Strip Póker en Familia [02].



Capítulo 2.


Diversión Familiar.



Las cartas se deslizaron por la superficie de la mesa de vidrio, y las miradas aprovecharon para ir más allá, aprovechando la transparencia. No podía culpar a nadie, yo era víctima del mismo efecto. Es muy difícil tener a alguien desnudo sentado cerca tuyo, y no estar mirándole los genitales. Es una atracción casi magnética. Tenía la mirada perdida en los carnosos labios de la velluda concha de Viki, mi madre; y cada vez que apartaba la vista, me encontraba con el pene de mi hermano. Y si no miraba éste, tenía el bulto de mi padre, justo a mi izquierda, marcándose en su bóxer. Para colmo ellos estaban sentados tan cerca de mí, que hubiera podido agarrarles la verga sólo con estirar un poco la mano. Pero no es que quisiera hacer eso… claro que no.

Estaba preocupada, porque la única prenda de vestir que me quedaba era la tanga, que a duras penas cubría mi sexo… pero al menos era mejor que nada. Miré mis cartas, eran horribles. Tanto que decidí cambiar las cinco. No fue una buena idea, las que me tocaron después eran igual de terribles. 

Como si hubiera tenido la clarividencia de adivinar quién perdería, me tocó despojarme de mi diminuta tanga. Que mi papá y mi mamá se hubieran desnudado sin hacer mucho teatro, me era indiferente. Lo que realmente me molestaba era que Erik hubiera afrontado la sanción con tanta valentía. No podía ser menos que él, debía demostrar seguridad. Me puse de pie, y me desnudé frente a mi familia. Tiré la tanga lejos, sabiendo que no podría ponérmela hasta que el juego terminase. Erik se quedó mirando mi depilada concha con labios más pequeños que los de mi madre, y un monte de Venus bien definido.

―Cuidado que esta sí muerde, ―le dije, y todos estallaron en risas. A Mayra pareció causarle más gracia de lo normal, no sabía si reaccionaba así por el alcohol o por los nervios. 

Mi hermanita parecía un poco más tranquila porque llevaba varias rondas sin perder. En cambio mi tío y mi papá tuvieron algo de mala suerte no les quedó más alternativas que mostrarnos lo que les colgaba entre las piernas. Primero fue el turno de mi tío, él tenía el pene más pequeño de los tres hombres presentes; aunque sólo por un poco. Quien me dejó sumamente impactada, fue Pepe… no podía creer la trompa de elefante que tenía mi padre entre las piernas.

―Victoria, ¿Vos te casaste con Pepe porque lo viste meando? ―Preguntó mi tío, haciéndonos reír a todos.

―No, me casé con él porque lo descubrí masturbándose. ―Nos quedamos boquiabiertos―. Es cierto. Fue en un campamento que hicimos hace muchos años, cuando todavía éramos amigos. El señor no tuvo mejor idea que meterse en mi carpa a sacudirse el ganso. Tal vez pensó que ahí nadie lo vería, porque todos estaban cerca del río, pero yo volví porque quería dormir, y lo que vi me quitó el sueño.

―¡Papá, no te creía capaz de eso! ―Grité. La situación me divertía, y por extraño que parezca, no me incomodaba imaginar a mi padre haciéndose una paja. Eso seguramente se debía a todo el vino con gaseosa que había tomado.

―Fue el mejor error de mi vida hija, mirá lo que conseguí gracias a eso, ―dijo, acariciando la pierna izquierda de Viki, muy cerca de su vulva―. Además, en mi defensa, tengo que decir que tu madre no es de las que gritan y salen corriendo en esas situaciones, sino de las que dicen: “Yo te ayudo”. 

―¡Apa! ―Exclamó Mayra. Dio la impresión de que quería decir algo, pero cuando todos la miraron, cerró la boca y agachó la cabeza.

―Lo que Mayra quiere decir, ―aclaré―, es que no se imaginaba que mamá fuera tan puta.

Todos se rieron.

Sentí una gran ola de calor en mi entrepierna imaginando a mi madre montándose sobre esa gran verga, y tuve que esforzarme para apartar esas imágenes de mi cabeza. 

―Bueno, che, ―dijo Viki―. Tampoco es que sea tan ligerita… lo que pasa es que Pepe me gustaba mucho, desde hacía tiempo. No iba a desperdiciar esa oportunidad.

―¿Y qué fue, exactamente, lo que hiciste para ayudarlo? ―Quiso saber Alberto.

―Eso no se los voy a decir.

Mi papá hizo un gesto de mímica, simbolizando que Viki que le había chupado la verga. Mi mamá se sonrojó y escondió la cabeza entre las manos, mientras el resto nos reíamos. 

A excepción de mi hermanita, todos ya estábamos completamente desnudos, y ahora comenzaba una nueva etapa en el juego, la cual me asustaba un poco. 

Se repartieron nuevamente las cartas, y me tranquilicé al ver que recibí dos ases; era difícil que mi mano fuera la peor. El que se llevó las peores cartas fue mi papá, y mi mamá se coronó con un póker de dieces. Como Pepe ya estaba completamente desnudo, debía someterse a un desafío. Mi mamá, por ser la ganadora, debía decidir qué desafío poner a su marido. 

―Tiene que ser algo bueno mamá, ―le dijo Erik―. Algo que lo avergüence. ―A mi madre pareció agradarle la idea, porque se puso a pensar con un dedo en su barbilla y una linda sonrisa; como si fuera el villano de una serie de dibujos animados.

―¡Ya sé! ―Exclamó, luego de unos segundos―. Viene muy bien con la historia de la carpa.

―¡Ay, no! ―Dijo mi papá.

―Sip... Tenés que tocártela, ―dijo por fin, yo abrí grande los ojos y la quedé mirando.

¿De verdad quería que mi papá se tocara el pene delante de sus hijas? Me pareció que el juego había llegado demasiado lejos, y pasó justo lo que yo temía; al parecer los desafíos tendrían connotaciones sexuales. ¿Acaso qué imaginaba, que lo haría bailar bajo la lluvia? No era una mala idea, pero no encajaba con la definición de Strip Póker. Éste era un juego sexual, y ya me estaba pareciendo una locura que hayamos propuesto jugarlo en familia.

―¡Qué mala que sos Viki! ¿Durante cuánto tiempo tengo que hacerlo?

Al parecer estaba dispuesto a llevar a cabo el vergonzoso desafío. Ella meditó unos segundos, y se fue a buscar algo a un mueble de la sala, mostrándonos su culo respingón, y la concha apretada por debajo de las nalgas. Regresó con un cronómetro, que a veces usaba a veces cuando salía a trotar. A ella le gustaba hacer ejercicio, y ese era uno de los principales motivos de que mantuviera una buena figura. Aunque todavía le quedaban tres o cuatro kilos por perder.

―Dos minutos, ―dijo. Con eso quedó establecido el tiempo para la mayoría de los desafíos.

Mi madre sonreía de forma extraña ¿la pondría cachonda toda esta situación? Debía ser así, no encontraba otra explicación para que obligara a su marido a hacer semejante cosa delante de nosotros. Mi padre corrió su silla hacia atrás y se agarró el paquete con la mano izquierda, ya que él es zurdo. Victoria puso en marcha el cronómetro y todos nos quedamos mirando cómo lo hacía. Se tocaba despacio, subiendo y bajando la mano por su pene, haciendo que su prepucio cubriera el glande y luego lo dejara a la vista una vez más; me sorprendió ver que su pene no cambiaba de tamaño.

―Pepe, ―dijo mi tío―. ¿Me vas a decir que en todos estos años no aprendiste a hacerte una paja? ¿Así fue como conquistaste a mi hermana? 

