¡La Concha de mi Hermana! [16]

 

Capítulo 16.


La Amante de mi Madre.






Me resultó imposible comunicarme con Patricia. Le escribí un e-mail —la única vía que me quedaba, porque en todas las demás me había bloqueado—, pero fue en vano: jamás respondió. Así que tuve recurrir al último recurso, el más drástico: ir hasta su casa, sin avisar. Puede sonar descortés, lo sé, pero necesito hablar con ella ya mismo. La incertidumbre me está matando.

Llegué a su departamento a eso de las seis y media de la tarde. A esa hora ya no atiende pacientes, no voy a interrumpir ninguna consulta. No toqué el timbre, porque vine bien preparado. Usé las llaves que le había quitado a Katia. Entré sin anunciarme. Sí, soy consciente de que es una invasión a su intimidad, y la culpa me carcomió por dentro cuando crucé la puerta. Pero en mi defensa puedo decir que si mi madre hubiera actuado con un mínimo de madurez, esta conversación pendiente ya habría tenido lugar.

No vi señales de Patricia. Su departamento estaba intacto, con ese fuerte aroma a sahumerio. Deambulé por todos los cuartos, buscándola inútilmente. En su pieza me tomé el atrevimiento de abrir su ropero. Allí estaban, alineados como soldados de guardia. Todos los consoladores que le había visto usar en los videos. Me dio un vuelco en el corazón al imaginar que cada uno de ellos había estado dentro del culo de mi madre. Incluso los más grandes. El más intimidante de todos era el que le había visto usar en el último video que me mandó. Me sentí como un investigador en una escena del crímen. Conservaba la esperanza de que hubiera alguna explicación —aunque esto fuera ridículo e irracional—; pero esos consoladores señalaban a Patricia como la principal sospechosa.

¿Por qué inventó a Marcela?
Quizás soy el menos indicado para hacer esa pregunta, lo sé. Aún así… necesito saberlo.

Estaba a punto de salir cuando escuché ruidos. Alguien había entrado al departamento, y no venía solo. Me quedé muy quieto y agucé el oído. Pude distinguir la risa de mi madre —sí, me sorprendió que estuviera tan contenta—. Luego escuché otra voz femenina. Tardé un poco más en identificar esta, pero me quedó claro que se trataba de Mavi.

Asomé la cabeza fuera del dormitorio, temeroso de que me sorprendieran. Sin embargo, las voces no se acercaron. Me deslicé lentamente por el pasillo y espié el living-comedor. Las dos estaban charlando entre risas, mi madre puso música tranquila y comenzó a desnudarse con sensualidad. Mavi la miraba sentada en el sillón, con las piernas cruzadas y una sonrisa radiante en los labios. Patricia se quedó en ropa interior. Bah, en realidad era un conjunto de lencería erótica que podría quitarle el aliento a cualquiera. A mí no, porque es mi madre… y no tengo esa clase de pensamientos con ella.

Patricia bailó con sensualidad y se arrodilló frente a Mavi. La amiga de su hija no dudó ni un instante: subió los pies al sillón y separó las piernas. No tenía ropa interior debajo del vestido. Su lampiña vagina fue como un imán para mis ojos, en especial cuando mi madre comenzó a lamerla.

Ver a mi madre en actitud lésbica fue uno de los momentos más desconcertantes de mi vida. Aunque lo que pasó en Afrodita fue peor, sin dudas. No es que me sorprenda verla con otra mujer, porque la duda ya se había convertido en certeza. Era que, por primera vez, la estaba viendo comer una concha… y lo hacía con las mismas ganas que Katia. Es difícil asimilar que tu madre pueda tener fantasías lésbicas con la mejor amiga de tu hermana. Era difícil saber si detrás de esas intensas lamidas había solo deseo sexual… o algo más.

