Importante:
Esta es una reedición de mi serie de relatos titulada “Me niego a ser Lesbiana”.
En esta nueva versión encontrarán una narrativa más prolija, menos errores y
varias secuencias y capítulos nuevos. Todos los cambios realizados a la obra
fueron hechos con el fin de mejorar su calidad. No puse límites al momento de
realizar cambios, si es que consideraba que éstos aportarían una mejora a la
obra, por eso no se sorprendan si ven ciertos detalles un tanto diferentes, o
si aparecen personajes que en la versión anterior no existían o se les daba
poca importancia. Sin embargo en rasgos generales la historia sigue siendo la
misma y los sucesos claves ocurren de la misma manera o de una muy parecida.
La distribución de los capítulos de esta nueva versión es
diferente a la anterior, aquí los capítulos serán más cortos, pero eso no
significa que habrá menos contenido, sino todo lo contrario. Podrán leer
capítulos enteros que ni siquiera existían en “Me niego a ser Lesbiana”.
De momento dejaré publicada la versión vieja, por si
alguien quiere leerla, pero la borraré en cuanto termine de publicar todos los
capítulos de esta nueva versión.
Agradezco a todas las personas que me dieron su opinión
acerca de la versión anterior, ya que me ayudaron mucho a mejorar la obra.
Espero que “Venus a la Deriva” les agrade tanto (o más) como “Me niego a ser
Lesbiana”.
Modelo de la Foto: Irina Buromski.
Capítulo 1.
Domingo 23 de Marzo, 2014.
-1-
Algunos afirman que las personas nunca cambian, que
siempre mantienen la misma esencia interior desde el día que nacen, o desde el
día en que forjan por completo su personalidad. Sin embargo yo considero que
somos seres en constante cambio, somos un flujo de vivencias, aprendizajes,
aciertos y errores. Pero al mismo tiempo, dentro de esa evolución permanente,
podemos ser capaces de conservar nuestra propia identidad. Como las cataratas
del Iguazú, que siempre fluyen y se erosionan, nunca vemos la misma agua dos veces;
pero no por eso dejamos de llamarlas: cataratas del Iguazú.
Fui bautizada, dentro de los más estrictos lineamientos
católicos, con el tedioso nombre de Lucrecia. Me guste o no, es parte de quien
soy en realidad; pero también soy mucho más que eso.
Me crie en el seno de una familia religiosa conformada
por: mis ortodoxos padres, Adela y Josué; yo, en el rol de hija mayor, con
veintiún años; y mi hermana, Abigail, con dieciocho años.
Todos los nombres de mi familia parecían extraídos de
alguna parte de las sagradas escrituras y eso me molestaba, me hacía pensar que
carecíamos de independencia creativa e intelectual. Dios sabe que no tengo nada
en contra de Él; pero tampoco me molesta admitir que siempre fui la menos
apegada a la religión dentro de mi entorno familiar. Conservo mis creencias y
mi fe intactas; pero no me paso las veinticuatro horas del día pendiente de la
iglesia, ni de Dios, ni de Jesucristo. Esta actitud me generó más de una
disputa con mis progenitores, quienes se rehúsan a pensar por sí mismos. Hay feligreses
que se toman la religión con calma y disfrutan de la iluminación espiritual;
mis padres, en cambio, ya están al límite de perder por completo su libre
albedrío.
Gracias a Dios los reproches que recibía solían menguar en
cuanto los ponía en evidencia, haciéndoles notar que ninguno de los dos era
perfecto y que yo también tenía derecho a equivocarme de vez en cuando; Dios
nos hizo imperfectos para que podamos autosuperarnos.
Otro importante punto a mi favor era que yo iba por el
camino recto a convertirme en el orgullo de la familia. Como era de esperar, asisto
a una Universidad Católica muy prestigiosa; curso la carrera de Administración
de Empresas y mis calificaciones son excelentes; tal como lo habían sido
durante toda mi etapa escolar. No creo que esto se deba tanto a mi inteligencia;
en gran medida es porque suelo ser aplicada y estudiosa.
La universidad se
encuentra unida a un colegio secundario, de la misma índole y ambos comparten
una espaciosa capilla. En la antigüedad este edificio fue un gran convento, el
cual en parte sigue funcionando hoy en día, aunque gran parte de sus
instalaciones originales fueron adaptadas al área escolar. Esto generó una
curiosa amalgama arquitectónica, fusionando estructuras antiguas con modernas.
Muchas veces me quedé mirando maravillada cómo las paredes pasaban de ser
conformadas por pesadas y grises piedras, al cemento prolijamente pintado con
colores suaves.
Es una universidad mixta y permiten cursar a estudiantes
de diferentes religiones; siempre y cuando cursaran la materia Teología y la
aprobaran como todos los otros alumnos. Allí pude hacer buenos amigos.
Debo admitir que tengo cierta facilidad para hacer nuevas
amistades, aunque por lo general éstas me duran poco tiempo… creo que la gente
se aburre de mí en cuanto se dan cuenta que no llevo la vida normal de una chica
de mi edad, ya que mis padres sólo me permiten salir para cumplir con mis actividades
y obligaciones; en caso contrario cualquier salida conlleva un interrogatorio
previo. Como suelo hartarme de esos interrogatorios, termino directamente
optando por no salir.
Sin embargo no todas mis amistades se alejan, hay un
grupo de chicas con el que suelo reunirme de vez en cuando; pero en otro
momento hablaré de ellas, ahora basta con mencionar a una: Lara.
Ella es de familia judía. Sé que definirla de esa forma
puede parecer un tanto antisemita, pero lo menciono porque ese hecho es una
particularidad que tiene gran importancia en nuestra amistad. Recuerdo que
cuando la conocí, en nuestro segundo año universitario, una de las primeras
conversaciones que tuvimos fue sobre religión. Terminamos discutiendo de una
manera no muy agradable ya que ella comenzó a criticar la figura de Jesús; por
mi parte cometí el gran error de mofarme de la Torá. Pudimos haber comenzado
una nueva guerra santa, sin embargo al día siguiente nos buscamos mutuamente,
para pedirnos perdón. Tanto ella como yo nos habíamos pasado la noche lamentándonos
de criticar las creencias de otras religiones y prometimos ya no volver a
pelear por ese tema; aunque sí teníamos permitido expresar nuestras opiniones.
Nuestro vínculo creció mucho desde entonces. Comenzamos
como simples compañeras de estudio que se toleraban la una a la otra y de a
poco descubrimos cuánto teníamos en común y lo bien que la pasábamos juntas;
ambas amábamos la literatura y coincidíamos en gustos por algunas bandas de
rock clásicas… por culpa de las cuales también discutimos más de una vez; pero
en esta ocasión lo hicimos desde el respeto y con más sentido del humor. El
principal enfrentamiento que tuvimos al respecto fue cuando quisimos definir
cuál había sido la mejor banda de los ‘90, a lo cual ella respondió
inmediatamente que había sido Nirvana
y yo sostuve firmemente que, por mucho, la mejor había sido Radiohead… ella me
criticó diciendo que Radiohead sólo
había publicado tres discos en los ‘90 y que el resto fueron lanzados desde el
año 2000 en adelante. Defendí mi amada banda inglesa diciéndole que Nirvana
sólo había durado hasta el ‘94, cuando Kurt Cobain decidió decorarse el cerebro
con perdigones.