Noté que Mayra se ruborizaba, pero sonreía y tenía la mirada fija en el pene de su padre. Erik se ría a carcajadas, debía estar borracho. Hasta mis padres sonrieron. Al parecer la única que estaba preocupada era yo. Me daba impresión ver a mi padre haciendo algo que yo jamás imaginé que él haría. Aunque bueno, es algo absurdo de mi parte pensar eso. Si yo me hago la paja, ¿qué impide que él también se la haga? Es sólo que, como hija, no me gusta pensar en esas cosas.

La burla de Alberto lo obligó a tocarse con más de ímpetu. Deslizó su prepucio, tapando la cabeza del pene, y volvió a bajarlo; lo hizo varias veces. Su miembro fue ganando tamaño de a poco, yo miraba fijamente su aparato, pero en cuanto levanté la vista, me pareció que él estaba mirando directamente hacia mi vagina. Yo tenía las piernas algo separadas, instintivamente quise cerrarlas, pero me reprimí, porque todos notarían mi repentina acción. Además no podía estar completamente segura de que estuviera mirándome. Cuando los dos minutos pasaron, mi madre dejó el cronómetro sobre la mesa, y mi tío se encargó de repartir las cartas; nadie dijo nada sobre lo ocurrido, como si nunca hubiera pasado. 

Jugamos otra mano, y una fea combinación de números bajos hizo perder a mi papá, otra vez. Tiró las cartas sobre la mesa simulando enojo, pero en realidad se lo tomaba con gracia. Esta vez le tocó a mi hermano plantear el desafío. Como él no es de pensar mucho, casi enseguida dijo: 

―Chupale un pezón a mamá.

―Bueno, ―contestó Pepe, encogiéndose de hombros―. No es algo que no haya hecho antes.

―Es cierto Erik, es un tanto aburrido tu desafío. ―Me sorprendió que mi mamá dijera eso, pero vi sus ojos un tanto vidriosos por tomar tanto alcohol, y supe que ese era un factor importante en su queja. 

―Pero si se habrá hecho como mil pajas, ―se defendió Erik―; y vos le pediste que se toque.

―Sí, pero él nunca lo había hecho frente a todos ustedes, ―dijo mi mamá―. Chuparme un pezón es menos vergonzoso, es un retroceso.

¿Así que ella pretendía que los desafíos fueran cada vez peores? No quería quedar como una cobarde, pero ya me estaba planteando seriamente dejar el juego. Sin embargo me imaginaba que no todos dejarían de jugar… y más me molestaba que siguieran hacerlo sin estar yo presente.

―Entonces que le chupe un pezón a Nadia. ―Propuso mi hermano, lo miré con cara de orto. Estuve a punto de decirle: “¿Y por qué no te chupa una tetilla a vos?”; pero me reprimí, porque estaba segura que este comentario molestaría a muchos.― ¿Son dos minutos, cierto? ―Preguntó Erik, tomando el cronómetro.

Mi papá no se inhibió mucho, ni pareció notar mi preocupación. Se acercó a mi pecho izquierdo y lo tomó suavemente con una mano, sin pedirme permiso. Estuve a punto de suplicarle que no lo hiciera, pero no me dio tiempo. Acercó su boca, y el cronómetro se puso en marcha. Sus lamidas fueron suaves y poco libidinosas, hasta había cierta ternura en ellas; su lengua giró alrededor de mi pezón, que se puso duro como la piedra. El calor en mi vagina se hizo más intenso, y empeoró aún más cuando sentí la punta de su pene rozando mi rodilla. ¿Acaso él era consciente de que esa era la teta de una de sus hijas? Intenté apartar la vista, pero no podía dejar de mirar hacia abajo… ese gran pene, que ya había ganado algo de tamaño. Los dos minutos se me hicieron eternos pero apenas se escuchó un agudo pitido en el reloj, Pepe se alejó. Yo debía estar toda roja, era lo más extraño que me había tocado vivir; que mi propio padre me chupara una teta. ¡Era una locura! Aún no podía comprender cómo habíamos accedido a jugar este peligroso juego. 

Mientras rogaba por recibir buenas cartas en la próxima ronda, vi que Erik tenía la pija dura, y que ésta se inclinaba un poco hacia la izquierda, como si apuntara hacia mí. Él no era el único en ese estado, los otros dos hombres también exhibían marcadas erecciones. La pequeña Mayra tampoco era inmune a la libidinosa situación, noté una mancha de humedad en la parte inferior de su tierna bombachita rosa. La única que no mostraba signos de excitación era mi madre. 

La racha de buena suerte de mi hermana se terminó en la siguiente mano, y no tuvo más remedio que enseñarnos su concha. Nadie le hizo comentario alguno sobre lo evidentemente mojada que estaba su bombacha, porque no queríamos avergonzarla. Nos tomó a todos por sorpresa al mostrarnos una delicada rajita, con finos labios y un pequeño botoncito duro. Pero las sorpresas no terminaron allí, también la tenía completamente depilada, como yo. No sabía de dónde había sacado la idea, pero tengo que tener presente que ella es toda una mujer, y tiene su propia vida íntima. Incluso, hasta hace poco tuvo un noviecito, aunque no sé si habrán llegado muy lejos; el chico parecía un poco pelotudo. Para rematar, pude ver unas hebras de flujo entre sus labios y cuando se sentó con las piernas algo separadas, su vagina se abrió un poco, mostrando lo mojada que la tenía. Se me hizo raro que no juntara sus rodillas, pero también culpé al alcohol por esto; o tal vez se debía a una simple distracción. Había demasiada información visual a su alrededor, como para preocuparse de ese detalle.

Ella no había terminado de sentarse que ya estaban repartiendo los naipes otra vez, mientras hacían chistes boludos, en un intento por desviar la atención. Logré conseguir una escalera de números bajos, que fue el mejor juego de la mesa El peor estaba en manos de mi madre, que parecía tener cinco palos diferentes en sus cartas, eran pésimas. Debía ser yo quien dictara la sentencia, y luego de lo que me hicieron pasar al permitir que mi padre me lamiera una teta, tenía sed de venganza. 

―Tocásela al tío Alberto. 

Fue lo más zarpado que se me ocurrió, y pensé que me había excedido. Pero mi madre demostró estar muy por encima de mí: estiró su mano izquierda y le agarró el palo de carne a su hermano. Mi papá puso en marcha el cronómetro, sin hacer ningún comentario. Alberto sonreía con cara de boludo, pero no parecía molestarle que su propia hermana lo estuviera manoseando. Mi mamá lo masturbó lentamente, presionando fuerte con su mano. 

―Aprendé de Viki, Pepe, ―le dijo mi tío, para bromear―. Ella sí sabe lo que hace.

―Es que vengo de una familia de pajeros. ―El comentario de mi madre fue como un cachetazo en la cara de Alberto, y nos hizo reír a todos, inclusive a él mismo. 

La prueba transcurrió sin demasiado entusiasmo, y durante ese corto período de tiempo mis ojos pasaron de un pene a otro. Descubrí a Mayra haciendo lo mismo, me preguntaba si alguna vez había visto un pene en vivo y en directo, yo sólo conocía el de mi ex novio, y no era nada comparado con estos ejemplares. 

En la siguiente partida mi madre volvió a perder, y fue Erik quien propuso el nuevo desafío. Ella debía darle un beso a Mayra, durante unos largos dos minutos, lo cual es mucho tiempo para un simple besito. 

