Venus a la Deriva [Lucrecia] 23 - La Monja Rebelde.

Capítulo 23.



La Monja Rebelde.



Jueves 25 de junio, de 2014.


―1―




Anabella me miró atónita, desde el umbral de la puerta. Como no reaccionó tuve que levantar el teléfono celular que cayó de sus manos.

―¿Puedo pasar? ―Le pregunté por segunda vez―. Nadie me vio llegar, así que no van a saber que estoy acá. ―Me miró boquiabierta, como si yo fuera la representación en carne y hueso de Lucifer―. Dale, Anabella. Mientras más demores, más nos arriesgamos a que nos vean juntas.

―Sí, perdón. Pasá. ―Se hizo a un lado.




En cuanto entré, ella miró hacia el pasillo y cerró la puerta. Obviamente se estaba asegurando de que nadie nos hubiera visto. Luego se volteó hacia mí, y permaneció estática; parecía una estampita de la Virgen María.

―¿No vas a poner el agua para el mate? ―Luego de haberme tomado un helado con mis amigas, no me apetecía mucho tomar mates; pero era una forma de pedirle que se tranquilizara.

―¿Pensás quedarte mucho tiempo?

―El que sea necesario, pero no pretendo molestarte ―Coloqué la tapita trasera en su smartphone, se había salido por el golpe. Lo prendí, para corroborar que no se hubiera roto―. Si te jode, me voy.

―No, ya estás acá… y si nadie te vio entrar, supongo que no hay problema. ―Se acercó al anafe y encendió una hornalla, luego colocó la pava con agua sobre ella.

―Tu teléfono funciona bien. Procurá no darle más golpes como ese. ¿Estabas escuchando música? No tengo idea de qué tipo de música podrá gustarte, ―dije, con sarcasmo.

―No creas que me la paso escuchando música religiosa. Lo que más suelo escuchar es León Gieco, Víctor Heredia o Atahualpa Yupanqui.

―Debo haber escuchado algo de ellos, pero no es mi estilo.

―También me gustan otras cosas del rock nacional, como Soda Stereo.

―No te imagino escuchando esa banda…

―¿Por qué no? Tienen temas muy lindos… me gusta mucho uno que se llama “En Remolinos”, hasta mencionan a Dios en ese tema.

―Sí, puede ser… no lo conozco; pero sé que es una banda con varios temas sexuales. Como ese de “Juegos de seducción”, o “Zoom”...

―Sí, esos temas no los escucho casi nunca. No me gustan.

―Ah, y “Persiana Americana”, ―dije, sentándome en una silla. Ella me miró intrigada.

―Persiana Americana es uno de mis temas favoritos… dice algo de la excitación; pero no lo veo muy sexual.

―Ay, Anabella, qué ingenua que sos… hasta yo me di cuenta de que Persiana Americana es un himno a la masturbación. ―Se puso roja.

―¿De verdad? Nunca lo había visto así.

―Claro que sí, escuchá la letra atentamente, y pensá en la masturbación. Vas a ver que todo encaja. ¿Y te gusta el tema “Un misil en mi placard”?

―Sí, pero nunca entendí la letra.

―Una vez leí que Gustavo Cerati sacó la idea al leer una revista Playboy. Habla de un consolador.

―La pucha… no sabía.

―¿Ahora vas a dejar de escuchar esos temas?

―No sé… tal vez… debería.

―¿Tanto asco te da el sexo, que sos capaz de dejar de escuchar canciones que te gustan, sólo porque hacen alusión al tema?

―Eso me sonó a reproche, ―me miró con el ceño fruncido.

―Y lo es. Bueno Anabella, dejemos de perder el tiempo. Vos y yo tenemos que hablar.

―Me parece bien. El agua para el mate ya casi está lista. Esperá un segundito más.

Pocos segundos después, se sentó frente a mí y dispuso todo lo necesario para preparar el mate; la pequeña mesita apenas podía contener estos objetos.

La verdad es que no tenía idea de por dónde comenzar, mi preocupación fue llegar hasta su cuarto sin que nadie me viese, y convencerla para que me dejara entrar; una vez cumplidos esos dos pasos no supe cómo proseguir.

―Te escucho Lucrecia ¿qué ibas a decirme? ―Su voz fue tan amable y dulce como siempre. A veces pensaba que esa era su característica más atractiva, pero también me perdía mirando sus ojos como ventanas a un alma pura, y sus labios tan bien torneados.

―Hace poco aprendí que en la vida no hay que ser tan orgullosa, ―comencé diciendo―. Una puede tener amor propio, pero también debe saber reconocer cuando una persona vale lo suficiente como para dejar de lado el ego, e intentar solucionar las diferencias.

―Es muy sabio eso que decís, creo que por primera vez estoy totalmente de acuerdo con vos.

―No me importa quién tuvo la culpa de que las cosas hayan salido así, el punto es que pasó, y por ese motivo estamos distanciadas. Te lo dije la otra vez, por más que te haya visto pocas veces, sentí una conexión especial con vos.

―¿De qué tipo de conexión hablás? ―Tomó el primer mate.

―No pienses mal, hablo de amistad. Esa es una de mis características, sé muy bien cuando voy a llegar a considerar amiga a una persona poco tiempo después de conocerla. Eso mismo me pasó con muchas de mis amigas actuales, y con vos también. ―Omití el detalle de que terminé acostándome con muchas de esas amigas―. No quiero que estemos peleadas, ni que dejemos de vernos. Estuve pensando, porque a veces pienso, y sé lo difícil que puede ser para vos ser vista con una… con una lesbiana.

―¿Ya te considerás lesbiana?

―Sí. Totalmente, ya no lo puedo negar. Los hombres no me interesan en lo más mínimo. Al menos no por ahora. Qué se yo… es algo en lo que no me interesa pensar demasiado. Estoy feliz con mi vida sexual actual.

―Veo que diste un paso importante en tu vida. No debe haber sido fácil. ―Me ofreció un mate.

―Yo no quiero mates, recién me tomé un helado, y me va a hacer mal. Te dije que lo preparas porque sé que eso te tranquiliza. ―Ella sonrió por primera vez desde que entré.

―Eso es cierto, para mí tomar mates es como un ritual de relajación. Me estabas por contar cómo fue tu proceso de aceptación.

―No fue fácil, para nada. Ahora hasta mi mamá conoce mis preferencias sexuales. Es todo un problema, mucha gente te juzga sin conocerte. No quiero que vos hagas lo mismo.

―Te prometo no hacerlo. Ya que estás acá, hablándome de frente, y sin rencores, te voy a proponer una cosa: Podemos seguir siendo amigas, y podemos vernos tanto como queramos ―sonreí al escuchar esas palabras―; pero prometeme que vas a entrar y salir con cuidado. Al menos para que no te vean siempre, no es que me de vergüenza estar con vos…

―Si lo sé. Es que te puede generar problemas, eso lo entiendo muy bien. Perdón por haberme enojado con vos, de verdad que entiendo el riesgo que es para vos. No quiero perjudicar tu labor en este convento. Además, tengo otra propuesta: un día podrías visitarme en mi casa.

―Emm… ¿te parece eso prudente?

―¡Claro! Somos la familia más católica del barrio. Para mi mamá va a ser todo un orgullo tener a una monja en casa.

―¿Sabías que el orgullo es un pecado capital?

―Por favor, explicale eso a mi mamá… por favor, por favor. ―Le supliqué, poniendo mis manos como si fuera a rezar. Ella volvió a sonreír.

―¿Y tu mamá no pensará algo raro al verme? Lo digo porque ella ahora sabe que sos lesbiana.

―Pensaba decirle que vos me estás ayudando a “reestructurar mi vida”. Además tiene algo de cierto, con vos puedo aprender a controlar mis impulsos.

―Sería un gran logro si yo pudiera enseñarte a controlarlos. Está bien, un día voy a ir a tu casa.