Luego de muchos otros argumentos y contraargumentos por
parte de las dos, y de casi una hora y media de discusión, acordamos que la
mejor banda de la década era Guns N’Roses,
porque a pesar de haber comenzado en los ‘80, su época de mayor éxito fueron
los ‘90.
Creo que con esas anécdotas ya ilustré un poco cómo es mi
relación con Lara: un constante “tira y afloja”; sin embargo al final de
cuentas siempre llegamos a un acuerdo y cada día nos entendemos mejor.
Cuando ella me visitó en mi casa por primera vez, tuve
que mentir a mis padres diciéndoles que era tan católica como nosotros; no es
que mis padres fueran antisemitas, pero de saber que ella pensaba diferente, la
hubieran bombardeado con preguntas y referencias del Nuevo Testamento hasta que
la chica admitiera a Jesús como su Señor y Salvador. Al principio Lara se
molestó con esa mentira ya que ella estaba orgullosa de ser judía y poco le
importaba lo que pudieran pensar mis padres; sin embargo con el tiempo se fue
dando cuenta lo fanáticos que son con temas religiosos, y ella misma prefirió
evitar el tema. Di el asunto por concluido cuando le aseguré que no mentía
porque ella me diera vergüenza, sino porque los que me avergonzaban eran mis
padres.
Lara no era mi única amiga, la mayoría de mis amistades estaban
compuestas por mujeres. Los hombres me caían bien y me agradaba estar con
ellos; pero no podía tenerlos como amigos por mucho tiempo ya que mis padres
comenzaban a invadir mi privacidad y a hacer demasiado hincapié en las
supuestas intenciones de estos muchachos. Por eso evitar a los hombres siempre
había sido para mí una forma de ahorrarme problemas, aunque no siempre lo
conseguía.
Aquí viene un gran conflicto, el tema tabú en mi familia:
el sexo. Siquiera mencionarlo bastaba para amargarle el día a todos en mi casa,
especialmente a mí ¿Por qué a mí? Por la sencilla razón de no ser virgen.
Me desvirgó (y lo digo de esta forma porque yo no hice
más que mirar cómo lo hacía) un chico que salía conmigo cuando yo tenía tan
sólo dieciocho años. No quiero dar muchos detalles sobre este asunto ya que fue
bastante traumático para mí. No es que el chico me haya violado; pero se valió
de sucios trucos de manipulación y se aprovechó de mi tremenda ingenuidad para
conseguir meterse entre mis piernas.
Luego de esa experiencia me sentí tan mal conmigo misma
que le conté a mi madre lo sucedido, entre llantos y espasmos nerviosos. Mi
padre armó la de “Dios es Cristo” y al pobre chico casi lo crucifican en su
propia casa. Este degenerado en potencia se salvó de la cruz y los clavos, pero
se ganó una buena golpiza por parte de su propio padre. Su gran pecado fue
haber “abusado” de una dulce e inocente criaturita del Señor que vagaba por la
vida con sonrisa de niña inocente y con tan poco conocimiento del sexo que
podría haber hecho parecer impura a la mismísima Virgen María. Por un milagro
no quedé embarazada; ya que él ni siquiera se dignó a usar protección. Desde
esa vez nunca volví a acostarme con un hombre… ni con nadie; pero me volví un
poco más sabia en cuanto a las prácticas sexuales. Aprendí a detectar cuando
alguien pretendía llevarme a la cama; o mejor dicho, aprendí a desconfiar de
todos los hombres.
Gracias a internet pude dar mis primeros pasos, a
consciencia, dentro del amplio mundo del sexo; pero mis pequeños pasos eran tan
cuidadosos y técnicos que ni siquiera llegaba a comprender del todo lo que
significaba la palabra “morbo”. Aprendí más que nada la mecánica sexual básica
y leí algunas anécdotas de muchachitas que habían pasado por situaciones
parecidas a la mía… pero muchos años antes que yo. Esto no sólo me asqueó, por
lo perverso que podía ser el mundo, sino que además me hizo ver lo mojigata que
era. Me enojé conmigo misma por estar aprendiendo de forma tan tardía conceptos
tan básicos, como la masturbación; algo que ya había descubierto tiempo atrás,
pero que evitaba a toda costa debido a los “sabios” consejos de mi madre en los
que aseguraba que esas cosas sólo las hacían las niñas que luego terminaban
vendiendo sus cuerpos en cualquier esquina… y yo, como una estúpida, le creí.
Atravesé más de tres años de crecimiento teórico; pero
sin llevar nada a la práctica. Como mucho llegué a algún simple toqueteo con la
finalidad de explorar mi propio cuerpo. Con esto no solía llegar a buen puerto ya
que sólo conseguían hacerme sentir más culpable. A pesar de que una parte de mi
mente supiera perfectamente que hacerlo no era tan malo como lo pintaba mi
madre, la culpa me perseguía a todas partes.
Lo más traumático de ese proceso de aprendizaje fue
cuando vi las primeras imágenes pornográficas. Nada de lo que podría haber
imaginado, desde mi magra experiencia sexual, se asemejaba a esas crudas y
explícitas imágenes. Aún puedo recordar perfectamente la primera vez que vi una
fotografía en la que un hombre tenía evidentes intenciones de copular con una
chica, me asusté tanto que apagué el monitor de la computadora por miedo a que
algún integrante de mi familia me sorprendiera viendo eso. Luego de analizar y
llegar a la conclusión de que estaba completamente sola en la sala de mi casa,
volví a encender la pantalla y miré atentamente esa impactante imagen. Me
sorprendí a mí misma con la mano izquierda fuertemente apretada entre las
piernas mientras pasaba de una imagen a otra; la boca se me secó de tanto
tenerla abierta y el cerebro se me inundó de fuertes representaciones sexuales.
Con esas fotografías aprendí que era perfectamente posible que existieran encuentros
sexuales entre dos hombres o entre dos mujeres. Por supuesto que no era tan
estúpida como para ignorar completamente la homosexualidad, sin embargo me
habían criado con un concepto tan aberrante hacia eso, que casi imaginaba ver
demonios participando en esos actos sexuales entre personas del mismo sexo. Muy
distinto fue lo que vi, la mayoría de esas personas lucían “normales”, si es
que no se tiene tan en cuenta el gran estado físico en el que la mayoría
estaba. Lo que más me desconcertó fue ver que muchas de esas personas lucían
felices. ¡Miento! Lo más impactante de todo fue ver, de forma clara y precisa,
cómo un hombre de grueso miembro, penetraba analmente a otro. Esa imagen se
instaló en mi mente y afloró en cada ocasión en la que me excitaba. No entendía
del todo por qué algo como eso lograba encender mi libido.
Estas exploraciones en el mundo de la pornografía
trajeron consecuencias en mí. Pasaron meses hasta que pude controlar el impulso
de encender una computadora para buscar este tipo de material. De todas formas
no estaba tan descontrolada, por lo general me bastaba con ver una o dos fotos
y tal vez algún video corto. Luego de eso ya regresaba a mi cuarto a distraerme
con otras actividades. En pocas ocasiones llegué a tocarme directamente la zona
genital sólo para producirme placer, y fue justamente el llegar a este punto lo
que me hizo detener. ¿Qué pensarían mis padres si supieran que su hija prodigio
había desarrollado una insana atracción por la pornografía? En mi defensa
podría decir que ése era mi único contacto con el sexo, no podrían acusarme de
nada más. Al menos no andaba por la calle acostándome con cuanto chico se me cruzaba,
a pesar de haber recibido alguna que otra oferta de forma indirecta... y no tan
indirecta. Algún día mis padres deberían comprender que yo quería llevar una
vida normal; lejos de las limitaciones que ellos impartían a diestra y siniestra…
bueno, a siniestra no. Ellos solían evitar todo lo que les pareciera
“siniestro”; y la pornografía sin duda lo era.