―No, esperá. ―Se quejó mi mamá, por fin había recapacitado un poco―. Eso sería como si la prenda fuera para las dos, al fin y al cabo un beso es algo mutuo. ¿Dónde está la gracia? ―No había recapacitado un carajo, pero al menos apelaba a la justicia. 

―Bueno… a ver ―. Me dio un poco de pena mi hermano, al pobre le criticaban todos los desafíos; pero una vez más, se las ingenió para salir airoso―. Mayra tiene que decir si pasaste la prueba o no, si a ella no le gusta el beso vas a tener que hacer otro desafío.

―Y ella se arriesga a tener dos desafíos seguidos, ―dijo mi hermanita, con seriedad, como si fuera la jueza de un concurso televisivo. 

―Eso me parece mucho más interesante, ―dijo mi mamá, poniéndose de pie.

Se ubicó a la derecha de su hija menor y la tomó por el mentón con suavidad, moviéndole la cabeza hacia atrás. Mayra parecía un tanto nerviosa, y mantenía la boca bien cerrada. En cuanto los labios de mi madre tocaron los suyos, puse el cronómetro en cuenta regresiva. No me parecía tan grave que se besaran, luego de lo que había ocurrido en los desafíos anteriores. Victoria movió su boca con suavidad y ternura, y eso ayudó a que Mayra se relajara un poco. Sus labios se separaron y me pareció ver que mi mamá le introducía un poco la lengua; lo corroboré cuando la retiró y apareció la lengua de Mayra, persiguiéndola. Al fin ambas las entrelazaron en un beso que se volvió bastante erótico y apasionado. Sabía que no era el primer beso de mi hermana, porque más de una vez la encontré besándose con su, actualmente, ex novio; pero en aquellas ocasiones se la veía inexperta, sin embargo ahora besaba como una profesional. Tal vez eso se debía a que estaba imitando lo que hacía Viki. 

En cuanto el tiempo terminó mi tío aplaudió, a lo que nos sumamos mi padre, mi hermano y yo. Mayra estaba sonrojada al máximo pero con una amplia sonrisa en su rostro, sus tetitas subían y bajaban al ritmo de su respiración. Todos esperábamos expectantes su veredicto cuando levantó el pulgar de una mano. Mi madre sonrió y volvió a su asiento orgullosa.

En ese momento pensé que el juego, a pesar de ser extraño y un tanto enfermizo, era entretenido y producía una calentura sin precedentes para mí. 

Jugamos una nueva mano, y esta vez las cartas decidieron que Erik tenía que “pagar” y mi padre era su verdugo. La pauta fue más o menos similar a la del desafío anterior. Erik debía hacer un bailecito erótico pegado a mi mamá y ella debía decidir si él había superado la prueba o no. Opiné que dos minutos parecía un tiempo muy reducido, y los demás estuvieron de acuerdo conmigo. Se estableció que el baile debía durar cinco minutos. Erik puso música lenta, de una banda que yo no conocía, pero que era aceptable para la ocasión. 

Mi madre se acercó hasta donde estaba yo y tuve que correr mi silla hacia atrás, para darles lugar. Erik se colocó detrás de ella y yo era la única que veía la escena desde atrás. Comenzaron a bailar lentamente, mi hermano pegó su pecho a la espalda de esa atractiva mujer y comenzó a acariciarle las piernas por los lados. Los segundos parecían transcurrir a un ritmo muy lento. 

―¿Si te agarro las tetas, sumo puntos? ―Preguntó mi hermano.

―Mmmm… puede ser ―respondió Viki.

Me sorprendió que mi madre accediera, pero tampoco me pareció algo tan grave, al fin y al cabo ella estaba intentando mantener el buen ambiente del juego. Sin perder el tiempo, Erik puso sus pesadas manos sobre las grandes tetas y las apretó suavemente, de verdad parecían globos llenos de agua. Los rítmicos movimientos de Erik provocaron que la punta de su dura verga quedara apretada contra la vulva de mi mamá; el desafío del baile ya no me parecía tan inocente como al principio. Mi asombro creció cuando la vagina de mi madre pareció abrirse para que el glande quedara suavemente posado en su centro viscoso. Si bien no entró nada, el pene estaba peligrosamente cerca de ella. Se me aceleró el pulso y me pregunté qué sentiría Victoria al ser arrimada de esa forma por su único hijo varón. Mi mayor duda era si ella lo estaba tolerando sólo para no arruinar el juego, o directamente no le preocupaba.

Creí que mi madre se apartaría, pero no lo hizo. El resto de mi familia acompañaba el bailecito con las palmas, pero claramente que no sabían sobre lo que estaba ocurriendo detrás, la única que podía verlo era yo. La verga se fue untando con ese abundante fluido femenino, y el muy desgraciado inició un lento vaivén con su pelvis haciendo que su aparato se deslizara de abajo hacia arriba entre los voluptuosos labios vaginales. No sé cuántos minutos llevaban transcurridos hasta entonces, pero pero sabía que aún quedaba bastante tiempo. Mi madre se inclinó un poco hacia adelante levantando más la cola, sus grandes nalgas se abrieron y pude verle el asterisco. Noté que el glande ya no estaba a la vista, y un escalofrío cruzó mi cuerpo, pero no podía asegurar si éste se había perdido entre los carnosos labios de mi madre o había entrado. De pronto lo vi apareciendo de nuevo, pero con un rápido deslizamiento llegó hasta el ano. Fue el mismo Erik quien obligó a Viki agacharse un poco más, sin dejar de sobarle las tetas, que ahora se balanceaban bajo el torso de mi madre. Me pareció que Erik ejercía presión con su verga. Era obvio que no estaba entrando, pero el culo de mi madre parecía hundirse ante la presión. Ella empezó a menear las caderas de la misma forma en que lo hacía yo cuando salía a bailar, y quería provocar a alguien. Con el meneo, la verga bajó y volvió a posicionarse en la concha, ésta vez no tuve ninguna duda, el glande se perdió en el interior de ese agujero rosado. Mi madre giró la cabeza, y me sorprendió mirando directamente a esa leve penetración. Sonrió, y por su gesto me dio la impresión de que decía: “Sé lo que está pasando, pero no me importa”. Su cadera seguía moviéndose de un lado a otro, y el glande continuaba enganchado en ese agujero. Si Erik lo hubiera querido, le hubiera bastado con empujar un poco hacia adelante, para lograr una penetración mucho más profunda. Cuando mi hermano retrocedió un poco, su glande volvió a aparecer, pero sólo para avanzar una vez más contra el culo de mi madre. Ésta vez la presión fue mayor, lo sé porque Viki giró una vez más la cabeza hacia atrás, como si quisiera ver lo que estaba ocurriendo, y un leve gesto de dolor apareció en su rostro. Había desaparecido la mitad del glande, y podía ver el agujero del culo de mi madre envolviendo la parte que había entrado. 

Por fin sonó el pitido del cronómetro indicando que el tiempo se había terminado. Mi hermano se apartó de inmediato regresando a su silla. Por unos segundos pude ver que lo que antes era un apretado y cerrado culo, ahora formaba una pequeña argolla levemente abierta. Mis manos temblaron, esto era demasiado. Pero sabía que el juego no finalizaría.

―¿Qué te pareció el baile mamá? ―Preguntó Erik, mientras ella regresaba a su silla.

―Bastante zarpadito. ―Seguramente los demás habrán pensado que se refería a la sobada de tetas, pero yo sabía que se refería a las insolentes arrimadas―. Pero te doy la prueba como superada. 

