Terapia Sexual Intensiva [12].

 



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 @LyzMania (En Twitter)


Capítulo 12.



Hola, Charly.

Todavía sigo un poco enojada. Si estoy escribiendo en tus páginas es porque pasaron cosas que necesito contarle a alguien. 

Sí, ya sé que voy al psicólogo y le puedo contar estas cosas a él; pero aunque te cueste creerlo, vos sos menos molesto que German. Falté a mis últimas dos sesiones de terapia y estoy pensando en cancelar las próximas. Todavía no lo decidí. 

De todas maneras, eso no es lo que necesito contarte. Sí, adivinaste… se trata de Gabriela, aunque indirectamente. 

Como ya sabrás, tuve una intensa charla con mi hermana. Ella me contó acerca de su primeras experiencias lésbicas, con una mujer del barrio. Un par de días después de esa charla, ella vino a hacerme una propuesta de lo más extraña:

―¿Por qué no vas a visitar a esa mujer? ―Me preguntó, sin venir a cuento de nada, mientras yo le contaba sobre lo mal que me siento en el trabajo.

No, Charly. No me paso el día quejándome de mi trabajo. Ella me pidió que le contara. Si vas a empezar a interrumpir, dejo de escribir ahora mismo. 

En fin. Yo la miré con los ojos desorbitados.

―¿Y por qué tendría que ir yo a visitarla?

―Y… no sé ―me mostró una sonrisa picarona―. A mí me da la impresión de que andás con ganitas de probar una concha.

Me puse morada de la vergüenza. 

―¿Qué decís? ¡Nada que ver, Gabriela!

―¿Segura? A mí me da la impresión de que mirás la concha con ganas.

―¡Sos mi hermana!

―Ya sé, tarada. Y no digo que me tengas ganas a mí… solo digo que tenés ganas de probar con una mujer. 

―¿Y por qué haría algo así? 

―Para probar algo nuevo…

―Yo no soy lesbiana, Gabriela.

―Yo tampoco… y ya ves que me comí una concha… y no dudaría en comerme otra. Eso no me hace lesbiana. Más bien diría que soy una promiscua con diversos intereses.

―Eso y decir “puta barata” es lo mismo.

―Miralo de la forma que quieras. Yo no me ofendo. Pero vas a visitarla ―no lo dijo como una pregunta, lo estaba afirmando.

―Nunca accedí a hacerlo.

―Ay, Julieta. El problema con vos es siempre el mismo: pensás demasiado las cosas antes de hacerlas. ¿Acaso no la pasaste bien cuando nos cogieron a las dos en la quinta?

―Sí… la pasé muy bien.

―¿Y te pusiste a pensar mil horas antes de animarte a hacerlo?

―No, la verdad es que fui con la mente en blanco.

―Eso es lo que te pido. Que visites a mi amiga… con la mente en blanco. Solo tenés que visitarla, si no querés no tenés que hacer nada. Ella no te va a obligar.

―Pero vos sí…

―No, yo solo te quiero convencer de que la visites. Si no querés chuparle la concha, no lo hagas. Esas es tu decisión. Y si lo hacés, te prometo darte un premio que te va a gustar.

―¿Solo la tengo que visitar?

―Sí, solamente eso. No hace falta que hagas nada que no quieras.

―¿Y en qué consiste el premio?

―Bueno, vos últimamente te mostraste bastante curiosa sobre mi vida personal. Si visitás a mi amiga, entonces yo te desbloqueo de Twitter.

―¿Me tenés bloqueada en Twitter?

―Sí, desde el día en que me creé la cuenta.

―Yo nunca uso esa red social, ni me acordaba de que tenía una cuenta.

Al principio la idea de que mi hermana me permitiera ver su Twitter no me pareció nada del otro mundo. Sin embargo luego caí en la cuenta de que si me tenía bloqueada era por una buena razón. Recordé que Twitter, a diferencia de muchas otras redes sociales, permite el contenido pornográfico explícito. El pecho me empezó a latir a toda velocidad y me pregunté si mi hermana había publicado contenido de ese estilo. Con lo promiscua (puta) que es, lo más probable es que sí. 

―Bueno, está bien. Acepto ―le dije―. Solamente una visita. Con la excusa de tomar un té, o algo así. Nada más.

―No necesitás excusa. De eso ya me encargué yo.

―¿Qué? ¿Qué le dijiste a esa mujer?

―Nada raro. Le comenté que vos trabajás en una tienda de electrodomésticos y ella hace poco se compró una computadora. La pobrecita no sabe ni cómo conectar el monitor. Le dije que vos la podías ayudar con todo eso. 

―Ah bueno… si esa es la excusa, me sirve. Por un momento tuve miedo de que le hubieras dicho que yo iba a ir a chuparle la concha.

Ella soltó una risotada.

