones.
―Me parece que hablar de este tema no nos hace bien a ninguna de las dos. ¿Por qué mejor no hablamos de otra cosa?
―Está bien ―tomó un mate―. ¿De qué querés hablar?
Vine a visitarla con la intención de hablarle sobre Lara, pero ya había quedado demostrado que no era buena idea hacerlo de forma tan brusca; sin embargo, una vez descartado ese tema, no se me venía ningún otro a la mente.
―Ando un poco complicada… ―le dije―, por eso me gustaría hablar de cualquier cosa que me ayudara a relajarme un poco.
―A mí también me vendría muy bien eso ahora mismo ―me dijo con una hermosa sonrisa.
―Decidido entonces, vamos a pasar una tarde tranquila y divertida; nada de estar sacando temas tristes o conflictivos.
―Trato hecho. ¿Sobre qué hablamos?
―¿Qué pensás de los judíos?
Comenzó a reírse a carcajadas.
―¿No habíamos descartado los temas conflictivos? Sabés que no soy antisemita… pero soy muy católica, ¿no se nota? ―señaló sus hábitos.
―Bueno, pero te hice reír.
―Sí… antes de ponernos a hablar de otra cosa, hay algo que quisiera decirte; porque creo que merecés saberlo ―se me congeló el corazón―. Con todo este quilombo con las Hermanas, estoy considerando cambiarme de convento…
―Sí, eso ya lo sabía.
―Pero también estoy evaluando la posibilidad de dejar lo hábitos.
―¿Qué, de verdad?
―No te hagas demasiado la cabeza, tiene que ver con una cuestión personal, porque no sé si realmente estoy cumpliendo con mi deber hacia Dios. Además es una pequeña posibilidad que estoy evaluando, no es algo definitivo. Ahora sí, mejor pasemos a hablar de otra cosa.
―Está bien.
Desde ese momento en adelante continuamos hablando sobre temas triviales y divertido, comentamos películas de Disney, que soy lo más inocente que puede haber, y luego pasamos a hablar sobre música; incluso llegamos a escuchar algunas canciones en su celular. Estuve a punto de dormirme, los gustos musicales de la monja no eran los más entretenidos del mundo; pero a ella le ocurrió algo similar cuando le hice escuchar algo de Radiohead. Acordamos que en la música nunca nos íbamos a poner de acuerdo. Un par de horas más tarde me sentía la mujer más relajada y feliz del mundo, era increíble el efecto que esa monjita tenía en mí. Comprendí por qué a Lara le dolió tanto verme cerca de Anabella, realmente me ponía como una púber enamorada. Sin embargo eso no significaba que no sintiera nada por Lara.
Estaba confundida. Sentía que mi vida había llegado a una encrucijada y que debía tomar una decisión antes de lastimar a personas que aprecio mucho, y de lastimarme a mí misma.