¿Y si estaba usando a Mavi como una vía de escape?
No soy psicólogo, pero me crió una psicóloga. Y fue la misma Patricia quien me dijo más de una vez: “Usás la limpieza como una válvula de escape, para no pensar en todos los problemas de tu vida”.
Puede que tenga razón… y es muy probable que esté usando a Mavi para no pensar en lo que ocurrió en Afrodita. Sin embargo, por cómo le mete lengua a esa concha… dudo mucho que sea la primera vez que la chupa.

No se quedaron mucho tiempo en el living. Eso era apenas la previa. El plato principal se serviría en la cama. Cuando se encaminaron hacia el pasillo, entré en pánico. Casi cometo la estupidez de correr hacia la puerta de salida, justo hacia ellas.

Logré contenerme y prácticamente me arrojé hacia el baño, con la esperanza de que ninguna de las dos tuviera ganas de entrar allí. Arrimé la puerta, sin cerrarla del todo, y me quedé en silencio. Técnicamente soy un intruso en mi propia casa, porque en parte esta sigue siendo mi casa.

Escuché risas, gemidos y taconeos. Ellas siguieron jugueteando como si nada, mientras yo recuperaba mi aliento dentro del baño. Esperé unos segundos, hasta que quedé convencido de que no habían notado mi presencia. Me asomé fuera del baño, rogando que la puerta no rechinara. Por suerte no hizo ningún ruido. Salí al pasillo y miré dentro del cuarto de mi madre.

Las sábanas ya estaban desechas y dos mujeres desnudas luchaban por brindarse placer la una a la otra. Pude ver como Mavi tragaba los flujos vaginales de mi madre, mientras Patricia chupaba su concha. Este improvisado 69 apenas duró unos segundos. Fueron cambiando posiciones hasta que Patricia abrió el cajón de la mesita de luz. De allí extrajo uno de sus grandes dildos. No me sorprendió que tuviera uno siempre a mano, para casos de emergencia como éste. Mi madre siempre fue esa clase de mujeres que piensa en todos los detalles.

Pensé que se lo metería a Mavi, pero no. En lugar de eso le dijo:

—Meteme esto por el culo.
—Ay, qué puta estás, Pato. Y pensar que no querías saber nada con el sexo anal.
—Eso fue un error, y voy a recuperar el tiempo perdido.

Mientras se besaban, Mavi fue metiendo el dildo en el culo de mi madre. Pude verlo perfectamente, ya que sus nalgas apuntaban hacia donde estaba yo. Ver ese dildo penetrándola por detrás me trajo vívidos recuerdos de lo que pasó en Afrodita y, como si mi miembro también quisiera espiar, comenzó a despertarse.

A medida que el dildo entraba, la verga se me ponía cada vez más dura. Cuando Mavi logró meter una buena parte, aceleró el ritmo. Fue muy similar a la sesión de sexo anal que Marcela y yo tuvimos en los reservados.

“Patricia, no Marcela… Patricia. Tu mamá”. Mi mente no dejaba de torturarme.

A Mavi se le ocurrió formar otro 69. Me oculté para que no me vieran al cambiar de posición y luego volví a asomarme. Ahora Mavi tenía la cabeza entre las piernas de mi madre. Patricia estaba sobre ella y tenía una lengua entrando en su concha y un dildo metido en el culo.

Quise convencerme que la escena me excitaba tanto porque me calientan las lesbianas… y porque Mavi me vuelve loco. Pero la concha que estaba mirando era la de mi madre… y también era su culo el que recibía una penetración del dildo detrás de la otra.

Estuvieron cogiendo un largo rato y yo tuve que hacer un gran esfuerzo por no liberar mi miembro y mastubarme, como un mono sobre la rama. Aguanté de puro milagro.

Cuando las dos se sentaron en la cama, no tuve más remedio que quedarme oculto en el pasillo, sin poder asomar la cabeza. Pero escuché claramente lo que decían.