―Te dije que esa es tu decisión. Me conformo con que vayas. Beatriz es una mujer muy hermosa, y ya sabés que no le molesta que alguna chica joven le chupe la concha. 

―¿Beatriz? ¿Se llama Beatriz?

―Sip.

―No conozco a nadie con ese nombre en la cuadra.

―Julieta, de casualidad sabés el nombre de tus padres. ¿Cuándo mostraste un mínimo interés por la gente del barrio?

―Sí, tenés razón. Lo que pasa es que estuve pensando en quién podía ser esa mujer, y me desilusiona un poco que sea alguien que no conozco.

―Cuando la veas te vas a dar cuenta de que al menos la conocés de vista.

La charla quedó ahí, y no le di demasiada importancia. Sinceramente pensé que esa visita a la casa de la tal Beatriz no iba a ocurrir nunca. 

Pero un par de días después Gabriela me dijo que Beatriz me estaría esperando esa misma tarde. Era domingo y ni siquiera podía poner como excusa mi trabajo. 

―¿Tiene que ser hoy? ―Le pregunté, inquieta.

―Sí, nena. Hoy. Y nada de ponerte a darle mil vueltas al asunto, porque ya te conozco… no lo pienses tanto. Andá hoy. Y punto.

―Bueno, pero ni siquiera tuve tiempo para pensar si me interesa o no probar con una mujer ―le dije―. Así que lo más probable es que no pase nada.

―Está bien, lo único que yo te pido es que vayas.

Y así lo hice. Cumplí con mi promesa. Al fin y al cabo la mujer solo quería asistencia con su nueva computadora. No soy ninguna genia informática; pero sé cómo ensamblar una PC.

Me vestí de forma sencilla, con una blusa celeste y un pantalón de jean. Nada que fuera ni remotamente erótico… aunque el pantalón me quedaba un poquito ajustado. No quería darle la impresión a Beatriz de que iba con ganas de iniciar una absurda sesión de sexo lésbico. De hecho intenté apartar tanto de mi mente esa idea que salí de mi casa repasando mentalmente las conexiones básicas que tiene una PC y llevé algunos cables extra, en una bolsa; porque no sería la primera vez que una PC se entrega con cables faltantes.

La casa de Beatriz era pequeña pero muy bonita. Se trataba de un chalecito de ladrillos vistos situado en la esquina de la manzana. Estaba rodeada por canteros con hermosas plantas e incluso un rosal. Recordé que alguna vez me robé una rosa de allí y rogué para que la dueña no me hubiera visto… y de haberme visto, que ya no se acordara. Fue hace mucho, probablemente ni siquiera lo recuerde.

Toqué timbre y la puerta se abrió al instante, como si ella hubiera estado aguardando impaciente. 

Gabriela tenía razón: conocía a Beatriz, al menos de vista. Nunca pensé que esa mujer pudiera ser la solterona de la que mi hermana hablaba. Porque si bien Beatriz, por su forma de vestir y peinarse aparenta tener setenta años, en realidad tiene muchos menos… y es bastante bonita. Debe andar pisando los cincuenta. Tiene el cabello rubio (probablemente teñido) que le cae en suaves ondas en los hombros. Sus labios estaban pintados de un rojo intenso y mi memoria me dijo que no se los había pintado para la ocasión. Recuerdo haber visto a Beatriz por la calle más de una vez, y siempre va con los labios bien pintados. Debe ser de esa clase de mujeres que no va ni al almacén sin una abundante capa de maquillaje. 

―Hola, Julieta ―me saludó, con una sonrisa nerviosa.

―Hola, Beatriz. Me sorprende que me hayas reconocido…

―Es que tu hermana me dijo que estabas viniendo. ¿Y qué otra chica linda vendría a tocarme el timbre un domingo a esta hora?

Sonreí con mi simpatía natural. Sí, Charly, tengo mucha simpatía natural… cuando quiero. No sabía si detrás del halago de la mujer se escondían segundas intenciones, pero sospeché que no. Porque, según lo que me contó mi hermana, a Beatriz no le gustan las mujeres. Solo accedió a que Gaby le chupara la concha para quitarse las ganas… y ahí fue cuando la mente se me llenó de imágenes turbias. De pronto imaginé a esa mujer, desnuda y con las piernas abiertas… y la cabeza de mi hermana entre medio de ellas. La imaginé gimiendo de placer mientras Gabriela le daba fuertes chupones al clítoris e intentaba meterle la lengua por el agujero. A pesar de que mi imaginación fue muy vívida, me costó relacionar a esa dulce ama de casa con una escena sexual lésbica. Simplemente no encajaban. Era como intentar ponerle dulce de leche a las papas fritas. Una aberración. 

Ella me hizo pasar y vi que su casa era tan pulcra por dentro como por fuera. Estábamos en un living comedor de pequeñas dimensiones y contra una pared se apoyaba el escritorio con la computadora.

―¿Esa es la problemática? ―le pregunté, mientras Beatriz cerraba la puerta. 