Cuando me levanté de la silla, para arrimarme otra vez a la mesa, vi que el cuero del tapizado estaba todo mojado, producto de mis propios jugos vaginales. Tenía ganas de buscar una servilleta de papel, limpiar la silla y secarme la rajita, pero eso me pondría en evidencia; así que me senté sin más, y miré las nuevas cartas que aguardaban por mí. Ni siquiera presté atención, tomé varios sorbos de vino, en un intento por serenarme. Me olvidé por completo del juego durante el transcurso de esa mano, y eso me llevó a perder. 

―¡Al fin, nena! Pensé que no ibas a perder más, ―dijo Mayra. No me había dado cuenta, pero desde que quedé completamente desnuda no había perdido ni una sola vez. Mi hermana era la que debía decir mi castigo. La vi muy concentrada en su decisión, posiblemente no sabía qué decir; imaginé que en su cabecita estaba buscando algún castigo leve y poco sexual. Después de meditar un rato dijo―. Tocásela a papá. 

Me dejó sorprendida. Por un momento pensé que la pequeña tendría piedad de mí, pero este castigo me parecía a la altura de lo que había ocurrido entre Erik y mi mamá. ¿Me habrá pedido que hiciera eso por seguirle la corriente a los demás, y no quedar como una ingenua? 

―Tiene que ser por cinco minutos. ―Agregó Victoria―. Dos minutos para los desafíos es muy poco tiempo. Además imagino que cuando Mayra dijo que se la toques a tu padre, no se refería exactamente a que dejes la mano quieta al agarrársela… ¿o me equivoco? ―Mayra soltó una risita nerviosa, cubriéndose la boca. Se puso toda roja―. Bueno, Nadia, ya sabés qué tenés que hacer. Yo voy a tomar el tiempo.

No, ella no estaba loca, sólamente apelaba a la justicia, como era su costumbre. Una madre de tres hijos debe aprender a ser justa y equitativa, de lo contrario vivirá un infierno.

Sabía que no podía negarme, no podría ganar una discusión contra mi madre, así que acerqué la silla hacia mi papá, sin chistar. Tuve que juntar coraje para estirar la mano y agarrar semejante pedazo; cuando lo aferré entre mis dedos, no me atreví a moverlos. El tiempo corría y yo no hacía nada. Estaba petrificada sintiendo el palpitar de ese duro pene entre mis dedos.

―¡Hey, eso es trampa! ―Se quejó Erik―. Que empiece otra vez, el tiempo que pasó no cuenta. 

Lo miré con una ira asesina, quería estrangularlo, a pesar de que él no era quien había elegido mi desafío. Sin embargo me resultaba imposible enojarme con Mayra. Todos estuvieron de acuerdo en reiniciar el cronómetro, especialmente mi madre, que era la encargada de impartir justicia en la mesa. 

Esta vez me vi obligada a mover la mano, de lo contrario nunca me permitirían soltarle la verga a mi papá. Por más incómoda que me pareciera la situación, recorrí de arriba hacia abajo todo el tronco, presionando un poco su glande; intenté mantener buen ritmo a pesar de que moría de vergüenza. Me preguntaba si él estaba disfrutando de estos toqueteos o si sólo lo consideraba parte de un “inocente” juego. Nunca había masturbado a un hombre que tuviera un pene tan grande, y mi cuerpo comenzaba a recordar las sensaciones provocadas por aquel extraño de la discoteca. Mi concha se humedeció aún más de lo que estaba, casi como si estuviera deseando tener adentro una verga de ese tamaño. Sin darme cuenta, mi mano comenzó a moverse más rápido, casi como la vez que masturbé a mi novio, sólo que en esta ocasión tenía mucho más de dónde agarrar. Apenas escuché el pitido salvador del cronómetro, la solté. Noté mi palma un poco viscosa. No lo podía creer, tenía líquido preseminal de mi propio padre, en toda la mano. Disimuladamente me lo limpié sobre la pierna, y el juego continuó. 

En esta nueva ronda estuve aún más nerviosa. No podía permitirme perder otra vez, los desafíos se estaban volviendo peligrosamente sexuales, y no quería verme otra vez en la misma situación. Debía prestar atención a las cartas que recibía, y buscar la mejor combinación posible. Cuando vi aparecer dos “Jotas” me quedé un poco más tranquila, tal vez no me hicieran ganar la partida, pero era difícil que fuera la peor mano de la mesa. 

Nuevamente ganó la más pequeña, y mi madre quedó en último lugar. En un principio pensé que Mayra había sido un poco severa conmigo, pero lo que dijo después, me demostró que había sido muy compasiva:

―Chupásela a papá ―le dijo, a mi madre y mis ojos quedaron grandes como platos.

¿Qué le pasa por la cabeza a esta chica? Es un misterio que nunca pude resolver.

―Pero eso ya lo hice muchas veces ―afirmó Viki. 

Esa respuesta también me dejó helada. Sí, admito que tal vez imaginé que mi mamá podría chuparle la verga a mi papá; pero esas son cosas que, apenas se meten en mi mente, las descarto, como si se tratase de un mal sueño. El confirmarlo, por boca de mi propia madre, hacía que ese mal sueño se volviera una realidad.

―Pero nosotros nunca lo vimos. ―El argumento de Mayra era muy bueno, debía reconocerle eso. 

―Es inteligente la chiquita, ―dijo mi tío, frotándose las manos―. Por fin algo de acción.

Si todo lo que ocurrió antes mi tío no lo consideraba “acción”, entonces no sé cómo lo catalogaría. 

Quería creer que Viki se negaría, diciendo algo como: “Está bien que el juego sea algo picarón, pero tampoco tenemos que llegar a actos tan sexualmente explícitos”. Pero sabía que me mentía a mí misma al pensar eso.

En cuanto vi a mi madre arrodillándose en el suelo, tuve que tomar un largo trago de vino tinto; estaba puro y caliente, pero no me importó. Sin mucho preámbulo ella agarró el falo de mi padre y se lo introdujo casi completo en la boca, como seguramente lo había hecho en más de una ocasión. Jamás había imaginado a mi mamá como una talentosa petera, pero sus gruesos labios se desenvolvieron con gran habilidad. Subió y bajó la cabeza con un ritmo creciente. Evidentemente el alcohol había nublado un poco sus inhibiciones, y la llevaban a actuar como si estuvieran solos en su cuarto. Llegó a tragar entera toda la verga de mi papá, yo la observaba atentamente, intentando aprender de sus movimientos. Si bien no soy una santa, nunca hice sexo oral a nadie, porque me daba un poco de asco; pero en ese momento me pareció algo muy natural y hasta placentero, especialmente al ver las expresiones en la cara de mi padre. Sus negras cejas se arquearon y sus ojos se cerraron con fuerza, mientras acariciaba el cabello de su esposa; esa imagen me produjo morbo. ¿Así eran ellos siempre en la intimidad? ¿Cuántas veces mi madre había estado en esa misma posición, comiéndole la verga, prácticamente como si fuera una actriz porno? Cabía la posibilidad de que Viki estuviera exagerando, para impresionarnos; pero dudaba que fuera así. 

Los cinco minutos finalizaron repentinamente, hasta me pareció poco tiempo. Aplaudimos a mi madre por su excelente mamada, la verga de mi padre estaba más dura y gorda que nunca, y de ésta goteaba saliva. 

Mi tío Alberto comenzó a repartir las cartas. No me tocó nada bueno. 

