Strip Póker en Familia [Especial Navideño] (02).

 

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Strip Póker en Familia.

Capítulo 02.


Bendita Navidad.



Gonzalo se estaba lavando las manos en el baño. A pocos metros de allí su querida esposa Pamela estaba participando en su primer trío lésbico con dos hermosas mujeres que estaban dispuestas a enseñarle todo lo que saben.

El hombre se miró al espejo mientras tarareaba la canción que estaba sonando en el comedor. Era un viejo rock de Viejas Locas que hablaba de legalizar la marihuana. Su esposa no le permitía escuchar “a esos faloperitos de mierda”, pero él lo hacía cuando ella no estaba cerca. La puerta se abrió y él se quedó petrificado, con el jabón aún en la mano. La preciosa Mayra lo miró con una sonrisa extraña, entre desafiante y sensual. Él era consciente de que aún no había guardado su miembro dentro del pantalón, colgaba frente a los ojos de la jovencita; pero no pudo reaccionar. Tanta cerveza le había dejado los reflejos abombados.

—¡Epa! Qué buena pija tenés. —Gonzalo se quedó aturdido. No esperaba esa reacción de una chica tan joven y de apariencia tan dulce—. Con razón Pamela se casó con vos. Con esa poronga la debe pasar re bien. ¿Querés que te la chupe? —Gonzalo se quedó aún más tieso, si es que eso era posible. Su respiración se cortó y el corazón se le paralizó—. Ay, no me mires con esa cara. ¿Pensás que no me di cuenta de cómo me miraste el culo desde que llegaste? Sé que me tenés ganas… y ahora que veo esa verga, yo también tengo ganas.

Se arrodilló frente al tipo y antes de que él pudiera reaccionar se llevó ese ancho miembro flácido a la boca. Empezó a chuparlo empleando los movimientos de lengua que aprendió de su madre. Lo hizo tan bien que en pocos segundos se puso completamente dura. Gonzalo, aún sin poder reaccionar, se quedó mirando los grandes ojos negros de esa preciosa jovencita. La miraba como si todo fuera parte de un sueño. Aún no podía asimilar que ella le estaba comiendo la pija y que él no había tenido que hacer nada para conseguirlo. Era como haberse ganado la lotería… en navidad.

Después de chuparla durante un rato, Mayra supo que era momento de pasar a la siguiente parte de su plan macabro. Se puso de pie y le dio la espalda a Gonzalo.

—Si te gusta tanto mi culo, lo podés tocar. —El tipo no se movió, no dijo nada, no respiró—. Dale, no seas tímido. Tenemos poco tiempo… y a mí no me gusta andar con vueltas. —Mayra se bajó la calza, mostrando que no llevaba ropa interior, y luego apoyó las manos en la pared—. Meteme la pija.

Había visto a Brisa desnuda en varias ocasiones, cuando ella salía de bañarse o se vestía. A sus hijas nunca les molestó que él las viera sin ropa. Gonzalo miró esos sonrosados labios vaginales, completamente lampiños. Eso y las rígidas nalgas le recordaron demasiado a su hija. De espalda parecían gemelas, de no ser por la diferencia en el color de pelo.

—¿Te volviste loca, nena?

—No estoy loca… solo me pongo un poquito puta cuando tomo mucho. Aprovechá, no seas boludo. Acá nadie nos ve. Nadie se va a enterar.

Cuando Gonzalo se rindió ante el impulso y posó su glande entre los labios vaginales, Mayra pensó que Nadia estaría orgullosa de ella, por la forma en que había manejado la situación.

La penetración fue tímida, como si Gonzalo temiera lastimarla. Aún así, no se detuvo. Esa concha le apretaba la verga de una forma que nunca antes había experimentado. Era fabulosa.

—Podés clavarme fuerte. Ya me metieron varias pijas… y bien grandes. Puedo soportarlo. ¿O no te animás?

A Gonzalo le dio un morbo particular enterarse que esa chica, que parecía virgen por su carita de ángel, en realidad era tremenda puta. Aceptó el desafío y la tomó por la cintura con ambas manos. Una cintura muy estrecha que conecta a un culo bien redondo y respingon… justo como el de Brisa.

Sintió la necesidad masculina de querer demostrar todo el poder de su verga erecta. «¿Así que podés aguantar, putita? Vamos a ver…». La penetró con fuerza y empezó a darle con una potencia que no se atrevía a usar con su mujer, por miedo a que ella lo llamara “degenerado” o algo así. Le sorprendió ver cómo la concha de Mayra tragaba todo sin problema. Ella tenía la respiración agitada, pero no gritaba de dolor, ni siquiera gemía.

—Dale, che… más fuerte.