Respiré aliviada, creí que me sentiría incómoda estando encerrada en la misma habitación con ella; pero la verdad es que no era así. Solo tenía que conectar algunos cables, tomar una taza de té, contar cuatro cosas superficiales sobre mi vida, y luego podría volver a mi casa. 

―Sí, esa es la compu. La compré hace poco. Supuestamente debería funcionar con solo prenderla; pero yo ni siquiera sé dónde se conecta el teclado. 

―¿Tenés internet?

―Sí, contraté el servicio hace un par de meses; pero de momento solo la uso con el celular. No sé cómo conectar el WiFi en la computadora.

―No es necesario conectarla al WiFi. Lo mejor es conectarla directamente al modem, con un cable de red. ―Me miró como si yo estuviera hablando en chino. Le mostré la bolsa que llevaba en la mano―. Traje uno de esos cables, por si vos no lo tenías. 

―Ay, mil gracias. Sinceramente yo no entiendo nada de estas cosas. Cuando Gabriela me dijo que vos me podías ayudar, yo no quería molestarte…

―A mí no me molesta. En unos minutos conecto todo y vamos a ver qué tal funciona la compu.

―Pero ni siquiera la voy a saber usar…

Ahí me di cuenta de que el favor de instalar la computadora no terminaría en eso. También debería enseñarle a Beatriz cómo usarla. Eso requeriría que pasara más tiempo en esa casa y que, incluso, tuviera que volver otro día. Maldije a Gabriela mentalmente. Ella sabía que yo no sería capaz de negarme a ayudar a la señora. 

―No te preocupes ―le dije, con una gran sonrisa―. Yo te enseño a usarla. 

―¿Me vas a dar clases de computación?

―Si es necesario… sí. Y no te voy a cobrar. 

―Ay, gracias. Vos y tu hermana son dos chicas muy buenas.

―Pero la más buena soy yo ―Beatriz soltó una risita que la hizo ver diez años más joven. 

Empecé con la tarea de conectar todo el cablerío. Era bastante sencillo, aunque no me extraña que esto espante a la gente inexperta. La mayoría de las personas tienen miedo de conectar un cable donde no corresponde y quemar la computadora; sin embargo no hay chances de hacer eso, porque los cables están diseñados para ser conectados únicamente donde corresponde. Si no se puede conectar, entonces no va allí. 

El CPU estaba a la altura del piso, para enchufar todos los cables tuve que agacharme. Beatriz se paró a mi lado y descubrí, con gran sorpresa, que su vestido de mujer pasada de moda era corto… muy corto. Pude ver que llevaba puesta una tanga negra que le marcaba los labios vaginales. Agaché la mirada, avergonzada y empecé a preocuparme. ¿Por qué se había puesto un vestido tan corto? ¿De verdad pensaba que yo accedería a hacer algo lésbico con ella el primer día? Ni siquiera sabía si me iba a animar a hacerlo dentro de un mes… o dos.

Me puse de pie para conectar los cables del monitor y me quedé allí un poco más de tiempo del debido. Beatriz me preguntó si quería tomar un té y yo acepté encantada. Ella se retiró, dejándome sola con la computadora. Eso me trajo cierto alivio.

Me agaché una vez más, para conectar el cable de internet en la ficha que estaba detrás del gabinete. Con mi visión periférica noté que Beatriz había vuelto a pararse a mi lado, di un rápido vistazo y me quedé helada. “¿Habré visto mal?”, pensé. Giré la cabeza y descubrí que mis ojos no me habían engañado. Beatriz se había quitado la tanga. Su concha, coronada por rebeldes pelitos, rebosaba de humedad. Sus labios eran grandes y rugosos, como si estuvieran hecho del nylon de las medias. 

―No demos más vueltas, Julieta ―me dijo con un tono autoritario que no parecía propio de ella―. Gabriela ya me contó que sos lesbiana y que te encanta chupar conchas. Dejemos la compu para después… ahora quiero que me la chupes. ―Abrió sus labios vaginales con dos dedos, mostrándome su rosado interior.

―¿Que mi hermana dijo qué?

Levanté la mirada y noté pánico en los ojos de la mujer. Pero no solo eso, también había vergüenza. Probablemente se debía a la expresión de desconcierto total que yo tenía. Sí, Charly, te juro. Sé que estaba pálida y rígida, como si mi cara fuera la de una estatua de mármol. 

Miré su concha una vez más, y volví a levantar la mirada. Al parecer ella se percató de que, al igual que yo, había sido víctima de un engaño, por parte de Gabriela. Le habrá tomado pocos segundos darse cuenta de que yo de lesbiana no tenía nada y ella acababa de ofrecerle su concha a una desconocida. 

Beatriz abrió más sus ojos y me dio la impresión de que en cualquier momento saldría corriendo y se encerraría a llorar en su pieza. Seguramente se lamentaría por su actitud; por ofrecerme su concha, de forma poco sutil, sin dejar mucho lugar a segundas interpretaciones.