Logré volver a la normalidad y ser la afable y aplicada
Lucrecia que nunca ocasionaba dolores de cabeza a sus progenitores (o casi
nunca), pero algo se había activado en mi interior y se estaba fermentando lentamente.
Gracias a toda esa investigación referente al sexo llegué a la conclusión de
que mis padres pertenecían a la edad media. No andaban por la calle con carros
tirados por caballos sólo porque eso no encajaba con la suntuosidad de nuestra
familia. También supe que mi hermanita y yo éramos víctimas de una fuerte represión,
y que el mundo estaba lleno de cosas divertidas que no eran necesariamente
malas o “siniestras”, y tampoco nos mandarían al infierno de una patada.
-2-
No todo en mí era perfecto ante los analíticos ojos de
mis padres, en varias ocasiones afirmaron que yo sería “la hija más perfecta
del mundo” si no fuera tan impulsiva. Había algo de cierto en esa afirmación,
más de una vez me vi soportando los reproches y críticas de mis padres por
haber dicho, sin detenerme a meditarlo, algo indebido en un contexto social que
ellos se esforzaban por mantener como “perfecto”. A veces tan sólo bastaba con
decirle a alguna amiga de mi madre que si quería divorciarse de su marido por
falta de amor, yo lo consideraba un motivo más que suficiente. Hubo ocasiones
en las que hice referencia al fanatismo insano de algunas personas que
frecuentaban nuestro entorno y eso me valió días de penitencia. Por suerte los
métodos de castigo a los que me sometían mis padres, no eran tan arcaicos: una
semana sin salir, gran cosa, yo casi nunca salía; pasar todo un día estudiando,
una idiotez de castigo porque de todas formas yo estudiaba mucho; un mes sin
usar la computadora, lo cual no duraba ni dos días porque siempre lograba la
forma de hacerles entender que necesitaba la PC para realizar algún trabajo de
la facultad. El peor castigo que recibí fue inmediatamente después de haber
perdido mi virginidad. Mi madre me mandó directamente con un cura, para
confesarme. Pasé toda una tarde rezando y creo que el Padre fue tan severo por
órdenes directas de mis padres.
Una sola vez recibí una reprimenda física. Ocurrió cuando
dije, a un grupo de personas, que a un amigo de mi padre ya no lo invitaban a
participar en las reuniones de la iglesia porque se habían enterado que era
homosexual. Eso me valió un fuerte cachetazo de revés por parte de mi madre y,
por parte de mi padre, un colérico sermón que duró más de una hora y media.
Con eso aprendí que ciertos temas eran intocables, así
como también aprendí que debía mantener la boca cerrada la mayor parte del
tiempo, si tenía a mis padres cerca; por eso ni siquiera les contaba sobre mis
amistades. Me limitaba a hablarles sobre mi vida estudiantil, dejando de lado
todo lo demás, a no ser que recibiera preguntas directas cuando alguno de los
dos dudaba de la integridad de alguna de mis amigas. Acaso por eso me encantaba
pasar el rato con Lara, ella no era tan prejuiciosa y su vida sexual, hasta
donde yo sabía, era nula; por lo que me evitaba problemas indirectos con mis
represores.
-3-
Una tarde me encontraba leyendo una novela tranquilamente
en mi cuarto, cuando mi madre me anunció que tenía visita. El ver a Lara me
sorprendió; no la esperaba ni habíamos acordado encontrarnos. Sin embargo me
alegré mucho de verla. Con ella podría permitirme salir de mi monótona rutina
diaria por un rato.
Como Lara y yo estudiábamos la misma carrera podíamos encontrar
fácilmente temas de conversación. Su nivel académico era muy similar al mío. No
tenía dudas de que ella era una chica inteligente.
A veces pienso que nuestra forma de actuar es
prácticamente opuesta. Ella es tímida, algo retraída. Casi siempre habla en voz
baja; muy al contrario de mí, que soy más extrovertida y segura para hablar con
la gente. Ella es una de las personas que más se ha quejado de mi tono de voz,
el cual suele estar siempre entre alto y muy alto. No lo hago a propósito, es
una cualidad que está inscripta, de forma indeleble, en mi personalidad.
Una vez más, Lara quedó asombrada con nuestra residencia;
su casa no era fea, en absoluto, pero sí era mucho más pequeña que la mía.
Nosotros teníamos la suerte de estar muy bien posicionados económicamente, y mi
madre se encargaba que eso se notara en nuestro hogar, donde todo relucía de
limpio gracias a un pequeño personal de limpieza. Las habitaciones eran amplias
y modernas; el blanco reinaba por doquier, en algunas paredes, techos, pisos,
hasta en varios muebles. Su obsesión con el blanco era enfermiza. Ella lo
consideraba como un símbolo de luz y pureza, debíamos tenerlo siempre presente,
incluso en nuestra vestimenta. Con un poco de trabajo de hormiga junto a mi
hermanita, logramos que ese blanco sea menos incandescente; que aportara
armonía de una forma más sutil y que no todo el ambiente estuviera plagado del
mismo color, de lo contrario no se podría distinguir una silla o una mesa, del
resto de la habitación.
Luego de que Lara pasara por el escrutinio que mi madre
escondía tras una falsa sonrisa, la conduje hasta mi cuarto; donde nadie nos
molestaría. El amueblamiento de mi dormitorio no había escapado a las insistentes
decoraciones de mi madre, aunque allí pude incluir algunas preferencias
personales. Decoré las paredes con algunos pósteres de mis bandas favoritas.
También colgué un “cazador de sueños” detrás de mi cama. Mi madre detestaba ese
objeto, ya que lo consideraba “pagano”; pero yo me había aferrado mucho a él y
le dije que a mí no me importaba lo que simbolizaba, sino que simplemente lo
veía como un bonito adorno artesanal. El resto de la decoración consistía en
algunas repisas, donde podía exhibir chucherías sin valor alguno o viejos
juguetes de la infancia; un ropero, con un amplio espejo en la puerta del
centro; y una mesita blanca, con tres sillas del mismo color. Antes solía tener
una cuarta silla, pero me molestaba que hubiera tantas y decidí sacarla. Por lo
general usaba esa mesa sólo para estudiar, pero era perfecta cuando recibía
visitas en mi cuarto; si es que tenía alguna visita, claro está.
―Mauricio insiste con que salga con él ―me dijo Lara, una
vez que estuvimos sentadas.
―¿Y vos seguís diciéndole que no? ―el tema no me
resultaba particularmente interesante, pero le seguía la corriente; al menos
tenía alguien con quién conversar.
―Así es. Es que él no me gusta, me pone un poquito
incómoda tenerlo cerca.
Mauricio era uno de los chicos más apuestos de nuestro
curso, la mayoría de las chicas se embobaban con él, y se perdían en sus
expresivos ojitos pardos; pero Lara parecía inmune a esos encantos, y yo
evitaba sentir esas emociones con los hombres, por miedo a recibir alguna
reprimenda.