Debo admitir que, a pesar de que el juego se estuviera tornando cada vez más picante, ya no me molestaba tanto como antes. Me daba algo de morbo y curiosidad, y podía sentir un intenso calor en mi desnuda vagina. Horas antes no lo hubiera podido creer, pero ya podía decir que no tenía ningún problema en estar desnuda frente a mi familia, más aún sabiendo que ellos estaban en las mismas condiciones. Hasta lo veía como un acto natural, éramos familia, convivimos juntos, ¿qué problema había si nos veíamos desnudos de vez en cuando? Estaba empezando a considerar que ésto nos haría forjar una relación de mayor confianza. Como me estaba acostumbrando, ni siquiera intentaba cerrar las piernas ni cubrir mis tetas con los brazos. Al fin y al cabo es una concha, y todos los presentes (especialmente las mujeres) vieron una más de una vez. No me molestaba que supieran cómo era mi concha, de la cual estaba orgullosa, porque me gustaba mucho. 

Erik me miraba a cada rato; pero no podía culparlo, en realidad él se fijaba a todas las mujeres presentes, y yo misma me quedé mirando su dura verga más de una vez. Es una actitud que no se puede evitar.

Al parecer Mayra pensaba igual que yo, la vi tomando un trago de vino con gaseosa y noté que tenía las piernas bastante separadas. La silla estaba toda pegoteada por sus flujos y varios hilitos se formaban entre su delicada concha y el tapizado. 

Por estar ensimismada en mis pensamientos volví a perder y esta vez fue Pepe el encargado de pensar mi desafío. 

―Hacele una “turca” a tu tío. ―Lo miré confundida. 

―¿Qué es una “turca”? ―Pregunté.

―¡Sí, claro! Hacete la boluda. ―Exclamó Erik, en tono de burla―. Con esas tetas ya habrás hecho un montón de turcas. 

―¿Y qué sabrás vos de lo que yo hago con mis tetas? Pajero.

―Bueno che, no empiecen a pelear otra vez ―intervino mi papá―. Pero tengo que coincidir con Erik, Nadia. Me cuesta creer que no hayas hecho una. Especialmente después de haber tenido novio.

―Pero es que no sé lo que es… capaz que lo hice… pero no sé.

―Básicamente tenés que ponerte la verga entre las tetas. ―Me respondió una voz femenina, pero no era la de mi madre. Al parecer Mayra sabía perfectamente lo que era una “turca”. Todos se rieron menos yo, no sabía dónde había aprendido tanto de sexo mi dulce hermanita. 

―Bueno, entonces ahora sí que no me van a creer ―dije―. La verdad es que nunca hice una… ni siquiera se me ocurrió hacer algo así. 

―Ya entiendo por qué te dejó tu novio, nena. ―Si ese comentario hubiera venido de Erik, me hubiera enojado mucho; pero como lo dijo mi tío Alberto, no me molestó. Sabía que él lo decía en broma―. Si yo tuviera una novia con ese par de tetas que vos tenés, y no me hiciera una turca… entonces me plantearía seriamente en seguir la relación.

―Bien, hermano, esa es justamente la clase de mensajes machistas que quiero enseñarle a mis hijos ―dijo mi mamá, con mucho sarcasmo.

―Perdón, no lo dije con esa intención… es que yo soy un hombre que piensa que las dos partes de la pareja tienen que dar lo mejor de sí, para complacer al otro. Sean hombres o mujeres.

―Ohh, que tierno ―dijo mi hermana, con una dulce sonrisa―. Yo quiero ponerme de novia como alguien como vos, tío.

Este comentario hizo reír a mi tío de forma nerviosa, como si el sólo hecho de imaginar a Mayra saliendo con alguien como él, le agradara morbosamente. No podía culparlo, ella era su sobrina, pero muchos hombres tendrían miles de fantasías al conocer a una chica como Mayra… tan hermosa, sensual e inocente. Bueno, inocente en apariencia, porque yo ya estaba teniendo mis dudas.

―Entonces, ¿qué esperás? ―Preguntó mi madre―. Mientras más lo demores, peor para vos. Siempre tenés la chance de negarte, pero quedarías fuera del juego.

No me agradaba nada la idea de tener la verga de mi tío entre las tetas, pero no quería quedarme sin jugar. Al ponerme de pie me me mareé un poco, pero pude disimularlo. No era mi primera borrachera, así que sabía cómo dominarme. Mi tío me esperó sentado con las piernas separadas y una amplia sonrisa en sus gruesos labios. No sabía qué hacer, pero me di cuenta que debía arrodillarme, ese era un paso obvio. Tomé mis grandes tetas y las acerqué a su pene erecto, con un poco de dificultad logré apretarlo entre ellas. La sentí húmeda y pegajosa y el corazón se me aceleró al límite. 

―Ahora movelas. ―Me indicó mi mamá, mientras ponía el reloj en marcha. Por el tono de su voz noté que estaba tan borracha como yo. 

Apretándolas fuerte comencé a subirlas y bajarlas, intentaba apartar mi cara ya que al bajar el pene quedaba muy cerca de mi boca. Alberto parecía estar disfrutando bastante de los grandes atributos de su sobrina porque podía ver gotitas de líquido preseminal saliendo de la punta y cayendo sobre mis blancas tetas. En una ocasión bajé más de lo calculado y el húmedo glande tocó mis labios, sentí un sabor amargo que me molestó bastante; pero disimulé mi disgusto continuando con mi tarea. El pene estaba tibio, y a mi cuerpo ésto le afectaba, era algo que nunca había hecho y de inmediato me di cuenta que con el pene de mi ex novio no lo hubiera disfrutado; pero mi tío Alberto estaba mejor equipado, me permitía recorrer bastante bien su verga, que estaba totalmente dura. Si bien nunca había chupado un pene, el haber visto a mi madre haciéndolo, y el tener tan cerca el de mi tío, me estaba provocando. Me bastaba con abrir la boca para tragarme su glande; pero no lo hice, porque no era parte del desafío, y porque quedaría como una puta… 

Cuando terminó el tiempo volví a mi silla sin limpiar las gotitas de fluido que chorreaban por el centro de mis tetas, fue una rara experiencia que me permitió conocer un nuevo uso para ellas. Era obvio que el alcohol estaba haciendo estragos en mí, ya que al sentarme puse los pies sobre los travesaños laterales que unían las patas de la silla, ésto me dejó con las rodillas flexionadas y con mucha separación entre ellas. Mi hermano clavó su mirada en mi entrepierna, pero no le di importancia. Acomodé mi largo cabello castaño y tomé un sorbo de vino para sacarme el mal sabor de la boca. 

Esta vez intenté concentrarme un poco más en las cartas, para no perder, y con un poco de suerte conseguí un hermoso póker de ases; todos aplaudieron ya que era el primero que se veía en el transcurso del juego. Vi que el perdedor era mi papá. Quería vengarme por lo que me hizo hacer. Admito mi cabeza ya estaba un poco obnubilada por el alcohol, por lo que decidí dejar de beber, al menos por unos minutos. Pensé en una escena morbosa, algo que lo afectara, porque yo nunca me olvidaría en mi vida de la vez que tuve la verga de mi tío entre mis tetas, y mucho menos me olvidaría del sabor de su líquido preseminal. 

―Lamésela a Mayra. ―Fueron mis palabras, hasta yo dudaba de haberlas dicho, pero fue lo primero que se me ocurrió. De inmediato miré a mi hermanita y noté la preocupación en su rostro―. Perdón ―le dije sinceramente―. Si te molesta, cambio el desafío.

―Está bien, no pasa nada, ―me respondió con una sonrisa un tanto forzada, debía admitir que la chica era valiente―. Imagino que yo tengo que decidir si él pasó la prueba o no…

―Así es ―dijo mi madre, totalmente compenetrada en el juego―. Si lo hace mal, va a recibir otro castigo.