―¡Genial! Vamos a poder charlar toda la tarde, sin que nadie nos joda, y si levantar sospechas. A todo esto, permitime poner una condición más. ―Me miró como si yo fuera un juez dictando una sentencia―. Quiero que seamos amigas normales. Con esto me refiero a que, cuando estés conmigo, te olvides por un rato de que sos monja. No podés ser tan estructurada, Anabella. Te vas a morir sin haberte reído a carcajadas ni una sola vez en tu santa vida. ―Se quedó helada, no emitió ningún sonido―. ¿Dije algo malo?

―No, al contrario. Recién ahora me doy cuenta… no lo había pensado antes.

―¿Que sos estructurada?

―No, eso ya lo sabía. Pero tenés razón en eso de que nunca me río a carcajadas. Sé sonreír y sé cómo reírme; pero acá, entre estas cuatro paredes, son muy pocas las cosas que me causan verdadera gracia. De hecho, vos sos la única que me hace reír, cada vez que venís.

―Qué bueno poder ser tu payaso personal. Pero tampoco es que te haga reír siempre, a veces te enojás conmigo; por mis locuras.

―Es que justamente son esas locuras las que me causan gracia, aunque no lo demuestre. Cuando se me pasa el enojo, y vos ya no estás, me río sola como una…

―Como una boluda…

―Como una loca. Pero es porque me acuerdo de las cosas que decís, y de las que hacés. Estos días, en los que no estuviste, fueron muy tristes. No me pasó nada interesante. Nada. Ah bueno, sí… una cosa.

―¿Qué? Contame. ―La miré, con genuino interés.

―Empecé a leer libros que no están directamente relacionados con las Santas Escrituras.

―¡Wow, qué reventón! ¡Vos sí que sabés divertirte! ¡La puta madre, estás tirando el convento por la ventana! ―Ella empezó a reírse. Me encantaba verla feliz.

―Bueno, che… para mí fue un gran cambio. Sinceramente no sé por qué nunca lo hice. Técnicamente no hay nada que me prohíba hacerlo. Creo que censuré a mí misma, casi sin darme cuenta. Ahora estoy muy enganchada con un libro de Ken Follet, llamado “Los pilares de la Tierra”. Es maravilloso. Tiene un poco que ver con la religión, pero también me resultó muy impactante en muchas escenas.

―Tomo nota, lo voy a leer, cuando termine con lo que estoy leyendo ahora. Por cierto, te recomiendo mucho “El señor de los anillos”. Tiene un poco que ver con el poema de Sigfrid. No sé si lo conocés.

―Sí, algo familiarizada estoy con el tema, aunque nunca lo leí.

―Es un libro genial, con mucha magia y fantasía. Harry Potter es otra gran recomendación, este convento se parece al castillo de esos libros; vas a delirar con que estás dentro de Hogwart.

―¿Dentro de qué?

―El castillo en el que estudia Harry Potter.

―Ah bien. ¿Y de dónde voy a sacar yo esos libros? No creo que estén en la biblioteca del convento.

―Yo te los voy a conseguir, no te preocupes por eso. Me encantaría que los leas, a tu vida le vendría bien un poquito de magia.

―Sí, puede ser. Yo nunca hago locuras.

―A veces sí. ―Busqué rápido en mi celular, hasta que encontré la foto que me envió una vez Anabella; la de su culo entangado―. Como ésta. ―Le mostré la imagen, y fue como si le hubiera tirado un baldazo de pintura roja en la cara.

―¿Todavía tenés eso? Pensé que ya lo habías borrado.

―No la pienso borrar nunca en la vida. No te preocupes, acá no la va a ver nadie más que yo. ―No sabía si contarle de las veces que me masturbé mirando esa foto, e imaginándola desnuda―. ¿Seguís usando la ropa interior que compramos juntas?

―Sí, de hecho tengo puesta una de esas ahora. La negra. A la rosada no la usé nunca, es muy chica, y me da mucha vergüenza.

―Debajo de todos esos trapos, no creo que haya mucha diferencia; podrías estar usando los calzones de mi papá, y nadie se enteraría.

Verla riéndose otra vez, me iluminó el alma. Era mucho más hermosa cuando estaba feliz.

―Aunque no lo creas, hice algunas travesuras. Acá en el convento me tienen como “La monja rebelde”. Tal vez para vos sea una boludez, como siempre decís; pero para los estándares del convento, yo soy la más “loquita”.

―La verdad es que tenés pinta de ser menos estructurada que las demás monjas. Contame algo muy loco que hayas hecho en tu vida, ―le pedí―. Algo divertido.

―Bueno. ―Meditó unos instantes―. Hace cosa de un año desperté a una de las Hermanas con música de Black Sabbath, la pobre creyó que se había muerto y había ido a parar al infierno.

―¡Ah, qué loco! ―Exclamé, riéndome―. No te imaginaba escuchando esa banda.

―No la escucho, no me gusta. Pero encontré un video de ellos en internet y me pareció buena idea despertar de esa forma a alguien del convento. La verdad que es una música muy tétrica.

―Eso que nunca escuchaste Radiohead.

―Ni quiero hacerlo.

―Y en cuanto a lo sexual ¿Qué fue lo más loco que hiciste?

―¿Por qué todo tiene que estar relacionado con el sexo con vos Lucrecia? ―Me sentí muy mal con esa acusación, agaché la cabeza y me quedé mirando el piso. Aún estaba cachonda por lo que pasó con Cintia, pero no podía explicarle eso―. Bueno, no quiero que peleemos, voy a intentar ser lo más paciente posible, supongo que sólo lo preguntás como amiga. Seguramente con tus amigas hablás de sexo, y eso no significa que estés provocándolas.

―Así es, justamente hoy tuvimos una charla sobre sexo con mis amigas, incluso con las que son heterosexuales. Fue muy divertido, nos reímos un montón. Y en ningún momento intentamos pasarnos de la raya con ninguna de nosotras. El sexo puede ser sólo un tema más de conversación entre amigas. Pero aclaro que no estás obligada a contar nada que no quieras.

―Tengo que admitir que el tema sexo es muy difícil para mí, después de lo que me pasó. Nunca pude hablar con nadie sobre sexualidad.

―Yo podría ser tu amiga, y confidente. A mí podés contarme lo que quieras, nunca te voy a juzgar.

―Lamento desilusionarte, pero nunca estuve con nadie, y no tengo nada para contarte; aparte de lo que ya te conté. Hubo veces en las que me pregunté qué se sentiría hacerlo con un hombre que fuera cariñoso, pero al pensarlo se me llena la cabeza con malos recuerdos.

―No puedo ayudarte en ese tema, yo tampoco tengo mucha experiencia con los hombres, ya lo sabés. De hecho me volví sexualmente activa recién este año y sólo lo hice… con mujeres.

―¿En plural? ―Asentí con la cabeza― ¿De cuántas estamos hablando?

―Prometeme que no te vas a enojar si te lo digo.

―Te lo prometo.

―Tuve relaciones con seis mujeres. ―En la lista incluí a Cintia y a la desconocida del boliche. Anabella abrió grande los ojos.

―Son muchas más de las que imaginé. ―A mí también me parecía un número inmenso― ¿Y… qué se siente?

―¿De verdad querés saber?

―Sí, supongo que sí. Digo… Para charlar de algo. Como vos decís, el sexo puede ser otro tema de conversación. Vos tenés más cosas para contar que yo. Sin ánimo de ofender, pero no entiendo cómo encontrás satisfacción sexual con otra mujer.

―Es muy fácil: porque me gustan mucho. A veces tengo la sensación de que pienso como hombre; veo el cuerpo de una mujer desnuda y me pongo loca. Pero otras veces pienso que son los hombres los que piensan como mujeres. Porque tengo varias amigas que son tan sexuales como yo. El estar con una mujer en la cama es una sensación maravillosa. ―Esto me recordaba a una charla que tuve con Samantha―. Es muy difícil de explicar con palabras. Interviene mucho la sensualidad y el encanto femenino.