―Me molesta un poco que sea tan mujeriego ―continuó
diciendo― y también me jode que todas estén atrás de él como si fuera el único
tipo lindo del mundo. Podrá ser muy lindo, pero es bastante estúpido y
agrandado.
―En eso tenés razón, creo que va a la facultad sólo para
hacer relaciones sociales, porque en el estudio no se destaca para nada.
―Aprobó solamente una de todas las materias que tuvimos
el año pasado ―para nosotras eso era un horror; el sólo pensarlo nos ponía la
piel de gallina― además a mí me gusta Ariel Martínez ―concluyó.
―¿Ese chico de anteojitos y pelo rubio? ―era un compañero
que se nos había sumado este año, no veía atractivo alguno en él y tampoco era
un gran estudiante, de hecho a veces me olvidaba de su existencia.
―Sí, es muy educado y buenito, siempre me sonríe cuando
me ve.
―¿Y vos por qué no le decís algo? ―conocía esa respuesta,
pero me vi obligada a preguntar de todas formas.
―Porque me muero de la vergüenza ―nos quedamos unos
segundos en silencio; sabía lo difícil que era para Lara animarse a hablar con
alguien― ¿che, puedo pasar al baño?
No tuve que responder, simplemente señalé la puerta del
baño que, por suerte, estaba dentro de mi habitación y no debía compartirlo con
nadie. Eso me brindaba mucha intimidad. Apenas Lara se perdió de mi vista noté
que había dejado su teléfono celular sobre la mesa, me sorprendió ver que la
pantalla estaba encendida, eso significaba que no estaba bloqueado. Lo agarré
por mero aburrimiento; como cuando uno se pone a jugar con las llaves, o
cualquier objeto que encuentre al alcance de la mano, sin pensar mucho en lo
que hace. Di unas rápidas vueltas por ahí, chismeando qué aplicaciones tenía
instaladas; nada fuera de lo común. Llegué a la galería de imágenes. Tenía
solamente tres fotos: una de ella mostrando una blanca y radiante sonrisa (ella
solía utilizar esa imagen como foto de perfil en las redes sociales); otra de
sus padres, abrazados cariñosamente; y la tercera de Puqui, su perrito pequinés,
al cual yo odiaba con todo mi ser. «¡Menuda mierda de perro!», dije para mí misma.
Amo los animales, pero ese perro no merece el perdón de Dios; es maldad pura. No
entendía cómo Lara podía amarlo tanto.
Mi interés por el smartphone
se fue disipando rápidamente, pero cuando entré a la galería de videos y vi que
había uno guardado, mi instinto femenino activó una señal de alerta; lo reproduje
sin siquiera pensar en las consecuencias.
¡Gran Error!
De no haberlo visto mi vida hubiera sido muy diferente; más normal. Fue un
sencillo acto de un segundo que alteró por completo mi existencia.
Al principio me costó un poco encontrarle una forma a la
imagen, pero un segundo después supe que se trataba del vientre de una chica y
ésta tenía las piernas flexionadas y separadas; se acariciaba suavemente el estómago
con una mano y debajo de ésta se podía ver una delicada bombachita rosa. Con un
rápido movimiento la mano se sumergió dentro de ella; no pude ver ni rastros de
vello púbico, todo era blanco y suave como la porcelana. Los dedos comenzaron a
moverse ágilmente, pude oír unos leves gemidos y agradecí que el volumen del
celular estuviera muy bajo. En pocos segundos me puse sumamente nerviosa, mi
corazón latió al ritmo del de un colibrí. Por la pulsera en la muñeca derecha
de la chica, no cabían dudas de que se trataba de Lara. ¡Estaba viendo un video
de ella masturbándose! Si bien sólo podía ver el movimiento de sus dedos debajo
de la bombacha, éstos evidenciaban al máximo sus intenciones.
Actué rápida e
instintivamente; ni siquiera sé por qué motivo lo hice, fue uno de esos tantos
impulsos que marcaron mi vida. Activé el sistema bluetooth en mi celular e hice
lo mismo con el de mi amiga; tan rápido como pude, con dedos torpes y
temblorosos, manteniendo los oídos atentos al menor sonido, especialmente si
provenía del cuarto de baño. Conseguí transferir ese video a mi teléfono. A
continuación borré el historial de archivos compartidos en el celular de mi
amiga. Cuando creí haber eliminado toda evidencia, dejé ambos aparatos en la
mesa y aguardé inquieta, con las manos húmedas, aferrándome a los lados de la
silla intentando aparentar normalidad; sin embargo sabía perfectamente que
había hecho algo muy malo.
La excitación me estaba volviendo loca; no era excitación
sexual, sino que me la provocaba el hecho de haber visto algo íntimo y
prohibido de una persona que confiaba en mí. Esto era algo que podría perjudicar
nuestra amistad, si me descubría. Lo peor vendría si ella supiera que le robé
el archivo, no tendría forma de explicar por qué motivo invadí su privacidad.
Cuando Lara salió del baño nuestros ojos se cruzaron,
temí que ella notara la culpa que me carcomía por dentro. Hasta llegué a
imaginar fugazmente que ella se enfadaba conmigo y me gritaba.
Aparentemente ella no notó nada raro. No hizo comentario
alguno. Mis ojos se detuvieron en sus blancas y delicadas manos, con dedos
finos y uñas prolijas que apenas sobresalían; eran hermosas. El saber que esos
eran los mismos dedos que había visto en el video me llenaba de incertidumbre.
Luego cometí la torpeza de mirar su vientre, el cual estaba cubierto por una
remera de algodón color verde claro, pegada al cuerpo. No podía ver su tersa y
blanca piel; pero sí podía adivinar la curva de sus caderas y el camino
descendente que llevaba hacia… de pronto quise que se vaya de mi casa; no
porque no la quisiera cerca, sino porque quería mirar ese video otra vez. La
curiosidad siempre fue una de mis grandes debilidades y fue lo que me llevó a
perder la virginidad de forma tan imprudente. También fue la culpable de mi
pequeño problema con la fascinación por la pornografía, algo que creía superado.
Se me dificultó enormemente mantener una conversación
coherente y lineal con ella. Si me hubiera preguntado qué me había dicho,
hubiera quedado completamente en evidencia ya que no recordaba ni una palabra.
Por suerte sus padres la llamaron treinta minutos más tarde para avisarle que
pasaban a buscarla porque debían ir a no sé dónde; ni siquiera pregunté, sólo
sentí alivio.
Me despedí de ella de la forma más natural que pude y
regresé a mi cuarto a toda prisa. Cerré la puerta con llave, aunque mi madre
odiara que lo hiciera, y me tendí en la cama con el teléfono en mano. Me coloqué
los auriculares para no alertar a nadie con los ruidos. Necesitaba verlo una
vez más, aunque sabía que luego lo borraría y me sentiría culpable durante
varios días. En cuanto encontré el archivo mis pulsaciones aumentaron. Me sentí
como Pandora ante la caja que guardaba todos los miedos y males del mundo, pero
era tan ilusa que creía que podía manejar cualquier cosa.
El video duraba solamente cinco minutos. Al comienzo el
ritmo de masturbación era lento, pero de a pocos se incrementaba hasta alcanzar
un rápido movimiento constante que castigaba el sexo de mi amiga, el cual me quedaba
en incógnita al estar cubierto por la bombachita de algodón; sólo podía
imaginar cómo era. Me sorprendió que tuviera la entrepierna depilada, yo la
llevaba prolijamente recortada, pero aún conservaba una buena cantidad de
pelitos.