Ella deslizó su silla hacia atrás y Pepe se le acercó con cautela, rascándose su maraña de cabellos negros entrecanos, con la verga apuntando hacia adelante. No sabía muy bien cómo lo harían, pero Mayra me respondió al levantar sus piernas hasta que las rodillas quedaron cerca de sus tetas. La piba era bastante flexible y estaba dispuesta a entregarse por completo. Su almejita rosada se abrió, exponiendo una brillante perla. Cuando mi papá se agachó delante de ella noté que había una buena cantidad de espeso líquido fluyendo lentamente fuera del agujero vaginal. Al parecer las mujeres de mi familia lubricamos más que bien. 

Erik apretó el botón del cronómetro, justo cuando nuestro padre dio la primera lamida, juntando jugo sexual con su lengua. Mayra cerró los ojos, supuse que no quería ver quién se la estaba chupando. Pensé que ésta sería su primera experiencia con el sexo oral, y eso sería intimidante para cualquier mujer. Lo peor de todo es que debía hacerlo con su propio padre. Ya me imaginaba a la chica, dentro de muchos años, contándole a su pareja: “Quien primero me chupó la concha fue mi papá”. Éste juego había llegado demasiado lejos, y creo que todos lo sabíamos; pero al mismo tiempo sentíamos una extraña fascinación, y no podíamos detenernos.

La lengua de Pepe se movía de abajo hacia arriba con gran destreza, de vez en cuando dio algunos suaves chupones al clítoris, haciendo que la jovencita apretara más sus ojos intentando reprimir algún gemido. Era obvio que mi papá tenía experiencia en el asunto, pero sabía que con su hija se estaba limitando. Seguramente a su esposa se la hubiera chupado con más ganas. Empecé a imaginar qué sentiría Mayra, y casi sin querer, mi mano derecha terminó sobre mi concha. Empecé a frotarme el clítoris suavemente, como si quisiera imitar los movimientos de la lengua de mi papá. Si lo que Mayra sentía era tan bueno como lo que sentía yo, entonces debería estar pasándola muy bien. Por más enfermiza que pareciera toda esta situación, al menos su padre le daría algo bueno para recordar.

Los cinco minutos llegaron a su fin, Pepe se puso de pie y caminó con su verga por delante hasta su sitio, aparentando toda la normalidad que podía darle a esta extraña situación. Mayra permaneció inmóvil y se miró la concha, que ahora estaba más empapada que antes, al sumarse la saliva de su papi. A pesar de que yo elegí el desafío, me pareció un verdadero exceso. Una vez más pensé que el juego ya había llegado demasiado lejos, pero no me atrevía a decirlo. Además, al hacerlo, contradeciría mi propio morbo; no podía entender por qué esto me excitaba tanto, sabiendo lo mal que estaba. 

Cuando Mayra por fin se acomodó en su silla, pude notar que se llevaba una mano a la entrepierna y la dejaba apretadita ahí, manteniendo las piernas firmemente juntas. 

―¿Y? ¿Cuál es el veredicto? ―Preguntó mi mamá, como si fuera una jueza―. ¿Aprobó o no?

Mayra, sonrió, y sus sonrojadas mejillas se inflaron. Asintió repetidas veces con la cabeza, y mi papá se mostró orgulloso, sacando pecho. La prueba había sido superada, y todos aplaudimos a Pepe. 

Mi mamá se apresuró a repartir las nuevas cartas. La desgracia me sonrió, burlándose de mí, cuando vi que no me tocó nada que valiera la pena, y se me rió en la cara cuando, luego de cambiar las cinco cartas, me encontré con que eran aún peores que antes. Pero para mi sorpresa, hubo alguien en la mesa que recibió cartas peores que las mías. En realidad a mí me salvó una Q, que fue mi carta más alta. La que se quedó con la derrota fue la pobre Mayra, y el ganador fue Erik, con un póker de reyes. Se puso a bailar, para festejar, y su verga se sacudió muy cerca de mi brazo, tuve que apartarme para que no me tocara con eso. Al sentarse, se tomó unos segundos para pensar en el desafío. Luego miró a Mayra y dijo:

―¡Ya sé! Metele los dedos en el culo a Nadia.

―¿Pero qué carajo? ―Exclamé, indignada―. ¿Y por qué mejor no te los mete a vos? ¿Por qué tengo que ser yo la que entregue el culo? ―Escuché la nerviosa risita de Mayra.

―Es como el desafío que hizo papá recién ―se defendió Erik―. Vos sos la que decide si lo hizo bien.

―Pero yo no quiero que todo el mundo me esté mirando el culo… y que además me metan los dedos. 

―Bueno, acá todos le estamos viendo todo a los demás ―dijo mi papá―. Nadie se va a escandalizar por verte el culo un rato. 

―Pero es lo mismo ―seguí defendiéndome―. Es como si el desafío fuera para mí….

―¿Y qué te hace pensar que Mayra la pasaría bien metiéndote los dedos en el culo? ―Preguntó mi mamá―. El desafío es para ella, y es muy difícil hacerlo sin que a la otra persona le duela. Así que si ella lo hace mal, podés darle el desafío por perdido. 

―A mí me encantó la idea, me parece un desafío muy difícil de superar, ―agregó mi tío Alberto―. Si ese culo es virgen, Mayra lo tiene complicado.

―¡Claro que mi culo es virgen! ―Exclamé―. Nunca se lo entregué a nadie. 

―Con más razón ―dijo mi mamá―. Es un desafío todavía más difícil. Mayra, ¿lo vas a hacer?

―No tengo otra opción ―dijo la pequeña―. ¿Puedo usar algún lubricante, al menos? 

―Mmm… no sé ―Viki analizó la situación―. El desafío lo puso tu hermano, que decida él. 

―No puede ―dijo Erik―. Que use saliva.

―¿Por qué sos tan cruel? ―Le pregunté, algo enojada―. Es algo difícil, y se la complicás más.

―Es porque perdió con cartas muy malas. Y además vos no perdiste porque te salvó una Q. Desde mi punto de vista, las dos perdieron. 

―Es una interesante forma de verlo ―dijo mi papá, con una sonrisa―. En ésta tengo que estar de acuerdo con Erik. El desafío es muy bueno. Así que, Nadia… preparate. 

No podía argumentar más nada. Estaba en una situación sin salida, y no me quedaba más alternativa que someterme a la humillación. Mayra se puso de pie, y yo tuve que hacer lo mismo. No sabía cómo posicionarse para facilitarle la tarea, de una u otra manera, yo quedaría totalmente expuesta. Opté por poner la silla de lado, y arrodillarme sobre ella. El respaldo quedó a mi derecha, como si con él intentase protegerme de mi hermano. Aunque él, fue a tomar la posición en la que estaba Mayra, de donde vería mucho mejor mi gran culo, y toda mi húmeda concha. No podía creer que estuviera agachada, mostrándole esa zona tan íntima a los miembros de mi familia. Ya me los podía imaginar, centrándose en cada mínimo detalle de mi anatomía femenina, viendo lo mojada que tenía la concha. Para colmo verían mi pobre culo dilatarse, al momento en que Mayra empezara con su tarea. 

Giré la cabeza para ver a la pequeña, ella me sonrió con su natural gracia e inocencia, y casi de inmediato sentí uno de sus dedos acariciándome el agujero del culo. Estaba húmedo, al parecer ya había usado saliva. Tengo que reconocer que la primera impresión fue buena, se sintió bien. Ella se preocupó en lubricarme bien, y cuando lo hizo, empezó a introducir uno de sus finos dedos. Agradecía que fuera ella la que tenía que meterlos, y no mi tío Alberto o mi papá, con sus gruesos dedos.