―Pero las mujeres no tienen… ―me miró como para que yo completara la frase, pero no pensaba hacerlo. La dejé sufrir un poquito más―. No tienen eso… ―Volvió a clavar su mirada en mí buscando apoyo, pero me hice la boluda―. Ya sabés… ―Comenzó a sonrojarse otra vez. Yo permanecí en silencio―. Las mujeres no tienen pene. Listo, ya lo dije. ¿Contenta?

―¿Por qué debería estarlo? No dijiste nada que cualquier mujer de mi edad no sepa. Imagino que hasta vos debés saberlo. Si alguna vez te miraste ahí abajo, habrás descubierto que tampoco tenés pene. ―Imaginé su entrepierna repleta de polvo y telarañas, abandonada, a merced del olvido―. ¡Claro que no tenemos pene! ¿Y qué hay con eso? ―No se la dejaría nada fácil, necesitaba que ella fuera una parte activa en la conversación.

―Es que no entiendo cómo pueden dos mujeres satisfacerse sexualmente sin... pene.

―Hay muchos recursos, te los debés imaginar, aunque no quieras admitirlo. Incluso ya me viste haciendo algo de eso, en el video. ―Se puso tensa―. Se puede satisfacer mucho a una mujer usando los dedos y la lengua. No te imaginás lo bien que se siente una buena chupada. ―Abrió los ojos, hasta que parecieron dos platos―. Ya sea darla o recibirla. ―Sabía que la estaba incomodando, pero esa era mi intención―. Además también hay sustitutos para el pene, se los llama consoladores. ¿Te acordás de la canción de Soda Stereo? A vos te vendría bien tener uno.

―¿Y qué te hace pensar que necesito uno?

―-La expresión en tu cara, y lo necesitada que estás de pasar un buen rato en la cama, aunque sea sola.

―Yo no estoy…

―No hace falta que me mientas Anabella. Acordate lo que dijimos, que íbamos a hablar como amigas, no como monjas.

Suspiró, como si me estuviera diciendo: “Está bien, ganaste”.

―Bueno, puede que tal vez lo necesite; pero eso no quiere decir que lo vaya a hacer.

―¿Por qué no? No sería el fin del mundo. Si lo hacés, el día en que te mueras (y ojalá sea de viejita, a los ciento noventa años), vas a poder decir que al menos la pasaste bien una vez.

―Pero… está mal ―Se estaba quedando sin argumentos.

―La iglesia está cambiando Anabella, ya no es tan estricta como antes. Tal vez se están dando cuenta que Dios no castiga a la gente por masturbarse, o por tener sanas relaciones sexuales.

―¿Te parece sano estar acostándote con todas las mujeres que se te crucen?

―Con todas no. Con vos no me acosté… todavía ―Eso le cayó como baldazo de agua helada.

―Ni lo vas a hacer. Desde ya te digo que borres todas esas ideas locas de tu cabeza.

―Fue un chiste, no te lo tomes tan en serio. Además, vos no podés impedirme que fantasee, yo soy la dueña de mis pensamientos, ni siquiera Dios puede controlarlos. No te olvides del libre albedrío.

―También se puede pecar con el pensamiento y lo sabés.

―No, no lo sé. Porque yo no lo veo de esa forma. Todo esto te lo digo para que entiendas que vos también podés tener tus fantasías sexuales, y pensar en ellas cuando te masturbás. Son tus fantasías, no dañás a nadie al hacerlo.

―Puede ser, pero me pone incómoda saber que fantaseás conmigo.

―Bueno, no creo que sea un pecado tan grave fantasear con una mujer hermosa ―Agachó la cabeza y quedó mirando fijamente la mesa― ¿Te pasa algo?

―¿De verdad pensás que soy hermosa? ―Su voz fue tan tenue, que apenas pude oírla.

―Hermosa es poco Anabella, sos la mujer más atractiva que vi en mi vida; me parece un desperdicio total que te escondas debajo de esos hábitos. Al menos podrías buscarte un buen hombre para…

―Ese es el problema Lucrecia. Después de lo que me pasó, no puedo estar cerca de ningún hombre, por más bueno que sea. Con decirte que hasta me pongo incómoda al lado de un cura.

―No serías la primera. Los curas tienen fama de degenerados.

―¡Lucrecia!

―Pero si es la verdad. Mirá, mejor cambiemos de tema. Si no son hombres, entonces pueden ser mujeres. Conquistarías a cualquiera, si te lo propusieras; aunque la chica sea heterosexual. Te lo aseguro.

―No pretendo andar conquistando mujeres, ni que éstas me conquisten a mí. ¿Está claro?

―Perdón, no pretendía hacerte enojar.

―No Lucrecia, perdoname vos a mí. No estoy enojada, para nada. Es que este es un tema muy delicado para mí.

―Eso es porque lo ves como algo estrictamente prohibido, y pensás que por hablarlo se te van a abrir las puertas del infierno; pero la realidad es que a nadie le afecta esta conversación, más que a nosotras. Te lo repito por enésima vez. Acordate que debajo de esa sotana hay una mujer, y una muy hermosa; dejala respirar un poco. No la cubras de negro todos los días. Te estás muriendo por dentro, Anabella. ¿Lo pensaste alguna vez?

Por su expresión cabizbaja parecía estar totalmente abatida, era como si sus pocas ganas de vivir se hubieran esfumado de repente.

―Lo pensé muchas veces. Me genera mucha angustia. Amo lo que hago, y dedicaría toda mi vida a esto; pero a veces me siento tan sola y vacía que me dan ganas de llorar.

―Para colmo vos no colaborás Anabella. ¿Acaso no compramos ropa para que te vistas de forma más alegre? Pero no, ahí estás, otra vez dentro de esa sotana, como si fuera una prisión ¿y todo por qué? Porque sos una miedosa.

―No me digas miedosa.

―Es la realidad Anabella. Yo soy lesbiana, promiscua y vivo metiéndome en problemas. ¡Pero la paso muy bien! Y sí, también tengo malos momentos, cuando me peleé con mi novia, y con vos, me la pasé llorando. Pero me la banqué, porque al menos me había arriesgado a pasar un buen momento con gente que me cae bien. No siempre todo va a salir como una quiere que salga, a veces la vida te va a dar un duro golpe; pero afrontar esos golpes es mejor que no vivir la vida. Vos sos miedosa, no tomás riesgos, y no querés ni siquiera intentar vivir una vida más alegre. No hacés nunca nada osado.

―¿Sabés qué? ―Sus ojos brillaron como centellas, pensé que mandaría de una patada al séptimo infierno―. ¡Tenés razón! ―Me quedé boquiabierta―. Tengo que admitirlo. ―Tomó una buena bocanada de aire, y exhaló―. Soy miedosa… y está en mi cambiarlo. Dios me podrá ayudar mucho, pero yo también tengo que poner mi parte. No puedo vivir aterrada por algo que me pasó hace diez años. Desde ahora voy a tomar más riesgos, si es por una buena causa, y voy a hacer cosas osadas.

―Pero Anabella, hacer algo osado... para vos sería salir a la calle con la sotana sin planchar, o saltarte un “Padre Nuestro” cuando reces el Rosario.

Me miró con una malicia burlona y desafiante, me hizo dudar de mis propias palabras, nunca la había visto así. Acto seguido se puso de pie y de un tirón se quitó el velo de la cabeza, su cobrizo cabello flotó en el aire cayendo suavemente sobre sus hombros. Movió las manos en el frente de su sotana, como si desprendiera botones que yo no podía ver. Aguardé expectante e impaciente, cuando de pronto la negra tela se abrió por la mitad y cayó al suelo. Si hubiera encontrado al mismísimo Satanás besando a Jesucristo, no me hubiera sorprendido tanto. Su tersa y blanca piel era envidiable, al igual que su figura; ni siquiera yo tenía un vientre tan marcado, o unas caderas tan imponentes. Sólo vestía su ropa interior, aquella que yo le había comprado. Una pequeña colaless negra que se ceñía a su figura como si estuviera pintada, y un corpiño que elevaba sus voluptuosos pechos y hacía que estos se acariciaran mutuamente en el centro. Los engranajes de mi cerebro dejaron de girar, chocaron entre sí, rechinaron y lucharon por reanudar la marcha; pero era imposible, no podía reaccionar de ninguna forma, más que quedándome con la boca abierta como una gruta.