¿Más? ¿De verdad esta chica tan delgada podía soportar más? Gonzalo lo sintió como un desafío. Le metió pija hasta que las venas de su cuello se marcaron. Estaba dándole a un ritmo muy potente cuando Marya dijo:

—Ok, por ahora ya está bien…

—¿Ya no podés aguantar más?

—No. Es que nos pueden descubrir si nos quedamos demasiado tiempo en el baño. Mejor volvamos al patio. —Se acomodó la calza—. Ah, y si querés cogerme otra vez, hacelo. Ni hace falta que me pidas permiso. Eso sí, fijate que nadie nos vea. No quiero tener problemas con tu mujer.

Lo dejó solo en el baño, con la pija dura. Gonzalo sintió cierto orgullo estúpido. Había tenido su primera aventura extramatrimonial, y fue con una pendeja preciosa que se entregó con suma facilidad. Por una chica como Mayra valía la pena poner en riesgo su matrimonio.

En la habitación de Victoria, Pamela estaba muy enfrascada en comerle la concha a Lourdes, y lo hizo sin detenerse hasta que ella dijo:

—Estamos demorando mucho, van a sospechar.

Eso activó el instinto de preservación en Pamela.

—Es cierto… denme algo de ropa, ya mismo. Salgamos de acá.

—Acá tenés uno —le ofreció Victoria.

—Ay, no… ni loca me pongo eso.

—Es el único que pienso prestarte.

—Si no, podés salir desnuda —dijo Lourdes, con una sonrisa maquiavélica.

—Te desconozco, amiga. ¿Qué te pasó? ¿Cuándo cambiaste tanto?

Pamela agarró el vestido, porque no le queda otra alternativa.


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—Uy, ya era hora de que volvieran —dijo Barbarita, en el patio.

El primero en llegar fue Gonzalo, lo siguió Mayra y las tres madres aparecieron justo detrás de ella.

—¿Dónde estaban? —Preguntó Camila—. Ya son las doce y cuarto. Nos perdimos el brindis.

—Estaba en el baño, hija —se apresuró a responder Gonzalo.

—Yo fui a acostarme un rato a mi cama —se disculpó Mayra—. Tomar tanto me afectó un poquito.

—¿Y ustedes? —Camila abrió grandes los ojos—. Mamá ¿Qué hacés vestida así?

Pamela tenía puesto un vestido negro muy corto y ajustado. Hasta tenía zapatos con tacos. Parecía una prostituta fina.

—Le presté uno de mis vestidos —dijo Vicky—. Se estaba muriendo de calor con el otro.

—Ay, no es justo. Ustedes se cambiaron y yo soy la única boluda vestida como si esto fuera la iglesia. Quiero otra ropa.

—Te puedo solucionar eso después del brindis —aseguró Nadia, ganándose la complicidad de Camila.

—Creo que no tiene mucho sentido brindar a esta hora.

—Tranquila, Pamela. Por unos minutos de diferencia no se va a morir nadie.

—Hey, ¿quién es esta señora y qué hicieron con mi mamá? —Bromeó Barbi—. Siempre fue súper estricta con el brindis navideño. Hasta ponía un cronómetro para hacerlo a las doce en punto.

—Sí, lo sé. A mí también me sorprende —aseguró Pamela.

—Digamos que aprendí a vivir más relajada. No es bueno ser tan estricta con detalles como ese.

Las copas se llenaron de champagne y se estrellaron unas con otras, mientras todos intercambiaban besos en la mejilla un “Feliz Navidad” poco sincero y monótono.

—¿Ahora sí me van a prestar ropa más cómoda?

—Algo así —Nadia mostró una sonrisa libidinosa—. Tenemos que abrir los regalos. Por lo improvisado de la fiesta, tuvimos que armar algunos a último momento; pero creo que les van a gustar. Mayra me ayudó a elegirlos.

Fue la misma Mayra quien trajo varios paquetes desde el interior de la casa y los repartió entre todas las mujeres.

—¿Y nosotros no tenemos nada? —Preguntó Erik.

—Claro que sí —respondió Nadia—. Pero primero vamos con los regalos de las chicas.

Las más ansiosas por abrir sus regalos fueron Brisa y Barbarita. Destrozaron el envoltorio y se encontraron con dos cajas con imágenes idénticas. Al ver de qué se trataba, las dos sonrieron boquiabiertas e intercambiaron miradas de complicidad. Luego empezaron a reírse como tontas. Pamela vio las cajas sin entender si la cosa iba en serio o se trataba de una broma de mal gusto. Barbi abrió la suya y del interior sacó un dildo de buen tamaño. Era una réplica muy fidedigna de un pene, con una base en forma de testículos. Brisa mostró que el de ella era igual.