*****

Toda batalla tiene un final, se puede ganar, se puede perder o, inclusive, se puede salir sin ningún beneficio o pérdida; pero el final es inminente. Había llegado el momento de hacer frente a la gran batalla que se desarrollaba en mi corazón.
Nunca creí que esto pudiera ocurrirme a mí, me equivoqué cientos de veces en mi vida y uno de mis más grandes errores fue pensar que era inmune a los caprichos del amor. Siempre busqué refugios que me apartaran de él, en una época ese refugio fue sano y me evitó problemas, me escondía detrás de mis responsabilidades estudiantiles, mostrando un velo de ingenuidad y obediencia tan grande que me hacía ver como una autómata. Esa fue mi gran mentira, la mentira que me conté a mí misma y pretendí contarle al mundo. Luego llegó el momento de la verdad, cuando supe que yo no estaba hecha para llevar la vida que mis padres pretendían que llevara, yo quería vivir a mi manera, porque la vida nos da una sola oportunidad para disfrutarla... y luego no hay lugar para reclamos. Lo que jamás imaginé, hasta ahora, fue que mi promiscuidad y mi lujuria no eran más que otro velo, otra barrera, otro refugio, otra mentira.
La mayoría de mis actos, durante los últimos meses, se debieron a la huida que emprendí para dejar mis sentimientos detrás; pero éstos siempre estuvieron latentes, pisándome los talones, haciéndome tambalear, impidiendo que me escapara. Posiblemente mi intento fallido de huida se generó cuando perdí toda la esperanza en mis padres. Ellos, que eran las personas que más debían quererme y cuidarme, me dieron fríamente la espalda, abandonándome a la deriva en un mundo lleno de gente oscura. Creía haber superado ese rechazo, pero me mentiría a mí misma, una vez más, si afirmara que lo hice. Me habían desgarrado el alma y el corazón, fue la ruptura más dolorosa de mi vida y ellos ni siquiera lo saben... y de saberlo, dudaba mucho que pudieran comprenderlo en toda su complejidad… o que siquiera les importara.
La horrible experiencia que tuve al perder la virginidad también contribuyó mucho a quitarme confianza en la gente cuando se trataba de asuntos del corazón; sin embargo debo ser honesta conmigo misma y admitir que sí me enamoré de Lara y también me pasó lo mismo con Anabella... en ellas llegué a confiar, como nunca había confiado antes en mi vida. También sabía que ambas sentían algo muy especial por mí; pero no podía estar con las dos al mismo tiempo, debía escoger entre un camino u otro.
Lara era el primer gran amor de mi vida, aunque nuestra relación hubiera sido desprolija, vertiginosa y hubiera durado relativamente poco tiempo. Sin embargo debía admitir que mis sentimientos por ella fueron verdaderos y atesoro los grandes momentos que vivimos juntas. Me demostró, más de una vez, que estaba dispuesta a jugársela por mí, especialmente en el momento en que enfrentó a mi madre. También me brindó asilo, arriesgándose con sus propios padres, cada vez que lo necesité. Sus actos me demostraron que es una mujer con un gran corazón. Otro gran punto a su favor era su cautivante personalidad, a veces me sorprendía que hubiera tanta pasión en ella. Varias veces pensé que era una muchacha un tanto fría y distante, pero con el tiempo aprendí que sabe esconder muy bien sus sentimientos, si así se lo propone. A decir verdad, ella era mucho más romántica de lo que hubiera imaginado. Tal vez el error fue mío, al apartarme de ella, y al no cuidarla de la forma que se merecía; nunca pude ver cuánto daño le causaba comportándome como una... ¿puta?, ¿trola?, ¿mujerzuela? No lo sé. Cualquiera de esos adjetivos me describían muy bien y no deberían ofenderme... sin embargo lo hacen. Prefiero saber que soy mucho más que un adjetivo, o una etiqueta… o una patología.
Anabella... ella me deja sin palabras. Siento una opresión en el pecho cada vez que pienso en esa dulce monja. Una opresión que puede interpretarse de muchas formas diferentes: puede estar expresando el inmenso amor que siento por ella; puede significar la pena que me da saber que sufrió y sufre tanto en su vida; también podría deberse a la amargura que me provocaba saber que no podía estar con ella, mientras fuera una monja... pero sabía que eso podría cambiar y me dejaba un ápice de esperanza. Ella también me había ayudado mucho en tiempos difíciles y también tenía muchos gratos recuerdos a su lado, más de los que hubiera imaginado que podía recolectar. Con ella aprendí muchas cosas sobre la vida y la fe, algunas de las cuales nunca me hubiera puesto a evaluar, de no haberla conocido. Anabella fue siempre la balanza de mi consciencia, de no haber sido por ella hubiera cometido aún más errores, algunos mucho más graves de los que podía imaginar. Me demostró más de una vez que, a pesar de no conocer otra vida que la del convento, es una mujer con una amplia visión del mundo, capaz de analizar lo que ocurre a su alrededor y dar en el clavo, como tantas veces lo hizo conmigo. Ella me permitió conocerla y al mismo tiempo me ayudó a conocerme a mí misma. Ella se abrió a mí, en cuerpo y alma, como nunca lo había hecho con nadie. Sin importar qué ocurriera, jamás podría olvidar los días que pasamos juntas en una remota casaquinta, haciendo el amor hasta quedar agotadas. Pero lo que vivimos allí fue mucho más que sexo. Fue amor, en su más grande expresión.

Entre esos dos posibles caminos hay uno más sencillo, más esperanzador, contrastando con otro sinuoso y complicado; pero no quería que esto fuera un determinante en mi elección. Bien sabía que en cuestiones del corazón, la lógica no es de mucha ayuda.

*****

Me senté frente a la mesa del comedor, un agobiante silencio reinaba en mi departamento, esa mañana no me había presentado a trabajar, pidiéndole a Rodrigo que se hiciera cargo por un día de la oficina. Tatiana se encontraba en su propio trabajo y yo estaba sola con mis incógnitas. Tomé una lapicera y una hoja de papel, y comencé a escribir una carta, volcando mis sentimientos en ella:

«Pensé mil veces cuál era la mejor forma para decirte esto y más de una vez creí fehacientemente que tenía que estar a tu lado, llegué a convencerme de que eras la mujer de mi vida; sin embargo me ocurrieron muchas cosas inesperadas que me llevaron a cambiar pensar en nuestra posible relación de otra forma. Dudo que después de leer esto me creas si te digo que prefiero ser solamente tu amiga, tal vez te confundas y creas que es otra de mis incongruencias, pero lo pensé muy bien y estoy haciendo lo que siento. Me hubiera encantado que pudiéramos estar juntas, ser felices y amarnos eternamente, pero el amor, en ciertas ocasiones, es incierto y te juega malas pasadas. Confundí muchas cosas al estar cerca de vos, no vi lo que realmente había en tu interior y me dejé llevar por mis impulsos. Te pido perdón por eso y quiero que sepas que valoro mucho el tiempo que paso con vos, y me dolería en el alma que ya no quisieras mantener una sana amistad conmigo; pero voy a saber entender si preferís evitarme. Sé que te causé mucho mal y muchos problemas, sin embargo el amor que sentí pro vos, alguna vez, fue real, tan real como el amor que siento por ella... y me duele en el alma decirte que ya tomé una decisión y que prefiero arriesgarme con ella, de una vez por todas.
Agradezco todo lo que hiciste por mí y no me voy a olvidar nunca de vos. Sos una de las personas más maravillosas que conocí en mi vida. Lamento mucho que las cosas se dieran así, pero no puedo hacer nada para evitarlo».

Firmé la carta, la doblé por la mitad y salí del departamento. Subí al auto y conduje directamente hacia la universidad, donde sabía que encontraría a las dos mujeres que se debatían en mi corazón.
Al llegar al edificio universitario, me acobardé. Dudé una vez más de mí misma y no sabía si era correcto dar semejante noticia por carta; pero no quería verla a los ojos cuando se enterara.
Busqué en varias oficinas hasta que di con Samantha. La pelirroja se veía algo triste, como si un ser querido hubiera fallecido, al verme noté cierta frialdad en sus ojos verdes. Fue un momento sumamente incómodo, yo no quería confrontarla y, aparentemente, ella tampoco quería hacerlo conmigo, ya que relajó sus tensos hombros y se me acercó con una forzada sonrisa.
―Hola Sami ―la saludé―. Sé que no tendría que pedirte esto a vos, pero no sé a quién más recurrir...
―No importa Lucre, vos y yo vamos a seguir siendo amigas... tengo que entenderlo, una persona no puede obligar a otra a permanecer a su lado.
―Eso es totalmente cierto, a veces duele, pero es la verdad.
―Sí... y si volvés con Lara, espero que sean muy felices juntas.
―Justamente el favor que quería pedirte, tiene que ver con eso ―extraje la carta que tenía doblada en el bolsillo―. ¿Podrías darle esto a ella? Confío en que no lo vas a leer.
―Te prometo no leerlo ―levantó su mano derecha, como si estuviera jurando ante las Sagradas Escrituras.
―No sé cómo decirle a Lara que me perdone por esto... pero no puedo estar con ella mientras siga amando a otra persona ―miré a la pelirroja intentando averiguar en qué pensaba, no vi gran sobresalto en ella―. Tal vez, algún día, ustedes puedan reconciliarse.
―Lo dudo mucho. Ese es un barco que ya zarpó... no hay vuelta a atrás. Por más que vos no quieras estar con ella, ella no quiere estar conmigo. Lo arruiné...
―Entonces ¿qué vas a hacer ahora? ―le pregunté honestamente.
―No tengo idea... tal vez me dé un tiempo para mí misma, necesito evaluar muchas cosas de mi personalidad. Lara a veces puede ser un poquito cruel a la hora de decir las cosas; pero dice la verdad.
―Lo sé, no lo hace con mala intención. Ella opina que esas cosas se dicen de frente, sin vueltas, porque es la mejor forma de entenderlas. A mí me ha dicho muchas... y sé que me va a decir muchas más... si es que vuelve a hablarme; pero dudo que quiera volver a verme.
―Voy a intentar que no le duela tanto el golpe, al menos para que queden en buenos términos, como lo hizo conmigo.
―Duele mucho aceptar la realidad... pero a veces hay que hacerlo ―le dije para apoyarla y para que se lo dijera a Lara cuando hablara con ella―. Bueno, Sami, agradezco una vez más tu ayuda. Me hacés un gran favor.
―Podés confiar en mí. Le voy a dar la carta y un fuerte abrazo, para ayudarla a sentirse mejor... más no puedo hacer.
―Yo tampoco. Me da pena que las cosas terminen así. Mejor me voy... antes de que me largue a llorar.
―Sí, porque si llorás, yo también voy a llorar ―sonrió una vez más y nos despedimos.