No quería que ella se sintiera mal por mi culpa. Estaba segura de que todo esto era parte del morboso plan de Gabriela, le había dicho a Beatriz que yo era lesbiana, para que ella no dudara en mostrarme la concha, sin siquiera pedirme permiso. Mi mente trabajaba tan rápido como podía, y ya estaba convencida de que Gabriela había impulsado a esa mujer a comportarse de esa manera. 

Beatriz estaba aterrada y yo confundida. Sentí pena, si yo la rechazaba ella pasaría meses sintiéndose avergonzada. No volvería a dirigirme la palabra nunca más, ni siquiera me saludaría desde lejos, cuando me viera en la calle. No quería que eso ocurriera, no quería que ella se sintiera miserable. Yo sé cómo es ese sentimiento, y no se lo deseo a nadie. Por eso tomé una súbita decisión.

Sí, Charly. Di uno de los saltos más grandes en mi vida sexual sólo porque no quería que una dulce y solitaria señora sintiera vergüenza por haberme ofrecido su concha.

Antes de que Beatriz tuviera tiempo de reaccionar y salir corriendo, me abalancé sobre ella. Posé mis manos en sus piernas y, sin detenerme, llevé mi boca hasta los gruesos labios de su vagina. Saqué la lengua y empecé a lamer. 

El sabor me desconcertó. No sé por qué, pero creí que sería como chupar una verga; sin embargo la sensación era muy diferente. Tenía gusto a mujer. Fui realmente consciente de que estaba comiendo una concha cuando mi lengua pasó por el agujero central. Probé los flujos que emanaban de allí y un interruptor se activó en mi cerebro, encendiendo un cartel luminoso que decía: “Además de puta, sos lesbiana”.

Sí, ya sé, Charly. Vos dirás que probar una concha no me hace lesbiana, y así lo creo yo. Sin embargo en ese momento lo sentí así. Fue como meterme de cabeza en un mundo nuevo, un mundo con el que había fantaseado; pero que nunca me había animado a visitar. Y sí, ya sabrás que más de una vez fantaseé con la idea de probar una concha. Tuve muchos encuentros demasiado cercanos con mi hermana… y eso despertó mi curiosidad. 

El olor a concha era increíble. Mucho más intenso de lo que había imaginado, y eso es algo positivo, Charly. Porque era un aroma deliciosamente morboso. Eso me animó a seguir recorriendo todo. Pasé por el clítoris y me quedé ahí un rato, usando la punta de mi lengua para estimularlo. Miré hacia arriba, sin dejar de lamer. La expresión de Beatriz había cambiado un poco, aún podía notar vestigios de miedo y vergüenza; pero también había un rubor que me daba a entender que le agradaba lo que yo estaba haciendo. Le di un fuerte chupón en el clítoris, todo su cuerpo se estremeció. 

La situación había llegado a un punto sin retorno. “Ya fue, Julieta ―me dije―. Estás en el baile, ahora bailá”. 

―Sentate y abrí las piernas ―le pedí a Beatriz.

Noté alivio en su cara, como si estuviera esperando a que yo le confirmara que eso que estábamos haciendo no se iba a terminar. Me dedicó una tímida sonrisa y se encaminó hasta el sillón más cercano. Se sentó y levantó ambas piernas, dejándolas en los posabrazos. Pude ver su concha en todo su esplendor. Me recordó mucho a la de mi mamá. Demasiado. No, Charly, no es que fueran conchas idénticas, se diferencian bastante, especialmente porque la de Beatriz tiene pelitos, y la de mi mamá no. Pero ambas eran conchas de mujeres que ya habían pasado los cuarenta. Eso me dio morbo. Más del que ya tenía. 

Me acerqué a ella gateando y por primera vez en lo que iba del día, sentí mi concha húmeda. Sí, lo estaba disfrutando. La situación era bizarra y yo ni siquiera me había puesto a analizar si estaba preparada para adentrarme en mi primera experiencia lésbica. Pero no había tiempo para pensar, esa mujer aguardaba por mí y no quería desilusionarla. Ya tendría tiempo para arreglar cuentas con Gabriela. 

Hundí mi cara entre esos jugosos labios y me sentí como la mujer más lesbiana del mundo, al menos durante un rato. Una intensa ola de calor subió desde la boca de mi estómago, esto era verdaderamente morboso y lo estaba gozando de verdad. Escuché a Beatriz gemir y eso me indicó que estaba haciendo un buen trabajo. Nunca había chupado una concha y no sabía cómo hacerlo correctamente; pero soy mujer y me hice miles de pajas (de las cuales vos sos testigo, Charly). Al toquetearme tanto aprendí sobre los puntos más sensibles de la concha, y empecé a recorrerlos con la lengua. Alguna vez escuché decir que los gay chupan bien la verga porque lo hacen de la forma en la que a ellos les gustaría que se la chupen. Apliqué ese mismo concepto y lo trasladé al plano femenino. Empecé a comerle la concha a Beatriz de la forma en que a mí me gustaría que me lo hicieran. 