—¿Pero qué es esto? —Preguntó Pamela, con los ojos desencajados—. ¿Cómo se les ocurre regalarle algo así a mi hija? ¿Están locas?

—¿Por qué? —Preguntó Mayra, con apariencia inocente—. Nadia tiene uno igual… y yo tengo otro acá. —Sacudió su regalo—. Esos pensábamos dárselos a mi tía y a mi mamá, pero preferimos que los tengan ellas.

—¡Ay, me encanta! —Aseguró Barbi—. Mamá, ¿te molesta si me lo quedo?

—No me gusta que mi hija tenga un juguete sexual; pero ya sos grande. No puedo hacer nada para impedirlo.

—Vas a devolver eso ya mismo, Brisa —espetó Pamela.

—Pero mamá… me lo regalaron… y tengo la misma edad que Barbi. ¿Por qué ella puede tener uno y yo no?

—Porque yo lo digo.

—Disculpame, Pamela —intervino Nadia—. Pero por más que te moleste, la que decide es Brisa. ¿O sos de esas madres que no quieren que sus hijos piensen por sí mismos?

—Estoy de acuerdo —dijo Gonzalo—. Hace rato vengo diciéndote que las chicas tienen que empezar a tomar sus propias decisiones.

—Pero… es obsceno, está mal…

—Si está mal, que lo descubran por sí mismas.

—Muy bien dicho, papá —dijo Camila—. Ustedes hicieron un buen trabajo al criarnos, pero ya es hora de que nos dejen decidir lo que queremos hacer con nuestras vidas.

—Escuchá a tu familia, Pamela —dijo Lourdes—. Yo tuve problemas con mis hijos por no permitirles decidir. Fue un error de mi parte. Ellos no tienen que hacer todo lo que yo les ordeno. Simplemente puedo aconsejarlos. Mi hija ya sabe lo que opino de eso… el resto queda en ella.

—Me lo quedo —aseguró Barbi.

—Y yo también —coreó Brisa—. Mañana mismo lo voy a estrenar en una buena paja.

—¡Hija! No estés revelando cosas tan íntimas frente a todos…

—Ay, mamá… me regalaron un consolador ¿para qué otra cosa lo puedo usar?

—Además todos sabemos que Brisa es re pajera —agregó Camila, a quien el alcohol también se le había subido un poco a la cabeza—. Si nos hubieran regalado un dildo por cada vez que la vimos colándose los dedos, nuestra casa sería un bosque de consoladores.

Brisa soltó una risita tímida y se puso roja.

—Es que me calienta un poquito que me vean.

—Pero de qué hablás? —Pamela sintió que le iba a dar un infarto—. Tomaste demasiado, nena. Nada de alcohol para vos.

—Yo hago lo que quiero, mamá —y se terminó el contenido de su copa de champagne—. Estoy harta de que me trates como si yo fuera tu empleada.

—Epa, la nena tiene carácter —bromeó Pepe.

—Y ahora está tranquila —aseguró Gonzalo—. No sabés cómo se pone cuando se enoja en serio. Salió a la madre.

Pamela lo fulminó con la mirada.

—A Nadia también le calienta que la veamos haciéndose la paja —dijo Mayra, solo para echar más leña al fuego—. Le conocemos la concha de memoria.

—Quizás no debería masturbarse tanto en el patio —dijo Lourdes—. Desde el balcón de mi casa se ve todo.

—A mí me gusta ver cómo se pajea —aseguró Barbi—. Nadia es re linda.

—Yo sospechaba que Brisa lo hacía a propósito —dijo Camila—. Porque la cantidad de veces que la sorprendimos haciéndose la paja no es ni medio normal. —Su hermana pequeña volvió a soltar una risita boluda y divertida.

—Me parece que es un tema familiar privado —interrumpió Pamela.

—Pero mamá, los Evanson no nos van a juzgar. Ellos también tienen una pajera compulsiva en la familia.

—Y a mucha honra —dijo Nadia, inflando su pecho con orgullo—. Te re entiendo, Brisa. Da cierto morbo jugar al límite, pajeándote donde alguien te puede encontrar. Y cuando te descubren…

—Cuando me descubren, me da mucha vergüenza —continuó Brisa—. Pero al mismo tiempo me calienta. Es difícil de explicar. No sabía que esto le pasaba a otras chicas y me alegra saberlo. ¿Y vos Barbi? ¿También sos así?

—No, la que es así es mi mamá. Ella se vive pajeando por toda la casa.

—Ay, Lourdes… ¿frente a tus hijos?

—Es algo que empezó a pasar hace poco —aseguró la aludida—. Le echo la culpa a Nadia por eso. Mis hijos ya se acostumbraron. Lo charlamos y entendieron que estoy en una nueva etapa de mi vida. Antes me negaba a estos… “placeres carnales”. Ahora intento disfrutarlos al máximo. Digamos que estoy recuperando el tiempo perdido.