*****

Temblando de miedo caminé hacia los aposentos de Anabella, mi cuerpo era una acumulación de sentimientos y emociones incontenibles, tuve que esforzarme por conservar la calma. El corazón me latía marcando el tempo de mi ansiedad, como si quisiera acallar, con su sonido, las dudas que invadieran mi cerebro. Como si me dijera: «Tenés que escucharme a mí, Lucrecia, escuchá tu corazón».
Golpeé la puerta del cuarto de la monja, sabía que mis palabras se trabarían en mi boca, buscaría mil formas diferentes de decírtelo, diría estupideces, mi maldito cerebro se interpondría con algún chiste inoportuno con la única intención de cortar la tensión del momento; pero todo esto pasaría solo si Anabella respondía a mi llamada. Di varios golpecitos con mis nudillos a la puerta y cuando estaba por recurrir a mi celular para localizarla, otra monja pasó caminando por el pasillo y se detuvo al verme.
―¿Vos sos la amiga de Sor Anabella? ―me preguntó amablemente.
―Sí, soy yo... ¿y usted es?
―Sor Patricia. Encantada de conocerte ―su sonrisa se hizo más amplia―. Anabella se fue esta mañana.
―¿Adónde se fue?
―Sor Anabella dijo que iba a dejar este convento.
―Ah sí, una vez me comentó que quería trasladarse a otro. ¿Sabe dónde puedo encontrarla?
―Me contó que iba a la casa de su madre.
Tuve miedo, no sabía si ella estaba huyendo de mí o del convento.
―¿Tiene la dirección?
―Sí, ella comentó que tal vez vos vinieras a buscarla. Sé que le pidió a la Madre Superiora que te pase la dirección, si la solicitabas.