Sus gemidos se incrementaron y se volvieron constantes, como el rumiar de un motor que le indica al conductor que todo funciona perfectamente. Mientras esa mujer siguiera gimiendo de esa manera, yo sabría que estaba haciendo un buen trabajo. Ella puso una mano en mi cabeza, como si quisiera que yo me pegara aún más a su entrepierna. Le metí la lengua en el agujero de la concha y la moví tanto como pude, luego la saqué y empecé a darle fuertes chupones al clítoris. Nunca me imaginé que se sentiría tan bien… y tan morboso, comerse una concha. No quería parar. 

Quise ser más osada, la situación lo ameritaba. Beatriz se había ofrecido su sexo de una forma muy directa, no tuve tiempo para evaluarlo, así que podía darme el lujo de satisfacer una de mis curiosidades. Ella tenía las piernas tan abiertas, y estaba sentada tan al borde de su sillón, que podía ver todo el agujero de su culo. Al admirar tanto el culo de Gabriela me pregunté más de una vez qué se sentiría chupar uno… de una mujer. Y allí estaba, Beatriz, abierta como una novia en la noche de boda, para que yo hiciera lo que se me diera la gana. 

Bajé levemente la cabeza y pasé la lengua por el agujero de su culo. Los gemidos se interrumpieron súbitamente. No me fijé en lo que ella hacía, pero me dio la impresión de que me estaba mirando, sorprendida. ¿Sería la primera vez que alguien le chupaba el culo? Yo diría que sí, porque sin dudas mi actitud la tomó por sorpresa. 

No me limité a una simple lamida; no, para nada. Lo que hice fue chuparle el culo, como lo había hecho segundos antes con su clítoris y sus rugosos labios vaginales. Al parecer a Beatriz le agradó mi osadía, porque se acomodó mejor para que yo pudiera comerle el agujero del culo con mayor facilidad. Levantó sus piernas, demostrando una flexibilidad que yo no creía posible en una mujer que ya estaba acariciando los cincuenta años. 

Ahí fue cuando mis lamidas se volvieron más generales, recorrí desde el culo a la concha, ida y vuelta. Los gemidos de Beatriz reaparecieron, para endulzar mis oídos y levantar mi magullado ego. Siguiendo con la ola de improvisación, metí dos dedos en el agujero de su vagina. Entraron con bastante facilidad, lo que me llevó a sospechar que si bien Beatriz no tenía sexo con otras personas, probablemente se masturbaba regularmente con algún objeto; tal vez un consolador. 

Mientras le colaba los dedos, dejé que mi boca se encargara de succionar su clítoris. Acaricié las paredes internas de su concha y los gemidos de Beatriz se incrementaron tanto que me dio miedo que alguien en la calle pudiera escucharla. Lo que menos imaginarían los vecinos es que en ese momento una chica veinteañera le estaba comiendo la concha, como la más experimentada de las lesbianas. 

No pasó mucho tiempo hasta que la mujer llegó a un jugoso orgasmo… muy jugoso. Quité los dedos del camino y me deleité probando esos jugos femeninos que tanto me calientan… conozco la experiencia porque siempre me chupo los dedos cuando me hago la paja; pero fue muy distinto saber que eran los jugos de otra mujer y que yo la había hecho acabar.

Beatriz sacudió espasmódicamente sus piernas, manteniéndolas en alto. De verdad quedé sorprendida por su agilidad… y sus gemidos fueron deliciosos. 

Sí, ya sé qué estarás pensando, Charly: que todo esto fue demasiado lésbico. Pero para tu información, no le chupé la concha a Beatriz porque me gusten las mujeres, sino porque no quería que ella se sintiera mal. Por culpa de mi hermana quedé arrinconada en una situación en la que solo tenía dos opciones: comerme una concha, o hacer que una buena y solitaria mujer se sintiera miserable. Y como ya dije antes, sé lo que se siente ser miserable. No quería que ella se sintiera igual.

En el momento en que ella tuvo el orgasmo, podría haberme ido. Mi tarea ya estaba cumplida… sin embargo necesitaba hablar con ella.

Mientras Beatriz recuperaba la compostura (que llegó después de que ella se frotó la concha durante unos segundos) me senté en un sillón. Al parecer a ella no le importó demasiado que la viera haciéndose una paja. Está bien, esto es algo mínimo, después de abrir sus piernas y ofrecerme toda su concha. Pero aún así, me impactó mucho. Nunca me hubiera imaginado que Beatriz fuera de las mujeres que se hacen la paja. Yo apenas la conocía y ya la estaba viendo mandándose dedos y frotándose la concha. Te confieso, Charly, que a mí también me dieron ganas de tocarme.