—A mí me parece una barbaridad que tus hijos tengan que ver eso.

—Ay, Pamela… ¿me vas a decir que tus hijas nunca te vieron coger? —Preguntó Victoria.

—¡Claro que no!

—¡Claro que sí! —Respondieron sus hijas al unísono.

—Un montón de veces —aseguró Brisa—. Si a veces hasta cogen con la puerta abierta.

—Sí, como si les gustara que los viéramos —acotó Camila.

—Eso solo pasa cuando creemos que no están en casa —se defendió Pamela—. O cuando creemos que estan durmiendo.

—Igual es bastante aburridos verlos coger —dijo Camila.

—Hey ¿por qué aburrido? —Preguntó su padre.

—Porque siempre cogen igual —la respuesta llegó de parte Brisa—. Mamá arriba, vos abajo. A ver, que la yegua tiene hermoso culo y una concha re linda…

—Y vos tenés re buena verga, papá… —Gonzalo sonrió orgulloso ante el comentario de Camila.

—Sí, muy cierto. Pero no se les cae una idea. Siempre creímos que se toman demasiado en serio todo lo que les dicen en la iglesia. Ni siquiera nosotras nos lo tomamos tan en serio.

—Sí, y ya estamos un poco hartas de todo eso. A mí me aburre ir a la iglesia —aseguró Camila—. Me gustaría tener una vida normal, salir con amigas… como Nadia. ¿Querés salir a bailar conmigo alguna vez?

—Por supuesto, nena… con todo gusto. Eso sí, nada de ir vestida así.

—Camila…

—¿Qué, mamá? ¿Ahora me vas a decir que no puedo salir a bailar con mis amigas? Tengo veinte años, carajo. ¿Querés que sea una monja hasta los cincuenta?

—Hasta los setenta —acotó Brisa, entre risas—. Y lo mismo quiere para mí. Por eso no quiere que use el dildo.

—No quiero que lo uses porque sos virgen.

Las palabras de Pamela cortaron el aire. Se formó un silencio incómodo en el patio de los Evanson. Como nadie dijo nada, tuvo que ser la propia Nadia quien cambiara el tema.

—Todavía no abrimos el resto de los regalos. Este es el tuyo, Camila. Pamela, acá tenés otro para vos, espero que te guste. Y vos también, Lourdes. A mí me toca un regalito parecido. Disculpen lo modesto, pero no tuvimos mucho tiempo.

—La única tienda que encontramos abierta a esa hora era un sex shop —dijo Maylén—. Por eso compramos dildos.

—Esto no parece ser ningún dildo —dijo Pamela—. Es blandito… ¿puede ser ropa?

Camilia respondió a esa pregunta abriendo su paquete. De allí sacó un conjunto de lencería de un intenso azul eléctrico.

—¡Wow! Esto es espectacular —sonrió al ver esa pequeña tanga de encaje—. Siempre quise tener uno de estos. ¡Y mirá! ¡Incluye portaligas!

—¿Y para qué querés tener un conjunto de lencería?

—Ay, mamá… porque estoy harta de vestirme como monja. Toda mi ropa interior parece de abuela. La odio.

—El que me tocó a mí es rojo —dijo Lourdes, con una sonrisa—. Muchas gracias, chicas.

—El mío es negro —dijo Nadia, mostrando el suyo—. Y si no me equivoco, el de Pamela es blanco. Les propongo algo, para hacer más divertida esta noche navideña. Nos ponemos los conjuntos y dejamos que los demás opinen cómo nos quedan.

—No, ni hablar. Ni loca me pongo esto —nadie prestó atención a Pamela.

—Me encanta la idea —aseguró Camila—. Aunque me da un poquito de vergüenza.

—Ya somos dos —dijo Lourdes—. Si vos te animás, yo también.

—Todo muy lindo —dijo Vicky—, pero… ¿y mi regalo? Soy la única de las chicas que no recibió nada. Es injusto.

—Tranquila, mamá. También tenemos un lindo regalo para vos —aseguró Mayra—. En un ratito te lo damos. No seas impaciente.

A pesar de las protestas de su madre, Camila entró a la casa acompañada de Lourdes y Nadia. Se encerraron en el cuarto de esta última.

Camila se quedó abrumada al ver como estas dos preciosas mujeres se desnudaban frente a ella sin ningún tipo de escrúpulos. Tenían tetas enormes y conchas perfectamente depiladas.

—¿Pasa algo, Cami? —Preguntó Nadia, una vez que estuvo completamente desnuda.

—Es que… no estoy acostumbrada a desnudarme frente a desconocidas. Aunque sean mujeres. Además ustedes… —señaló sus pubis.