Lo que más me atrapó fueron los intensos gemidos de mi
amiga, que llegaron directamente hasta mis tímpanos y comenzaron a hacer mella
en mí. Moviéndome como una autómata, me desprendí el botón del pantalón y
comencé a acariciar mi pubis. Reproduje el video una y otra vez, estaba
abstraída. «Tranquilizate, Lucrecia», me decía a mí misma; pero mi mano parecía
tener voluntad propia. Cuando toqué mi desatendido clítoris con la punta de mis
dedos, una fría línea vertical de placer cruzó todo mi cuerpo. Por mímica comencé
a tocarlo, tal y como Lara lo hacía en el video. Al poco tiempo sentí la
humedad de mi sexo, eso me fascinaba en secreto; pocas veces lo admitía, pero
me agradaba mucho tenerla mojada y poder tocarla libremente, algo que casi
nunca ocurría. Estimulé mi almejita hasta igualar el ritmo de masturbación de mi
amiga. Era una pena que su video terminara súbitamente vaya uno a saber por qué
motivo; pero ya había habilitado la opción de reproducción continua, y éste iniciaba
una y otra vez, dando la sensación de ser un video eterno. Sin darme cuenta
comencé a imitar sus gemidos, hasta intenté hacerlos en el mismo tono de voz:
suave y sensual, pero muy naturales; se notaba que le salían del alma.
Después intentaría lidiar con la culpa, pero en ese
momento sólo me preocupaba escaparme a un mundo de placer. Forcejeé con el
pantalón hasta quitármelo y bajé mi bombacha blanca hasta las rodillas. Aprecié
mi conejito repleto de castaños pelitos prolijamente podados. Cuando intenté
separar las piernas me di cuenta que debía quitarme la bombacha por completo,
lo hice protestando por no haberme dado cuenta antes. Una vez que las tuve separadas,
flexioné las rodillas, levantándolas. Mi clítoris estaba erecto, como si
hubiera querido salir para ver qué ocurría. Tal vez se preguntaba por qué lo despertaban
de su largo letargo. Mis rugosos labios vaginales contrastaban un poco con mi
blanca piel. Los acaricié cubriéndolos con mis flujos y volví a estimular mi
clítoris. Una de las reglas que me impuse, por si llegaba a masturbarme, era hacerlo
externamente; tocando sólo por fuera. Pero esta vez violé esa regla ¡y de qué
forma! Pegué mi índice al dedo mayor, juntos como hermanos, y los introduje en
mi orificio vaginal hasta la segunda falange. Los moví un rato haciendo que
chocaran contra las paredes internas de mi sexo, hasta que me decidí a meterlos
completos. Hacía muchísimo tiempo que no sentía algo dentro de mi vagina y el
haber metido dos dedos me provocó un dolor agudo, pero logré soportarlo; de
hecho, hasta me acostumbré y terminó por agradarme.
Poco después dejé de mirar el video; sólo me bastaba con
oír esos profundos gemidos que me transportaban a un mundo de placer sin culpa.
Mis escasas sesiones de masturbación solían ser monótonas, con poco movimiento
y, por lo general, me detenía antes de alcanzar el orgasmo. Esta vez era todo
lo contrario, estaba descontrolada: sacudía mi cuerpo como una posesa; arqueaba
mi espalda levantándola del colchón, quedando sólo apoyada con los pies y la
cabeza; movía frenéticamente mis dedos escuchando levemente el chasquido que
producían; tensaba mi cuerpo y me erotizaba poniéndome en diferentes
posiciones, de lado o boca abajo. Mis dedos entraban y salían con la misma
frecuencia con la cual Lara gemía, especialmente en esos últimos segundos
frenéticos del video. Si sacaba mis dedos del orificio era sólo para frotar o
presionar mi clítoris. Llegué al orgasmo y quedé sorprendida por la intensidad
del placer que inundó todo mi ser. Nunca había experimentado algo semejante en toda
mi vida, pocas veces me había mojado tanto, una gran cantidad de líquido había
empapado mis sábanas y me costaba respirar con normalidad.
¿Qué había hecho? ¡Me había masturbado pensando en mi
mejor amiga!
¡No! Lo hice imitándola. Sí, eso era. Una simple
imitación.
No tenía nada de raro, es como un niño que ve a otra persona
jugando al fútbol y lo imita para poder hacerlo igual, nada más. Aprendí a
masturbarme mejor, sólo eso. “El mono hace lo que el mono ve”.
Mi comportamiento no fue el correcto, sabía que no debía
tocarme; pero no significaba que tuviera pensamientos raros dirigidos hacia mi
amiga.
Me puse de pie de
un salto y corrí hasta el baño para lavarme con la esperanza de que el agua se
llevara toda mi culpa. Luego tuve que cambiar las sábanas, por suerte siempre
guardaba un juego limpio en mi cuarto. Apagué el teléfono; ya no quería
tocarlo, lo guardé dentro del cajón de mi mesita de luz como si el aparato
fuera la mismísima caja de Pandora y el pequeño cajoncito de esa mesita pudiera
contener todo ese poder negativo que irradiaba. Me vestí de la forma más sobria
y gris posible y salí de mi cuarto; no quería estar allí sola.
-4-
No sabía adónde ir. La cabeza me daba vueltas, un
torbellino de angustia y miedo me invadía, sabía que había hecho algo malo y
temía por las consecuencias. Decidí caminar a paso ligero hasta la iglesia más
cercana, ignorando a todas las personas que se cruzaron en mi camino. Encontré
una pequeña capilla a la que nunca había entrado, a pesar de que estaba a tan
sólo cuatro cuadras de mi casa. A mi madre no le agradaba que concurriéramos a
este tipo de lugares, siempre inventaba alguna buena excusa; sin embargo yo
sabía muy bien que ella prefería ir a iglesias amplias y ostentosas, aquellas
en donde pudiera ver gente “de nivel” y codearse con la alta sociedad. Me
molestaba mucho que ella utilizara a Dios para propósitos sociales y que se
creyera más que otras personas sólo por tener dinero.
Ingresé al modesto edificio y al ver a Cristo colgado en
la cruz sentí un lanzazo de culpa entre mis costillas. No podía negar que me
había masturbado, mucho menos podía negar que lo había disfrutado, pero el
resto sí lo negaba. En mi opinión todo fue producto de un fruto prohibido y
tentador, no era mi culpa que éste estuviera entre las piernas de mi mejor
amiga. Cuando me arrodillé detrás de un banco intenté hacer memoria y ser lo
más honesta posible conmigo misma. Recordé ocasiones en las que miré fijamente
los pechos de alguna de mis amigas y pensando en lo bonitos que se veían, pero
eso lo tomaba como aceptación de la belleza, era algo que a veces pasaba con
los senos, otras veces con las manos, el cuello, los ojos. Era sólo reconocer
que una mujer era hermosa, no tenía nada que ver con la atracción física.
Como si no tuviera tormento suficiente, espontáneamente
llegó a mi mente un viejo recuerdo de una tarde en la casa de una prima (en
realidad es la hija de un primo de mi mamá; pero es más simple decirle prima).