—¿Querés quedarte a dormir? —Le preguntó mi madre.
—Emmm… no, mañana tengo que levantarme temprano, para trabajar.
—Ay, siempre me hacés lo mismo. Cada vez que tenemos una linda sesión de sexo, me decís que te tenés que ir… mirá, si ya te estás poniendo la ropa. ¿No te parece un poquito exagerado irte tan rápido?
—No entiendo, ¿qué tiene de malo? Ya cogimos…
—¿En serio me lo preguntás? ¿Solo venís porque querés coger conmigo?

Hubo un silencio tan incómodo que hasta yo pude sentirlo desde el pasillo.

—Y sí, Pato… ¿por qué otro motivo creés que vengo?
—Dejá, no importa…
—Me dijiste que te gustaba coger conmigo, Pato. Por eso vengo —pude escuchar que Mavi seguía vistiéndose, la ropa rozaba contra su cuerpo.
—Sí, y me encanta coger con vos; pero… creí que también éramos amigas.
—Emm… yo soy la amiga de Katia.
—¿Y eso qué tiene que ver? ¿Acaso no podés ser mi amiga también?
—No dije eso… es que…
—¿Es por mi edad? Soy demasiado vieja para ser la amiga de una chica de veinte años.
—No, Pato… nunca insinué que… —silencio—. Lo que pasa es que esto ya es medio raro de por sí… venir a coger con la mamá de mi mejor amiga… em… me calienta; pero…
—Pero es mejor que siga siendo solo eso, un garche casual y sin compromiso.
—Pensé que eso era…
—Sí, sí… dejá. Andá. La que confundió las cosas fui yo. No tenés que explicarme nada.
—Pato, yo…
—¡Andá!

Ese tono lo escuché mil veces. Patricia lo usa cuando quiere dejar en claro que no está de humor para discusiones. Que la conversación ya terminó. Una vez más se produjo un denso silencio, de esos que cortan el aire. Luego escuché los pasos de Mavi y me di cuenta de que había sido un idiota. Estaba parando del lado contrario al baño, y demasiado lejos de la puerta de entrada. Ya no podía hacer nada para ocultarme, así que decidí improvisar.

Caminé rápidamente hacia la puerta, y a mitad de camino di media vuelta y volví sobre mis pasos. Hablé como si fuera lo más casual del mundo.

—¡Mamá! Soy yo… vine porque no me contestás y quería saber si estabas… oh… ¿Mavi? ¿Qué hacés acá?
—¿Qué hacés vos acá? —Si bien ya tenía la ropa puesta, su cabello trigueño era un caos, se notaba mucho que recién había terminado de coger. Comenzó a alisarlo con movimientos compulsivos.
—Es la casa de mi mamá… La estoy buscando. ¿La viste? Hace días que no me responde y…
—Sí, sí… em… está en la pieza —señaló hacia su espalda—. Em… este… qué bueno verte —la muy maldita me derritió con su sonrisa de cuento de hadas. Volvió a parecer esa criatura casta y angelical que siempre creí que era—. Pero tengo que irme… ya se me hizo tarde…
—Ah, está bien… bueno, nos vemos…

Al pasar a mi lado me dio un beso en la mejilla, demasiado cerca de la boca, y volvió a regalarme una de sus dulces sonrisas. Me quedé mirándola embobado, con el cerebro completamente congelado.

Luego volví a caminar hacia el pasillo. Aunque improvisada, la treta parecía haber funcionado. Cuando me asomé a la pieza de mi madre, creí que la encontraría vestida… o en proceso de ponerse la ropa. En lugar de eso ella estaba sentada en la cama, completamente desnuda, y en la posición de loto, la misma que usa para meditar. Pero tenía las manos sobre sus rodillas. En la cama todavía estaba el dildo, y toda la ropa revuelta, delatando lo que acababa de ocurrir allí.