—Ah, ya entiendo. Vos no te depilás.

—A mi mamá no le gusta que lo haga, a pesar de que ella sí lo hace. Brisa también.

—Qué injusto —dijo Lourdes—. ¿Por qué a vos te lo prohíbe si ellas pueden hacerlo?

—Bueno, hay un motivo… pero me da mucha vergüenza decirlo.

—Podés confiar en nosotras —la alentó Lourdes—. Quizás podamos darte nuestra opinión femenina.

Camila sonrió. Le agradaba eso de contar con una “opinión femenina” que no fuera la de su castradora madre.

—Una vez me la depilé, antes de ir a la casa de una amiga. Mi mamá lo descubrió y me hizo confesar el motivo. Yo… le dije la verdad, porque es lo que nos enseñaron en la iglesia. Tenía muchas ganas de probar el sexo oral, que me lo hicieran a mí. Quería saber qué se siente cuando alguien… em… te la chupa. Y mi amiga accedió a hacerlo conmigo… con la condición de que me depilara el pubis. Mi mamá se puso como loca cuando supo esto. Ese día me prohibió seguir juntándome con esa amiga; me hizo prometerlo. También me dijo que quería ver siempre mi vagina con vello púbico, de lo contrario asumiría que yo falté a mi promesa.

—¡Ay, qué yegua! —Exclamó Nadia.

—Entiendo a tu mamá —aseguró Lourdes—. Hace unos meses yo hubiera hecho exactamente lo mismo. No lo hace por mala, solo intenta cuidarte. Aunque a veces se exceda un poco.

—Entonces… ¿nunca te chuparon la concha? —Preguntó Nadia.

—No, nunca.

—Oh… qué pena. Con lo rico que es. Pero bueno, vos no te preocupes por un poco de vello púbico. Mi mamá suele usar la concha toda peluda, porque le gusta así. Es una cuestión de gustos.

Mientras hablaba la ayudó a desprender su vestido.

—Es cierto, a mí me encanta cómo le queda ese estilo tan natural a Vicky. Y seguramente a vos también te queda precioso.

Lourdes también ayudó con el largo proceso de desnudar a Camila. Cuando el vestido por fin cayó al piso se encontraron con un corpiño y una bombacha blanca tan gruesa que hasta parecía un bikini.

Nadia se puso detrás de ella, apoyándole las tetas contra la espalda. Le desprendió el corpiño y sacó a relucir los melones tiernos de Camila.

—Vos también tenés muy buenos pechos, deberías sentirte orgullosa —se los agarró desde abajo y los estrujó entre sus dedos.

—Vamos a sacar esto, y no quiero que te avergüences de nada —le dijo Lourdes, mientras le bajaba la bombacha.

Camila se quedó muy quieta y no quiso mirar la mata de pelitos castaños de su pubis. Desentonaban con el negro azabache de su pelo.

—Es raro que las rubias se tiñan de negro. ¿Por qué lo hacés? —Quiso saber Nadia.

—Porque… em… es un secreto.

—Oh, está bien. No te vamos a insistir con eso —dijo Lourdes—. Dios, qué hermosa que sos, Cami. —Acarició el vello púbico de la chica.

—Lo que sí me da pena es que nunca te hayan chupado la concha —le dijo Nadia al oído—. Si querés lo podemos remediar ahora mismo. Tenés dos buenas voluntarias, dispuestas a hacerlo.

—¿Qué? ¿Ustedes son lesbianas? ¿Lourdes, vos también?

—Tuve mis años de lesbiana… y es un viejo hábito que me cuesta dejar.

—No me considero lesbiana —respondió Nadia—. Aunque de vez en cuando me como una concha. Y la tuya me la comería con mucho gusto —acarició los labios vaginales de Camila, haciéndola estremecer.

—Pero… em, aclaro que yo no…

—No hace falta que aclares nada —la interrumpió Nadia—. Entendemos que vos no vas a chupar ninguna concha. Quedate tranquila, no te lo vamos a pedir. Solo queremos que sepas lo que se siente cuando te la chupan. Vení… acostate en mi cama.

Dejándose llevar por esa marea de sexo y pasión que irradian Nadia y Lourdes, Camila se acostó boca arriba. Las dos mujeres separaron sus piernas y comenzaron a acariciar sus peludos labios vaginales. Creyó que tendría tiempo para prepararse mentalmente; pero Nadia se abalanzó contra su concha y empezó a chupársela con una intensidad que jamás había experimentado. Se quedó paralizada, sin saber cómo digerir todas estas nuevas emociones. Camila no quiso decir que un poquito sí sabía lo que se sentía tener una lengua jugueteando en su vagina, porque eso quizás le hubiera hecho perder esta gran oportunidad. «Además eso no cuenta, fue muy diferente a esto», pensó. Apenas habían sido unas ligeras lamidas de pocos segundos. Nada como el verdadero sexo oral lésbico.