―Podés usar esa imagen como quieras, ―me dijo, con voz sensual.

¿Quién era esa mujer y qué había hecho con Anabella? Creo haberme preguntado eso mismo alguna vez, pero esta vez era en serio. Era imposible que esa ninfa imbuida de erotismo fuera la misma monja que había estado sentada frente a mí todo este rato. Me puse de pie de un salto ¿por qué? Ni idea, sólo sentí que el culo me quemaba ¿o era la vagina? La atractiva y sensual mujer dio media vuelta, mostrándome unos glúteos redondos y bien definidos, divididos al medio por esa hermosa colaless. Su espalda era extraordinaria, me daban ganas de recorrerla con mis labios, de abajo hacia arriba, para luego bajar usando mi lengua y perderla entre esas nalgas.

Atraída por una fuerza misteriosa e incontrolable, me acerqué a Anabella cuando ella comenzaba a buscar ropa dentro de un pequeño armario de madera. Su repentina actitud provocativa tuvo un efecto increíble en mí. La abracé por detrás, pegando mi cuerpo al suyo, posando delicadamente mis manos sobre su vientre y apoyando mi mentón en su hombro derecho. Como tenemos casi la misma altura fue muy fácil hacerlo. Al sentir mis cálidas caricias, inclinó la cabeza hacia atrás, cerró los ojos y abrió la boca sensualmente. No medía mis actos, actuaba por puro instinto. El fresco aroma de su cabello inundó mis fosas nasales, mis labios rozaron su cuello y ella suspiró.

―No me hagas esto, Lucrecia, ―susurró.

―¿Por qué no?

―Porque no sé si voy a poder contenerme. ―La punta de mis dedos rozaron el elástico de su colaless.

―¿No era que no te gustaban las mujeres? ―Mantuve siempre mis ojos cerrados, concentrándome en todos los puntos de contacto entre nuestros cuerpos.

―Y no me gustan… ―Mi boca surcó el vórtice de su mandíbula―; pero… estoy…

―Pero estás excitada. ―Completé la frase, mientras uno de mis dedos intentaba esconderse debajo de la tela de la colaless.

―Sí, muy excitada. ―Me sorprendió que lo admitiera.

―No pienses en nada.

―No puedo.

Tomando la ropa interior por el elástico la fui bajando lentamente; pude escuchar su corazón acelerándose. Estiré mis manos todo lo que pude, sabía que su sexo ya estaba libre, pero permanecí con los ojos cerrados. Ella misma levantó una pierna permitiendo que la colaless se deslizara. Solté la tela, suponiendo que sola seguiría su camino hasta el suelo.

―No mires. ―Me suplicó, cuando comencé a acariciar sus piernas―. Por favor, no mires. ―Sentí pena por ella, no quería forzarla, no a Anabella―. Va a ser mejor que te vayas, Lucrecia.

―Te prometo que no voy a mirar, y me voy, ―dije, contra mi voluntad―. Pero con una condición.

―¿Cuál? ―Su voz no era más que un suave jadeo.

―Que te masturbes cuando yo me vaya. No lo hagas por mí, hacelo por vos. Permitite disfrutar este hermoso momento.

―Está bien, te prometo que lo voy a hacer.

Subí la mano que intentaba llegar a su sexo, ya no haría eso. En su lugar, crucé mis brazos en su vientre, y me pegué más a su espalda.

―Vos necesitás un buen abrazo, ―le dije―. Se te nota. ―La abracé más fuerte, y ella suspiró.

―Me pone algo incómoda.

―Pero te prometí no hacer nada. Es sólo un abrazo.

―¿Lo prometés?

―Sí, lo prometo. No voy a avanzar de ninguna manera, ni voy a abrir los ojos. Solamente te voy a dar un lindo abrazo.

Ella dio media vuelta, por un segundo nuestras bocas se rozaron. Se me puso la piel de gallina. Luego ella apoyó su mentón en mi hombro, y me abrazó. Sus brazos eran más fuertes de lo que yo imaginaba.

―Es cierto, ―dijo―. Necesitaba mucho un abrazo.

Nos quedamos así durante unos segundos que parecieron interminables. La tenía tan cerca que la tentación de besarla era inmensa. Pero me contuve. Apreté los dientes y giré mi cabeza hacia el otro lado.

No quería irme, pero se lo había prometido. A duras penas me separé de ella, y sólo abrí los ojos cuando le di la espalda. Sabía que estaba prácticamente desnuda, y me moría de ganas por ver su cuerpo; pero quería demostrarle que podía confiar en mí.

―Gracias por entenderme ―Su voz me derretía―. Y gracias por el abrazo, me hizo muy bien.

―Para eso están las amigas. Mejor me voy ahora. Que disfrutes del momento. ―Caminé con paso decidido hacia la puerta.

―Lo voy a hacer. ―Escuché que seguía mis pasos.

―Hasta luego, Anabella. Te quiero mucho.

―Yo también te quiero, Lucrecia.

No estaba enojada, pero tampoco me iba tan feliz como quisiera. Intenté borrar estos pensamientos de mi mente; al fin y al cabo había pasado un lindo momento con Anabella, y eso ya no me lo podía quitar nadie.

Abrí la puerta sólo un poco, para corroborar que no hubiera nadie en el amplio pasillo. Salí a hurtadillas, y justo antes de cerrarla, el corpiño de Anabella voló por encima de mi hombro, cayendo en el piso justo frente a mis ojos. Me apuré a juntarlo y escuché el clic de la puerta al cerrarse. Giré y arañé la madera como un perrito que había sido echado de su casa, quería verla desnuda, pero sabía muy bien que ella no abriría la puerta, ni aunque Dios mismo bajara de los cielos y golpeara. Escondí el corpiño negro entre mi ropa y en ese momento caí en la cuenta de lo cerca que estuve de ella; de lo cerca que estuvieron mis manos de ese precioso tesoro. Me alejé de allí, intentando imaginarla masturbándose. Si yo cumplí mi promesa, ella debía cumplir con la suya. Media sonrisa se dibujó en mis labios, había logrado que una estructurada monjita se masturbe, y posiblemente, que lo hiciera pensando en mí.

Mi vagina parecía el volcán Vesubio a punto de estallar, de ella manaba tibio líquido que comenzaba a escurrirse por mi pierna. Busqué mi celular para llamar a Lara, y en ese momento me di cuenta de que lo había dejado dentro. Me maldije a mí misma, sabía que Anabella no podría ver nada del contenido, ya que este estaba protegido con contraseña… me detuve en seco. No podía ser tan imbécil. ¿Se daría cuenta? ¿Lo intentaría siquiera? Tal vez era sólo cuestión de tiempo que descubriera que la contraseña era “Anabella”. ¿Por qué tenía que ser tan idiota y sentimental?

Repasé mentalmente el contenido del celular, allí había varias fotos de mujeres desnudas, algunas que me habían enviado, otras que había tomado yo misma. También había una muy interesante sesión de fotos mías, muy subidas de tono. Comencé a reírme como loca, ahora quería que ella las viera, quería que se masturbara mirando mis fotos pornográficas.

Esa misma tarde fui a la casa de Lara, y casi la maté, sexualmente hablando; tenía una de las calenturas más grandes de mi vida. Por suerte sus padres no estaban, porque monté un escándalo tremendo, el cual disfrutamos mucho.