¡No! No lo dije en un sentido lésbico. Me dieron ganas porque la vi ella… como cuando veo a Gabriela pajeándose, me entran ganas de hacer lo mismo. 

Y justamente quería hablar sobre Gabriela. 

Beatriz bajó las piernas y en unos segundos recuperó el aspecto de ama de casa solterona que tenía cuando yo entré. Fue una transformación estupenda. Pasó de ser una mujer llena de lujuria, a una adorable y maternal.

―Eso fue fantástico ―me dijo, con una amplia sonrisa―. Por un momento pensé que no lo ibas a hacer… hasta tuve miedo de que…

―De que yo no fuera lesbiana…

―Sí. Por un segundo creí que Gabriela me había mentido.

―Te mintió ―le dije. Ella me miró confundida―. No soy lesbiana. De hecho, ésta es la primera vez que le chupo la concha a una mujer. ―Beatriz se quedó mirándome en silencio, como si fuera un perro intentando comprender lo que dice su dueño―. Lo digo en serio. Fue mi primera vez. Pero no te sientas mal, la pasé bien ―sonrió un poquito.

―No me pareció que fuera tu primera vez.

―Lo fue. En serio ―repetí―. Yo apenas tenía una pequeña duda. A ver, Beatriz, creo que después de lo que pasó, usted y yo necesitamos hablar de forma sincera.

―Ya lo creo. Pero no me digas “usted”, que me hace sentir más vieja de lo que estoy.

―Está bien. Hay varias cosas que me gustaría dejar en claro.

―¿Cuáles?

―Primero: yo no soy lesbiana. Nunca pretendí serlo. Segundo: vine engañada por mi hermana. Tercero: mi hermana te engañó a vos también. Cuarto: sé que mi hermana te chupó la concha varias veces. Quinto: todo culpa de mi hermana. 

―Me parece que vos tenés que hablar con tu hermana ―dijo, soltando una risita.

―Sí, voy a hablar muy seriamente con Gabriela.

No, Charly, todavía no hablé con Gabriela. Dejá de interrumpirme. 

―¿Te arrepentís de haber hecho esto? ―Me preguntó Beatriz, muy seria.

―No, para nada ―le aseguré, intentando ser honesta―. Fue raro, no te lo voy a negar. Pero no me arrepiento. Imagino que, con las dudas que tenía, ésto iba a pasar en algún momento. Yo suelo darle muchas vueltas a estas cosas, a veces demasiadas. Digamos que Gabriela me dio un empujoncito para que lo pruebe lo antes posible.

―Yo podría decir lo mismo. Me sorprende que ella te haya contado lo que pasó conmigo…

―Mi hermana y yo tenemos buena comunicación, aunque a veces me miente un poquito. 

―Sí, a mí también me mintió. Me dijo que vos eras lesbiana y que no ibas a tener ningún problema en… hacer lo que hiciste. Perdón si fui un poquito brusca, pero Gabriela me dijo que a vos te gustaba que la gente fuera de frente, sin dar demasiadas vueltas. Ahora veo que es todo lo contrario. 

―Es una maldita manipuladora. De todas maneras, quedate tranquila, Beatriz. A mí no me molestó la forma en la que me lo pediste. Es más, creo que fue eso lo que me impulsó a hacerlo. Tengo que reconocer que chupar una concha no es para nada desagradable. ¿Vos alguna vez lo probaste? ―Me imaginaba su respuesta, pero de todas maneras tenía que preguntar.

―No, a mí no me gustan las mujeres. Lo que pasa es que yo… a ver, ¿cómo te lo explico? Me siento muy sola. No tengo pareja y a los amigos que tengo jamás les pediría que tuvieran sexo conmigo, se me caería la cara de vergüenza. Un día conocí a tu hermana y Gabriela, con su actitud tan sexual, me convenció de abrir las piernas. Ella se encargó de hacer todo el trabajo y la pasé tan bien que…

―Que te quedaste con las ganas de que te volvieran a chupar la concha.

―Sí ―sus mejillas se pusieron más rojas de lo que estaban―. Todo fue porque Gabriela es muy buena haciéndolo. Imagino que tendrá experiencia con otras mujeres…

Mi hermana me había dicho que su experiencia lésbica se limitaba a Beatriz; pero ya no sabía si creerlo o no. Si esta mujer piensa que Gaby es tan buena chupando conchas, bien podría deberse al talento natural que tiene mi hermana para el sexo. 

―Sé que mi hermana te hizo una propuesta, y vos la rechazaste.

―Em… sí. Me pidió que yo le devolviera el favor de la misma manera. Está en todo su derecho a pedírmelo, después de que me lo hizo tantas veces. Pero te juro que no puedo hacerlo. Me genera mucho rechazo. Ni siquiera sé cómo ustedes dos se animaron a hacer semejante cosa… conmigo.