Ella se desnudó frente a mí para cambiarse de ropa y me quedé maravillada con su figura esbelta
y sus largas piernas. Fue la primera vez que vi una mujer desnuda en vivo y en
directo. Me avergoncé mucho y no supe cómo reaccionar, mi cabeza de llenó de
extraños pensamientos y me llevó a imaginar a mi prima como a una de esas
actrices pornográficas que solía ver. Esa misma tarde me masturbé en el baño de
su casa y sé que lo hice pensando en ella; por más que lo haya negado y
reprimido durante tanto tiempo. Aquella vez también sentí la gran angustia por
haber caído en la tentación; pero lo peor de todo fue que ella me descubrió al
entrar al cuarto de baño sin llamar a la puerta. Me vio sentada sobre el
inodoro, con el pantalón bajado hasta las rodillas y mi mano derecha frotando
intensamente mi clítoris. No pude disimular en lo absoluto. Ella se apresuró a
disculparse y me dijo que siga tranquila, acto seguido abandonó el baño. Allí
fue cuando sufrí una de mis grandes contradicciones emocionales, si bien me
moría de la vergüenza, la escena me pareció impactante y morbosa que en lugar
de detenerme, seguí haciéndolo con más ímpetu. Por suerte mi prima no es tan
fanática de la religión como lo son los demás miembros de mi familia y ella se
lo tomó a gracia, como un acto totalmente natural y ya no me habló del tema,
pero yo me sentí sumamente culpable y avergonzada, estuve largo tiempo sin volver
a tocarme y recuerdo haberme confesado por mis pecados ante un cura; sin
embargo me costó enormemente describir cuál era el pecado en concreto, por
suerte el Padre fue considerado y no me pidió detalle alguno, pero la
penitencia fue más severa de lo que imaginé. Ahora la culpa era mucho mayor que
en aquella ocasión, tal vez se deba a que en mi mente ambos sucesos se complementaban
y me hacían dudar el doble. Esta vez no busqué la confesión porque ya no creía
en que un cura pudiera ser la conexión directa con Dios, ahora prefería
hablarle a mi forma y suplicarle que me perdone.
-5-
Uno de mis mayores talentos siempre fue reprimir mis
emociones; a veces me llevaba varios días lograrlo, pero casi siempre lo
conseguía. Tuve la intención de eliminar ese video de mi celular, pero ni
siquiera quería ver el archivo para no volver a caer en la tentación. Mi
Smartphone estaba protegido por contraseña por lo que solamente yo tenía acceso
a su contenido. Me pareció gracioso cambiar la clave de acceso por la palabra
“Pandora”; eso me recordaría constantemente los peligros que el aparato
contenía.
Evité a Lara durante tres días, intentaba no quedarme
charlando con ella después de clases, poniendo siempre el estudio o mi familia
como excusa; pero supe que mi reacción carecía de fundamento lógico, al fin y
al cabo ella no me había hecho nada malo. Al cuarto día aclaré un poco mi mente
y decidí llamarla por teléfono.
–Lara, ¿qué tal vas con matemáticas? –El nombre real de
la materia era más largo; pero con eso ambas entendíamos de qué hablábamos–
falta poco para el examen y a mí todavía me queda un montón por estudiar– todo
eso era cierto.
–Yo voy bastante bien, aunque algunos temas me cuestan
bastante, la matemática no es uno de mis fuertes
–Con lo analítica que sos, pensé que esa iba a ser tu
mejor materia.
–Soy analítica en los aspectos generales de mi vida, ya
llegué a la conclusión de que es sumamente aburrida y monótona; pero con
matemáticas nunca me llevé bien y, a pesar de haber aprobado los últimos exámenes,
me cuesta mucho.
–No soy una genio en matemática, pero me defiendo
bastante bien ¿Querés que estudiemos juntas?
Accedió sin durarlo y acordamos reunirnos al día
siguiente en su casa. No lo voy a negar, estaba un poco nerviosa pero no podía
ser tan estúpida, debía actuar con toda normalidad frente a ella; después de
todo había sido sólo la locura del momento y ya no había vuelto a tocar mi
entrepierna, más que para lavarme. Por suerte la sesión de estudio fue ardua,
no tuve siquiera tiempo de pensar en otra cosa o de mirarle el cuerpo de forma
extraña; además su perrito Puqui se encargaba de hacerme la vida imposible. El
muy desgraciado adquirió como pasatiempo morder la parte baja de mi pantalón
sin previo aviso o provocación alguna. Aunque se tratara de un perrito tan pequeño,
me asustaba bastante al escucharlo gruñir mientras forcejeaba con mi ropa. Lara
se desternillaba de la risa cada vez que esto ocurría, yo me limitaba a darle
cortos puntapiés al animalito con la esperanza de matarlo o fracturarle algunas
costillas y que pareciera un accidente; por desgracia no ocurrió ni lo uno ni
lo otro y sólo conseguí irritar más al maldito perro.
Lo positivo de la jornada fue que avanzamos mucho en
nuestros estudios; tanto que se nos hizo muy tarde, cuando nos dimos cuenta ya
habían pasado las nueve de la noche. Sus padres fueron muy amables al invitarme
a cenar y me dijeron que podía dormir en su casa. Luego de la llamada a mis
padres avisando que dormiría en el humilde hogar de una amable familia católica
apostólica y romana, procedí a degustar los alimentos kosher. Me sorprendí
mucho porque estaba todo muy sabroso, aunque no conocía los nombres de nada de
lo que me caía al plato, no rechacé ni una migaja y, a diferencia de lo que mis
padres hubieran hecho, los padres de Lara ni siquiera tocaron el tema de la
religión; conocían perfectamente mis creencias religiosas y las respetaron.
Lucio Jabinsky, el padre de Lara, parecía ser un hombre
muy bondadoso que tenía por costumbre jalar su poblada barba negra cuando
sonreía. No tenía idea de cuál era su profesión pero sabía que vivían en una
buena posición económica; aunque no tanto como la de mi familia. No le pregunté
para no inmiscuirme en su vida privada, pero le hice notar lo cómoda que me
sentía al compartir la mesa con ellos. Lo que sí pude averiguar es que su
esposa, Candela, se convirtió al judaísmo para poder contraer matrimonio con
él; lo cual me pareció un gran gesto de amor.
Gracias a la agradable cena logré relajarme mucho y
sentirme, al menos por un rato, como una chica normal; pero mis inquietudes
reaparecieron cuando nos disponíamos a dormir. Debía compartir el cuarto con
Lara… y no sólo su cuarto.
Ella contaba con una cama de dos plazas, es decir, la
vieja y conocida cama matrimonial; me puse bastante incómoda al verla pero esto
pero era apenas el comienzo. Mientras Lara me hablaba sobre matemáticas y
arreglaba su cuarto para que podamos descansar, se quitó el pantalón. Sin
preámbulos, frente a mis propios ojitos de niña inocente. Verla semidesnuda en
el video podía ser manejable, además ni siquiera había visto su rostro así que
de a ratos olvidaba que se trataba de ella, pero esta vez me costó mucho más
reprimir malos pensamientos ya que la tenía delante, de cuerpo presente y ¡con
la misma bombachita rosa! ¿Acaso no tenía otra? Podría ser pura casualidad o
tal vez mi amiga no era tan limpia como yo creía; también cabía la posibilidad
de que no fuera exactamente la misma bombacha y mi maldito inconsciente me
estuviera jugando bromas perversas.