―2―




Pasé el resto del jueves, y todo el viernes, sin celular; pero no me importó en lo más mínimo. Nunca fui muy adicta a ese aparato, y además sabía que estaba en buenas manos. Lo único que hice fue pedirle a mi hermana prestado su teléfono, para enviarle un mensaje a la monja. Le dije que podría venir el sábado a mi casa, y de paso traerme el teléfono. Ella accedió, encantada, y le pasé la dirección.

El sábado a la tarde, a la hora acordada, sonó el timbre. Casi nunca atiendo yo, pero esta vez me apresuré por llegar a la puerta. Cuando vi a la monjita, envuelta en sus hábitos, se me iluminó la cara. A ella le pasó lo mismo, sonrió como si hubiera visto una vieja amiga de la que llevaba años distanciada.

Juntas entramos, y yo me preparé para un gran momento. Hice pasar a Anabella justo por donde estaba, mi mamá, aunque éste no fuera el camino más directo hacia mi cuarto. Cuando ella vio a la monja, se puso de pie de un salto. Me miró sin entender nada.

―Mamá, ―dije, con mi más angelical sonrisa―. Te presento a Sor Anabella. Ella me está ayudando con mis… problemitas. Ya sabés a lo que me refiero. Creo que con ella voy a poder enderezar mi camino.

La mayor parte de lo que dije era mentira, pero mi mamá se lo creyó todo. Su sonrisa fue magistral, hasta la hacía parecer hermosa.

―Ay, no lo puedo creer, ―dijo―. Siempre fuiste una buena hija, Lucrecia; y siempre me preocupé por darte todo el cariño que necesitás. ―Si yo tuviera un detector de hipocresía, en ese momento hubiera estallado, por una sobrecarga―. Me alegra mucho saber que vos solita tomaste la iniciativa de solucionar tu… problemita. Un gusto, Sor Anabella, yo soy Adela.

Tendió la mano, y la monja la estrechó.

―Un placer conocerla, Adela. Escuché muy buenas cosas sobre usted, ha hecho grandes contribuciones a mi convento, y a la universidad de Lucrecia.

―Lo que sea necesario, para facilitar la obra del Señor. ―Esa frase la repetía tanto, que para mí ya había perdido todo sentido.

―Y seguramente el Señor va a estar muy agradecida con usted, ―dijo Anabella. No me quedaba claro si ella estaba fingiendo, o lo decía de corazón.

―Mamá, si no te molesta, con Sor Anabella vamos a hablar a mi cuarto, que es el lugar más tranquilo.

―Sí, sí, claro… está muy bien. Vayan tranquilas.

―Y te voy a pedir que no nos interrumpas, porque tal vez estemos rezando. ―Tenía ganas de revolcarme por el piso y reírme a carcajadas; pero lo dije todo con un tono tan serio, que mi madre lo creyó.

―Por supuesto, hija. No las voy a interrumpir en ningún momento. Me encanta que haya venido, Sor Anabella. Se lo agradezco mucho. Que el Señor la acompañe.

La monja también se despidió de manera cordial. Conteniendo mi risa, caminé con Anabella hasta mi dormitorio. Me resultaba muy irónico poder encerrarme en mi cuarto con una mujer, justo después de que mi mamá se hubiera enterado que yo era lesbiana; y que además ella estuviera de acuerdo.

Cerré la puerta con llave. Ya tenía todo preparado para tomar mates, ésto hizo sonreír a Anabella.

―Que bueno ver el mate, ―dijo―. Por un momento creí que me invitabas a tu pieza con otras intenciones.

―Claro que no, Anita. ―Recordé que no le gustaba que le dijeran así―. Te invité para charlar, para tomar unos mates. ¿Te gusta mi pieza?

―Es hermosa. ―Miró todo a su alrededor―. Es muy luminosa, y… ah… ahí está el mono ese de la banda que te gusta. ―Señaló un póster en la pared.

―Es un oso, y la banda es Radiohead. Te lo dije como mil veces.

―Sí, pero no me voy a acordar nunca. ¿Y ese chico de anteojos? ―Preguntó por otro póster.

―No puedo creer que no conozcas a Harry Potter. ¿Vivís adentro de un termo?

―No, vivo en un convento, que es más o menos lo mismo. Me dijiste que me ibas a prestar algún libro de Harry Potter.

―No dije eso…

―Pero el jueves dijiste que…

―Dije que te los iba a conseguir, no a prestar. Y cumplí mi palabra. ―Saqué una caja de abajo de la cama―. Estos libros son para vos. Hay once en total ―Los miró con los ojos muy abiertos.

―¿Tantos? ¿De dónde los sacaste?

―Los compré. Además aproveché, y compré algunos para mí.

―Habrás gastado mucha plata.

―No tanta, además le dije a mi mamá que parte de los libros eran para donarlos al convento; y en en realidad es cierto. Así que me insistió en que los comprara.

―Entonces, debería dejarlos en la biblioteca del convento.

―No, Anita. Estos son para vos. Además nadie te los va a censurar, a no ser que sea sacrilegio leer libros sobre magos.

―Hoy en día no lo es… no sabía que Harry Potter tuviera tantos libros.

―Es que no son todos de él, la saga de Harry Potter está compuesta por siete libros. Después tenés el Hobbit, y tres libros de El señor de los Anillos. En fin, ya vas a entender mejor todo cuando empieces a leerlos. Pero al menos hacé el intento de leerlos.

―Te prometo que sí.

Nos sentamos y empezamos a cebar mates.

―¿Trajiste mi celular? ―Pregunté. En ese momento ella se puso roja como un tomate, eso era una buena señal.

―Em… sí, claro. Acá está ―Lo dejó sobre la mesa.

Lo desbloqueé y estuve mirando el contenido. De pronto me quedé helada. En WhatsApp había muchos mensajes de Jorgelina, en los que me pasaba una gran cantidad de archivos de imágen y de video. Me había olvidado completamente de eso.

―Lo estuviste revisando, ―dije, mirándola a los ojos. Ella se puso aún más incómoda.

―Ehh… no, claro que no. ¿Cómo voy a hacer una cosa así?

―No te hagás la boluda, Anabella. ―Actué como si estuviera enojada, pero en realidad la situación me divertía mucho. Me agradaba saber que ella se había “portado mal”―. Me puedo dar cuenta fácilmente de que entraste, porque hay mensajes en Whatsapp que ya fueron leídos… mensajes que yo nunca vi, hasta ahora.

Me miró con cara de cordero degollado, la pobre no tenía cómo defenderse. Como no dije nada, tuvo que ser ella la que rompiera el silencio.

―Perdón… tenés razón, lo estuve revisando. No sé por qué… sé que hice algo horrible, pero…

―Pero te ganó la curiosidad.

―Sí, y me arrepiento de eso.

―A ver, Anabella, vos siempre te enojás conmigo por cualquier boludez que hago. ¿Cómo te sentirías si yo me hubiera puesto a revisar tu celular?

―Muy mal, me enojaría mucho con vos. ―Parecía una niña pequeña recibiendo un regaño de su madre―. ¿Estás enojada conmigo?

―No, ésta situación me encanta, ―me miró confundida―. Es que siempre la que se manda cagadas soy yo, me encanta poder estar del otro lado, al menos una vez. Al fin te portaste un poquito mal, Anabella. Sinceramente estoy orgullosa de vos. ―La monja sonrió con picardía―. Decime, ¿te gustó lo que encontraste en mi celular? Porque imagino que habrás revisado cada foto y video.

―¿Te molestaría si hubiera hecho eso?

―No, me molestaría que me mintieras, diciendo que no lo hiciste.

―Está bien, admito que revisé las imágenes y los videos.

―¿Todo?

―Sí, todo. Incluso las cosas que vos no sabés que están ahí.

―¿Qué? ¿De qué cosas hablás?

―Fijate, y vas a ver.