*****

Una hora más tarde ya me encontraba encaminándome por una ruta, rumbo a la casa de la madre de Anabella, quien vivía un tanto apartada de la ciudad, en una pequeña localidad rural. De todas formas era un poco más de ochenta kilómetros. Si nada me retrasaba, no demoraría ni una hora en llegar. Puse música, algo de Radiohead, y canté, con un inglés pronunciado para la mierda, mientras me mantenía atenta a la ruta; eso me ayudó enormemente a relajarme.
Al llegar a la localidad, miré bien la dirección, pedí indicaciones a un par de lugareños y en pocos minutos logré dar con un modesto chalet con un hermosísimo jardín lleno de flores. Pude ver una pequeña huerta en la parte trasera de la casa mientras me acercaba. El sitio era muy hermoso, no pude hacer más que sonreír y enternecerme, allí era donde Anabella se había criado y había sido feliz... hasta que ocurrió ese horrible altercado. Me alegraba que ella hubiera vivido en una casita que parecía salida de un cuento de hadas. Debió tener una infancia muy sana, y muy feliz.
Me detuve frente a la puerta y supe que en un lugar tan pequeño como este, las visitas no tenían que tocar timbres. Varias puertas se abrieron, algunos sólo eran curiosos que intentaban averiguar quién era la recién llegada; pero la que más me llamó la atención fue una mujer, que debería tener alrededor de cuarenta y cinco años, con el cabello cobrizo entrecano. Debajo de sus finas arrugas pude encontrar el bello rostro de Anabella. Ella debía ser su madre. Bajé del vehículo y le sonreí amablemente, ella me devolvió el gesto con gran cordialidad.
―Buenas tardes, señora. Mi nombre es Lucrecia, soy amiga de Anabella. ¿Ella es su hija? ―la pregunta era innecesaria, pero debía hacerla.
―Sí, encantada de conocerte Lucrecia, Anabella me dijo que posiblemente una de sus amigas vendría a visitarla ―la mujer era encantadora―. Ya la llamo. Ella está atravesando un momento difícil, me alegra que no esté sola.
Un par de minutos después me recibió Anabella en persona, vestía un sencillo vestido color crema, decorado con flores y enredaderas de un tono levemente más oscuro. Su atuendo la hacía parecer una mujer sencilla, pero sumamente hermosa. Me recordaba a esas viejas películas románticas italianas, en las que la bella campesina recolectaba flores mientras el galán se enamoraba al verla. Anabella me envolvió con sus brazos cálidamente y me dio un beso en la mejilla, diciéndome que se alegraba mucho de verme. Me presentó formalmente con su madre y luego propuso la idea de ir a charlar a un sitio más tranquilo.
Nos alejamos de su casa, la cual era una de las que delimitaba el poblado, más allá sólo había campo y algunos árboles. Nos dirigimos hacia uno de esos tupidos árboles y nos sentamos a la sombra, dando la espalda al pueblito. Estábamos lo suficientemente lejos como para no ser vistas o escuchadas. Mi estado nervioso empeoró, sabía que ese sería el momento en que me jugaría el corazón y temía que no me animara a hacerlo. Las manos me temblaban.
―Me alegra mucho verte, Lucrecia ―dio dos golpecitos en el dorso de mi mano, sus suaves dedos me reconfortaron.
―A mí también, por un momento creí que habías huido sin decirme nada.
―Lo pensé ―dijo con una sonrisa burlona―, pero imaginé que te las ingeniarías para rastrarme. De todas formas me sorprende verte tan pronto. No hace ni un día que dejé el convento.
―Tenía que verte. Quiero hablar de un tema muy importante con vos.
Mis palpitaciones se aceleraron, giré la cabeza hacia la izquierda y mis ojos se perdieron en los suyos. En ese momento me pareció estar viendo a la criatura más hermosa del reino de Dios. Un ángel sin alas, con sonrosados labios de azúcar. Sin que pudiera discernir cuál de las dos se movió y antes de que pudiera darme cuenta, nuestras bocas se habían encontrado. Tomé su cabeza con una mano y ella hizo lo mismo con la mía, comenzamos a besarnos con tanta pasión que temía que nuestros labios sangraran; sin embargo sólo podía sentir el dulce sabor del amor. Comencé a ganar terreno, ella tuvo que dejarse caer en el acolchonado césped. Sus delicadas manos apartaron el cabello de mi rostro y sus dientes aprisionaron mi labio inferior por unos instantes. Podía hacerle el amor allí mismo, pero temía que alguien nos descubriera. Al parecer ella temió lo mismo ya que me apartó levemente y con una mirara me indicó que el espontáneo acto de pasión había llegado a su fin. La ayudé a reincorporarse y me quedé abrazada a ella, apoyando la cabeza en sus pechos. Me di cuenta de que mis ojos expulsaban esporádicas lágrimas, estaba llorando, pero esta vez lo hacía por felicidad. Amaba a esa mujer y ya no tenía ninguna duda al respecto. Quería ser feliz junto a ella durante el resto de mi vida.
―Creo intuir de qué querés hablarme ―me dijo acariciándome el pelo―. Me da mucho miedo.
―A mí también, pero estoy dispuesta a asumir el riesgo ―me senté apoyando la espalda contra el tronco y volví a mirarla a los ojos―. Permitime que sea yo la que hable ―ella me miró anonadada y sonrojada―. Estuve pensándolo mucho... y teniendo en cuenta lo que me dijiste sobre la pequeña posibilidad de dejar los hábitos, creo que me corresponde a mí ser quien dé el siguiente paso. Te amo, Anabella. Te amo más que a cualquier persona en este mundo... eso es un hecho que pude comprobar, no tengo dudas al respecto. No existe hombre o mujer que se compare con vos ante mis ojos. Sé que cometí muchos errores con vos y que te apresuré; pero también te demostré que estoy dispuesta a ser paciente. Quiero acompañarte en este duro camino y a darte el tiempo que necesites para asimilar todo. Quiero estar con vos…