Comencé a sentir un leve ardor en cuanto el dedo fue abriéndose camino hacia el interior de mi culo. Para mi sorpresa, lo logró con relativa facilidad. Mayra supo aprovechar ésto para empezar a mover su dedo de adentro hacia afuera, y volver a meterlo. Solté un leve gemido, casi inaudible. Nunca antes había permitido que alguien me metiera los dedos en el culo, y que lo hiciera mi hermana, frente a mi familia, me producía un fuerte morbo. Era como si todos en mi casa nos hubiéramos vuelto locos de repente, pero sabíamos que este juego sólo incrementaría la confianza que nos teníamos el uno al otro. 

Mayra hizo el intento de meter un segundo dedo, ésta vez encontró un poco más de resistencia en mi culo. La miré a los ojos, y ella siguió devolviéndome su simpática sonrisa. No podía creer que fuera esa dulce chica la que me estaba penetrando por detrás. A medida que el segundo dedo fue entrando, empecé a sentir más dolor, pero no suficiente como para detener la prueba. No quería que mi hermanita perdiera el desafío, por lo que estaba dispuesta a tolerar un poco de sufrimiento. El problema fue que ella interpretó mi falta de quejas como la oportunidad de forzar más la entrada. 

―¡Auch! ―Exclamé, cuando sus dedos se enterraron completamente en mi culo―. Despacito, nena ―tuve que decirle―, mi cola es virgen. Tratala con un poquito más de cariño. ―Ella comenzó a reírse. Ya podía sentir como ella exploraba el interior de mi culo, me ardía un poco, pero debía admitir que era algo agradable―. ¿Qué es tan gracioso? ―Pregunté, girando mi cabeza para verla. 

―Me da gracia que digas que tu cola es virgen. 

―¡Apa! ―dijo mi mamá―. Esa sí que es una gran revelación.

―¿Y por qué no lo voy a decir? Si es la verdad. ―Es muy raro que yo me enoje con Mayra, por lo general tenemos una excelente relación; pero ahora me estaba molestando un poquito su actitud… y para colmo movía sus dedos cada vez más rápido, como si me estuviera cogiendo el culo con ellos. 

―Eso no es verdad, Nadia… y vos lo sabés. Yo también lo sé… porque te ví. 

―¿Qué viste? ―Le pregunté, asustada. 

―A veces te olvidás que yo duermo en la misma pieza que vos. Mi cama está al lado de la tuya…

Un escalofrío cruzó mi columna vertebral, Mayra no dejaba de castigarme la cola con sus dedos… y mi concha estaba reaccionando a estos estímulos. Seguramente mi familia, además de ver cómo me abrían el agujero del culo, podrían notar la humedad en mi sexo.

―¿Qué fue lo que viste? ―Preguntó mi hermano.

―¡No les digas! ―Supliqué.

―¿Gano algo si lo cuento? ―Preguntó mi hermanita.

―¡Qué astuta, la nena! ―Exclamó mi tío Alberto―. Si cuenta lo que vio, yo le perdonaría el desafío la próxima vez que pierda una mano.

―Es una buena recompensa ―dijo mi mamá―. ¿Qué te parece, Mayra? ¿Vas a contarnos?

―Está bien.

―No… ¡Ay! ―Me metió los dedos tan adentro y se sintió tan bien que mi grito fue más por placer que por dolor. 

―Hace unos meses yo estaba durmiendo muy tranquila ―comenzó diciendo Mayra―. Y de pronto se prendió una luz… era la lámpara de Nadia. Ella se levantó a buscar algo en la mesita donde dejamos los cosméticos y esas cosas… agarró algo y volvió a la cama ―Mientras hablaba no dejaba de masturbarme la cola intensamente. Yo me estaba calentando mucho; pero me estaba muriendo de vergüenza, y no sólo por la posición que tenía que adoptar frente a mi familia, sino porque ya no me quedan dudas sobre lo que mi hermana iba a contar―. Se ve que Nadia no se dio cuenta de que me había despertado, y la muy boluda se olvidó de apagar la luz. Se desnudó y se puso en cuatro en la cama, y de a poquito se fue metiendo los dedos… como yo lo estoy haciendo ahora y… esperen, ya vuelvo. Se me ocurrió algo.

Mayra se alejó, corriendo, desnuda. Sus preciosas nalgas se perdieron de mi vista cuando entró al pasillo que comunica el living con los dormitorios. Toda mi familia se quedó en silencio, mirándome… las vergas estaban más duras que nunca, y me pareció ver que mi mamá se acariciaba la entrepierna. Mi hermana regresó tan rápido como sue fue, y en su mano traía un objeto blanco que yo conocía muy bien.

―Ésto fue lo que Nadia agarró esa noche ―dijo, mostrando un envase de desodorante, de unos quince centímetros de largo―. Ya se imaginarán lo que pasó después de que se metió los dedos… y les puedo demostrar que digo la verdad.

―No, nena… por favor ―le supliqué, pero ella me ignoró completamente.

Acercó la tapa del desodorante a mi culo y empezó a hacer fuerza. Con la dilatación producida por sus dedos, más un poco de saliva que usó como lubricante, consiguió que el envase se deslizara hacia adentro. Suspiré de placer al sentirlo.

―¿Ven cómo le entra? Si tuviera el culo virgen, no le entraría tan fácil. Esa noche se lo metió en el culo, y tampoco le costó mucho trabajo hacerlo. Se notaba que no era la primera vez… por acá habrá entrado más de un desodorante… y puede que alguna otra cosa más.

Empezó a masturbarme, pero como ahora lo hacía con un objeto más grande, mi placer era mayor. Intenté ahogar mis gemidos, pero me fue imposible. Ese consolador improvisado se deslizaba a la perfección en mi interior, y el placer anal no me era ajeno. Mi hermana tenía razón, muchas veces me había metido eso por el culo… aunque no tenía idea de que ella me hubiera visto… pero fui igual de imprudente en varias ocasiones, al menos sólo me vio una vez. 

―Lo más curioso es que no la vi una sola vez. Esa solamente fue la primera. Al parecer a Nadia le gusta meterse cosas por el culo, y le gusta hacerlo con la luz prendida ―El desodorante se movía rápidamente de adentro hacia afuera, seguramente mi familia ya estaba viendo cómo tenía de roto el culo―. Y cuando se calienta, no disimula nada, empieza a gemir… y yo escucho todo. Hubo una vez que ella se concentró tanto en meterse esto por el culo, que yo me senté en mi cama y me puse a mirar… y ella ni cuenta se dio. Estaba con los ojos cerrados. 

―¡Apa Nadia! ―Dijo mi mamá, yo no podía verla, tenía la cabeza hacia el frente y mis ojos se entrecerraban de puro placer anal―. No te imaginaba tan… pajera. ―Todos los demás se rieron, incluso mi hermana. 

Me sentía humillada, pero estaba tan caliente que podía tolerarlo. Como buena pajera que soy, empecé a frotarme la concha, mientras disfrutaba de cómo mi hermana me taladraba el culo con el desodorante. Ésto era surrealista. En pocas horas, por culpa de un juego de cartas, había pasado de tener una vida familiar más o menos normal, a estar pajeándome frente a todos los miembros de mi casa; mientras mi hermanita me hacía el culo con un desodorante. Y lo estaba disfrutando mucho. Tanto que mis gemidos ya eran más que evidentes. Mi familia ya no hablaba y Mayra parecía decidida a darme tanto placer como fuera posible, porque ni por un segundo dejaba de penetrarme. 