―Puede que se deba a que somos de generaciones diferentes. A mí no me parece algo grave chupar una concha. Si tuviera una amiga y ella algún día me pidiera que se la chupara, lo haría… ahora sé que lo haría. Y eso no me convierte en una lesbiana.

―Es posible. A mí me criaron de otra manera. Hasta me siento un poquito mal por permitir que una mujer…

―¿Te chupe la concha?

―Hasta me da cosa decirlo; pero sí. Me incomoda reconocer que permití que dos mujeres me chupen la concha. No sé cómo asimilarlo.

―Mi hermana siempre me dice que le doy demasiada importancia al “qué dirán”, en lo que respecta al sexo. ¿Te puedo contar algo? Puede que te escandalices un poco, pero… creo que ya estamos entrando en confianza, y yo no tengo buenas amigas para contarles estas cosas. ¿Te parece que podríamos llegar a ser amigas?

―Si no me venís con exigencias, como tu hermana, entonces sí podemos ser muy buenas amigas. A mí también me vendría bien tener a alguien con quien conversar.

―Y alguien que de vez en cuando te dé una chupada de concha. 

―Siempre y cuando vos estés de acuerdo…

―Puede que sí ―dije, con picardía―. Hace poco empecé a cambiar, radicalmente, mi forma de ver el sexo. Fue gracias a Gabriela. Ella me ayudó a hacer una cosa que me generaba mucho morbo… pero que yo no me hubiera animado nunca a hacer. Me dejé coger por dos tipos a la vez ―Beatriz abrió la boca, asombrada, y se la cubrió con una mano―. Sí, tal y como te lo cuento. El mismo día me cogieron dos tipos diferentes… bueno, me cogieron al mismo tiempo. 

―¿Por los dos agujeros?

―No. No me animé a llegar tan lejos… pero Gabriela sí.

―¿Ella hizo lo mismo?

―Ella estaba ahí… el mismo día que me cogieron a mí. 

―O sea que… 

―Nos dejamos coger las dos, por los mismos tipos, en la misma casaquinta. La pasamos de maravilla. 

―¿No te incomodó ver a tu hermana en esa situación?

―¿Alguna vez viste a Gabriela teniendo sexo?

―Sí, un par de veces. Me mostró algunos videos que tiene en el celular. Te lo cuento porque con la confianza que tenés con tu hermana, probablemente ya sabés que existen.

―No tenía idea. Todavía no me contó sobre eso.

―Ay, no le digas que yo te dije.

―No te preocupes. Esto queda entre nosotras. El tema es que si viste a Gabriela teniendo sexo, ya sabés lo… estimulante que eso puede llegar a ser. Es como ver a una actriz porno en acción. ¿Me explico?

―Sí, totalmente. A mí se me acaloró todo el cuerpo cuando vi esos videos… para colmo, mientras los miraba, la tenía a ella, chupándome la concha.

―Eso debió ser maravilloso. Sos una privilegiada, Beatriz. ¿Sabés cuántas mujeres amarían haber estado en esa misma situación, con Gabriela?

―No sabía que idolatrabas tanto a tu hermana ―dijo, con una sonrisa―. Pero es cierto, a eso lo pensé. Debe haber muchas mujeres interesadas en Gaby. Ella es muy hermosa.

―Así es. Y no es que la idolatre. Antes de lo que pasó en esa casaquinta, Gabriela y yo nos llevábamos bastante mal. Nos peleábamos todo el día, como suelen hacer la mayoría de las hermanas. Sin embargo lo que pasó con esos dos tipos, y otras cositas más, contribuyeron a cambiar totalmente nuestra relación. Antes no hubiera reconocido que Gabriela es linda, al menos no abiertamente. Pero ahora no tengo problemas en hacerlo. Sé que es preciosa y que tiene un encanto natural inmenso. 

―Tiene lindo culo ―esta vez noté cierta picardía en su sonrisa.

―¿Viste? Es un culo que atrae muchas miradas.

―Me imagino que a vos te debe pasar lo mismo. Al fin y al cabo, tienen el mismo culo. Me di cuenta cuando te agachaste para conectar los cables.

―Ay, no, Beatriz. Ya quisiera yo tener el culo que tiene Gaby. 

Me miró confundida, se quedó en silencio unos segundos y luego dijo:

―Pero si son iguales. 

―No, ni de cerca.

―Te digo que sí. Mirá que Gaby tiene la costumbre de quedarse en tanga, cuando viene a casa….

―Sí, no es muy amante de la ropa. Le gusta andar como Dios la trajo al mundo.

―Así es… y tuve varias oportunidades para verle el culo y… es idéntico al tuyo. 

―Tal vez te estás confundiendo. Puede que este pantalón me quede demasiado ajustado…

―No creo estar confundida. 

―¿Eso es una invitación para que te muestre el culo?

Beatriz soltó una fuerte risotada. Esta mujer me estaba cayendo muy bien.