Me puse a revisar mi propio teléfono, no entendía nada. Encontré una imagen que me impactó de inmediato, era Jorgelina ¡completamente desnuda! Tenía las piernas abiertas, y se separaba los labios de la vagina con los dedos. Alguien le había tomado esa foto… y ahora estaba en mi celular. Recordé todo, y me avergoncé.

―¿Es una amiga tuya? ―Preguntó la monja, al ver mi reacción.

―Em… sí… pero no me acosté con ella, si es que estás pensando eso.

―¿Y tienen intenciones de hacerlo? Por las cosas que mandó, da la impresión de que sí…

―No, no… a ella ni siquiera le gustan las mujeres. Me mandó estas fotos porque yo se las pedí. ―Seguí mirando en la galería, y mi sorpresa iba creciendo. Había fotos de Jorgelina desnuda desde todos los ángulos, incluso varias en las que tenía un gran pene en la boca… y hasta semen en la cara. Empecé a mojarme toda―. ¡Por dios! No sabía que mandaría cosas tan explícitas.

―¿Y sólo te las pasó porque vos se las pediste?

―Emm… sí, más o menos. Lo que pasa es que Jorgelina, la chica de las fotos, es bastante promiscua…

―Eso lo noté, no siempre aparece con el mismo hombre. Creo que conté siete diferentes.

―¿Tantos?

―Sí… ¿Esto es alguna clase de experimento, para que terminen gustándote los hombres?

―¿Qué? No, nada que ver. Lo que pasa es que a mí no me molesta ver mujeres teniendo sexo con hombres. Me excito más con la mujer, pero verla teniendo sexo es agradable. Jorgelina, al igual que yo, sufrió el problemita de que algunos de sus videos eróticos terminaran en internet. Pero ella se lo tomó de una forma muy diferente, se enojó al principio, y después se le pasó; incluso llegó a excitarse sabiendo que mucha gente vio esos videos.

―Ah, pero que pu…

―¿Cómo? ―La miré sorprendida. La monja se tapó la boca antes de terminar la oración, quedó asustada, como si la hubieran sorprendido desnuda en plena calle―. ¿Qué estabas por decir, Anabella? ―Le pregunté, con una sonrisa picarona.

―Perdón, se me escapó. Es que me sorprende que la chica sea tan así… tan promiscua.

―Además es narcisista, le encanta que la vean desnuda, o teniendo relaciones sexuales. Por eso me mandó todo.

―Ahora entiendo, aunque igual se me sigue haciendo raro… pero todo lo que viene de vos es raro; ya me estoy acostumbrando.

―¿Y qué te parecieron las fotos de Jorgelina?

―Muy explícitas… y los videos fueron peores.

―¿Mandó los videos también? Dijo que eran tres…

―¿Tres? Mandó nueve…

―¿Tantos?

―Sí, se ve que a tu amiga le gusta mucho…

―¿La verga? ―Anabella se sonrojó.

―Iba a decir el sexo, pero creo que eso también sería apropiado.

―¿Y cuál fue tu video favorito? ―La monja se quedó muda, y agachó la cabeza―. Vamos, Anabella, estamos en confianza, ¿te creés que yo voy a pensar mal de vos si te hiciste una paja mirando estos videos? Yo pienso hacer exactamente lo mismo, es muy probable que lo haga apenas vos te vayas. Me imagino que vos habrás pasado una buena noche con mi celular… aunque tiene la batería llena, así que eso me hace dudar.

―Es que yo lo cargué, antes de traerlo.

―¡Ajá! Entonces sí lo usaste mucho.

―Sí, bastante. ―Una sonrisa apareció en sus labios.

―¡Me encanta! ¿Cuántas pajas te hiciste?

―Ni idea, perdí la cuenta… porque ayer estuve todo el día..

―Ay, Anita… te habrás paspado la concha de tanta paja.

―Y… más o menos. ―Ella estaba roja como un tomate, pero estoy segura de que habrá estado tan excitada como yo.

―Entonces viste todas las fotos y los videos varias veces. Seguramente viste todas las fotos mías, en las que estoy desnuda.

―Sí, me sorprendieron mucho… especialmente esas en las que tenés el cepillo para el pelo en....

―¿En el culo? ―Me reí―. Me había olvidado de esas fotos. Me las saqué para mandárselas a Lara. A ella le da morbo verme así. Y yo reconozco que me gusta el sexo anal.

―Eso me sorprendió mucho, porque son varias las fotos en las que lo tenés… metido. Y se nota que lo movías… te habrá dolido mucho.

―No me dolió, Anita, para nada. Al contrario, me encantó… me la pasé de maravilla. Nunca había hecho una cosa así con el cepillo, pero en cuanto empecé a meterlo, me di cuenta de que había encontrado una excelente forma de autocomplacerme. Vos deberías probarlo… seguramente tenés algún cepillo para el pelo, con un buen mango.

―Tener, tengo… pero yo no los usaría de esa manera. Se me hace doloroso… no sé, creo que nunca me animaría…

―Vas a cambiar de opinión cuando pruebes, yo sé lo que te digo. Te lubricás bien, y lo vas metiendo de a poco… al principio arde un poquito, pero cuando te acostumbrás, se siente de maravilla. Me dio morbo sacarme esas fotos.

―Son muy explícitas… me cuesta imaginar cómo hiciste para sacarlas…

―Fácil: con el temporizador. Dejé el celular fijo, y mientras me masturbaba por el culo, las fotos salían solitas.

―Ahh, mirá… tiene lógica.

Noté que ella estaba aún más roja, sabía que esta charla la estaba excitando, porque estaba perdiendo la vergüenza, y también supe que tenía mucha curiosidad por el tema. Decidí ir un poco más lejos, busqué una de esas fotos en el celular, y se la mostré.

―Ésta fue la que más me gustó…

Ella miró con los ojos bien abiertos. En la pantalla se podía ver un primer plano de mi culo, siendo penetrado por el grueso mango del cepillo. Mi vagina estaba completamente húmeda, y se podía ver mi cara, asomando en un segundo plano. Mi expresión era de absoluto placer.

―Esa foto me llamó la atención ―dijo la monja, algo tensa―. Se nota que la estabas pasando bien. Me sorprende lo ancho que es el mango del cepillo, y lo mucho que…

―¿Qué? Vamos, podés decirlo con total confianza…

―Lo mucho que se te dilata la cola… ¿de verdad se siente tan bien?

―Sí, se siente de maravilla… y sí, la cola me quedó bastante abierta; pero eso me da todavía más morbo.

―Sí, ví como te quedó, porque hay un par de fotos en las que estás sin el cepillo, y se nota… ¿pero qué pasa después? ¿eso se vuelve a cerrar bien?

―Claro que sí… aunque si lo hacés con cierta frecuencia, podés notar que la penetración es más fácil. Tengo que reconocer que me gusta mucho el sexo anal.

―A tu amiga Jorgelina también le gusta mucho.

―¿Qué, de verdad? ¡Me muero de ganas de ver eso! ―Busqué los videos y reproduje uno. Ella estaba chupando una verga, le mostré la pantalla a Anabella―. ¿En éste le dan por el culo?

―No, en ese no. Buscá en otro.

―Ah, te los estudiaste bien―. Salteé dos videos y puse el cuarto. No me quedó duda, estaba en cuatro, y la verga ya le estaba entrando en el culo―. En este sí ―le dije a la monja, mostrándole la pantalla.

―Sí, en ese sí… durante todo el video. Además son videos largos, la chica te llenó toda la memoria del celular.

―Eso no me molesta, después los guardaré en otro lado. ¿Querés que te los pase? A ella no le va a molestar que vos los tengas… aunque tampoco le voy a decir. Te paso todo, si querés, incluso mis fotos.

―Em… bueno, imagino que como me lo estás ofreciendo, no te vas a enojar si te digo que… ya copié todo. Lo guardé…

―¿Qué? Monjita picarona… ¿Dónde los guardaste? ¿En tu celular?