Ella me miró con fuego en los ojos y dijo:

—Me imagino que viste todo.
—¿De qué hablás?
—No te hagás el boludo, Abel. No escuché la puerta abriéndose… y yo tengo llamadores de ángeles colgados junto a la puerta.

Y ahí mi cerebro tintineó. Caí en la cuenta que cuando Mavi salió sonaron esas campanitas, las mismas que delataron su presencia cuando llegaron a la casa. Un gran detalle que no pasó desapercibido para la dueña de casa.

—Perdón, sí, tenés razón. No tiene sentido negarlo.
—¿Te parece apropiado meterte en mi casa sin aviso y espiarme?
—¿Y a vos te parece apropiado bloquearme los mensajes y las llamadas? Yo… yo solo vine a ver cómo andás.
—¿Y cómo creés que ando? Mal, Abel. Ando mal. ¿Acaso no se me nota?
—Hace un rato la estabas pasando bien con Mavi.
—Sí, ¿y cuánto duró? La piba viene a coger y cuando ya está satisfecha, se olvida de mí. Me trata como una desconocida. Pero… no voy a llorar por ella. Ya no estoy para llorar por nadie. Tampoco voy a sentir lástima por mí. Soy una mujer hermosa con una gran actitud en la cama, si ella no sabe apreciarlo, es su culpa. No mía.

Esas palabras parecían las que ella solía recitar a sus amigas cuando hacían terapia de relajación grupal. “Vos sos valiosa. Valorate como mujer. Sos hermosa”. Esos mantras parecían funcionar con las amigas de mi madre; pero mi instinto me decía que no tenían el mismo efecto en ella. Patricia estaba al borde de las lágrimas. El desprecio de Mavi le había pegado mal. Tanto que ni siquiera le molestó que yo la viera desnuda. Aunque quizás eso tuviera que ver con…

—No voy a hablar de lo que pasó en Afrodita —dijo, interrumpiendo mis pensamientos—. Si viniste para eso, te equivocaste.
—Tenemos que hablar, mamá…
—No. Vamos a hacer de cuenta que no pasó nada y listo. Nos olvidaremos de eso para siempre.
—Muy maduro de tu parte. ¿Es lo mismo que le dirías a uno de tus pacientes?
—No soy una de mis pacientes. No intentes aplicar conmigo mi propia profesión, porque vas a salir perdiendo.
—Está bien, está bien. No vine a pelear. Yo solo… quiero decirte que lo que pasó fue una equivocación. Te juro que no tenía idea de que eras vos. Yo…

Se levantó rápido, con movimientos felinos, y me cerró la puerta en la cara. Una vez más Patricia actuando como una adolescente despechada. ¿Por qué no me sorprende?

Golpeé la puerta tres veces e intenté hablarle. No sirvió de nada. Ella ya había sentenciado que la conversación había terminado. No tuve más remedio que marcharme, con la cabeza gacha y una amarga sensación de derrota.

***

Estaba en mi cama mirando los videos de Marcela (Patricia; mi madre). No sé por qué empecé a hacerlo. Simplemente no pude evitarlo. Era fin de semana y no tenía nada más interesante para matar el tiempo… o quizás me estoy mintiendo a mí mismo.
Ver como mi madre se mete esos grandes dildos en el culo me genera una extraña sensación en la boca del estómago. Como si algo allí dentro se negara a aceptar que es la misma madre que me crió. Por supuesto se me puso dura la verga, eso es inevitable. Sin embargo la dejé dentro del pantalón. No quería dejarla salir. Eso hubiera sido extraño.

La puerta de mi cuarto se abrió, Katia entró vistiendo una musculosa blanca que no llegaba a contener sus grandes pechos y que no tapaba nada su vagina. Su pubis ya estaba cubierto de pelitos cortos, quizás necesitara una nueva depilación pronto. No dije nada al respecto porque no tenía ganas de encargarme de esa tarea. Ya se puso suficientemente rara la última vez.