Sus piernas eran delgadas pero llegando a sus muslos se
ensanchaban cada vez más para terminar en una redonda y erguida colita blanca.
Debía reaccionar y volver a la realidad, si ella notaba que la estaba mirando
seguramente pensaría mal de mí. No podía ser tan ingenua, éramos dos chicas, no
había ningún problema, tampoco era la primera vez que veía a una mujer semidesnuda.
Como si fuera lo más normal del mundo, me despojé de mi pantalón. Lo terrible
era que mi bombachita blanca transparentaba mucho mi vello púbico. Con mucho me
refiero a realmente mucho, la tela de era muy delgada, hasta temía que mis
labios vaginales se marcaran, pero no me atrevía mirar. Tragué saliva y en
cuanto Lara notó mi triangulito de pelos lo miró por un segundo sin el más mínimo
interés. Eso me relajó bastante, a ella no le importaba lo que había entre mis
piernas.
Intenté distraerme mirando su cuarto; éste contaba con
una amplia ventana detrás de la cama, la cual estaba entreabierta y podía ver
un bello jardín cubierto de plantas y flores. Lo que más me agradó de la habitación
fue una serie de bonitos parlantes colgados de las paredes. Me dio un poco de
envidia puesto que yo quería algo así para mi propio cuarto pero mi madre no
toleraba la música a alto volumen y odiaba mis preferencias musicales; ella no
entendía cómo a mí no podían gustarme los coros de la iglesia o la música clásica,
no es que me disgustara todo eso, pero yo prefería el rock, especialmente aquel
de aspecto sombrío. Uno de los motivos por el cual me llevaba tan bien con Lara
es que teníamos algunas bandas en común dentro de nuestro repertorio musical;
pude ver algunos discos de Pink Floyd
en su repisa y más de una vez comentamos acerca de ellos. Nuestra discusión
recurrente sobre este tema consistía en que a ella le agradaba más el disco “Dark Side of the Moon” y yo sostenía que
el mejor era “The Wall”, la querella
solía terminar cuando no teníamos más remedio que aceptar que ambos discos eran
muy buenos.
-6-
Cuando llegó el momento de acostarnos, intenté poner la
máxima distancia entre su cuerpo y el mío. Hablamos apenas unos minutos hasta
que decidimos dormir. Cerré los ojos y miles de imágenes me sofocaron. Los
minutos pasaron y yo deliraba. Me encontraba atrapada en esa etapa entre el
sueño y la vigilia; me costaba mucho concentrarme o relajarme. Un fuerte dolor
de cabeza me invadía cada vez más y la gran mayoría de las visiones tenían que
ver con Lara, no podía dejar de pensar en sus delicadas manos con dedos largos
y rectos, esto me recordaba la forma en la que se movían debajo de su ropa
interior en ese video que tanto me había afectado. A veces intentaba borrarla
de mi cabeza pero me bastaba con inhalar el aire de la habitación para
inundarme en el dulce aroma de su cuerpo, el cual me recordaba bastante a la
canela. En mi afán por pensar en otra cosa llegué a recordar, para mi desagrado,
fuertes momentos de mi primer encuentro sexual con un hombre; casi pude sentir
la presión que ejercían sus manos como tenazas contra mis muñecas y el peso de
su cuerpo cayendo sobre mí. Sacudí mi cabeza como si esto me permitiera borrar
estas imágenes y volví a fantasear con el cuerpo de mi mejor amiga, hasta la
imagen de su delicada y pequeña boca me incomodaba ya que no podía evitar
imaginarme besándola. ¿Pero por qué? ¿Qué ganaba yo con un beso de mi amiga? No
estoy segura de cuánto tiempo pasé así pero sé que fue mucho más de lo que
podía tolerar.
Mi ojos ya estaban habituados a la luz de la luna que
iluminaba con su pálido reflejo el cuarto de mi amiga, giré mi cabeza hacia
ella y al verla creí que se trataba de un sueño; pero era tan real como la vida
misma. Restregué mis ojos sólo para corroborar que no se trataba de un engaño
de mi mente, la vagina de Lara había quedado expuesta, podía ver el abultado
capullo en el cual dormía su clítoris y la división de sus lampiños labios
vaginales. Esto no podía ser nada bueno, el ver su sexo en vivo y en directo
fue un golpe inesperado y no sabía cómo reaccionar. En un intento absurdo por
olvidar lo que vi, volví a mi letargo; pero ahora se sumaba un hecho concreto,
con sólo mirar hacia abajo podía divisar el fruto prohibido. La manzana de la
tentación.
Lara dormía profundamente, lo sabía por lo pausada y
corta que era su respiración. En ese momento me dije a mi misma “Lucrecia, si
tanto dudás, andá y mirá bien”; esa era la única forma de saberlo, estaba decidida
a ponerle fin a todas mis dudas. Inhalé y exhalé aire, para reunir coraje.
Lentamente me deslicé sobre las sábanas. Mis movimientos eran tan suaves que el
colchón apenas se hundía bajo mi peso; pero como mis extremidades son largas, mucho
más que las de mi amiga, temía que éstas me traicionaran y me llevaran a dar un
paso en falso. En todo momento mantuve la mirada fija en el rostro de Lara,
atenta a cada una de sus reacciones; sin embargo no hacía otra cosa que admirar
su largo y terso cuello preguntándome si alguna vez había sentido lo mismo
admirando el cuello de un hombre.
Con esfuerzo y perseverancia conseguí posicionarme entre
las, levemente separadas, piernas de mi amiga y miré fijamente hacia el punto
en el que éstas se unían.
Sus labios internos no se parecían a los míos; apenas
podía verlos, eran bien delgados, pero los externos eran voluminosos y marcaban
una perfecta línea divisoria. Era como ver dos pequeñas y redondeadas lomas
enfrentadas. Su monte de Venus estaba abultado, aunque apenas podía verlo ya
que la bombacha lo cubría parcialmente, su contorno se dibujaba perfectamente
sobre la tela. Tragué saliva, «No es para tanto» me decía sin apartar la
mirada. «Es como verme a mí misma sin ropa», pero esas palabras no conseguían
tranquilizarme. Los latidos del corazón aceleraban con cada segundo y mi
traicionera mano derecha ya estaba colándose por mi entrepierna, bajando a
hurtadillas dentro de mi ropa interior; ni bien hizo contacto con mi sexo quedó
en evidencia lo mojada que estaba. ¿Pero por qué? Tal vez estaba reaccionando
como un perro frente a un plato de comida. Si él recordaba haberlo visto lleno
de alimento, seguramente se babearía aunque estuviera vacío. En este caso la
vagina de Lara me recordaba mi intensa sesión de masturbación, no era porque su
sexo me excitara.
Procurando hacer la menor cantidad de movimientos y
ruidos posibles fui recorriendo mi vagina con la yema del dedo mayor, me dio un
escalofrío cuando lo pasé sobre el punto de máximo placer; ese pequeño
botoncito que tantas veces me habían prohibido tocar. Lo sentí tan rígido que
me produjo un leve dolor pero a la vez fue placentero. Como si se tratara de un
acto de rebeldía, lo presioné con más fuerza. Con mi mano libre acaricié
delicadamente la pierna de mi amiga un par de veces, ella no mostró la más
mínima reacción ante el contacto, su respiración permaneció suave y pausada.
Repetí las caricias sólo para cerciorarme de que no se movería; luego, con la
curiosidad de un gato, me acerqué lentamente a esa vulva y la toqué.