―No, en una laptop que tengo, y que casi nunca uso. A veces consigo alguna película, y la miro ahí. La pantalla es chiquita, pero se ve muy bien. Ayer le encontré otro uso.

―¡Wow! Una monja con la laptop llena de porno. ¡Qué loco!

―No te hagas muchas ilusiones, seguramente lo voy a terminar borrando en un día de arrepentimiento.

―No lo hagas, arrepentite, pero no los borres. Dejalos ahí, que sean tu pequeña vía de escape cuando estés excitada. Al menos te podés hacer la paja mirando algo interesante. Si querés puedo conseguirte más…

―No sé, me parece demasiado…

―Anita, es sólo sexo en imágenes. No tiene nada de malo que lo disfrutes de esa manera. No es como si estuvieras teniendo relaciones con alguien.

―Puede ser…

―En serio, yo te mando todo el porno que quieras. Aunque si yo voy a estar ahí, entonces es probable que sea con mujeres. ¿Eso te molesta?

―No tanto como me imaginaba. Todavía tengo tus videos… pero ojo, no es que me excite con vos, ni con las mujeres. Me excita lo prohibido.

―Igual que a mí… y me excita que vos te calientes viendo mis fotos. Justamente porque lo veo como algo prohibido… sos una monja. Así que… te voy a seguir pasando fotos y videos.

―Bueno, gracias… pero preferiría que mandes algo heterosexual, de vez en cuando. Como los de tu amiga Jorgelina.

―Bien, me gusta que pidas las cosas de forma directa, ―soltó una risita nerviosa―. Puedo bajar videos de internet, y pasártelos.

―No, eso no. No me interesa demasiado la gente que no conozco…

―Pero a Jorgelina no la conocés.

―Aunque no lo creas, sí la conozco. La vi muchas veces en la universidad, y sabía que era amiga tuya. Es una chica muy llamativa.

―Sí, porque es re tetona, y le gusta usar escotes. Tal vez algún día te la presente… pero ojo, ella no va a saber nada de que vos tenés sus videos.

―Bueno, si es así, no me molestaría saludarla algún día.

―Claro, al fin y al cabo te hiciste como mil pajas gracias a sus videos. Bueno, haré lo posible de conseguir material heterosexual, pero si no es de ella, no sé de quién. Vos no concés mucha gente, y dudo que alguna de las otras monjas me pasara videos porno de ellas.

―Pero conozco a tus amigas, al menos de vista.

―¿Estuviste espiándome en la universidad?

―No necesariamente… es que a veces te veía, de lejos. Y siempre estabas con las mismas chicas.

―Bueno, ahora una de esas ya no está más en el grupo, la echamos por traidora. Es una historia larga. Ella fue la responsable de que mi video se filtrara. Además de Jorgelina, hay dos chicas heterosexuales, una tiene novio. Pero no les tengo tanta confianza como para pedirles… ¡Hey! Me acordé de algo… ¿Conocés a una pelirroja llamada Samantha?

―¿La que trabaja en secretaría?

―Sí, esa misma. ¿Viste que linda que es?

―Es preciosa. Lo admito. Si yo fuera lesbiana, andaría con una chica así.

―Eso dolió… mucho. Pero al menos me alegra que hagas chistes al respecto, sin tomártelo con tanto temor y seriedad.

―Es más difícil de lo que vos te imaginás.

―Puede ser… bueno, te cuento que yo me acosté con ella.

―¿Qué? ¿De verdad? Eso me impresiona, no sabía que fuera lesbiana.

―No lo es. Yo fui su primera experiencia lésbica. Ella tuvo un novio, y bueno, es heterosexual. Ahora que nos tenemos más confianza, le puedo preguntar si tiene algo de… material de interés.

―Admito que sería muy interesante verla teniendo sexo.

―¿Con un hombre o una mujer?

―Ambos… es una chica preciosa.

―Sí, y es muy amable y buena onda. Pero a esa no te la presento, porque ya me estoy poniendo celosa.

―Debe ser muy lindo estar con una mujer así en la cama… no digo que yo quiera hacerlo, pero ella es como “el premio mayor” que cualquier hombre o mujer quisiera ganar.

―Sí, así es… y ella lo sabe muy bien. Aunque no es de hacer alardes de su belleza, sabe qué rol cumple en el sexo. Ella es el objeto de deseo. Si tengo la suerte de volver a acostarme con ella, lo voy a grabar, y le voy a pedir permiso para compartir eso con una amiga… o sea vos. Sin decirle que sos vos.

―Me gustaría ver eso. Incluso si ella tiene sexo con una mujer… no sé, me daría morbo verla…

―¿Si?

―Ya sabés…

―Puede ser, pero quiero que lo digas. Sin miedo… no pasa nada.

―Bien… me gustaría verla chupando una vagina. Me daría morbo. También me gustaría verla desnuda. A veces me la cruzo por los pasillos de la universidad, y me daría morbo saber cómo es sin nada de ropa.

―¿Te daría morbo cruzártela otra vez sabiendo que la viste desnuda?

―Sí, exactamente. ¿Te parece una locura?

―Puede ser, pero es tú locura. Dijiste que te excita lo prohibido… y se supone que vos no deberías saber cómo es Samantha desnuda. Entonces cruzártela, sin que ella sepa que la viste desnuda, sería muy morboso.

―Sí… así es… y me pasaría exactamente lo mismo con Jorgelina. Más después de todo lo que le vi hacer en los videos. La cruzaría y no podría dejar de pensar cómo la penetraron por la cola… durante tanto tiempo.

―Apa, me gustó que fueras específica con ese detalle ―ella soltó una risita, evidentemente el tema le divertía tanto como a mí―. ¿Y qué otra cosa te causaría morbo de ella?

―Mmm…

―Dale, que no te dé vergüenza, me encanta la charla… quiero que sigas siendo sincera.

―Está bien ―me miró con su mejor sonrisa, me derretí toda―. Me daría morbo cruzarla sabiendo que la vi varias veces con… semen en la cara. Nunca había visto a una mujer recibiendo una eyaculación en la cara… aunque no soy tan ingenua, sé que algunas lo hacen. Pero Jorgelina lo hace casi siempre, incluso se traga el semen. Eso me… me calentó muchísimo.

―Seguí… soltate un poquito más, que me encanta.

―Admito que a mí también me está gustando. Nunca pude ser honesta con estos temas… con nadie. Es muy difícil para mí hablar sinceramente sobre esto, estoy muy acostumbrada a no exponer mis pensamientos sexuales. Que, aunque te parezca raro, sí que los tengo… e incluso los tenía mucho antes de conocerte a vos. Hasta me masturbaba… aunque siempre terminaba arrepintiéndome, sintiéndome sucia. Vos sos la primera persona con la que puedo compartir todo esto… y eso me agrada, se siente liberador.

―Me honra ser la primera. Así que contame más, sin ningún tipo de filtros… te conté cómo me hago el culo con un cepillo, incluso lo viste. Nada de lo que digas me puede hacer pensar mal de vos, Anabella.

―Es cierto, después de lo honesta que fuiste con el tema… como que ya superamos una gran barrera de intimidad.

―Y la puedo superar aún más, si es con vos. Te puedo confesar que me hice un montón de pajas mirando la foto de tu culo… y eso que estás en ropa interior.

―Aunque te cueste creerlo, me produce cierto agrado saber que lo hiciste… no sé, como que es lindo saber que podés excitar a alguien ―me miró con una hermosa sonrisa, y con sus mejillas enrojecidas.

―Así es, ya vas entendiendo cómo funciona esto. ¿Te seguís sintiendo culpable al masturbarte?