—Hey, ¿querés que te chupe la pija? —Preguntó mi hermana, al ver la carpa que había formado con mi erección.
—No, Katia… así estoy bien.
—Mirá que a mí no me molesta.
—No importa. No se trata de eso. Lo sabés. No quiero volver a discutir por este tema.
—Ni yo tampoco —se subió a la cama como si fuera una gata en celo. Acarició el bulto en mi pantalón—. Tengo ganas de chupar pija, y la tuya es la única disponible.

Reconozco que cada vez que me toca mi me habla de esa manera, me da un vuelco en el corazón. Es como si mi líbido olvidara por un momento que Katia es mi hermana. Luego vuelvo a recomponerme.
Aunque esta vez no tuve demasiado tiempo para hacerlo. Katia no dudó ni un instante. Bajó mi pantalón y antes de que pudiera oponerme, ya se estaba metiendo mi verga en la boca. Empezó a petearme como tantas veces soñé. Siempre quise que mi ex novia tuviera estos tratos conmigo. Que apareciera sin avisar y que empezara a chuparme la verga solo porque tenía ganas. Sin embargo Regina nunca hacía eso. Si yo quería sexo oral, debía pasarme horas, o incluso días, suplicando.

En la pantalla del celular mi madre estaba dando fuertes saltos sobre un dildo que se hundía hasta el fondo de su culo. Luego volvía a emerger, cubierto del abundante lubricante que había usado en él. Era impresionante ver cómo su culo se dilataba para recibir semejante castigo. Con razón no le dolió cuando se la metí duro en Afrodita.

—Mmm sos re pijudo, hermano —dijo Katia, pasándole la lengua a mi glande—. Eso me encanta. Me calientan las pijas grandes.
—No me digas esas cosas. La situación ya es rara de por sí. No lo hagas peor.
—¿Qué tiene de malo? ¿Acaso no me pueden gustar las pijas grandes? —Volvió a tragarla.
—No dije eso… me refiero a que… esta es la mía. Ni siquiera me gusta que me la chupes.
—¿Es porque lo hago mal? No tengo mucha experiencia… por eso quiero practicar.
—No me refiero a eso…
—Hey, dijimos que nos íbamos a ayudar a mejorar en esto —tragó la verga hasta el fondo de su garganta—. Vos podés practicar con mi concha cuando quieras.

Maldigo el momento en que accedí a eso. Actué sin pensar, y yo no soy así. Prefiero evitar mis impulsos. Aún así me está costando mucho pedirle a Katia que se detenga. Quiera admitirlo o no, todo el episodio entre Mavi y mi mamá me dejó muy caliente.

—En realidad la chupás muy bien —dije, bajando la guardia.
—¿En serio? —Me mostró su mejor sonrisa.
—Emm… sí, mejoraste mucho. De verdad. ¿Estuviste practicando con el dildo?
—No mucho. No me entusiasma chupar plástico. Por eso quería chupar una de verdad. Pero sí estuve mirando el video en el que Stella te la chupa… y ella lo hace muy bien.
—Sí, para ser lesbiana es sorprendentemente buena chupando vergas.
—Y no te das una idea de cómo chupa conchas. Y con respecto a chupar vergas… de eso quería hablar con vos. De ahora en adelante no quiero que te niegues cuando yo quiera chuparte la verga. Me tenés harta con tus prejuicios.
—No son prejuicios, Katia. Es que vos sos mi hermana… y si tengo que explicarte por qué está mal que me la chupes…
—Vamos, Abel… tenés que reconocer que hace rato vos y yo no tenemos una relación normal “hermano-hermana”. No te digo que vayamos a coger, o algo así. Pero, boludo… hasta hicimos tríos juntos. Si hay algo que me encanta de vivir con vos es la confianza que desarrollamos. A vos te puedo contar todo… incluso que tengo ganas de chupar pija. Vos tenés una linda pija… y yo tengo ganas de chuparla. Fin de la discusión.