Era muy suave y tibia. Dejé mis dedos estáticos por unos
segundos para corroborar que no la había alertado; luego, utilizando mis dedos
como si fueran pinzas, comencé a separar lentamente los labios vaginales. Me
sentía una ginecóloga perversa, me odié a mí misma por estar invadiendo a mi
mejor amiga de esta forma pero no podía detenerme; continué abriendo su tesoro
virginal como si allí dentro pudiera hallar la respuesta a todas mis preguntas.
Lo que sí pude ver fue su oscuro agujerito, casi sin ser consciente de mis movimientos,
me acerqué a él; una gota de líquido resplandeció a la luz de la luna.
Tragué saliva y me metí un dedo; no lo pude evitar. Mi
vagina estaba pidiendo mimos a gritos.
Abrí más la intimidad de Lara y su clítoris se asomó como un gusanito
acusador. Me sentí culpable, no podía hacerle esto, ella era mi amiga y
confiaba en mí; yo no estaba haciendo otra cosa que traicionar su confianza.
Era una completa locura y una invasión a su privacidad.
Con movimientos rápidos pero cuidadosos volví a
acostarme, el viaje de regreso a mi lugar me llevó más tiempo pero lo sentí más
pesado. Una vez que tuve la cabeza sobre la almohada, continué estimulando mi
zona erógena utilizando tres dedos de mi mano derecha; no llegué a penetrarme
con ellos pero froté cada rincón de mi vagina. Temía que la alteración en mi
ritmo respiratorio alertara a Lara y la despertara, pero extrañamente eso me
producía más morbo. Realmente estaba descubriendo cosas en mí que nunca hubiera
imaginado. Aumenté la velocidad con la cual me estaba tocando con la intención
de desafiar a la situación; como si una vocecita en mi interior dijera: «Lara,
despertate y mirá cómo me masturbo; yo también lo hago, al igual que vos,
porque soy una chica normal.»
Por más esfuerzo que hiciese, no conseguía apartar de mi
mente la imagen de esa vagina, o conchita, como le decían algunas de mis
amigas. Dios está de testigo y puede decir cuánto luché internamente para quedarme
en mi sitio y conformarme con lo que había visto; argumenté con lógica que si
lo que pretendía era ser rebelde e ir contra la corriente ya lo había hecho y
lo seguía haciendo mientras me masturbaba copiosamente justo al lado de mi
amiga. Todos estos argumentos perdieron importancia en un segundo en el cual mi
mente se quedó en blanco y mi cuerpo comenzó a moverse por iniciativa propia.
Me mordí el labio inferior y regresé a mis andanzas. Necesitaba ver más ¿por
qué? No tenía idea, una poderosa y desconocida fuerza en mi interior, me lo
estaba pidiendo. Me llevó un buen rato poder posicionarme entre las piernas de
Lara una vez más; estaba aterrada, si ella se despertaba en ese preciso
instante estaría perdida. Ni siquiera tenía una estúpida excusa preparada; pero
lo más estúpido de todo no era no tenerla, sino que me agradaba no tener
excusa, casi como si quisiera quedar totalmente expuesta y no dejar el menor
lugar a las dudas. «Sí, me estaba masturbando delante de vos mientras inspeccionaba
tu vagina… y no te das una idea de cuánto me calentaba hacerlo.» ¿De dónde
habían salido estas nuevas sensaciones? No podía explicarlo, tampoco quería
hacerlo; tenía mi cerebro en piloto automático y lo único que podía pensar era
en seguir con lo que estaba haciendo.
Al separar una vez más sus apretados labios pude ver que
por su pequeño agujerito seguía fluyendo líquido. Sin dejar de masturbarme
acerqué mi cara, pero me arrepentí y retrocedí; sin embargo el intenso aroma de
su vagina se impregnó en mis fosas nasales. Me acerqué una vez más, pero lo
hice con la lengua afuera. Ahora sí que parecía un perro frente a un apetitoso
plato de comida, hasta podía sentirme babear. Nuevamente me invadió la culpa y
me detuve. Mis dedos jugaban con mi clítoris, como si éste fuera una campana
muda que me hacía resonar de placer; me estaba empapando toda la bombacha. El
olor de la rajita de mi amiga llegaba hasta mí de forma provocativa. No podía
quedarme con la duda, tal vez ni siquiera me agradaría, eso resolvería todo.
Sería un antes y un después en mi vida pero al menos conseguiría una respuesta.
Debía ser fuerte y afrontar las consecuencias de lo que pudiera ocurrir. Puse
mi mano izquierda sobre su monte de Venus y observé una vez más. «¡Ya fue!», me
dije y sin pensarlo dos veces, me lancé en picada como un ave de rapiña. Pasé
la lengua por el centro húmedo de esa vagina, desde abajo hasta el clítoris.
El intenso sabor amargo de ese líquido espeso que quedó
dentro de mi boca, me disgustó. Eso me tranquilizó mucho, el que algo no me
agradara era buena señal. Por la vagina chorreaban sus jugos mezclados con mi
saliva, volví a dar una lamida, como si se tratara de un helado.
Confirmado, no era nada sabrosa.
Podía afirmar que hasta llegó a producirme un poco de
nauseas; a pesar de esto no dejé de restregar mis dedos contra mi clítoris, al
menos pude hacerlo con la certeza de que no me gustaban las vaginas. Moví la
lengua en el interior de mi boca saboreando lo que me había bebido e hice una
mueca de asco.
Una nueva lamida.
Mi amiga no se movió; pero su conejito ya estaba
mostrando señales de reacción, cada vez se mojaba más. En la siguiente ocasión,
pasé la lengua y logré recolectar gran cantidad de flujo sexual. Era asqueroso
y viscoso, empalagoso y penetrante; sin embargo había una pregunta que resonaba
dentro de mi cabeza: Si me desagradaba tanto ¿Por qué carajo no podía parar de
lamerla?
«No te despiertes Lara, por favor», rogaba mientras daba
un nuevo lengüetazo, esta vez más lento y saboreando a pleno todo lo que
tocaba. No podía afirmar si mi intención era causarme repugnancia o hacerlo
hasta el punto en el que pudiera disfrutar de ese sabor tan intenso. La
respiración de mi amiga se estaba agitando, pero aun parecía estar durmiendo.
Llegué al orgasmo con dos dedos metidos bien adentro, tuve que sacarlos rápido
para poder estimular mi clítoris mientras los jugos de mi vagina saltaban sobre
la cama, lamí una vez más la vagina de Lara y tuve que morder las sábanas para
ahogar mis gemidos.
-7-
Todo había terminado, estaba agotada y obnubilada. Fui
hasta el baño, que por suerte era como el mío, en suite, unido a la misma
habitación. Me lavé la entrepierna y me sequé lo mejor que pude teniendo fe en
que mi bombachita estaría seca por la mañana.
Cuando regresé a la cama volví a hundirme entre sus
piernas para darle un beso abarcando entre mis labios toda su vagina. Di una
última lamida, acomodé su bombacha y me fui a dormir con el intenso sabor a
sexo femenino en mi boca. Al otro día me carcomería la culpa.
Comentarios
Me alegra poder leer la reedición, y me encanta el título nuevo!
Ojalá algunas chicas que me quedé con ganas de ver en "acción" tengan su participación. Diosa! desbordás talento.