―Sí, no lo voy a negar… la culpa siempre me va a acompañar. Incluso me voy a sentir culpable de tener toda esta conversación con vos, pero ahora mismo, en este preciso momento, no estoy sintiendo culpa… por eso es que quiero aprovechar al máximo, para poder hablar con vos del tema, de la manera más directa posible… pero te pido que no seas insistente si yo algún día prefiero no hablar de sexo.

―Ay, me encanta lo que estás diciendo, Anita… lo que estás sintiendo, en lugar de culpa, es calentura. Y sí, para hablar de sexo con este nivel de franqueza, la calentura es un factor importante. Prometo no insistirte con el asunto, habrá días en los que estés más… fría… más calmada, y no quieras hablar de ésto.

―Así es. Gracias por entender. Para mí, lo que pasó en estos últimos dos días, teniendo tu celular, significó dar un gran paso en mi vida sexual. Un enorme paso. No tuve sexo con nadie, pero te aseguro que me pasé los dos días encerrada en mi cuarto, prácticamente no salí para nada, y miré una y otra vez todos los videos y todas las fotos que hay… masturbándome todo el tiempo… fascinada por todo lo que veía, ya fuera anatomía masculina o femenina…

―Sí, y ya aclaraste que esa fascinación por el cuerpo feminino viene por ese facto de “prohibido” que tiene… no estás acostumbrada a ver gente desnuda, y verla… y en pleno acto sexual, te debe causar un gran impacto.

―Sí, lo estás entendiendo mejor de lo que me imaginaba, Lucrecia. Me alegra que lo veas así, y no pienses que soy…

―¿Lesbiana? ¿Por hacerte una paja mirando a una mujer desnuda? No, claro que no, Anabella. Más en tu caso, con tu historial en sexo. A mí me pasó igual al principio, me fascinaba ver mujeres desnudas, pero era porque no había tenido la oportunidad de disfrutar de eso antes… yo al final terminé decantándome más por el sexo con mujeres, pero puedo entender perfectamente que no en todos los casos va a ser así.

―¿De verdad que no considerás que yo pueda ser un poquito lesbiana porque me haya gustado ver mujeres desnudas?

―Claro que no, te lo prometo, Anabella. Sólo lo veo como un tanteo de terreno, estás introduciéndote en este mundo de la pornografía, y es lógico que sientas fascinación por todo. No importa si te excitaste con una mujer… incluso si lo hiciste al ver mis fotos. No voy a pensar que sos lesbiana, ni que quieras acostarte conmigo. Promesa de amiga… de corazón ―levanté la mano derecha, como si estuviera jurando ante la biblia.

La reacción de Anabella me tomó por sorpresa. Ella se abalanzó sobre mí, y me dio un fuerte abrazo. Pude sentir la calidad de su cuerpo contra el mío, y la abracé con la misma energía. Nos quedamos así unos segundos, en silencio, y cuando ella se apartó me pareció ver que tenía los ojos vidriosos, como si en cualquier momento fuera a llorar.

―Gracias Lucrecia, no sabés lo bien que me hace sentir eso. Estaba aterrada de que malinterpretaras todo el asunto. De que creyeras algo de mí que no era. Nunca tuve tanta confianza con nadie, te conozco desde hace apenas unos meses, pero siento como si fueras mi mejor amiga de toda la vida. ―Ahora la que tenía ganas de llorar era yo―. Después de todo lo que hice en estos días, necesitaba compartirlo con alguien… pero de verdad me daba mucho miedo soltarme. Pero después de lo que dijiste, siento un gran alivio, siento que te puedo contar todo sin miedo a que pienses mal de mí. Para mí es súper importante sentir esta clase de confianza con alguien, y saber que no me van a traicionar. Es muy pero muy importante, porque nunca en la vida tuve alguien así a mi lado.

―Ay, ¿puedo besarte? ―Ella reaccionó con miedo, abrió mucho los ojos―. ¡En la mejilla! Nada raro… es que me emocionó tanto lo que…

―Si es en la mejilla, podés hacerlo ―me interrumpió, volviendo a sonreír. Giró un poco la cara, ofreciéndome su mejilla derecha.

Volví a abrazarla y le di un buen beso en la suave piel de su rostro. Y luego otro… y otro. Luego del cuarto beso la cosa ya parecía estar tomando otro rumbo, por lo que empecé a apartarme de ella, sin embargo Anabella me sujetó fuerte con sus brazos, como si no quisiera dejarme ir. No dijo nada, pero el mensaje era claro, me permitía seguir besando su mejilla, y así lo hice, una vez más, pero con una suavidad casi romántica. Me acomodé en la silla para que mi cuerpo quedara incluso más cerca del de ella, y ésto no le generó rechazo. Volví a besarla en la mejilla, pero ésta vez me atreví a ir un poco más cerca de la boca. Me acerqué aún más en un siguiente beso. Allí fue cuando ella se movió, por un momento creí que se estaba apartando de mí, temerosa a lo que podría ocurrir después, pero en realidad sólo posiciónó su cabeza de forma tal que ahora era su boca la que estaba sobre mi mejilla. Me llenó de pasión sentir sus tibios labios posándose en mi cara. La tentación de buscar su boca con la mía era inmensa, pero me quedé quieta, quería que ella sintiera seguridad. Volvió a besarme, de una manera muy tierna, y al tercer beso lo sentí más cerca de mis labios. Me besó dos beses más, con la misma calidez, y luego posó su mentón en mi hombro.

―¿Puedo pedirte algo? ―Preguntó con su voz suave, que sonando a mi oído parecía un coro de ángeles―. Sé que te va a parecer una locura…

―Podés pedirme lo que quieras, Anabella…

―¿Podrías sacarte la ropa?



Me aparté de ella como si su cuerpo me hubiera dado una descarga eléctrica, la miré con los ojos tan abiertos que pensé que iban a salirse de sus cuencas. No podía creer que esas palabras hubieran salido de la boca de la monja, pero ella me sonreía de una forma que me demostraba que hablaba en serio. Muy en serio.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Excelente pero no podes cortarlo justo ahiiiiiii
Nokomi ha dicho que…
Si puedo!! Y lo hice! :P
Anónimo ha dicho que…
Jajaja obviamente, estaba esperando para ver como iba a ser la reversión de este capítulo y la verdad que superó ampliamente mis expectativas. Te felicito
Anónimo ha dicho que…
Es fantástica esta serie como todas las demás, porque escribes muy bien, Nokomi. Es casi indiferente la temática. El ritmo, la manera en la que perfilas los personajes. Bravo.
Y por favor, si en alguna medida alguno de los comentarios de los trolls pudiera afectarte, te ruego los ignores. La ausencia absoluta de cerebro es un misterio para la ciencia, pero últimamente estos especímenes se han empeñado en escribirte
Arnold Mauricio ha dicho que…
Por favor un capítulo de terapia sexual intensiva !!!!!!!!
Anónimo ha dicho que…
Ahh!!!! Entro todos los días a ver si ya está el capítulo nuevo, me encantas y la historia me tiene prisionera!! Gracias por compartir tu arte con nosotros :D
Kehusex ha dicho que…
Hola buen relato y acavo de leer la entrevista con viery
No supe de que otra forma contactarla
https://www.xvideos.com/video23863232/xvideos.com_f59de29898133ab9efe87cecfee14d7d
Este video solo lo envio para ver que le sacas de inspiracion y ver como lo relatas, si no te saca algo o no quieres, tranquila igual forma ya tienes unos buenos relatos
Anónimo ha dicho que…
Hola soy uno de tus tantos fans, te sigo desde que escribe strip poker en familia en el foro Ba-K y me moleste cuando le dieron de baja, muy buena reedición de Me niego a ser lesbiana, me encanta como esta quedando esta nueva versión. Me encanta también la serie de La MILF, pero tengo una pregunta, Strip Poker en Familia, algun dia veremos algun capítulo nuevo o quedará hasta allí? Pregunto xq es con la que me enganché a tus historias y me he quedado al pendiente de si escribirá o no un nuevo capítulo.... Saludos desde El Salvador...

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