―Solo si vos querés. Te voy a decir lo mismo que le dije a Gaby: puedo reconocer, y hasta admirar, la belleza de otra mujer. 

No me hizo falta escuchar más. Me puse de pie, me quité las zapatillas y me bajé el pantalón. Caminé tres pasos, hasta quedar bien cerca de Beatriz, y luego di media vuelta.

―Lamento desilusionarte ―le dije―. Ahora vas a poder comprobar que el culo de Gaby es como veinte veces mejor que el mío. 

Me sorprendí cuando sentí una mano recorriendo suavemente la circunferencia de mis nalgas; sin embargo esto no fue nada en comparación a lo que vino después.

La curiosa mano de Beatriz recorrió la parte baja de una de mis nalgas, hasta llegar al centro. Luego me acarició la vulva, por encima de la tela de la tanga. Para tratarse de una mujer que asegura no ser lesbiana, sus toqueteos me resultaron de lo más confuso. Recorrió el centro de mis labios vaginales, como si quisiera estimularme… y lo estaba logrando. Todo en mi interior comenzó a vibrar y de pronto sentí la imperiosa necesidad de desnudarme frente a ella… y eso fue exactamente lo que hice.

Mientras Beatriz me acariciaba la concha, me quité la remera y el corpiño. Ella no podía ver mis tetas, pero pronto se las mostraría. Luego me bajé la tanga y separé un poco las piernas, levantando mi culo en pompa. Creí que Beatriz no se animaría a ir más allá. Por eso te imaginarás mi sorpresa, Charly, cuando sentí sus dedos recorriendo mis húmedos labios vaginales. 

―Sos muy parecida a tu hermana ―aseguró la mujer―. Aunque tu concha es un poquito diferente. Pero la cola la tienen idéntica. Te lo puedo asegurar.

Me sentí muy halagada. Nunca imaginé que alguien pudiera pensar que mi culo era tan lindo como el de Gaby. A pesar de que no estaba convencida de que así lo fuera, era agradable recibir un halago de ese estilo. 

Beatriz siguió con las caricias, sabía perfectamente que ella no se animaría a llegar más lejos; pero yo estaba tan caliente que quería más. Aún sonaba en mi interior el eco de los gemidos de esa mujer, y quería volver a escucharlos.

Esta vez fui yo la que tomó la iniciativa, y eso me gustó; porque no es propio de mí hacerlo.

Me di media vuelta, enseñándole mis duros pezones, y me arrodillé delante de ella una vez más. Beatriz comprendió al instante cuáles eran mis intenciones. Al parecer ella decidió no seguir haciendo preguntas sobre por qué yo quería chuparle la concha otra vez. Se limitó a separar las piernas, ofreciéndome su sexo, que estaba lleno de flujos. 

Me lancé sin meditarlo, como la primera vez; sin embargo ahora me sentí un poco más confiada. Ya lo había probado y si bien los nervios seguían, ya no eran tantos. Me permití disfrutar un poquito más la tarea, y recorrí a fondo todo su concha. Empecé por el clítoris, el cual lamí durante un buen rato, emulando lo que hacían con la lengua algunas actrices porno, cuando chupaban una concha. 

No, Charly. No ando mirando videos porno de lesbianas; si supieras un poquito sobre el porno, sabrías que es muy común ver a dos mujeres juntas con uno o más hombres… y si están juntas lo más probable es que terminen chupándose las conchas entre ellas.

Gracias a eso supe cómo lamer el clítoris, usando solo la punta de la lengua, moviéndola rápidamente. Luego bajé y lamí el jugo que salía del orificio. Me llenó de morbo hacerlo. No quiero ponerme a pensar por qué motivo me pasó eso, solo digamos que me gustó. 

Más adelante empecé a chupar sus labios vaginales y, por supuesto, volví al clítoris en más de una ocasión. Me di cuenta de que cuanto más dedicación le brindaba a ese botoncito, más gemía Beatriz. 

No sé cuánto tiempo estuve chupándole la concha. Lo que sí puedo decir es que la segunda vez la disfruté mucho más que la primera, y al parecer Beatriz también, porque sus gemidos se hicieron más enérgicos, y parecían provenir desde lo más hondo de su ser.

Esto era lo que te quería contar, Charly. De momento lo único que me queda por decir es que me alegro de haber conocido a Beatriz, creo que en ella encontré una buena amiga. 

Ahora no quiero ponerme a analizar porqué hice lo que hice… o por qué me gustó. Eso lo dejaré para la terapia con Germán… si es que decido volver, porque lo estoy dudando. 

Tal vez mañana hable de esto con mi hermana. No me olvido de su promesa: ella me aseguró que si visitaba a Beatriz me permitiría ver sus publicaciones de Twitter. Estoy muy ansiosa por eso, conociendo lo puta que es, debe haber mucho material interesante. 

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