―A ver… ―dijo mi madre, después de unos segundos―. ¿Cuánto tiempo se supone que tendría que durar este castigo? Porque ya llevamos más de cinco minutos…

―Emm… no sé, no estoy ufff…. ¡ay!… no estoy tomando el tiempo ―dije, mientras me castigaban el culo―. Si querés poné el cronómetro a partir de ahora… ¡ay! ¡Ay!

―Yo creo que a Nadia le está gustando el castigo ―dijo mi tío Alberto, con su voz socarrona―. Pero sabiendo lo justa que es mi hermana con estos jueguitos… yo creo que va a dar por concluida la prueba. 

―Yo… ¡Uff! yo no tengo problema si toman el tiempo a partir de… ¡ay sí!... a partir de ahora… ―Mayra parecía poseída, me estaba metiendo y sacando el desodorante tan rápido que me daba toda la sensación de tener un pene cogiéndome duro por el culo… era una sensación maravillosamente morbosa.

―No, no… hay que ser justos ―dijo Viky―. Ya van más de cinco minutos, sería injusto castigarte más tiempo que a los demás. Mayra, ya podés parar…

Sabía que mi mamá en realidad estaba jugando conmigo. Ella pudo notar lo mucho que estaba disfrutando del “castigo anal”, y sin dudas sabía que el mayor castigo para mí sería detenerlo. No me quedó más opción, no podía argumentar contra ella sin quedar como una completa pajera. 

Mayra retiró el consolador de mi culo, yo sentí como un efecto ventosa en mi retaguardia, y eso me dio aún más placer. Dejé de masturbarme y me quedé ahí unos segundos. Mi familia quedó en completo silencio. Sabía exactamente lo que estaban mirando. Deberían tener una vista perfecta de mi concha totalmente mojada, y de mi culo bien dilatado, prácticamente con el diámetro del desodorante. Me sentí incluso más humillada que antes, mi propia familia me estaba viendo con el culo roto… pero el morbo que me embriagó en ese momento no es algo que pueda explicar con palabras. 

Pasados unos segundos bajé de la silla, la acomodé donde estaba y vi que Mayra volvía a su lugar. Me senté, algo incómoda por el dolor de culo, y miré a mi mamá, quien lucía preocupada por primera vez en el transcurso de la noche. El ambiente festivo se diluyó con un trueno, como si se tratase de una señal de alarma enviada desde los cielos. Estábamos un poco borrachos, pero creo que hablo por todos al decir que el juego había llegado demasiado lejos. Nadie sonreía. Hasta mi hermano parecía consternado por todo el asunto. 

―Me parece que por hoy es suficiente ―dijo mi mamá, casi como si estuviera pidiendo permiso.

El que reaccionó más rápido fue mi tío Alberto:

―Sí, creo que ya nos sacamos las ganas, y el alcohol está haciendo efecto. Me está dando sueño.

―A mí también ―dijo mi papá, apurando el resto del contenido de su vaso.

Sabía perfectamente que eso del sueño no era más que una excusa para poner fin al juego sin decir lo que todos debíamos estar pensando: Los desafíos se nos fueron de las manos y llegaron a niveles sexuales que no deberíamos haber tocado en familia. Toda la situación era muy incómoda, por lo que, para hacer algo, me puse a juntar la ropa del suelo. No solo la mía, sino la de todos. Nadie se vestiría, ya nos habíamos visto las partes íntimas, y con lujo de detalle. Creo que esa etapa del pudor ya estaba superada, al menos por el resto de la noche. 

Llevé la ropa al lavadero, con ayuda de mi mamá. Cuando estuvimos solas ella dijo:

―¿Te duele la cola?

―No, está bien ―mentí. Me dolía un poquito, pero tampoco como para hacer un escándalo, ya se me pasaría―. El juego estuvo bueno.

―Sí, aunque fue un poquito… zarpado. 

―Y bueno, ya sabés cómo son estas cosas, se empieza con un chiste, después viene otro más subido de tono… y terminás con un desodorante metido en el culo.

Ella soltó una risa, me alivió verla de buen humor. Quería demostrarle que no nos había fallado como madre al permitir que el juego llegara a este nivel.

―Ahora vamos a dormir ―continué diciendo―, y mañana ya nadie le va a dar importancia a esto.

―Sí, tampoco fue para tanto, ¿cierto? ―Lo dijo como si buscara convencerse a sí misma.

―Nah… estamos en familia, mamá… nos tenemos confianza… y creo que desde hoy nos vamos a tener un poquito más.

―Eso es algo positivo. Bueno, andá a descansar.

Me despedí de ella con un beso en la mejilla. De camino a mi cuarto volví a pasar por el living comedor, donde los tres hombres de la familia se dedicaban a juntar los vasos y las botellas, me dio la impresión de que recorrieron con sus miradas la totalidad de mi cuerpo desnudo. No puedo culparlos, hasta yo me tenté y les miré las vergas una vez más, antes de encarar hacia mi cuarto.

Mayra estaba allí, acostada en la cama, mirando fijamente el techo… completamente desnuda.

―¿Estás bien? ―Le pregunté.

―Sí, re bien ―me dio la impresión de que sus palabras estaban algo forzadas―. Pero con sueño. Apagá la luz, vamos a dormir. 

―Sí, creo que va a ser lo mejor. 

Le di a la perilla de la luz y cerré la puerta. Después me acosté en la cama. 

―¿Te hice mal? ―Preguntó Mayra.

―¿En la cola? No, nada que ver… fuiste muy cuidadosa.

―¿No lo estarás diciendo para dejarme tranquila?

―Te lo digo de verdad, no me dolió… pero sí me sentí un poquito traicionada, por lo que les contaste.

―Perdón… en ese momento no lo pensé. 

―Todo bien, Mayra… ni siquiera yo estaba pensando con claridad. No tendría que haber aceptado ese desafío absurdo… todos vieron cómo me metía ese desodorante en el culo… ¡Qué vergüenza! 

―Bueno, momentos vergonzosos son los que sobran… pero perdón por eso…

―En serio, no pasa nada. Eso sí, que no te sorprenda si algún día les cuento de las pajas que te hacés durante la noche. ―El dormitorio oscuro quedó completamente en silencio―. Era un chiste, Mayra… no lo voy a contar.

Ella no respondió. Por un momento supuse que se había enojado conmigo, pero después me di cuenta de que, lo más probable, era que se hubiera quedado dormida. 

El cansancio también me vencio a mí. Estoy segura de que me quedé dormida por un buen raro, o al menos eso me pareció. 

En algún momento de la noche un ruido, como un quejido, me despertó. Provenía de la cama de mi hermana. Una vez cometí la imprudencia de preguntarle si se sentía bien, al escuchar esos mismos sonidos; pero ya me había habituado a mantenerme callada y hacerme la dormida. No me cabía duda, esos ruidos se debían a los jadeos de Mayra, porque se estaba haciendo una paja. Hasta pude escuchar el chasquido húmedo de su concha, al ser frotada por sus dedos.

Sentí empatía por ella, después de todo lo que había pasado, dudaba mucho que algún miembro de mi familia se fuera a dormir sin antes hacerse una paja… bueno, a excepción de mis padres, ellos podían coger. ¡Qué envidia!

Aprovechando que Mayra estaba concentrada en pleno acto de autosatisfacción, yo hice lo mismo. Me toqué con total libertad, sin molestarme demasiado en disimular los claros ruidos que me pondrían en evidencia. Ella no diría nada, y yo tampoco. Tuve uno de los orgasmos más lindos de mi vida, y me sorprendió que tanto placer pudiera venir de una paja. 

Después volví a quedarme dormida, mientras pensaba en cómo haría para procesar esta partida de póker, con desafíos que rayaban el incesto.


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