Es raro que Katia se muestre tan decida con algo. Si llegó a este punto es porque ya superó toda la vergüenza que podría darle este acto sexual. El problema es que yo aún no la superé.

—Entonces ¿qué? —dije—. ¿De ahora en adelante me vas a chupar la pija cuando se te dé la gana?
—Y cuando vos quieras también. Si algún día tenés ganas de que te hagan un pete, me decís: “Katia, chupame la pija”. Y yo te la chupo.
—Pará, pará… ¿me estás hablando en serio? ¿Así sin más? ¿No vas a poner excusas como que te duele la cabeza o que hoy no tenés ganas?
—Ay, hermano… yo siempre tengo ganas de chupar pijas… o conchas. Siempre estoy caliente. Lo sabés.
—Muy cierto. Nunca conocí a alguien que esté permanentemente excitada como vos.
—No sé si es un problema o una bendición. Aunque… lo disfruto mucho. Me encanta tener la concha mojada todo el día. Y me calienta tener una buena pija en la boca… y tomar leche… así que… si querés pete, lo pedís y yo con mucho gusto te la chupo. ¿Trato hecho?
—Mmm… no sé… siento que yo soy el que más sale ganando. ¿Dónde estaría tu beneficio?
—Uy, sos un pésimo negociador, Abel. Así nunca vas a lograr un ascenso. Primero: te dije que me gusta hacerlo. Ahí está mi beneficio. Segundo… em… si querés chuparme la concha, podés hacerlo… siempre y cuando no esté con la regla, obvio. ¿Me querés chupar la concha ahora?
—Em… no.
—Bueno, cuando quieras, me lo pedís. —Volvió a tragar la pija. Su cabeza se movió a gran velocidad, de arriba hacia abajo. Podía sentir el húmedo calor de su lengua recorriendo todo mi miembro.

Definitivamente está loca. Y lo peor de todo es que me está contagiando con su locura. Ya no quiero que se detenga. De verdad necesitaba una buena chupada de pija. Cerré los ojos e intenté imaginar que no se trataba de Katia, sino de… Mavi. Si, esa es una buena fantasía. En especial desde que pude acostarme con ella.
Sin darme cuenta estiré la mano y comencé a estrujar las tetas de mi hermana.

—¡Hey! Momento… ¿quién dijo que mis tetas eran parte del acuerdo?
—Uy, perdón… perdón… lo hice sin pensar, es que yo…

Y soltó una estridente carcajada. Su risa estaba cargada de burla y falta de compasión.

—Sos muy boludo, Abel. Eso te hace adorable. Obvio que podés tocarme las tetas. Hasta me las podés chupar, si querés. Ni pidas permiso. Un día Stella me dijo: “Tus tetas son mi juguete favorito”. Me gustó eso… me calienta que la gente se divierta con mis tetas.

Volvió a chuparla, sin dejar de mirarme a los ojos. Como si quisiera medir el impacto de sus palabras. Me sentí un idiota, porque de verdad caí en su broma. No quise darle el gusto, por eso cerré los ojos. No volví a tocar sus tetas, en señal de protesta… aunque dudo mucho que Katia haya entendido la indirecta.

Debo reconocer que llegué a disfrutar mucho de sus lamidas, en especial al no tener que ver su cara. Con los ojos cerrados podía imaginar que ella era Stella, Paula… o incluso Celeste. Justamente estaba pensando en ella cuando eyaculé. Y me encantó la forma en que se tomó toda mi leche… al menos hasta que caí en la cuenta que fue Katia quien lo hizo. Ahí se sintió raro. No puedo evitar sentirme así sabiendo que mi hermana traga mi propio semen.