Lourdes también se unió a la campaña en cuanto Nadia apartó su cabeza. Camila no podía creer que la mejor amiga de su madre estuviera chupándole la concha. Esa mujer que era tan apegada a la religión y que tantas veces le había dicho: «Tenés que alejarte de las tentaciones sexuales».

Nadia y Lourdes intercambiaron lugares varias veces, hasta que Camila comenzó a gemir y a sacudirse. Esto era maravilloso, su vagina estaba en una fiesta a la que nunca antes había podido acceder. Esas lenguas exploraban cada rincón de su sexo, encontrando puntos sensibles donde ella ni sabía que los tenía.

—Nos encantaría seguir chupándola —dijo Nadia—, pero no podemos demorar mucho. Tus padres van a sospechar.

—Ay, sí… me muero si se enteran.

Camila no quería que esto se terminara, pero el terror que le producía ser señalada como tortillera por su madre fue suficiente para ponerle fin a esta práctica. Las tres se pusieron la lencería, a Camila tuvieron que ayudarla un poco porque nunca había usado portaligas, no sabía como prenderlo. Cuando estuvieron listas, Nadia le dijo:

—Nada de sentir vergüenza, ¿está claro? Sos preciosa y deberías sentirte orgullosa de tu cuerpo.

—Además nosotras vamos a estar a tu lado —acotó Lourdes—. ¿Estás lista?

—Creo que sí… vamos.

En el patio la conversación había pasado al tema construcción. Gonzalo le estaba preguntando a Pepe por qué motivo se había inundado su casa, si hacía poco la había hecho arreglar. Pepe estaba a punto de darle una respuesta evasiva, porque desconocía el motivo del desperfecto, cuando las tres mujeres en lencería aparecieron. «Uf, salvado por la campana».

Todas las miradas se quedaron fijas en esos tres pares de tetas y en esos pubis que se anunciaban entre la tela de encaje. Lourdes llamaba especialmente la atención, porque su conjunto no contaba con ninguna tanga. Su concha estaba completamente a la vista. Nadia se llevó miradas porque los corpiños sin copa dejaban sus tetas al descubierto. Y en Camila lo que más destacaba era su vello púbico, asomando por encima de la tanga y sobresaliendo por los lados. Además sus pezones se transparentaban un poco. La chica estaba muerta de miedo y sonreía tímidamente. Gonzalo notó la incomodidad de su hija, por lo que se apresuró a decir:

—Epa, Cami… estás preciosa. Ese conjunto te queda de maravilla.

—Es cierto, te queda hermoso —agregó Brisa.

Contar con el apoyo de su familia le devolvió la confianza. Su madre la miró con desaprobación.

—Estoy muy desilusionada de vos, Camila. Te avergonzás frente a esta gente que no concés, vistiendo como una prostituta.

—Y a vos se te ve toda la concha, mamita —le dijo Ariel, que estaba sentado justo frente a ella—. Cada vez que abrís un poco las piernas, te veo toda la argolla.

Pamela se puso roja y juntó sus piernas. Había perdido la noción de lo corto que era su vestido… y que Victoria insistió mucho en que lo usara sin ropa interior.

—¿Desde cuándo tenés tanta vergüenza por ver a tus hijas medio desnudas? —Preguntó Brisa—. En casa nunca te molestó.

—Es distinto. En casa estamos en confianza. Somos familia.

—Pamela, acá nadie se va a escandalizar por ver a una mujer desnuda —le aseguró Victoria—. Tomalo como una buena forma de conocernos mejor, de hacernos amigos.

—Me gusta la idea de tener nuevos amigos —aseguró Camila.

—¿Ya vamos a abrir nuestros regalos? —Preguntó Erik, ansioso.

—Mmm… mejor esperamos un ratito. Es demasiado pronto —dijo Nadia. Sentía que el clímax debía ser el apropiado para lo que tenía en mente, y todavía había muchas tensiones—. Vamos a seguir disfrutando de la velada. ¿Quién quiere tomar helado?

A todos los presentes les encantó la idea. Nadia, Lourdes y Camila se quedaron luciendo su lencería, deleitando la vista de los curiosos… y curiosas. Se formaron pequeños grupos de conversación, donde se hablaban de distintos temas. El champagne y la cerveza siguieron circulando. No había nadie que no estuviera tomando algo con alcohol.