―¿Vos me estás diciendo que...?
―Te estoy diciendo que quiero que seas mi novia. Mi pareja, mi segunda mitad. La persona con la que puedo reírme y a la que puedo abrazar cuando lloro. Quiero que seas mi confidente y yo ser la tuya. Que nos ayudemos mutuamente, en este mundo de mierda, a salir adelante. Podemos encontrar la felicidad, juntas... en realidad... vos sos mi felicidad y no tengo que buscar más lejos. Siempre y cuando te tenga a mi lado, voy a ser feliz... y haré todo lo posible para que vos seas incluso más feliz que yo. Quiero que... ―acercó su mano a mis labios y, con la punta de los dedos, me obligó a callar.
―No sigas, Lucrecia... porque es peor. Me duele ver cómo te subís a una nube... y te vas cada vez más alto... porque la caída va a ser mucho más larga... ya no sigas hablando ―quedé consternada, no sabía de qué me estaba hablando―. Te estás confundiendo mucho, Lucre. No puedo ser tu novia... ni hoy, ni nunca. No estamos hechas para estar juntas, vos sos mujer... y yo también.
―¿Es… ese es el único motivo? ―pregunté, devastada.
―Ni siquiera necesito otro motivo. Entiendo que entre nosotras pasaron cosas muy fuertes. No me arrepiento de nada; pero eso no significa que pueda ser tu pareja. Tengo mis votos…
―Dijiste que los ibas a dejar.
―Dije que tenía dudas, que “posiblemente” fuera a dejarlos, pero es algo que aún no decidí. Acabo de pedir el traslado a otro convento, por acá cerca, para ver si puedo reafirmar mis votos. No puedo ser monja y tener pareja, sea hombre o mujer. Mi corazón está en vos, pero también está con Dios. Principalmente con Dios ―mientras ella hablaba podía escuchar los trozos de mi alma partiéndose en miles de pedazos, como frágiles cristales―. Mil veces te dije que sólo podemos ser amigas, mil veces no lo entendiste. Admito que cometí muchos errores y sé que algunos de ellos te pueden haber confundido... pero por favor, ya no te confundas más. No vamos a ser pareja, nunca. No soy lesbiana.
No podía apartar mis ojos de los suyos, una parte de mí quería salir corriendo de allí; a la otra parte le resultaba imposible reaccionar. Me estaba rechazando rotundamente con palabras tan claras que me costaba verlas de otra forma... me quería fuera de su vida... eso me estaba diciendo...
―¿Ser lesbiana? ―pregunté―. ¿Acaso todo tu miedo está en un simple título? ¿Tenés miedo de que la gente te señale y diga que sos lesbiana?
―Sí. ¿Acaso hay algo de malo en eso?
―¡Claro que lo hay! Vos sos vos, Anabella. Importan una mierda las etiquetas. Me enamoré de vos, no de una “lesbiana”.
―Lucrecia, tenés que ser realista. Vos sos mujer, y yo soy mujer. Si estamos en pareja, eso nos convierte en lesbianas…
―¡No! Nos convierte en dos personas que se aman ―dije, levantando la voz.
―No ante los ojos de la gente. Mucho menos ante los ojos de mi madre.
―¿Ella es la que te da tanto miedo?
―Esa es la mujer que me dio la vida, la que me cuidó y me crió, la que se sacrificó siempre por mí. Ella jamás podría entender que su hija quiera ser lesbiana. Ni siquiera podría pensar en ello. Mi mamá es una mujer con otro tipo de valores, que vos no lográs comprender. Ella no puede concebir una relación amorosa entre personas del mismo sexo. Para mi mamá eso es algo que sólo hacen los desviados, los degenerados sexuales, las malas personas.
―Tu mamá se equivoca.
―Es posible; pero eso no significa que pueda hacerla cambiar de opinión. Lucrecia, yo no puedo perder a mi mamá ―sus ojos se llenaron de lágrimas―. Ella es la única familia que me queda. No puedo perderla. La quiero demasiado. No podría soportar saber que ella me detesta, por acostarme con mujeres. Si llegara a enterarse lo que pasó con vos, me moriría. Te juro que me moriría.
―Podríamos explicarle…
―No podríamos, vos no la conocés. Ella es la mujer más buena del mundo, pero hay cosas que jamás podría comprender. ¿Sabés lo difícil que fue para ella vivir en este pueblo con tanta gente mirándola? Ella era la madre de una chica que fue violada, y la viuda de un hombre que se suicidó. En este pueblito la gente tiene muchos valores éticos y religiosos…
―Pero ninguno hizo nada cuando vos la pasaste mal. Todos te dieron la espalda. A vos te importa más un pueblito que te ignoró cuando pasaste el peor momento de tu vida, que yo, que soy una de las personas que más te ama.
―Lo que me importa más que vos es mi mamá. No el pueblo. No confundas las cosas, Lucrecia. Te amo mucho, lo admití más de una vez; pero el amor que siento por vos no se compara con el que siento por mi madre, o por Dios.
―Otra vez metés a Dios en todo esto.
―Sí, Lucrecia. Estoy casada con Dios, no puedo dejarlo... Él es mi guía. Sé que tuve dudas, pero hablé con una Hermana muy experimentada, especialmente en el campo de las dudas. Ella me hizo comprender que yo no tenía por qué dejar los hábitos, ya que sólo encontraría una respuesta a mis dudas si me mantenía firme en el camino de la Fe. Es como caminar por una cornisa, el camino es angosto y uno se puede caer en cualquier momento, pero cuando se camina lo suficiente por él, se adquiere cierto equilibrio... y la tarea resulta mucho más fácil.
―Te están lavando el cerebro, Anabella.