—Eso estuvo muy bueno —dijo, limpiándose la boca con el dorso de la mano—. Me gusta cuando sale mucha leche. Y a vos siempre te sale mucha.
—Ajá, sí… puede ser —aún tenía el corazón acelerado y mi verga palpitaba, como si fuera un animal agonizante.
—Espero que la próxima vez nos ahorremos las discusiones.
—Mmm… quizás —y en ese momento se me ocurrió una brillante idea—. Hey, ya que estamos en confianza… ¿puedo volver a mirar las fotos que sacaste con mi cámara? No creo que ahora te den mucha vergüenza…
—¿Te quedaste con ganas de ver a Mavi desnuda?
—Así es…
—Muy bien, ya te traigo el pen-drive. Pero antes te aclaro una cosa: no quiero planteos. Si encontrás algo que te parezca extraño, no me preguntes cómo pasó ni por qué. De última, si querés, preguntale a Mavi. A mí no me hagas interrogatorios.
—Está bien… cero preguntas. Lo prometo.

Katia volvió al dormitorio con el pen-drive en mano, dijo que se iba a dar una ducha, para quitarse todos los rastros de semen que le habían quedado en la cara, en el pelo y en las tetas. Y además aclaró que quería hacerse una paja usando la ducha de mano así que…

—No me molestes, porque voy a demorar.
—Andá tranquila.

Coloqué el pen-drive en mi laptop y abrí la carpeta que contenía todas las fotos y los videos. Eran muchos archivos, pero yo quería tomarme el tiempo para analizarlos de a poco. Las primeras fotos ya las conocía: allí estaba la concha de mi hermana en primer plano. Esa foto que me impactó tanto el día que Katia se mudó, hoy no me provoca ningún rechazo. Hasta me parece una foto normal, porque en la convivencia le veo la concha todo el tiempo.

Pasé de largo por varios videos en los que Katia se masturbaba frente a la cámara. Eso también lo vi muchas veces en vivo y en directo. Sí me tomé más tiempo para aquellas fotos en las que salía Mavi. Dios, esas tetas… dan ganas de chuparlas todo el día. Me masturbé lentamente mirando cómo Mavi le chupaba la concha a Katia. Y lo que me calentaba no era la concha de Katia, sino ver a Mavi practicando sexo lésbico. Se ve hermosa. Esos ojazos me vuelven loco.

Llegué al video que más me escandalizó la última vez. Aquel en el que Katia y Patricia se masturbaban, una junto a la otra. También había varias fotos de mi madre desnuda, en muchas de las cuales ella sonreía a la cámara o hacía poses graciosas, imitando a una bailarina de ballet. Se la veía feliz. Queda descartado que Katia le haya sacado estas fotos sin que ella lo supiera. Incluso encontré algunas fotos donde las dos salían juntas frente al espejo. Es curioso que Patricia se queje de que a Katia no le guste usar ropa, porque acá se ve que las dos compartieron ese gusto por el nudismo. Y quitando la escena de masturbación, no vi nada extraño. Hasta que llegué a un video en particular…

Mi madre sentada en posición de loto, sobre un almohadón en el piso. Estaba completamente desnuda y se podía escuchar una música de estilo oriental, quizás de la India. Muy a lo George Harrison con los Beatles. Lo sé porque Harrison es el Beatle favorito de mi mamá. Lo ama con locura y tiene todos sus discos.

La cámara se movió y mostró a una mujer que no conocía, tenía más o menos la misma edad que mi madre… y también estaba desnuda. Junto a esta había otra mujer, y otra más. Cuando la cámara se alejó pude ver que se trataba de un círculo conformado por mujeres meditando desnudas. La única que reconocí fue Mavi.

El living de Patricia había dejado de ser su casa, para convertirse en un santuario que haría enorgullecer a Harrison. El sofá estaba arrinconado contra la pared, cubierto por un manto color azafrán que ocultaba su desgaste. En el centro de la habitación, una alfombra bordada con motivos geométricos sostenía un semicírculo de almohadones. Ocho mujeres —contándola a ella— ocupaban sus lugares, con las piernas cruzadas y las manos descansando sobre las rodillas. Seguramente Katia era la que estaba filmando esta peculiar escena.