Minutos más tarde Gonzalo salió tambaleándose del baño. Tanta cerveza lo hacía orinar mucho y también le nublaba la cabeza. Vio la puerta entreabierta del dormitorio de Mayra. Recordaba vagamente haberla visto entrar a la casa. Se asomó dentro del cuarto y en la penumbra se encontró con ese precioso culo envuelto en una calza. Entró, cerrando la puerta detrás de sí, y se subió a la cama. Empezó a apretar las nalgas, palpando los tiernos labios vaginales, no había ropa interior protegiéndolos. Solo la tela elástica de la calza.

La pija se le puso dura al instante. Le bajó el pantalón a la chica, solo lo suficiente para que su sexo quedara expuesto, y apuntó su miembro. Le encantó descubrir que ella estaba muy húmeda. Presionó y fue hundiendo la pija. Tuvo que hacer fuerza, la pendeja es un poquito estrecha. La tomó por la cintura y la penetró hasta la mitad. Luego empezó el vaivén. Pudo escuchar sus gemidos de placer y eso lo alentó a darle más fuerte.

En pocos segundos esa concha se adaptó al tamaño de su verga y cada embestida fue sumamente placentera.

—Te voy a dar una cogida de la que no te vas a olvidar nunca, putita.

La chica soltó un chillido agudo cuando él clavó el resto de su miembro. Empezó a darle duro, sin piedad, haciendo que la cama temblara. Por suerte había música, algún tema latino que no conocía ni le gustaba. Lo importante era que sonaba lo suficientemente fuerte como para opacar el ruido que estaban haciendo. Ni si quiera a su esposa se la cogía con tantas ganas.

Estaba gozando de esa preciosa concha y de los eróticos gemidos de esa putita, cuando ocurrió el horror.

La puerta de la habitación se abrió y alguien encendió la luz. El primer instinto de Gonzalo fue girar la cabeza. Se llevó la sorpresa de su vida al ver a Mayra parada en el umbral.

«Esto es imposible», pensó su mente obnubilada por el alcohol.

Pero allí estaba. Era ella. No cabían dudas.

Miró hacia la cama, el culo precioso era idéntico al de Mayra… pero la chica tenía el cabello rubio.

—¿Brisa? —Su voz fue apenas un tenue chillido agudo.

—Ay, papá… me… me estás cogiendo.

—¿Te cogiste a tu hija? —Preguntó Mayra, fingiendo sorpresa.

—No, yo… no… no puede ser. No sabía que era ella, lo juro. Brisa, ¿por qué no dijiste nada? —La chica no contestó—. Decime, hija… ¿por qué no me paraste?

—Creo que fue porque le gustó la pija —dijo Mayra—. Además es su primera vez. Seguramente quería saber lo que se siente que te peguen una buena cogida. ¿O no, Brisa?

—Perdón, papá. Al principio creí que eras otra persona… quizás Erik, o Ariel, que no dejaron de mirarme el culo en todo el día. Pensé que eran ellos, lo juro.

—Pero… escuchaste mi voz. Ahí supiste que era yo —la verga de Gonzalo aún seguía dentro de su hija y con las manos se aferraba a su cintura.

—Lo sé, lo sé… pero… em… Mayra tiene razón. No sé, estoy medio borracha. No pensé… simplemente dejé que todo pase. No estoy enojada con vos, papá.

—Em… este… no sé qué decir —la cabeza le daba vueltas—. Esto… no debería haber pasado. —Sacó lentamente su verga—. Pensé que eras Mayra. Yo… la vi entrar a la casa.

—Entré porque Brisa me pidió un lugar para acostarse un ratito. Tanto alcohol le cayó mal. Justo vine a ver cómo estaba. Y me encontré con esto. Pero bueno, lo hecho, hecho está. Desvirgaste a tu hija.

—No puede ser… no puede ser. —Gonzalo se puso de pie y guardó su verga en el pantalón—. Fue un error. Les juro que fue un error. —Estaba confundido y aterrado—. Perdón hija… perdón. Em… no le cuentes nada a tu mamá, ni a tu hermana. Por favor. Te juro que fue sin querer.

—Quedate tranquilo papá —dijo la chica, sin moverse ni un milímetro—. No le voy a contar a nadie.

Gonzalo salió huyendo del cuarto como si su vida corriera peligro. Mayra se acercó a Brisa y usando unas toallitas húmedas le limpió los tenues hilitos de sangre de la vagina, clara señal de que la chica había perdido su virginidad.

—Sé que estás confundida —dijo Mayra—, pero…

—Pero me gustó. O sea, nunca me imaginé que mi primera vez fuera con mi papá; pero… estuvo bueno.

—Wow, te lo estás tomando sorprendentemente bien. Al fin y al cabo acabás de recibir toda la pija dura de tu papá en la concha. Creí que eso te iba a afectar más.

—Es que… em… digamos que hay cosas de mi familia que no sabés.