―No, eso es lo que vos creés. Es irónico que me digas eso, vos que te levaste el cerebro solita. Te convertiste en lesbiana sin conocerte a vos misma primero. Estás descarriada, Lucrecia. Ni siquiera sabés lo que querés para tu vida.
―Al menos no me retracto de mis acciones.
―Por orgullo. Por no admitir que obraste mal. Te lo dije cientos de veces, no hay razón alguna para que dos mujeres puedan estar juntas en una relación de pareja. Va más allá de lo que pueda opinar mi mamá, yo también lo pienso así. Dios nos hizo como somos para que estemos entre hombres y mujeres.
―No me vengas otra vez con ese sermón, bien que te calentaste cuando estábamos en la cama... ¿eso tuvo alguna razón para vos? Yo no me paso la vida buscando razones, lo único que busco es ser feliz con las personas que quiero... y vos sos la persona que más quiero, Anabella... me estás matando al rechazarme de esa manera, como si yo fuera un mal.
―No digo que seas un mal, a mí me gustaría que siguiéramos siendo amigas… pero sólo eso.
―Entonces ahora, de pronto, ¿te arrepentís de todo lo que pasó? ―las lágrimas nunca dejaron de brotar de mis ojos―. Admitilo, Anabella, porque te estás contradiciendo sola… como siempre hacés.
Ella suspiró.
―En parte sí... pero también entiendo que puedo sacar algo positivo de todo eso.
―¿Y qué sería lo positivo? Decímelo Anabella... porque a mí me estás haciendo mierda y siento que me voy a morir en cualquier momento.
―A mí también me duele todo esto. Lo positivo sería que encontré una gran amiga en vos… una que no quiero perder; por primera vez en mi vida me sentí cercana a alguien que no sea Dios. Sin embargo, lamentablemente, veo que no podemos establecer una amistad si vos seguís deseándome de esa manera.
―Yo me lamento de haber sido tan ingenua como para venir a buscarte, Anabella.
―Sí, lo fuiste... ingenua y desprevenida. Disculpame que te lo diga, pero ¿a caso volviste a crearte un mundo de fantasías en el que vos y yo vivíamos juntas y felices para siempre, como en un cuento de hadas? Tengo la responsabilidad de pedirte que pongas los pies en la tierra, Lucrecia. La vida es así. No está hecha como los cuentos... en la vida te van a pasar cosas malas y tenés que aprender a vivir con ellas. Tenés que aprender a afrontar la realidad, te guste o no.
―Sin vos no quiero vivir ―tomé sus manos, mi llano se hizo espasmódico.
―No exageres... te vas a olvidar de mí en poco tiempo.
―No, nunca me voy a olvidar de vos. Por favor, Anabella... recapacitá. Quedate conmigo... podemos vivir juntas... acá mismo, si querés... para que también estés cerca de tu mamá...
―No seas ridícula Lucrecia. Te lo dije y te lo repito: No vamos a estar juntas, no soy lesbiana ―hizo una leve pausa entre cada palabra, para que yo escuchara claramente.
―Sos la persona más miedosa que conocí en mi vida... eso es lo que sos.
―¿Ahora me vas a atacar? ¡Qué inmadura te ponés a veces! Eso es lo que me molesta de vos...
―Y a mí me molesta que seas tan hipócrita... ¡carajo! ¡Te gustan las mujeres, admitilo! Andate con otra, si querés... pero admití que te gustan.
―No es así. Vos me gustás, eso no lo voy a negar, pero no me gustan las mujeres. Si algún día decido dejar los hábitos, para estar en pareja con alguien, creeme que va a ser con un hombre ―los pedacitos rotos de mi alma se convirtieron en polvo―. Esto se acabó, Lucrecia. Me hace mucho mal tenerte cerca. Quería que siguiéramos siendo amigas, pero evidentemente me equivoqué. Este es el adiós definitivo entre vos y yo.
―¿Vas a salir corriendo a refugiarte debajo de una cruz?
―No salgo corriendo, yo no me voy a mover del lugar que siempre ocupé... junto a Dios. Sé que me espera un hermoso sitio donde voy a poder aclarar mis ideas.
―¿Dónde queda?
―Prefiero no decírtelo... no quiero que te aparezcas por allá. Va a ser mejor que no nos veamos más, Lucrecia. Lamento tener que ser tan dura con vos, pero te lo pido por amor a Dios... y si querés por amor a mí. Si realmente me amás, y no podemos ser solamente amigas, entonces te pido que salgas de mi vida, para siempre ―me quedé en blanco, todo mi mundo colapsó bajo el peso de la angustia, no supe qué decirle, ella aguardó unos instantes y luego dijo sus últimas palabras:― Fue un placer conocerte, pero me hace mucho mal tenerte cerca si vas a insistir con una relación de pareja. Te quise y confundiste las cosas, para vos va a ser duro escucharlo, pero el error fue tuyo. Necesitás contención, tal vez de algún profesional... en serio, te haría bien. Por mi parte, intentaré hacer mi vida, vos seguí con la tuya de la mejor forma que encuentres. A veces hay que poner un punto final a las relaciones, del tipo que sean. Hasta nunca, Lucrecia. Espero no tener que volver a verte, no lo digo porque te odie, sabés que no es así, es porque nos lastimamos mutuamente al estar juntas.
Se puso de pie y se marchó, llevándose toda mi ilusión, inclusive la posibilidad de suplicarle. Permanecí estática, sentada bajo la sombra del árbol, llorando copiosamente. Nada más tenía sentido para mí. Me sentía un cuerpo vacío, como si fuera una marioneta siendo tironeada por los hilos de la vida.
¿Dios sabría que todo esto me ocurriría? Si Él sabía que todo esto iba a ocurrir, hubiera agradecido enormemente un pequeño aviso, algo que me preparara emocionalmente para lidiar con tanta carga. De haberlo sabido me hubiera negado rotundamente a ser lesbiana en una sociedad que parece no estar lista para comprender y tolerar.