Todo tenía una inquietante aura sectaria.

—Cierren los ojos —dijo Patricia—. Dejen que la oscuridad detrás de los párpados sea un refugio, no un vacío. Respiren profundo… sientan cómo el aire entra como una caricia, y cómo al exhalar se disuelve todo lo que ya no necesitan. Aflojen los hombros, el pecho, las manos. Permitan que la gravedad las abrace.

Las mujeres obedecían en silencio, como si las palabras fueran llaves que abrían compuertas secretas dentro del cuerpo.

—Imaginen una luz cálida en el centro de su vientre —continuó Patricia, mientras sus manos bajan por su panza, las demás mujeres hicieron lo mismo—. Una llama que no quema, que vibra con ustedes. Esa es la energía que las sostiene, la raíz de su aura femenina. Dense permiso para habitarla.

Las manos de Patricia llegaron a su vagina y comenzaron a acariciarla lentamente. Las otras mujeres replicaron esta acción sin siquiera abrir los ojos. Obviamente no era la primera vez que lo hacían. Esto era un ritual cuidadosamente ensayado.

—Dejen que esa luz se expanda. Que la líbido suba como un río dorado hacia el corazón, que sus vaginas se abran como un loto al recibir el sol. —Todas se metieron los dedos en la concha—. Sientan que late en ustedes algo antiguo y sagrado, algo que ninguna herida ha podido apagar.

Los rostros relajados parecían flotar entre el resplandor de las velas. Se masturbaban tranquilamente, como si no les importara estar siendo observadas… o filmadas. A veces Katia se tomaba la libertad de enfocar estas vaginas en primer plano. Lo hizo con todas. Había conchas depiladas, peludas y algunas con el vello prolijamente recortado. No dejé de preguntarme quiénes serán esas mujeres. ¿Amigas de mi madre? No lo creo, Patricia no tiene amigas… tiene pacientes. Y puede que se trate justamente de eso.

—Ahora, respiren, moviendo los dedos en círculo, sin sacarlos. Como si fueran un amante dispuesto a servirlas —susurró Patricia, noté que jadeaba un poco. La masturbación la estaba excitando—. Cada inhalación alimenta a la otra, cada exhalación la sostiene. Cada movimiento de los dedos es más rápido que el anterior. Son un círculo de fuego suave, de fuerza serena. Permanezcan ahí, unidas, respirando desde el centro de su aura femenina.

Patricia abrió sus piernas y comenzó a masturbarse ferozmente. Sacudiendo su cuerpo. Ya no daba instrucciones, solo gemía y convulsionaba, como si estuviera sufriendo una electrocución. Las demás mujeres comenzaron a hacer lo mismo.

Wow. Carajo, mamá… ¿qué carajo es todo esto?

Desde que vi el video de Katia y Patricia masturbándose juntas pensé que era una de las tantas locuras de mi hermana. Sin embargo esto me hace sospechar que en realidad todo fue idea de mi madre. Me pregunto cuántas sesiones de masturbación grupal tuvieron… y qué más hicieron. Ahora que conozco las inclinaciones lésbicas de Katia y Patricia… me imagino que no se habrán quedado solo en una paja grupal.

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Comentarios

Nokomi ha dicho que…
Los que me apoyan en Patreon ya pueden leer los capítulos 17 y 18 de "La Concha de Mi Hermana". Y entre esta semana y la siguiente también podrán leer el 19 y el 20.

Madre e Hija en un Recital

Madre e Hija en un Recital
Madre e Hija en un Recital

La Mansión de la Lujuria

Aislado Entre Mujeres

Mi Vecino Superdotado

Intriga Lasciva - El Instituto

La MILF más Deseada

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El Fruto del Incesto (Malditas Uvas)

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