—Mmm… ahora estoy intrigada. Como sos virgen, imagino que nunca te cogió.

—No, no… eso no. Nunca llegamos a tanto. Pero… sé que en mi familia pasan cosas raras.

—En eso estamos igual —aseguró Mayra—. Y no creo que tu familia sea más rara que la mía. Así que… me podés contar todo. Si querés.

—Mmm… quizás, puede ser… sería lindo hablarlo con alguien. Aunque me da un poco de pudor.

—Yo te puedo quitar ese pudor. Creo que es hora de que vos y yo empecemos a ser buenas amigas.

Mayra le quitó la calza y sin darle tiempo a nada, metió la cara entre esas hermosas nalgas. Empezó a lamerle la concha y Brisa, que aún tenía una calentura monumental, frotó su clítoris con dos dedos. En un mismo día recibió una pija, y ahora le estaban dando una rica chupada de concha… y para colmo esta chica tan linda.

Brisa se dio vuelta y abrió las piernas, quería verle la cara a Mayra mientras ella le lamía la vagina y le succionaba el clítoris. Estaba preciosa.

—Cómo me calentás, Mayra…

—Soy medio tortillera, te aviso que voy muy en serio cuando hago esto. ¿A vos te gustan las mujeres?

El corazón de Brisa latió a toda velocidad. Esa pregunta la tuvo en ascuas durante los últimos meses de su vida, y por fin ahora se animó a dar una respuesta.

—Sí, me gustan mucho. Creo… creo que yo también soy medio tortillera. ¿Querés que después te la chupe yo?

—Por supuesto, nena. No te lo quería pedir, porque no sabía si te ibas a animar.

—Sí me animo.

Otra vez la puerta se abrió, y esta vez era Pamela. Ella notó que su hija no estaba, y tampoco vio a Ariel en el patio. Imaginó lo peor al ver luz en el cuarto de las chicas. Se preparó para lo peor. Estaba segura que encontraría a ese pajero metiéndole mano a su hija. Por eso se quedó petrificada al verla abierta de piernas, con Mayra comiéndole la concha.

—¿Qué es esto? ¿Qué carajo están haciendo?

—Estamos cogiendo, mamá. ¿Acaso necesitás que te lo expliquemos?

—Pero… hija… las dos sos mujeres…

—¿Y eso qué tiene que ver? Mayra me gusta, y yo a ella también. Ahora, dejanos en paz. Solo queremos pasarla lindo. No molestes.

—No, Brisa. Vos no sos lesbiana…

—¿Y vos qué sabés? Nunca me lo preguntaste. —Pamela sintió cómo el corazón le daba un vuelco—. Además… sos la menos apropiada para recriminarme por chupar conchas.

—¿A qué te referís con eso?

—Vos sabés perfectamente a qué me refiero, mamá —mientras discutían, Mayra no dejó de lamerle la vagina ni un segundo—. No seas hipócrita y cerrá la puerta.

Pamela supo que había perdido esta batalla. En ese momento no podía hacer mucho para detener lo que estaba ocurriendo. Se limitó a decir:

—Nadia pidió que nos juntemos en el living. Dijo algo de los regalos para los varones. Hagan lo que quieran. —Abatida, cerró la puerta y se fue.

—Uy, vamos… vamos —dijo Mayra, ansiosa.

—Pero… ¿no vamos a seguir con esto?

—Tranquila, Brisa. Tenemos toda la noche para coger, y lo vamos a hacer. Te lo prometo. Ahora tenemos que ir al living, confiá en mí. La navidad se va a poner de lo más interesante. Ya vas a ver.

Brisa mostró una sonrisa picarona.

—Hoy hago todo lo que vos me digas.

Salieron juntas y fueron directamente al living, donde todos las estaban esperando.


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Comentarios

Cheche ha dicho que…
Por la hora pensé que ya no sería hoy pero me sorprendió cuando ví foto nueva jajaja

Estuvo bueno pero sigo pensando que todo va muy rápido jajaja es como con la familia de Lourdes, para ser muy religiosos todos son muy putos jajaja
Pero está bien y ya sabemos que está familia es así
Espero el siguiente
Dominó ha dicho que…
El ritmo es perfecto porque es una historia que ya tuvo su evolución. Es como ina película derivada de una serie que terminó después de varias temporadas. Sería repetitivo volver a introducir a los personajes y las situaciones.
Dominó ha dicho que…
... pregunta
¿Dónde está el hijo de Lourdes?
..
El hermano de Barbie
Nokomi ha dicho que…
Está ahí. Solo que, como es calladito, casi no se nota su presencia. Lo hago a propósito, el chico es casi un fantasma xD. Pero más adelante lo vas a ver participando.

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