*****

La soledad no se trata de no tener a nadie alrededor, sino de que nadie a tu alrededor comprenda cómo te sentís. Hoy puedo decir que nunca me había sentido tan sola en mi vida.
¿Existe algún tiempo lógico en el cual una persona puede cambiar su vida completamente? Tal vez mi mayor error fue no tomarme el tiempo debido para que cada emoción y sentimiento cumpla su ciclo. Un cambio tan rápido que, en retrospectiva, me espanta; sin embargo mientras ocurría no lo sentí apresurado. Simplemente tomé las oportunidades que tuve, y fabriqué las que necesitaba, para que el proceso de cambio fuera lo menos tortuoso posible. ¿Sirve de algo evaluar las decisiones que tomé? Al fin y al cabo ya no puedo cambiar el pasado; pero los historiadores siempre afirman que la historia es lo que nos permite repetir esos errores. Qué curioso, yo cometo los mismos errores una y otra vez.
No puedo dejar de pensar en aquel día en el que me topé con la “caja de Pandora” y decidí abrirla, ese fue el origen de todos los males que me agobian hoy. Debo reconocer que no todo fueron penas ni tristezas, hubo momentos gloriosos en estos últimos tiempos, momentos que no voy a poder olvidar nunca en mi vida; pero sé muy bien que muchos de esos momentos mágicos sólo sirvieron de maquillaje para cubrir el desconsuelo que me invadía por no ser aceptada.

*****

Tatiana me encontró llorando en mi cama, cuando me preguntó qué me ocurría, no pude responderle; me limité a abrazarla.
Tuvo que aguardar, pacientemente, durante varios minutos hasta que yo pudiera serenarme un poco. Con pocas palabras le expliqué que Anabella me había rechazado y que ya no quería volver a verme, nunca más. Ella volvió a abrazarme, con fuerza, y seguí llorando durante un buen rato más.
Me dejó sola durante varios minutos. Pude escuchar, a medias, que hablaba con alguien por teléfono. Luego regresó a la habitación.
―Llamé a Lara ―me dijo, sentándose en la cama―. Está en camino.
―¿Qué? ¿Por qué la llamaste? En este momento debe odiarme, porque…
―Sé lo que pasó. Antes de venir para acá, ella me llamó… también estaba llorando. Me dijo que quería hablar con vos, en persona. Lamento muchísimo lo que te pasó con Anabella, pero estoy muy enojada con vos, por lo que le hiciste a Lara.
―Le dije la verdad…
―Pero lo hiciste con una carta… y ni siquiera tuviste la decencia de entregársela personalmente. ¿A vos te parece que esa es forma de rechazar a alguien que te ama? A mí me hacen una cosa así y te juro que me muero. ¿Te das una idea de cómo se siente ella ahora?
Una vez más caí en la cuenta de que había actuado como una completa pelotuda.
―Tenía miedo… ―le dije.
―El miedo no es excusa. Le hiciste mucho daño a Lara, lo mínimo que podrías hacer es hablar con ella.
―Lo voy a hacer, pero no ahora… ahora no puedo.
―Ahora es el mejor momento, Lucrecia. Vos necesitás a alguien que te apoye, alguien que se quede con vos. Yo me quedaría, pero tengo que irme, y sigo enojada con vos.
―¿Adónde te vas?
―Salgo con tu prima. Tal vez esta noche tenga suerte, y terminemos yendo a un telo. Pero eso no importa ahora. Vos tenés que hablar con Lara, se lo debés. Ella va a llegar dentro de un rato. Yo me voy ahora mismo.
―No te vayas, Tati…
―En la heladera te dejé comida ―me fulminó con la mirada―. ¿Una carta? ¿Cómo se te ocurren esas cosas?
Me quedé sola otra vez, sintiéndome para la mierda. Lo peor de todo era que Tatiana tenía razón, no podía enojarme con ella. Había actuado como una estúpida.

*****

Cuando Lara llegó fue una tortura bajar en el ascensor para abrirle la puerta, ya que había una parejita que no dejaba de preguntarme si estaba bien. Les aseguré que era un problema personal y que no podían hacer nada para ayudarme.
Luego, tuve que pasar por otro calvario, al subir con Lara. No abrimos la boca en ningún momento, un ascensor no era un buen sitio donde tener una conversación importante.
Entramos al departamento y cerré la puerta con llave. Ella fue la primera en hablar.
―Te juro que nunca me sentí tan avergonzada en toda mi vida ―sus ojos centelleaban de rabia y dolor. Los tenía enrojecidos e hinchados, de tanto llorar―. Espero que al menos hayas tenido suerte con tu monjita ―no lo dijo con bronca, parecía ser sincera.
Rompí a llorar y, como una nena chiquita, corrí hasta mi habitación. Volví a tirarme de cabeza contra las almohadas. Poco después Lara se acostó a mi lado. Me abrazó con fuerza y lloró conmigo. No tuve que explicarle nada, ella sabía que yo también había sido rechazada. Ambas habíamos sido rechazadas por la persona que amábamos, el mismo día, y estábamos destrozadas.
Nos abrazamos con más fuerza, como si de esa manera pudiéramos destrozar los males que nos agobiaban. Escucharla llorar me entristecía aún más, por mi culpa ella se sentía tan mal. Quería pedirle perdón, pero no podía hablar. Tenía un nudo en la garganta provocado por la humillante certeza de que soy la propia generadora de todos mis males; yo soy mi propia caja de Pandora.   

Final en el siguiente capítulo. 

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